Las democracias y los indignados

¿Cabe otra idea de democracia en la que los “intereses” de los votantes no nos alejen de las mejores decisiones ni la voluntad de los más se vea como una amenaza para la libertad? No hay ley justa sin deliberación y ponderación de opiniones a la luz de razones imparciales, basadas en la virtud ciudadana. Algo de ello hemos visto asomar en las plazas de España.

 

«El 15M fue una cosa rara. Y por eso inquietante. Nadie esperaba un movimiento que mostraba voluntad de participar en las decisiones colectivas, con propuestas razonablemente perfiladas y una explícita preocupación por los intereses generales. Nada que ver con la política a la que estamos acostumbrados, cada vez más alejada de la ciudadanía. Lo hemos visto del derecho y del revés: desinterés de los ciudadanos por los asuntos políticos, confirmado por los altos niveles de abstención y por encuestas que muestran que los votantes apenas recuerdan el nombre de un par de ministros; llamadas a “la responsabilidad” que, en lo esencial, consistía en excluir del debate político los asuntos importantes (terrorismo, pensiones, seguridad social, etc.); partidos políticos que no ven otra estrategia para acceder al poder que desdibujar las aristas de sus programas hasta el punto de que, al final, más allá del griterío electoral, cuesta distinguir entre ellos; reformas de la Constitución ajenas a la voluntad popular, gestadas a la sombra y facturadas sin el menor debate político; grupos nacionalistas que instigan los intereses más mezquinos de “sus” ciudadanos, defienden límites a la solidaridad, reclaman derechos históricos y extienden términos en la frontera misma del racismo (gandules, analfabetos, parásitos) para referirse a los ciudadanos “españoles” que, según ellos, “viven” de sus votantes».[…]

 

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