Ética del cuidado de la Tierra

El planeta Tierra está experimentando un hecho sin precedentes: la degradación a escala masiva de sus ecosistemas a manos de una de las especies a las que acoge, el ser humano.

El número 165 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica un artículo de Irene Comins Mingol, profesora del Departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I, Castellón que bajo el título «Ética del cuidado de la Tierra», señala las contribuciones de la ética del cuidado para abordar los desafíos medioambientales que enfrentamos como humanidad. A través de la resignificación de nuestro autoconcepto como seres humanos, así como de nuestra visión de la naturaleza, la ética del cuidado tiene el potencial de ayudarnos a transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo como modo-de-ser-cuidado.

A continuación, ofrecemos el texto completo del artículo.

Desde 1950 nuestro estilo de vida y nuestros patrones de consumo han acelerado el deterioro medioambiental exponencialmente. Por un lado, protagonizamos el mayor nivel de expoliación de los recursos naturales. Hemos destruido casi la mitad de los grandes bosques de la Tierra, exterminando miles de especies vegetales y animales. Los expertos estiman que estamos generando la mayor extinción masiva de la historia.1 Por otro lado, estamos contaminando la tierra, el aire y el agua de un modo altamente peligroso para la sostenibilidad de la vida. Hemos liberado a la atmósfera cantidades ingentes de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Hemos arrojado al suelo y al agua decenas de miles de productos químicos, muchos de ellos toxinas de larga duración que envenenan poco a poco los ciclos de la vida. Ambos procesos, expoliación de los recursos y contaminación, marcan el camino hacia la destrucción.

Depende de los seres humanos emprender otro camino, uno en el que participemos activamente en la preservación y la mejora de la vida en la Tierra. Todavía estamos a tiempo, podemos elegir la vida. Joanna Macy y Molly Brown denominan a este necesario cambio de rumbo el «Gran giro», el cambio de una sociedad del crecimiento industrial a una civilización de sostenimiento de la vida. Como se señala en el Preámbulo de la Declaración Internacional de la Carta de la Tierra la elección es nuestra: «formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción». En este artículo revisaremos el potencial de la ética del cuidado para accionar ese Gran giro.

En 1982 Carol Gilligan acuñó la expresión «ética del cuidado» para identificar el diferente desarrollo moral que las mujeres experimentan como resultado de la socialización y la práctica del cuidar. Lo que hacemos nos hace, y la práctica del cuidado ha desarrollado en las mujeres una serie de valores y habilidades necesarias para el cuidado que también podrían desarrollar los hombres si sus mundos de experiencia fueran similares. La histórica atribución del cuidado a las mujeres hace que sitúen como centro de la moralidad el sostenimiento de la vida y la preservación de las relaciones; y que desarrollen una mirada, la del cuidado, que ha resultado ser no solo fundamental para el espacio privado, sino también para el espacio público y para resignificar la relación del ser humano con el medio ambiente. Una mirada, la de la ética del cuidado, que debe y puede universalizarse, más allá de los roles de género, como valor humano.

La ética del cuidado pone la vida −y su sostenibilidad− en el centro y contribuye al Gran giro en varios sentidos. En primer lugar, nos abre a una nueva visión de nosotros mismos, a una autoconciencia ampliada, en la que el ser humano es consciente de su íntima interconexión con la naturaleza. En segundo lugar, la ética del cuidado cambia nuestra visión de la naturaleza de una mecanicista a otra organicista, de un paradigma de dominación de la naturaleza a un paradigma de cuidado y sostenimiento de la vida. Esas visiones renovadas del ser humano y de la naturaleza se convierten, finalmente, en el motor para transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo como modo-de-ser-cuidado.2

 

Hacia una autoconciencia ampliada

 El concepto de ser humano inherente a la ética del cuidado diverge del individualismo unilateral hegemónico. La relación y la interdependencia son conceptos centrales en una ética del cuidado, pues es la red fundamental sobre la que se basa nuestro accionar y nuestro posicionarnos en el mundo. El pensamiento que guía la ética del cuidado es el de seres humanos interdependientes en el objetivo de conseguir una vida de calidad. Selma Sevenhuijsen acuñó el término «autonomía relacional» para referirse a este fenómeno.3

