Lectura Recomendada: Perdiendo la tierra
Nathaniel Rich, Perdiendo la tierra. la década en que podríamos haber detenido el cambio climático, Madrid: Capitán Swing, 2020, 191 págs.
Reseña elaborada por Nuria del Viso del equipo de FUHEM Ecosocial y publicada en el número 155 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.
El cambio climático se presenta como una controversia científica pública, algo común en la ciencia, si bien no constituye el tipo de controversia que cabríamos esperar, derivada de visiones científicas distintas o de un desacuerdo genuino sobre los datos. En este caso se trata más bien de una controversia pública calculadamente fabricada, como queda claro después de la lectura de Perdiendo la Tierra, una exhaustiva –aunque sintética– investigación de un periodo histórico cercano –de 1979 a 1989–, cuando estuvimos muy cerca de un acuerdo internacional sobre el cambio climático.
Existen evidencias del cambio climático al menos desde el siglo XIX, y desde 1979 la ciencia climática ya estaba asentada y ha permanecido prácticamente invariable desde entonces. El libro se abre con una frase impactante en este sentido:
«Casi todo lo que sabemos en la actualidad del calentamiento global ya lo sabíamos en 1979» (p. 13).
Desde los ochenta hay un amplísimo consenso científico en torno a los principales hallazgos de la ciencia climática. Entonces, ¿por qué en las últimas tres décadas apenas se ha avanzado en atajar la desestabilización del clima? Rich nos acerca a las respuestas a esta inquietante pregunta.
El cambio climático es un caso paradigmático de agnotología. El término fue desarrollado por Robert Proctor, historiador científico de la Universidad de Stanford, que en 1979 se topó con un memorando secreto elaborado diez años antes por la compañía tabaquera Brown & Williamson donde se exponían las tácticas empleadas por el sector para combatir las medidas antitabaco. A partir de este hallazgo, Proctor comenzó a investigar este tipo de casos. Como la empresa afirmaba en aquel comunicado, «La duda es nuestro producto. [La duda] es la mejor manera de competir con el volumen de información que existe en la mente del público en general. También es el medio para crear controversia», según recoge una noticia de la BBC (Georgina Kenyon, «Agnotología: la ciencia de sembrar el engaño para vender», BBC, 17 de enero de 2016). Como subrayaba Philip Mirowski en una conferencia en 2012, los negacionistas «no pretenden cambiar la ciencia climática, sino nublar la mente de la gente común.
El objetivo principal es obstaculizar cualquier acción de reducción de emisiones, comprar tiempo para formular otros componentes y desarrollarlos como opción política» (Conferencia inaugural del congreso «Life and Debt: Living through the Financialisation of the Biosphere», Universidad Tecnológica de Sidney).
La agnotología, ya con medio siglo de historia a sus espaldas, alcanza hoy nuevas cotas en un contexto de explosión de las redes sociales que multiplican sus efectos. Bruno Latour en Dónde aterrizar resalta la situación de “delirio epistemológico” en la que nos encontramos, especialmente desde la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, algo de lo que se hace eco Jorge Riechmann en otro artículo de esta misma revista.
Podría parecer que la inacción ha dominado siempre nuestra aproximación al calentamiento global. Pero, como recuerda Rich, hubo un tiempo no tan lejano en que «había un consenso general sobre el hecho de que se tenía que pasar a la acción de inmediato» (p. 17), y «un amplio consenso internacional acordó poner en marcha un mecanismo para conseguir un tratado global vinculante» (p. 17).
De la mano de Rich descubrimos una década que ahora parece asombrosa, cuando el cambio climático no generaba en EEUU posturas partidistas automáticas, cuando las corporaciones petroleras investigaban el cambio climático –incluso un presidente de Exxon, Edward David hijo, llegó a afirmar en 1982 la adhesión de la petrolera a la transformación integral de las políticas energéticas globales (p. 89)–, y cuando congresistas y senadores preocupados por el fenómeno podían organizar sesiones sobre el asunto con el testimonio de científicos, o cuando un grupo de 24 senadores de ambos partidos pidieron al presidente Bush padre –era 1989– un compromiso de reducción de emisiones, y el cambio climático llegó a ser la ter- cera preocupación de los estadounidenses (p. 127).
