María Zambrano, una filósofa comprometida entre las “sinsombrero”

Maite del Moral escribe para el número 146 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global un artículo sobre la vida y la obra de María Zambrano.

El texto defiende la obra de María Zambrano como fuente de reflexión en torno a cuestiones actuales de gran relevancia y reivindica la figura de esta filósofa como mujer y ejemplo de compromiso cívico y ético. Zambrano fue representante del grupo de las llamadas “Sinsombrero”, que simboliza la rebeldía frente a las normas establecidas y la libertad de pensamiento. A lo largo de su vida vivió el exilio de forma repetida y generó un importante pensamiento en torno a él. Tales cuestiones convierten a la filósofa malagueña en una pensadora muy actual.

María Zambrano sigue siendo una gran desconocida en nuestro país y, sin embargo, tanto su vida como su obra son una importante fuente de reflexión para muchas de las cuestiones que en este momento nos ocupan y preocupan. Creo que sería muy interesante volver de vez en cuando la mirada a unas mujeres pioneras en tantas cosas, valientes, modelo de compromiso social y libertad intelectual.

María Zambrano pertenece al grupo de las llamadas “Sinsombrero”, un grupo de escritoras y artistas –Zambrano representa dentro del grupo a la filosofía– pertenecientes a la generación del 27. Este apodo, reciente, de las “Sinsombrero” se basa en un hecho real que protagonizaron Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y García Lorca, un día que, al atravesar la Puerta del Sol, decidieron quitarse el sombrero como un símbolo de rebeldía frente a las convenciones sociales del momento y de la necesidad que tenían de dejar fluir las ideas y liberar el pensamiento.

La persona y la obra de María Zambrano es compleja y polifacética. Su razón poética, eje central de su pensamiento filosófico, es una síntesis de filosofía y poesía, del mismo modo que ella era a la vez filósofa y poeta. Sus textos, aunque pertenezcan al género de ensayo, son en muchos momentos verdadera poesía. No es extraño que de pequeña quisiera ser una caja de música, pues su lectura “resuena”, llega al corazón antes que a la cabeza.

El pensamiento de María Zambrano es un intento de llevar la razón a todos los ámbitos de la realidad humana, a lo que ella llamaba «la realidad de la entraña»

Su pensamiento es un intento de llevar la razón a todos los ámbitos de la realidad humana, a lo que ella, entrañable persona, llamaba «la realidad de la entraña».

La filósofa malagueña es muy crítica con lo que ella llama «la violencia del pensar» propia de la filosofía occidental. Una filosofía que se ha interesado por la verdad del ser a la luz de la razón, pero a costa del abandono de otros aspectos de la realidad del ser. Su pretensión es la de llevar la razón a aquellos lugares que la filosofía occidental dejó abandonados, allí donde habitan los sentimientos, las pasiones o los anhelos. Ese es el objetivo de la razón poética, síntesis de filosofía y poesía. Ni la filosofía ni la poesía por separado han podido dar razón del ser humano entero. La palabra filosófica busca definir, mientras que la palabra poética pretende penetrar en lo inexplicable. Quiere un logos que deje de estar separado de las otras realidades humanas y pueda acoger y escuchar esas pobres «razones del corazón» –al decir de Pascal– pues, como ella misma señala, «nada de lo real ha de ser humillado». Se podría decir de la razón poética que es una razón que no pretende tener razón, sino dar razón de la vida.

Me parecía imprescindible hacer estos breves apuntes sobre su pensamiento filosófico, aunque en este artículo quiero centrarme en la figura de María Zambrano como mujer y como ejemplo de compromiso cívico y ético, algo tan necesario en estos tiempos nuestros y para ello voy a fijarme brevemente en tres cuestiones: su propia biografía, un somero análisis de su figura como representante del exilio español causado por la guerra civil y apuntar alguna de sus lúcidas reflexiones sobre el tema de la memoria histórica.

Biografía

María Zambrano nace en 1904 en Vélez, Málaga. Es hija de Blas Zambrano y de Araceli Alarcón, ambos maestros. A los 4 años se traslada a Madrid, donde vivirá hasta 1910, cuando la familia se instala en Segovia. En 1911 nace su hermana Araceli, que tendrá una gran trascendencia en su vida y en su obra.

En Segovia, Blas Zambrano es una figura progresista muy querida y respetada. Es muy amigo de Antonio Machado, con el que coincidirá en esta ciudad. María estudia Bachillerato en el instituto público donde Machado imparte sus clases, aunque no llegó a tenerle como profesor. Su padre le dejó muy claro desde el principio que si quería estudiar, tendría que aprender a convivir con muchachos. Ya sabemos que en aquella época no era precisamente ni fácil ni frecuente que una mujer accediera a algo más que a los estudios básicos.