La ética del cuidado ve al ser humano como un sujeto relacional y considera prioritario en la moral el mantenimiento de las relaciones y de la interconexión, no solo a nivel interpersonal, sino también con la naturaleza. Pues no solo somos interdependientes sino ecodependientes,4 estamos sujetos a los límites biofísicos del planeta. La relacionalidad que caracteriza el cuidado se extiende más allá de la interdependencia humana para abordar la relacionalidad de la vida en su conjunto. Así, la conciencia de interdependencia, que genera y cultiva la ética del cuidado, va más allá de lo interpersonal para abrazar la comunidad de la vida. «Esta comunión con la comunidad de la vida es la que hemos considerado como experiencia central de la ética del cuidado».5 Y es que en nuestros esfuerzos por promover el Gran giro necesitamos reconstruir una noción de sujeto relacional, interconectado, compasivo y consciente de su terrenalidad. No debemos olvidar que «tenemos Tierra en nuestros adentros»,6 estamos formados por las mismas energías y los mismos elementos fisicoquímicos. La etimología de la palabra humano bien nos lo ilustra, su raíz, humus, significa tierra. Por ello, ser conscientes de nuestra terrenalidad es el primer paso para la construcción de una nueva concepción del ser humano abierta a la dimensión ecológica.7

La relacionalidad que caracteriza el cuidado se extiende más allá de la interdependencia humana para abordar la relacionalidad de la vida en su conjunto.

La ética del cuidado puede ayudarnos a tomar conciencia de esa profunda unidad y a cultivar en el ser humano una conciencia de comunión con el universo.8 Como advierte Jesús Mosterín, la historia del pensamiento occidental ha sido tremendamente antropocéntrica, resultado de los delirios de una autoconciencia aislada.9 Una nueva conciencia ecológica necesita partir del anclaje de la autoconciencia en la conciencia cósmica. Frente a una noción reduccionista del sujeto, como individuo autónomo, inconsciente de su interdependencia y ecodependencia, necesitamos ensanchar nuestra autoconciencia, ampliar nuestro concepto del yo, cultivando lo que podría llamarse empatía cósmica.10 El sentido de interdependencia y de interrelación dentro de la comunidad de la vida forma parte fundamental de la ética del cuidado, y puede contribuir significativamente a la construcción de una conciencia holística biocéntrica.

Según el filósofo brasileño Leonardo Boff, hay razones para la esperanza que nos permiten vislumbrar en el horizonte la transición hacia esa nueva autoconciencia ecológica. Boff resume en cinco los grandes momentos de la historia universal y humana:11 Cósmico, el universo en proceso de expansión irrumpe en el escenario, nosotros estábamos ahí, en las posibilidades contenidas en ese proceso. Químico, a medida que se fueron densificando los diferentes cuerpos celestes se formaron los elementos que constituyen cada uno de los seres, los mismos elementos químicos que circulan por nuestro cuerpo. Biológico, hace aproximadamente 3800 millones de años surgió la vida en la Tierra. Humano, hace diez millones de años aparece el ser humano, que ha sometido a todas las demás especies, −a excepción de la mayoría de los virus y de las bacterias−; se trata del peligroso triunfo de la especie homo sapiens y demens. Planetario, la humanidad se descubre a sí misma con el mismo origen y destino que todos los demás seres de la Tierra; aparece una nueva autoconciencia.

 

Repensando nuestra cosmovisión

Junto al cultivo de esa autoconciencia ampliada necesitamos una reformulación de nuestra visión de la naturaleza, de nuestra cosmovisión. Existen dos tradiciones de ciencia en la historia occidental de las que hemos heredado dos visiones distintas de la naturaleza. La tradición galileana, que se desarrolló en la revolución científica de los siglos XVI y XVII, y continúa en la actualidad, sustituyó una visión de la naturaleza organicista y holística −propia de la tradición aristotélica−, por otra mecanicista y reduccionista. En el siglo XIX el positivismo se encargó de llevar hasta sus últimas consecuencias esta visión, y consolidarla como la única cosmovisión posible. Esta visión ha acompañado no solo la revolución industrial, sino también el desarrollo del capitalismo y la globalización.12

