Entrevista a Hope Jahren

Entrevista a Hope Jahren.

Nuria del Viso

FUHEM Ecosocial

«Consumimos tanto que ni siquiera somos capaces de gestionar la basura que generamos»

FUHEM Ecosocial entrevista a Hope Jahren, geoquímica y geobióloga estadounidense y profesora en el Centro para la Evolución de la Tierra y la Dinámica de la Universidad de Oslo, con motivo de la publicación de su libro: El afán sin límite: cómo hemos llegado al cambio climático y qué hacer a partir de ahí, editado por Paidós.

Nuria del Viso (NdV): Ese afán sin límite al que se refiere el título de su nuevo libro se relaciona estrechamente con los combustibles fósiles. ¿Cómo se entrelazan ambos elementos?

Hope Jahren (HJ): En inglés el título es The Story of More, y la traducción del título al español me parece  preciosa, porque creo que capta algo que en inglés solo puedo expresar al hablar. Cuando hablo con alguien sobre el libro, a menudo le explico que con ese «more» no me refiero a un simple «más». La historia de ese más es que antes consumíamos energía y recursos, hasta que fuimos capaces de estar mejor preparados, de resguardarnos de la intemperie, de cuidar los unos de los otros y de gozar de buena salud. Sin embargo, lejos de detenernos ahí, seguimos consumiendo más hasta alcanzar el nivel del lujo. En el libro expongo que hemos seguido creando más y más cosas, hasta tal punto que ahora tenemos que idear nuevas e imaginativas maneras de deshacernos de todo ello. Consumimos tanto que ni siquiera somos capaces de gestionar la basura que generamos. Empleamos combustibles fósiles para fabricar objetos en fábricas, por ejemplo. Los empleamos para transportar esos objetos hasta donde estamos. Los empleamos para desplazarnos a nuestro puesto de trabajo, donde trabajamos para ganar dinero que gastar en comprar esos objetos que transportamos hasta donde estamos. Por lo tanto, los combustibles fósiles están en la raíz de muchas cosas: objetos, ropa, alimentos, tecnología, etc. Ese más que ansiamos está fabricado con combustibles fósiles, se transporta con combustibles fósiles, se empaqueta con combustibles fósiles…  y toda esa cantidad de lo que yo llamo más genera tales desechos que para deshacernos de ellos necesitamos combustibles fósiles. Por ejemplo, el 40 % de los alimentos acaban en la basura y son luego transportados, procesados, etc. Así que hemos caído en esta espiral tan extraña en la que creamos cosas que ni siquiera terminamos consumiendo, quemando combustible a lo largo de toda la cadena.

Quemamos combustible para generar una necesidad de combustible, después quemarlo, y así sucesivamente . El libro trata de señalar lo absurdo que resulta todo ello cuando lo observamos en su conjunto.

De acuerdo, hubo un momento en el que estos recursos mejoraron nuestra salud, nos proporcionaron abundancia y permitieron que nuestras vidas florecieran, pero hemos llegado a un punto en que no solamente estamos degradando el planeta, sino también a nosotros mismos.

 

NdV: En su libro repasa meticulosamente los principales problemas con los que nos enfrentamos en el presente en muy diversos ámbitos, ecológicos (sexta extinción de la biodiversidad) y sociales (encrucijada de la energía, cambio climático).

¿Pueden identificarse elementos sistémicos o estructurales en este “fallo generalizado”?

HJ: Creo que todo empezó cuando dejó de parecernos suficiente. Y eso que en el mundo hay muchos que todavía no tienen suficiente: suficientes medicamentos, suficientes alimentos, suficiente electricidad para llevar a cabo sus tareas diarias… Creo que cuando construíamos casas y empezamos a tener coches, televisiones, electricidad, cierta comodidad, etc. nos dimos cuenta de que tener más cosas y más energía disponible hacía que nuestras vidas fueran mejores. Y en algún punto del camino comenzamos a creer que más siempre iba a significar mejor, que no tendría ninguna consecuencia.

Seguimos fabricando y vendiendo, fabricando y vendiendo, fabricando y vendiendo todas esas cosas que nadie necesita realmente, mientras dañamos al planeta.

Nuestras propias buenas intenciones nos han atrapado en una caja, seguimos avanzando con los ojos vendados por el camino del consumo, y es hora de hacernos una pregunta. Esa pregunta no es «¿deberíamos llevar esta vida?», sino «¿acaso queremos llevar esta vida?».

