El malestar civilizatorio

Artículo de Víctor M. Toledo publicado en la sección A FONDO, del número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global que parte de un principio nodal: que la sucesión de crisis de las últimas décadas en realidad responde a una crisis de civilización, una idea que fue propuesta por el autor y otros pensadores hace casi tres décadas. Este ensayo describe, con base a la evidencia científica más actual, un panorama de la crisis de la civilización moderna; y adelanta algunas directrices de utilidad para remontarla.

Cada día que pasa, el mundo empeora inexorablemente y no se ve de qué manera este fenómeno de degradación y deterioro logrará ser detenido y remontado. La humanidad ha perdido el control sobre el gigantesco experimento que ella misma desencadenó y que parece conducirle a una catástrofe. La velocidad de los cambios más el aumento de la incertidumbre y de los fenómenos inesperados contribuyen a generar un estado de preocupación que se ha vuelto normal, y esto a su vez genera un malestar generalizado. Contra lo que supone la inmensa mayoría, por ignorancia o por desdén, estamos ya en la hora de las definiciones y de las decisiones que habrán de determinar el destino de la humanidad. Y este reconocimiento, que hoy es decisivo, constituye el reto principal. El primer paso para superar una crisis consiste en reconocerla en todas sus dimensiones.

Este ensayo parte de un principio nodal: que la sucesión de crisis de las últimas décadas en realidad responde a una crisis de civilización, una idea que fue propuesta por el autor y otros pensadores hace casi tres décadas. 1 El mundo moderno basado en el capitalismo, la tecnociencia, el petróleo y otros combustibles fósiles, el individualismo, la competencia, el patriarcado, y la ilusión de la democracia representativa, lejos de procrear un mundo en equilibrio está llevando a la especie humana, a los seres vivos y a todo el entramado planetario hacia un estado caótico. Pensamos igualmente que reconocer la magnitud de lo que significa una crisis de civilización –un fin de época– no solamente alivia el estado de preocupación, sino que ayuda a comprender mejor el mundo en que vivimos, e induce a tomar decisiones correctas tanto a nivel individual como colectivo. Por lo anterior, este ensayo: (1) describe, con base a la evidencia científica más actual un panorama de la crisis de la civilización moderna; y (2) adelanta algunas directrices de utilidad para remontarla.

 

El advenimiento de la Modernidad

La palabra moderno surgió por vez primera en inglés hacia finales del siglo XVI, y aunque en un principio denotaba la pertenencia a la época presente, lentamente fue mutando para significar «un futuro totalmente diferente al pasado», y más todavía, «un mundo mejor como nunca había existido jamás». El mundo moderno es un invento social de hace apenas unos trescientos años. Un origen difícil de precisar pero que se ubica en algún punto donde confluyen industrialismo, pensamiento científico, mercado dominado por el capital y uso predominante de combustibles fósiles (carbón mineral, petróleo, gas y uranio). El inicio de la ciencia puede fecharse de manera “oficial” en 1662 y 1666, años en que se fundaron las primeras sociedades científicas en Inglaterra (la Royal Society) y Francia (Académie Royal des Sciences). El estreno de un pozo petrolero regurgitando oro negro tuvo lugar el 17 de agosto de 1859 en el sureste de Estados Unidos. La revolución industrial ocurrió en íntima relación con el uso de energía fósil y las innovaciones científicas y técnicas. La primera etapa tiene que ver con el arribo del motor de vapor alimentado de carbón mineral (1784), la segunda con el petróleo que dio lugar al motor de combustión interna y a la electricidad; la tercera con la industria nuclear alimentada de uranio; y la cuarta digital con la robótica, la biotecnología, la inteligencia artificial y los sistemas geoespaciales.

En la perspectiva de la historia de la especie, de unos 300.000 años, la aparición de la era moderna ocurrió en apenas un abrir y cerrar de ojos. En unas cuantas décadas se pasó de un metabolismo solar u orgánico a un metabolismo industrial.2 La crispación que hoy se vive se debe, fundamentalmente, a lo ocurrido en los últimos cien años, un lapso que equivale solamente a menos del 1% de la historia de la especie humana. En el parpadeo del último siglo, todos los procesos ligados al fenómeno humano se aceleraron, incrementando sus ritmos a niveles nunca vistos y generando fenómenos de tal complejidad que la propia capacidad del conocimiento humano ha quedado desbordada.

