La educación del compromiso ecosocial en la infancia, la adolescencia y la juventud

Artículo de Yayo Herrero en  el informe “Ciudadanía Global. Una visión plural y transformadora de la sociedad y de la escuela”:

Nos encontramos en un estado de emergencia planetaria. La humanidad y los ecosistemas de los que dependemos se enfrentan a una grave e irreversible crisis climática, al declive de recursos energéticos fósiles y de otros minerales, a una acelerada pérdida de la biodiversidad y una creciente contaminación química. Todo ello, además, en un contexto de lacerante explotación humana y de creciente desigualdad determinada por la clase, el género o el lugar de nacimiento.

1. NECESITAMOS UN CAMBIO DE RUMBO

Han transcurrido más de cuarenta y cinco años desde que el informe Los límites del crecimiento (Meadows, et al., 1972), auspiciado por el Club de Roma, advirtiera la inviabilidad del crecimiento sostenido de la economía y el consumo en un planeta con límites físicos. Aquel informe anticipaba de forma certera lo que hoy es ya nuestra realidad material: la translimitación de la biocapacidad de la Tierra, el cambio climático y la guerra despiadada y desigual por los recursos. Una situación que se acentúa cada vez más y que dificulta la supervivencia y la vida digna para la mayor parte de la humanidad y para muchas otras especies. Posteriormente, el mismo equipo del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) siguió alertando sobre el aumento de la crisis ecológica en el mundo a los 20 y a los 30 años de su primer informe. Estábamos ya “más allá de los límites del crecimiento” (Meadows, et al., 1992, 2004). La directora de los informes escribió durante muchos años una columna en la prensa, titulada El ciudadano global, para divulgar y hacer accesibles a públicos amplios las investigaciones sobre las consecuencias de la destrucción del medioambiente (Meadows, 1986-2001). Más recientemente se ha vuelto a retomar el tema de los límites del crecimiento desde una perspectiva ecológica más radical (Bradi, 2014).

La comunidad científica ha venido alertando sobre todos estos problemas en informes e investigaciones inequívocos. Sin embargo, el negacionismo, deliberadamente creado, alentado y financiado por personas que defienden intereses económicos que se contraponen a la conservación de la vida ha conseguido generar dudas en muchos sectores sociales y retrasar transformaciones que deberían haberse acometido hace muchos años.

La gobernanza internacional, por el momento, se muestra incapaz de responder a lo que la comunidad científica plantea y las tibias acciones emprendidas se quedan muy cortas para encarar la crisis ecosocial de forma justa. Sin ir más lejos, los infructuosos resultados de la COP25, presidida por Chile y celebrada en Madrid, ponen de manifiesto que la política está abandonando a la gente, sobre todo a la más empobrecida y vulnerable. Las élites económicas y políticas actúan como si hubiesen desahuciado a parte de la humanidad.

Urge un cambio de rumbo que reconozca los límites físicos de la Tierra y que impulse formas de organizar la vida en común basadas en la justicia, el reparto y la dignidad. Este cambio no vendrá concedido graciosamente por un poder que lleva décadas sin hacer nada y que más bien profundiza, año tras año, el hoyo en el que nos hundimos. No habrá una transformación proporcional a la dimensión de la crisis a menos que mucha gente común se involucre en exigirla y en construirla.

Una parte creciente de la sociedad civil no se resigna y desde hace decenios se organiza para intentar recomponer los lazos rotos con la naturaleza y entre las personas. Son personas y movimientos conscientes de que la profunda crisis civilizatoria que atravesamos no se resuelve solo con medidas técnicas. Requiere un giro radical en la forma de consumir, de producir, de repartir la riqueza, pero también de los valores y del sentido que le otorgamos a la vida.

Las movilizaciones en torno a la justicia ambiental han sido, en todo el mundo, una fuente constante de conocimiento, lucha y cooperación entre personas del Norte global y el Sur global. Las resistencias de los pueblos originarios y campesinos ante los proyectos de las transnacionales extractivistas o el agronegocio; las mujeres de zonas de sacrificio que resisten; las luchas contra la especulación urbanística, los movimientos en defensa de la vivienda, de la soberanía alimentaria, etc. Personas, muchas de ellas mujeres, que en diversas latitudes van conformando una ciudadanía global consciente de la devastación del territorio y de las vidas.

