La noticia de la posible reapertura de la vieja central de Garoña, en la provincia de Burgos, ha vuelto a reabrir el angustioso debate en torno a la energía del átomo, a sus costes y a los diferentes problemas y riesgos que conlleva su producción.
Una vez más, España va a contracorriente en relación con el resto de Europa (Italia y Austria apostaron por el cierre definitivo ya hace muchos años a través de referéndum, Suiza también lo hizo recientemente y Alemania está preparando un plan para el cierre progresivo de sus centrales). Se apoya la opción nuclear con la retórica vacía de la producción limpia y segura, de la garantía del suministro eléctrico básico de la población (¡que no está en peligro!), y de la hipótesis de que podría servir para abaratar los costes de las facturas eléctricas, que en los últimos meses han experimentado importantes encarecimientos.
Aunque el plan Garoña con muchas probabilidades no seguirá adelante, sobre todo, por los problemas planteados por las dos eléctricas que controlan Nuclenor, la empresa concesionaria; la estrategia de alargar la vida de las centrales nucleares es evidente y la propuesta del CSN con respecto a Garoña en ese sentido era un mero trámite, o mejor dicho una excusa para sentar un precedente. El objetivo real son las demás centrales del Estado, para continuar perpetuando el clientelismo y los intereses cruzados entre una cierta parte de la política y el oligopolio de las eléctricas.
Pero los problemas del almacenamiento de los residuos, el enfriamiento de los reactores, el desmantelamiento de las instalaciones, etc., siguen ahí y continúan amenazando la seguridad de un pueblo que rechaza mayoritariamente la opción nuclear y demanda una nueva política energética. Chernóbil, Fukushima y, muy recientemente, el incendio en un reactor de una central nuclear en Francia (incidente que pasó prácticamente desapercibido en la prensa) están presentes en la cabeza de mucha gente.
Ante la peligrosidad de que se reactive el canal de la producción nuclear y se impida con ello el tránsito hacia un modelo alternativo basado en verdaderas energías renovables (cuya producción y aprovechamiento faciliten la descentralización y democratización de la energía, como muestra Ruitort en su libro Energía para la democracia, editado por FUHEM Ecosocial y Catarata, en 2016) os proponemos una selección de artículos que creemos puedan ayudar a centrar el debate de la energía nuclear entorno a cuestiones ecosociales relevantes.
Henning Mankell, los residuos radiactivos y el muy oscuro legado de la humanidad, Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 135, otoño 2016, págs. 127-137.
Los residuos radiactivos han sido considerados por la industria nuclear como una externalidad inevitable por la que no deberíamos preocuparnos. Sin embargo, han sido los residuos radiactivos de plutonio los que han dado pie a una nueva etapa geológica, el Antropoceno, como se acordó en el Congreso Internacional de Geología celebrado en Sudáfrica en septiembre de 2016.
La generación de estos residuos tiene orígenes diversos: la producción de energía eléctrica de origen nuclear, el desmantelamiento de las instalaciones nucleares, la utilización de radioisótopos en múltiples actividades de la industria, la medicina o la investigación, etc. Lo que suele llamarse gestión de los residuos radiactivos es el conjunto de actividades administrativas y técnicas necesarias para la manipulación, tratamiento, acondicionamiento, transporte y almacenamiento de estos residuos, teniendo en cuenta, se afirma oficialmente, «los mejores factores económicos y de seguridad disponibles».
Desde la perspectiva de la industria atómica existente, mientras no tengamos otra solución, los residuos no van a caber en las centrales y se van a tener que guardar en almacenes. En este punto entran en acción dos alternativas: ubiquémoslos en subterráneos o mantengámoslos a vista. El criterio más sensato, sin ningún atisbo de duda, es el segundo, tener este material a la vista ya que, como afirmaba Henning Mankell en su obra póstuma, Arenas movedizas, «el olvido es oscuridad»: queremos extinguir toda la luz de la memoria que nos puede recordar lo que, quienes hoy estamos vivos, «enterramos –u olvidamos– un día en el corazón de la montaña; aquello de cuya existencia no queríamos que supieran nada las generaciones venideras, mucho menos que pudieran detectarlo y, finalmente, encontrarlo».
