Entrevista a Ulrich Brand. “Modo de Vida Imperial”: una lectura a la luz del conflicto de Ucrania

La entrevista de Monica Di Donato a Ulrich Brand está publicada en Crisis, modos de vida y militarismo. Una lectura a propósito de la guerra de Ucrania, perteneciente a la Colección de Dosieres Ecosociales.

En  esta entrevista Brand reflexiona alrededor de la relación entre el modo de vida imperial y el nuevo escenario sociopolítico, ecológico y económico resultante de la guerra en Ucrania.

Ulrich Brand es profesor de Política Internacional en la Universidad de Viena (Austria). Desde septiembre de 2021, trabaja  en el Instituto de Análisis Social de la Fundación Rosa Luxemburgo (Berlín, Alemania) sobre las perspectivas de las transformaciones socioecológicas emancipadoras. Es autor, junto con Markus Wissen, del libro  Modo de vida  imperial: vida  cotidiana y crisis ecológica del  capitalismo, Buenos Aires/Madrid, Tinta Limón, 2021. En marzo de 2018, publicó el libro Salidas del laberinto capitalista: Decrecimiento y postextractivismo, Barcelona/Quito, Icaria, escrito con el economista y político ecuatoriano  Alberto Acosta, en el que se abordan los debates sobre el poscrecimiento en Europa y el posextractivismo / buen vivir en América Latina.

 

Monica Di Donato (MDD): En tus textos afirmas  que  existe  un modo de vida imperial hegemónico que tiene como trasfondo una profunda crisis social y ecológica. ¿Cuáles son las dimensiones que caracterizan ese marco, y qué relación guardan con la esfera política, cultural, económico financiera, geoestratégica, etc. de las sociedades capitalistas?  ¿Cuáles son  las consecuencias que  acarrea?

Ulrich  Brand (UB): El argumento que  comparto con  mi amigo  y co-autor Markus Wissen es que  el modo de vida imperial es posible gracias al acceso del Norte global a los recursos y a la mano de obra barata de otros lugares —tanto en el Sur global como en el Norte global.  Sobre todo,  tiene  que ver con estrategias de acumulación capitalista, de relaciones de poder.

Ampliamos la perspectiva. Pensemos en la producción y consumo de coches, teléfonos móviles, algunos alimentos, vestido, materias primas o recursos energéticos. Para algunos, todo lo anterior crea una capacidad de acción y una prosperidad material (unido a la posibilidad de disponer de una infraestructura pública que funcione, y de unos servicios de interés general); para otros, sin embargo, significa una destrucción progresiva de sus medios de vida y la consolidación de relaciones de dependencia. A pesar de esta asimetría, este modo de vida imperial es hegemónico, es decir, está ampliamente aceptado y reproducido en las prácticas de producción y consumo, asegurado por políticas estatales; y lo está, aún más, como deseo, aspiración y promesa de vivir esa forma (ayudado de eslóganes habituales, tales como “desarrollo”, “progreso” o “crecimiento”).

El modo de vida imperial se ha profundizado en el Norte a través del proceso de globalización de los últimos 30 años, especialmente con la reestructuración de la división internacional del trabajo y la digitalización, con su alto consumo de recursos. Subjetivamente, muchos viven esto como una forma de prosperidad. El modo de vida imperial no significa que todos los habitantes vivan igual. Los estudios demuestran que el tamaño de la huella ecológica de cada uno depende poco de la conciencia ecológica y mucho de los ingresos.

Este modo de vida, que siempre es también un modo de producción, está alcanzando claramente los límites ecológicos globales. En el pasado, siempre hubo regiones que colapsaron ecológicamente, pero hoy el peligro tiene una dimensión global. En cierto sentido, el modo de vida imperial se está “ganando su propia muerte”. Y en tiempos de crisis se produce una  paradoja que tiene implicaciones políticas:  especialmente en el Norte, este modo de vida tiene un efecto estabilizador, porque los alimentos y otras mercancías relativamente baratas siguen llegando a las metrópolis a través del mercado mundial, pero, al mismo  tiempo, las crisis políticas, sociales, económicas y ecológicas se intensifican en otros lugares, ocasionando graves  conflictos socioecológicos y huida de la población.

Si nos  acercamos a la dimensión geopolítica, el concepto del modo de vida imperial ayuda a entender las crecientes  “tensiones eco-imperiales”, porque  las grandes potencias políticas y las empresas trasnacionales tienen que asegurarse el acceso a unos recursos naturales y a unas tierras que son cada vez más escasas.

