Entrevista a Juan Manuel Vera

Entrevista a Juan Manuel VeraNuria del Viso, del equipo Ecosocial de FUHEM entrevista a Juan Manuel Vera, publicada en el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

La entrevista, en torno a los temas planteados por Juan Manuel Vera en su libro Contra las oligarquías, repasa el actual contexto de desposesión de numerosos resortes democráticos debido al poder de las élites y las oligarquías, para detenerse en los impactos de la COVID-19 sobre el cuerpo social. Vera examina las posibilidades de los movimientos sociales para revertir la situación de múltiples malestares.

En un contexto de élites saludables y hercúleas oligarquías reflexionar sobre los valores de la democracia libertaria y antioligárquica en el presente, sin renunciar a sus raíces históricas, es una necesidad inaplazable. A esta tarea dedica Juan Manuel Vera su ensayo Contra las oligarquías, que examina el papel de los movimientos sociales en la transformación de este presente. Juan Manuel Vera, economista especializado en la lucha contra el fraude fiscal, ha publicado numerosos textos sobre temas históricos, políticos, tributarios y sociales y es uno de los máximos divulgadores en España del pensamiento de Cornelius Castoriadis. En esta entrevista conversamos sobre los problemas que han motivado su libro y sobre los elementos que han confluido para alimentar los distintos malestares contemporáneos.

Nuria del Viso (NV): Acabas de publicar Contra las oligarquías. Ensayos sobre la memoria socialista y democracia libertaria. ¿Qué persigues con este libro?

Juan Manuel Vera (JMV): Este libro es una reflexión sobre lo que me parece una notable paradoja del mundo contemporáneo. Vivimos una época en la que el dominio del capitalismo neoliberal aparece como absoluto y, sin embargo, muestra permanentemente su notoria incapacidad para cumplir las expectativas sociales que genera. De hecho, en las décadas transcurridas del siglo XXI se han manifestado abiertamente los flujos sociales que se resisten a esa dominación. Pero no aparece una alternativa política y social visible.

La paradoja consiste en que la fuerza del sistema presenta debilidades potencialmente explosivas y, a la vez, la debilidad de quienes se resisten al mismo está llena de potenciales de reconstrucción social. Los ensayos incluidos en el libro oscilan entre ambos niveles de análisis.

La aparente ausencia de alternativa al orden neoliberal es la razón por la que la primera parte del libro tiene un enfoque histórico. Aunque las reflexiones contenidas en Contra las oligarquías se orientan al presente me ha parecido oportuno prestar atención a las raíces históricas y sociales de la decadencia de las tradiciones de la izquierda. Pero siempre teniendo muy presente, como decía la Reina en Alicia detrás del espejo, que «es una triste clase de memoria aquella que solamente funciona hacia atrás».

Me gustaría desarrollar un poco esta elección. En la primera parte del libro se explica que la izquierda se había construido en la segunda mitad del siglo XIX como expresión política y parte de un movimiento de los de abajo, un amplio movimiento social con metas de libertad política y de igualdad social. La izquierda del siglo XX dejó de beber de esa fuente social para construir organizaciones plenamente estatalistas, ya fueran adaptadas a las estructuras capitalistas o empeñadas en construir un poder burocrático supuestamente socialista. La izquierda del siglo XX estaba obsesionada por el poder estatal. Frente a las ideas originarias libertarias-democráticas-socialistas se hicieron muy presentes las experiencias autoritarias-totalitarias-estatalistas. Esa mirada histórica hace inevitable preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de izquierda. El culto a los líderes, el instinto oligárquico y una gran desconfianza por la autoorganización de la sociedad han sido algunos de sus elementos constitutivos.

Por otra parte, la izquierda política ha dejado de ser la referencia de un movimiento por la igualdad social. El igualitarismo ya no encuentra en el eje izquierda/derecha una formulación adecuada. El programa igualitario necesita reconstruirse sobre unas bases sustancialmente distintas de las que lo sostuvieron en el pasado, cuando la fe en la estatalización de la propiedad creció al mismo tiempo que la influencia del marxismo.

