Lectura Recomendada: Conexiones perdidas

Esta Lectura Recomendada ha sido publicada en el número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

Conexiones perdidas 

Johann Hari

Capitán Swing, Madrid, 2020

358 págs.

Reseña elaborada por: Diego Escribano Carrascosa.

Un libro, publicado en primera versión en 2019, con enorme potencial y actualidad reforzada por las consecuencias de la pandemia.

El autor, el periodista Johann Hari, escribe desde el conocimiento en primera persona del sufrimiento. También, desde la profunda investigación. Acom­paña las reflexiones basadas en expe­riencias personales con multitud de referencias bibliográficas y conversacio­nes con actores relevantes.

Tras alertar sobre el alarmante aumento de consumo de fármacos el autor afirmar que:

«Hemos aceptado que un gran número de las personas que nos rodean se sienten tan afligidas que se creen en la necesidad de ingerir a diario unas sustancias quími­cas muy fuertes para tirar adelante»

Presenta la situación en la que se le plantearon preguntas clave (¿Por qué continuaba deprimido? ¿Por qué había tantos como yo): «A los treinta y un años me encontré químicamente desnudo por primera vez en mi vida adulto. Llevaba casi una década ignorando los amables recordatorios de mi médico de que seguía deprimido pese a la medicación. Solo me animé a escucharle tras sufrir una crisis en mi vida, la cual me hizo sentir fatal de forma inequívoca y de la que no me pude librar. Lo que había estado probando du­rante mucho tiempo daba señales de no funcionar» (p.31).

Aunque aplazó abordar el tema en profun­didad, ya que «una vez has asumido una historia para explicar tu dolor, te muestras muy reticente a desafiarla» (p.31), afirma lo siguiente: «No ha sido un periplo fácil para mí. Como veréis, me afe­rré a la vieja historia que explicaba mi de­presión como resultado de un cerebro roto. Luché por ella. Durante mucho tiempo di la espalda a las pruebas que me presentaban. Esto no fue una transición amable hacia otra manera de pensar. Fue un combate»  (p.27).

Finalmente se sumerge de lleno en una búsqueda de verdad con impacto indivi­dual y colectivo. Una búsqueda que llevó a una revisión radical de la historia, «la propia y la de la angustia esparciéndose por nuestra cultura» (p.25). Una escucha del dolor, individual y colectivo, que per­mita identificar causas reales.

La forma en la que vivimos, la forma en la que se organizan las sociedades, tiene para el autor una importancia fundamen­tal. Afirma, contundente, que «la causa principal de la depresión y la ansiedad cre­cientes no se halla en nuestras cabezas. La descubrí principalmente en el mundo y en el modo en que vivimos en él» (p.27).

Añade que cuando finalmente compren­dió lo que (le) estaba ocurriendo, se le re­veló la existencia de antidepresivos auténticos. «Su aspecto no recuerdo al de los antidepresivos químicos que se han mostrado tan poco efectivos para tantos de nosotros. No son algo que uno compre o ingiera. Pero quizá nos señalen el punto de partida de un camino que de verdad nos aleje de nuestro dolor» (p.28). Un ca­mino en el que las explicaciones tengan en cuenta el contexto, en las que se reco­nozcan la importancia de que nuestras vidas no sean como deberían.

Erich Fromm, psicólogo social y socialista apasionado por la libertad, defendió la idea de que lo que resulta beneficioso para el sistema económico puede resultar nocivo para la salud (mental) de las personas.

Hari, con el objetivo de ofrecer es­peranza a millones de personas, escribió un libro desde la convicción de que las respuestas basadas en las explicaciones vinculadas a desequilibrios químicos son insuficientes. Como apunta el título del libro, identifica en la desconexión el origen principal de la ansiedad y la depresión. En consecuencia, se propone la reconexión como la estrategia más afectiva para en­frentarse a esos males. Desde la convic­ción de que la salud en una sociedad enferma es una anomalía.

Hari, tras hacer repaso a la evolución de su reflexión crítica sobre la eficacia de las respuestas farmacológicas, identifica di­ferentes causas de la depresión y la an­siedad.

La primera causa que menciona es la desconexión de un trabajo con sentido. Más allá de las cuestiones vinculadas a los trabajos de mierda, entendiendo estos como lo hacía David Graeber (un trabajo de mierda como aquel que la persona piensa que no debería existir. Por innece­sario o, incluso, porque el mundo sería mejor sin ese empleo), señala una cues­tión importante en el ámbito laboral rela­cionada con depresión y suicidio: la falta de equilibrio entre esfuerzos y recompen­sas. Una cuestión, esta última, de enorme relevancia al analizar la situación de las personas jóvenes.

