Un mundo fracturado
Reflexiones sobre poder, polaridad y policrisis
Charla entre Nick Buxton, Walden Bello y Adam Tooze
Traducción al español: Mercedes Camps
En esta fascinante entrevista realizada por Nick Buxton, Adam Tooze y Walden Bello reflexionan sobre la fractura del poder de Estados Unidos, el auge de China, el crecimiento de los nacionalismos y los peligros y las posibilidades de un orden multipolar.

Nick: Hay una verdadera sensación de que atravesamos un momento de transición, de que los parámetros de poder conocidos –en particular, el mundo unipolar creado tras la caída del imperio soviético– están siendo cuestionados o están cambiando. ¿Cómo evalúan la geopolítica del poder mundial en la actualidad? ¿Vivimos en un mundo multipolar?
Adam: Estoy totalmente convencido de que vivimos en un mundo multipolar. Resulta anacrónico aferrarse a una opinión diferente. Hemos abandonado el momento unipolar en la década de 2010. Ello no significa que aún no haya enormes esferas de poder e incluso de predominio estadounidense. Las tres más evidentes son el poder militar, el poder financiero mundial y algunos ámbitos de la alta tecnología.
No obstante, en un sentido más general, hemos sido testigos de una fragmentación del poder de Estados Unidos, de su deslegitimación. El tejido de la hegemonía estadounidense se ha visto debilitado considerablemente. A esta altura, la capacidad de las élites estadounidenses para articular las diferentes dimensiones de poder ha disminuido muchísimo.
Ello no impide que haya esfuerzos agresivos para reafirmar el dominio estadounidense e incluso una versión atlantista más nostálgica, como la que vimos con Biden y Sullivan [asesor de Seguridad Nacional de 2021 a 2024], pero están nadando contra una marea de movimientos drásticos.
Personalmente, no soy partidario de los análisis monocausales, pero si se quiere nombrar un factor desencadenante, ese sería la escala del desarrollo económico mundial, que ha creado centros de competencia y poder prolíferos. Ello significa que una gran variedad de actores ahora puede participar en diversos tipos de política de poder que antes les resultaban inaccesibles. El caso más destacado es el de China, pero Indonesia, Türkiye, los Emiratos Árabes Unidos y Brasil también están atravesando ciertos umbrales y constituyen un nuevo tipo de orden policéntrico.
Nick: ¿Qué piensas tú, Walden? ¿Crees que vivimos en un orden policén- trico? ¿Dónde encaja Trump en ese orden?
Walden: En primer lugar, quisiera expresar el gran privilegio que para mí significa mantener este diálogo con Adam, uno de los principales historiadores económicos del mundo. Estoy absolutamente de acuerdo con él en que nos encaminamos hacia un mundo multipolar desde hace ya algún tiempo. En este momento [cuando Trump asumió su segundo mandato] los medios de comunicación han realizado una extensa cobertura de la voluntad de Trump de que Canadá se convierta en el 51º estado de Estados Unidos y de apropiarse de Groenlandia y el canal de Panamá.
No obstante, no creo que el proyecto de Trump sea una reafirmación del poder de Estados Unidos a nivel mundial. Si hay un proyecto que podría considerarse una reafirmación del poder mundial de Estados Unidos es el de Biden. El proyecto de Biden y Harris consistió básicamente en revitalizar el internacionalismo liberal, que procuraba que el mundo fuera un lugar seguro para el capital estadounidense mediante la proyección del poder militar y político de ese país, y del libre comercio.
Ese proyecto, que fue el paradigma estadounidense después de Pearl Harbor, se deterioró en el primer mandato de Trump. Únicamente en retrospectiva podemos observar el modo drástico en que la política exterior aislacionista, antiglobalista y proteccionista del primer Gobierno de Trump rompió con el internacionalismo liberal.
Trump, entre otras cosas, se retiró del Acuerdo de Asociación Transpacífico [Trans-Pacific Partnership, TPP], que tanto demócratas como republicanos defendieron, expresó que los compromisos con la OTAN eran una carga y amenazó con abandonar la alianza, exigió que Japón y Corea del Sur pagaran más por mantener soldados estadounidenses en sus países o afrontaran el retiro de esas fuerzas militares, pisoteó las normas de la Organización Mundial del Comercio [OMC], ignoró al Fondo Monetario Internacional [FMI] y al Banco Mundial, negoció la salida de Estados Unidos de Afganistán y cruzó la zona desmilitarizada de Corea del Norte.
