Francisco Fernández Buey

Un agitador de la utopía, un insumiso discreto, un antisistema afectuoso… así era Paco Fernández Buey. Filósofo gramsciano, defensor de un filosofar mundano, dijo en muchas ocasiones que se sentía deudor de José María Valverde, Emilio Lledó, Valentino Gerratana y, sobre todo, de Manuel Sacristán. Autor de obras admirables como la Ilusión del método, La Gran perturbación o Leyendo a Gramsci, no renunció nunca al compromiso de la lucha de “los de abajo”. Sus aportaciones a un comunismo ecológicamente fundamentado están recopiladas en sus libros Discursos para insumisos discretos y Ni tribunos, este último en colaboración con Jorge Riechmann.

Francisco Fernández Buey era miembro del Consejo de Redacción de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global. En las reuniones de Papeles disfrutamos de su sentido del humor y de su fina ironía, y pudimos comprobar cuanta verdad había en las palabras que su hijo -Eloy Fernández Porta- pronunció en el tanatorio Les Corts al despedirse de su padre: “cuando Paco reía, tenía razón”.

Consciente de que la izquierda política, al aminorar su carácter internacionalista y centrarse en preocupaciones particularistas, había seguido –sobre todo en Europa- un camino inverso al que exigía el proceso de globalización, Paco Fernández Buey reflexionó profundamente acerca del movimiento altermundista y su papel en la reformulación de los contenidos programáticos de la izquierda.

Recordamos una entrevista publicada en el Boletín ECOS, nº 7, mayo-julio 2009, dedicado a los Movimientos sociales y realizada por Nuria del Viso Coordinadora del boletín ECOS y Responsable del Área de Paz y Seguridad, FUHEM Ecosocial,

“La desobediencia civil es un grito de resistencia en una época en que un mundo no termina de morir y otro no acaba de nacer”

Francisco Fernández Buey, filósofo y prolífico escritor, lleva más de cuatro décadas comprometido con la organización de los movimientos sociales en España. Miembro de asociaciones e instituciones nacionales e internacionales y con una extensa experiencia docente, ha participado en la fundación de varias revistas de pensamiento político –entre ellas, Mientras Tanto y Materiales. Su extensa reflexión sobre la alterglobalización y los movimientos sociales se ha plasmado en varios libros, entre ellos, Redes que dan libertad. Introducción a los movimientos sociales (1994), en colaboración con Jorge Riechmann, y Guía para una globalización alternativa (2004). Colaborador del filósofo marxista Manuel Sacristán, actualmente enseña Historia de las Ideas y Filosofía Política en la Universidad Pompeu Fabra.

FUHEM Ecosocial: Se ha calificado al movimiento alterglobalizador de “movimiento de movimientos”. Se trata de un conjunto muy heterogéneo de grupos, con una gran diversidad tanto en sus tradiciones político-culturales como en sus preocupaciones. ¿Se trata de un mosaico fragmentado de organizaciones yuxtapuestas, o existe una lógica interna que lo cohesiona? ¿En qué medida los foros y redes son espacios de convergencia?

Francisco Fernández Buey: Tiendo a ver el movimiento alterglobalizador como una red de redes y a los foros sociales como lugares de encuentro en los que se tejen las redes y se potencian espacios para la convergencia en las acciones. La heterogeneidad y la diversidad de tradiciones entre los grupos y organizaciones que componen el «movimiento de movimientos» son evidentes. Pero eso no me parece malo. Creo que la diversidad es inevitable en un movimiento global como éste. De hecho, todos los movimientos sociales alternativos con vocación de ser movimientos de masas han sido siempre heterogéneos y plurales, al menos en su fase ascendente. La cosa empieza a ir mal cuando los partidos políticos llegan a los movimientos sociales con voluntad de «encauzar» sus actividades en una sola línea, que dicen.

Por otra parte, el movimiento alterglobalizador es un movimiento mundial en sentido propio. Quiero decir que actúan en él grupos, organizaciones y personas de los cinco continentes. Esto ocurre por primera vez en la historia. Dada la diversidad de tradiciones político-culturales existentes en los distintos continentes, lo raro sería que hubiera homogeneidad ideológica. Hay que hacerse a la idea de que un movimiento de movimientos con carácter global exige el reconocimiento y el aprecio de la diversidad cultural y política. Aún así hay una lógica interna que da cohesión al movimiento, la derivada del malestar que ha producido en todo el mundo la otra lógica, la lógica dominante, la del capitalismo neoliberal.

