Conservación radical: extravíos y nuevas direcciones

El mundo está perdiendo biodiversidad a un ritmo alarmante. Actualmente, se está extinguiendo un número récord de especies, alterando indeleblemente el carácter de los ecosistemas y empobreciendo la comunidad de vida de la Tierra.

La magnitud del impacto, junto con otras grandes crisis como el cambio climático, ha llevado a muchos científicos a anunciar una nueva era geológica, el Antropoceno. Puede que este término tan controvertido no sea la forma más precisa de describir nuestro momento actual, pero la necesidad urgente de un cambio transformador se hace más evidente con cada especie que se pierde.2

La comunidad conservacionista mundial, empujada por esta grave realidad, lanza llamamientos y advertencias cada vez más fuertes. El Fondo Mundial para la Naturaleza recientemente ha declarado sin ambages que «nuestra relación con la naturaleza está truncada». Algunos académicos hablan de «aniquilación biológica» para describir la crisis3 principales organizaciones reconocen que la crisis no está llegando, sino que ya está aquí.

Nos encontramos en este marasmo no por falta de un esfuerzo global de conservación amplio y bien financiado. De hecho, es posible que muchas personas sigan sintiendo alivio porque, al menos en el caso de la crisis de la biodiversidad, existen importantes instituciones y marcos políticos que tratan de resolverla. Sin embargo, existe una contradicción inquietante: en las últimas décadas, la crisis de la extinción se ha acelerado a pesar del éxito del principal pilar de las estrategias convencionales: la ampliación de las áreas protegidas. Por lo tanto, duplicar los enfoques convencionales de conservación será insuficiente para cambiar nuestra peligrosa trayectoria en pro de un futuro sostenible. Al no abordar las fuerzas subyacentes que impulsan la crisis de la biodiversidad,

De hecho, podría decirse que los enfoques convencionales son parte del problema. Para entender por qué, debemos tener claro el significado de «conservación convencional». El paradigma dominante tiene sus raíces en el modelo de «fortaleza» que surgió en Norteamérica a finales del siglo XIX y principios del XX y que pretendía proteger las áreas naturales de los impactos de la rápida industrialización, permitiendo al mismo tiempo que dicha industrialización continuara en otros lugares. Así, desde el principio, la corriente principal de la conservación ha estado entrelazada con las causas sociales y filosóficas fundamentales de las crisis globales contemporáneas: los impactos de la insaciable sed de crecimiento económico del capitalismo y una respuesta que entiende la naturaleza y la cultura como algo dicotómico. En lugar de desafiar el orden capitalista expansivo, el movimiento conservacionista acordonó los espacios para la recreación (de las élites) mientras ampliaba los usos de la biodiversidad para el crecimiento económico mediante su conversión en «capital natural».

La relación entre la corriente principal de la conservación y el capitalismo se profundizó a principios de la década de 1990 con el ascenso del discurso del «desarrollo sostenible». Cediendo al culto hegemónico de los beneficios y el mercado, los conservacionistas empezaron a argumentar que la forma más eficaz de proteger la naturaleza era darle un valor monetario. Al revelar su valor económico, se esperaba proteger la naturaleza mediante instrumentos de mercado que incluían el ecoturismo, los pagos por servicios de los ecosistemas, etc. Las ONG y las organizaciones intergubernamentales mundiales establecieron asociaciones con empresas multinacionales para avanzar en el supuesto objetivo compartido de la conservación; al mismo tiempo, esas mismas empresas continuaron extrayendo, emitiendo e invadiendo.

Ahora bien, se podría argumentar que sin todos estos esfuerzos por reservar zonas protegidas y crear conciencia capitalista del valor de la naturaleza, las crisis de la biodiversidad podrían haber sido aún peores. Pero esto ofrece poco consuelo mientras la crisis de extinción se acelera. De hecho, al enmascarar las causas más profundas de la crisis, la corriente acomodaticia ha retrasado la aparición de la conciencia política y económica fundamental para frenar las causas subyacentes de la pérdida de biodiversidad. Ya es hora de quitarse la máscara y replantearse radicalmente la filosofía y la práctica de la conservación.

