Respuestas desde el movimiento pacifista sobre guerra de Ucrania
Este diálogo «Respuestas desde el movimiento pacifista. La guerra de Ucrania en el contexto del surgimiento de un nuevo orden», pertenece al Dosier Ecosocial: Crisis, modos de vida y militarismo. Una lectura a propósito de la guerra de Ucrania.
La guerra, al igual que la pandemia, está exigiendo una respuesta rápida y contundente por parte de los gobiernos, muchas veces improvisada y con poca consciencia de las consecuencias que puede acarrear. La respuesta de Occidente a la agresión rusa a Ucrania ha animado los “ardores belicistas” de la sociedad y se empiezan a ver signos preocupantes de la imposición de una lógica militarista sobre la sociedad que trastoca prioridades y deja en la estacada cosas que hasta hace poco considerábamos valiosas (transparencia, libertad informativa, derechos y libertades fundamentales, etc.).
Para diagnosticar el contexto en el que estamos, ver cómo es percibido por el
grueso de la ciudadanía y que desafíos plantea todo lo anterior al movimiento
pacifista, conversamos con:
Ana Barrero Tiscar
Directora de la Fundación Cultura de Paz. Presidenta de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ).
Miembro del Consejo del Instituto Universitario de Derechos Humanos, Democracia, Cultura de Paz y Noviolencia (DEMOSPAZ-UAM). Miembro de la Junta Directiva de WILPF España, sección española de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.
Entre sus líneas de investigación están la construcción de la paz en ciudades y territorios, en esta línea está trabajando en el desarrollo de una Agenda Local de Paz y Convivencia; las tecnologías para la paz; y las alfabetizaciones múltiples para una cultura de paz, tema sobre el cual está desarrollando su tesis doctoral en la Universidad Carlos III de Madrid.
Ana Villellas
Investigadora de la Escola de Cultura de Pau – UAB. Licenciada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona – UAB. Tiene un máster en Política Internacional y Europea por la Universidad de Edimburgo, una diplomatura de postgrado en Cultura de Paz de la UAB.
Su área de investigación son los conflictos y procesos de paz en Europa, Cáucaso y Asia central y, particularmente, la cuestión kurda en Turquía. Otro ámbito de investigación es la dimensión de género en los conflictos y construcción de paz.
Forma parte de la red de género de Global Partnership for the Prevention of Armed Conflcit (GPPAC), así como del grupo de trabajo de género, paz y seguridad de European Peacebuilding Liaison Office (EPLO) en representación de GPPAC. Coautora de Alerta! Informe sobre conflictos, derechos humanos y construcción de paz desde 2007.
Carmen Magallón
Doctora en Ciencias Físicas, por el programa de Historia de la ciencia-Filosofía de la ciencia, de la Universidad de Zaragoza. Licenciada en Físicas.
Diploma de Estudios Avanzados (DEA) en Filosofía. Postgrado de Historia de la Ciencia, Estudios de Psicología, UNED.
Presidenta de la Fundación SIP (Seminario de Investigación para la paz), de Zaragoza. Presidenta de Honor de WILPF España, sección de la Liga internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.
Tica Font
Fundadora e investigadora del Centre d’Estudis per la Pau J.M. Delàs,
Exxperta en Economía de defensa, comercio de armas, presupuestos de defensa, industria militar, nuevas armas y seguridad.
Ha sido profesora en educación no formal, tutora de la Universidad Nacional a Distancia (UNED) y técnica en medio ambiente en la Diputación de Barcelona.
¿Qué aspectos te resultan más preocupantes de la imposición de esta lógica militarista en la resolución de unos problemas que tienen como trasfondo la geopolítica y la reconfiguración del orden internacional?
Ana Barrero: La lógica militarista se basa en la premisa de que si se desea la seguridad y la paz hay que combatir para conseguirlas, es decir, prepararse para la guerra. Y sobre esta premisa perversa se ha construido un orden internacional basado en el militarismo, consistente en el establecimiento de políticas públicas encaminadas a proporcionar la seguridad mediante el armamentismo, el comercio de armas, el gasto militar, etc.