 

Un mundo de anestesiados

Uno de los rasgos más notables del mundo moderno ha sido su habilidad para crear un mundo ilusorio mediante los medios de comunicación y la propaganda política y mercantil. Es tal el bombardeo al que se encuentra sometida la población humana que quizás como nunca antes los ciudadanos del mundo moderno se encuentran permanentemente anestesiados.

El gran mito es que la especie humana vive hoy en el mejor de los mundos posibles: la Modernidad.

Las anestesias operan ocultando la verdadera imagen de la realidad, obnubilando la percepción. Las anestesias tergirversan los términos, ocultan las palabras, enmascaran los conceptos, ofrecen panoramas falsos y crean un mundo de mitos y dogmas. Anestesiados, los ciudadanos del mundo, incluyendo varios analistas críticos, no alcanzan a formular las preguntas que la realidad exige. El mito mayor es que la especie humana vive hoy en el mejor de los mundos posibles: la Modernidad. En las siguientes secciones mostraremos a partir de datos duros que esto es exactamente lo contrario. Para ello examinaremos tres crisis: la ambiental, la social y la que atañe a la esfera de los individuos.

 

La crisis ecológica

Durante los últimos trescientos años los impactos de las actividades humanas sobre el planeta escalaron de forma dramática, pues se dio el crecimiento cada vez más acelerado de tres procesos: el número de seres humanos, la industrialización, y el uso de combustibles fósiles. Todo ello enmarcado por un régimen económico doblemente explotador que se fue volviendo cada vez más dominante: el capitalismo. El incremento demográfico de la humanidad multiplicó por diez su población entre 1700 (680.000 habitantes) y el 2000 (6.000 millones). La población humana se dobló en cien años (entre 1800 y 1900), luego solo en 70 (1900 a 1970) y casi lo hizo en solamente 50 (de 4.000 millones en 1970 a 7.800 millones en 2020). Solo dos engendros modernos de nuestra especie alcanzan ese ritmo: los autos y las reses.

Por este conjunto de acciones, la humanidad ha alterado dramáticamente los ciclos biogeoquímicos, climáticos y del agua, ha afectado el equilibrio de los mares (por la sobrexplotación pesquera y la contaminación de los plásticos), y de los bosques y selvas (por la deforestación), y ha puesto en peligro de extinción a miles de especies de animales y plantas. Estos procesos se encuentran, por supuesto, interconectados y generan sinergias que aceleran los desequilibrios. De todo lo anterior, lo más preocupante es la crisis del clima porque desencadena fenómenos inesperados (Cuadro 1) tales como inundaciones, huracanes, ciclones y tifones, temperaturas extremas, sequías, incendios forestales, derretimiento de glaciares y afectaciones a la biodiversidad. A lo anterior debe sumarse la introducción de sustancias desconocidas en la naturaleza producto de la industrialización. Se estima que unas 350.000 nuevas sustancias se han introducido durante la era industrial, tales como metales pesados, plásticos, plaguicidas y antibióticos, cuyos efectos se desconocen en la mayoría de los casos. La cantidad de nuevas sustancias que entran cada año al espacio planetario supera por mucho la capacidad científica para su análisis y monitoreo. La producción de nuevas sustancias químicas se multiplicó por 50 entre 1950 y la actualidad y se triplicará para el 2050.

