Colonialismo verde

Breno Bringel, Miriam Lang y Mary Ann Manahan firman el artículo: «Colonialismo verde: raíces históricas, manifestaciones actuales y su superación» publicado en la sección A FONDO del número 163 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, dedicada a Geopolítica, territorio y conflictos.

El artículo repasa cómo el colonialismo y la colonialidad siguen presentes en la actual etapa de capitalismo verde. El colonialismo verde actual se manifiesta hoy, en tiempos de emergencia climática como colonialismo del carbono. Lo que Breno y Svampa denominan el Consenso de la Descarbonización no sustituye al Consenso de los Commodities, sino que ambos se sobreponen con elementos de continuidad y ruptura.

Durante los últimos años la idea de colonialismo verde ha cobrado fuerza para definir la actual etapa del capitalismo verde asociada a la descarbonización y a las formas mercantiles de afrontar el cambio climático y las transiciones ecológicas. En la órbita de las Conferencias de las Partes (COP) –y con el respaldo de actores públicos y principalmente privados– ha emergido un amplio repertorio de instrumentos, mecanismos y propuestas que se proponen como objetivo afrontar la crisis climática, tales como la agricultura climáticamente inteligente, los mecanismos de compensación, los mercados de carbono, las soluciones basadas en la naturaleza o la Reducción de Emisiones por Degradación y Deforestación (REDD).

Sin embargo, como muestran muchas comunidades en su denuncia cotidiana, así como diversas investigaciones científicas, estas «soluciones-negocios», lejos de resolver el problema, contribuyen a agravarlo. A pesar de la retórica de la descarbonización y sus malabares técnicos para eludir responsabilidades con la idea de «emisiones netas cero», se mantiene el modelo de crecimiento económico ilimitado, aumentan las vulnerabilidades, las desigualdades e injusticias y se acelera la destrucción de territorios, de los ecosistemas y de la vida. Tal como planteado con claridad por las compañeras de la Plataforma Latinoamericana y del Caribe por la Justicia Climática,1 se compran certificados de compensación de biodiversidad para poder seguir destruyendo la biodiversidad (en el mismo lugar o en otro lejano).

Esta descarbonización hegemónica potencia las asimetrías centro/periferia o Norte/Sur y lleva a que muchos estudios recientes hablen de la configuración de un nuevo tipo de colonialismo del carbono,2 colonialismo energético,3 colonialismo climático4 o colonialidad climática;5 es decir, una serie de conceptos contiguos que designan la continuad y perpetuación de relaciones coloniales a través de las políticas climáticas y de transición energética hegemónicas.

Todos estos debates permiten un importante avance en la caracterización y en la denuncia contemporánea del colonialismo verde. Sin embargo, no podemos restringir este fenómeno a la actualidad. Aunque estemos viviendo una importante inflexión histórica, ni la práctica ni la idea de colonialismo verde son un fenómeno reciente.

 

El colonialismo verde como patrón histórico de poder del capitalismo extractivista

La idea de colonialismo verde se ha usado, principalmente en la historia ambiental, para captar un proceso de largo plazo. Como afirma Grove,6 «el tipo de transformación homogeneizadora intensiva en capital de las personas, el comercio, la economía y el medioambiente con el que estamos familiarizados hoy en día puede remontarse al menos a los inicios de la expansión colonial europea, cuando los agentes del nuevo capital europeo y los mercados urbanos trataron de ampliar sus áreas de operación y sus fuentes de materias primas». En esta línea, entendemos que el colonialismo verde está asociado a un patrón histórico de poder colonial y expansión capitalista y que el extractivismo está en el ADN del colonialismo desde 1492. En un brillante libro, Machado Aráoz7 muestra cómo Potosí se convirtió en el punto de partida de una nueva era, geológica y civilizatoria, en la que la minería moderno-colonial sirve de detonante del capitaloceno. Este patrón ha cambiado a lo largo de los siglos. Si bien la lógica extractivista y la violencia colonial contra los cuerpos, territorios y ecosistemas se ha mantenido, se ha complejizado con el surgimiento de nuevas condiciones materiales y mecanismos de justificación.