La tradición aristotélica concebía la naturaleza como un organismo vivo. Una concepción del mundo cercana a la hipótesis Gaia que desarrolló, en 1969, el científico James Lovelock, y según la cual la Tierra tiene reacciones y formas de equilibrio propias de los seres vivos. De tal forma que, según la hipótesis Gaia, la Tierra podría considerarse un superorganismo vivo. La tradición galileana de ciencia rompería esa visión organicista para imponer otra mecanicista, lo que contribuiría a afianzar la visión del ser humano ocupando un lugar jerárquicamente superior en la naturaleza, que es objetivada y que, como tal, puede ser sujeta a relaciones instrumentalizadas a merced del crecimiento económico e industrial. Así pues, no se trata de una mera concepción de la naturaleza sin consecuencias, sino que describe sin tapujos el espíritu motriz de este modelo de ciencia: la búsqueda del dominio y el control de la naturaleza. El objetivo no es comprender la finalidad de los fenómenos de la naturaleza, sino explicar cómo funcionan determinados aspectos del mundo atendiendo a una lógica claramente antropocéntrica. Esta transformación de la naturaleza de una madre viva y nutricia en una materia inerte y manipulable se adaptaba perfectamente a la exigencia de explotación del capitalismo naciente. Mientras que las metáforas organicistas de la naturaleza se basan en los conceptos de interconexión y reciprocidad, la metáfora de la naturaleza como una máquina se basa en el postulado de la separabilidad y manipulabilidad. En el paradigma reduccionista de la tradición galileana, «un bosque se reduce a madera comercial y la madera se reduce a celulosa para las industrias que fabrican pulpa de madera y papel».13 Como señala Vanada Shiva, el reduccionismo último consiste en vincular la naturaleza con una visión de la actividad económica en la cual el dinero es el único patrón de valor y riqueza.

Los padres de la ciencia moderna, como Francis Bacon, interpretaban además como naturaleza tanto a la mujer como a las culturas no occidentales, legitimando, con ello, la subyugación de la mujer y las culturas no occidentales como partes de la naturaleza. Subyace así una misma lógica de dominación funcionando en los marcos conceptuales opresivos del antropocentrismo, el androcentrismo y el etnocentrismo. La ética del cuidado es la clave del nuevo paradigma hacia el que queremos transitar. Es fundamental sustituir el paradigma de la dominación por el paradigma del cuidado. Frente a la lógica excluyente de la dominación y de la acumulación económica, cabe promover la lógica alternativa del cuidado de la vida, una lógica que está construida sobre una visión organicista de la naturaleza.

En el contexto de la actual crisis ecosocial resulta fundamental sustituir el paradigma de la dominación por el paradigma del cuidado.

La historia del pensamiento occidental podría describirse como una historia paulatina, pero perseverante, de construcción de una racionalidad que atenta contra la sostenibilidad de la vida en favor de la acumulación económica.14 Frente a esa lógica de la acumulación económica, la lógica de la sostenibilidad de la vida concede un lugar prioritario a la supervivencia, al mantenimiento de la salud, a las tareas de la reproducción y el cuidado de la especie, tareas que además de mantener la vida proporcionan una comprensión práctica de que la naturaleza ha de preservarse si queremos sobrevivir.

La lógica de la sostenibilidad de la vida es una lógica desarrollada por las mujeres en el seno de su histórica atribución y socialización en las actividades del cuidar. Y es que «las protagonistas de la supervivencia en la mayor parte del planeta son mujeres».15 «Las mujeres producen, reproducen, consumen y conservan la biodiversidad, son las guardianas de las semillas desde tiempos inmemoriales, saben conservar el equilibrio y la armonía».16 Esa sabiduría desarrollada por las mujeres para la supervivencia es un legado transmitido de unas generaciones a otras, que puede y debe desgenerizarse. No se trata de rescatar algo así como una esencia eterna de mujer, sino de «rescatar y universalizar su experiencia civilizatoria, proponiéndola como modelo para hombres y mujeres».17

Así, la reivindicación del cuidado la hacemos desde una visión constructivista y no esencialista, en la que se busca una desgenerización y universalización de los valores de la ética del cuidado. La atribución histórica del cuidado a las mujeres ha desarrollado en ellas unas habilidades morales de priorización del mantenimiento de las conexiones, de sostenibilidad y cuidado de la vida, que son extrapolables al ámbito público y ecológico. Así, el cuidado tiene tres dimensiones inseparables:18 una dimensión interna –de relación de cuidado con mi vida−, una dimensión social –cuidando la vida de los demás−, y una dimensión ecológica –el cuidado de la vida natural−.