Ese movimiento bebe de lo que se denominaron “nuevos movimientos sociales”, surgidos en la época del 68 y que se componía de grupos feministas, ecologistas y pacifistas. ¿Cuáles son los puntos de conexión, de continuidad, del actual movimiento alterglobalizador con aquellos movimientos? ¿Cuáles son los elementos novedosos? ¿Dónde enlazan ambos?

Se exagera un poco cuando se dice que el origen de los llamados «nuevos movimientos sociales» está en el 68. La verdad es que la rebelión del 68, al menos en Europa, tenía muy poco de feminista, menos aún de ecologismo social y casi nada de pacifista. A mí me parece que el nuevo feminismo, el ecologismo social y el pacifismo (tal como lo entendemos hoy) han surgido y se han desarrollado como tales ya en el ocaso del sesentayochismo y en gran parte en polémica con el politicismo hiperideológico de aquel sesentayochismo, cuyas vanguardias seguían siendo bastante machistas, más bien amigas de las armas y poco amigas de la naturaleza. El actual movimiento de movimientos, que empieza a tomar cuerpo a finales de la década de los noventa, corresponde ya a otra fase histórica, la del fin de la bipolarización del mundo y el desencanto ante lo que la ideología dominante estaba presentado como «el fin de la historia».

Hay continuidad, por supuesto. La continuidad respecto de aquellos movimientos está en la crítica social de los peores efectos del capitalismo. La novedad principal está en el cambio de lenguaje. Basta con fijarse en cómo hablan y escriben los teóricos y activistas del movimiento de movimientos para darse cuenta de lo importante que ha sido este cambio de lenguaje. «Dignidad», «justicia global», «soberanía alimentaria», «democracia participativa», «democracia pluricultural o multiétnica», «desobediencia civil», «mandar obedeciendo», etc., son palabras o expresiones, hoy habituales en el movimiento alterglobalizador, que ponen de manifiesto una conexión en la que no podíamos ni pensar hace décadas: la que hay entre los relativamente nuevos movimientos campesinos e indigenistas de una parte del mundo y la prolongación del proyecto moral de la Ilustración que ha empezado a criticar a fondo el propio etnocentrismo.

Aquella alianza estudiantes-obreros ¿se reproduce hoy de alguna manera en la alianza entre “los de abajo” y lo que denominas “humanidad pensante”?

La alianza entre estudiantes y obreros fue un desideratum de la época de transición del fordismo al toyotismo, de una época en la que empezaban a romperse las tradicionales barreras clasistas para acceder a la enseñanza superior. Fue un desideratum de los estudiantes universitarios de los países ricos europeos que aún veían con admiración la cultura alternativa del obrero de fábrica. Alcanzó su punto más alto durante las ocupaciones de fábricas en mayo del 68, pero fue derrotada por las fuerzas conservadoras en Francia. Y con esa derrota se acabó. Quedó la palabra, muchas veces repetida luego, pero sin concepto, porque la cultura alternativa del obrero de fábrica se perdió y la generalización de la enseñanza superior permitió entrar en la universidad a muchos hijos de obreros.

Hoy en día los dos colectivos que podrían haber compuesto aquella alianza son irreconocibles, entre otras razones porque cada vez son más los estudiantes universitarios que al mismo tiempo trabajan. «Los de abajo» es una manera económica (aunque un poco imprecisa, hay que reconocerlo) de nombrar al nuevo proletariado mundial, a las clases sociales subalternas, entre las que hay que incluir a millones de campesinos pobres y sin tierra. Lo de «humanidad pensante» está ya en Marx. Es una expresión de origen ilustrado que él usaba románticamente para referirse a intelectuales, técnicos y profesionales con estudios y al mismo tiempo comprometidos con la clase obrera o con la «humanidad sufriente», como decía a veces. A mí me parece que el mundo en que vivimos, considerado globalmente, es un escándalo tan grande, una plétora tan miserable, que esta alianza entre los de abajo y la parte de la humanidad pensante o consciente es una necesidad para cambiar este mundo de base. Y pienso también que algo de esa alianza apunta, aunque sea como bosquejo, en lo que llamamos movimiento alterglobalizador o altermundialista.

Actualmente observamos que, junto a las reivindicaciones materiales y económicas, han ganado peso demandas sociales y reivindicaciones centradas en la identidad. ¿En qué medida se trata efectivamente de un componente nuevo, o es una nueva forma de expresión de las demandas? Por otro lado, el planteamiento de la identidad supone el reconocimiento de la diversidad cultural frente a la cultura homogeneizadora occidental ¿se puede entender esto en términos de choque cultural?