 

MDD: En las últimas  semanas, al escenario de crisis socioecológica se ha sumado el conflicto bélico en Ucrania. En el marco de análisis desde el que te mueves, ¿Qué  lectura haces de esta reconfiguración del orden geopolítico y de poder a nivel mundial? ¿Qué papel asignas a cada actor implicado directa o indirectamente (es decir, no solo a Rusia o Ucrania, sino también a EEUU, China y la UE)?

UB: Hay varias dimensiones en este conflicto. Para mí es y será algo parecido al 11 de septiembre, es decir, un punto y aparte que va a reorientar las políticas dominantes, y que supone un desafío enorme para las fuerzas emancipatorias y el pensamiento crítico.

Con respecto a tu pregunta quiero precisar que, por un lado, no hay que olvidar que el capitalismo ruso se desarrolló, en las últimas décadas, como parte de ese orden mundial capitalista neoliberal, y Rusia era una parte crucial, con sus recursos fósiles y agrarios. Sabemos, además, que los años noventa fueron cruciales, ya que los actores neoliberales globales, como el FMI y parte de las élites postsoviéticas, promovieron, con la ayuda del gobierno de Yeltsin, la neoliberalización y oligarquización de Rusia – los economistas neoliberales como Jeffrey Sachs  argumentaban, en ese sentido, a favor de una inevitable “terapia de shock”. Pero, por supuesto, que había alternativas como, por ejemplo, un papel más activo del Estado en la economía, el mantenimiento del Estado de bienestar, etc.  Es innegable que fue una victoria contundente de las estrategias neoliberales-oligárquicas. Por otro lado, existía una perspectiva geopolítica occidental, sobre todo de EEUU y de la OTAN, que no aceptaba los intereses políticos de seguridad de Rusia, por ejemplo, en lo que se refiere a las estrategias de la ampliación de la OTAN.

Si consideramos las relaciones internas de la sociedad rusa, se puede argumentar que sociedades con una economía extractivista, tienden a ser autoritarias porque el control de la renta de la venta de los recursos fósiles privilegia la centralización del control y del poder —de alguna manera, están gobernadas por oligarcas con buenos contactos en el mundo de la política, y no por una burguesía que quiere cierta independencia del Estado. Eso también facilitó el auge del régimen de Putin.

Otro aspecto de la reconfiguración es que, a pesar de la dinámica de los últimos años, especialmente el auge económico y político de China, existe un consenso entre las élites globales para mantener y expandir el modo de vida imperial a una parte creciente de la población. Pero eso ocurre de una manera muy desigual, porque el modo de vida imperial es muy clasista, patriarcal y racista. Creo que, por ejemplo, una perspectiva de clase es necesaria para preguntarse acerca de qué intereses comunes tienen las fracciones dominantes en diferentes regiones. Por ejemplo, hay fracciones importantes que están a favor de la militarización del mundo, otras que quieren mantener la dependencia de la energía fósil, otras que  viven bien de la globalización neo- liberal, del libre movimiento del capital, de los paraísos fiscales, etc. Claro, en tiempos de guerra pensamos en términos de países, regiones, gobiernos, pero creo que esta otra mirada sigue siendo también importante.

Si pensamos en regiones y sus gobiernos, es decir, las élites políticas estrechamente vinculadas con las élites económicas, y la propuesta de mirar hacia el mundo bajo la óptica del modo de vida imperial, creo que un aspecto principal para entender el régimen de Putin es su carácter abiertamente imperial y bélico, pero también su deseo de mantener la dependencia de otras regiones que precisan de sus recursos naturales. Como vemos, ese  último punto es muy ambiguo.

Creo que China puede ser indirectamente uno de los ganadores de este conflicto porque mantiene relaciones económicas con Rusia, y se presenta como un actor de la paz. Pero no conozco de manera suficiente las discusiones y estrategias del gobierno chino. Sin embargo, lo que considero interesante es que por primera vez hace muchos siglos China es, indirectamente, un actor  importante en un conflicto europeo.

EEUU se muestra, junto con la OTAN, como la gran potencia mundial que puede frenar un régimen como el de Putin y así superar el trauma de su fracaso total de los últimos años en Irak y Afganistán. Pero lo que vamos a ver, sobre todo, es que la industria militar en EEUU va a beneficiarse muchísimo del gasto armamentístico de países como Alemania. En general, no creo que  EEUU sea una potencia en declive, pero sin duda está redefiniendo su papel como potencia militar global, como actor político que organiza las relaciones entre países, como poder en la economía digital global y como referente para las fuerzas liberales con su modelo de democracia.

