Lecturas Recomendadas
Las epidemias no son fenómenos naturales. Hay que verlas, más bien, como fenómenos sociohistóricos de aparición relativamente reciente.
Santiago Álvarez Cantalapiedra en la INTRODUCCIÓN del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, Pandemia y Crisis Ecosocial, constata que cada pandemia es hija de su época y que la del COVID-19, que sería la primera de carácter global stricto sensu, ha sido posible gracias a la combinación de dos hechos estrechamente relacionados:
- la presión que ejercemos los seres humanos sobre el conjunto de los ecosistemas
- la globalización.
Aunque habitualmente se ha contemplado esta pandemia en términos exclusivamente sanitarios, tiene como trasfondo la crisis ecosocial provocada por el capitalismo global.
La presión humana sobre los ecosistemas está erosionando la biodiversidad y los equilibrios protectores que aquellos ofrecen frente a elementos patógenos. La comunidad científica no se cansa de subrayar los riesgos que supone la pérdida de biodiversidad en la propagación de las enfermedades infecciosas.
Desde el Centro de Documentación de FUHEM Ecosocial queremos hoy recomendar dos lecturas que abordan el origen y las causas de estas enfermedades desde diferentes perspectivas.
La primera de ellas Grandes Granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas de Robert Wallace, publicada en la sección RESEÑAS del número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, rastrea las formas en que la gripe y otros patógenos emergen de una agricultura controlada por corporaciones multinacionales, ofreciendo alternativas sensatas al agronegocio letal.
La segunda recomendación apareció en la sección de CUADERNO DE NOTAS del número 151 de nuestra revista. Escrito por Mike Davis el libro: Llega el monstruo. COVID-19, Gripe aviar y las plagas del capitalismo analiza la actual pandemia, situando esta crisis en el contexto de algunas catástrofes virales previas, en particular, el desastre de la gripe de 1918, la gripe aviar de hace una década y media, pasando por la SARS o la MERS, hasta llegar al devastador brote que estamos viviendo.
Grandes Granjas, grandes gripes. Agroindustria y enfermedades infecciosas
Robert Wallace
Capitán Swing, Madrid, 2020, 509 págs.
Traducida al castellano por J. M. Álvarez-Flórez de la homóloga en inglés del 2016, representa un estudio acerca del origen de algunas de las enfermedades más alarmantes de nuestro tiempo, dividido en sietes partes introducidas por un prefacio a la edición española que contextualiza el libro dentro del escenario de la COVID-19.
El autor, un biólogo evolutivo y filogeógrafo de salud pública cuya investigación se centra en las formas en que la agricultura y la economía influyen en la evolución y propagación de los patógenos –en particular, los que causan la gripe porcina (H1N1) y aviar (H5N1)–, utiliza aquí una escritura técnica, precisa, y detallada, pero cercana, para componer un itinerario de exploración sobre cómo ha crecido intensamente el consumo de carne en tan solo dos décadas, y de qué forma ha afectado eso a la dimensión socioecológica.
Con todo ello, Wallace nos muestra la cara B del modelo económico de la agroindustria y nos proporciona muchas razones para cambiar nuestros hábitos alimenticios y la relación que mantenemos con la naturaleza.
Esta intencionalidad se resume de manera excelente en una declaración suya en la cual afirmó que «Cualquiera que pretenda comprender por qué los virus se están volviendo más peligrosos debe investigar el modelo industrial de la agricultura y, más específicamente, la producción ganadera. En la actualidad, pocos gobiernos y pocos científicos están preparados para hacerlo».
En ese sentido, el libro aparece como el intento de comprender la distribución histórica y geográfica de peligrosos virus y debería haber servido como una gran advertencia o llamada de atención para la actual pandemia de coronavirus.
Una de las ideas fundamentales que propone el autor de Grandes granjas, grandes gripes es que para muchas “familias” de virus zoonóticos (es decir, los virus que pueden transmitirse de animales a humanos), los factores socioeconómicos y/o las variables materiales que subyacen a su evolución viral, propagación e impacto no son totalmente aleatorios. Esto tiene implicaciones importantes: el mayor foco de atención se pone en tratar de comprender los “mecanismos moleculares” (es decir, la técnica) por los cuales tales virus prevalecen sobre el sistema inmunológico humano, mientras que se pone poco énfasis en tratar de comprender las otras causas, quizás menos lineales y más complejas, que están detrás de que una cepa de gripe “poco patógena” se convierta en una cepa “altamente patógena”, capaz de infectar y matar a millones de personas.