Ante este historial, podemos entender la profunda hostilidad hacia Trump, no solo de la case dominante del Partido Demócrata, sino de todas las élites políticas –que creen en el papel fundamental que desempeñan el bilateralismo y las alianzas en la promoción de la hegemonía estadounidense–, así como del aparato neoconservador, representado por Dick Cheney, que prefería métodos más unilaterales para promover el mismo proyecto hegemónico.
¿Cuál es el proyecto de Trump en mi opinión? Trump es la imprevisibilidad en persona, pero sus instintos son básicamente aislacionistas, centrados en su país, y una parte considerable de su base también es aislacionista. Este proyecto podría etiquetarse de imperialismo defensivo, a diferencia del imperialismo expansivo del proyecto internacionalista liberal. Se trata de reconstruir lo que Trump y sus seguidores de MAGA [Make America Great Again / Hacer que Estados Unidos de América recupere su grandeza] consideran el núcleo dañado del imperio, al imponer obstáculos a las importaciones y los migrantes de color, y reinstaurar el capital estadounidense mediante la relocalización a través del aumento de aranceles. La atención se centra en fortalecer el núcleo estadounidense del imperio, aunque añadiría que Trump considera que América Latina está dentro del ámbito de su influencia. Sus comentarios sobre Canadá, Groenlandia, el canal de Panamá y el golfo de México reflejan este cambio de prioridades para centrarse en el continente americano.
La postura estadounidense en la mayoría de otros ámbitos es, desde este punto de vista, negociable. Trump no cree en el nuevo principio liberal internacional de que negociar con el autoritarismo o apaciguarlo en una parte del mundo, como la guerra en Ucrania, podría perjudicar los intereses de Estados Unidos en otras partes del mundo.
Nick: ¿Cuáles consideran que son las causas que han llevado a este momento, no solo el surgimiento de la multipolaridad, sino también el fenómeno de Trump?
Adam: La descripción de Walden del efecto de shock del primer Gobierno de Trump es muy exhaustivo y convincente, pero considero que el desgaste comenzó antes. Se remonta al unilateralismo del Gobierno de Bush en 2003, ciertamente al eje transatlántico que causó graves rupturas y dinamizó el impulso multipolar, tanto en Beijing como en Moscú.
La creciente determinación de Beijing de trazar su propio trayecto comenzó en 2008 o 2009 con la constatación de que el poder de Estados Unidos era endeble y no fiable, y con un posicionamiento cada vez más asertivo del liderazgo chino. En 2008 también quedó claro para el liderazgo estadounidense que la historia de la globalización, que es tan importante para transmitir seguridad respecto del poder de Estados Unidos a partir de la década del noventa, podía volverse en su contra de diferentes maneras.
Y ello sucedió en dos ámbitos fundamentales. El primero es Rusia, porque al final de cuentas, el discurso de Putin durante la Conferencia de Seguridad de Múnich [que cuestionó el orden mundial unipolar] ocurrió poco antes de 2008, y estuvo seguido por la intervención militar rusa en Georgia. Posteriormente surgió la oferta de cooperación climática de Beijing, como un nuevo modelo de grandes relaciones de poder, que parecía que Washington aceptaría, pero luego se disipó. Su único resultado fue el compromiso del Acuerdo de París de mantener el aumento de la temperatura mundial en 1,5 °C [en comparación con los niveles preindustriales]. Y en lugar de ello, el resultado fue Trump. Esa sería mi introducción a la explicación de Walden sobre el primer Gobierno de Trump.
Nick: Walden, ¿quisieras añadir algo sobre las causas subyacentes de esta fractura del poder mundial?
Walden: Estoy de acuerdo con Adam. Sobre las causas subyacentes, identificaría tres factores principales. En primer lugar, la fuga de capital transnacional de Estados Unidos a China, para obtener mano de obra barata inferior al 5 % del costo de la mano de obra estadounidense. Este fue un proceso que contó con la bendición de varios Gobiernos estadounidenses, desde Bush padre hasta Obama. Hay quienes estiman que el llamado “shock de China” costó a Estados Unidos alrededor de 2,4 millones de empleos en el sector manufacturero y destruyó la sinergia entre la innovación tecnológica y un sector manufacturero dinámico.