Actualmente, EEUU, su gobierno, así como sus intelectuales orgánicos contribuyen a una fuerte renacionalizacion de la ideal de Occidente, de un Occidente que tiene que ser agresivo. En este contexto creo que la UE será uno de los actores que más pierda en este conflicto, pues probablemente será quien más contribuya a la militarización del mundo. Y claro, los esfuerzos y recursos sociales que se requieren para tratar con las consecuencias de la guerra son enormes: los refugiados, los impactos económicos, la inseguridad en el suministro de la energía, etc. No tengo una idea positiva de “Europa” o de la UE, pero sí considero que existe un potencial de perspectivas políticas y económicas posnacionales que abren espacios para el pensamiento crítico y las estrategias emancipadoras. Y existe una base de derecho internacional, basada en el respeto a las leyes y no al del dominio del más fuerte.

Finalmente, y lamentablemente, el gran perdedor, en términos humanos, de este conflicto es Ucrania.  Y no olvidemos los impactos sobre otras regiones—y sobre gente más vulnerable—, que  van a sufrir del auge de los precios de los alimentos y la energía, hasta de la escasez de ciertos productos agrarios.

 

MDD: ¿Consideras que se está fragmentando la economía global en diferentes bloques o se trata “simplemente” de una disputa por la hegemonía entre potencias ascendentes (China, por ejemplo) y potencias en declive (EEUU o la UE)?

UB: Buena pregunta. Hasta hace poco tiempo yo pensaba que se trataba de una disputa por la hegemonía, sobre todo entre EEUU y China. La UE juega un papel importante aquí, pero no decisivo, al ser más bien un aliado de EEUU, también en lo que a asuntos militares se refiere. Pero la pandemia, y aún más esta guerra, pueden implicar una mayor fragmentación entre bloques económicos. En la UE se habla hoy día de “autonomía estratégica”, en el sentido de lograr más independencia en los ámbitos económicos, tecnológicos, en la organización del acceso a los recursos naturales, en relación con la infraestructura, etc. Putin habla de una “autarquía económica”, es decir, del intento de una reorientación de la economía rusa que, sin embargo, creo que va a desembocar en una dependencia más fuerte con respecto a China.

Actualmente, Rusia no es capaz de producir muchos productos de alta tecnología (incluso repuestos para las armas),  a la vez que está experimentando un flujo importante de emigración de  personas formadas. Eso abre claramente un espacio para China (que, a su vez, es  dependiente de alta tecnología de EEUU, si pensamos, por ejemplo, en microchips). Eso no significaría disociación absoluta, pero sí mucha menos confianza en una economía globalizada que produce todo de manera más barata o, en términos económicos, allí donde la ventaja comparativa es mayor, gracias a las infraestructuras de transporte, las condiciones legales o el libre comercio. Podríamos llamarla una “desglobalización desde arriba”, de los poderosos. Sin embargo, no tenemos que olvidar que la economía globalizada está, en muchos aspectos, bastante integrada, y detrás de esto hay intereses fuertes; hay que ver cuál será la dinámica.

En el movimiento alterglobalizador discutimos mucho sobre una necesaria “desglobalización desde abajo”, es decir, para los pueblos, de manera democrática y emancipatoria. Esa sigue siendo una  tarea importante.

 

MDD: La guerra en Ucrania, sin ser la causa, ha despertado el “juego” geoestratégico en términos de guerra de suministros, guerra de sanciones, etc. En otros términos, sabemos que las causas del conflicto son complejas, llegan de lejos y no responden a una lógica de “guerra por el control de recursos” o por proteger ciertos mercados y espacios de influencia económica. Se trata más bien de consecuencias que, sin embargo, están creando no pocos problemas, sobre todo, a las economías del bloque europeo. En ese sentido, la guerra a golpe de sanciones hacia la ya precaria economía rusa puede ser un factor importante a considerar, aunque no parece que haya intención de implementarla de manera contundente por los riesgos e impactos que puede tener para el sancionador.

¿Qué  piensas al respecto? ¿Alemania, o la UE en general, están verdaderamente dispuestas a renunciar al gas ruso o al mercado que representa aquel país en la venta de sus coches, por ejemplo? ¿No antepondrán la defensa de su modo de vida a cualquier otra consideración (de ahí la extrema cautela en un uso  “ponderado” de las sanciones)?