Finalmente, otro factor de la decadencia de la izquierda tiene carácter civilizatorio: es el declive de todas las visiones fundamentadas en un crecimiento constante de las fuerzas productivas, en el crecimiento económico ilimitado, en la fe en el progreso y en la creencia en la neutralidad de las tecnologías.

La izquierda sigue atrapada en viejas fórmulas que no abren los ojos, sino que los cierran. Puede seguir alimentándose de las melancolías sobre el mundo sencillo de la Guerra Fría o en un antiamericanismo primario. O en el caso de la socialdemocracia, conciliar su participación en el consenso neoliberal con la melancolía sobre la leyenda feliz del Estado de bienestar. Nada de ello ayudara a construir un proyecto que merezca la pena.

La segunda parte del libro se centra en las cuestiones relacionadas con la democracia y la necesidad de un impulso antioligárquico. Mi reflexión pone su foco en todo aquello que se opone al dominio de las oligarquías, desarrollando procesos colectivos que buscan la igualdad social, la democratización y la autogestión social. Defender esas ideas es la pretensión fundamental de Contra las oligarquías.

 

NV: Desde la crisis de 2008, los recortes de 2011, la pandemia y ahora la subida acelerada de los precios de la energía, amplios sectores de la ciudadanía española vienen encadenando estrecheces y sumando malestares en un clima de desigualdades e injusticias que se amplían mientras observan cómo las oligarquías nuevas y viejas obtienen beneficios récord y se embolsan “dinero caído del cielo”. ¿Cuáles son los principales efectos de esta situación?

JMV: Cada episodio de los últimos años, como los que mencionas, ha supuesto un instrumento en manos de las élites en su intento de atenazar más a la población tanto en España como en el resto del mundo. Ya sea la crisis de 2008 y las políticas de austeridad, los efectos de la pandemia o el repunte de la inflación por la situación generada por los cuellos de botella en China y la invasión de Ucrania. El mundo neoliberal ha seguido plenamente su curso, con sus valores insolidarios y sus poderosas imágenes individualistas y economicistas, utilizando las circunstancias para seguir profundizando en sus políticas.

En cuanto a la pandemia, ha mostrado algo más. La incapacidad del mundo neoliberal para poner en primer plano la defensa de la salud y las condiciones de vida añade una nueva confirmación de una crisis civilizatoria que se profundiza, mientras las élites se atrincheran en una primacía de los valores mercantiles que no solo genera desigualdad, sino que pone en riesgo las condiciones de vida de la mayoría de los seres humanos. De esta pandemia no salimos con un mundo mejor; se ha convertida en una experiencia más del mundo neoliberal generando más desigualdad, más precariedad, más insolidaridad.

A mí me parece que la desigualdad es la enfermedad del siglo XXI. Desde aproximadamente 1980, la desigualdad de ingresos se ha incrementado rápidamente en Norteamérica, China, India y Rusia. También ha crecido significativamente, aunque sea más moderadamente, en Europa. Las estimaciones sobre el crecimiento de la desigualdad mundial desde 1980 y de su distribución entre la totalidad de la población revelan que el 1% de mayores ingresos a escala global recibió el doble de ingresos que el 50% más pobre.

El aumento de la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza constituye una de las principales consecuencias del éxito de las trasformaciones neoliberales de las últimas décadas. Las políticas tributarias en favor de los más ricos es uno de los ejes olvidados de esa regresión social. El capitalismo neoliberal aparece como desregulado y desregulador, pero en realidad es un regulador de nuevo tipo, mercantilizador y desfiscalizador en beneficio de los grupos privilegiados.

El desmantelamiento parcial de las políticas sociales en los países occidentales ha permitido que se desplieguen los peores efectos de un capitalismo sin control. Sabemos desde hace mucho tiempo que el capitalismo solo cambió y se hizo más soportable durante algunas etapas de su historia, al menos en los países occidentales, como reacción a las luchas que, en nombre de la libertad y la democracia, de los derechos de los trabajadores y de los derechos sociales, le hicieron frente y le obligaron a adaptarse si quería sobrevivir.