La segunda causa enunciada es la desco­nexión de las otras personas. La respuesta desde un individualismo desconectado. La constatación del uso obsesivo de las redes sociales como «un intento por llenar un agujero, un vacío inmenso, que se produjo antes de que dispusiéramos de un teléfono inteligente» (p.125).

El hecho de que la desconexión de otras personas sea una de las causas mencio­nadas por Hari no niega, únicamente complementa, la necesidad de la cone­xión con uno mismo y, concretamente, con los traumas propios. De hecho, la desconexión con los traumas propios es otra de las causas que identifica. El autor apunta así a la necesidad simultánea de conectar con uno mismo y con otras per­sonas. Así, creo que de la lectura del libro puede derivarse dos conclusiones com­plementarias: no todo el sufrimiento indi­vidual está causado por cuestiones colectivas/estructurales y, al mismo tiempo, buena parte del sufrimiento indi­vidual está relacionado con cuestiones colectivas/estructurales.

En esos espacios de interconexión entre lo individual y lo colectivo se sitúan otras causas que identifica como son la desco­nexión de valores significativos, la desco­nexión del mundo natural o la desconexión del estatus y el respeto.

Otra de las causas identificadas es la des­conexión de un futuro esperanzador o se­guro. Alerta, además, de la relación existente entre la pérdida del futuro y el aumento de los suicidios. Recuerda a sus amigos engullidos por el precariado, ami­gos que no «le hallan el sentido a sus vidas: su futuro se ve constantemente fragmentado. Todas las expectativas sobre lo que vendría a continuación en las que fueron educados parecen haberse esfumado» (p.196).

Entre las soluciones, en línea con las cau­sas mencionadas, identifica la reconexión con los otros. La superación de las solu­ciones puramente individuales. Así, junto a la aceptación y superación de traumas individuales, menciona también entre las estrategias efectivas la prescripción so­cial, la superación de la adicción a uno mismo y la reconexión con valores signi­ficativos.

También, la reconexión a un trabajo signi­ficativo. En el capítulo dedicado a esa re­conexión nos acerca el caso de una empresa en la que se toman decisiones democráticas. Una de las personas de que trabajan en esa empresa apunta que  «no es el trabajo en sí lo que te hace en­fermar, sino la sensación de verte contro­lado y de no ser más que un engranaje inútil dentro de un sistema. Es la sensa­ción de que, con independencia de tu grado de rendimiento, te van a tratar de la misma manera y nadie va a prestar aten­ción; un desequilibrio entre esfuerzo y re­compensa» (p.276). Todas las personas que trabajan en esa empresa le asegura­ron que se sentían «menos ansiosos y de­primidos que cuando trabajaban en el tipo de organizaciones piramidales que impe­ran en nuestra sociedad» (p.276).

Por último, Hari propone recobrar el fu­turo. Superando el mayor obstáculo que identificó en su búsqueda: la necesidad de tiempo para reconectar de las maneras que señala. Como él señala, «la mayoría de las personas no paran de trabajar y el futuro les provoca inseguridad. Están ex­haustas y sienten que la presión crece año tras año. No es fácil unirse a una gran batalla cuando llegar al final del día ya se antoja suficiente batalla» (p.329). Par­tiendo de la constatación del hecho de que «cuanto más pobre eres, más proba­bilidades tienes de sufrir depresión o an­siedad, así como de enfermar de cualquier manera posible» (p.331), ex­plora la propuesta de la renta básica uni­versal.

Menciona la defensa de Barack Obama al final de su presidencia, sugi­riendo que «una renta universal podría ser la mejor herramienta a nuestro alcance con el fin de recrear la sensación de se­guridad, no con la promesa absurda de reconstruir un mundo perdido, sino de lle­var a cabo algo genuinamente nuevo» (p.335).

Cierra la exploración con el relato de una conversación con Rutger Breg­man. Bregman señala la existencia de un mercado laboral marcado por «la omni­presencia de la gente desesperada» (p.335). Frente a ello propone «debatir y hacer campaña por la renta generalizada como antidepresivo, como una forma de tratar con el estrés generalizado que está hundiendo a tantos de nosotros, con el tiempo» (p.338) para, sacando a la luz uno de los factores de la desesperación, «devolverles un futuro seguro a aquellos que están perdiendo la capacidad de ima­ginarse uno para ellos mismos, un modo de devolvernos a todos el oxígeno que nos permita cambiar nuestras vidas y nuestra cultura» (p.338).

Diego Escribano Carrascosa

Graduado en Derecho y en Ciencia Política y Administración Pública y Máster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos

Acceso al texto pdf de la sección LECTURAS, donde aparece esta reseña.