 

¿Alternativas radicales o paradigmas defectuosos?

En respuesta a la urgencia de la crisis de la extinción y a la insuficiencia de las respuestas del statu quo, varios grupos conservacionistas han abogado por nuevas e importantes iniciativas para transformar la corriente principal de la conservación. Muchas de las voces más destacadas se sitúan en uno de los dos campos de reformistas: «nuevos conservacionistas» o «neoproteccionistas». Los nuevos conservacionistas abogan por abandonar la idea de una naturaleza «prístina» y, en su lugar, aprender a vivir de forma constructiva con la naturaleza y utilizarla para el desarrollo humano. Los neoproteccionistas proponen ampliar de forma masiva las áreas protegidas a nivel mundial, sobre todo a través de la iniciativa 30×30, que pretende proteger el 30% de la tierra para 2030.4 Aunque ofrecen ideas importantes y pretenden abordar las causas fundamentales de nuestra crisis de extinción, ambos enfoques adolecen de defectos fundamentales que anulan su potencial para proporcionar una base para la acción transformadora.

Los nuevos conservacionistas (o «ecomodernistas»), en su haber, rechazan la dicotomía naturaleza-cultura que trata el mundo natural como un lugar «allá» que hay que proteger, en lugar de la base viva de toda la vida, incluida la humana. Los ecosistemas siempre cambian, argumentan, y en el Antropoceno, los humanos deben averiguar cómo vivir en la tierra y gestionarla como un «jardín bullicioso». Este bando acoge la crítica de los científicos sociales de que los proyectos de conservación no deben perjudicar a las personas de su entorno, como las desplazadas por la creación de áreas protegidas. Por el contrario, estos esfuerzos deben diseñarse para beneficiar a las comunidades locales y abordar las causas sociales y económicas subyacentes de la pérdida de biodiversidad, o arriesgarse a fracasar. Pero la nueva conservación socava este núcleo de sabiduría al reforzar, en lugar de resistir, la economía política dominante y defender las «soluciones» basadas en el mercado, como los servicios ambientales y la valoración del capital natural, que en última instancia acomodan la conservación al capitalismo. Si el expolio de la naturaleza se debe en buena medida a las depredaciones del capitalismo, ¿cómo puede ser más capitalismo el camino hacia un futuro sostenible, a pesar de las afirmaciones optimistas sobre las innovaciones a pesar de todo?5

El enfoque neoproteccionista es el inverso de la nueva conservación. Mientras que la nueva conservación rechaza la dicotomía naturaleza-cultura, los adoctrinadores neoproteccionistas afirman la división y se ponen del lado de la naturaleza. Creen que la única manera de evitar el colapso de los ecosistemas que sustentan la vida en la Tierra es proteger la naturaleza de las personas. Suelen rechazar los planes de conservación basados en el mercado por considerarlos perjudiciales o inadecuados, y en su lugar presentan propuestas ambiciosas para devolver hasta la mitad de la Tierra a la «naturaleza». En particular, también piden que se impongan límites estrictos a las poblaciones humanas, al consumo y al crecimiento económico.6 Así, a diferencia de la nueva conservación, muchos neoproteccionistas critican el capitalismo contemporáneo, ya sea implícita o explícitamente.

La visión neoproteccionista de acordonar inmensas franjas de la tierra implicaría un desplazamiento humano sin precedentes por la vía de la fuerza.