Desde la Investigación para la Paz sabemos bien, porque lo trabajamos desde el rigor científico y porque las evidencias y los hechos históricos así lo han puesto de manifiesto en innumerables ocasiones, que esta afirmación es absolutamente falsa y tremendamente preocupante. Que prepararse para la guerra supone invertir miles de millones en armamentos y gastos militares, mientras se reducen las inversiones ecosociales (vivienda, salud, educación, trabajo digno, seguridad alimentaria, medio ambiente…) que son las que protegen realmente a las personas y al planeta. Que invertir en la guerra no va a solucionar los conflictos violentos, por el contrario, contribuirá a aumentar la violencia y generar un enorme sufrimiento humano.
En un mundo ya de por sí profundamente militarizado, la guerra en Ucrania está acelerando aún más la militarización. Numerosos países han anunciado el incremento de su gasto militar para modernizar sus ejércitos y armamentos, así como para adquirir nuevos sistemas de violencia. Este impulso se argumenta como garantía para la seguridad de los Estados, imponiendo una idea de seguridad sustentada sobre las armas, una dimensión militar de la seguridad y el militarismo como forma de pensamiento. Y marginando, así, a la construcción de la paz como garantía y condición para la seguridad de las personas que viven en esos Estados.
Ana Villellas: Destacaría diversos aspectos. La invasión de Rusia -potencia militar y nuclear- contra una población soberana y un territorio con infraestructura nuclear como Ucrania, pone de manifiesto un desprecio por la vida y por el derecho internacional así como una lógica imperialista sumamente preocupantes. Los actos constitutivos de crímenes de guerra y crímenes de humanidad de Rusia hablan por sí mismos.
En el contexto global marcado por el incremento de tensiones geoestratégicas, rearme y securitización, emergencia climática, desigualdades socioeconómicas, y marcado también por el mayor cuestionamiento del derecho internacional y de las instituciones multilaterales, resulta inquietante que se pueda incrementar el recurso a la violencia armada, y que el nexo militarismo-patriarcado continúe tan arraigado, alimentando esta violencia y multiplicándola. Otro elemento preocupante en trasfondos geopolíticos es el riesgo de amplificación del conflicto militar.
En otro plano, es frustrante cómo en esta y otras crisis se ha despreciado la prevención; y cómo la OTAN y EEUU incumpliendo compromisos de construcción de una arquitectura de seguridad compartida con Rusia tras el fin de la Guerra Fría, han contribuido en estas décadas al deterioro del contexto de relaciones en el continente. No sabemos qué habría sucedido de haberse explorado o apuntalado más otros caminos (no ampliación de la OTAN, diálogo trilateral entre la UE-Rusia-Ucrania al inicio del Maidán, acuerdo del 21 de febrero de 2014, acuerdos de Minsk, más apoyo a las iniciativas locales de paz, etc.), pero la infravaloración de la prevención en esta y otras crisis es grave, porque las opciones después se reducen.
En otro orden de cosas, preocupa el alcance de los impactos de la invasión y de las consecuencias de parte de las sanciones en la población mundial, agravando desigualdades en el contexto del capitalismo global, al tiempo que las sanciones son una vía de presión no militar. Por otra parte, para frenar la devastación son necesarias negociaciones, pero estas pueden acabar siendo acomodaciones de intereses estratégicos construidos en base a conceptos de seguridad estatal impuestos por sus élites y acordados en mesas excluyentes y asimétricas, como vemos con Rusia. Por ello, antes, durante y después de las guerras necesitamos apoyar lógicas de construcción de paz inclusivas y con justicia social y justicia transicional.
También toca poner el foco en cómo en el shock de esta invasión se imponen falsos consensos, como el rearme, o se redirigen transformaciones impostergables en clave de justicia ecosocial hacia otras direcciones.
Carmen Magallón: Me preocupa el deterioro de los movimientos de respuesta. La invasión de Ucrania por parte de las tropas rusas sometidas a los planes de Putin, aunque diferente, se asemeja a la Guerra Fría en los años ochenta del siglo pasado: dos bloques, amenaza nuclear, tensión político-económica… La diferencia es que ahora no vemos un movimiento pacifista organizado, creativo y potente, similar al que se levantó en territorio europeo en aquellos años.