Empieza a estudiar filosofía por libre en la facultad de Madrid, hasta que en 1924 la familia se traslada definitivamente a la capital, donde asiste a las clases de Zubiri y García Morente. Es también discípula de Ortega, al que siempre consideró su maestro a pesar de la incomprensión de este. Recuerda de un modo especialmente doloroso el día en que le fue a presentar un trabajo y Ortega le contestó: «Usted todavía no ha llegado y ya se quiere marchar». Y es que, efectivamente, en determinadas cuestiones, María Zambrano fue más allá y también más acá que Ortega.

Es esta una época de una intensa actividad intelectual y social y también de algún desengaño amoroso que compartía con Miguel Hernández. Nos cuenta que muchas tardes acostumbraban a ir al Manzanares a llorar juntos sus penas de amor.

Asiste a múltiples reuniones y conferencias y colabora en la creación de la FUE (Federación Universitaria Escolar). Publica diversos artículos, algunos muy interesantes, sobre la mujer y sus derechos. Podemos destacar dos que aparecen en El Liberal en 1928. El primero, del 2 de agosto: «Muy lejos se nos figuran ya las contiendas acerca de la capacidad de la mujer para funciones sociales. No es la falta de potencia intelectual, dotes organizadoras, lo que nos inquieta en la mujer, sino su resistencia a actuar de modo distinto a como lo hizo en su antiguo puesto, con las antiguas armas, que fueron “su grandeza y servidumbre”. Es la actitud de la mujer, siempre pronta a naufragar en lo doméstico. A adscribirse a perpetuidad a unos lares con exclusión absoluta. Es su ausencia de la vida ciudadana lo que nos preocupa a quien esperamos con impaciencia la “plena entrada de la mujer en el imperio de la dignidad”».

El 25 de octubre escribe: «Y esta mujer nueva no reniega ni siente rencor por el hombre, pues no se siente esclavizada a él, pero sí le exige un espíritu digno del suyo; sí le pide (en vez del mefistofélico callar) un ideal que dé perspectiva a sus vidas, unidad efectiva a su unión. Y ha sido tan rápido el viraje de la mujer en sus exigencias, que el hombre, descentrado, inadaptado, no sabe –generalmente– o no quiere colmarlas. Pero, al menos, ¡que no nos maten!».

Esta etapa se verá frenada cuando en 1928 contrae una grave enfermedad que la lleva al borde de la muerte y la obliga a guardar reposo absoluto. Acerca de este acontecimiento escribió a comienzos de los cincuenta un capítulo de su libro Delirio y Destino titulado ADSUM. Aquí profundiza, ya con la experiencia de los años, la derrota y el exilio, en esa vivencia de proximidad a la muerte que fue capaz de convertir en la experiencia de un nuevo nacimiento, en un sí consciente a la vida. Se dio cuenta de que no podía morir porque hasta entonces no había sabido vivir. Se vio a sí misma y a los otros de un modo diferente y comprendió que tenía que nacer por sí misma. «Nacer sin pasado, sin nada previo a que referirse, y poder entonces verlo todo, sentirlo, como deben sentir la aurora las hojas que reciben el rocío; abrir los ojos a la luz sonriendo; bendecir la mañana, el alma, la vida recibida, la vida ¡qué hermosura! No siendo nada o apenas nada por qué no sonreír al universo, al día que avanza, aceptar el tiempo como un regalo espléndido…».1

La filósofa malagueña pertenece a lo que ella denomina «generación del alba interrumpida», un grupo de jóvenes que pretendían hacer posible en España la frase de Ortega «vivir es convivir»

María Zambrano pertenece a lo que ella misma denomina «generación del alba interrumpida». La describe como una generación alegre, limpia, ilusionada, llena de esperanza; un grupo de jóvenes que pretendían hacer posible en España la frase de Ortega «vivir es convivir», aunque ella misma se preguntaba –y cada vez más nos seguimos preguntando– si no sería utopía en España esa voluntad de convivir.