El segundo factor importante fue la financiarización, que hizo que el sector financiero fuera el preferido para la inversión, debido a las enormes ganancias que se podían obtener a partir de la especulación. Tanto la desindustrialización como la financiarización fueron factores clave en el estancamiento del ingreso y el nivel de vida de al menos la mitad de la población estadounidense y el fuerte aumento de la desigualdad.
El tercer factor principal que no debería subestimarse fue la ampliación excesiva del poder militar de Estados Unidos en Oriente Medio durante el Gobierno de George W. Bush, que se convirtió en una trampa de la que Washington no ha podido salir fácilmente e hizo que perdiera credibilidad incluso con sus aliados.
A su vez, la otra cara de la desindustrialización estadounidense fue la superindustrialización de China, que ha sido el país que ha pasado más rápidamente de ser un actor totalmente externo a convertirse en una pieza central del sistema capitalista mundial. Esto ocurrió en un periodo de alrededor de 30 años e implicó una rápida industrialización y adquisición tecnológica, como resultado de las cuales la base científica y tecnológica del país es en gran medida autosuficiente.
Gráfico 1.
Fuente: R. Baldwin/MD (2024) con base en datos de la OCDE.
Nick: ¿Cómo creen que la relación entre Estados Unidos y China y su rivalidad geopolítica están reconfigurando el capitalismo?
Adam: Quisiera reafirmar lo que dijo Walden sobre la enorme importancia de la inserción de China en las cadenas de valor y de suministro de Occidente. Ello implicó la enorme urbanización de cientos de millones de habitantes rurales de China, pero también ha provocado que en los últimos 10 años China haya dominado por completo la fabricación mundial en casi todos los ámbitos clave, o al menos es un rival considerable o un actor fundamental, junto con sus competidores de Occidente y Asia Oriental.
Como ocurrió con Estados Unidos durante su auge manufacturero, la capacidad de China ahora está dominada por la demanda interna del país, que se basa en su enorme mercado de 4 mil millones de personas con un poder adquisitivo cada vez mayor. Entonces, esos mercados no solo son dinámicos, sino que además marcan tendencia. Un ejemplo claro de ello son los vehículos eléctricos, donde el ecosistema, el mercado, la demanda, el ritmo, el estilo de los consumidores, la capacidad tecnológica y manufacturera se encuentran en China. Los principales competidores de Asia Oriental y Europa, como Toyota y VW, afrontan una elección estratégica con respecto a si se aferran al mercado chino o dependen cada vez más de diversos tipos de proteccionismo para proteger a sus mercados locales contra la competencia china.
Es importante centrarse en la fabricación de automóviles, porque si se observa la sofisticada globalización a gran escala de las cadenas de suministro, la industria automotriz fue en un momento la pieza central del capitalismo mundial. La era del fordismo desapareció en los años setenta y ochenta, pero es sin duda uno de los principales impulsores del desarrollo regional de las cadenas de suministro.
Estamos observando un cambio histórico jamás visto antes, en el cual la innovación ha cambiado de lugar para trasladarse a China, y se trata de un desarrollo interno chino. ¿Cambia esto al capitalismo? No lo creo, no en sí mismo, porque el capitalismo es un sistema en constante evolución. No es una unidad única. No se centra en una sola tecnología, sino que es un cambio fundamental en uno de los ámbitos clave de la división mundial del trabajo.
Quisiera detenerme aquí en el ámbito financiero. Desde 2008 hemos experimentado una bipolaridad cada vez mayor. Existe un sistema dominado por Estados Unidos, centrado en torno al dólar. En otro momento Estados Unidos era un actor policéntrico; había actores importantes de Europa y Asia Oriental junto con Wall Street, pero ello desapareció en gran medida en 2008. De modo que hay un sistema basado en el dólar, dominado ampliamente por actores estadounidenses clave, empresas como BlackRock o JP Morgan.
Y posteriormente, además de ello, como parte de los controles del tipo de cambio y las divisas en China, existe un sistema chino que, habida cuenta de la escala del mercado de ese país, es comparable e incluso más grande que los JP Morgans, aunque no es parte del mismo sistema.
Nuevamente, ¿cambia esto al capitalismo? En principio, creo que no. Cambia su alcance geográfico. Cambia su horizonte de expectativas con respecto a la globalización.
La tendencia a la nacionalización, la tendencia hacia el proteccionismo es un nuevo e importante acontecimiento, en su forma agresiva. Es un proyecto bipartidista en Estados Unidos, dado que cuenta con el apoyo tanto de demócratas como de republicanos.