La reacción ante la guerra está conduciendo a un rearme de los países europeos con un aumento del gasto armamentístico descomunal. La transferencia de armas a Ucrania está sirviendo para justificar y embellecer tanto la producción y modernización de las armas como el aumento presupuestario dedicado a ellas. Ya no se controla ni el lenguaje y se dice que no solo se envían armas defensivas sino ofensivas. El control no hace falta porque la población está abducida por el ensalzamiento de un patriotismo de corte belicista y todo se justifica frente a un hecho condenable pero que hubiera podido ser abordado de otro modo. La producción y el comercio de armas, es decir, el negocio de las armas y quienes invierten en él son los grandes beneficiarios.
En la reacción de la población ucraniana se han reproducido los estereotipos de género. Asumiendo el papel de cuidadoras de niños, niñas y ancianos, las mujeres han salido del país en mayor proporción. No las critico, más bien al contrario: dejar el campo de batalla me parece sensato y civilizado, y ojalá los hombres lo hubieran hecho también, seguramente muchos hubieran optado por desertar y salir del país, pero no les han dejado. Tampoco se nos han mostrado del mismo modo a las mujeres que se han quedado a defender sus casas y el país ni a los hombres que, como han podido, han huido de la lucha. La deserción sigue siendo tabú.
Tica Font: Me aflige observar la rapidez con que se conduce y manipula a la población a través de los medios de comunicación. Para la población rusa no hay guerra. Putin ha prohibido utilizar las palabras “guerra, invasión y destrucción”, el bando ruso maximiza sus resultados y minimiza las bajas o errores. Putin muestra imágenes limpias de la guerra, solo se ven soldados en formación, tanques, no muestra ataques, no muestra destrucción en edificios, hospitales o escuelas, no muestra heridos o muertos, no muestra población angustiada. Putin muestra mapas de adelanto militar, muestra sus logros. Ucrania hace lo mismo, pero al revés: muestra destrucción, ataques a infraestructuras que dañan la vida, muestra la desesperación de las personas, muestra las largas colas de refugiados, muestra los heridos, los muertos, los daños en las casas; muestra su resistencia al ejército ruso.
Nosotros vemos el sufrimiento de la gente, empatizamos con ellos y dejamos que las emociones guíen nuestras decisiones. Cuando las emociones pesan más que la razón apoyamos todo lo que los gobiernos propongan, sea involucrarse en la guerra, vender armas o incrementar el presupuesto de defensa. Estos días vemos a mucha población con reacciones primarias pidiendo que entremos en guerra, como si la guerra fuera una película. También vemos población que criminaliza a cualquier persona por el hecho de ser rusa. Es bueno recordar que las guerras las hacen los gobernantes, no los países ni la gente.
Como pacifista resulta duro comprobar que unos días de crónicas televisivas anulan los principios o valores tan importantes como defender la vida humana por encima de todo y hacen aflorar emociones primarias que piden guerra.
En términos geopolíticos hay que situar la guerra en el contexto de construcción de una nueva era, estamos construyendo un nuevo orden mundial multipolar, en el que todavía no están establecidos quienes figuraran como potencia ni se han establecido los canales o arquitectura institucional de diálogo entre potencias.
Por otra parte, estamos asistiendo a lo que puede ser un cambio de hegemonía mundial, hasta ahora Estados Unidos era la potencia hegemónica mundial, en términos económicos, tecnológicos y militar, esta posición la disputa China, que ya casi pasara a ser la primera potencia económica y va a la zaga en ser potencia tecnológica y militar.
A lo largo de la historia vemos que los cambios hegemónicos se han llevado a cabo mediante guerras ¿Pasará lo mismo? ¿Nos estamos preparando para una gran confrontación? ¿O podremos aceptar compartir las hegemonías sin matarnos o sin imposiciones a través de la fuerza?
¿Qué percepciones crees que se van fraguando entre la ciudadanía? ¿Qué traducción política podría tener esta reacción ciudadana que se alimenta de incertidumbre, preocupación, indignación y empatía ante la tragedia que se vive en Ucrania? ¿Quién puede terminar canalizando este desconcierto e indignación?