No estoy seguro de que se pueda decir que las reivindicaciones económico-sociales o materiales, si por tal entendemos las demandas relativas al salario, las condiciones de trabajo, vivienda digna, sanidad, educación pública, etc., hayan perdido peso respecto de las reivindicaciones centradas en la identidad. De lo que estoy seguro es de que la gran mayoría de los medios de intoxicación de masas, con la complicidad de los partidos de la derecha política y de los empresarios, intentan hacernos creer eso todos los días. Las noticias sobre las reivindicaciones económico-sociales de los trabajadores suelen quedar ahora arrinconadas en las páginas de economía de los periódicos. Y, sintomáticamente, sólo pasan a las portadas cuando se quiere resaltar que en tales reivindicaciones hay connotaciones racistas o xenófobas. El penúltimo ejemplo de ese tipo de manipulación ha sido la forma de tratar las reivindicaciones de trabajadores en Sestao, pero se podrían aducir otros muchos en el mismo sentido. Lo mismo pasa con el tratamiento mediático de los movimientos migratorios: se pone el acento en la identidad cultural o religiosa y se olvida que las gentes migran buscando trabajo y mejores condiciones de vida, no para afirmar sus identidades o para predicar la buena nueva de la religión que practicaban en sus países de origen.

Pero dicho eso, al hablar de reivindicaciones identitarias y de choque cultural, si no se quiere dar gato por liebre a la gente, aún hay que diferenciar entre dos problemas muy distintos. Uno es el de las reivindicaciones identitarias en el seno de los estados plurilingüísticos y plurinacionales europeos que durante siglos han practicado el centralismo. El otro es el de las reivindicaciones de pueblos, etnias, países y culturas que en el mundo han estado o están sometidos al colonialismo y al neocolonialismo. En ambos casos lo justo es atender a la diversidad cultural, pero no hay que confundirlos ni mezclarlos. En el primer caso probablemente la mejor solución (aunque no la única) sea alguna forma de estado federal con reconocimiento explícito, jurídico-político, de las diferencias lingüístico-culturales. Para el segundo no hay solución sin renuncia, también explícita, al neocolonialismo que supone la homogeneización cultural, o sea, sin inversión del proceso de occidentalización del mundo. Lo más sensato que conozco en esto ha sido el proyecto de nueva constitución para Bolivia. Y ya es sintomático que para potenciar eso haya tenido que ponerse en huelga de hambre hasta el presidente del país…

En el momento actual confluyen varias crisis –alimentaria, financiera, económica, ecológica, energética, migratoria-, en definitiva, una crisis profunda que se podría calificar de crisis de civilización. En este contexto, ¿hay espacio para la utopía? ¿cuál sería la estrategia: revolución –con rasgos más o menos distintos a la de antaño-, reforma, otras fórmulas?

Espacio para la utopía siempre hay y siempre habrá. No creo que sea casualidad el que la noción de utopía haya retornado al panorama político-social cuando, desde 1990, tantos y tantos pensadores habían proclamado el fin de la era de las utopías. No hay nada más utópico (en la acepción peyorativa de la palabra) que proclamar el fin de algo tan arraigado en la condición de la especie como son las ilusiones naturales. Las utopías (en el sentido positivo de la palabra) tienen que ver y tendrán siempre que ver con las ilusiones naturales de los humanos. Ernst Bloch vio muy bien esto. Mucho más difícil es, en cambio, hablar en términos de utopía «concreta» (se supone que parcialmente realizable) o, como tú dices, de estrategia.

Para hablar en serio de estrategia habría que ponerse antes de acuerdo en la respuesta a la pregunta sobre qué civilización está en crisis, pues de la respuesta a esa pregunta depende la propuesta que haya que hacer para salir de ella. Mucha gente piensa que, efectivamente, en el momento actual confluyen varias crisis, pero ve esto como una mera superposición temporal de crisis, no como una crisis global o de civilización. Y luego están los que entienden que lo que está en crisis es sencillamente la civilización del petróleo o la civilización del automóvil. Para todas esas personas la crisis es grave, pero se puede salir de ella con unas cuantas reformas o retoques del sistema productivo imperante. Por lo que veo, algunas de esas personas empiezan a pensar incluso que no hay mal que por bien no venga y que la actual crisis financiera y económica paliará la otra, la ecológica o medioambiental, porque se están reduciendo las emisiones de CO2. Incluso cuando hablan de la necesidad de reformas «estructurales» lo hacen más para sustraer votos al adversario político que pensando en que la estructura o la base material de las sociedades existentes deba cambiar.