El éxito de la ofensiva de las ideas liberistas ha representado un sistemático proyecto socialmente reaccionario, cuyos efectos prácticos han socavado fuertemente, en Europa y en el resto del mundo, algunos de los aspectos más importantes de la ciudadanía social. El nuevo espíritu del capitalismo, por mencionar la obra de Luc Boltanski y Ève Chiapello, ha vinculado su reorganización y expansión con la degradación de la situación social de la mayoría de la población.

El neoliberalismo ha destruido gran parte de la legitimidad del viejo sistema sin aportar realmente una legitimación alternativa. La expansión de comportamientos que trasladan en todos los ámbitos reglas basadas en la competencia individual y la gestión empresarial, hasta constituir una lógica social y una subjetividad propia, apunta a una nueva e inestable creación histórica del capitalismo. El deterioro de la ciudadanía social ha facilitado a las élites económicas reforzar su grado de control e influencia sobre los gobiernos y las agendas públicas. Esa posición reforzada ha sido utilizada, además, para obstruir el desarrollo de las instituciones supranacionales imprescindibles para someter a control el nuevo impulso tecnoeconómico.

La precarización ha producido una crisis de la ciudadanía que nos encamina a una sociedad del malestar

Este poder social no está determinado por ciegas fuerzas anónimas. El mundo global está gobernado por oligarquías políticas y económicas profundamente entrelazadas. El capitalismo neoliberal sigue fomentando el consumismo, pero también la precarización de las relaciones laborales y el deterioro de la protección social y de los servicios públicos. Todo ello ha producido una crisis de la ciudadanía que nos encamina a una sociedad del malestar, cada vez más ajena al proyecto de una sociedad democrática.

 

NV: Nos hallamos ante una profunda crisis civilizatoria que cruza todos los ámbitos. Valores como el de progreso, uno de los puntales civilizatorios de los últimos tres siglos, hace aguas, pero las oligarquías están dispuestas a seguir adelante cambiando mínimamente las reglas del juego. En tu libro mencionas la oligarquización de la política y el ascenso de sentidos fuertes y heterónomos (religión, nacionalismo, racismo…) ¿Puedes comentar sobre estos y otros posibles impactos? Por ejemplo, el uso de la tecnología a favor de las élites y las oligarquías.

JMV: En las últimas décadas el riesgo de colapso ecosocial se ha hecho una realidad. Como dijo en alguna ocasión Castoriadis, la humanidad se encuentra en un callejón sin salida, cortando afanosamente la rama del árbol en el que está sentada.

La crisis de civilización en que estamos inmersos afecta inevitablemente al conjunto de ideologías y concepciones imaginarias. Hay que tener presente que el capitalismo supuso el nacimiento de una nueva y muy poderosa significación imaginaria social: el “dominio” económico seudo racional, que implica que las principales finalidades humanas sean el crecimiento ilimitado de la producción y el consumo. Ese sueño del crecimiento económico ilimitado ha supuesto el centro de las concepciones sociales imaginarias del mundo capitalista en que vivimos. Y ello ha sido así tanto en la concepción burguesa del mundo como en gran parte de las concepciones supuestamente alternativas. No podemos olvidar que en la visión marxista el gran objetivo era el desarrollo de las fuerzas productivas, hasta el punto de que la necesidad del socialismo se hacía derivar de que el capitalismo suponía un freno a su desarrollo.

Mencionas la cuestión del uso de las tecnologías en favor de las élites. El problema es que las tecnologías no son neutrales, su propia naturaleza es consustancial a la organización económicosocial. La supuesta neutralidad de las tecnologías es otro de los elementos ideológicos más persistentes tanto del liberalismo económico como de Marx. Los socialistas pensaban que bastaría sustituir la forma de propiedad para que las tecnologías se volvieran virtuosas. Hoy sabemos que eso no es así, ni nunca ha sido así. No son los seres humanos los que deberían adaptarse a las tecnologías sino estas a nuestras necesidades y objetivos. Pero eso supone una transformación radical de la sociedad en que vivimos.