Con la expansión del colonialismo, se formó un nuevo imaginario geopolítico moderno sobre la naturaleza y el “otro” no occidental para justificar el acaparamiento de tierras y el sometimiento de poblaciones enteras. Paradójicamente, fue la destrucción ecológica causada por el colonialismo la que permitió, a partir de mediados del siglo XVII, la emergencia de una preocupación por la conservación del medioambiente. Desde entonces, las potencias coloniales han complejizado su estrategia imperial: siguen destruyendo la naturaleza y extrayendo todas las riquezas que pueden, pero al mismo tiempo construyen políticas y discursos conservacionistas.

Vimbai Kwashirai ha analizado el colonialismo verde en Zimbabue desde finales del siglo XIX hasta finales del siglo XX, y muestra  tanto las repercusiones socioambientales del colonialismo británico como los distintos tipos de conflictos, relaciones y mediaciones entre funcionarios coloniales, empresas, personal científico y agentes locales en torno a la explotación maderera y la conservación de los bosques.8 Como sostiene Ravi Kumar, la tensión entre la defensa de la conservación y la destrucción de los bosques en África y Asia es un legado del colonialismo británico. En el caso concreto del sur de India, Kumar examina cómo el “colonialismo verde” británico primero destruyó los bosques – a la vez que culpaba a los nativos de hacerlo – y luego creó una política de control de los paisajes forestales, argumentando que era importante mantener y ampliar el control estatal sobre la naturaleza con el fin de controlar el clima y los sistemas de regadío y, así, mejorar el bienestar del país.9

El control tecnológico y la dominación de los paisajes han sido fundamentales para la reproducción continuada del colonialismo verde. La ingeniería hidráulica, por ejemplo, fue uno de los principales motores del imperialismo europeo.10 La construcción de canales, obras de ensanche y presas sirvieron para mantener el poder imperial incluso después del colonialismo formal a través de la necesidad inducida de transferencia de tecnología, después de haber desconocido, devaluado y destruido las tecnologías y formas de manejo existentes en los territorios colonizados. No se trata simplemente de establecer una relación de dependencia material. Worster11 muestra cómo tras la instalación de proyectos de regadío en India y el establecimiento de diversas formas de control del agua, la relación del pueblo indio con el agua nunca volvió a ser la misma. Los sistemas hídricos comunitarios en distintas partes del Sur global quedaron así desmantelados y empezaron a ser controlados por el capitalismo colonial y las autoridades estatales para conseguir sus propios objetivos. En consecuencia, el antropocentrismo implica no solo la obsesión moderna por el control humano sobre la naturaleza, sino también una forma de indiferencia, desprecio e inferioridad hacia el valor de otras formas de organización de la reproducción social.

El control tecnológico y la dominación de los paisajes han sido fundamentales para la reproducción continuada del colonialismo verde.

Por lo tanto, el colonialismo verde se forjó históricamente con el capitalismo y la mercantilización de la naturaleza, combinando expansión material y control subjetivo , lo que se expresa en la «colonialidad de la naturaleza».12 Para el pensamiento hegemónico global y las elites dominantes, esta colonialidad de la naturaleza presenta a América Latina (y a otras regiones del Sur global) como un espacio subalterno que puede ser explotado, destruido y reconfigurado según las necesidades de los regímenes de acumulación dominantes.13 Esto afecta a la realidad biofísica (la flora, la fauna, los habitantes humanos, la biodiversidad de sus ecosistemas) y a la configuración territorial (las dinámicas socioculturales que articulan estos ecosistemas y paisajes), pero también a las mentalidades (colonialidad de la mente y del conocimiento).