Entonces, creo que hay una fractura en la economía política de Estados Unidos, pero ¿eso cambia fundamentalmente al capitalismo? No, porque claramente el capitalismo estadounidense se desarrolló en el siglo XIX en el marco de un sistema ampliamente proteccionista. Este podía manifestarse y desarrollarse en formas muy diferentes.
Cambia el rumbo, cambia el poder de negociación de diferentes actores, cambian los puntos en los cuales se puede aplicar el poder de negociación y se puede ejercer influencia. Y en la forma del sistema chino estamos observando algo que no encaja exactamente en el molde de lo que es el capitalismo debido a la función de las instituciones del partido y el Estado.
En algunos casos, estamos ante un modelo policéntrico diverso y complejo, en el cual ocurren grandes cambios, mientras que en otros existe una consolidación del poder estadounidense en el marco del sistema del dólar.
Walden: Estoy de acuerdo en casi todo lo que plantea Adam, pero quisiera añadir algunas cosas. El alejamiento de la ideología neoliberal ha sido desigual. China por supuesto ha publicitado su modelo de capitalismo como el motivo del éxito del desarrollo de su país. Cuando Trump desmanteló el TPP y rechazó el libre comercio, básicamente aceleró el proceso de abandono de los modelos neoliberales de expansión empresarial impulsados por el mercado. De modo similar, el Gobierno de Biden dio un paso gigante hacia la adopción de políticas industriales mediante la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley de Chips y Ciencia y la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos.
Sin embargo, el neoliberalismo sigue siendo la ideología del FMI y del Banco Mundial. Muchos países que aplican sus programas, como el mío, Filipinas, siguen aplicando políticas neoliberales debido a que las instituciones de Bretton Woods los han presionado a incluirlas en su legislación e incluso en su Constitución.
No obstante, el gran fracaso de las políticas neoliberales generará inevitablemente una fuerte presión para abandonarlas y adoptar iniciativas que prioricen el bienestar social, la rerregulación y un papel preponderante del Estado. Esto ocurrió con las manifestaciones contra el neoliberalismo en 2019 en Chile, probablemente el país más neoliberal del Sur Global. Esta es una tendencia que veremos cada vez más. En el Estado posneoliberal, el establecimiento de objetivos económicos nacionales será la tendencia, planificar será nuevamente algo legítimo y la adopción de decisiones tecnocráticas sobre cuestiones tan fundamentales como el consumo y la inversión será más habitual.
El papel más importante del Estado en países con regímenes autoritarios o fascistas implica que se otorgará un conjunto de privilegios e incentivos económicos a las mayorías, mientras se deja a las minorías sin acceso a ellos. India es un referente en este sentido.
En cuanto a las relaciones entre Gobiernos, la era de la globalización, en la cual hubo un flujo libre de capital y mercancías a través de fronteras nacionales, garantizado por un sistema multilateral, dará lugar a más relaciones bilaterales en el comercio, los flujos de capital, la ayuda y la migración. El carácter de esas relaciones estará determinado en función de si los países son rivales geopolíticos o son considerados racial o culturalmente compatibles. Los que Trump denomina “países de mierda”, en referencia a la mayoría de nosotros en el Sur Global, estarán excluidos de esta red de relaciones bilaterales.
También es preciso tener en cuenta que el paisaje institucional del capitalismo está cambiando. La corporación fordista bajo control directivo ahora es tan solo una de las manifestaciones del capital, como explica Melinda Cooper en su libro Counterrevolution (2024). Ha habido un resurgimiento del capitalismo dinástico o del patrimonio familiar transmitido de una generación a otra mediante cambios en la legislación relativa a la herencia y el tratamiento fiscal favorable; y Trump junto con los hermanos Koch son un ejemplo de este fenómeno.
También hemos observado el surgimiento de una clase de multimillonarios con complejo napoleónico, como Trump, Elon Musk y Jeff Bezos, deseosos de utilizar su acceso al Estado, los medios de comunicación y la sociedad civil para alcanzar sus objetivos personales.
Entonces, para resumir, los elementos clave del paisaje institucional actual son: el regreso del Estado activista, la rerregulación del mercado, el regreso del capital dinástico y el surgimiento de capitalistas napoleónicos.