La consecuencia de ello es que, si por un lado este mecanismo nos garantiza que se llegará a desarrollar respuestas de “ataque” al virus, como por ejemplo vacunas efectivas con tecnologías muy innovadoras, por el otro no se llega a la raíz del problema que conduciría a la prevención de futuros brotes, ya que no se cuestionan las fuerzas que de alguna manera impulsan la evolución de los virus. Y, como explica Wallace, una de las razones por las que se adopta este “enfoque molecular” para las pandemias virales se puede encontrar en el tipo de ciencia con fines de lucro que interesa a las grandes compañías farmacéuticas y a las grandes corporaciones agroindustriales. En este sentido, la lógica capitalista muestra descarnadamente que es más rentable atender el problema que prevenirlo en primer lugar. «La perversión de la ciencia para obtener beneficios políticos es en sí misma una fase de la pandemia», advierte el autor.
Uno de los asuntos tratados por Wallace tiene que ver con la nomenclatura. En ese sentido, el estadounidense proporciona una recopilación de incidentes registrados en algunos países que se habrían negado a cooperar con la Organización Mundial de la Salud (OMS), e incluso la presionaron para que se adoptaran nuevos sistemas de nomenclatura con el fin de desviar la atención sobre ciertos gobiernos o industrias que podían tener alguna responsabilidad en un brote inicial.
El argumento del biólogo es que en verdad aquí se esconden intereses más profundos: si por un lado hay un gran intento de limpiar su imagen y negar sus responsabilidades, por el otro es evidente que su falta de voluntad para cooperar surge porque el poder estatal ha sido capturado por los grandes agronegocios.
Así, si por un lado se afirma:
¿Podemos asignar la culpa a un determinado país como Indonesia, Vietnam o Nigeria, porque es en el que primero surge una cierta enfermedad entre humanos?
¿Debemos culpar a China por generar repetidamente brotes a nivel regional e internacional?
¿O debemos culpar a los EEUU donde se originó el modelo industrial de aves de corral integradas verticalmente, con miles de ellas empacadas como alimento para la gripe?
Las respuestas son sí, sí y sí», por el otro, en el libro se advierte de que «No importa si el brote comenzó en el infame mercado de alimentos vivos de Wuhan o en otra terminal periurbana. Lo que necesitamos es reajustar nuestra visión conceptual de los procesos por los cuales los organismos vivos se convierten en mercancías y transforman cadenas de producción completas en vectores de enfermedades».
Un buen ejemplo de todo esto sería el brote de gripe porcina de 2009, que Wallace identifica como una pandemia que resultó casi imposible de rastrear debido precisamente al inmenso poder que ejerce la agroindustria a nivel mundial.
En la base de estas reflexiones subyace el convencimiento de que las pandemias virales son intrínsecas a un modelo económico capitalista en el cual existe un sector agroindustrial —entre otros— cuyo único interés es el de maximizar las ganancias mediante la brutal explotación de animales que viven hacinados y están expuestos a una gran variedad de virus y enfermedades. Es el caso, por ejemplo, de la gran industria aviar, donde los pollos de engorde genéticamente uniformes se han criado selectivamente para crecer tres veces más rápido con la mitad de la cantidad de alimento que sus parientes silvestres. Y esta “productividad” capitalista y agresiva se obtiene a costa de “garantizar” técnicamente un sistema inmunológico robusto.
Además, los sistemas de naves cerradas empleados por los productores industria les evitan la exposición a los virus de baja patogenicidad que circulan naturalmente a través de las poblaciones de aves de corral criadas en libertad por los pequeños agricultores. Hay entonces dos grandes peros que considerar: el primero es que, dado que sus sistemas inmunológicos no están tensionados regularmente por estas cepas poco patógenas, si se dan las circunstancias de que tales cepas entran en las poblaciones, evolucionan rápidamente para volverse altamente patógenas y virulentas. Y el segundo elemento a considerar es que, en un contexto de cambio climático y pérdida de superficie de bosques con progresiva pérdida de biodiversidad, la probabilidad de que las poblaciones de pollos de engorde contraigan cepas de baja patogenicidad aumenta ya que las poblaciones de aves silvestres se acercan cada vez más a las granjas industriales.