 

Cuadro 1. Datos básicos del Informe del IPCC 2021

Fuente: IPCC, 2021.3

 

La crisis social

Aunque el número de estudios sobre la desigualdad social y la concentración de la riqueza se multiplican día a día, las dos fuentes más reconocidas sobre el tema la constituyen el Laboratorio sobre la Desigualdad Mundial (World Inequality Lab), con sede en París, Francia, y los reportes de Oxfam Internacional.4 A lo anterior debe sumarse el estudio realizado por un grupo de teóricos de los sistemas complejos, quienes utilizando teoría de redes analizaron las relaciones de 43.000 corporaciones trasnacionales, llegando a la conclusión que 1.318 compañías controlan el 60% de la economía del planeta y que solo 147 de ellas manejan el 40% del flujo económico global.5

El Laboratorio sobre la Desigualdad es una iniciativa del economista francés Thomas Piketty, autor del libro El Capital en el Siglo XXI, traducido a numerosos idiomas, y de otras obras, iniciada hace veinticinco años. Los datos y análisis del Laboratorio, que actualmente es dirigido por un colectivo, se basan en el trabajo de más de 100 investigadores a partir de una base de datos. Esta vasta red colabora con instituciones estadísticas, autoridades fiscales, universidades y organizaciones internacionales para armonizar, analizar y difundir datos internacionales comparables en una perspectiva histórica.

El último reporte de este colectivo –World Inequality Report 2022- consigna la situación siguiente: el 10% más rico disponía del 52% de los ingresos y del 76% de la riqueza, la clase media del 39,5% y del 22%, y el sector empobrecido de solo el 8,5% y del 2%. Nótese que este último segmento representa nada menos que la mitad de la población humana, unos ¡3.900 millones! Cuando estas cifras se comparan con las del pasado se observa no solo que son peores que a principios del siglo XX, cuando los imperios europeos alcanzaban un dominio máximo, sino con los de 1820. Si los pobres de hoy disponen del 8,5% del ingreso global, en 1820 poseían el 14%, con la salvedad de que aquellos eran algo más de 1.000 millones y hoy los desposeídos casi cuatriplican esa cifra. Este panorama se ve confirmado por una fuente contraria: la Pirámide Global de la Riqueza 2020, que anualmente publica el Credit Suisse con el objetivo de festejar, soberbia y cínicamente, el aumento de multimillonarios en el mundo. Según el banco suizo el panorama actual es peor. El 12% más rico dispone del 84,8% de la riqueza mundial, la clase media del 13,7% y los pobres de solamente el 1,3%. La idea de que vivimos un mundo cada vez más justo es una fantasía alimentada por miles de voceros. La evidencia científica desenmascara la verdadera situación y remonta una visión que anestesia por medio de la propaganda.

 

Figura 1. La pirámide de la riqueza global en 2021

 

Fuente: James Davies, Rodrigo Lluberas y Anthony Shorrocks, Credit Suisse Global Wealth Databook 2021.

 

Por su parte, los informes de Oxfam Internacional ponen al descubierto la cruda realidad con datos duros. Por ejemplo, que cada 26 horas surge un nuevo multimillonario en el mundo, mientras las desigualdades aumentan. En su último informe la organización afirma que las desigualdades contribuyen a la muerte de al menos 21 personas al día, o dicho de otra manera, de una persona cada cuatro segundos. Se trata de estimaciones basadas en el número de muertes causadas a nivel global por la falta de acceso a servicios de salud, la violencia, el hambre y la crisis climática. Todo ello se ha visto acelerado en estos dos años de la pandemia de la COVID-19.

Durante la COVID-19, los diez hombres más ricos del mundo duplicaron su fortuna, que ha pasado de 700.000 millones a 1,5 billones de dólares

Los diez hombres más ricos del mundo duplicaron con creces su fortuna, que ha pasado de 700.000 millones de dólares a 1,5 billones de dólares (a un ritmo de 15.000 dólares por segundo, o lo que es lo mismo, 1.300 millones de dólares al día) durante los primeros dos años de una pandemia que habría deteriorado los ingresos del 99% de la humanidad y que ha empujado a la pobreza a más de 160 millones de personas.

 

¿Antropoceno o Capitaloceno? Un dilema central

La crisis global fue conceptualizada por el geólogo Paul Crutzen (1933-2021), Premio Nobel 1995, en dos cortos artículos6 al declarar a nuestra época como la del Antropoceno, la era en la que los impactos de la especie humana sobre el planeta le convirtieron en una nueva “fuerza geológica”. Ello dio lugar a cientos de publicaciones y decenas de libros y confirmó en la academia y en la opinión pública el dogma biologista de la culpabilidad total de la humanidad o de la especie, más allá de las particularidades económicas, sociales, culturales, históricas o de género. La humanidad, convertida en una entidad abstracta o en un todo indiferenciado, quedó convertida de golpe en la gran culpable del desastre ecológico.