UB: Estoy de acuerdo, no veo tanto que para Putin sea prioritario controlar directamente los recursos de Ucrania. Putin fue muy explícito en junio 2021 cuando negó la independencia de Ucrania y habló de la unidad de los pueblos de Rusia, Bielorrusia y Ucrania. Pero has preguntado por las sanciones. Ahora, a finales de abril y a nueve semanas después del inicio de la guerra, podemos ver que la UE no impone de manera contundente las sanciones a Rusia, sobre todo en lo referido al gas. Los gobiernos de Alemania y Austria, principalmente, están en contra por su fuerte dependencia de Rusia. Yo estoy convencido de que las sanciones tienen que ir más lejos e incluir el gas.  Hay economistas que argumentan que estas sanciones son viables y, aunque causarían cierto freno a la economía, sus efectos no serían catastróficos. Otros, como las asociaciones de empresarios o los sindicatos, dicen que las sanciones rápidas y contundentes van a perjudicar a las economías de Europa. Y que es una forma de doble moral de no comprar el gas de Rusia, pero sí de  regímenes autoritarios de Oriente Medio. Es una discusión importante. Es difícil de prever cómo evoluciona esta situación, pero estamos ante un escenario tan extraordinario (máxime cuando las masacres en Ucrania son conocidas) que yo creo que sí, habría que  tomar esta medida en contra de Rusia. Con respecto al modo de vida, sí, al corto plazo puede influir sobre él, como la pandemia lo hizo.

El Estado tendría que intervenir mediante la financiación del paro parcial, apoyando a las empresas, etc. A medio y largo plazo, la guerra puede contribuir a cierta modernización del modo de vida imperial con un cambio a gran velocidad en la base energética de la economía. Lo interesante es que también las élites hablan ahora mucho más de la necesidad de una transformación energética rápida. Con la ambigüedad —que para mí es un error— de declarar la energía fósil y el gas como fuentes energéticas sostenibles. El problema será si el modo de vida imperial es capaz de mantenerse con eso, por ejemplo, a través de la electrificación de los coches. Pero el cambio necesario tiene que ser más radical, debe cambiarse el sistema de movilidad reduciendo drásticamente la dependencia del automóvil privado, expandirse el sistema del transporte público, reducirse en muchos ámbitos la necesidad de movilidad, por ejemplo, mediante “ciudades con distancias más  cortas”.

 

MDD: Si nos pusiéramos en el escenario de salida del conflicto, ¿Qué repercusión tendrían los cambios en la nueva configuración hegemónica sobre el “modo  de vida imperial”, o simplemente afectarían a las formas de preservarlo ante nuevos actores, riesgos o amenazas?

UB: Si pensamos en lo inmediato, yo creo el conflicto bélico, probablemente se frenará por un agotamiento militar de ambos lados. Es muy probable que no habrá una victoria “total” de un lado y que  esta situación, después de un tiempo, pueda derivar en reabrir de nuevo el conflicto bélico. Así tenemos que  pensar en una perspectiva de varios años, probablemente hasta que no se produzca un cambio del régimen en Rusia (que deberá ser impulsado desde dentro). Al mismo  tiempo, el régimen de Putin tiene todavía bastante legitimidad en la sociedad rusa. Si miramos más allá del conflicto concreto, un escenario probable y, para nada deseable, es una transformación en clave de seguridad de la política y, en general, de las miradas sobre el mundo. Ya lo vemos en  el anuncio del Gobierno alemán de habilitar un fondo especial de 100.000 millones de euros para armamento durante los próximos cinco años.

Un criterio fundamental para la hegemonía del modo de vida imperial sigue siendo en qué sentido asegura el bienestar de amplios grupos sociales (aunque de manera totalmente desigual), así como también en qué medida es capaz de prometer a muchos más que puedan participar del mismo. Pero otro criterio, que ya conocemos de las políticas migratorias y de refugiados, será el de la seguridad, lo que representará una amplia legitimación para poner recursos enormes en la militarización de las fronteras, de las rutas de migrantes etc. Y, si pensamos en la crisis económico financiera de hace más de una década, o ahora en la pandemia, vemos cómo siempre el modo de vida imperial se mantiene gracias a intervenciones públicas permanentes y costosas en situaciones de crisis. Ambas dimensiones, militarización y políticas de crisis, disminuyen el bienestar material, salvo para las industrias que producen armamiento, medicamentos etc. Y también cierta fragmentación de la economía global, que puede traducirse en menos explotación de otras regiones  y, como consecuencia, precios más altos, como veremos en el caso de que se acelera la transición energética.

 

MDD: ¿En qué medida consideras que, con el trasfondo de la crisis ecológica global, el conflicto de Ucrania podría ser  “la oportunidad” para empezar un cambio radical, una transición hacia nuevos escenarios emancipatorios dentro del bloque europeo?