La lógica del capitalismo realmente existente es una lógica sin proyecto, tanto en los países y entre las clases privilegiadas, como en el resto. Una huida hacia adelante de una civilización que no está dispuesta a pensar a fondo sobre sí misma y en hacia dónde va, y que ya se enfrenta a los límites materiales de la sostenibilidad del sistema. Los peligros propios de nuestro tiempo siguen procediendo, pues, de ese imaginario extraordinariamente activo y destructivo, el imaginario capitalista. La cuestión central es que la ilusión del progreso, aunque esté en crisis, no tiene alternativa en el marco del capitalismo. La significación imaginaria central del capitalismo se está desmoronando sin que aparezca una nueva. Esa crisis genera un gran vacío. La ausencia de auténticas significaciones o representaciones colectivas creativas afecta a todo el sistema-mundo. Ese es el marco estricto en donde deben comprenderse fenómenos como el ascenso de nuevas formas de heteronomía que, en muchos casos retoman o actualizan viejos monstruos, desde los integrismos religiosos a los nuevos populismos de derecha.

La capacidad de crear simulacros de sentido por las sociedades capitalistas avanzadas creció sobre la base del consumo de masas y la universalización del ocio como vida ilusoria. Pero a esos simulacros de sentido cada vez les resulta más difícil enfrentarse a la emergencia de identidades y sentidos fuertes, radicalmente heterónomos, que dan a la gente algo en qué creer.

 

NV: El maridaje capitalismo/democracia representativa, que funcionó desde la Segunda Guerra Mundial, toca a su fin. Pero si la democracia se encuentra en crisis y en fase de “destitución” es en buena parte por las malas prácticas de las propias oligarquías… ¿Cómo salimos de esta encrucijada sin llevarnos por delante lo bueno que ha podido haber en el modelo de las democracias liberales?

JMV: Para empezar, debemos ser conscientes de que uno de los rasgos más negativos de nuestras democracias electorales es la facilidad con que las élites políticas y económicas y los grupos oligárquicos consiguen el control y la determinación de las agendas públicas y sus decisiones. En esas condiciones la participación ciudadana se limita al mero ejercicio periódico de un voto electoral.

La dominación por las élites y las oligarquías es un problema que ha acompañado siempre al desarrollo de la democracia ya desde la antigua Grecia. La compleja arquitectura política que diseñaron los demócratas griegos se debía a que temían la capacidad de las oligarquías de manipular en su favor las instituciones democráticas. Por ello se dotaron de un conjunto de instituciones elegidas por sorteo para evitar las tendencias aristocráticas de las asambleas y, salvo el puesto de estratego y aquellos cargos que requerían una específica cualificación técnica, entendían que debían designarse por sorteo.

La construcción de las democracias liberales no ha sido capaz de establecer un conjunto mínimamente eficaz de dispositivos antioligárquicos. La separación de poderes, que es una importante garantía de los derechos de los ciudadanos, no sirve para evitar el excesivo poder de presión que las minorías privilegiadas, las élites y grupos oligárquicos ejercen sobre las instituciones.

El riesgo que en el siglo XXI corren las democracias es muy grande. El populismo de las nuevas derechas es un factor que no es ajeno al peso determinante de las oligarquías políticas, sociales y económicas sobre las instituciones nacionales y supranacionales. Debería servirnos de aviso la trágica experiencia de los años treinta del siglo pasado, con el derrumbe de las democracias continentales europeas, sometidas a la impotencia de sus instituciones y constituciones frente a los fascismos y al giro autoritario de las oligarquías económicas.

El imaginario democrático solo es activo cuando se desarrolla. Defender la democracia exige una profundización en todos sus ámbitos: locales, regionales, nacionales y supranacionales. Avanzar en un sentido que llamo democrático libertario que, tal y como lo entiendo, supone introducir en la actual democracia electoral contrapesos perdidos de la democracia representativa y, sobre todo, asignar protagonismo a nuevas formas de participación directa y al uso de mecanismos antioligárquicos. Indudablemente, una evolución democrático libertaria de los sistemas democrático electorales los haría más complejos, es decir, mejor adaptados a la propia complejidad de la sociedad contemporánea.