Hoy, dos décadas después, existen suficientes evidencias de investigadores de las ciencias sociales y de las humanidades que no solo matizan la idea del Antropoceno, sino que la cuestionan contundentemente. Debemos al  historiador Jason W. Moore con su obra El Capitalismo en la Trama de la Vida,7 el desarrollo teórico de un concepto alternativo: el de Capitaloceno. Ya no es la humanidad la causante de la tremenda crisis ecológica actual sino las relaciones que el capitalismo ha construido e impuesto entre los seres humanos y entre estos y la naturaleza.8

Un recuento de cómo se originó la crisis climática9 demostró que esta surgió en Inglaterra al calor de la revolución industrial y en los países más industrializados. Hacia 1825 Inglaterra emitía el 80% del CO2 global y en 1900 con los Estados Unidos contribuían con el 60%. Entre 1850 y hoy los culpables históricos de la crisis climática son Estados Unidos (40%), Unión Europea (29%), y Canadá, Japón, Australia y el resto de Europa (19%). Todo Latinoamérica, África y el Medio Oriente apenas representan el 8%. Similarmente las elites con su consumo exagerado y despilfarrador son los principales causantes de la crisis. Las emisiones del 1% más rico son mil veces mayores que los de la población más pobre. Al mismo tiempo, se ha descubierto que la crisis se disparó a partir de 1950 en una fase ya conocida como la Gran Aceleración.10 Durante estas siete décadas se dio la multiplicación vertiginosa de máquinas, edificios, carreteras, presas, minas, centrales nucleares, automóviles, ganado, refinerías, papel, teléfonos, fertilizantes, plásticos, etc. La crisis no es entonces antropogénica sino capitalogénica. Hablar de Capitaloceno y no de Antropoceno es entonces una cuestión de justicia histórica.11

Concluyendo: «El Antropoceno contribuye a una historia fácil. Fácil porque no desafía las desigualdades naturalizadas, la alienación ni la violencia inscritas en las relaciones estratégicas de poder y producción de la modernidad. Se trata de un cuento fácil de contar, en la medida en que no nos exige pensar en absoluto sobre dichas relaciones. El mosaico de la actividad humana en la trama de la vida se reduce a una Humanidad abstracta: unidad homogénea de acción. La desigualdad, la mercantilización, el imperialismo, el patriarcado, las formaciones raciales, y mucho más, han quedado en gran medida fuera de consideración. Estas relaciones son, en el mejor de los casos, reconocidas, pero como apéndices a posteriori al marco del problema».12

 

El Capitaloceno y el impacto de las corporaciones

No hay mejor comprobación de la existencia del Capitaloceno que los impactos que las corporaciones provocan tanto en el mundo natural como en los seres humanos. En efecto, hoy vivimos y sufrimos la era del capital corporativo en la que unas cuantas decenas de corporaciones transnacionales monopolizan y controlan los mercados globales de las principales actividades humanas. La escala a la cual estas corporaciones operan y la velocidad con la que se multiplican y expanden no tiene precedente en la historia. Un puñado de corporaciones tiene una influencia directa o indirecta sobre el equilibrio de los océanos, la atmósfera y los mayores ecosistemas terrestres, afectando funciones claves, como la regulación del clima global. En efecto, setenta y cinco corporativos mineros dominan la extracción de platino, paladio, cobalto, niquel, hierro, cobre, zinc, plata y oro; treinta monopolizan la producción de petroleo, gas y cemento, y diez la de papel. Trece compañías dominan la captura pesquera marina y cinco las granjas de salmón.

