Reconsiderando la vida buena

En esa reflexión sobre la naturaleza de «la vida buena», habremos de detenernos en la redefinición de los términos prosperidad y calidad de vida y disociarlos de la mera acumulación de bienes.

Los individuos, las comunidades y los gobiernos pueden dedicarse a proporcionar a las personas lo que más ansían, redefiniendo el término prosperidad para incidir en la calidad de vida en vez de acumulación de bienes.

Apostamos aquí por impregnar de nuevo significado a la vida buena en términos no de riqueza, sino de bienestar. Bienestar que no podrá alcanzarse sin la satisfacción de las necesidades básicas para la supervivencia, pero que tampoco podrá experimentarse si no se ven cumplidos nuestros anhelos de libertad, salud y seguridad basados, como seres sociales que somos, en unas buenas relaciones humanas, uno de los factores más importantes para la calidad de vida.

Y, ¿cómo sería una sociedad que pusiera el bienestar de las personas en el centro? Son numerosos los estudios que demuestran que a más alto nivel de consumo, no aumenta el nivel de bienestar percibido. La insatisfacción creciente y propia de nuestras sociedades de consumo oculta una cuestión sencilla de formular pero no exenta de complejidad: ¿qué nos reporta la economía? Prosperidad, empleo y más oportunidades han sido el mantra dominante durante décadas pero, como sabemos, ni el actual contexto socioeconómico de crisis puede garantizarlos, ni son esas metas una panacea en sí mismas si no van acompañados de felicidad, dignidad y unas vidas con sentido. Para ello, la economía ha de tornarse en instrumento para conseguirlo, y no en obstáculo.

La transición a una sociedad del bienestar será indudablemente un desafío. El consumo seguiría siendo importante, pero una verdadera sociedad del bienestar aspiraría a minimizar el consumo necesario para una vida digna y gratificante. Por muy equivocado que haya sido, el desarrollo consumista del siglo XX puede todavía redimirse si conseguimos que la tecnología y el conocimiento acumulados se inviertan en lograr un mayor bienestar y no una acumulación material cuyo único fin sea perpetuarse.
Efectivamente, la vida buena puede impregnarse de nuevo significado en términos no de riqueza, sino de bienestar: la satisfacción de las necesidades básicas para la supervivencia, así como de los anhelos de libertad, salud, seguridad y unas relaciones sociales gratificantes.

 

Acceso a «Reconsiderando la vida buena«, de Gary Gadner y Erik Assadourian