Lectura Recomendada: Contra la doctrina del shock digital

Contra la doctrina del shock digital

Adrián Almazán y Jorge Riechmann (eds.)

Centro de Documentación Crítica, Ciempozuelos (Madrid), 2020, 156 págs.

Explicaba Joseph Tainter en The Collapse of Complex Societies (1988) que un factor decisivo que lleva históricamente a las civilizaciones a entrar en procesos de colapso y que, al mismo tiempo, constituye una señal de que se ha entrado en ellos, es el declive de los rendimientos marginales de la complejidad. Es sabido que una característica inherente al proceso civilizatorio desde sus albores es la estrategia de resolver problemas mediante incrementos de la complejidad. Cuando se dispone de un flujo extra de energía (fuego, animales de tiro, agricultura… carbón, petróleo, gas natural, uranio…) la tendencia es a aplicarlo a dichos problemas incrementando la complejidad social, y por tanto también su ritmo metabólico. Así, si una sociedad recolectora-cazadora experimentaba una época de sequía, simplemente migraba a otro lugar con mejores condiciones. Pero si una sociedad sedentaria y agrícola experimenta esa misma situación se embarcará en transformaciones de alto coste energético, como la creación de canales de irrigación. Esto suele conllevar la aparición de nuevos problemas que hay que resolver a su vez incrementando más la complejidad y, por tanto, generando nuevos problemas: es la denominada trampa de la complejidad.

Esto puede prolongarse a lo largo de los siglos hasta que se alcanza un punto en que las ventajas que obtiene la sociedad por cada aumento de complejidad comienzan a decaer: cada vez cuesta más esfuerzo lograr alguna mejora, estas son cada vez menores, y llega el momento en que el simple mantenimiento de la complejidad existente comienza a exigir más y más energía (el efecto Reina Roja, en honor al personaje de Lewis Carroll). En última instancia la sociedad comienza a perder complejidad y entra en lo que Tainter denomina colapso (esto es: una reducción brusca y profunda del nivel de complejidad).

La apuesta por la quinta generación de telefonía móvil es un moderno ejemplo de este proceso y un claro aviso de la llegada de nuestra civilización industrial a dicho punto de inflexión. Si nos remontamos al inicio de la telefonía deberemos reconocer que supuso un salto de enorme trascendencia en las capacidades sociales de comunicación a distancia, con un coste relativamente bajo en instalación de líneas de par trenzado y en construcción de centralitas y terminales, relativamente sencillos de fabricar con la tecnología del momento: la curva de rendimientos de la complejización en esta área tecnológica comenzaba con una pendiente elevada. La puesta en marcha de la primera generación de telefonía celular (analógica, en 1979) fue otro salto notable en las capacidades de telecomunicación, al independizarlas de un punto fijo de conexión. Las inversiones comenzaban a complicarse, pues ya no servían los millones de km de cables de la telefonía fija y se necesitaba instalar antenas allí donde quisiera ofrecerse cobertura.

La siguiente generación, la 2G, supuso otro paso relevante de la mano de la digitalización, aunque realmente el gran avance de liberarse del punto fijo de conexión se había producido ya en la fase anterior. La 3G aportó después la primera conectividad a Internet, y comenzaron a introducirse los smartphones. A cada salto, el coste en terminales, nuevas antenas, sustitución de las antiguas y consumo energético, debido sobre todo a la ampliación de la cobertura y al incremento del tráfico de datos, fue aumentando de manera considerable. La 4G apenas supuso, desde el punto de vista de la funcionalidad, más que una ampliación en el ancho de banda (más velocidad). Y en ese punto estábamos cuando la industria decidió dar un nuevo salto e inventó la 5G cuyos costes anunciados resultan descomunales no sólo en instalaciones nuevas (incluidos miles de satélites) sino también en consumo energético (varias veces el de la 4G). Y toda esta nueva complejidad, ¿para solucionar qué problema social, exactamente? Entre las funciones nuevas que se han anunciado se incluyen la llamada “internet de las cosas” (conexión domótica de electrodomésticos, por ejemplo), la conducción de vehículos autónomos, la descarga casi instantánea de películas, la comunicación más rápida entre robots en las fábricas o la posibilidad de realizar operaciones quirúrgicas a distancia. A nada que se sopesen costes contra beneficios parece claro que hemos llegado a unos escasos rendimientos sociales comparados con el salto de complejidad/energía/recursos que se nos propone (o más bien se nos impone, puesto que los planes de despliegue están ya en marcha, con un nulo debate público).

En este contexto es en el que se publica un pequeño pero bien armado arsenal defensivo contra la 5G en forma de libro. Sus coordinadores (y autores de buena parte de los textos) son Adrián Almazán y Jorge Riechmann, representantes de dos generaciones de filósofos implicados en la lucha ecologista más consciente, y que se están destacando en estos últimos tiempos por una crítica radical al despliegue de la tecnología 5G en nuestro país, con contundentes textos como los incluidos en esta recopilación bajo el título Contra la doctrina del shock digital.