Fue una generación que quiso despertar y aunar a su causa a los que ellos llamaban «los maduros». Así, visitaron y consiguieron reunirse con Azaña, Valle Inclán, Indalecio Prieto y Marañón, entre otros. Resulta curiosa una anécdota de aquellos encuentros. Fue Valle Inclán el que les insistió en que fueran a ver a Azaña porque era el que, según él, tenía un verdadero instinto político. Ella misma narra la respuesta de Don Manuel: «Sí, ya sé por qué han venido ustedes a verme. Don Ramón se empeña en que tengo talento político, pero la verdad es que no me interesa la política ni veo tener el menor talento para ella ni que me dedique a ella nunca, pero hablen..».2 Eso sí, a continuación empezó a pedirles toda serie de concreciones sobre su modo de organizarse. Se reunieron casi clandestinamente en un merendero de La Bombilla y comenzó entre ellos una fructífera colaboración.

Fue un grupo de jóvenes que trabajó muy activamente para ayudar a la llegada de la República. Dijeron “no” a la hora de ocupar cargos políticos (a ella le ofrecieron ir en las listas del PSOE al Parlamento), pero volvieron a decir “sí” en el momento del peligro, cuando comenzó la guerra. Unos cayeron y otros tuvieron que abandonar España. «La Utopía – nuestra utopía– se nos ha cuidadosamente repartido –escribe Zambrano–; a vosotros, los muertos, os dejaron sin tiempo, a nosotros, los supervivientes, nos dejaron sin lugar». <sup>3</sup>

María Zambrano se casó en septiembre de 1936 con Alfonso Rodríguez Aldave y marchó con él a Santiago de Chile, donde había sido nombrado secretario de la embajada. Sin embargo, en 1937 la angustia por la situación que se vive en España les hace regresar, justo en el mismo momento en que muchos intelectuales salen de ella. Cuando fue preguntada por un periodista que por qué volvía a España si la guerra ya estaba perdida, respondió: «precisamente por eso».

Durante la guerra se instala en Valencia y allí mantiene una intensa actividad dando charlas, escribiendo y trabajando para la infancia evacuada.

El 26 de enero de 1939 parte con su familia al exilio por la Junquera y llegan hasta París. Allí se quedarán su madre y su hermana Araceli, mientras ella viaja hacia México, donde empieza a impartir clases de filosofía en la Universidad de Morelia. Hasta 1959 su vida, llena de dificultades de diferente índole, entre ellas la económica, discurrirá entre México, Cuba y Puerto Rico.

En 1946 las noticias sobre la salud de su madre son alarmantes. Tarda mucho en poder conseguir un visado, pero cuando consigue llegar a París, su madre ya había fallecido y encuentra a Araceli en un estado lamentable debido a las torturas a las que le había sometido la GESTAPO y a la detención y traslado a Madrid de su compañero, que fue fusilado en la cárcel de Díaz Porlier en 1943.

Ya de vuelta a Europa, en 1953 realiza diversas estancias en París y Roma, hasta que en 1964 se traslada a La Pièce en Suiza.

Todavía en el exilio, recibe en 1980 el Premio Príncipe de Asturias. Por fin, en 1984 regresa a España, a Madrid. Allí vive en la calle Alfonso XII hasta su muerte en 1991. En 1988 había recibido el Premio Cervantes, a cuya recepción no pudo acudir porque su salud era ya muy frágil.

El exilio

María Zambrano es una de las figuras más importantes del exilio español. Su obra no se puede entender sin conocer lo que para ella supuso la experiencia del exilio, pues éste llegó a formar parte inseparable de su vida y su obra. Esto nos ayuda a entender las dudas y reticencias que despertaba en ella la posibilidad del regreso.

En una conferencia titulada   Amo mi exilio, que escribió para que fuera leída en un curso de El Escorial  y que se publicó en ABC el 28 de agosto de 1989, escribe: «Hay ciertos viajes de los que solo a la vuelta se puede saber. Para mí, desde esa mirada del regreso, el exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria o como una dimensión de mi patria desconocida. Pero que una vez que se conoce, es irrenunciable. Confieso, porque hablar de determinados temas no tiene sentido si no se dice la verdad, confieso que me ha costado mucho renunciar a mis cuarenta años de exilio, mucho trabajo, tanto que, sin ofender, al contrario, reconociendo la generosidad con que Madrid y toda España me han arropado, con el cariño que he encontrado en tanta gente, de vez en cuando me duele, no, no es que me duela, es una sensación como de quien ha sido despellejado, como San Bartolomé, una sensación ininteligible, pero que es».<sup>4</sup>

Los escritos de María Zambrano sobre el exilio trascienden el contexto del exilio español provocado por la guerra civil para adquirir una extraordinaria actualidad.