Sospecha de irregularidades en la minería del uranio en Salamanca, José Ramón Barrueco Sánchez, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 135, págs. 141-146.
En este artículo se aborda la problemática surgida en Salamanca donde Berkeley Minera de España S. L. (filial de la empresa australiana Berkeley Resources) ha fijado sus intereses para la explotación de una mina de uranio. Con este fin, ha forjado una red clientelar entre los municipios afectados, comprando voluntades entre la población y políticos locales a la vez que se ha beneficiado del apoyo de altos cargos de las distintas administraciones.
En Europa ya solo hay minas de uranio en la República Checa y Rumanía, pues se han clausurado todas las minas de este tipo en Europa occidental. Países como Francia, Portugal o España habían abandonado esta actividad minera por su alto impacto ambiental y escasa rentabilidad, ya que no hay que olvidar que se trata de una mina de uranio, y así, el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) exige que los residuos que se producen sean considerados como radiactivos. Estos residuos serán almacenados en la mina de por vida, estimándose que tardarán miles de años en degradarse.
De nuevo, nos encontramos ante un ejemplo de la actuación de empresas con grandes intereses económicos, que priman más que la salud de las personas o el medioambiente de nuestro territorio. Y los intereses políticos confluyen con los de los poderosos en contraposición con los de la sociedad civil, que intenta luchar para que los efectos negativos de esas actuaciones no afecten a las zonas donde habitan.
Sin embargo, en el aire queda una cuestión irresuelta: ¿quién asumiría el coste de restauración de la zona donde se hayan realizado las labores mineras si la empresa abandona a mitad de camino?
Fukushima: un antes y un después de la industria nuclear, Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 113, primavera 2011, págs. 167-174.
Tras el desastre de Fukushima, muchos se preguntaron por qué se han ubicado en Japón tantos reactores al lado del mar en una zona propensa a maremotos. La Union of Concerned Scientists lo documentó, entonces, con detalle: por razones económicas. No hay que pagar por el agua del mar, sale muy barata, regalada, rebaja costes y aumenta beneficios, especialmente en un país sin ríos de caudal importante.
De igual manera, al calor del maremoto de 2011 que dejó al descubierto las irregularidades en el sistema de seguridad de la central nuclear, destruida por los efectos colaterales del seísmo, se reavivó el debate sobre la benignidad de la energía nuclear. Las posiciones a favor, movidas principalmente por intereses económicos, defienden sus ventajas. La realidad, no obstante, muestra lo contrario: ni es ilimitada dada las reservas internacionales de uranio; ni es limpia analizada en su conjunto; ni es barata si sumamos todas las externalidades y el inmenso pozo sin fondo que representa el tratamiento de los residuos radiactivos (ya en 1984 la revista Forbes calificó la energía nuclear del «mayor fiasco en la historia económica norteamericana»), ni desde luego es segura. Por si faltara algo, está envuelta en el oscurantismo, las falsedades y la manipulación de la opinión pública. Y, en ocasiones, en el miedo y el servilismo.
El poder del lado oscuro de la fuerza. Presiones, falacias e intereses atómico-nucleares, Eduard Rodríguez Farré y Salvador López Arnal, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 106, verano 2009, págs. 117-139.
Lo nuclear ha vuelto a primer plano: aparece frecuentemente, y con intereses no ocultados, en primera página de diarios, revistas y publicaciones. Este es el marco –político, económico, militar, de seguridad, de (des)información a la ciudadanía– en el que se suele mover y proyectar la industria nuclear, en el cual suele “olvidarse” la gran cantidad de residuos radiactivos peligrosos que se generan y sus decenas de miles de años de vida.
Pero la energía nuclear no sólo es una energía potencialmente peligrosa y contaminante sino también cara. Para algunos analistas es, esencialmente, un desastre económico que perdió hace tiempo la batalla de la competitividad.
El corolario político es claro: la generación de energía altamente centralizada sirve a las necesidades de economías altamente centralizadas, es decir, la acumulación exclusiva de capital a un amplio coste social.