Me parece que la posibilidad de una radicalización y regeneración democrática pasa por cuatro ejes fundamentales:

  1. Introducción de dispositivos antioligárquicos. Ahí la democracia griega sigue siendo una fuente de inspiración, no tanto en los mecanismos concretos, como en el objetivo esencial que se plantearon de limitar el poder de las élites.
  2. Activación de la participación directa de la ciudadanía. Los mecanismos posibles son múltiples, desde la creación de órganos deliberativos preparatorios elegidos por sorteo, a formas de democracia directa virtual sobre determinadas decisiones en algunos ámbitos. Significaría una transformación importante de los actuales sistemas pues limitaría la endogamia de las élites burocráticas impidiendo adoptar decisiones relevantes sin un debate y voto ciudadano. Sobre todo, podría ser un modelo capaz de desarrollar una ciudadanía responsable, informada y activa.
  3. Desarrollo de las perspectivas de autogestión social. La vieja cuestión de la democracia industrial y de la autogestión puede resucitar bajo nuevas formas. Ahora que muchas organizaciones aspiran a ser redes y pueden entenderse como redes, el problema de la distribución del poder en su seno debería resurgir. Reducir la democratización exclusivamente a las macroinstituciones es renunciar a la humanización de las organizaciones donde trabajamos y actuamos.
  4. Reconstrucción del vínculo entre democracia e igualitarismo. La democracia política solo puede ser ejercitada adecuadamente por personas que se encuentran en un estado de ciudadanía. Para ello el ciudadano político debe ser al mismo tiempo un ciudadano social. Personas más libres y menos vulnerables que tienen asegurado no solo el derecho a la educación y a la sanidad, sino también una subsistencia vital y cultural.

Ningún procedimiento político es intrínsecamente emancipatorio. Los dispositivos deseables son aquellos capaces de responder a los elementos de degradación y corrupción que, siempre en beneficio de las minorías dominantes, aparecen en todos los sistemas de organización política. La necesidad de una transformación de las democracias no es una discusión sobre si los procedimientos electorales deben ser más proporcionales o mayoritarios, o sobre las virtudes y vicios del presidencialismo respecto al parlamentarismo. La cuestión decisiva es otra: la necesidad de una nueva relación entre ciudadanos e instituciones, así como evitar que los poderes económicos sigan dominando las decisiones políticas.

Es necesaria una nueva relación entre ciudadanos e instituciones, y evitar que los poderes económicos sigan dominando las decisiones políticas

NV: Hacia el final de su vida Castoriadis, a quien ya has mencionado, reflexionó sobre el ascenso de la insignificancia en la sociedad. ¿En qué medida ves signos de esta tendencia en la actual sociedad española? ¿Cómo se relaciona con el vaciamiento del espacio público y la falta de protagonismo de la ciudadanía? ¿Qué papel desempeñan las redes sociales?

JMV: Creo que la primera vez que Castoriadis habló explícitamente de ascenso de la insignificancia fue en una entrevista de 1993. En los últimos años de su vida –falleció en 1997– reflexionó sobre ello en el contexto de lo que describe como una sociedad a la deriva o una época de conformismo generalizado vinculado a un triunfo del imaginario capitalista en sus más crudas y groseras formas. Pero esa reflexión se relaciona con una tendencia general que analizó en 1960-1961 en el texto «El movimiento revolucionario bajo el capitalismo moderno», que se expresaría en la creciente privatización e individualismo de las sociedades occidentales y la degradación del espacio público.

