La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad

El texto de Mateo Aguado La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad forma parte del Dosier Ecosocial titulado Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida publicado por FUHEM Ecosocial, que abordan la importancia de los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida desde diferentes puntos de vista, con el propósito es ahondar en los vínculos naturaleza-bienestar desde una doble perspectiva correlacionada: por un lado, atendiendo a las múltiples contribuciones positivas que la biodiversidad y los ecosistemas nos proporcionan cuando están sanos y, por otro, atendiendo a los efectos negativos que la actual crisis antropogénica de biodiversidad está teniendo y tendrá sobre la integridad de los ecosistemas y, en consecuencia, sobre la prosperidad social.

Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida

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El célebre biólogo estadounidense Edward O. Wilson sostuvo durante toda su vida que las personas tenemos la necesidad innata de asociarnos al resto de seres vivos, estando de este modo intrínsecamente ligados a la naturaleza. Esta idea, conocida como la «hipótesis de la biofilia», sugiere así que los seres humanos, por mucho que hayamos artificializado nuestro entorno y modos de vida en las últimas décadas, no podemos, en el fondo, vivir de espaldas a los ecosistemas, pues somos biodiversidad y dependemos de ella.1

La biodiversidad contribuye a la calidad de vida de las personas de múltiples maneras. No solo nos suministra los alimentos que necesitamos para vivir, innumerables medicinas naturales que mejoran nuestra salud y esperanza de vida, y muchas materias primas esenciales en nuestro día a día como la madera, el papel, la lana o el algodón, sino que también participa indirectamente en numerosos procesos que son fundamentales para nuestra salud y bienestar, como el secuestro de carbono (primordial para la regulación climática), la purificación del aire, la depuración del agua, el control de la erosión, la regulación de inundaciones, la fertilidad de los suelos, el control de plagas y enfermedades o la polinización (esencial para la agricultura). Asimismo, la biodiversidad es fuente de bienestar psicológico y emocional a través de las diversas contribuciones intangibles que proporciona a las personas mediante, por ejemplo, la contemplación y el disfrute estético de los paisajes, la relación con otras especies, o los sentimientos de paz emocional, tranquilidad y relajación que produce en general interactuar con la naturaleza.2

A día de hoy existe una amplia y creciente bibliografía que muestra cómo observar y relacionarse con los ecosistemas y la biodiversidad de forma frecuente tiene efectos beneficiosos y medibles sobre la salud y el bienestar de las personas,3,4 asociándose -entre otras cosas- a una menor incidencia de trastornos mentales como la ansiedad, la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), la esquizofrenia, la anorexia o el abuso de drogas,5 así como a efectos positivos en la curación, la frecuencia cardíaca, la presión arterial, los niveles de estrés, la calidad del sueño, la autoestima, el estado de ánimo y los comportamientos prosociales.6

Desde mediados de la década de los ochenta, y gracias al clásico trabajo de Roger S. Ulrich, sabemos que contemplar la naturaleza, aunque sea desde una ventana, mejora la tasa de recuperación de pacientes que han sido sometidos a una cirugía.7 También existen trabajos que han detectado conexiones entre las áreas verdes y la reducción de los nacimientos prematuros y de los neonatos de bajo peso.8 Incluso se ha descubierto que la tasa de mortalidad por accidentes cerebrovasculares tiende a ser menor entre aquellas personas que viven más cerca de espacios verdes.9

El acceso a entornos naturales se ha relacionado también a una menor tasa de obesidad y a un menor riesgo de padecer diabetes tipo 2, además de a una reducción de los dolores de cabeza. Asimismo, son varios los estudios que han encontrado asociaciones entre la exposición a la naturaleza y menores tasas de prevalencia de algunos tipos de cánceres, así como de varias enfermedades alérgicas y respiratorias (como el asma), intestinales, circulatorias, cardiovasculares, inflamatorias y neurodegenerativas.10

Kuo y Sullivan descubrieron que la disponibilidad de zonas verdes en las ciudades se relaciona con una menor tasa de criminalidad y de delincuencia, además de con una menor frecuencia de comportamientos agresivos y violentos.11 En un sentido parecido, Park y colaboradores encontraron que los niveles de ira y hostilidad eran significativamente más bajos en los entornos forestales respecto a los detectados bajo las mismas condiciones en las áreas urbanas.12

También se ha identificado cómo la experiencia de la naturaleza afecta positivamente al rendimiento académico y a las oportunidades de aprendizaje a través de su efecto favorable sobre varios aspectos de la función cognitiva, de la memoria, de la atención y la concentración, y de la imaginación y la creatividad.13 No es de extrañar, en este sentido, que cada día más doctores utilicen la expresión «trastorno por déficit de naturaleza» para referirse a los diversos desórdenes y deficiencias que en ocasiones provoca sobre la salud humana un contacto insuficiente con los ecosistemas y los entornos naturales.14