Los monopolios alcanzan su máxima expresión con los alimentos. Tres compañías dominan los agroquímicos (Syngenta, Bayer y Basf), las semillas (Monsanto, Dupont y Syngenta) y la maquinaria y equipo agrícolas (Deere, CNH y AGCO); y seis controlan el 75% de los plaguicidas (Syngenta, Bayer, Basf, Dow Agro, Monsanto y Dupont). Similarmente seis corporativos o sus fusiones controlan el 100% de los cultivos transgénicos que hoy se siembran (soya, maíz y algodón) en 190 millones de hectáreas en 29 países (Estados Unidos, Brasil, Argentina, etc.). Todo cultivo transgénico esta obligado a usar el glifosato, el herbicida catalogado como cancerígeno por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Actualmente los cultivos de soya y maíz transgénicos en Sudamérica han provocado la mayor destrucción de la biodiversidad de que se tenga memoria al convertir 80 millones de hectáreas de vegetación tropical y sus innumerables especies de flora y fauna en un monocultivo, una catástrofe biológica de la que no hablan las mayores organizaciones internacionales de conservación y ambientalismo. En paralelo está el caso de la comercialización y transformación de los alimentos; solo tres compañías dominan el cacao, el plátano y las semillas, cinco las del aceite de palma, y seis la de la carne (JBS, Tyson Food, Cargill, BRT, Vion y Nippon Meat).

No hay mejor comprobación de la existencia del Capitaloceno que los impactos que las corporaciones provocan en e mundo natural y en los seres humanos

La explotación del trabajo humano se hace evidente cuando se revisan las cadenas de suministro de alimentos, en la que los productores se quedan con un mínimo porcentaje del precio final del producto. El drama del chocolate resulta patético, pero ilustra lo que sucede en la mayoría de los casos.13 Un total de cinco millones de familias campesinas de Ghana y Costa de Marfil representando una población de 30 millones cultivan la mayor parte del cacao que es la base de la industria chocolatera. Es un sector que vive en general en la miseria. Los compradores, comercializadores y especialmente cuatro firmas industriales (Barry Callebaut, Cargill, ADM y Blommer) se quedan con la mayor parte de las millonarias utilidades que genera la semilla de esta planta.

Finalmente, en el sector financiero, Russia Today reveló que cuatro gigabancos oligopólicos controlan al mundo de las finanzas (The Big Four): Black Rock, State Street, FMR (Fidelity) y Vanguard. Tres gigabancos controlan 22 billones de dólares en activos, poco menos de los casi 24 billones de dólares del PIB de Estados Unidos. Si agregamos los activos del cuarto (Fidelity) por 4,9 billones, su capital ¡supera el PIB de Estados Unidos!

 

El pecado capital de la civilización moderna

 La modernidad no solo ha convertido al mundo en un gigantesco casino, sino en el mayor carnaval de los siete pecados capitales (soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza) de toda la historia, todo lo cual ha llevado a la humanidad a una crisis global con su entorno planetario que amenaza su propia existencia. ¿Es que hay un pecado colectivo por encima de esos siete? La respuesta es afirmativa, y es aquí donde entra en escena la ciencia. Se trata de la paleoclimatología que estudia las características climáticas de la Tierra a lo largo de su historia. La paleoclimatología emplea multiplicidad de técnicas para deducir los climas del pasado: los registros fósiles, las acumulaciones de sedimentos en los lechos marinos, las burbujas de aire capturadas en los glaciares, las marcas erosivas en las rocas y las marcas de crecimiento de los árboles y de los anillos de corales.

Si bien existe un registro del clima desde hace 500 millones de años, los datos más confiables se dan para los ultimos ¡800.000 años!, que es al final de cuentas lo que más interesa pues el Homo sapiens existe desde hace 300.000. Durante los últimos 420.000 años se dieron cuatro periodos glaciales (temperaturas bajas) y cinco periodos interglaciales (temperaturas altas), incluyendo el actual en la que se hemos podido disfrutar de un clima benigno por al menos 11.000 años (Figura 2). Durante ese periodo la cantidad de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera osciló con regularidad entre las 180 y las 300 partes por millón (ppm)… hasta 1950 (Figura 3). A partir de esa fecha el CO2 ha aumentado año a año hasta llegar a los alarmantes 410 ppm en 2018 y 421 ppm en 2022, y este solo factor es lo que ha provocado la crisis global del clima. La civilización industrial ha roto peligrosamente un equilibrio de escala geológica.