Los numerosos argumentos con que los autores atacan la irracionalidad e inconveniencia del despliegue antidemocrático de la quinta generación de telefonía móvil abarcan tanto cuestiones sociopolíticas (ampliación del control y vigilancia de la población) como de salud (principio de precaución ante la posible nocividad reconocida por la propia OMS de las radiaciones electromagnéticas, que ahora serían ampliadas) o de coste de oportunidad en un contexto de declive energético y material, una cuestión esta que aún no resulta suficientemente conocida para los movimientos en defensa de la privacidad o de la salud, y por tanto especialmente pertinente en una obra de este tipo, con vocación de abarcar todo el espectro del activismo social.

Los cinco artículos y un manifiesto que conforman esta obra fueron publicados previamente en medios como Ctxt.es, ElDiario.es, Ecologista y la revista 15/15\15. Su reunión en forma de libro no podría ser más oportuna, a las puertas de una irrigación masiva con fondos europeos de todo tipo de entelequias más o menos disparatadas y peligrosas, pero todas ellas marcadas por los valores sagrados para la cultura hegemónica: innovación, tecnología y modernización, recargados ahora por el poder mágico de la descarbonización (mágico puesto que no se sostiene en los hechos empíricos que lo digital esté exento de emisiones de CO2, más bien todo lo contrario). A los autores españoles, con Almazán y Riechmman a la cabeza, se une en el primero de los textos, el que introduce el concepto de doctrina del shock digital, el colectivo francés Écran total.

Si estábamos inmersos ya en el más descomunal experimento jamás realizado con seres humanos (en realidad nadie sabe cómo afectarán a largo plazo las masivas e ubicuas radiaciones de microondas a nuestra especie ni a otras), a este hecho no reconocido se unirá ahora una multiplicación de las capacidades de control y vigilancia ya existentes sobre las poblaciones y un derroche inmoral de recursos energéticos y materiales (nunca revelados oficialmente) para multiplicar las infraestructuras necesarias para una 5G que apenas una minoría elitista deseaba. Hay quien afirma que la 5G es a nuestra civilización como la construcción de moais fue a la antigua civilización de Rapa Nui, un delirio megalomaníaco, una huida hacia adelante que sólo sirvió para acelerar la caída en el colapso más atroz.

Personalmente echo de menos en esta obra una exploración más profunda de la relación con la doctrina del shock descrita por Naomi Klein en su conocida obra de 2007. El título del libro sugiere una conexión muy interesante, aunque quizás hubiese sido más adecuado titularlo «Contra la doctrina digital del shock», puesto que lo que es digital es más bien la aplicación de la doctrina y no el propio shock, que en este caso se trata de la pandemia de COVID19. Las pistas más importantes acerca de esta aplicación digital de la doctrina general descrita por la autora canadiense las encontraremos en el primero de los textos que conforman el libro, donde se nos advierte de que «el centro» de dicha doctrina consiste en «la intensificación de la digitalización de la vida cotidiana y económica» (p. 15). El golpe de Pinochet o la desintegración de la URSS fueron algunos de los shocks históricos aprovechados por el neoliberalismo para imponer por la vía rápida los dogmas de los Chicago boys, como nos reveló Naomi Klein. Ahora el libro de Riechmann y Almazán nos explica cómo el impacto no previsto de una pandemia está siendo usado para imponer, sin el más mínimo debate público, una digitalización forzosa en una sociedad que, si hay algo que no necesita en estos momentos, son procesos que la conviertan en menos resiliente aun de lo que es, porque como enuncia el título de uno de los apartados del libro «el crecimiento de la tecnología únicamente puede ser fuente de colapsos ecológicos y sanitarios» (p. 20).

La COVID19 «ha sido la oportunidad perfecta para reforzar nuestra dependencia de las herramientas informáticas y desarrollar muchos proyectos económicos y políticos previamente existentes», y no precisamente proyectos emancipadores o ecológicos, cabría aclarar. La escasa contestación social ante este shock se debe, en buena medida, a que aún no somos mayoritariamente conscientes del proceso de colapso ecosocial. «La pandemia actual debería incitarnos a transformar radicalmente» nuestras sociedades insostenibles, advierten los autores, y sin embargo la gestión público-privada de la misma está haciéndonos profundizar aun más en su insostenibilidad. O, en palabras de Riechmann: «La digitalización acelera el capitalismo, y con ello contribuye a hacer más probable el colapso ecosocial» (p. 77). Es por ello que la aplicación indiscutida de esta doctrina digital no es simplemente la enésima treta capitalista para crear nuevos nichos de negocio a costa de recursos públicos y tampoco es una solución ingenieril más a la busca de un problema. Debido al crítico momento histórico en el que se produce, el despliegue de la 5G constituye un paso más hacia nuestra autodestrucción.

Manuel Casal Lodeiro

Instituto Resiliencia