Sin embargo, el defecto del neoproteccionismo es la fe poco realista en la posibilidad de identificar nuestra salida del problema. La larga historia del capitalismo de transgredir las propias fronteras que crea sugiere que cualquier separación de este tipo sería, en el mejor de los casos, temporal. Pero incluso si la expansión capitalista pudiera contenerse, la visión neoproteccionista de acordonar inmensas franjas de la tierra implicaría un desplazamiento humano sin precedentes por la vía de la fuerza. Históricamente, la creación de áreas protegidas ha exigido a menudo la reubicación forzosa de las comunidades indígenas, eliminando así a las mismas personas cuya gestión de la tierra hizo que las áreas fueran atractivas para los conservacionistas.

La adopción de los principales elementos de estos nuevos marcos señala una «revolución de la conservación» en ciernes. Sin embargo, ninguna de estas perspectivas aborda adecuadamente las raíces socioecológicas de la crisis de la biodiversidad, ni sus políticas ofrecen una alternativa progresista a las políticas convencionales o a la amenaza real de las políticas reaccionarias e imperialistas en todo el mundo. Por ello, necesitamos otro modelo de conservación que rechace tanto el imperativo capitalista de crecimiento como el rígido dualismo que separa a los seres humanos del resto de la naturaleza.

 

Hacia una conservación convivencial

La necesidad de una tercera vía ha inspirado nuestro concepto de conservación convivencial, que puede servir de marco transformador para la conservación en una Gran Transición.7 La diferencia crucial entre la conservación convivencial, la conservación convencional y las otras dos alternativas radicales es que la conservación convivencial parte explícitamente de una perspectiva de ecología política, impregnada de una sólida crítica a la economía política capitalista.8 Su rechazo a la dicotomía naturaleza-cultura y al capitalismo centrado en el crecimiento hace que la conservación convivencial sea más radical que las otras alternativas, pero al mismo tiempo, dada la escala y la urgencia de la crisis y sus causas fundamentales, más realista.

 

 

Fuente: Elaboración propia

 

La premisa subyacente de la conservación convivencial afirma que nuestros graves retos de conservación no pueden superarse sin enfrentarse directamente al capitalismo y a sus arraigadas dicotomías y contradicciones. El marco se basa en una política de equidad, cambio estructural y justicia medioambiental. Apunta directamente a los intereses económicos de las élites mundiales y trasciende la fe tecnocrática de muchos pragmáticos contemporáneos. Y lo que es más importante, se une con entusiasmo al actual auge del cambio estructural sistémico a través de una Gran Transición. Se solidariza con los movimientos locales e indígenas que buscan restaurar y reinventar formas convivenciales de sostenibilidad que conecten a los seres humanos con el resto de la naturaleza.9 La conservación convivencial adopta esta visión más amplia, afirmando que el éxito en el ámbito de la conservación requiere confrontar y transformar la economía política global general en la que está inserta.

Nuestros graves retos de conservación no pueden superarse sin enfrentarse directamente al capitalismo y a sus arraigadas dicotomías y contradicciones

El paradigma de la conservación convivencial exige un cambio en la forma de abordar la conservación, tanto en el discurso como en la práctica. En primer lugar, debemos cambiar la forma de conceptualizar la naturaleza y reincorporar las «áreas protegidas» a su entorno social, político y ecológico. Debemos dejar de proteger la naturaleza no humana de los humanos, y en su lugar promover activamente formas de vivir juntos con todas las complejidades que ello conlleva, es decir, dejar de considerar la naturaleza como «áreas protegidas» distantes y comprometernos con ellas como «áreas promocionadas». Ya no debemos vernos a nosotros mismos como «salvadores» de la naturaleza, sino que debemos insistir en alimentar formas en las que la naturaleza humana y no humana puedan prosperar juntas. Debemos cuestionar la visión de la naturaleza humana que nos impone la corriente económica dominante: una visión que nos considera separados del resto del mundo natural y que se centra de forma egoísta en la maximización del beneficio. Debemos enmarcar la naturaleza humana como algo que nos predispone a conectar positivamente con la vida no humana y a crear un espacio para ella, considerando las necesidades y deseos materiales dentro del contexto más amplio de los aspectos cualitativos de la realización.