Pero es preciso reconocer que, aunque las proyecciones que el movimiento ecologista ha venido haciendo se están cumpliendo con exactitud, ha sido una iniciativa minoritaria y la única manera de contrarrestar un poder económico, político y militar desmedido que se sustenta sobre los pilares de la insostenibilidad, la desigualdad y el racismo pasa por conseguir que sumemos a muchas personas más.

Recientemente, un potente movimiento internacional integrado por personas muy jóvenes ha irrumpido en la escena política reclamando su derecho a tener futuro y ha imprimido a las luchas ecosociales una proyección pública mucho mayor de la que habían tenido nunca. Se trata de un movimiento que no admite paños calientes y que exige a la política que actúe de forma consecuente con la información que ofrece la comunidad científica; que se ponga fin a una búsqueda desenfrenada de beneficios que no duda en arrasar con la vida en sus diferentes manifestaciones.

Un movimiento que defiende, como venía haciendo el ecologista, que solo mirando el problema cara a cara y organizándonos para afrontarlo podemos mantener viva la esperanza de recomponer nuestro mundo en crisis.

No deja de ser significativo que la juventud e infancia de los Fridays for Future se articulen fuera de las escuelas y que romper con la normalidad de la educación formal sea su manera de luchar. Denuncian sin tapujos cómo muchas de las cosas que estudian no tienen sentido si están descontextualizadas y desconectadas de la realidad que están viviendo. Interpelan dolorosamente al mundo político y económico, al mundo adulto infantilizado que actúa ignorando una realidad que, obviamente, no desaparece por no mirarla.

2. ¿QUÉ SE APRENDE EN LAS ESCUELAS SOBRE LA CRISIS ECOSOCIAL?

A la luz de lo anterior, facilitar la construcción de una nueva ciudadanía consciente del momento que vivimos, capaz de actuar en lo local, de comprender los procesos globales y comprometerse con el cambio se convierte en una cuestión central que debe ser promovida desde los primeros años de vida.

Los sistemas educativos formales no solo no están adaptados a las necesidades de los tiempos que vivimos, sino que, con frecuencia, promueven culturas y estilos de vida que conducen a más velocidad hacia el colapso.

Las culturas sostenibles son generalmente presentadas como atrasadas y la vulneración de sus derechos más básicos no forma parte de los aprendizajes en la escuela. Las soluciones que se ofrecen son meramente tecnológicas y las acciones que pueden realizar las personas son individuales e irrelevantes para la escala del problema.

Un estudio llevado a cabo por Ecologistas en Acción sobre el currículo oculto antiecológico revisaba los libros de texto de todas las asignaturas en España y mostraba que, no solo no había un tratamiento suficiente de la problemática ecosocial, sino que una buena parte de los contenidos profundizaban concepciones sobre el mundo dañinas para los ecosistemas y las personas (Cembranos, Herrero y Pascual, 2007). Los libros analizados eran usados prácticamente en todo el territorio español, pero muchas de las editoriales que los habían elaborado publican también materiales educativos en muchos lugares de América Latina y están vinculadas a importantes grupos empresariales cuyos intereses se ven perjudicados si se actúa para abordar la crisis
ecosocial con seriedad.

Un trabajo reciente (en el que he tenido la oportunidad de colaborar) titulado Estado del Arte en América Latina sobre Acción para el Empoderamiento Climático, ha realizado una revisión del abordaje educativo del cambio climático en ocho países latinoamericanos. Diagnostica cómo se ha abordado el enfoque de Acción para el Empoderamiento Climático, contemplado en el artículo 6 de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992) y en el artículo 12 del Acuerdo de París (2015) en América Latina.

Las conclusiones no son muy diferentes. Se trabajan algunos aspectos relacionados con la crisis ecológica (mayoritariamente la cuestión de los residuos domésticos y el plástico), pero prácticamente nunca se habla de la existencia de límites, de la destrucción ligada a los modelos de mal desarrollo, la injusticia de las consecuencias o la necesidad de reconstruir el modelo de producción, distribución y consumo con criterios de justicia, suficiencia y paz.