Está claro que existirían medidas preventivas de bioseguridad, pero es también evidente que, en la mayoría de los casos, estas tienen altos costes, que no son compatibles con los intereses del capitalismo industrial. Así, lo que habría que implementar es, por el contrario, una producción a pequeña escala y local. Los monocultivos genéticos de aves de corral deberían ser revertidos por una mayor variedad de cultivos, y para ello habría que restaurar los ecosistemas de ciertas regiones del mundo.
En definitiva, el libro da una vuelta de tuerca más al argumento según el cual el neoliberalismo sería la causa fundamental de las pandemias virales; Wallace afirma repetidas veces que sería más exacto decir que el capitalismo en sí mismo es la fuerza impulsora. Por la naturaleza en la que el capital atrae y compra el poder estatal, la agroindustria no está realmente disciplinada por la economía de “libre mercado”, sino que utiliza al Estado para destripar derechos, asegurarse contra recesiones económicas y adquirir cada vez más zonas de control y poder.
En particular, y dentro de este marco de relaciones y poder corporativo, Wallace deja claro que la red globalizada de producción ganadera no solo potencia las pandemias virales, sino que en realidad actúa como una fuerza selectiva que determina inextricablemente la evolución viral. Si los modelos epidemiológicos incorporaran los factores que determinan la tasa de propagación ligada a los métodos de agricultura industrial intensiva, la disminución de superficie de los ecosistemas terrestres y la pérdida de biodiversidad, sin duda se potenciaría enormemente su poder predictivo.
Para reducir la aparición de nuevas epidemias, la producción de alimentos debería cambiar radicalmente. La autonomía de los agricultores y un sector público fuerte pueden, en cierta medida, contener el impacto ambiental y ahuyentar las infecciones. Sería necesario introducir reservas y cultivos, y restaurar las áreas sin cultivar. Además, y para nada secundario, habría que permitir que los animales se reprodujesen en el lugar para permitirles desarrollar y transmitir sus “patrimonio inmunológico”. Wallace insiste en que es fundamental, en ese sentido, proporcionar subsidios y fomentar las compras para apoyar la producción agroecológica y, en última instancia, defender estas medidas tanto frente a las coacciones que la economía neoliberal impone a los individuos y comunidades como frente a las amenazas de la represión estatal liderada por los capitalistas.
La agroindustria, como forma de reproducción social, debería terminar, aunque solo sea por una cuestión de salud pública. La producción de alimentos altamente capitalizada depende de prácticas que ponen en peligro a toda la especie humana, en este caso contribuyendo a provocar una nueva pandemia mortal. Se necesitaría, en palabras del autor, una verdadera socialización de los sistemas alimentarios para evitar la aparición de nuevos patógenos tan peligrosos. Esto requerirá, en primer lugar, armonizar la producción de alimentos con las necesidades de las comunidades agrícolas y, además, implementar prácticas agroecológicas que protejan el medio ambiente y a los agricultores cuando cultivan nuestros alimentos. A una mayor escala, necesitaríamos, tal y como señalan muchos otros autores, sanar las fracturas metabólicas que separan la economía de la ecología.
En resumen, Wallace advierte: «tenemos un planeta que recuperar».
Monica Di Donato. Investigadora, FUHEM Ecosocial
Llega el monstruo. COVID-19, Gripe aviar y las plagas del capitalismo
Mike Davis
Capitán Swing, Madrid, 2020, 175 págs.