Ana Barrero: En un contexto de guerra, como la de Ucrania, o cualquier otra, la narrativa predominante suele ser la de la propaganda de los actores o países enfrentados. Se produce, además, una “guerra” de la narrativa, el discurso es diferente dependiendo del actor del que provenga, ya que la victoria también será imponer el propio relato sobre la guerra.
En el caso concreto de la guerra en Ucrania, el discurso de Putin está dirigido, sobre todo, hacia el interior del país, con el objetivo de justificar la invasión, y está calando poco fuera de Rusia. Por el contrario, el discurso de Zelenski está teniendo un fuerte impacto tanto dentro como fuera de Ucrania. Dentro ha generado unión del pueblo y el apoyo a las acciones del Gobierno. Fuera está generando una fuerte empatía y solidaridad con el pueblo ucraniano y, también, con las acciones del Gobierno de Zelenski.
Estas narrativas, así como las que se están generando a través de los medios de comunicación, las redes sociales… están contribuyendo, por un lado, a la espectacularización y normalización de la guerra lo que conlleva al apoyo al militarismo, al envío de armas a Ucrania, etc. Por otro lado, están alimentando la incertidumbre e inseguridad sobre lo que puede o no ocurrir, o de la duda sobre el grado de conocimiento de lo que está ocurriendo, contribuyendo a la construcción de un imaginario colectivo de impotencia y miedo.
Aunque el miedo ha estado presente en la sociedad en todas las épocas, porque es inherente a la vulnerabilidad radical de los seres humanos, el miedo actual surge, además, por nuevos motivos: la crisis provocada por la pandemia de la COVID-19, los conflictos violentos, las consecuencias del cambio climático, la guerra en Ucrania… Para muchas personas el mundo de hoy es un lugar inseguro, plagado de amenazas y violencias que socavan las perspectivas de paz, la estabilidad, los derechos fundamentales y el desarrollo sostenible. Estas situaciones provocan hartazgo, desilusión, desafección a las instituciones a todos los niveles, incertidumbre personal y malestar colectivo.
En este contexto los movimientos políticos y sociales ultraderechistas, supremacistas y totalitarios encuentran su caldo de cultivo, tendiendo a confundir el discurso y la información con la propaganda, las noticias falsas y la desinformación alimentando la polarización de las sociedades y el miedo. Y son estos movimientos los que pueden terminar canalizando este miedo e indignación.
Ana Villellas: La invasión y guerra en Ucrania ha generado preocupación en la población, tanto entre quienes se consideran más informados como entre quienes afirman tener menos información sobre la situación. Según el barómetro del CIS de marzo, un 86,4% de la población del Estado español estaba bastante o muy preocupada por la invasión de Rusia. Una amplia mayoría consideraba que la invasión tendrá bastantes o muchas consecuencias en la situación económica de la población del estado español, en el precio de los carburantes y en el precio y suministro de productos agrícolas. Según el barómetro, había amplio apoyo al envío de ayuda humanitaria, a la acogida de población refugiada de Ucrania, a la presión internacional para la retirada de tropas, a la imposición de sanciones económicas y —con apoyo amplio aunque algo menor— al suministro de material militar en forma de armamento o munición para la defensa. En conjunto, por tanto, afectación, conciencia de las cadenas de impactos económicos interrelacionados y apoyo a la acción (a diferentes tipos de acción).
La traducción política y la canalización de la preocupación puede ser diversa. Aquí el campo de la sociología (del cambio social, del trabajo, de la juventud, urbana, rural, política…), la comunicación, la economía y tantos otros nos pueden dar claves
Necesitamos diálogos interdisciplinares y participativos, tanto para ahondar en la prevención de la violencia armada, como para internacional y localmente construir respuestas con justicia social. No sé si la incertidumbre y la preocupación se traducirán en cierta alineación entre población y acción de gobierno en el marco de la aparente mayor unidad de los gobiernos europeos y de parches que mitigan muy parcialmente la desigualdad; o si se traducirán en más desafección y más desconfianza que puedan ser instrumentalizadas por fuerzas populistas y reaccionarias en ausencia de mayores políticas redistributivas y en un contexto de asimetría de poderes; u otros escenarios. Resultan imprescindibles alianzas y políticas que pongan en el centro las necesidades materiales de la población (seguridad alimentaria y energética, acceso a la vivienda, condiciones laborales, regularización administración, cuidados…), la gestión pública de los bienes de primera necesidad, la coherencia de políticas (incluyendo en acción exterior) y pactos amplios para transiciones (energética, transporte, agroecológica, entre otras) con justicia social.