Adam: Con respecto a la cuestión del neoliberalismo, cabe distinguir entre las diferentes dimensiones del fenómeno. Una de ellas es la dimensión ideológica, la doctrina, que creo que podemos coinci- dir en que se ha desgastado, alterado y abandonado considerable- mente, en algunos casos, de manera flagrante, por ejemplo, cuando Jake Sullivan anunció el fin de la era neoliberal y el comienzo de un nuevo Consenso de Washington.
Pero también se puede pensar en el neoliberalismo como un modo de gobernanza, un modo de gobierno. Lo que es realmente elocuente, por ejemplo, con respecto a la Ley de Reducción de la Inflación de Biden, es el modo en que funcionó, es decir, básicamente una alianza público-privada. No fue el Nuevo Pacto Verde [Green New Deal], ni tampoco el viejo modelo del New Deal. Básicamente, se trató de una serie de exoneraciones impositivas para actores privados. Y, si bien fue un programa gubernamental para promover la energía verde, el modo en que funcionó fue exactamente el modo en que el Banco Mundial y el FMI habían prescrito desde finales de la década del ochenta.
Las intervenciones más importantes que se han realizado consisten en que los bancos centrales actúen en los mercados de acuerdos de readquisición y en los balances de los actores financieros. Por lo que este es un Estado más activista impulsado por una ideología que está rompiendo con algunas recetas de los años noventa y, sin embargo, utiliza herramientas bastante conocidas de esa época.
Si se analiza el neoliberalismo de un tercer modo, se trata de un proyecto de clase. Es una cuestión de redistribución. Implica intentar romper con las estructuras defensivas arraigadas de la clase trabajadora, las instituciones del Estado de bienestar, y destruir proyectos de desarrollo nacional. En ese sentido, sería difícil argumentar que se ha producido algún cambio fundamental. De hecho, se podría pensar en el momento actual como una amplificación de la estructura de intereses existente.
Sin duda, esta es la razón por la cual la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos no es una especie de afirmación del poder de la clase trabajadora, sino simplemente una adaptación de los grupos de interés monopólicos u oligopólicos en el sector de la energía. Y resulta que hay grupos interesados en la energía verde que también quisieran obtener un subsidio del Gobierno estadounidense para enriquecer a sus accionistas y perseguir proyectos que transformen el medio ambiente de diversas formas, pero siguen centrados en el lucro, al igual que antes. De modo que en la próxima era veremos a Duke Energy y actores similares en el sistema estadounidense. Nada cambia.
No obstante, si pensamos en el neoliberalismo como un proyecto cultural, como la subjetivación de los seres humanos, de su trato como actores del mercado, en lugar de ciudadanos o miembros de redes sociales, entonces las economías de plataformas actuales son la personificación más radical de ese preciso modelo. Un ejemplo de ello es la creación de la autoimagen, la autocreación, la autopromoción de decenas de millones de personas que aspiran a ser influencers, tanto en el sistema de redes sociales de Estados Unidos, como en el de China.
Hay muchas formas en las cuales las economías de plataformas estadounidenses son especiales, pero no hace falta pasar mucho tiempo en China para darse cuenta de que la sociedad está mucho más organizada en torno a las estructuras de plataformas que en cualquier país de Occidente. No es posible vivir allí sin estar en el sistema de WeChat. No se puede comprar nada.
Por lo tanto, es un sistema mucho más integrado al nivel de la subjetivación de las personas, que promueve en forma cada vez más agresiva el proceso de comercialización y autocomercialización. Además tiene un alcance verdaderamente mundial que llega a Filipinas e Indonesia, en la misma medida que a China y grandes partes de África.
Hay elementos del neoliberalismo que se están deteriorando, como su relación con el poder de Estados Unidos. Por algo se lo llamó Consenso de Washington. Se centraba en una determinada concepción del poder estadounidense, que se ha desgastado y fragilizado. No obstante, la mayoría de los elementos que se relacionan con este paradigma más dominante –de gobernanza, poder de clase, subjetivación– siguen vigentes y se mueven a tal velocidad, ritmo, ubicuidad y escala mundial que hacen realidad las fantasías de los profetas de la liberalización del mercado de las décadas de los setenta y ochenta.
Algunos elementos [del mensaje de los ideólogos neoliberales] se relacionaban con la liberalización de la cuenta de capital y los detalles de la privatización, pero en un sentido más amplio, ¿vivimos en sociedades que se acercan más al ideal de Milton Friedman de interacción impulsada por el mercado? Por supuesto que sí. Y a una escala de miles de millones de personas.