Yo creo que lo que está en crisis es nuestra civilización, o sea, la forma de producir, consumir y vivir que el capitalismo ha configurado durante varios siglos. Que lo temporal es la crisis financiera y económica y que de ella se va a salir, efectivamente, con reformas profundas del sistema. Pero dado el carácter expansivo de este tipo de civilización, las reformas en el sistema financiero y económico no paliarán, sino que acentuarán la otra crisis, la ecológica o medioambiental. Como esta civilización es expansiva y no tiene sentido del límite, la crisis ecológica o medioambiental se agudizará, y al combinarse con el proceso de homogeneización cultural, que es otra consecuencia del carácter expansivo de la civilización capitalista, provocará en el mundo un malestar cultural aún mayor que el que ya existe ahora. La humanidad está ya en una encrucijada. Y si por ahora apenas se habla de revolución global o mundial es sólo porque la palabra «revolución», como tantas otras, está deshonrada. Habrá que reconstruir el concepto.

El lema del movimiento alterglobalizador, “Otro mundo es posible”, muestra que hay alternativas y que son viables y, a la luz de la crisis de fondo que vivimos, ese cambio es además necesario. ¿Cómo hacerlo también deseable?

La única forma de hacer deseable un lema razonablemente justo es atender a las necesidades reales de las gentes, a sus sentimientos y a las esperanzas que ponen en el cambio. Y para eso no basta con repetir el eslogan. Hay que concretar. El movimiento alterglobalizador viene haciéndolo desde hace diez años.

Otro mundo posible sería un mundo en el que se hubiera condonado ya la deuda de los países empobrecidos; un mundo en el que los países ricos dedicaran realmente el 0,7% de su PIB a ayudar a salir del hambre, la pobreza y a la miseria a los países y poblaciones en peor situación; un mundo en el que las instituciones económicas y financieras internacionales estuvieran al servicio de las necesidades de la mayoría de la población; un mundo en el que se tasaran convenientemente los intercambios financieros y comerciales para favorecer a los que viven sólo de sus manos; un mundo con un mercado regulado en función de las necesidades de las gentes; un mundo en el que las actividades de la banca y de las empresas estuvieran controladas por los representantes de los ciudadanos; un mundo en el que se hubiera reformado profunda y democráticamente la estructura de las NNUU para igualar las voces y los votos de los representantes de todos los países; un mundo en el que hubiera una renta básica garantizada para la ciudadanía, con independencia de sus ocupaciones; un mundo en el que los tiempos para el trabajo, el ocio y el cuidado de los próximos se hubieran adaptado a las necesidades de las mujeres; un mundo en el que se hubiera garantizado la soberanía alimentaria y energética de los países y poblaciones pobres; un mundo en el que la democracia participativa complemente a la democracia representativa para que realmente tengan voz los que no la tienen o están infrarrepresentados en los parlamentos; un mundo de verdad atento a la sostenibilidad de la base natural de mantenimiento del planeta y, por tanto, amigo de la naturaleza en lo global y en lo local; un mundo atento tanto a la biodiversidad como a la diversidad cultural; un mundo en el que los presupuestos que hoy se dedican a la fabricación de armas destructivas se dedicaran a potenciar la educación y la sanidad públicas…

Estas son algunas de las concreciones del lema, que pueden hacer ese otro mundo deseable para la mayoría de las poblaciones. No es previsible, claro, que todas esas cosas puedan lograrse al mismo tiempo en todo el mundo. Por tanto, para que también la deseabilidad se haga concreta harán falta ejemplos en cada uno de esos ámbitos. Las personas necesitamos ejemplos para actuar, para poder decirnos: «sí, eso es deseable y realmente posible; hay quienes lo están haciendo ya». Ahí se basa la deseabilidad positiva. La otra hipótesis, la mala, es que lo deseable surja en la conciencia de las gentes como un puñetazo, a consecuencia del encadenamiento de crisis, guerras y catástrofes.

¿Qué estrategias de lucha se están utilizando para lograr el objetivo? ¿cómo han variado desde finales de los 60, cuando se perseguía la revolución como palanca de cambio político y social? Igualmente, en tus libros defiendes la desobediencia civil como principal estrategia ¿podrías comentar al respecto?