En segundo lugar, debemos revisar la forma en que experimentamos el medio natural. La crisis de COVID-19 demuestra que depender del turismo insostenible y poco fiable y de otros mecanismos basados en el mercado para financiar los ecosistemas que mantienen la vida y la biodiversidad es ilusorio. Esta comprensión también significa que debemos pasar de un ambientalismo «del espectáculo» a uno cotidiano. Sí, las naturalezas espectaculares –ya sea la majestuosidad de una cascada amazónica o el dolor del oso polar amenazado por el clima– venden, pero son una parte minúscula de todas las variadas naturalezas «cotidianas» más mundanas de las que depende nuestra supervivencia a largo plazo.

Por último, de esa nueva forma de pensar e interactuar con la naturaleza debe surgir una nueva manera de gobernar nuestra relación con ella, que pase de la tecnocracia privatizada de los expertos al compromiso democrático popular. La conservación debe trabajar para hacer de la biodiversidad un bien común global basado en la toma de decisiones democráticas directas centradas en las personas que viven con la biodiversidad (en peligro), y no en el ámbito de un puñado de expertos, en su mayoría blancos y acomodados.

En esencia, la conservación convivencial exige una transformación del modelo de desarrollo. Al igual que algunos neoproteccionistas, los conservacionistas convivenciales rechazan la exigencia de una retirada heroica de tierras y los desplazamientos a gran escala que ello conllevaría (agravando y ampliando los daños históricos). Por el contrario, ha llegado el momento de descolonizar la conservación ofreciendo reparaciones a quienes ya han sido desplazados y marginados por las áreas protegidas. Esto podría consistir en la devolución de las tierras a las comunidades locales o, al menos, en la adopción de responsabilidades de copropiedad o cogestión de forma que se respete la biodiversidad, así como los pueblos indígenas y otros pueblos marginados y sus derechos a la naturaleza.

En este sentido, la conservación convivencial comparte la preocupación de la nueva conservación de que los objetivos de la biodiversidad no pueden alcanzarse con esfuerzos que conduzcan al empobrecimiento y al desplazamiento de las comunidades locales. En paralelo, rechaza la adhesión de la nueva conservación al paradigma capitalista dominante y a sus defectuosas herramientas políticas basadas en los mecanismos de mercado. En su lugar, deberíamos adoptar enfoques alternativos emergentes, como la redistribución de la riqueza mediante la instauración de alguna forma de renta básica de conservación (RBC). Una política de este tipo garantizaría una vida digna a las personas que viven en zonas promocionadas o cerca de ellas, y facilitaría así el cuidado local de la biodiversidad.

Con una ética de descolonización y redistribución en su núcleo, una estrategia de conservación adecuada para una Gran Transición abandonaría las relaciones amables de las organizaciones conservacionistas tradicionales y nuevas con las corporaciones y las industrias extractivas. Estas relaciones, perseguidas en nombre de un pragmatismo falaz, tienen como resultado el lavado verde y la legitimación de modelos empresariales insostenibles. En su lugar, los actores de la conservación deben unirse en un movimiento global independiente –una Coalición de Conservación Convivencial– que se comprometa a desafiar los intereses creados mediante campañas coordinadas, al tiempo que defiende y experimenta con prácticas alternativas.

Las nefastas condiciones sobre el terreno, combinadas con la ineficacia de las estrategias dominantes, ponen de manifiesto una sombría realidad: es necesario realizar un cambio fundamental en el paradigma de la conservación. Los ambiciosos enfoques que aquí se esbozan –la nueva conservación y el neoproteccionismo– son respuestas a este reto que han suscitado el interés de muchos conservacionistas sensibilizados con la urgente necesidad de una acción radical ante la aceleración de la sexta extinción. Sin embargo, en última instancia, estas alternativas se ven obstaculizadas por no ir a la raíz de la crisis.

