Entrevista a Miguel Candel
Filósofo gramsciano, helenista, activista en y de mil batallas, profesor emérito de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona, maestro de este entrevistador, Miguel Candel es una de las figuras más lúcidas y consistentes de la izquierda transformadora en Cataluña, una izquierda, por supuesto, fraternalmente unida desde siempre al resto de la izquierda española.
Por Salvador López Arnal
Pregunta: ¿Quién ha ganado las elecciones del 27S? Lo pregunto porque las formulaciones que conocemos no son coincidentes.
Respuesta: Depende del punto de vista y del criterio empleado. Si el criterio es el de considerarlas unas elecciones al Parlament de Catalunya en las que competían diversos partidos o listas electorales, obviamente ha ganado la candidatura denominada Junts pel Sí. Con un matiz: si el objetivo de dicha candidatura (como el de todas las demás) era llevar a la presidencia de la Generalitat a su candidato a tal puesto, Junts pel Sí, de momento, aún no ha ganado (y en este momento –a las 17:45 horas del 19 de octubre de 2015– no sabemos si finalmente ganará). Siendo así, la victoria de Junts pel Sí, encarnada en la persona de Artur Mas, podría acabar siendo una triste –no para mí– victoria pírrica. Por otro lado, si el criterio es el de unas elecciones plebiscitarias, tal como fueron interpretadas por dicha lista y la de las Candidaturas d’Unitat Popular (CUP), es decir, como un referéndum encu- bierto para decidir si la mayoría del electorado catalán estaba o no a favor de la independencia de Cataluña, es obvio que los partidarios de la independencia perdieron el referéndum. Otra cosa es que tampoco se puede decir que lo ganara una coalición contraria a la independencia, puesto que tal coalición no existió, ya que los otros partidos se tomaron las elecciones como lo que real- mente eran: unas legislativas para elegir a los diputados del Parlament de Catalunya, no como un referéndum. Pero eso no legitima las interpretaciones retorcidas que los frustrados independentistas han hecho a posteriori de los resultados habidos: si tú le pides a la gente que vote mayoritariamente por lo que tú propones y no obtienes esa mayoría, has perdido sin más, fueran cuales fueran las intenciones de quienes no han votado a favor de tu propuesta. Pero ya sabemos que en este país nos somos muy fuertes en matemáticas ni en lógica, sin necesidad de que nos lo digan los –por otro lado, discutibles– informes Pisa.
P: Discutibles, dices bien. Y ¿qué explica el buen el resultado de Ciudadanos?
R: Muy sencillo: el hecho de que fue el partido que con más rotundidad se había pro- nunciado en contra de la independencia, sin tener en su contra el estigma de pertenecer (todavía) a la famosa “casta” del bipartidismo (PP y PSC-PSOE). Eso le permitió capitalizar la mayor parte del rechazo a la secesión una vez quedó claro que los independentistas habí- an logrado, mediante su control de los resortes de la Generalitat y de los medios “publicís- ticos” propios y afines, convertir unas elecciones legislativas en un referéndum encubierto donde sólo se ventilaba el Sí o el No a la independencia.
P: ¿Sólo eso en tu opinión, sólo eso se ha ventilado realmente? Si es así, ¿con qué programa se formará el nuevo gobierno?
R: En realidad se ventilaban más cosas. Pero hace tiempo que los sectores partidarios de la secesión han conseguido tapar la realidad con una inmensa estelada. Por eso el pro- grama del nuevo gobierno, si llega a formarse, es una incógnita dentro de un enigma ence- rrado en un misterio.
P: Y ¿qué explica el resultado, digamos regular, del PSC?
R: Razones similares a lo dicho de Ciudadanos, aunque en su caso no se trata de un avance, sino de un frenazo en el proceso de caída libre en que se encontraba. Si hasta entonces le perjudicaban dos cosas, el desprestigio por las políticas derechistas realizadas cuando estuvo en el poder y la deriva nacionalista de muchos de sus dirigentes más cono- cidos, la salida del partido de dichos dirigentes (que también eran los más significados en posiciones políticas neoliberales) permitió a Miquel Iceta presentarse ante los electores, al menos, como abanderado de la no ruptura con el resto de España. Hay que decir también que su campaña, en este sentido, fue seguramente la más convincente y sólida.
