ENTREVISTA a Mbuyi Kabunda

  «África no representa una amenaza para la seguridad global; ese es el discurso del miedo, excusa para la creación de AFRICOM y políticas migratorias restrictivas»

Entrevista realizada por:
Nuria del Viso
FUHEM Ecosocial

Mbuyi Kabunda, doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid, es profesor en el Máster de Relaciones Internacionales y Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid, y en el Instituto de Derechos Humanos de Estrasburgo, además de otras universidades europeas y españolas. Director del Observatorio sobre la Realidad Social del África Subsahariana (FCA-UAM), es autor de de varios libros y de numerosas publicaciones en revistas especializadas y de divulgación sobre diversas cuestiones africanas. En esta entrevista reflexiona, entre otros temas, sobre la actual inserción de África en el sistema internacional, la securitización de los problemas africanos y el fracaso de un modelo desarrollista equivocado.

En los noventa se hablaba de África como “el continente olvidado”. En contraste, actualmente el avance de la globalización económica y los cambios de poder que se están operando en el mundo apuntan a transformaciones en el papel de África en la geopolítica global. ¿Qué aspectos hay nuevos y qué no ha variado en el rol que desempeña África actualmente? ¿En qué medida tales cambios resultan ventajosos o perjudiciales para el continente?

África se hundió en un tremendo marasmo en la década de los ochenta y noventa, consideradas como “décadas perdidas”, por la crisis de las materias primas y de la deuda, con la consiguiente imposición a los países africanos de los programas de ajuste estructural o la ortodoxia económica y financiera de las instituciones financieras internacionales. Este período, que coincidió con la postguerra fría, está caracterizado por la devaluación geopolítica de África. En la actualidad, África parece recuperar su situación de la época de la guerra fría por dos razones: 1) la “guerra económica” entre las potencias tradicionales y los países emergentes, en la que África está en el centro con el objetivo de adueñarse de sus recursos naturales y conquistar sus mercados ?integrados por 1.000 millones de consumidores?; y 2) por la lucha contra el terrorismo internacional desde el 11-S.

Nada ha cambiado en el papel de África como reserva de materias primas porque continúa la tradicional división internacional del trabajo. Además, África sigue con sociedades de consumo en lugar de las de producción, además de que salen del continente más capitales de los que recibe. Los desastres económicos de las décadas anteriores, junto a las consecuencias sociales, económicas y medioambientales de los programas de ajuste estructural han colado a África en una situación peor que la heredada de la colonización. Es el único continente en el que no se conseguirá globalmente los objetivos de desarrollo del milenio. La globalización neoliberal no ha cambiado mucho la situación de África al asentarse en la competitividad, productividad y selectividad, que terminan excluyendo, e incluso destruyendo, a los más débiles, en este caso a los africanos. África es la gran perdedora de la globalización por sus extremas debilidades

El modelo de desarrollo que se ha promocionado en África en las últimas décadas desde Occidente –con el consentimiento de algunos gobiernos africanos– se basa en la intensificación de la extracción de recursos naturales y energéticos por parte de los países desarrollados y emergentes, y, más recientemente, la expansión de la agricultura industrial, todo ello en un contexto de práctica desregulación para las empresas (muchas de las cuales son transnacionales) ¿En qué medida tales políticas pueden lograr un nivel de bienestar para los ciudadanos africanos? ¿Cuál es el precio –si es que hay alguno– de tales políticas? ¿Hay un vínculo entre esos tipos de políticas y el hecho de que ya se han cumplido cuatro décadas de programas de ayuda al desarrollo sin resultados convincentes?