Nick: Durante bastante tiempo las empresas transnacionales fueron consideradas como actores clave en el escenario mundial. ¿Está cambiando esa percepción en la actualidad como consecuencia de la rivalidad geopolítica y el regreso del Estado nación?
Adam: Estamos en una fase de prueba. Sin duda ha quedado atrás la época en la cual podíamos argumentar directa y simplemente que las principales potencias eran los grandes actores empresariales del mundo. Ha quedado atrás la época en la cual se daba por supuesto que el secretario del Tesoro de Estados Unidos era el ex director ejecutivo de Goldman Sachs. La situación de Hank Paulson, exdirector de Goldman Sachs que fue nombrado secretario del Tesoro por el Gobierno de Bush a principios de la primera década del siglo XXI, para ocuparse del diálogo estratégico con China sobre relaciones económicas sería impensable hoy en día. Hubo un cambio profundo.
Entiendo a la economía política, tanto a nivel nacional como internacional, como una pugna con una geometría variable. Hay claramente grandes poderes empresariales que ejercen influencia en todos los niveles y estructuran los detalles de la reglamentación y las condiciones de posibilidad de la acción gubernamental, así como el ámbito de lo que es y lo que no es posible desde el punto de vista discursivo. Pero se oponen (a veces en estrecha cooperación y otras en contraposición) a otros actores clave y al poder estatal y el aparato de seguridad. Será muy interesante ver cómo evoluciona todo esto.
Tenemos un caso de prueba ante nosotros. Hay dos indicadores clave de la relación de Estados Unidos con China. Uno es Apple y el otro es Tesla y Musk. Será muy interesante ver cómo los intereses de empresas particulares están siendo cuestionados o protegidos cuidadosamente.
Por ejemplo, a pesar de los fuertes aranceles al comercio con China anunciados por el primer Gobierno de Trump, Apple logró, tras un lobby exitoso, excepciones considerables para todos los elementos clave de la cadena de suministro. Apple es la empresa más valiosa de Estados Unidos que cotiza en la bolsa, la primera en alcanzar el umbral de tres billones de dólares [de valor de mercado]. La Casa Blanca no suele atacar los intereses de una empresa como esta, incluso si en algún nivel su modelo de negocios y de cadena de suministro es diametralmente opuesto a la estrategia nacional de seguridad de Estados Unidos en ese momento. Será interesante ver cómo evolucionan las cosas para Tesla, la empresa de Elon Musk. No sabemos cómo se articularán estos intereses.
Existen repercusiones en cascada. Por ejemplo, Huawei fue el blanco de una campaña absolutamente extraordinaria del aparato estatal estadounidense contra una empresa específica. La consecuencia de ello es en parte que la posición de Huawei en el espacio chino ha cambiado. De modo que, aunque pierda mercados mundiales y esté sujeta a este ataque preciso (similar a un ataque con drones), su libertad de maniobra y el alcance de su acción aumentan tanto en la gran economía china como en diversos elementos del programa de la Franja y la Ruta.
Se trata de una geometría muy compleja cuya evolución aún desconocemos. Parece no tener límites claros, pero es la única explicación realista del momento actual.
Nick: ¿Y cómo ves la relación cambiante entre las empresas y el Estado, Walden?
Walden: Quisiera añadir, a esta idea de un periodo de oposición, el caso de TikTok. Trump pidió a la Corte Suprema de Estados Unidos que suspendiera la prohibición de la aplicación para que él pudiera decidir al respecto. De modo que hay esta especie de juego, de tantear y ver cómo es la relación entre el Estado y las empresas transnacionales.
Desde el punto de vista del Sur Global, mi sensación es que el Estado nación probablemente se convierta en un actor aún más poderoso para el mercado y el sector privado. Ello se debe a la constatación de que la prosperidad económica dependerá de que los Gobiernos apoyen activamente el avance tecnológico y eviten que países rivales obtengan tecnología avanzada.
Estoy totalmente de acuerdo en que las empresas transnacionales seguirán siendo actores influyentes, pero deberán adaptarse cada vez más a las políticas de los Gobiernos, relocalizando y transfiriendo parte de su cadena de valor de países rivales.
Los Gobiernos también se han vuelto más defensivos ante los ataques de las élites populistas. Cabe recordar que Peter Navarro [el asesor comercial de Trump] y otros miembros de MAGA acusaron a las empresas transnacionales de haber traicionado a Estados Unidos por haber trasladado sus operaciones a China. De modo que esta reacción negativa es importante para evaluar su relación con el Estado en este momento.