Somos una cultura que educa a sus personas más jóvenes en contra de su propia supervivencia. Los grandes retos en el futuro tienen que ver con aprender a organizar la vida en común en un contexto de cambio climático desbocado y de decrecimiento material. Esto requiere forzar cambios en las políticas públicas, pero también prepararse para comprender la crisis en su complejidad y construir comunidades capaces de autoorganizarse y de compartir. Sin duda estas capacidades deben formar parte de la caja de herramientas necesarias para posibilitar una supervivencia digna. Ese aprendizaje no es sencillo en sociedades en las que la individualización y la competitividad son estimuladas desde la infancia. Por ello, resulta fundamental el aprendizaje de la acción y la práctica ecosocial desde las edades más tempranas (Ecologistas en Acción, 2011, 2015, 2020; Herrero, González Reyes y Páramo, 2019).


3. ¿QUÉ SE PUEDE HACER EN LOS CENTROS ESCOLARES PARA INICIAR AL COMPROMISO ECOSOCIAL EN LA INFANCIA, LA ADOLESCENCIA Y LA JUVENTUD?

En 1996, el Informe Delors sobre la educación para el siglo xx estableció cuatro pilares para una educación concebida como un hecho social integral: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir con las demás personas y aprender a ser.

En un contexto muy diferente, la Educación Popular, ligada indisociablemente a la emancipación de las clases populares en América Latina, sostiene desde sus comienzos que la educación verdadera es práctica, reflexión y acción colectiva de las personas sobre el mundo para transformarlo.

Estas dos miradas, nacidas de experiencias y marcos teóricos distintos, coinciden en defender que la educación, para tener sentido, tiene que abrir sus puertas a la realidad ecológica, social, económica, cultural y política en la que se desenvuelve. El primer paso consiste en considerar a niños y niñas actores sociales inteligentes, capaces de comprender, proponer y elegir. Y darles su espacio de protagonismo.

Además, es preciso tener en cuenta que los sujetos de aprendizaje no son solo los niños y niñas, sino toda la comunidad educativa. La comunidad educativa, en sentido amplio, se extiende, por supuesto a las familias, profesorado y personas que trabajan en los centros, pero también al barrio, los comercios, el vecindario, las asociaciones, los empleados públicos o las empresas. En este contexto la infancia puede ser motor de relaciones y proyectos conjuntos que superen con mucho los objetivos de una escuela encerrada en sí misma.

Un paso fundamental es la transversalización de la perspectiva ecosocial en el currículo escolar. No nos referimos a la celebración de efemérides, como el Día de la Tierra o el Día del Árbol, sino a la impregnación de la mirada ecosocial crítica en los conocimientos, valores, competencias y actitudes en todas las etapas y áreas de conocimiento (Herrero, Cembranos y Pascual, 2011).

Propongo en los siguientes apartados seis ejes para desarrollar un itinerario escolar que en todas las etapas y áreas de conocimiento ayuden a aprender a vivir pisando ligeramente sobre la tierra y a hacerlo de forma justa.

Colocar la vida en el centro de la reflexión y de la experiencia

Es imprescindible comprender la esencia ecodependiente de la vida humana. Somos naturaleza y nuestra vida está sujeta inevitablemente a los límites físicos de la Tierra. Comprender el sol como motor de la biosfera, la organización cíclica de los procesos de la vida, la importancia del agua o el aire limpios, etc., son aprendizajes básicos.

También somos interdependientes. La vida de una persona en solitario es inviable. Cada persona necesita ser cuidada a lo largo de toda su existencia y sobre todo en algunos momentos del ciclo vital. Históricamente han sido en su mayoría mujeres quienes se han ocupado, injustamente, de sostener la vida cotidiana y generacional de forma invisible y en contextos que con frecuencia son contrarios al propio mantenimiento de la vida. Por ello, las miradas ecofeministas constituyen una buena guía para la reconstrucción de modelos que pongan la vida en el centro del interés (Herrero, Pascual, González Reyes y Gascó, 2019).

Vincularse al territorio próximo

La sostenibilidad requiere de la cercanía y se asienta en lo local, por ello el desarrollo de lazos afectivos con el entorno más cercano es clave para recomponer un mundo en crisis. El barrio, el pueblo, los movimientos sociales, las familias, la comunidad, el territorio y toda la vida circundantes deben estar completamente conectados con la actividad educativa.