 

Colonialismo verde e imperialismo ecológico

Si el colonialismo verde no terminó con el fin de la colonización formal, la diferenciación conceptual propuesta por Quijano14 entre colonialismo y colonialidad es relevante para diferenciar entre momentos y lugares específicos donde tuvo lugar la dominación imperial y la matriz colonial de poder que persistió tras la independencia política de las antiguas colonias. Además, el marco de la colonialidad es importante para entender cómo el imperialismo de algunos países como los Estados Unidos no necesitó de colonias para ejercer su patrón de poder y potenciar el colonialismo verde mediante amenazas militares, la imposición de mercados globales y otros mecanismos de dominio indirecto cultural, legal y político.

En el colonialismo verde habita una “razón imperial”. Por ello, es importante que el debate contemporáneo explore con mayor profundidad la relación entre colonialismo verde e imperialismo ecológico. Una creciente literatura actual, principalmente marxista, ha rescatado el debate sobre el imperialismo ecológico, vivo en el debate académico desde la década de 1980, haciendo hincapié en las contradicciones ecológicas del capitalismo y la fractura metabólica.15 De forma complementaria, otras personas académicas tratan de examinar cómo el imperialismo ecológico está arraigado en las prácticas cotidianas y es respaldado por las instituciones.

¿Cómo se normaliza esto de una forma que oculte el imperialismo que conlleva?

Esto es lo que Brand y Wissen llaman «el modo de vida imperial»,16 que se acerca mucho a lo que Slater había definido como «imperialidad»,17 es decir, el derecho, el privilegio y el sentimiento percibidos de ser imperial o de defender un modo de vida imperial en el que se legitima la invasión geopolítica.

Estos desarrollos recientes son muy bienvenidos, al igual que los que pretenden pensar el decrecimiento desde una forma política anticolonial.18 Son relevantes en términos de relaciones Norte-Sur porque apuntan a la responsabilización de los grandes contaminadores y reconocen la deuda ecológica como una agenda central de las luchas contemporáneas, al mismo tiempo que reivindican la lucha por la descolonización también en el Norte. Sin embargo, debemos tener cuidado con una cuestión delicada: a menudo el discurso antiimperialista sigue siendo ampliamente movilizado contra la naturaleza por sectores que se autodenominan “progresistas”. El desarrollismo fósil sigue muy presente en diversos actores del Sur que dicen defender una transición energética justa y, al mismo tiempo, están totalmente a favor de seguir explotando el petróleo por interés nacional, porque, de lo contrario, lo haría un país extranjero. Igualmente, la idea del “derecho al desarrollo” sigue resonando con fuerza entre muchos actores del Sur global que se definen como antiimperialistas, a pesar de que abundan las evidencias de ecocidio, genocidio y destrucción epistémica causados también en nombre del “desarrollo”.

El colonialismo verde se forjó históricamente con el capitalismo y la mercantilización de la Naturaleza, combinando expansión material y control subjetivo.

En la lucha por la descolonización de África, el revolucionario ghanés Kwame Nkrumah, en alusión a la famosa tesis de Lenin, sostenía que el neocolonialismo sería la última etapa del imperialismo.19 Hoy podemos sugerir que la colonialidad climática es la etapa más reciente del colonialismo verde. Salvar el clima y descarbonizar la economía se han convertido en mantras. La tensión –o complementariedad– histórica entre conservación y destrucción sigue estando muy presente, aunque con mecanismos cada vez más sofisticados de control digital y territorial. En este proceso, los nuevos moldes del colonialismo verde reproducen las relaciones coloniales históricas y la colonialidad del poder, pero buscan una nueva legitimación social en torno a la idea de la descarbonización y de lo ‘verde’. Es así como el colonialismo verde hoy, en tiempos de emergencia climática, se manifiesta, sobre todo, como un colonalismo del carbono .

 

El colonialismo verde en la era del Consenso de la Descarbonización y de las transiciones lucrativas

En los últimos años ha emergido un nuevo consenso que Bringel y Svampa definen como «Consenso de la Descarbonización».20 Se trata de un acuerdo capitalista global que apuesta por el cambio de la matriz energética, pasando de una matriz basada en combustibles fósiles a otra con emisiones de carbono reducidas, basado en energías “renovables”. Su leitmotiv es luchar contra el calentamiento global y la crisis climática promoviendo una transición energética impulsada por la electrificación de la producción, del consumo y la digitalización. Sin embargo, en lugar de proteger el planeta, contribuye a su destrucción, profundizando las desigualdades existentes, exacerbando la explotación de los recursos naturales y perpetuando el modelo de mercantilización de la naturaleza.