 

Del modo-de-ser-trabajo al modo-de-ser-cuidado

 La autoconciencia ampliada y la cosmovisión organicista que están en la base de la ética del cuidado son fundamentales para el empoderamiento ecologista. El paradigma del cuidado nos ayuda a ampliar nuestro sentido del yo, profundizando en la experiencia de interconexión y compasión por el conjunto de la comunidad de la vida, refuerza los vínculos de la relacionalidad, el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, de nuestra interdependencia y ecodependencia. Con ello el cuidado se convierte en un importante motor para la acción moral. La práctica ecológica no puede basarse ni en la mera evitación del castigo, ni en la referencia filosófica a la tradición de derechos y obligaciones, ambas han demostrado ser insuficientes para adoptar una actitud ecológica profunda y como estilo de vida. Y es que no es tanto el deber sino el querer el verdadero motor de la acción moral. La autoconciencia ampliada y la concepción organicista de la naturaleza nos ayudan a transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo que tiene como motor el reconocimiento de la centralidad de la vida, su admiración y el deseo de preservarla.

Actualmente vivimos lo que Leonardo Boff denomina la dictadura del «modo-de-ser-trabajo». Las diferentes facetas del quehacer humano se miden según criterios cuantitativos de eficacia y eficiencia; y los espacios −y, sobre todo, los tiempos− se organizan de forma invisible a merced de los intereses del neoliberalismo y del crecimiento económico. Este modo-de-ser-trabajo nos ha conducido, de mano del desarrollo tecnológico y de las ansias de control sobre la naturaleza, a protagonizar un deterioro medioambiental sin precedentes en la historia del planeta Tierra.19 Rescatar y reconstruir el «modo-de-ser-cuidado» es el antídoto contra la devastación del frágil equilibrio de la biosfera y de nuestro frágil equilibrio como humanos. Es el modo-de-ser-en-el-mundo que rescata nuestra humanidad más esencial.

La autoconciencia ampliada y la concepción organicista de la naturaleza nos ayudan a transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo

El cuidado es así a la vez factum y telos. Como factum originario da respuesta a la inherente fragilidad y vulnerabilidad del ser humano. Heidegger ya identificó el cuidado como la característica ontológico-existenciaria fundamental, que nos define como especie, pues el ser humano es, desde su nacimiento, especialmente vulnerable, un ser necesitante, constituyéndose el cuidado en elemento vertebrador de su mundo de la vida. Pero el cuidado es además un telos, un camino a reconstruir, pues vivimos en una sociedad del descuido, caracterizada por una crisis de los cuidados.20 Necesitamos un cambio de paradigma, un cambio de mirada, que posibilite el cuidado y un desarrollo humano sostenible. Un Gran giro que implica, entre otras cosas, desacelerar, abandonar la senda de la hiperproducción y el hiperconsumo como propone Serge Latouche, siendo conscientes de los límites físicos del planeta y de la importancia de preservar la biodiversidad.

La actitud cuidadora es contraria a la feria de las vanidades, depredadora de la naturaleza y de nosotros mismos, que ha caracterizado el pensamiento hegemónico en las últimas décadas. Frente a la feria de las vanidades como descripción de la vida humana, el cuidado como descripción de la vida humana. El modo-de-ser-cuidado frente al modo-de-ser-trabajo no es depredador ni acumulador, sino preservador y sostenedor de la vida. El propio Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala cómo a través de las tareas y saberes del cuidado se maximizan la utilidad de los recursos disponibles para la satisfacción de las necesidades básicas.21 Así el cuidado es contrario al despilfarro, es sabiduría del aprovechamiento, conciencia de la necesidad de mesura y autocontención, de la importancia de ajustar nuestros ritmos a los de la naturaleza.

Investigadoras de la ética del cuidado como Joan Tronto, Ruth Lister y Selma Sevenhuijsen han resumido en tres las fases en las que el modo-de-ser-cuidado se desarrolla como eje vertebral y práctica de una sociedad civil activa:

1. Ser sensibles y detectar las necesidades de cuidado;

2.  Asumir la responsabilidad y la potencialidad para ser agente de cambio;

3. Realizar las acciones pertinentes, es decir, materializar el cuidado.22

Esta ciudadanía cuidadora o cuidadanía, abraza e incluye a la dimensión ecológica, en la que la ciudadanía:

1. Está atenta y es sensible a las necesidades ecológicas,

2. Reconoce su potencialidad y motivación para ser agente de cambio

3. Realiza las acciones de cuidado pertinentes.

En el contexto ecológico además es evidente cómo incluso las acciones privadas, de nuestra cotidianidad, tienen implicaciones públicas con carácter de ciudadanía.23 Así, en un sentido amplio, desde la ética del cuidado podemos definir la ciudadanía como el proceso en el que nos comprometemos e involucramos en procesos de cuidado de unos seres humanos a otros y a la naturaleza. El cuidado es clave para una ciudadanía consciente de sus esferas de responsabilidad y sus múltiples posibilidades de acción ciudadana cotidiana, individual o colectiva, para el bienestar de los más necesitados y el sostenimiento de la naturaleza.