El negacionismo climático surgió de las propias empresas y se materializó con la captura de un grupo de científicos –especialistas en física atómica y otras ramas de la ciencia distintas a la climática– contratados al servicio de los intereses corporativos. Rich deja claro la responsabilidad de la petroleras, que conocían el problema del cambio climático desde los años cincuenta, y la industria automovilística desde los setenta, igual que las eléctricas. Las empresas implicadas han invertido cifras astronómicas para desacreditar y poner en duda el conocimiento de la ciencia climática, sembrando la confusión y el escepticismo. Esta estrategia ha sido desplegada en distintas controversias públicas, antes y después del cambio climático, y es ya conocida como la “estrategia del tabaco”, por ser el primer sector industrial que la utilizó como constató Proctor y tal como recogen Oreskes y Conway en su libro Mercaderes de la duda.
Si Rich se centra en una década particular para mostrar la deriva del asunto climático y a sus protagonistas, Oreskes y Conway se enfocan en Mercaderes de la duda en explorar precisamente esta estrategia, dedicando el capítulo 6 al cambio climático. Aunque con acentos, estilos y periodos históricos diferentes (Oreskes y Conway analizan hasta 1997), ambos libros resultan complementarios.
Perdiendo la Tierra se compone de tres partes –«Gritos en la calle (1979-1982)»; «Ciencia ficción de mala calidad (1983-1988)»; y «Veréis cosas que deberéis creer (1988-1989)»– y 21 capítulos, además de una introducción y un epílogo. Cada capítulo va encabezado por un título y un periodo histórico.
En la primera parte del libro, Rich retrata cómo el cambio climático se abría paso entre la ciencia, el activismo y las instituciones políticas oficiales –Gobierno, Congreso y Senado– con notable consenso, incluso en las filas de ambos partidos. En la segunda parte cubre el periodo de 1983 a 1988 y explora cómo fuerzas contrarias en torno al cambio climático pugnaron por prevalecer. En la tercera parte, de 1988 a 1989, el autor narra el proceso de retirada de apoyo de EEUU al acuerdo internacional y su descarrilamiento final mientras se desplegaba el negacionismo a toda potencia.
Rich adopta un enfoque histórico bien documentado a través de numerosas entrevistas con los protagonistas de los hechos y desarrolla su argumento de forma ágil a través de capítulos breves. El libro mantiene la tensión, aunque la proliferación de nombres puede despistar en más de un momento. El hilo del relato, sin embargo, se mantiene gracias a dos personajes principales que guían la narración: un activista ecologista, Rafe Pomerance, y un científico climático, James Hansen, en torno a quienes pululan no pocos actores. Apuntar que quizá la historia de héroes, villanos y víctimas que presenta Rich resulte algo simplista.
El autor narra la historia –o la intrahistoria– de un fracaso no anunciado de la deriva climática y cómo se fueron cerrando las posibilidades de un acuerdo. Un par de años después de las entusiastas declaraciones de David hijo, Exxon había reconsiderado su postura y vuelto a los combustibles fósiles convencionales. Para 1988, el Instituto Americano del Petróleo (conocido como API) «empezó a prestar atención a los argumentos políticos relacionados con el negocio» (p. 135) y se fortaleció el contraataque: los departamentos de investigación corporativos se cerraron y en su lugar se invirtieron millones de dólares para desacreditar las certezas que iba señalando la investigación climática y, en su lugar, sembrando la duda, con una alta efectividad que condujo al consenso de inacción a partir de 1989. Como afirma Rich, «Esa era la nueva tendencia: no solo la expresión de indiferencia o precaución, sino del advenimiento de una fuerza antagonista, nihilista» (p. 112). Para 1992, el presidente Bush padre había pasado de declararse “medioambientalista” (p. 128) a principios de los ochenta a ofrecer una postura más que tibia en la Cumbre de la Tierra en Río.