Los escépticos y los detractores pueden descartar las estrategias basadas en un cambio social fundamental por considerarlas poco realistas. Sin embargo, enfrentarse a la magnitud de la crisis con los ojos bien abiertos y localizar los factores que la impulsan en el fondo de las estructuras de poder institucionales es reconocer que la política transformadora, y no soluciones incrementales graduales, marcan un camino pragmático. Además, imaginar la conservación fuera de la caja capitalista es un ejercicio liberador, que contrarresta las ansiedades ecológicas y las pesadillas catastróficas, al tiempo que libera energía colectiva positiva. Un movimiento unido en torno a una visión convivencial de la conservación sería un poderoso agente de cambio en la Gran Transición.

 

Bram Büscher es profesor y presidente del grupo de Sociología del Desarrollo y el Cambio de la Universidad de Wageningen y coautor, con Robert Fletcher, de The Conservation Revolution: Radical Ideas for Saving Nature Beyond the Anthropocene.

Robert Fletcher es profesor asociado del grupo de Sociología del Desarrollo y el Cambio de la Universidad de Wageningen y coautor, con Bram Büscher, de The Conservation Revolution: Radical Ideas for Saving Nature Beyond the Anthropocene.

 

NOTAS:

1. Este texto inaugura el foro «Conservación en la encrucijada» organizado por Great Transition Initiative en mayo de 2022, disponible en: https://greattransition.org/. Agradecemos a los organizadores de GTI el permiso para republicarlo en español.

2. Véase, por ejemplo, el debate de Jason Moore sobre el «Capitaloceno» en El capitalismo en la trama de la vida. Ecología y acumulación de capital, Traficantes de sueños, Madrid, 2020,  así como «Interrogating the Anthropocene: Truth and Fallacy «, Foro GTI, Great Transition Initiative (febrero de 2021), disponible en: https://greattransition.org/gti-forum/interrogating-the-anthropocene.

3. Fondo Mundial para la Naturaleza, Informe Planeta Vivo 2020, WWF, Gland (Suiza), 2020; Gerardo Ceballos, Paul Ehrlich y Rodolfo Dirzo, «Biological Annihilation via the Ongoing Sixth Mass Extinction Signaled by Vertebrate Population Losses and Declines», PNAS 114, núm. 30, 2017, E6089-E6096, disponible en: https://www.pnas.org/doi/pdf/10.1073/pnas.1704949114

4. Véase https://www.campaignfornature.org/Background. Incluso más recientemente, se han hecho esfuerzos para reunir estos diferentes enfoques en una agenda sintética «positiva para la naturaleza».

5. Emma Marris, Rambunctious Garden: Saving Nature in a Post-Wild World, Bloomsbury, Nueva York, 2011; Peter Kareiva, Michelle Marvier y Robert Lalasz, «Conservation in the Anthropocene. Beyond Solitude and Fragility», Breakthrough Journal, 2, otoño de 2011.

6. George Wuerthner, Eileen Crist y Tom Butler (eds.), Protecting the Wild. Parks and Wilderness: The Foundation for Conservation, Island Press, Londres, 2015; Edward O. Wilson, Half-Earth: Our Planet’s Fight for Life, Liveright Publishing, Londres, 2016.

7. Ampliamos los argumentos de este ensayo en The Conservation Revolution: Radical Ideas for Saving Nature Beyond the Anthropocene, Verso, Nueva York, 2020. El término conservación convivencial viene del latín «con vivre» («vivir con») y alude al clásico de Ivan Illich Tools for Conviviality, Harper & Row, Nueva York, 1973; y La convivencialidad, Virus, Barcelona, 2012.

8. Raymond Bryant, The International Handbook of Political Ecology, Edward Elgar, Cheltenham, 2015.

9. Noah Theriault et al., «Living Protocols: Remaking Worlds in the Face of Extinction», Social & Cultural Geography, 21, nº 7 (2020): 893-908; véase también el notable trabajo del consorcio Indigenous and Community Conserved Areas (ICCA), disponible en: https://www.iccaconsortium.org/

 

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.