 

NdV: Para combatir el afán sin límite, usted argumenta una propuesta movilizadora y de esperanza, frente al miedo paralizador, que consiste en “consumir menos y compartir más”, lo que precisa un profundo cambio cultural, de valores.

¿Cuáles serían otros ingredientes del cambio? ¿Cómo movilizar a los mil millones para quienes la transformación implica renunciar a ciertos privilegios? ¿Cómo puede la ciencia contribuir a ese fin?

HJ: Yo soy profesora. No soy política, ni legisladora, ni trabajo para el gobierno. Soy profesora. Como tal, basándome en el trabajo que llevo desarrollando durante décadas, creo que la forma más poderosa de cambiar a una sociedad es persona a persona : que una persona reciba una información nueva, aprenda algo, lo utilice para cambiar su vida y sus conductas y en el transcurso de una generación el mundo habrá cambiado. Estoy convencida de que cuando la gente empieza a ver la relación entre las pequeñas decisiones que tomamos día a día, la energía que consumimos y los desechos que generamos, cambia la forma en la que ve su vida, la forma en que se relaciona con los demás, y en la siguiente generación el mundo ya será diferente, porque la generación anterior ha aprendido algo nuevo. Esa es mi esperanza para el futuro.

Cuando hablo con la gente sobre estos temas, sea en clase o a raíz del libro, me doy cuenta de que cambiar cosas como el tiempo que pasamos conduciendo o lo que compramos cuando vamos al supermercado no tiene por qué significar renunciar a privilegios . Algunos de los cambios (consumir menos, a veces incluso hacer menos) nos permiten pasar más tiempo con los demás y nos ayudan a conocernos mejor. Esto no supone perder privilegios, sino ganar tiempo, salud y vida. Creo que muchas de las veces no son realmente sacrificios, son decisiones que tomamos porque queremos darnos algo mejor y actuamos en consecuencia.

 

NdV: En el capítulo “Pasar a la acción” usted basa sus recomendaciones en la información, la sensibilización y la movilización individual. ¿Qué papel corresponde en estos cambios a las instituciones —gobiernos, empresas, medios de comunicación, academia—?

HJ: Los cambios pueden venir desde abajo, motivados por una gran cantidad de personas como tú y como yo, e ir subiendo, o pueden venir desde arriba en forma de normas y políticas establecidas por una institución, un gobierno o la industria. Normas que prohíben generar determinados desechos, consumir determinada energía, etc. Sería fantástico que se creasen esas normas, que se creasen las normas que necesitamos. He visto a colegas de la universidad y a activistas medioambientales reclamar políticas, suplicar políticas, pedir políticas y esperarlas durante años y años, pero esas políticas jamás llegarán. Yo creo que es hora de mirarnos a nosotros mismos, porque el consumo energético es la suma de todo un conjunto de pequeñas decisiones sobre las cuales tenemos cierto control.

Comemos tres veces al día, consumimos energía 30 veces antes de llegar al desayuno. Y sí que tienes algo de control sobre las decisiones que tomas, si empiezas a darte cuenta y a observar esas decisiones, desarrollarás otra conciencia, no solamente sobre la energía que consumes tú, sino sobre la que ves consumir a tu alrededor. También creo que es una cuestión de asumir la responsabilidad de que el cambio climático es algo que nosotros hemos provocado como sociedad. No es algo que nos haya hecho un señor malo sin nombre, ni una industria ni un gobierno determinados. Es la suma total de todos los cambios en nuestro estilo de vida a lo largo de los últimos 50 años, y creo que el verdadero cambio solo se hará posible cuando seamos muchos los que examinemos nuestras vidas, tanto a nivel individual como colectivo.

 

NdV: ¿Existe relación entre la COVID-19 y las pandemias en general con ese afán sin límite? ¿En qué medida esta pandemia está para quedarse?

HJ: Una de las peculiaridades de la COVID-19 es que ha surgido en una era con un tráfico aéreo muy intenso. El número de vuelos que despegaban a diario hace un año era el doble que hacía 10 años. La COVID-19 apareció como cualquier otra de las muchísimas enfermedades contagiosas, pero la posibilidad de coger un avión y hacer Wuhan – Milán – Londres – Nueva York – Seúl – Tokio en el transcurso de 10 días no existía hace tan solo 10 años. Por eso, las características de cómo la COVID-19 se ha extendido por el mundo son especiales. Por ese afán sin límite.