UB: En general, sí es una oportunidad, y hay una politización enorme del asunto. A mediados de abril, el gobierno alemán anunció que iba a poner muchos más recursos para la transición energética. Dependerá de los intereses económicos, de las correlaciones de fuerza, perotambién de las tecnologías o de la disponibilidad de alternativas. Si ahora, por ejemplo, actores poderosos son capaces de convencer a los gobiernos de que la salida principal es importar gas procedente de la fractura hidráulica (fracking) de los EEUU. o importar de países de Oriente Medio, esta oportunidad se cerrará. Se quedará en la lógica capitalista del suministro de energía, y no se pensará de manera suficiente en términos de una transición energética más regional que vaya más allá del gas —por ejemplo, mediante la expansión de la energía solar en el sur de Europa—. Otro aspecto casi totalmente ausente en las discusiones es la necesidad de reducir masivamente el consumo de energía en la matriz productiva y en los patrones de consumo (reduciendo la movilidad privada, el tráfico aéreo, disminuyendo la agricultura industrial y fomentando la ecológica, etc.). Todo eso impide una transición emancipatoria.

En determinadas ocasiones, la política oficial hace referencia a la necesidad de reducir el consumo de energía, pero se queda en la lógica individualista, tendiendo a individualizar la responsabilidad. Al contrario, una verdadera transformación socioecológica llegaría a ser más estructural, por ejemplo, reduciendo la producción de coches y aumentando de manera considerable el transporte público  —y no pidiendo solo a los consumidores no usar el coche privado. O visto de otra manera, eso son los campos de batalla para actores que quieren justamente esto último.

 

MDD: Aunque finalice de forma rápida el conflicto en Ucrania, lo que no acabará será la crisis ecosocial y las contradicciones derivadas de las actuales tensiones geopolíticas.

¿Cómo crees que  actuarán los grandes centros capitalistas y sus estados en ese sentido, y qué respuestas sociales auguras frente a un posible recrudecimiento, tanto de las polarizaciones y tensiones a nivel social, como de los impactos cada vez más frecuentes y devastadores a nivel ecológico?

UB: Es una  pregunta muy compleja. Creo que los centros capitalistas van a fomentar la militarización, pero también van a intentar cierta modernización ecológica del capitalismo y su modo de vida imperial (principalmente tratando de cambiar parcialmente la base energética). Un efecto que ya se nota es, y será, lo que  llamamos “extractivismo verde”: los recursos naturales para esta modernización como el litio, la madera del balso o el cobre vienen de los países del Sur global y de sus economías extractivistas. Si pensamos en cierta fragmentación de la economía mundial en bloques, un resultado puede ser la división del mundo en esferas de influencia como en la fase del imperialismo clásico, y en contra de una globalización capitalista neoliberal. Pero  esto está por ver.

Además de una ayuda concreta a los refugiados, una respuesta social inmediata debería ser capaz de oponerse a la lógica de la militarización y al creciente autoritarismo. Porque esa lógica va en dirección contraria a las medidas realmente efectivas para afrontar la crisis ecosocial: no es solo que la guerra por sí misma causa enorme destrucción, es que también el militarismo impone una jerarquización en las prioridades políticas, relegando a la crisis ecosocial a un lugar secundario.

Las respuestas sociales emancipadoras tienen que trabajar alternativas al modo de vida imperial que causa todas estas tensiones, así como la competencia por los recursos, etc. Un modo de vida solidario, la experiencia masiva, sentida por la mayoría, de un bienestar justo y viable, atractivo y no destructivo, es muy necesaria. Como ya he dicho, eso se  traduce en otro sistema de alimentación y transporte, así como de habitar o vestirse, y detrás de eso, también se traduce en otras relaciones de producción. Desde un punto de vista político, habría que cuestionar la riqueza, su concentración en las manos de unos pocos ricos y súper ricos, al mismo tiempo que se visibilizan los mecanismos políticos y económicos que permiten que la polarización social ocurra.

Un desafío muy concreto es pensar en una transición energética radical (que incluya una Rusia post Putin) capaz de desprenderse de la dependencia de los recursos fósiles. Y para ello, necesitamos un nuevo internacionalismo que piense el bienestar, la protección social y la paz en términos globales, es decir, en  términos de un mundo poscapitalista y posimperial, con un modo de vida solidario para todo el mundo. Eso implica un orden mundial, políticas internacionales y una economía global totalmente diferentes.

 

Acceso a la entrevista en formato pdf:  Entrevista a Ulrich Brand. “Modo de Vida Imperial”: una lectura a la luz del conflicto de Ucrania

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