Por un lado, se sugiere que todo podría seguir como antes si tan solo sustituyéramos los combustibles fósiles por otros que se dicen renovables, pero que no necesariamente lo son. Por otro, se insiste, una vez más, en la centralidad del crecimiento económico (revestido ahora con otra camada de “verde”) para la organización de nuestras economías y sociedades. Además, este Consenso de la Descarbonización limita el horizonte de la lucha contra el cambio climático a lo que Moreno et al.21 definieron como la “métrica del carbono”, es decir, una forma de representar muy diferentes problemáticas ambientales cuantificando el carbono, que proporciona una especie de moneda de cambio internacional y crea la ilusión de que se está haciendo algo respecto a la degradación ambiental. Estas métricas reducen el deterioro y el creciente colapso de la sumamente compleja red de la vida en la Tierra a una cifra que es fácilmente compatible con el ratio capitalista de contabilidad: toneladas de CO2, como si esta cifra pudiera proporcionar información fiable sobre los múltiples daños causados a nuestro hábitat por el modo de vida hegemónico y sus líneas de interconexión. Esto oculta los problemas subyacentes, mientras permite abogar explícitamente por los “negocios verdes” y se construyen políticas no solo inadecuadas, sino también insostenibles.

La protección de nuestro hábitat se ha convertido, de esta manera, en objeto de transiciones ecológicas lucrativas y pactos especulativos que acaban financiarizando la Naturaleza. Las empresas transnacionales del petróleo y del gas planean simultáneamente ampliar sus operaciones con combustibles fósiles al tiempo que exploran nuevas tecnologías, por ejemplo, en torno al hidrógeno. Las grandes potencias mundiales (Unión Europea, Estados Unidos y China), preocupadas por su seguridad energética, se comprometen a reducir las emisiones de carbono y a reorientar sus economías hacia modos de producción bajos en carbono y descarbonizados, pero a la vez apuntan a nuevas oportunidades de crecimiento económico “verde”. Bajo esta misma lógica, algunos países del Sur global también empiezan a anunciar sus propios planes de “transición ecológica”.

En el marco del Consenso de la Descarbonización, el colonialismo verde contemporáneo se manifiesta en la forma de un extractivismo verde que nos aboca a una destrucción profunda de nuestro hábitat y tejido social. Asimismo, moviliza prácticas e imaginarios ecológicos neocoloniales y apuesta por procesos de investigación y de innovación tecnológicas que prosperan, pero están profundamente inscritas en los paradigmas de rentabilidad, progreso infinito y crecimiento económico, en lugar de orientarse por la necesidad fundamental de sostener y reproducir la vida.

Mientras tanto, en la selva tropical ecuatoriana, la deforestación se ve impulsada por el apetito chino hacia el árbol de madera de balsa que se utiliza en la construcción de turbinas eólicas. En Sudáfrica, las enormes infraestructuras de las centrales de hidrógeno para la exportación de energía “limpia” se convierten en un predicamento para las comunidades que basan su sustento en la pesca a pequeña escala o en la agricultura. En el Magreb, los pastores pierden sus tierras y su agua a causa de los enormes parques solares que se construyen para suministrar “energía verde” a Europa. En el triángulo del litio en Sudamérica, las comunidades luchan por las escasas fuentes de agua que son cada vez más acaparadas por la minería del litio con el fin de equipar los coches eléctricos.

 

El colonialismo verde contemporáneo y las relaciones Norte/Sur

El colonialismo verde actual se despliega en al menos cuatro dimensiones diferentes de las relaciones entre los Nortes y los Sures geopolíticos a medida que se remodelan y actualizan en el contexto del Consenso de la Descarbonización.