P: ¿Qué opinas del resultado de Catalunya si que es pot (CSQEP)? ¿Bueno, regular, pasable o malo?
R: Malo sin paliativos. No es comprensible en términos de aritmética electoral que la suma de Podemos e ICV-EUiA, por mucho que estas sumas nunca sean puramente arit- méticas, pues siempre se pierden votos de disconformes con alguno de los grupos coaliga- dos, arrojara un resultado inferior al obtenido por ICV-EUiA en las autonómicas anteriores.
P: ¿Tu explicación?
R: La explicación, que no soy el único en dar, es que la candidatura quiso situarse fuera de la polarización independencia Sí o No para centrarse en la problemática social, cosa en principio razonable; pero lo hizo de tal manera que apareció como ambigua ante ese tema que, por mucho que no se quisiera aceptar, se había convertido en “el tema” prácticamente único de la campaña. Por desgracia, esa ambigüedad no nacía sólo de su interés por cen- trarse en la problemática social, sino de las posturas dudosas de algunos de los candidatos sobre la cuestión nacional. Fue un disparate mayúsculo, por ejemplo, que el cabeza de lista, nada menos, si quería realmente dejar en segundo plano esa cuestión, sacara a colación el hecho de que votó Sí-Sí el 9-N. ¿Qué necesidad tenía de hacerlo? Sólo una: su necesidad, puramente subjetiva, de “quedar bien” con los sectores independentistas en la vana creen- cia de que así podía granjearse también sus votos.
P: Entonces, ¿eso de las “posturas dudosas de algunos de los candidatos” se refiere tan sólo al caso que citas?
R: Por desgracia, no. Otros miembros de la candidatura se habían manifestado antes de las elecciones en términos que los situaban dentro de la órbita del independentismo. Pienso, por ejemplo, en el incombustible coordinador de EUiA, Joan Josep Nuet, o en Albano Dante Fachín, entre otros.
P: ¿Hay que hacer presidente a Mas, como afirman algunas voces en la izquierda catalan(ist)a? No hablan de votar a favor, sino de abstenerse.
R: No creo que pueda legítimamente considerarse de izquierdas alguien que por activa o por pasiva facilite el acceso al poder de uno de los políticos que ha aplicado con más rigor el programa neoliberal en este país, que sigue desmantelando con prisa y sin pausa el sec- tor público en la sanidad y la educación, que impugna y lleva a juicio convenios colectivos, como el del personal de administración y servicios de las universidades públicas catalanas, porque en ellos se estipula la recuperación de las retribuciones perdidas con los recortes, etc., etc.
P: Te copio de un texto que te he leído en EspaiMarx: «La derecha siempre ha sabido (y por eso, entre otras razones, gobierna por doquier) no caer en la trampa de sus- cribir demandas, por coincidentes que fueran con los intereses de su electorado, si las hacía la izquierda». De acuerdo, de acuerdo, pero ¿a qué viene eso en estos momentos?
R: Viene a cuento de que la izquierda, en cambio, cae una y otra vez en el error de acep- tar los términos del debate político tal como los plantea la derecha. El error estratégico garrafal de salir a combatir una y otra vez a la derecha en el terreno propio de ésta. Podrían, como mínimo, haberse leído El arte de la guerra de Sun Tzu…
P: ¿Y qué habrían aprendido de esa lectura artístíco-guerrera que recomiendas?
R: Tal como veo a los dirigentes más conocidos de nuestra izquierda, albergo serias dudas de que hubieran aprendido nada, porque parecen creer que ya lo saben todo. Pero si no fuera así, podrían haberse enterado de que para vencer al enemigo hay que conocerlo bien. Y ese conocimiento empieza por conocer los elementos que el enemigo ha conseguido infiltrar en tus propias filas. Hablo, en este caso, no de “espías”, sino de ideas del enemigo asumidas como propias.