Carmen Magallón: Hay cierta melancolía e impotencia frente a lo que nos acontece como ciudadanía y como humanidad. Primero un virus que desbarató parte de nuestras vidas y nos mostró una vulnerabilidad que gran parte de la población no tenía asumida: creíamos que la tecnociencia y el capital nos protegían de estos embates. Vemos que no.
En cuanto a la corriente inmensa de solidaridad hacia los refugiados, es encomiable, sí, pero levanta otros interrogantes: ¿por qué no sucede lo mismo ante otras guerras y otros refugiados, sea Siria, Yemen, Palestina? ¿Es efecto de los medios o de un racismo que reconoce al ‘igual de aspecto’ mientras desconoce a los diferentes, sobre todo si son pobres?
Pienso que la asunción acrítica del heroísmo bélico por parte de la población, tal vez está mostrando el vacío de valores de una sociedad de mercado centrada más en tener que en ser (glosando a Erich Fromm). La ciudadanía se repliega en los ahora llamados espacios de confort: la familia, el pueblo unido al campo si es posible, la identidad -sea esta lo que sea-, el individualismo.
No se han dado las suficientes y documentadas explicaciones de la genealogía de una invasión-guerra que venía anticipada por señales e incumplimientos por parte de Occidente de los acuerdos que se establecieron con Rusia tras la disolución de la Unión Soviética, acuerdos que tendrían que ponerse de nuevo sobre la mesa, si realmente se quiere una solución diplomática. Las negociaciones para conseguir la paz exigen reconocimiento, coherencia autocrítica y voluntad. Como falta pedagogía y formación política, serán los partidos xenófobos y ultras, los que enfatizan la seguridad armada y el miedo al otro, que son los mismos que hacen un canto al patriotismo belicista, los que se beneficiarán de esta guerra.
Tica Font: Hay una buena parte de la población española que lentamente, crisis tras crisis, va perdiendo salario, la brecha salarial aumenta y el nivel de pobreza aumenta. Esta lenta pérdida de derechos laborales y salarios va generando frustración y desafección política. La guerra de Ucrania provoca reacciones de pedir mano dura en nuestros gobiernos de la UE hacia el “malo” y mano dura aplicando sanciones.
La globalización ha supuesto la interrelación de las economías y querer aplicar sanciones como si fuéramos países que viven aislados tiene sus consecuencias. Estos días muchas personas pedían cerrar el grifo de petróleo con Rusia, se decía y con razón que, si Rusia exporta gas y petróleo, le estamos financiando la guerra; pero si cerramos la compra, hay que pensar que mucha industria cerrará, la producción de energía eléctrica disminuirá, eso conlleva pérdida de muchos puestos de trabajo y de salarios. Otros decían que pasáramos a comprar el gas a Argelia, la infraestructura no está preparada, pero este gas está en un país bajo régimen poco democrático, gas situado en la zona del Sahara, donde se encuentran diversas fracciones del Daesh. Como hemos visto estos días el gaseoducto que pasa por Marruecos hacia España ha sido cortado. Otro punto débil.
Sabemos que tenemos que disminuir el consumo de combustibles fósiles, que lentamente se irán acabando las reservas. Descarbonizar la economía y llevar cabo una transición económica verde, comportará depender de ciertos minerales para fabricar turbinas eólicas, paneles solares o baterías para coches, habrá que asegurarse el acceso a los mismos, diversificar las fuentes de abastecimiento y asegurar la cadena de suministro. En definitiva, estamos cambiando la dependencia de combustibles fósiles por una dependencia de materias primas críticas.