Adam: En cierto nivel, el poder de las empresas se ajusta a la clase directiva profesional. En última instancia, quién es propietario y quién genera las ganancias es una cosa, pero la propiedad de la mayoría de las empresas de gran tamaño es muy diversa y se administra indirectamente con fondos como BlackRock, que encarnan una especie de enfoque algorítmico de gestión profesional respecto de la gobernanza del capitalismo mundial.
En algún sentido, esos grupos sociales están profundamente involucrados en el liberalismo estructural y cultural que es tóxico para los miembros de MAGA. Ello no significa que los miembros de MAGA no sean partidarios de las empresas. Simplemente no son partidarios de esa versión de empresa, que es corporativa, a gran escala y, como dijo un comentarista, está dominada por “abogados y psicólogos”. En cambio, les atrae el modelo del pequeño burgués, lo que algunos analistas en Estados Unidos han denominado la alta burguesía [gentry] estadounidense. Es la concesionaria de automóviles, la gran empresa de construcción, la pequeña cadena de tiendas, la persona que es propietaria de varias franquicias de [la cadena de restaurantes] Chick-fil-A, que son parte del 1 % de la distribución de ingresos y riqueza de Estados Unidos. Es decir que tienen una riqueza de alrededor de 40 millones de dólares, poseen una gran mansión, una segunda casa en Florida y un yate, pero no son parte de los titanes empresariales en Davos.
Alguien proveniente de Wall Street terminó ocupando el puesto de secretario del Tesoro en el Gobierno de Trump, pero no fue el ex director ejecutivo de un banco gigante. El tipo paradigmático de personas con mucho dinero en el entorno de Trump son aquellas con capital accionario y fondos de cobertura. Su ventaja es que tienen más dinero que las personas que están a cargo de un gran banco. Jamie Dimon [presidente de JP Morgan Chase] difícilmente gane mil millones de dólares durante su carrera. Si trabajas en una empresa de capital de inversión o un fondo de cobertura, ese es el salario anual en un buen año para las personas mejor remuneradas. Pero, ante todo, es saqueo. Es dinero que se obtiene y se pierde fácil- mente. Sin embargo, si administras una tienda pequeña con 200 a 300 empleados, puedes establecer tu propia cultura, tu propio estilo.
Entender el modo en que la relación entre la política populista y el capitalismo ha cambiado con el tiempo es fundamental para analizar estas diferencias culturales y luego aplicarlas a la escala mundial. En la India existen todas estas afinidades complejas entre diversos tipos de capitalismo patrimonial y el proyecto del Partido Popular Indio [Bharatiya Janata Party, BJP], donde un grupo de oligarcas que representan a un determinado estilo cultural, un tipo de forma de hacer negocios en el país están alineados con Modi. Y es en ese nivel que la afinidad es profunda, donde la relación entre la base masiva de BJP y las empresas mundialmente pertinentes que cotizan en la bolsa se hace posible. Porque a simple vista, no parecerían ir de la mano.
Pero si su apariencia implica una tonalidad o estilo cultural determinado, funciona. Y es por eso que fue posible concebir la asociación entre Musk y Trump. Para establecer esa relación es necesaria la versión del multimillonario encarnada por Elon Musk. En este momento de prueba hay aspectos que se complementan y otros que no. No hay un único modelo que se pueda aplicar a todo el mundo, ni una única modalidad cultural.
Una de las grandes falacias del liberalismo estadounidense es pensar que hay un único modelo para todos. La mejor facultad de derecho, el mejor trabajo empresarial, contactos en California, Hollywood y Silicon Valley. ¿Cómo puede un candidato como ese no ser elegible? La élite liberal estadounidense no ha logrado entender que esa combinación específica de poder, privilegio cultural y privilegio económico puede resultar muy desagradable para una gran mayoría de la población estadounidense.
Nick: ¿Cuál es su respuesta al creciente militarismo, la intensificación de la hostilidad entre Estados Unidos y China, y la tensión entre sus relaciones económicas y el creciente impulso hacia la guerra?
Walden: Hemos visto cómo la relación entre Estados Unidos y China pasó de ser una alianza a una rivalidad en menos de 10 años. En el último decenio, Estados Unidos definió a China como un rival, mientras que China ha instado constantemente a regresar a lo que denomina relaciones normales con Estados Unidos, es decir, la alianza del periodo entre la década de los ochenta y 2016. China ha negado tener la intención de reemplazar a Estados Unidos como hegemonía mundial y no ha promovido un sistema multilateral alternativo al de Bretton Woods.