En contrapartida a la “guerra sucia” del negacionismo, la controversia sobre el cambio climático implica cada vez más cuestiones morales, como remarca Rich en el epílogo, donde la voz del autor se hace más nítida. Estas razones están ganando peso progresivamente en la crisis del clima, tanto aquellas sobre la relación inversa existente entre responsabilidad de las emisiones y gravedad de los impactos como las referidas a la responsabilidad con las generaciones futuras y otros seres vivos. Los argumentos que esgrimen tanto Greta Thunberg como el papa Francisco en su encíclica Laudato Si van en esa dirección.
En su conjunto, el libro es exponente de cómo los entramados sociotécnicos, tal como sostienen los estudios de ciencia y tecnología (Science and Technology Stu- dies, o STS por sus siglas en inglés), constituyen ensamblajes fuertemente cohesionados; no hay separación posible entre elementos sociales, o políticos, y elementos científicos o técnicos, sino que estos componentes se entrelazan en un todo que se co-produce procesualmente y co-evoluciona, tal como defiende Bijter, dando lugar a un latouriano tejido sin costuras de elementos tecno-científicos- socio-político-económicos, tal como sostiene el enfoque constructivista de los STS. Un ejemplo en este sentido que recoge el libro se refiere a la necesidad que activistas, científicos y políticos concienciados con el cambio climático y a las puertas de una importante reunión en Toronto en 1988 para impulsar un acuerdo internacional similar al del ozono, buscaban una cifra “mágica” que movilizara las voluntades políticas, pero, lejos de proporcionarlo el conocimiento científico, fue el activista Rafe Pomerance el que dio con una cifra con gancho: reducir el 20% de emisiones para el año 2000 (posteriormente, 2005), una muestra más de cómo consideraciones científicas se entretejen con las políticas y las sociales en un conjunto sociotécnico sin fisuras ni costuras.
El autor muestra cómo el relato, la imagen y el lema de un hecho científico tiene mucho que ver con que se adopten o no medidas para ponerle remedio, como se hizo evidente en el caso del “agujero” de la capa de ozono donde un buen framing y una imagen potente ayudaron a lograr un acuerdo internacional, el Protocolo de Montreal.
Quizá uno de los problemas que ha enfrentado el cambio climático es que no haya logrado encontrar una imagen poderosa y un relato que interpele a la gente –como logró el agujero de la capa de ozono–, que genere sensación de urgencia y movilice a la ciudadanía.
Por otra parte, Rich afirma que el relato climático no ha cambiado sustancialmente desde 1989, punto del que cuesta no disentir dado que en las últimas tres décadas se ha desarrollado la potente maquinaria del negacionismo climático y actualmente el relato dominante es radicalmente distinto, y mucho más nocivo, que en 1989.
En esta absorbente investigación de una década crucial para las políticas del cambio climático sorprenderá encontrar nombres de políticos/as muy conocidos sosteniendo posturas que hoy se tacharían de “radicales”. La distancia de estas posturas a las que hoy sostiene el Partido Republicano en EEUU, el Partido Conservador en Reino Unido o sus homólogos en España da cuenta del retroceso que hemos sufrido en las últimas tres décadas en materia de políticas climáticas, que solo se han puesto en cuestión tras el “terremoto” juvenil inspirado por Greta Thunberg y las urgencias puestas de manifiesto por la crisis de la COVID-19.
Perdiendo la Tierra investiga la intrahistoria de lo que pudo ser y no fue, y de cómo se marchitaron los avances logrados a lo largo de una década. Como afirma Rich,
«Si los Estados Unidos hubieran respaldado una propuesta ampliamente apoyada a finales de los ochenta –la congelación de las emisiones de carbono, junto a una reducción del 20% en 2005– el calentamiento podría haberse limitado a menos de 1,5ºC» (p. 17).
Esta es nuestra pérdida y de ahí la importancia del libro para arrojar luz sobre ella. La revitalización de la memoria es importante para reconstruir los hechos y saber dónde nos encontramos y por qué.