Cada vez existe una evidencia más sólida sobre cómo el contacto con la naturaleza (entendida ésta de forma amplia, abarcando las áreas naturales, los bosques, las montañas y algunos entornos seminaturales como los parques y espacios verdes urbanos) mejora y alarga nuestra vida. Rojas-Rueda y colaboradores detectaron cómo residir cerca de espacios verdes se asociaba con una mejor salud física y mental, con un menor riesgo de padecer enfermedades y, en general, con una menor tasa de mortalidad y una mayor esperanza de vida.15 Desde hace algunos años sabemos, por ejemplo, que existe una asociación positiva y mensurable entre la riqueza de plantas y de aves en los espacios verdes urbanos y el bienestar psicológico de sus visitantes.16 Igualmente, se sabe que el verdor de los alrededores residenciales se relaciona con un menor uso de medicamentos y con menos visitas a psicólogos y psiquiatras.17

No cabe duda de que los seres humanos, además de interdependientes, somos profundamente ecodependientes. Como le sucede al resto de seres vivos, no podemos sobrevivir ni prosperar si no es de la mano de la naturaleza y su biodiversidad. Y por más que avance nuestra tecnología e inventiva, esto seguirá siendo así por siempre, pues ninguna forma de vida puede prosperar al margen de la propia vida (esto es, al margen de la biodiversidad). Urge entender, en consecuencia, que no puede haber prosperidad ni calidad de vida para las personas sin unos ecosistemas sanos y funcionales y sin una biodiversidad bien conservada, pues ello constituye, al fin y al cabo, la base última del bienestar y de la subsistencia humana. La conservación de la biodiversidad no debería por tanto concebirse únicamente como una cuestión ética o moral, sino como una auténtica necesidad social. Tal y como sentenciaba recientemente Fernando Valladares, mantener ecosistemas ricos en especies y en procesos ecológicos es la mejor fórmula que tenemos para garantizar la salud de la especie humana.18

Durante los últimos decenios, sin embargo, las actividades humanas han venido impulsando toda una serie de problemas ambientales (cambio climático, contaminación, cambios de uso del suelo, alteración de los ciclos biogeoquímicos, introducción de especies invasoras, sobreexplotación de recursos naturales), comúnmente referidos en su conjunto bajo el término de Cambio global, que están afectando seriamente al funcionamiento integral del Sistema Tierra.19 Y una de las principales manifestaciones de tal afección (probablemente la más importante) la encontramos precisamente en el declive generalizado de la biodiversidad del planeta. Tal es la magnitud de este declive que muchos investigadores sostienen que estamos ya inmersos en la sexta gran extinción masiva de especies de toda la historia de la Tierra.20 De no lograr revertirla a tiempo, esta enorme pérdida de biodiversidad conllevará —como no puede ser de otra manera— toda una serie de consecuencias en cascada sobre la biosfera, la esfera social y la salud humana que, en última instancia, podrían llegar a comprometer seriamente nuestra prosperidad y porvenir.21

Además, cada vez existe un cuerpo de conocimiento más consolidado sobre cómo la pérdida de biodiversidad eleva el riesgo de transmisión de patógenos zoonóticos sobre las poblaciones humanas.22 Hoy sabemos que una alta riqueza de especies de vertebrados en los ecosistemas tiende a reducir el riesgo de prevalencia de vectores infecciosos que pudieran llegar a afectar a las personas.23 De este modo, la biodiversidad se erigiría como la mejor vacuna posible frente a enfermedades zoonóticas como la covid-19.24

Sobre todos estos mimbres, la presente publicación tiene como propósito ahondar en los diversos vínculos existentes entre la biodiversidad y el bienestar humano desde una doble perspectiva correlacionada: por un lado atendiendo a las múltiples contribuciones positivas que la biodiversidad y los ecosistemas proporcionan —cuando están sanos— a la calidad de vida humana y, por otro, atendiendo a los efectos negativos que la actual crisis antropogénica de biodiversidad está teniendo sobre la integridad de los ecosistemas y la trama misma de la vida en la Tierra. Comprender y dar a conocer estos vínculos resulta trascendental en el momento de Cambio global y extralimitación ecológica en el que nos encontramos, pues muy probablemente sólo de este modo lograremos revertir a tiempo las aceleradas tendencias de insostenibilidad propias de las sociedades industriales. Y es que, como dijo en una ocasión el famoso oceanógrafo francés Jacques Cousteau, para bien o para mal, los humanos sólo protegemos lo que amamos, y sólo amamos lo que conocemos.

Apremia reconocer que el actual funcionamiento del sistema socioeconómico global, caracterizado por un modo de vida altamente consumista y despilfarrador, está configurando un peligroso escenario planetario de degradación ecológica y pérdida de biodiversidad que está comenzando a amenazar las expectativas de vida de buena parte de la humanidad. Este hecho representa un reto sin precedentes en la historia humana que nos debería instar a impulsar profundas y urgentes transformaciones sociales, económicas y culturales que ayuden a la humanidad a retomar la senda de la sostenibilidad mediante el levantamiento de nuevos paradigmas que estén centrados en el respeto de las especies y los procesos ecológicos que cimentan y posibilitan la vida en la Tierra, y de cuya existencia y funcionamiento depende nuestra salud y bienestar.