P: ¿De dónde y cómo, en tu opinión, arranca esta historia en la que seguimos y acaso seguiremos inmersos?
R: Toda esta historia arranca del nefasto día en que Pasqual Maragall, víctima del complejo de autosuficiencia que padecen los de su clase social (que no es precisamente el pro- letariado), decidió “rematar” su (en realidad, precaria) victoria sobre CiU llevando la confrontación política al terreno minado de la cuestión nacional y lanzándose a la reforma del Estatut (presionado, ciertamente, por su socio de gobierno ERC, pero no necesariamente forzado a ello: la motivación principal parece haber sido demostrar a CiU que a nacionalis- ta no le ganaba nadie). Lo que ocurrió a partir de ahí es de sobra conocido.
P: Conocido, desde luego, pero… ¿nos puedes hacer una síntesis?
R: Maragall, por esa capacidad, tan propia de ciertos sectores sociales a quienes la vida les ha ido siempre de cara, de confundir sus deseos con la realidad (reforzada seguramen- te, en su caso, por el éxito indudable de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, pero pues- ta tristemente en evidencia con el fiasco de aquella operación faraónica llamada «Foro de las Culturas», que sirvió básicamente para adornar una operación inmobiliaria de altos vuelos: Diagonal Mar), creyó ingenuamente en la palabra del inconsistente presidente del Gobierno español y correligionario de partido Rodríguez Zapatero, lanzándose a tumba abierta a la redacción de un estatuto de autonomía que entraba en colisión con diversos artí- culos de la constitución vigente (sin que esto implique juicio alguno de valor, positivo o negativo, respecto de dicha constitución).
Y en lugar de someter el texto a un dictamen previo del Tribunal Constitucional, se optó por pasarlo directamente a trámite parlamentario autonómico y central. En el paso por este último fue, como dijo Alfonso Guerra, parcialmente “cepillado”. Pero no lo suficiente como para eliminar cualquier posible riesgo de inconstitucionalidad. Riesgo que el propio Artur Mas, entonces en la oposición en Cataluña, intentó conjurar mediante una negociación directa con Rodríguez Zapatero al margen de cualquier legitimidad democrática. Finalmente, el nuevo estatuto fue aprobado en referéndum por los ciudadanos de Cataluña (con un elevadísimo índice de abstención, por cierto). Luego ocurrió lo que cualquier mente sensata podía haber previsto: que el PP, en su afán por socavar toda iniciativa avalada por gobiernos del PSOE, impugnó ante el Constitucional el texto ya aprobado. El alto tribunal acabó anulando algunos artículos y pasajes del preámbulo y regaló así a los independentistas el pretexto que llevaban años buscando para demostrar que «España nos oprime, nos reprime y nos exprime» (este eslogan no me consta que se haya utilizado nunca, es de mi cosecha; espero no haber, con ello, “dado ideas”; pero lo cierto es que ahora los indepen- dentistas ya no las necesitan: el virus se ha hecho con el control de suficientes células como para asegurar su reproducción futura).
P: Me da que, efectivamente, no están faltos de ellas o de lo que sea. En todo caso me apunto la formulación para el próximo congreso “científico” que celebren: «España nos oprime, nos reprime y nos exprime». Te vuelvo a citar: «Y como la historia no es una película que se pueda rebobinar, ahora estamos en el terreno minado del nacionalismo y lo vamos a estar por bastante tiempo». ¿Por qué?
R: Porque, vistas las fuerzas en presencia, nos va a tocar bailar, no con Iceta, sino con esa izquierda acomplejada que, al igual que los judíos conversos que se pasaban el día friendo tocino para demostrar que habían abjurado de la ley de Moisés, se siente obligada a jurar cada dos por tres su inquebrantable fe en el derecho de autodeterminación, no en general y para los pueblos oprimidos, sino aquí y ahora, en la Cataluña actual, frágil don- cella ultrajada por el brutal macho carpetovetónico radicado en los Madriles.
P: ¿Qué debería decir en este punto el programa de la candidatura de izquierda en las próximas elecciones generales, las del 20 de diciembre?