Los escritos de María Zambrano sobre el exilio trascienden el contexto del exilio español provocado por la guerra civil para adquirir una extraordinaria actualidad. Su capacidad de ahondar en el aspecto humano del exiliado nos atañe muy profundamente en un momento en que, desgraciadamente, parece que nos estamos acostumbrando a ver a tantos seres humanos arrojados de sus tierras por la guerra, las persecuciones o la pobreza, como simples imágenes fijas sobre un fondo televisivo.

El exilio es para ella un auténtico rito iniciático a través del que se produce la revelación de lo más esencial de la condición humana. Comienza cuando aparece el sentimiento de abandono: «Comienza la iniciación al exilio cuando comienza el abandono, el sentirse abandonado».<sup>5</sup>

Cuenta en Delirio y Destino que, estando una noche en Salses, un pueblecito de Francia, en la habitación de un hotel, escuchó unos pasos subiendo las escaleras y le invadió el temor de que fueran los gendarmes que venían a pedirle la documentación. En realidad, era una joven pareja que estaba allí alojada, pero el miedo y el sentimiento de distancia respecto a aquellos jóvenes le hizo entender su situación. No había tenido miedo mientras atravesaba la frontera rodeada de la multitud, una más entre ellos. En esos momentos no se había sentido sola ni vencida, pero en el cuarto de aquel hotel de provincias supo que se había desgajado para siempre de aquella multitud y que definitivamente estaba sola, sola consigo misma. Eran «algo diferente que suscitaría aquello que pasaba en la Edad Media a algunos seres sagrados: respeto, simpatía, piedad, horror, repulsión, atracción, en fin… eso, algo diferente. Vencidos que no han muerto, que no han tenido la discreción de morirse, supervivientes».6

Para Zambrano es, pues, el abandono y el sentimiento de diferencia respecto a los otros lo que marca la iniciación al exilio. Es la pérdida de la seguridad de lo propio, de todo lo que hasta ese momento nos había acompañado. El exiliado será un extraño, un forastero, un caminante al borde del camino, como canta el poeta, exiliado también, León Felipe:

CANSÁBAME de hacer día tras día La jornada tan solo y tan callado… Y me quedé apostado

En un recuesto al borde de la vía, Esperando la santa compañía

De algún lento romero rezagado… Nadie pasó.

Y esta canción traía

El viento sollozante:

Sigue tu ruta solo, caminante.

(León Felipe)7

La condición de exiliado representa la comprensión de lo irreversible del paso de la frontera. Ya nunca más se vuelve a pasar la frontera o, si se vuelve a pasar, nunca se va a recuperar lo que en ese momento se perdió: la casa, la familia, la tierra, la patria.

Es interesante recordar en estos momentos de tanto falso patrioterismo lo que María Zambrano entendía por patria: «Así es la Patria. Mar que recoge el río de la muchedumbre. Esa muchedumbre en la que uno va sin marcharse, sin perderse, el Pueblo, andando al mismo paso con los vivos, con los muertos. Y al salirse de ese mar, de ese río solo entre cielo y tierra, hay que recogerse a sí mismo y cargar con el propio peso; hay que juntar toda la vida pasada que se vuelve presente y sostenerla en vilo para que no se arrastre».8

El exiliado representa aquello que nos cuestiona, lo que no nos gustaría y quisiéramos tener alejado de nosotros. Es «lo que se arrojaría de la fiesta cívica, lo que se relegaría al cuarto oscuro de los trastos o allí en el palomar vacío o en el abejar, lejos, para ir –eso sí– de vez en cuando a la chita callando a llevarle algo».9

Los exiliados son también portadores de la desgracia que tememos que nos ocurra. Tenemos la suerte de que no nos pasa aquello que a ellos les sucede. Les compadecemos y ayudamos en algo si podemos, pero nos produce un sentimiento de alivio, aunque acompañado de cierta culpa, que sea a ellos y no a nosotros a quienes les ocurre la desgracia. Son ellos los mendigos, los desterrados, mientras que nosotros podemos regresar satisfechos a la confortable protección del hogar. Sin embargo, paradójicamente, para ella el exiliado es portador de una ofrenda que solo él es capaz de dar y que nosotros no somos capaces de entender, pues hay «algo que no tienen los habitantes de ninguna ciudad, los establecidos; algo que solamente tiene el que ha sido arrancado de raíz, el errante, el que se encuentra un día sin nada bajo el cielo y sin tierra; el que ha sentido el peso del cielo sin tierra que lo sostenga».10

Memoria que rescata

María Zambrano tuvo claro que la existencia de los exiliados, de ellos como exiliados, intepelaba, cuestionaba, y el cuestionamiento es siempre algo molesto.