Cuando alguien dice hoy que, para salir con bien de la crisis global o de civilización, haría falta una revolución también global o mundial, por lo general le suelen mirar con perplejidad incluso los partidarios convencidos de la necesidad de ese mundo alternativo del que hablábamos. Esta perplejidad se debe, en mi opinión, a dos razones. Una ya la he apuntado antes: la palabra «revolución» suscita desconfianzas porque se la identifica con un concepto deshonrado, bien por la evolución negativa de los procesos revolucionarios del siglo XX, bien por el fracaso o la derrota de las revoluciones socialistas tanto en Rusia como en el occidente europeo. La otra razón, tan importante como la anterior, es la percepción de que hoy por hoy, y a pesar de la crisis, no hay (o hay muy poca) conciencia revolucionaria en el mundo. Explicar esto con calma exigiría un espacio que no tenemos. Pero, aunque suene un tanto abrupto, creo que se puede concluir que sin conciencia revolucionaria no hay revolución posible. El mundo no se va a revolucionar por sí mismo, o sea, sin la voluntad de sujetos, por anónimos que sean, que quieran revolucionarlo. Este es el motivo por el cual en el movimiento de movimientos se habla más de objeción, insumisión, desobediencia en general o desobediencia civil en particular, que de revolución.

Por otra parte, el movimiento altermundialista o alterglobalizador ha sido hasta ahora un movimiento resistencial, un movimiento de resistencia frente a los peores efectos de las políticas capitalistas neoliberales. Ha sido globalmente anticapitalista en un sentido vago o vaporoso. Muchos de los grupos, organizaciones, colectivos y personalidades activas en el movimiento de movimientos no son, hablando con propiedad, anticapitalistas; y muchos de los grupos, organizaciones y personas que sí lo son, no consideran que la revolución sea posible en los próximos tiempos. Ven, y yo creo que con razón, la desobediencia como una forma de resistencia, y las campañas y acciones contra las instituciones económicas internacionales y contra las potencias político-económicas del mundo como una estrategia cuya finalidad principal es poner tacos en las ruedas del carro del sistema o echar arena en los engranajes de su maquinaria. La desobediencia civil es un grito de resistencia colectiva que corresponde a una época en la que un mundo no acaba de morir y el mundo nuevo, que apunta, no acaba de nacer. Pero es también una forma de acumular fuerzas y conciencia en una fase histórica en la que la hegemonía dominante se tambalea.

Desde 2004 en que publicaste la “Guía para una globalización alternativa” los movimientos alterglobalizadores han decaido un poco ¿qué ha ocurrido? Es significativo que en un momento de crisis como la actual haya tan poco movimiento en la calle…

Sí, no hay duda de que en los últimos cinco años el movimiento ha decaído. Hay varios factores que han contribuido a ello, unos internos y otros externos al movimiento.

Entre los factores internos creo que ha contado el cansancio producido entre los activistas, y en la población que les da apoyo, por la repetición de un mismo tipo de acciones y campañas. También han influido las discusiones y desconfianzas existentes en el eje principal del movimiento de movimientos, el Foro Social Mundial. Hay que tener en cuenta que la base del FSM desde el principio fue Brasil y que allí han pasado dos cosas importantes para valorar la continuidad del movimiento: la experiencia de Porto Alegre fue electoralmente derrotada y la alianza entre Lula y los campesinos sin tierra se rompió. Además, en el seno del movimiento ha ido creciendo la desconfianza sobre el protagonismo que en las reuniones del FSM tienen gobernantes y representantes de partidos políticos y sindicatos que, por otra parte, en sus países, propugnan el pacto social o nadan entre dos aguas, las institucionales y las alternativas. La desconfianza lleva a la discusión acalorada y la discusión conlleva paralización de las acciones o descenso en la participación.