Los modelos de desarrollo experimentados en África, convertida en una verdadera cobaya, en las cinco últimas décadas han consistido en mantener el modelo colonial de Estado y de desarrollo, basado en el Estado desarrollista. Tras el agotamiento de este modelo agro-minero a finales de los setenta, fue sustituido por el modelo neoliberal, basado en la teoría de las ventajas comparativas, que ha fortalecido el modelo anterior con el fomento de las exportaciones de materias primas, junto a las privatizaciones, lo que permite a las multinacionales comprar a precio de saldo las empresas públicas agrícolas y mineras, incluso las que son rentables. Con ello, asistimos a la mercantilización de los bienes estratégicos o comunes como la educación, la sanidad, el agua o la electricidad. El resultado es la destrucción del Estado desarrollista de bienestar por el Estado subdesarrollista de malestar, añadiendo la austeridad a la miseria en el continente. Estas políticas no sólo han conducido a la desindustrialización de África, sino que además han tenido pésimos resultados en los aspectos de desarrollo humano y medioambientales: el aumento del analfabetismo, la reducción de la duración de vida, la feminización de la pobreza, el deterioro del ecosistema africano por las actividades de supervivencia de la población y la deforestación a manos de los gobiernos y las multinacionales madereras. Ese es el precio que ha pagado África. En este contexto, las políticas de cooperación han fracasado, fundamentalmente por no atacarse las causas estructurales de la pobreza creada por el propio sistema. También, por su falta de coherencia: se da muy poco con una mano y se recupera mucho con la otra; además, hay mala gestión interna y faltan capacidades institucionales en los Estados africanos para gestionar los fondos recibidos. Dicho con otras palabras, las asimetrías de toda índole, tales como la excesiva carga de la deuda, las subvenciones de los países del Norte a sus agricultores, los acuerdos de partenariado económicos de la UE, por citar algunos casos, aniquilan completamente las ventajas que podría generar la cooperación al desarrollo. Mientras no se corrijan estas incoherencias, en particular el cambio de la arquitectura del comercio internacional, la cooperación al desarrollo está condenada a no tener efectos relevantes. Además, en lugar de contribuir a la mejora de las condiciones de vida de los pueblos africanos, las materias primas les han generado sangre y lágrimas, es decir los sufrimientos humanos, las guerras, el mal gobierno y la corrupción. Es lo que se viene llamando la “maldición de los recursos”. El aumento de las tasas de crecimiento en algunos países (entre el 5% y el 8%) no debe llevarnos a engaño, pues ha aumentado el número de pobres en el continente como consecuencia de la economía de mercado impuesta a los países africanos, desprovistos de capacidades productivas.

Y China, ¿cómo aprecia su papel en el continente? ¿Se trata de un mero saqueo, como se señala en Europa? ¿Supone otro tipo de colaboración, de igual a igual, como alegan algunos representantes chinos y africanos? ¿Qué puede significar para África la presencia de China?

Es pronto para hacer un balance serio de la presencia o de la cooperación china en África. Es preciso dar tiempo al tiempo para sacar conclusiones objetivas. Lo cierto es que estamos ante dos socios complementarios que se necesitan: China tiene una sed tremenda de recursos naturales para mantener su extraordinario crecimiento y competir en la “guerra económica” global, y un excedente de capitales. Por su parte, África con abundantes recursos naturales, carece de capitales. El gigante asiático está cambiando la fisionomía de África con la construcción de infraestructuras, necesaria para el desarrollo futuro del continente, a cambio de recursos naturales. Es preciso recordar que la demanda de China y de otros países emergentes ha influido en el alza de precios de materias primas en los mercados internacionales con el consiguiente aumento de la tasa de crecimiento de muchos países africanos entre 2000 y 2008 (también por el fin de las guerras en muchas regiones del continente, las reformas macroeconómicas, el dinamismo de la economía popular y la lucha contra la corrupción). China ha instaurado el “Consenso de Pekín” que, al contrario del “Consenso de Washington”, no da lecciones morales o de gestión y no impone las condicionalidades a los gobiernos africanos, con los que trata de igual a igual. Además, apuesta por el formación del capital humano africano. Las críticas que se pueden formular contra la cooperación china pueden resumirse al caso omiso a los principios democráticos, los derechos humanos y los aspectos medioambientales, junto a la falta de transparencia en los contratos firmados con los gobiernos africanos. Diría más, la cooperación china en África tendría más sentido, para variar, apostando por el fin del carácter rentista de las economías africanas y fomentando la transferencia de tecnologías a los africanos para conseguir así la diversificación de sus economías. En fin, los africanos deben definir una estrategia conjunta y coherente en defensa de sus intereses frente a la cooperación china, que tiene una estrategia claramente definida. Es preciso empezar a considerar la cooperación china no como rival, sino como complementaria a la cooperación occidental en una necesitada África. El resto son especulaciones. En suma, con China, África puede diversificar sus relaciones externas, y no depender exclusivamente de la cooperación occidental.

África vive también una transformación en el ámbito de la seguridad global desde la perspectiva occidental con el ascenso de grupos que operan bajo el paraguas de Al Qaeda, especialmente en la zona del Sahel, y de otros grupos que amenazan los intereses occidentales en territorios desestructurados, como los “piratas” somalíes (lo que ha justificado una misión de la UE). ¿Representa África una amenaza para la seguridad global? En este contexto, ¿cómo se interpreta la decisión de EEUU de crear AFRICOM como Comando específico para África?