  1. En primer lugar, en la reivindicación de materias primas ilimitadas en la nueva carrera mundial por la seguridad energética, que añade una capa “verde” adicional a las presiones extractivistas ya existentes. Dicho en los términos de Bringel y Svampa,22 el Consenso de la Descarbonización no sustituye al Consenso de los Commodities, sino que ambos se sobreponen con elementos de continuidad y ruptura .
  2. En segundo lugar, como ya hemos discutido, el colonialismo verde se manifiesta en la imposición de ciertos formatos de conservación en los territorios del Sur en el contexto de esquemas de compensación de emisiones de carbono, que al mismo tiempo permiten posponer aún más los cambios estructurales urgentes en los procesos de producción contaminantes ubicados en las economías del Norte.
  3. La tercera dimensión es la utilización de lugares del Sur global como vertederos de los residuos tóxicos y electrónicos que arrojan el uso de energías renovables y la digitalización.
  4. Por fin, la cuarta es la proyección de los Sures como nuevos mercados para vender tecnologías renovables a precios elevados dentro de la arquitectura asimétrica del comercio global, perpetuando así el intercambio desigual.

En muchos debates del Norte global se imaginan o se representan las geografías en las que se producirá esa apropiación como si no hubiera personas ni conflicto, como si estuvieran en otro planeta en el que nada debería preocuparnos. Paisajes, cuerpos y poblaciones enteras del Sur global son tratadas como desechables. La idea de “espacio vacío”, típica de la geopolítica imperial, es utilizada a menudo por gobiernos y empresas. En el pasado, esta idea, que complementa la noción ratzelliana de “espacio vital” (Lebensraum), generó el ecocidio y el etnocidio indígena, y más tarde sirvió para promover políticas de “desarrollo” y “colonización” de territorios. Actualmente, se utiliza para justificar el expansionismo territorial para inversiones en energía “verde”. De este modo, grandes extensiones de tierra en zonas rurales escasamente pobladas se consideran “espacios vacíos” que se pretenden volver rentables mediante la construcción de mega instalaciones de molinos de viento o centrales de hidrógeno.

El Consenso de la Descarbonización no sustituye al Consenso de los Commodities, sino que ambos se sobreponen con elementos de continuidad y ruptura.

Se reproducen así los elementos clásicos mutuamente constitutivos del colonialismo/patriarcado/capitalismo/racismo: las geografías destinadas a la acumulación se aprovechan de otras geografías, destinadas a ser saqueadas.23 El colonialismo verde actual sigue expropiando materias y reproduciendo relaciones coloniales, a la vez que confunde y enmaraña las resistencias al autoproclamarse respetuoso con el medioambiente e indispensable para conceder un futuro a la humanidad. En este viaje, aparentemente, las poblaciones racializadas del Sur global aún no tienen asiento y es desconcertante ver hasta qué punto se ha naturalizado el hábito de externalizar los costes sociales y medioambientales de un modo de vida imperial. En los debates sobre transición energética, eficiencia y seguridad, el privilegio es tan asombrosamente evidente en las sociedades del Norte como lo fue durante los primeros años de la pandemia de COVID-19. Esta autoevidencia se fundamenta en la naturalidad de haber crecido en un contexto en el que tu vida y tus derechos son dignos de ser protegidos, y de ser consciente implícitamente de que este no es el caso de la mayoría de la población mundial. De esta manera, la colonialidad del ser, del poder y del saber, asoma por todas partes en diferentes debates del Norte.

 

Más allá del colonialismo verde…

Si reconocemos el colonialismo verde y su faceta actual de extractivismo verde como un enemigo a combatir, necesitamos entender bien sus dinámicas, bien como organizarnos para superarlo. Esta es la apuesta del libro Más allá del colonialismo Verde: Justicia Global y Geopolítica de las Transiciones Ecosociales, editado por nosotras y que reúne a activistas e intelectuales de todos los continentes para examinar las diferentes características e implicaciones del colonialismo verde contemporáneos y proponer alternativas.24 Ofrece un diagnóstico sobre las transiciones corporativas, analiza las interdependencias y los entrelazamientos globales y presenta diferentes caminos hacia las alternativas al desarrollo y una transformación socioecológica con justicia global.