Y luego están los factores externos. Un primer factor que tuvo ya su influencia a partir de 2003-2004, fueron los efectos negativos de los atentados del 11 de septiembre de 2001. En un doble sentido: por una parte, la invasión norteamericana de Irak hizo pasar a primer plano la protesta contra la guerra y, consiguientemente, al movimiento pacifista, de manera que muchos activistas del movimiento alterglobalizador pasaron a organizar estas otras movilizaciones, que eran entonces las más apremiantes; por otra parte, en la mayoría de los países en que había habido antes movilizaciones alterglobalizadoras importantes se impuso la involución político-jurídica, el recorte de libertades y la represión contra todo tipo de protesta que supuestamente beneficiara al «enemigo terrorista».La criminalización indiscriminada de los «anti-sistema» ha tenido una función paralizadora. Un segundo factor externo influyente ha sido, en mi opinión, la atracción ejercida por los procesos políticos de cambio que, paralelamente, se estaban produciendo durante estos últimos años en América Latina. No pocos activistas alterglobalizadores que habían pensado antes en términos de «cambiar el mundo sin tomar el poder» empezaron a pensar, viendo lo que estaba pasando en Brasil, Venezuela, Bolivia, Ecuador, El Salvador etc., que desde el poder (o mejor dicho, desde los gobiernos) se podía hacer algo en favor del socialismo en el siglo XXI y tomar ejemplo de ellos. Y, finalmente, ahora está el «efecto Obama»: las esperanzas que ha suscitado en muchísima gente el cambio en la Administración norteamericana. Yo no creo que se vaya a derivar de ahí un giro sustancial de rumbo, pero lo cierto es que, al estallar la crisis actual, las bases sociales que apoyan al movimiento alterglobalizador aún estaban divididas entre el miedo y la esperanza. Todo eso junto puede explicar que, efectivamente, haya tan poco movimiento en la calle.

Tal como recoge la Declaración de los movimientos sociales del FSM de 2009, los movimientos sociales afrontan un reto histórico. ¿Qué responsabilidad tienen en contribuir a realizar los cambios necesarios?

Ahora estamos ante una paradoja: ningún otro movimiento ha contribuido tanto como el movimiento alterglobalizador a concienciar a los ciudadanos de la magnitud de la crisis del capitalismo neoliberal y, sin embargo, éste está en el momento más bajo de su existencia, al menos en lo que hace a la capacidad de movilización. Esas cosas ocurren a veces en los movimientos sociales. No es la primera vez que ha sucedido en la historia. Y en experiencias así se han basado los partidos políticos revolucionarios para propugnar organizaciones rígidas, disciplinadas, ideológicamente unidas, con un programa y una estrategia bien definidas y de obligado cumplimiento para los activistas afiliados. Voces de ese tenor se han elevado ya y volverán a oírse frecuentemente en los próximos tiempos. Yo creo que sería un error retornar a formas organizativas de ese tipo. Y que, por tanto, uno de los retos de los movimientos sociales en la actualidad es preservar su autonomía no sólo en relación con las instituciones sino también respecto de los partidos políticos que se ofrecen para encauzarlos o ser su vanguardia autoproclamada. En pocas palabras: para hacer frente a la crisis mejor movimientos socio-políticos o consejos que partidos políticos de ese tipo.

La responsabilidad principal de los movimientos sociales, y aún más de un movimiento socio-político que integra movimientos sociales diversos, es ahora perfilar con más detalle reivindicaciones como las mencionadas antes, establecer con claridad un listado de las prioridades en el cambio, hacer esto en función de las necesidades de las gentes que más están sufriendo los distintos efectos de la crisis, subrayar la incompatibilidad de las formas concretas de producir y consumir con la sostenibilidad del planeta, y actuar en consecuencia. Aun en el hipotético caso de que un movimiento con tal sentido de la responsabilidad acabara concretándose en una nueva Internacional, la simultaneidad de las acciones frente a la crisis es una imposibilidad material, de modo que la atención a las diferencias culturales y a las distintas tradiciones será tan importante como fijar las prioridades globales. Digo esto porque la falta de atención a las diferencias y a las preferencias de las gentes fue precisamente la tumba de las Internacionales anteriores. Y porque sería una falta de responsabilidad en los movimientos sociales descartar que el aprovechamiento o la instrumentalización de la crisis desde arriba condujera una vez más, en algunos países y por esas diferencias a formas de gobierno cesaristas o neofascistas. El reconocimiento de las diferencias y de la diversidad no tiene que ser obstáculo para considerar ahora como prioridad absoluta la lucha por la igualdad entre países y en el interior de cada uno de los países. Esto quedó de manifiesto en las conclusiones del FSM de Belem do Pará, y me parece una concreción de lo que hay que entender por justicia global. En cuanto a la superación del otro peligro, considero un acierto lo que dijo François Houtart, precisamente al comentar las conclusiones del FSM, o sea, que ha llegado el momento de revalorizar la acción política como instrumento necesario de la acción transformadora alternativa.