R: Si de mí dependiera, el programa de una candidatura de izquierda para las genera- les diría, sobre la cuestión nacional, algo así:
«En su primera formulación histórica, el derecho de autodeterminación (o libre determinación) no es el derecho a debatir y elegir entre unión o separación, como un asunto en el que caben diversas opciones, sino el derecho de secesión pura y simple sin discusión previa, reconocido a gru- pos humanos sometidos a un poder sobre el que no ejercen control alguno. Tal no es hoy día, por mucho que se quieran magnificar los “agravios” (que la nuestra no es la única comunidad autó- noma en padecer), el caso de Cataluña y sus habitantes. No obstante, dado el innegable componente subjetivo del concepto de nación (una nación es, en el fondo, una noción compartida con la que se identifica un determinado grupo humano, algo que evidentemente sí es el caso de una parte muy importante de la población de Cataluña), no podemos negarnos a que se plantee la cuestión del vínculo de Cataluña con el resto de España mediante alguno de los mecanismos democráticos de decisión generalmente reconocidos en derecho. No es ésta una cuestión que consideremos prioritaria frente al cúmulo de problemas sociales que abruman a la mayoría de la población en Cataluña, España y el mundo. No cabe, pues, esperar de nosotros que tomemos ninguna iniciativa al respecto. Pero respetaremos posibles iniciativas tomadas por otras fuerzas políticas democráticas, en cuyo caso, fieles a la tradición de la izquierda que hizo suyo el lema: «trabajadores de todos los países, uníos, la propuesta que haremos a los ciudadanos será la de no romper los lazos jurídico-institucionales entre Cataluña y el resto de España, dando preferencia a soluciones de tipo claramente federal.»
P: ¿Y qué hay que entender por federalismo en este contexto? ¿Qué España fede- ral tienes tú en mente?
R: Me estás repitiendo la pregunta trampa que los secesionistas suelen formular a los que se definen como federalistas. Trampa que consiste en dar por supuesto que no está nada claro en qué consiste un Estado federal y que, por tanto, el federalista no tiene nada sólido que oponer a la independencia. Pero ¿es que acaso no hay ningún Estado federal en el mundo de cuyo funcionamiento se pueda inferir cuáles son las características propias de semejante tipo de Estado? ¿No existe un país llamado «República Federal de Alemania», otro llamado «Confederación Helvética» (que, pese a su nombre, tiene desde 1848 una constitución federal), no es federal la Unión India o el Canadá (pese a que los estados miembros de ésta se llamen “provincias”)? Hacerse el tonto (o llamar tonto al adversario) no exonera a nadie de saber que una federación es una unión de territorios dotados cada uno de ellos de una administración pública propia formada por los tres poderes clásicos (legis- lativo, ejecutivo y judicial) y amparados (no “sometidos”) por una administración federal igualmente tripartita que retiene una serie de competencias consideradas de interés común a todos los territorios federados. Y en caso de conflicto, por ejemplo, entre actos legislativos de esos diferentes niveles, prevalece el nivel superior o federal (al contrario de lo que ocu- rriría en una estructura confederal, que por eso mismo acostumbra a ser inestable y ha acabado siempre, históricamente, por dar paso a una estructura federal). El contenido que se dé a las competencias de cada nivel ha de ser, obviamente, resultado de un proceso constituyente. Algo que a primera vista parece mucho más complejo que una ruptura unilateral, pero que, sin embargo, a poco que se piense, es mucho más viable, en la medida en que minimiza el conflicto de intereses.
P: Hay quien piensa que el objetivo del procés no es la independencia (imposible de facto, afirman algunos), sino marear la perdiz con su reivindicación. ¿Por qué sería imposible de facto?