 

Figura 2. Reconstrucción de las temperaturas globales para los últimos 420.000 años

 Fuente Petit, et al., 1997.14

 

Figura 3. Concentración de CO2 en la atmósfera y su correlación con la temperatura en la Antártica para los últimos 300.000 años

 

Fuente: Climate Change Data Driven

Para superar esta situación de emergencia, quienes dirigen el mundo deben aceptar su “pecado” para buscar remontarlo mediante mecanismos que detengan el desbalance.

Y he aquí que los seres modernos, soberbios, prepotentes, individualistas, materialistas y hedonistas que ha engendrado la civilización industrial están incapacitados para hacerlo.

¿Cómo evitar el camino al desastre con los seres soberbios que hoy dirigen al mundo? ¿Cómo lograrlo con individuos dedicados ciegamente a buscar el poder político y/o económico?

Esta crisis individual o existencial opera también como un ingrediente invisible pero determinante de la crisis civilizatoria, y deja atrás dos actitudes humanas que marcaron la mayor parte de su historia: la humildad ante una “inteligencia superior” y, consecuencia de lo anterior, fraternidad, ayuda mutua, solidaridad, es decir, altruismo.

¿Cómo evitar el camino al desastre con individuos dedicados ciegamente a buscar el poder político y/o económico?

En esta dicotomía destaca la idea de una madre naturaleza, una visión heredada de los pueblos indígenas, que va ganando ascenso entre los ciudadanos del mundo y que parece ser la ruta que mueve a la acción y que alimenta la esperanza. Se trata de una nueva forma de espiritualidad (no de religiosidad) que acepta la existencia de una inteligencia superior.

Aquí surge de inmediato la filosofía del llamado Buen vivir que permaneció oculto por siglos, y que aparece indisolublemente ligado al mundo tradicional o de los pueblos indígenas. Este concepto es intrínseco a los 7.000 pueblos indígenas con solamente unos 400 millones de habitantes, pero cuyos territorios –se acaba de demostrar– equivalen nada menos que a la cuarta parte del planeta.15 Buscar el buen vivir es adoptar una ética de lo colectivo, de la comunalidad, en la que el comportamiento del individuo está marcado por el equilibrio consigo mismo, con los otros, con la naturaleza y con la inmanencia o esencia cósmica. También recupera la memoria de la especie y una conducta hacia la convivencia y al bien común. Hoy, el concepto del Buen vivir se está convirtiendo en una alternativa real a la crisis del mundo moderno, que induce a los ciudadanos a practicar una política por la vida.

 

Directrices hacia una nueva civilización

Que la crisis global es una crisis de civilización se ha hecho más evidente con la confluencia de la pandemia de la COVID-19, la crisis ecológica de escalas local, regional, nacional y global, la amenaza latente de una guerra nuclear, y la desigualdad social tocando su máximo nivel en la historia. Es obvio que se requiere una transformación radical en todos los ámbitos de la vida social, y la primera es aceptar que no estamos frente a un simple cambio económico, tecnológico o cultural, sino ante una transformación civilizatoria.

Este ensayo ha sido dedicado a describir la crisis del mundo moderno y debería abocarse a señalar cómo superarla. Esa tarea desborda los objetivos de este artículo. Sin embargo, si es posible trazar de manera preliminar un conjunto de directrices que surgen como respuestas, casi obvias, a las principales problemáticas abordadas.

Diez son los temas claves:

1. La reaparición de la naturaleza como la actriz principal en todos los ámbitos, pero sobre todo en el mundo de la política, y consecuencia de lo anterior:

2. La restitución de una conciencia de especie en los ciudadanos, es decir, la adopción de una perspectiva que les permite entender los fenómenos globales, en el tiempo y en el espacio, y los mueva a la acción.

3. La recuperación de la espiritualidad (cooptada desde hace dos mil años por los grandes monoteísmos) en todas las esferas de la vida social.