Estas consideraciones conducen a la interrogación sobre el grado de decadencia de una parte de los valores de Occidente, los relacionados con la libertad y la igualdad, e incluso sobre la posibilidad de una crisis antropológica que obstruya la propia capacidad de autorreproducción del sistema. El concepto de insignificancia también advierte sobre el riesgo de un proceso de destitución en la actual democracia electoral, el contradictorio régimen de compromiso entre las oligarquías liberales y las mayorías sociales. Todo eso conllevaría una creciente autodestrucción de cualquier cohesión social. Castoriadis parecía tener en mente uno de los posibles rostros de la barbarie: una sociedad que se desgarra internamente sin ser capaz de crear nada. Por ejemplo, la evolución de las redes sociales en la última década parece ejemplificar ese desgarro que no produce algo nuevo, esa habla que no escucha, esa rabia que no expresa ni construye, ese individualismo que no permite construir colectividad.

El pensamiento de Castoriadis es sustancialmente antielitista y, por tanto, esas valoraciones de tono pesimista sobre el devenir de la sociedad occidental son un aviso premonitorio del peligro de degradación que genera la falta de protagonismo de la ciudadanía. Por ello, la cuestión de la destitución y de la insignificancia debe ser evaluada cuidadosamente mediante su contrapeso, la creatividad que en las últimas décadas han mostrado algunos movimientos ciudadanos por todos los rincones del planeta.

Indudablemente la crisis de las democracias electorales se manifiesta en el creciente desapego de la gente respecto a los partidos que supuestamente les representarían. Ese desapego en un hecho que en sí mismo no tiene un sentido unívoco, puede ser la base tanto del auge de la derecha populista como de la emergencia de un proyecto democrático orientado a transformar sustantivamente nuestras instituciones.

En cuanto a la sociedad española, observo los mismos rasgos esenciales que en el resto de sociedades occidentales en cuanto a la crisis de las significaciones imaginarias sociales. Evidentemente, como en cualquier otro país, hay rasgos singulares. Por ejemplo, es relevante que tanto España como Portugal hayan sido receptores tardíos del desarrollo de la ciudadanía social propia del Estado de bienestar. Ello ha permitido una fortaleza algo mayor de la vieja izquierda y de los aparatos de la socialdemocracia. Por otra parte, la mayor singularidad española de las últimas décadas me parece que está representada por un movimiento como el 15M, cuyo aparición y desarrollo reveló la profundidad del descontento social con el sistema de poder y de representación. La incapacidad del régimen para una regeneración democrática añade dramatismo a nuestra actual situación.

 

NV: Actualmente conviven alrededor del mundo varias tendencias sociales: un cierto nihilismo con un aumento de la protesta. ¿Hasta qué punto se trata de corrientes paralelas y sin cruces? ¿Existen puntos de encuentro entre las dos tendencias?

JMV: Los grandes acontecimientos sociales nunca son puros, ya que expresan procesos de lucha y de creación anónima que reflejan el conflicto de imaginarios sociales existentes en un tiempo dado.

La última década ha sido pródiga en acontecimientos. Parece que fue hace mucho, pero en 2011 tuvo lugar el 15M en las plazas españolas. Y las movilizaciones en las plazas europeas y americanas, y en muchos otros lugares. O las primaveras árabes, que no gozaron en Occidente del apoyo que debían haber tenido en su lucha contra las dictaduras y el fundamentalismo islámico. Y el comienzo de la tragedia de la guerra civil siria. O la lucha kurda por instituciones autogestionadas socialmente y los derechos de las mujeres.

La aparición y desarrollo del 15M reveló la profundidad del descontento social con el sistema el poder y de representación

Merece la pena recordar algunas de las luchas sociales del período 2018-2019, antes de la pandemia. Una mera enumeración no exhaustiva de algunos de esos acontecimientos es impactante. Empecemos por el movimiento histórico de las mujeres que recorrió gran parte del mundo y que ahora es objeto del ataque de todos los proyectos reaccionarios del mundo contra el derecho al aborto.