Una de las premisas del libro es que no puede haber transformación ecosocial sin justicia global. Nuestro planeta es un ecosistema ultra complejo del que el ser humano forma parte. La pandemia de COVID-19 nos ha mostrado claramente dónde acabamos cuando no consideramos desde el principio soluciones sistémicas para todos, sino que priorizamos los intereses nacionales o corporativos. Al mismo tiempo, tenemos que superar las salidas individualistas e hiper localistas para  abrazar la justicia en todas sus dimensiones: social, racial, de género, ecológica, interétnica e interespecies, así como articular enfoques alternativos diversos, desde el ecofeminismo a la economía ecológica, y desde el ecosocialismo a las comprensiones del pluriverso.

Una segunda premisa es que la transformación ecosocial necesita reducir urgentemente el consumo humano de energía y materia en términos absolutos, lo que implica cambios planificados y profundos en nuestros modos de producción y aprovisionamiento. Un decrecimiento planificado, especialmente en el Norte global –acompañado de reformas estructurales hacia una distribución justa de los medios materiales necesarios para reproducir la vida, tanto dentro de los países o regiones como entre ellos– es una dimensión ineludible de esta transformación. La justicia global solo se alcanzará si las voces críticas del Norte y del Sur global reman juntas, a pesar de sus especificidades, en una vía común. El abanico de posibilidades de convergencia es amplio y pasa tanto por espacios de articulación alrededor de la justicia medioambiental y climática, como por el intercambio y aprendizaje desde experiencias ecológicas de base, el decrecimiento, los diálogos con saberes indígenas y ancestrales y una amplia gama de iniciativas territorializadas y populares de transición ecosocial.

Asimismo, si no podemos superar el colonialismo verde sin las voces del Sur global, tampoco podemos homogeneizar el Norte global. Al contrario, debemos complejizar nuestros análisis de diferentes maneras. Por un lado, el colonialismo verde no es simplemente algo que se impone desde arriba o del Norte al Sur. En muchos casos, lo que está en juego es también una especie de “colonialismo verde interno”, que forja las condiciones de posibilidad para el avance del extractivismo verde basado en alianzas y complicidades coloniales entre las élites nacionales del Sur y las mundiales. Por otro lado, necesitamos tender más puentes entre las luchas del Norte y del Sur bajo el paraguas de las alternativas al desarrollo, las alternativas sistémicas y las transiciones radicales y posextractivistas. Si la idea de transición –e incluso de transiciones justas– ha sido cooptada por el capitalismo y diversos actores institucionales que la utilizan de forma limitada y problemática como sinónimo de una transición energética orientada al mercado, es importante clarificar sus significados y horizontes. Las transiciones ecosociales deben entenderse como primeros pasos de un proceso más amplio de transformación de la cultura, de la economía, de la política y de la sociedad y de su relación con la naturaleza. No pueden, además, reducirse a una promesa de futuro, como en el caso de la mayoría de las propuestas hegemónicas. Las transiciones ya están ocurriendo en multitud de experiencias en comunidades y territorios, en zonas rurales y urbanas, así como en resistencias territoriales en todo el mundo contra el capitalismo/colonialismo verde y sus falsas soluciones.

 

Breno Bringel

Profesor Permanente del Instituto de Estudios Sociales y Políticos de la Universidad Estatal de Río de Janeiro (Brasil) e investigador sénior en el Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas de la Universidad Complutense de Madrid (España).

Miriam Lang

Profesora en el área de Ambiente y Sustentabilidad de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador) y Profesora invitada de la Universidad Autónoma de Barcelona (España).

Mary Ann Manahan

Profesora Ayudante Doctor en el Departamento de Estudios sobre Desarrollo y Conflictos de la Universidad de Gante (Bélgica).