R: Me parece obvio: porque ningún gobierno de España (de derechas o de izquierdas, me atrevo a decir) estaría en condiciones de aceptar que una parte sustancial de la población y el territorio del actual Estado rompiera completamente los lazos con el resto. No sólo en consideración a los intereses de las regiones más pobres que hoy se benefician de la solidaridad de las regiones más ricas, como Cataluña, sino en atención a los intereses rea- les de los propios habitantes de Cataluña, pues la práctica totalidad de los economistas “no alineados” políticamente en torno a esta cuestión vaticinan graves problemas económicos durante largo tiempo para los dos “trozos” resultantes de la ruptura. Y si el Estado español rechaza hacerse el harakiri y no acepta, en consecuencia, la independencia de Cataluña, parece obvio, visto el cúmulo de declaraciones en ese sentido, que ningún Estado extranje- ro de importancia la aceptará. Y una independencia que no reconoce prácticamente nadie deja automáticamente de ser tal.
P: ¿Marear la perdiz? ¿Para qué? ¿Qué pretenden los llamados independentistas? ¿Cuál es su programa oculto, si existe tal programa?
R: No todas las fuerzas independentistas utilizan el procés como maniobra de diver- sión. Parece claro que ERC y las CUP tienen sinceramente como objetivo real la independencia. Pero son muchos los datos que abonan la creencia de que CDC (o lo que queda de ella) se subió a ese carro para que no la pillara el toro de la protesta social contra los recortes. Maniobra evasiva que –hay que reconocerlo– le ha salido redonda: como por arte de ensalmo, muchísimos de los que salían a la calle a protestar con bata blanca o chalecos verdes y de otros colores mudaron tan polícromo vestuario por otro no menos polícro- mo, la estelada. Y las protestas sociales se diluyeron como un azucarillo. Artur Mas ha bati- do todas las marcas en el arte de esconder las propias vergüenzas políticas envolviéndo- se en una bandera.
P: Creo que uno de sus consellers, el de Territorio, Santi Vila, ha llegado a reconocerlo. ¿Y qué debería hacer la izquierda del resto de España, en tu opinión?
R: En gran parte, lo que ya hace, pero con más contundencia, insistencia y claridad: abo- gar por la profundización de los principios de libre solidaridad, igualdad y, consiguientemente, no discriminación entre ciudadanos españoles, independientemente del territorio donde vivan. Principios de los que se desprende con toda naturalidad una concepción federal del Estado en que se respeten todas las peculiaridades culturales de los diversos territorios y sus habitantes, incluso si se expresan mediante la invocación del concepto de nación, y en que se dé un reparto equitativo de las cargas tributarias. Todo ello, por supuesto (pues estamos hablando de partidos de izquierda), subordinado al objetivo principal de la izquierda, que es acabar con las desigualdades sociales y con la explotación de los seres humanos en todas sus formas.
P: ¿Y la cosa va para largo o ves alguna salida en un plazo más o menos corto?
R: Es arriesgado hacer profecías en un mundo como el nuestro, tan sensible al «efecto mariposa». De momento, y con los datos actuales, diría que la cosa va para largo. Es mucho lo que la derecha (catalanista y españolista) ha envenenado el tema y mucho lo que la izquierda (española y catalana) se ha dejado envenenar. No preveo un rápido «lavado de estómago».
P: ¿No puede haber cambios en el Gobierno de España que faciliten un poco las cosas?
R: Puede haberlos y creo que los habrá, pero me remito a mi respuesta a la pregunta anterior para vaticinar que tardará en notarse una mejoría en el cuadro clínico del país.
P: ¿Quieres añadir algo más?
R: Que agradezco la oportunidad de expresar mis preocupaciones e ideas al respecto, por si sirven de algo. Me está tocando vivir un final de época (mundial y biográfica) muy turbulento y no quisiera irme al otro barrio sin vislumbrar la luz al final túnel (y no me refiero a esa conocida visión que dicen tener algunos moribundos). En cualquier caso, esperaré contra toda esperanza, pues el ser humano, aunque no es la octava maravilla del universo, ha dado muchas pruebas de ser capaz de lo peor, pero también de lo mejor. En algún momento la moneda tiene que caer –y caerá– de cara.
Con toda seguridad, querido compañero y maestro. La verdad, dijo un clásico que sueles citar, es revolucionaria.
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