Con todo ello quiero decir que el mundo no podemos mirarlo en términos de “bueno-malo”, “blanco o negro”, el mundo es complejo y decidir o tomar decisiones también lo es, no hay decisiones o políticas buenas o malas. Hay que decidir entre lo menos malo. Y sea lo que sea que se decida se tardan años en implantar y en observar resultados.
Pero las reacciones viscerales ante el conflicto o las reacciones ante a subida de precios de combustibles y otras materias primas, piden reacciones rápidas, piden urgencia en replantear modelos para la agricultura o los precios de insumos agrícolas.
En estos contextos cuando los partidos políticos no representan modelos de futuro sino simples peleas electorales muchos toman opción por los partidos populistas y de extrema derecha. Los grupos de extrema derecha presentan propuestas disruptivas, como salirse de la UE, representan nacionalismos excluyentes, proponen que la mujer vuelva a ocuparse de la casa y los cuidados o que no se permita la entrada de inmigrantes. Proponen que cualquier tiempo pasado fue mejor. Ello está provocando una lucha electoral entre la derecha y la extrema derecha por la hegemonía política.
Occidente contempla la seguridad internacional como una forma de garantizar un modo de vida que nos ha conducido a una grave crisis ecosocial ¿Qué desafíos Diálogo. La Guerra de Ucrania en el contexto de un nuevo orden tiene ante sí el movimiento pacifista en este contexto, en el que también tendríamos que computar, además del drama del conflicto violento y la urgencia de pararlo, otras cuestiones como la crisis ecológica y social en la que se encuentra sumida nuestra sociedad?
Ana Barrero: El contexto actual de grave crisis ecosocial que estamos viviendo a nivel global supone un importante desafío para nuestras sociedades, que nos interpela a las personas y organizaciones que trabajamos por la paz a actuar. Ya que tenemos la responsabilidad de preocuparnos y ocuparnos para tratar prevenir, reducir y erradicar cualquier tipo de violencia, se manifieste en la forma en la que se manifieste y en el lugar en que se manifieste.
En este sentido, el movimiento pacifista tiene actualmente numerosos y urgentes desafíos, entre ellos, contribuir a redefinir el concepto de seguridad en términos humanitarios y ecológicos. Una seguridad vinculada al bienestar de las personas y a la capacidad para satisfacer sus necesidades básicas en un entorno medioambiental seguro. Una seguridad que consiga eliminar, o reducir, el sufrimiento humano y de la naturaleza; aumentar la presión sobre los gobiernos para reducir los presupuestos militares y redirigir estos fondos a las cuestiones esenciales para el cuidado de la vida y del planeta; incidir en los gobiernos para que firmen y ratifiquen el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, con el fin de desmantelar el sistema de violencia nuclear que supone una amenaza extrema para las personas y el planeta; poner esfuerzos para fortalecer la convivencia y la paz frente al miedo y la desconfianza; promover, a nivel local y global, los valores democráticos de justicia, solidaridad, igualdad y cooperación, para lograr una sociedad global más justa, equitativa, inclusiva, sostenible y pacífica; y continuar impulsando la construcción de la paz, la diplomacia, el diálogo, la solidaridad, el desarme, los cuidados y la adopción de medidas urgentes para abordar el cambio climático como imperativo para la supervivencia humana.
“Posiblemente el mayor enemigo de la paz en el mundo sea la extendida creencia de que la paz es imposible”, Fredrik S. Heffermehl
Ana Villellas: Son muchos los desafíos. ¿Cómo abordar los diversos sistemas y fuentes interrelacionados de violencia directa, estructural y simbólica, y hacerlo de forma situada (con conciencia del lugar y posiciones desde las que habitamos y enunciamos) y transformadora? Parte del desafío y la oportunidad pasa por comprender la interrelación de las violencias y sus engranajes, desnaturalizarlas y construir y proponer desde lugares de mayor interrelación y de sujetos más amplios, tanto en el entorno inmediato como en el plano internacional. Sin reinventar la rueda, persistiendo en los fundamentos y caminos de quienes nos precedieron (desarme, desnuclearización, prevención de conflictos, acción noviolenta…) incluyendo desde los márgenes (feminismo pacifista, que pone la vida en el centro) y, a la vez, ensanchando el campo de visión, los diálogos y los sujetos.