 

Conclusión

Es necesario salir del camino de la destrucción y emprender ese Gran giro en el que los seres humanos participemos activamente en la preservación y la mejora de la integridad, la belleza y la evolución de la vida en la Tierra. Será importante para el desarrollo humano y la sostenibilidad de la vida en el planeta educar en una ética del cuidado de la Tierra, para lo que es fundamental, como hemos visto, nuestro autoconcepto y el concepto de naturaleza que cultivemos. Además, como hemos señalado, la reivindicación del modo-de-ser-cuidado parte de una defensa de la desgenerización del cuidado, reivindicando el cuidado como valor humano y no como rol de género. De ahí que esa educación ambiental deberá ser necesariamente coeducativa, para superar los roles de género y facilitar que todos los seres humanos participen de manera significativa en actividades que promuevan el sostenimiento y el cuidado de la vida. Ese cambio de rumbo sanará la Tierra y a nosotros con ella.

 

Irene Comins Mingol es profesora del Departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I, Castellón.

NOTAS:

1 Mark Hathaway y Leonardo Boff, El Tao de la liberación. Una ecología de la transformación, Trotta, Madrid, 2014, p. 32.

2 Leonardo Boff, El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la Tierra, Trotta, Madrid, 2002, p. 75. Boff toma el concepto modo-de-ser-en-el-mundo de Heidegger, en referencia a la condición situada, y en relación con el mundo, de la existencia humana.

3 Selma Sevenhuijsen, «The place of care. The relevance of the feminist ethic of care for social policy», Feminist Theory, vol. 4, núm. 2, 2003, pp. 179-197.

4 Yayo Herrero, «Miradas ecofeministas para transitar a un mundo justo y sostenible», Revista de economía crítica, núm. 16, 2013, pp. 278-307.

5 Alfonso Fernández Herrería y Mª Carmen López, «La educación en valores desde la carta de la tierra. Por una pedagogía del cuidado», Revista Iberoamericana de Educación, vol. 53, núm. 4, 2010, p. 13.

6 Leonardo Boff, op.cit., p. 58.

7 Vicent Martínez Guzmán, «Filosofía e Investigación para la Paz», Tiempo de Paz, núm. 78, 2005, pp. 77-90.

8 Jesús Mosterín, La naturaleza humana, Espasa-Calpe, Madrid, 2006.

9 Jesús Mosterín, «El espejo roto del conocimiento y el ideal de una visión coherente del mundo», Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, vol. 1, núm.1, 2003, pp. 209-221.

10 Mark Hathaway y Leonardo Boff, op.cit., p. 156.

11 Leonardo Boff, op.cit., p. 59-60.

12 Irene Comins Mingol, «La Filosofía del Cuidado de la Tierra como Ecosofía», Daimon, Revista Internacional de Filosofía, núm. 67, 2016, pp.133-148.

13 Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y supervivencia, Instituto del Tercer Mundo, Montevideo, 1991, p.47.

14 Carmen Magallón, Mujeres en pie de paz, Siglo XXI, Madrid, 2006, p. 270.

15 Ibidem, p. 271.

16 Purificación Ubric Rabaneda, «Gaia y las semillas de la Paz. Las propuestas de Vandana Shiva», en Francisco Muñoz y Jorge Bolaños Carmona (eds.), Los habitus de la paz. Teorías y prácticas de la paz imperfecta, Universidad de Granada, Granada, 2011, p. 345.

17 Carmen Magallón, op.cit., p. 276.

18 Alfonso Fernández Herrería y Mª Carmen López, op.cit., pp. 14-15.

19 Leonardo Boff, op.cit., p. 80.

20 Irene Comins Mingol, «El cuidado, eje vertebral de la intersubjetividad humana», en Irene Comins Mingol y Sonia París Albert (eds.), Investigación para la paz. Estudios filosóficos, Icaria, Barcelona, 2010, pp. 73-87.

21 PNUD, Informe sobre desarrollo humano 1999, Mundi-Prensa, Madrid, 1999.

22 Ruth Lister, Citizenship. Feminist Perspectives, McMillan, Londres, 1997.

23 Andrew Dobson, «Ciudadanía ecológica», Isegoría, núm. 32, 2005, pp. 47-62.