Recordemos que en Hong Kong se desarrolló el movimiento democrático más potente que ha conocido el continente asiático… En Irak, un gran movimiento popular… En el continente africano, en Argelia y Sudán, movilizaciones históricas masivas para conquistar derechos y libertades… En Nicaragua, una rebelión popular ahogada en sangre en 2018. En Puerto Rico, una inmensa protesta supuso un terremoto político que abrió en Latinoamérica el camino a poderosas movilizaciones populares en Haití, Ecuador. En Chile el movimiento popular fue lo suficientemente fuerte para imponer un proceso constituyente… A pesar de la pandemia, en 2020, un intenso movimiento popular se desarrolló en Colombia y se produjo un gran movimiento democrático en Bielorrusia contra la dictadura de Lukashenko. En enero de 2022, un movimiento social de protesta fue reprimido sangrientamente por el gobierno kazajo con el apoyo del ejército de Putin.

Todos esos acontecimientos tienen un componente antioligárquico muy visible, pero son procesos complejos, necesitados de análisis singulares, con efectos probablemente distintos en el corto y en el largo plazo. No son agregables mecánicamente y están abiertos a consecuencias directas e indirectas muy heterogéneas.

Entender y aprender de las luchas sociales que expresan el magma social, que se desarrollan simultáneamente a todas las tendencias regresivas de las que hemos hablado, debería ser una prioridad para quienes pensamos en un mundo mejor. Ello exige una mirada limpia de anteojeras ideológicas y de los prejuicios de la izquierda.

 

NV: En este presente de oligarquías fortalecidas, ¿qué alternativas se pueden esperar? ¿Cómo las iniciativas emancipadoras pueden abrirse camino y sembrar cambios verdaderos?

JMV: En la actual crisis civilizatoria nadie nos salvará. No hay salvadores. Solo desde una sociedad organizada y movilizada se podrán afrontar esos retos. No debemos olvidar que los grandes movimientos emancipatorios y libertarios del pasado fueron siempre híbridos y no hay ningún motivo para pensar que no vaya a ser así en el futuro. Por tanto, un nuevo momento emancipatorio, como movimiento social de creación de nuevas institucionalidades, solo excepcionalmente puede surgir de un impulso único desde abajo, mientras que la regla general sería su aparición como eclosión de los instrumentos heterogéneos desarrollados en el conjunto de la sociedad y en sus distintos ámbitos de participación y de lucha.

En la actual crisis civilizatoria nadie nos salvará. Solo desde una sociedad organizada y movilizada se podrán afrontar esos retos

Tal y como la entiendo, una política de la autonomía no es ajena a un pragmatismo radical, estableciendo y privilegiando los enganches entre las luchas del presente y el tipo de sociedad futura que se desea; lo cual, en cada momento, significa reconocer los movimientos sociales que impulsan la lucha por nuevos derechos y libertades (y la defensa de los existentes) e incorporan la pretensión de la participación más amplia posible de la ciudadanía.

El avance en el sentido de una democracia libertaria (y, por tanto, igualitaria) solo puede ser el resultado de un movimiento social democrático. La apuesta es por la posibilidad de un poderoso movimiento capaz de fomentar una acción instituyente mediante vectores creativos alimentados tanto de las fuerzas de la cooperación como de los conflictos permanentes entre los de abajo y los de arriba. Un movimiento consciente de que su objetivo no es construir un aparato de mera delegación, generar un liderazgo en sentido populista o ser una pieza más del entramado institucional. La emergencia de un movimiento social de esa naturaleza se puede desear, pero no es predecible ni es seguro que tenga lugar. Los acontecimientos históricos son imprevisibles, indeterminados e indeterminables.

Lo que cada uno de nosotros puede hacer en favor de esa apuesta es desarrollar, en la medida de nuestras posibilidades una praxis consistente con el deseo de un mundo distinto. Nos encontramos con las prácticas cotidianas de transformación social, que se presentan bajo múltiples formas e iniciativas, generando nuevas imágenes y lenguajes desde cualquier rincón de cualquier lugar, en un sentido cooperativo, libertario e igualitario.

Nuria del Viso Pabón es miembro de FUHEM Ecosocial y editora de la revista PAPELES

Acceso al texto completo en formato pdf: Entrevista a Juan Manuel Vera.