Desde lo cotidiano y la vida de todas. Como movimiento pacifista tenemos el reto de visibilizar y desgranar las violencias que convierten a las personas y los territorios —países frontera entre bloques, territorios con recursos naturales, barrios urbanos…— en campo de batalla, y prevenirlas y confrontarlas. Los muchos retos incluyen fortalecer la interrelación del movimiento pacifista con otros movimientos y luchas emancipatorias en barrios y en el escenario global; hacer relevantes en los debates públicos y políticos los planteamientos y propuestas de la cultura de paz —muy especialmente de la prevención de la violencia armada— y hacerlo sin superioridad moral, con conciencia del lugar de enunciación y de la dificultad de los dilemas y conscientes del momento social; fortalecer las capacidades para el pensamiento crítico y la educación para la paz; contribuir a construir poder popular poniendo en centro la interdependencia y la noviolencia, al mismo tiempo que seguir incidiendo en las políticas y espacios de poder político y económico… Hay desafíos específicos del movimiento pacifista y otros muchos son comunes a otros movimientos.
En ello estamos.
Carmen Magallón: El movimiento pacifista tiene ante sí el reto de organizarse combinando la virtualidad de las relaciones con la presencialidad que exige la posibilidad de realizar incidencia visible y con potencial de extenderse y ocupar un espacio. Hemos de dejar de escondernos tras las pantallas, hacernos presentes. El cuerpo siempre ha sido clave en las protestas imbuidas de la filosofía y las acciones noviolentas. Hemos de recuperar los cuerpos para la política.
La paz va más allá de la seguridad, pero necesita seguridad. Hemos de recuperar la idea de que mi seguridad depende de la tuya, y viceversa: la seguridad compartida. Una noción que no casa con las armas, sino con el fomento de la confianza. Lo hemos escrito: las armas no nos salvarán.
Necesitamos más pedagogía sobre el mundo global, en el terreno de la política, de los impactos ecosociales y la interdependencia. En nuestro país, es patente la falta de formación y desconocimiento de estos asuntos; los partidos los relegan en sus programas y debates públicos y apenas tienen espacio en los medios. Lo que conduce a una ignorancia de la población al respecto de acontecimientos que nos afectan en lo cotidiano —y ahora, con el impacto de la guerra en nuestra economía, lo estamos viendo.
En el plano de la gobernanza global, hacen falta líderes, hombres o mujeres, capaces de revertir este deterioro, sin miedo a apelar a ideales a compartir como humanidad. Si los partidos democráticos y sus líderes siguen aferrados a la contabilidad estrecha y las miserias humanas, y no promueven visiones ligadas a proyectos ilusionantes encaminados a animar a la ciudadanía a vivir de otro modo, a disfrutar de una vida menos consumidora de energía y materiales escasos, más ligada a los cuidados, los afectos y el disfrute del tiempo, más cuidadosa con la Naturaleza y los demás; si nos quedamos en los cálculos y la exaltación de lo negativo, sin un relato ilusionante de futuro, quienes se beneficiarán serán los fabricantes de armas y los partidos xenófobos.
Tica Font: En el imaginario europeo todavía queda el rechazo al horror de la guerra. El movimiento pacifista se hace eco de ello, la población todavía puede aceptar que preservar la vida es más importante que cualquier otro valor abstracto como el país. Pero no hemos logrado cambiar las premisas de pensamiento en los espacios de toma de decisiones donde los intereses económicos siempre están por encima de mantener la vida.
Todos sabemos que utilizando las premisas de la física newtoniana nunca se hubiera desarrollado la teoría de la relatividad, fue necesario cambiar de premisas para obtener una respuesta diferente. Ese sigue siendo nuestro reto, si no hay cambio de premisas siempre llegamos al mismo resultado, dirimir los conflictos de intereses mediante la guerra. ¿Cuándo cambiaremos las premisas? ¿Quién no tiene interés en que cambien las premisas?
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