Hace aproximadamente quince años el autor de este trabajo, el activista y escritor estadounidense Mike Davis, escribía otro libro bajo el título El monstruo llama a nuestra puerta: la amenaza global de la gripe aviar. Desde aquel entonces, numerosos estudios, investigaciones, o ensayos (cómo no recordar en ese sentido «Grandes granjas hacen grandes gripes», del biólogo evolutivo y fitogeógrafo Rob Wallace) advirtieron de la posibilidad de nuevas y peligrosas pandemias, destacando las responsabilidades y los intereses económicos de las “grandes farmacéuticas” y de las políticas neoliberales en la difusión de los virus y las enfermedades infecciosas. Y, una vez más, las predicciones se han cumplido: ¡la COVID-19 es finalmente ese monstruo que llama a nuestras puertas! Y los coronavirus, que antes eran de interés sobre todo para la ciencia veterinaria, ahora son el gran desafío de la ciencia médica y biotecnológica en general.
El libro reseñado en esta nota de lectura representa una edición sustancialmente ampliada del libro del Davis antes mencionado, y una revisión exhaustiva y muy acertada de la COVID-19 y sus plagas precursoras. En ese sentido, Mike Davis analiza la actual pandemia, situando esta crisis en el contexto de algunas catástrofes virales previas, en particular, el desastre de la gripe de 1918, que mató a millones de personas en pocos meses, la gripe aviar de hace una década y media, rápidamente olvidada por los grandes poderes, pasando por la SARS o la MERS, hasta llegar al devastador brote que estamos viviendo.
El autor reconoce que precisamente la SARS activó las alarmas de que una nueva pandemia vírica era inminente, amenazándonos a todos «independientemente de las costumbres sexuales y del uso o no de jeringuillas», y poniendo de manifiesto que «la presunción de que nuestra infraestructura sanitaria y de gestión tiene el conocimiento o el poder para controlar enfermedades infecciosas ya no se sostiene, y es peligrosamente arrogante».
A pesar de la enjundia de determinadas reflexiones y análisis, el lenguaje utilizado por Davis resulta en todo momento accesible y acertado para examinar las raíces científicas y políticas del apocalipsis viral actual. Al hacerlo, denuncia, como de costumbre en sus obras, el papel clave de las grandes farmacéuticas, los agronegocios y las industrias de comida rápida (incubadoras y distribuidoras de los nuevos tipos de gripe, debido a los modelos de producción que las sostienen), instigados por gobiernos corruptos y por un sistema global capitalista descontrolado, en la creación de las “perfectas” condiciones previas, desde un punto de vista ecológico, para la difusión de un virus que ha llevado a gran parte de la población mundial (y en particular a los más vulnerables) a una crisis de múltiples dimensiones.
Podríamos concluir señalando que dos son las reflexiones que hacen de telón de fondo a los análisis que se exponen en el libro y que, precisamente, invitan a una lectura atenta del trabajo para entender mejor las dinámicas de nuestros tiempos. Por un lado, el capital multinacional ha sido el motor que ha impulsado la evolución cada vez más significativa de determinadas enfermedades infecciosas mediante, sobre todo, la tala de bosques tropicales, que rompió las barreras naturales entre las poblaciones humanas y los virus, el aumento de la caza de animales silvestres a gran escala para abastecer de carne los mercados urbanos, el auge de la industria cárnica y el crecimiento exponencial de los barrios pobres, a lo que hay que añadir el empleo informal y el fracaso de la industria farmacéutica para encontrar beneficios en la producción masiva de antivirales esenciales, antibióticos de nueva generación y vacunas que sean universales.
El autor subraya cómo el enfoque basado en intervenciones técnicas específicas para cada enfermedad ha salvado vidas, pero deja casi inalteradas las condiciones sociales que promueven las enfermedades, y señala la necesidad de invertir en infraestructuras de atención primaria de salud en grupos, áreas regionales y países más pobres y vulnerables, basadas en las ideas de la “medicina social”, junto con reformas sociales radicales.
Por otro lado, es necesario promover un debate sobre modelos democráticos de respuesta efectiva para las “pestes” presentes y futuras, unos modelos que activen el empuje popular, coloquen a la ciencia al mando y empleen los recursos de un sistema de cobertura sanitaria universal y de salud pública (con una visión claramente tipo “One Health”).
En definitiva, la COVID-19 nos está obligando a comprender que no vivimos en una pandemia, sino en una era de pandemias. Ahora bien, con verdaderos monstruos que llegan y llegarán a nuestra puerta, ¿despertaremos a tiempo?.
FUHEM Ecosocial