Alentar la diversidad

La diversidad es un patrón sistémico de lo vivo. Nos referimos a la diversidad natural, de especies y formas de vida, pero también a la diversidad cultural, de tipos de cuerpos, de idiomas, de culturas, etc. Aprender a valorar y celebrar (no a tolerar) la diversidad de todo lo vivo constituye una auténtica vacuna contra las violencias racistas, xenófobas y neofascistas a las que puede empujar una crisis ecosocial incomprendida en un marco injusto.

Tejer comunidad y poder comunitario

Aprender a desarrollar relaciones comunitarias es el gran reto que tenemos por delante. Un futuro justo dependerá de aprender a compartir en mucha mayor medida que en ningún otro momento de la historia y aprender a buscar soluciones colectivas basadas en la lógica del bien común.

Desenmascarar y denunciar el actual modelo de desarrollo

La destrucción de la naturaleza, el empobrecimiento y la desigualdad son diversas manifestaciones del mismo problema. Un modelo de mal desarrollo sostenido por una serie de creencias nefastas para las personas y para los ecosistemas. La ilusión del crecimiento ilimitado, la fantasía de la individualidad, la sacralización de la propiedad y del dinero como única medida de todo valor son parte de esos mitos que conviene desvelar.

Proporcionar estrategias para que las personas jóvenes que se educan puedan reflexionar críticamente sobre ello es fundamental.
El papa Francisco en la encíclica Laudato si’, Vandana Shiva en sus múltiples obras, la Organización de las Naciones Unidas en la formulación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible y, por supuesto, el movimiento ecologista coinciden en señalar como  responsable de la crisis multidimensional y sistémica al modelo de mal desarrollo hegemónico en la actualidad.

Hacer acopio de saberes que acercan a la sostenibilidad y experimentar el poner en marcha alternativas

Es importante aprender a desarrollar habilidades que conduzcan a saber vivir bajo el principio de suficiencia y presionando mucho menos sobre los recursos naturales. Nos referimos a poner en marcha proyectos que fomenten formas alternativas de resolver la alimentación, el transporte o el ocio, que conduzcan a una reducción del consumo: saber sembrar un huerto, reparar objetos, coser ropa, etc.

La clave es hacerlo colectivamente. A vivir de manera sostenible se aprende practicando. Las escuelas y los contextos educativos pueden ayudar a ello: aprender a reparar objetos rotos, a reutilizar, a cultivar alimentos saludables o a desplazarse de forma sostenible son aprendizajes que contribuyen a la consecución de este objetivo.

Son muchas las experiencias que nos pueden iluminar en este camino:

  • FUHEM en España ha realizado un importante esfuerzo de transversalización del currículo ecosocial en todas las áreas de conocimiento y en todas las etapas desde la educación Infantil hasta las etapas formativas previas a la universidad y la formación profesional.
  • En la misma línea, el currículo formal en Costa Rica, por su enfoque sistémico y la apuesta por la conformación de una ciudadanía planetaria constituye una buena guía (Ministerio de Educación Pública, 2015).
  • Otro ejemplo educativo interesante es el Proyecto TINI, en Ecuador, en el que los colegios y su alumnado se ocupan del cuidado de un territorio concreto. También en Ecuador, en la zona de Galápagos, se ha realizado un valioso esfuerzo para conectar a las personas afectivamente con su territorio y, por tanto, comprometerlas con su conservación.
  • El Proyecto Integral en la Escuela Villa Indar en Rivera, en Uruguay, es una buena muestra de creación de un tejido comunitario, en el que el alumnado se ha involucrado en resolver el problema del acceso al agua.
  • En España, Ecologistas en Acción viene desarrollando un importante trabajo pedagógico sobre la construcción de saberes para la sostenibilidad a través de un proyecto denominado Nueva cultura de la Tierra (Ecologistas en Acción, 2020).

4. EL PAPEL DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN LA EDUCACIÓN ECOSOCIAL DE LAS PERSONAS MÁS JÓVENES

La educación de las personas jóvenes no tiene lugar únicamente en las escuelas. Los movimientos sociales, el mundo asociativo o la educación ambiental no formal resultan fundamentales para aprender, organizarse y canalizar el malestar o el miedo. Cumplen un papel decisivo a la hora de generar autoestima y de tejer poder colectivo y desde abajo.