 

NOTAS:

1 Véase el Glosario de la Justicia Climática, elaborado por la Plataforma Latinoamericana y del Caribe por la Justicia Climática: https://latinclima.org/documentos/glosario-de-justicia-climatica

2 Kristen Lyons y Peter Westoby, «Carbon colonialism and the new land grab: plantation forestry in Uganda and its livelihood impacts», Journal of Rural Studies, 36, 2014, pp. 13-21.

3 Josefa Sánchez Contreras y Alberto Matarán Ruiz, Colonialismo energético: Territorios de sacrificio para la transición energética corporativa en España, México, Noruega y el Sáhara Occidental, Barcelona, Icaria, 2023.

4 Gurminder Bhambra y Peter Newell, «More than a metaphor: climate colonialism in perspective», Global Social Challenges Journal, 1-9, 2022.

5 Farhana Sultana, «The unbearable heaviness of climate coloniality», Political Geography, 99, 2022, 102638.

6 Richard Grove, Green Imperialism: Colonial Expansion, Tropical Island Edens and the Origins of Environmentalism: 1600-1860 Cambridge University Press, Cambridge, 1995.

7 Horacio Machado Aráoz, Potosí, el origen: Genealogía de la minería contemporánea, Abya Yala, Quito, 2018.

8 Vimbai Kwashirai, Green Colonialism in Zimbabwe: 1890-1980, Cambria Press, Nueva York, 2009.

9 Ravi V. M. Kumar, «Green colonialism and Forest Policies in South India, 1800-1900», Global Environment, 3 (5), 2010, pp. 101-125.

10 Daniel Headrick, The Tools of Empire: Technology and European Imperialism in the Nineteenth Century, Oxford University Press, Oxford, 1981.

11 Donald Worster, Transformaciones de la Tierra, CLAES, Montevideo, 2008.

12 Fernando Coronil, «Naturaleza del poscolonialismo: del eurocentrismo al globocentrismo», en Edgardo Lander, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, CLACSO, Buenos Aires, 2000.

13 Héctor Alimonda, «La colonialidad de la Naturaleza: una aproximación a la ecología política latinoamericana», en Héctor Alimonda, (ed.), La naturaleza colonizada, CLACSO, Buenos Aires, 2011, pp. 21-60.

14 Anibal Quijano, «Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina», en Edgardo Lander, La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales, CLACSO, Buenos Aires, 2000.

15 John Bellamy Foster y Brett Clark, «Ecological imperialism: the curse of capitalism», Socialist Register, 2004, pp. 186-201.

16 Ulrich Brand y Markus Wissen, Modo de vida imperial. Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo, Tinta Limón, Buenos Aires, 2021.

17 David Slater, «The imperial present and the geopolitics of power», Geopolitica(s), 1 (2), 2010, pp. 191-205.

18 Jason Hickel, «The anti-colonial politics of degrowth», Political Geography, 88, 2021,102404.

19 Kwame Nkrumah, Neo-colonialism: The last stage of imperialism, Thomas Nelson & Sons, Ltd., Londres, 1965.

20 Breno Bringel y Maristella Svampa, «Del Consenso de los Commodities al Consenso de la Descarbonización», Nueva Sociedad, (306), 2023, pp. 51-70.

21 Camila Moreno, Daniel Speich Chassé y Lili Fuhr, «A métrica do carbono: abstrações globais e epistemicídio ecológico», Heinrich Böll Stiftung, Río de Janeiro, 2016.

22 Bringel y Svampa, 2023, op. cit.

23 Horacio Machado Aráoz, «Ecología política de los regímenes extractivistas. De reconfiguraciones imperiales y re-existencias decoloniales en nuestra América», Bajo el Volcán, 15 (23), 2015, pp. 11-51.

24 Una primera versión en español del libro ha sido publicada por CLACSO en octubre de 2023. A principios de 2024, se publicarán las ediciones en inglés por Pluto Press y en portugués por la Editora Elefante.