Romper con la amnesia ecológica que actualmente impregna el imaginario social del mundo moderno, y que nos hace creer —erróneamente— que es posible la prosperidad humana al margen de los ecosistemas y la biodiversidad, es más urgente y necesario que nunca. En un planeta que cada día es más urbano y tecnodependiente, abordar y revertir esta desconexión humana de la naturaleza, recordando y visibilizando el valor inconmensurable y plural que la biodiversidad tiene para nuestro bienestar, es una labor de gigantesca importancia. Promover la reconexión humana con los ecosistemas y su biodiversidad será crucial durante los próximos lustros para construir nuevos imaginarios socioculturales que permitan articular modos de vida más saludables y sostenibles. Restaurar nuestra biofilia y recuperar nuestra memoria biocultural como seres ecodependientes que somos será fundamental para recorrer la transición a la sostenibilidad que nuestra especie necesita. Pongámonos a ello.

 

Mateo Aguado es investigador en el área Ecosocial de FUHEM y en el Laboratorio de Socio- Ecosistemas del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid.

NOTAS

1 Edward O. Wilson, Biophilia, Harvard university press, 1984.

2 Millennium Ecosystem Assessment, Ecosystems and Human Well-being: Biodiversity Synthesis, World Resources Institute, Washington, DC, 2005.

3 Paul A. Sandifer, Ariana E. Sutton-Grier y Bethney P. Ward, «Exploring connections among nature, biodiversity, ecosystem services, and human health and well-being: Opportunities to enhance health and biodiversity conservation», Ecosystem services, núm. 12, 2015, pp. 1-15.

4 Raf Aerts, Olivier Honnay y An Van Nieuwenhuyse, « Biodiversity and human health: mechanisms and evidence of the positive health effects of diversity in nature and green spaces», British medical bulletin, núm. 127(1), 2018, pp. 5-22.

5]Kristine Engemann et al., «Residential green space in childhood is associated with lower risk of psychiatric disorders from adolescence into adulthood», Proceedings of the national academy of sciences, núm. 116(11), 2019, pp. 5188-5193.

6 Paul A. Sandifer et al., 2015, op. cit.

7 Roger S. Ulrich, «View through a window may influence recovery from surgery», Science, vol. 224, núm. 4647, 1984, pp. 420-421.

8 Perry Hystad, et al., «Residential greenness and birth outcomes: evaluating the influence of spatially correlated built-environment factors», Environmental health perspectives, núm. 122(10), 2014, pp. 1095-1102.

9 Elissa H. Wilker et al., «Green space and mortality following ischemic stroke», Environmental research, núm. 133, 2014, pp. 42-48.

10 Paul A. Sandifer et al., 2015, op. cit.

11 Frances E. Kuo y William C. Sullivan, «Environment and crime in the inner city: Does vegetation reduce crime?», Environment and behavior, núm. 33(3), 2001, pp. 343-367.

12 Bum-Jin Park et al., «Relationship between psychological responses and physical environments in forest settings», Landscape and urban planning, vol. 102, núm 1, 2011, pp. 24-32.

13 Gregory N. Bratman et al., «Nature and mental health: An ecosystem service perspective», Science advances, vol. 5, núm. 7, 2019, pp. eaax0903.

14 Richard Louv, Last child in the woods: Saving our children from nature-deficit disorder, Algonquin books, 2008.

15 David Rojas-Rueda et al., «Green spaces and mortality: a systematic review and meta-analysis of cohort studies», The Lancet Planetary Health, vol. 3, núm. 11, 2019, pp. e469-e477.

16 Richard A. Fuller et al., «Psychological benefits of greenspace increase with biodiversity», Biology letters, núm. 3(4), 2007, pp. 390-394.

17 Mark J. Nieuwenhuijsen et al., «The evaluation of the 3-30-300 green space rule and mental health», Environmental Research, núm. 215, 2022, pp. 114387.

18 Fernando Valladares, «More biodiversity to improve our health», Metode Science Studies Journal, núm. 13, 2023, pp. 111–117.

19 Carlos M. Duarte et al., Cambio Global: Impacto de la Actividad Humana sobre el Sistema Tierra, Colección Divulgación, CSIC, Madrid, 2009.

20 Gerardo Ceballos, Paul R. Ehrlich y Rodolfo Dirzo, «Biological annihilation via the ongoing sixth mass extinction signaled by vertebrate population losses and declines», Proceedings of the national academy of sciences, núm. 114, 2017, pp. E6089–E6096.

21 Sandra Díaz et al., «Biodiversity loss threatens human well-being», PLoS biology, núm. 4(8), 2006, e277.

22 Felicia Keesing y Richard S. Ostfeld, «Impacts of biodiversity and biodiversity loss on zoonotic diseases», Proceedings of the National Academy of Sciences, núm. 118(17), 2021, pp. e2023540118.

23 David J. Civitello et al., «Biodiversity inhibits parasites: broad evidence for the dilution effect», Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 112, núm. 28, 2015, pp. 8667-8671.

24 Véase la entrevista a Fernando Valladares realizada por Juan Soto Ivars en El Confidencial el 28 de abril de 2020.