En absoluto África representa una amenaza para la seguridad global. Se han creado en la opinión occidental la idea de que África entra en la categoría de las nuevas amenazas: la amenaza demográfica o migratoria, medioambiental, de las enfermedades, del terrorismo…, esto es, la demonización de este continente, atacándose más a los efectos que a las causas de estos problemas. Se trata del discurso de miedo. Se pierde de vista que son las políticas neoliberales impuestas desde el exterior las que han favorecido la aparición de los “estados fallidos” en el continente, políticas que son las responsables de la descomposición política y económica de algunos estados que, al abandonar sus funciones económicas y sociales, han perdido el control sobre sus territorios y poblaciones. De ahí la aparición de zonas que funcionan como “tierra de nadie”, como es el Sahel o el Cuerno de África, donde Al Qaeda intenta reconstruir sus bases o retaguardias (concretamente, en Somalia). Esto sirve de excusa para la adopción de políticas migratorias restrictivas y agresivas, y más grave aún, la creación de AFRICOM, cuyo objetivo declarado es ayudar a la formación de tropas africanas para hacer frente a las crisis humanitarias y a encargarse de las operaciones de mantenimiento de la paz en el continente. En el fondo, se trata de controlar la zona estratégica del golfo de Guinea para asegurarse el suministro del petróleo por los EEUU. La misma lógica prevalece en las operaciones militares en las aguas de Somalia y del Índico, donde además de disuadir a los piratas, tienen como objetivo no confesado el proporcionar la seguridad a los buques de pesca para seguir con la explotación de las riquezas de estas aguas. La solución a estos problemas no es militar, sino económica mediante la mejora de las condiciones de vida de la población para que no se dedique a la piratería en el Cuerno de África y al terrorismo en el Sahel.

Sobre las migraciones desde el continente africano –que también se están criminalizando–en tu opinión, ¿qué gana y qué pierde África?

Debemos dejar de criminalizar la migración africana que es un derecho humano, un derecho natural a la supervivencia. Contribuye, en los países de acogida, al enriquecimiento de las culturas oriundas y a la renovación poblacional, además de que los inmigrantes se ocupan de los trabajos duros o sucios desdeñados por los nativos. Para los países africanos, estas migraciones tienen un lado positivo y otro negativo. Respecto al primer aspecto, las remesas que envían los inmigrantes a sus países superan con creces, en algunos casos, los fondos recibidos en el marco de la cooperación al desarrollo, además de que se dedican a los aspectos de desarrollo humano (construcción de escuelas, carreteras, dispensarios, pozos de agua potable…), habitualmente descuidados por dicha cooperación. A su regreso, estos inmigrantes son potenciales agentes de cambio –en los ámbitos de desarrollo y democracia, especialmente– por la nueva mentalidad adquirida en los países de acogida. Respecto al segundo aspecto, es una clara pérdida para los países africanos, ya que los inmigrantes constituyen el colectivo más dinámico y atrevido, el único capacitado para la creación de estados sólidos con la concepción de modelos de desarrollo duradero. Es preciso subrayar, en este contexto, la fuga de cerebros que es una verdadera “hemorragia cerebral” de África; a través de este fenómeno, el continente pierde a sus mejores cuadros. Esta fuga de cerebros es el equivalente a tres veces la ayuda al desarrollo.

Otra cuestión es el codesarrollo, que apuesta por el derecho a la libre circulación de los inmigrantes con el fin de dedicarse a sus actividades, que benefician tanto a los países de origen como a los de acogida, y resulta así en beneficios mutuos. Me refiero al verdadero codesarrollo basado en los beneficios mutuos entre los países emisores y los receptores, y no al falso codesarrollo, disfrazado de estrategia de ayuda al retorno. En definitiva, no se debe perder de vista que las migraciones africanas son más internas que externas al encargarse los propios africanos de lo esencial de los flujos migratorios.

Pasando ya a un plano interno, ¿cómo aprecia la oleada democratizadora de la “primavera árabe” (con los matices que implican sus diversos grados de éxito y procedimientos) en el norte de África y qué impacto puede tener en los países de África subsahariana?