En Carta al exilio, que se publica por primera vez en 1962, reflexiona sobre la incomodidad que el exiliado español representaba, no solo para aquellos que les habían forzado al exilio y seguían interesados en ignorarlo o mantenerlo, sino también por la nueva generación de jóvenes que aspiraba a cambiar el futuro del país y a que este cambio estuviera dirigido por su acción y su pensamiento. Para ellos el exiliado también resultaba algo molesto y querían que, simplemente, “se desexiliaran”. Parecían no darse cuenta de que «un mínimo de continuidad es indispensable para que la historia sea historia humana y para que la patria propiamente exista».11

No entendían que el que pretende negar la historia se queda sin tiempo: «Al exiliado le dejaron sin nada, al borde de la historia, solo en la vida y sin lugar; sin lugar propio. Y a ellos un lugar, pero con una historia sin antecedentes. Por tanto sin lugar también; sin lugar histórico».12

Y, sin embargo, es precisamente el exiliado, al haber tenido que renunciar a todo, el que ha alcanzado la madurez necesaria para entender su historia. «Hemos descendido solos a los infiernos inexplorados de la historia para rescatar de ellos lo rescatable. Para ir extrayendo de su historia sumergida una cierta continuidad. Somos memoria, memoria que rescata».13

Es precisamente la memoria lo que puede acudir a nuestro rescate, pero, como ella misma dice, «la memoria suscita pavor. Se teme de la memoria el que se presente para que se reproduzca lo pasado, es decir, algo de lo pasado que no ha de volver a suceder. Y para que no suceda, se piensa que hay que olvidarlo. Hay que condenar lo pasado para que no vuelva a pasar. La verdad es todo lo contrario».14

Es precisamente el exiliado, al haber tenido que renunciar a todo, el que ha alcanzado la madurez necesaria para entender su historia.

No nos damos cuenta de que lo pasado negado como si no hubiera ocurrido se convierte en fantasma y –como ella dice– los fantasmas siempre vuelven: «solo no vuelve lo pasado rescatado, clarificado por la conciencia; lo pasado de donde ha salido una palabra de ver- dad. La historia que se va a dar en verdad es la que no vuelve, la que no puede volver. Ha ascendido a los cielos, a los cielos suprahistóricos; su verdad es como una estrella de esas que guían».15

Y esa palabra de verdad es el legado que nos dejaron estos exiliados. Una palabra de verdad que surge del llanto, pero que canta la esperanza, como dice el poema de León Felipe:

ESPAÑOLES:

El llanto es nuestro

Y la tragedia también,

Como el agua y el trueno de las nubes. Se ha muerto un pueblo

Pero no se ha muerto el hombre. Porque aún existe el llanto,

El hombre está aquí de pie,

De pie y con su congoja al hombro,

Con su congoja antigua, original y eterna, Con su tesoro infinito

Para comprar el misterio del mundo, El silencio de los dioses

Y el reino de la luz. Toda la luz de la Tierra

La verá un día el hombre

Por la ventana de una lágrima… Españoles,

Españoles del éxodo y el llanto: Levantad la cabeza

Y no me miréis con ceño,

Porque yo no soy el que canta la destrucción

Sino la esperanza.

(León Felipe).16

 

Maite del Moral es Licenciada en Filología Clásica y Psicóloga Clínica. Ha estado ligada a la Fundación FUHEM durante toda su trayectoria profesional desde sus comienzos como profesora de Santa Cristina, y actualmente es la Presidenta del patronato de FUHEM.

NOTAS:

1 M. Zambrano, Delirio y Destino, Mondadori, Madrid, 1989, p. 21.

2 Ibidem, p. 42.

3 Ibidem, p. 208.

4 M. Zambrano, Las palabras del regreso, Cátedra, Madrid, 2009, p. 66.

5 M. Zambrano, Los Bienaventurados, Siruela, Madrid, 2003, p. 30.

6 M. Zambrano, 1989, Op. cit., p. 38.

7 Leon Felipe, Versos y oraciones del caminante, Visor, Madrid, 1993, p. 27.

8 M. Zambrano, La tumba de Antígona, Mondadori, Madrid, 1983, p. 92.

9 M. Zambrano, 2003, Op. cit., p. 34.

10 M. Zambrano, 1983, Op. cit., p. 91.

11 M. Zambrano, El exilio como patria, Anthropos, Barcelona, 2014, p. 10.

12 Ibidem, p. 10.

13 Ibidem, p. 11.

14 Ibidem, pp. 11-12.

15 Ibidem, p. 12.

16 León Felipe, Poesía completa, Visor, Madrid, 2004, p. 276.

 

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