Quienes formamos parte de movimientos sociales sabemos que no es sencillo articularse en ellos. Requiere aprendizajes sutiles pero imprescindibles. Nos referimos a la capacidad de comunicación, de debate, de resolución de conflictos, al aprendizaje de la investigación participativa o la autogestión y a la difícil puesta en práctica de los liderazgos colectivos y el autocontrol de los egos.
En nuestra experiencia en Ecologistas en Acción, la articulación de niños y niñas o de adolescentes ha sido enormemente positiva y muchas veces las personas adultas hemos sido la orgullosa retaguardia de las iniciativas de nuestros pequeños compañeros y compañeras:

  • Los grupos de jóvenes que leen, se forman y se organizan en común.
  • Los campamentos de adolescentes que llevan funcionando desde hace doce años.
  • Las jovencísimas ecofeministas.
  • Las asambleas confederales en donde las más pequeñas tienen su espacio propio.
  • Las reuniones en las que la presencia de niños y niñas es ya algo habitual.

Ya son muchas las personas que han vivido estas experiencias y se han incorporado de una forma natural a los diversos movimientos de la juventud por el clima u otros proyectos cooperativos. Vuelcan en ellos toda la experiencia que han adquirido y una capacidad de organización que sorprende a muchas personas mayores. La construcción de estos espacios transgeneracionales es buena no solo para los niños y niñas, sino que además mejora los propios espacios activistas de los adultos. Nos acostumbramos a que la atención de las necesidades de las diferentes edades forme parte de la vida de los y las militantes, lo que facilita que las personas que se ocupan de tareas de crianza continúen en los grupos y no se vean obligadas a quedarse en sus casas por no poder conciliar el cuidado con el activismo. Resulta sorprendente la facilidad con la que los niños y niñas se incorporan y aprenden de tareas como hacer pancartas, preparar una acción de protesta o repartir los alimentos en un grupo de consumo. Y cómo lo hacen disfrutando y pasándoselo bien.

Vamos a necesitar mucho activismo y hacerlo con consciencia del disfrute que supone organizarse para construir un mundo mejor lo hace más fácil (Camargo y Martín-Sosa, 2019).

5. QUÉ SE PUEDE HACER EN LA INFANCIA, LA ADOLESCENCIA Y LA PRIMERA JUVENTUD PARA LUCHAR CONTRA LOSPRINCIPALES PROBLEMAS ECOSOCIALES

Sin pretender realizar una lista completa, son muchas las acciones que se pueden realizar. Algunas tienen carácter individual, pero las más importantes y transformadoras son aquellas que se acometen de manera colectiva:

  • Intentar seguir una dieta basada en vegetales ecológicos, que sean de temporada y que se hayan producido cerca. Es verdad que los niños y niñas o los adolescentes no son los responsables de hacer la compra o de decidir, pero la experiencia dice que tienen un enorme poder de persuasión e incidencia en la familia.
  • Participar en los huertos urbanos de vuestro barrio. Si no hay, se puede crear uno.
  • Pensar antes de consumir algo si es realmente necesario y si su consumo supone la explotación de otros seres humanos o del medio.
  • Investigar quién consume la energía o el agua, quiénes son sus dueños, de qué territorios se extrae o quién se queda sin ella. Compartir los resultados de las investigaciones.
  • Procurar caminar, ir en bici y, cuando las distancias sean muy largas, utilizar el transporte público para reducir al máximo el uso del coche individual. Evitar viajes en avión, especialmente los transatlánticos.
  • Emplear los espacios públicos en las ciudades y los pueblos y convertirlos en espacios verdes.
  • Hablar con la gente de alrededor y pensar en la posibilidad de montar una asociación en el colegio, instituto o barrio. Informarse de en qué movimientos se están integrando otras niñas y niños y adolescentes y tratar de sumarse a ellos.
  • Indagar en las causas de las migraciones forzosas. Contribuir en la acogida solidaria a personas migrantes.
  • Hacer presión a las empresas multinacionales para que relocalicen su actividad productiva, garanticen condiciones dignas a las personas trabajadoras y no esquilmen el territorio.
  • Intervenir en manifestaciones, huelgas o acciones que tengan que ver con la justicia climática y otros asuntos relacionados para presionar a los gobiernos con el fin de que tomen medidas para frenar el cambio climático.
  • Tratar de salir al parque o al campo y observar toda la vida no humana que hay en esos lugares. Si la conocemos, comprendemos y queremos seremos más capaces de promover su protección y cuidado.

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