No sé si lo que se suele llamar la “primavera árabe” (algo provisional o pasajero) hace alusión a la “primavera de Praga” o a cambios revolucionarios. Al margen de eso, la verdad es que la llamada “primera árabe”, con sus esperanzas y decepciones, puede tener un efecto dominó en el África subsahariana, tal y como esta sucediendo en países como Senegal, con el movimiento “Y´en a marre” (“ya basta”). Pero, su influencia no es decisiva por la sencilla razón de que el proceso de democratización, que se llevó a cabo en el África subsahariana a comienzos de la década de los noventa, nunca llegó al norte de África; allí se mantuvieron los regímenes establecidos (Ben Alí, Hosni Mubarak y Muammar Gaddafi), mediante reformas superficiales, ya que Occidente –para no permitir la toma del poder por las urnas a las distintas corrientes del fundamentalismo islámico, como sucedió en Argelia con el triunfo del FIS– apoyó a estos regímenes fuertes considerados como un mal menor. La “primavera árabe” puede tener un impacto en los países subsaharianos en dos casos: en los países en los que la ola de democratización de comienzos de la década de los noventa fue confiscada, manipulada o bloqueada con la instauración de “democraturas” (democracias formales y dictaduras encubiertas) y “monarquías republicanas” (sucesión en la presidencia de la República de los padres por los hijos); y, segundo, en el caso en los que los poderes establecidos, aprovechando su mayoría parlamentaria, han adoptado leyes para no limitar los mandatos presidenciales, aferrándose así al poder. Es decir, en los países en los que la transición política no fue correcta o acabada y en los que se han producido procesos electorales caóticos y fraudulentos. Es preciso también subrayar que los movimientos actuales de protesta, en algunos países, obedecen más a reivindicaciones sociales que políticas.

Para finalizar, ¿en qué estado se encuentra el movimiento asociativo africano? ¿Qué causas están generando resistencias de cierto calibre? ¿Hay algún otro aspecto social que quiera destacar?

Los movimientos sociales africanos, sobre todo los de tipo occidental, apenas tienen dos décadas de existencia por la larga dictadura del partido único que impidió durante varios años la emergencia de la sociedad civil. Ello contrasta con el dinamismo actual en todos los campos y en casi todos los países, en particular en Senegal y Malí: desde la defensa de derechos humanos y del medioambiente, pasando por la promoción de las mujeres y de la democracia, hasta la mediación en los conflictos postelectorales en muchos países. A pesar de la persecución, represión o intentos de recuperación por los poderes establecidos (empeñados en la creación de una sociedad civil débil y dependiente), estos movimientos han mantenido el listón muy alto con la creación de cortapisas contra los poderes establecidos, a menudo al precio de la vida de sus miembros (caso de Norbert Zongo en Burkina Faso y Floribert Chebeya en la RDC, por mencionar sólo unos ejemplos). Hay que hacer una mención especial a los movimientos de defensa de derechos de la mujer, que destacan por su determinación en la consecución de nuevos roles de las mujeres en la sociedad (igualdad) y en la política o en la denuncia de las violaciones sexuales como arma de guerra en algunos conflictos. También es preciso subrayar el importante trabajo del Foro Social Africano (FSA), ?liderado por altermundialistas como Demba Moussa Dembélé (Director del Foro Africano de Alternativas) o Aminata Dramane Traoré (ex ministra de Cultura de Malí)? con sus actividades de creación de pensamiento intelectual alternativo y soberano mediante el análisis sui generis de los problemas de desarrollo y de democracia, así como de las verdaderas causas de los conflictos africanos, con lecturas novedosas y propuestas de alternativas a los enfoques oficialistas o al vigente orden neoliberal; esto es, al margen de planteamientos o discursos formateados desde el Norte.

En fin, me gustaría subrayar que al margen de las ONG clásicas (con vocabularios y temas inspirados por el Norte y dependientes de las financiaciones externas), existe una larga tradición de asociacionismo en África, con organizaciones oriundas empeñadas en la preservación de las culturas locales o que dan respuestas a los problemas y necesidades locales, integradas por personas que viven en un mismo barrio, aldea o región o pertenecientes a un mismo grupo étnico, promoviendo de este modo los saberes domésticos, y resolviendo los problemas urgentes sin beneficiarse de financiaciones gubernamentales e internacionales. Estoy convencido de que el desarrollo de África pasa por el partenariado entre el Estado y esa sociedad civil.

Acceso a la Entrevista a Mbuyi Kabunda (pdf)

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