4. El resurgimiento de la comunalidad, es decir, del instinto social o colectivo, marginado o excluido por la sociedad moderna dedicada a impulsar el individualismo y la competencia entre individuos.

5. El empoderamiento de lo social (la sociedad civil) frente al poder político (partidos y gobiernos) y al poder económico (empresas, corporaciones y mercados).

6. La gobernanza desde abajo, esto es, la puesta en marcha de la democracia radical o participativa y la disolución súbita o gradual de la democracia representativa o electoral.

7. La re-conquista de los territorios, es decir, las comunidades locales y municipales ejerciendo control sobre los procesos en el espacio que habitan y/o usufructúan.

8. La sustitución de las grandes empresas y corporaciones por cooperativas y empresas familiares y de pequeña escala (economía social y solidaria). Las cooperativas, donde no existen patrones y trabajadores sino solamente socios, hoy alcanzan un número cercano a los tres millones, con mil millones de miembros.16

9. La politización de la ciencia y la tecnología y su cambio de orientación hacia la justicia ambiental y social. Todo ello debería reorientar toda la acción humana (praxis)

10. La búsqueda del Buen vivir (la felicidad), como lo han demostrado los pueblos indígenas del mundo, y desechar los dogmas modernos del desarrollo, el progreso y el crecimiento.

Víctor M. Toledo Manzur ha sido secretario de Medio Ambiente y Recursos Naturales de México entre mayo de 2019 y agosto de 2020 en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador y es doctor en ciencias e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde ha impulsado estudios
interdisciplinares bioculturales.

 

NOTAS

1 Víctor M. Toledo, «Modernity and Ecology: the new planetary crisis», Capitalism, Nature, Socialism, 4 (4), pp. 31-48, 1993,

2 Manuel González de Molina y Víctor M. Toledo, The Social Metabolism, Springer, 2013.

3 Valérie Masson-Delmotte et al., Climate change 2021: The Physical Science Basis: Contribution of Working Group I to the Sixth Assessment Report of the IPCC, Cambridge University Press, Cambridge (Reino Unido) y Nueva York (EEUU), 2021

4 Nabil Ahmed et al., Inequality Kills, Oxfam International, 2022.

5 Vitali, James Glattfelder y Stefano Battiston, «The network of global corporate control». PLoS ONE 6, e25995, 2011.

6 Paul J. Crutzen, y Eugene F. Stoner, «The “Anthropocene”», IGBP Newsletter 41, pp. 17-18, 2000; Paul J. Crutzen, P.J. 2002. «Geology of mankind», Nature, 415, 23, 2002. Disponible en: https://www.nature.com/articles/415023a

7 Jason W. Moore, El capitalismo en la trama de la vida, Traficantes de sueños, Madrid, 2020 [2015].

8 Véase también Jason W. Moore (ed.), Anthropocene or Capitalocene? Nature, history and the crisis of capitalism, Oakland, PM Press, 2016.

9 Francisco Serratos, El Capitaloceno, UNAM and Festina Ediciones, 2021. Disponible en: https://m.facebook.com/librosunam/posts/4668363813178133?locale2=cs_CZ

10 John R. Mc Neill y Peter Engelke, 2016. The Great Acceleration: An Environmental History of the Anthropocene since 1945, Harvard University Press, 2016.

11 Serratos, 2021, op. cit.; Omar Ernesto Cano-Ramírez, «Capitaloceno y adaptación elitista», Ecología Política 53, pp. 101-120, 2017.

12 Moore, 2020, op. cit, p. 202.

13 Véanse los excelentes documentales de ROTTEN sobre cacao, azúcar, agua, aguacate y uva en Netflix, disponible en: https://www.netflix.com/mx/title/80146284.

14 Jean-Robert Petit et al.,«Four climate cycles in Vostok ice core», Nature 387, pp. 359-360, 1997.

15 Stephen T. Garnett et al, «A spatial overview of the global importance of indigenous lands for conservation», Nature Sustainability 1, pp. 369-374, 2018.

16  World Cooperative Monitor 2020.