 

NdV: Recientemente se observa una tendencia preocupante de corrientes que niegan el conocimiento científico: negacionistas del cambio climático, terraplanistas, antivacunas, anti-COVID… Como científica de larga trayectoria, ¿qué consideración le merece el cuestionamiento de la ciencia desde la no-ciencia o las meras creencias? ¿Cómo contrarrestarlo?

HJ: Cuando alguien me cuenta algo, siempre pienso «¿Qué hace que le crea o no?». Si viene alguien desconocido y me cuenta algo, ¿qué me convence de que tengo que creerle? En mi opinión, son aspectos de la propia naturaleza humana, son cosas como: ¿Me está tratando con respeto? ¿Le importa que yo sepa esto? ¿Está intentando que haga algo, que compre algo? ¿Por qué quiere que sepa esto?

Todas estas preguntas son importantes cuando alguien nos da una información, y los científicos no solamente tienen una responsabilidad en cuanto a cómo generan información, cómo la descubren, sino también sobre lo bien que la comunican. A nadie le gusta que lo manipulen, ¿verdad? Si crees que alguien te está contando algo con el único propósito de manipularte, te vuelves escéptico. Y yo sí que observo un elemento desafortunado de manipulación. He oído a gente recomendar que deberíamos inspirar más miedo, que la respuesta al cambio climático es que la gente sienta más miedo de las consecuencias, porque presuponemos que el miedo hace que algo te importe más y, por lo tanto, será más probable que hagas algo al respecto.

No me parece responsable sembrar miedo en la gente de forma intencionada usando tu conocimiento como experto; yo no fui a la universidad para eso.

Mi experiencia en la docencia y la comunicación, sea cual sea el tema, es que la gente va a creer en algo si puede observar cómo sucede. Esto es algo que yo utilizo muchas veces a lo largo del libro: hablo de cómo han cambiado las cosas desde mi infancia hasta hoy. Yo crecí en el norte de los Estados Unidos, cerca de la frontera con Canadá, y antes podíamos patinar sobre el hielo durante todo el invierno. Ahora, esos lugares en los que patinábamos ya no se hielan. Creo que ejemplos como este son muy eficaces para que la gente crea o, mejor dicho, vea la evidencia del cambio climático en sus vidas con el paso del tiempo. Desde luego, son mucho más eficaces que simplemente decir que ha aumentado la temperatura o mostrar un gráfico. Lo que pasa es que se necesita tiempo.

Se necesita contar una historia y se necesita pararse a escuchar. Y hemos de reconocer que no todo el mundo ve las cosas del mismo modo. No todo el mundo tiene las mismas experiencias. La ciencia no va de decirle a la gente lo que tiene que hacer o a quién tiene que creer; va de proporcionarles una información que les sirva para decidir qué creer y qué es lo que quieren hacer. Por eso elegí abordar este problema escribiendo un libro y no de otra forma.

 

NdV: Margulis, Lovelock, Haraway, Latour, Maturana, y muchos más, incluida usted misma, han hecho valiosas aportaciones a las teorías de las ciencias de la vida. ¿Nos encontramos en un punto de ruptura y gestación de un nuevo paradigma científico respecto a la naturaleza y sus interconexiones?

HJ: ¡Espero que sí! Sin embargo, no creo que haya forma de saberlo hasta que no haya sucedido. Creo que en la vida, cuando tus ideas cambian, no te das cuenta hasta pasado un tiempo. De pequeña odiaba las aceitunas, pero ¡ahora me encantan! Y ese momento en que muerdes la primera aceituna y no te desagrada, realmente no lo recuerdas, ¡no eras consciente mientras sucedía! [se ríe].

Tengo la esperanza de que en los últimos años de mi carrera profesional el paradigma haya cambiado, de poder echar la vista atrás y describir cómo antes pensábamos diferente.

Pero ahora mismo no puedo mentir y decir que sé lo que va a pasar, es imposible.

Hope Jahren es geoquímica y geobióloga estadounidense y profesora en el Centro para la Evolución de la Tierra y la Dinámica de la Universidad de Oslo, donde ostenta la cátedra J. Tuzo Wilson como miembro electo de la Academia Noruega de Ciencias y Letras. Es una de las 100 personas más influyentes del mundo, según la revista Time y ha recibido tres premios Fulbright de geobiología. Es la única mujer que ha recibido la Medalla para Jóvenes Investigadores en Ciencias de la Tierra. Es autora de El afán sin límite y de La memoria secreta de las hojas, además de numerosos artículos científicos.

Nuria del Viso

FUHEM Ecosocial

Septiembre 2020