Los nuevos acuerdos de los bancos de desarrollo y las reservas de contingencia del sistema de BRICS siguen estando deliberadamente poco desarrollados. Aunque China ha aumentado el gasto en defensa, no ha adoptado medidas considerables en relación con el gasto, mientras que Estados Unidos ha gastado alrededor de tres veces más que Beijing en los últimos años.
Trump probablemente continuará la guerra comercial y tecnológica con China, pero no estoy tan seguro de que exhibirá la contención en el plano militar que se aceleró durante el Gobierno de Biden. Trump es sinónimo de imprevisibilidad, pero es muy probable que considere a Asia y el Pacífico como la “esfera de influencia” política y económica de China, mientras mantiene la retórica de que Estados Unidos seguirá involucrado en la región.
Ahora, los analistas y las élites burocráticas esperan que la transición de una potencia hegemónica mundial a otra será inevitable. Pero, como Estados Unidos probablemente se muestre dubitativo durante el Gobierno de Trump con respecto a asumir ese viejo papel, especialmente tras constatar la existencia de ciertas limitaciones, y China no está dispuesto a ocupar esa posición, es posible que asistamos a un vacío hegemónico en el corto y mediano plazo, muy similar al experimentado en el periodo entre guerras en el siglo XX, cuando Gran Bretaña era demasiado débil para desempeñar el papel de hegemonía mundial y Estados Unidos no tenía intención de asumirlo.
Gráfico 2.

Fuente: Elaboración de TNI basado en SIPRI (2024). https://milex.sipri.org/sipri
Nick: ¿Cuáles creen que son las repercusiones de este vacío hegemónico y qué significa para los países de ingresos bajos y medios? ¿Cómo deberíamos abordar este proceso en cuanto a oportunidades y desafíos?
Walden: Estoy de acuerdo con Adam en que hemos ingresado en una era de lo que él denomina policrisis, caracterizada por la intensificación de la crisis climática, la rivalidad geopolítica, la división entre el Norte y el Sur y el conflicto entre la democracia y el fascismo. Existe la línea enigmática que Gramsci utilizaba para describir esa época que también resulta adecuada para la nuestra: “El viejo mundo se está muriendo y el nuevo mundo tarda en llegar. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Supongo que lo que intentaba decir era que no puede haber oportunidad sin crisis.
Con el surgimiento de un vacío o estancamiento hegemónico, la relación entre Estados Unidos y China seguirá siendo fundamental, pero ninguno podrá gestionar decisivamente las tendencias, como los eventos meteorológicos extremos, el creciente proteccionismo, la decadencia del sistema multilateral que Estados Unidos implementó durante su apogeo, el resurgimiento de los movimientos progresistas en América Latina y el auge de los Estados autoritarios.
No obstante, creo que la crisis de la hegemonía de Estados Unidos no implica anarquía sino oportunidad, aunque acarrea riesgos y grandes peligros. Puede allanar el camino para un mundo en que el poder esté más descentralizado, donde haya más libertad de maniobra política y económica para actores pequeños y tradicionalmente menos privilegiados del Sur Global, lo cual provocaría un enfrentamiento entre las dos superpotencias. Se puede construir un orden verdaderamente multilateral mediante la cooperación, en lugar de imponerse mediante la hegemonía unilateral o liberal.
Entonces, utilizando las palabras de Gramsci, es posible que estemos ingresando en una era de monstruos, pero al igual que Ulises, no podemos evitar atravesar el peligroso estrecho entre Escila y Caribdis si queremos llegar a puerto seguro.
Adam: Creo que la cita de Gramsci que menciona Walden no sirve para analizar el momento actual porque promete demasiado. La leemos ahora con el conocimiento de lo que ocurriría a continuación, es decir, que el periodo intermedio se terminaría y estaría seguido del acuerdo de establecer dos órdenes en los años cuarenta: un orden occidental dominado por el bloque estadounidense y un bloque soviético.
No creo que eso sea lo que se nos ha prometido en la coyuntura actual. No creo que el siglo XX sea un buen modelo para pensar el siglo XXI, del mismo modo que el siglo XIX no fue un buen modelo para pensar el siglo XX.
El futuro, para bien o para mal, será más complejo y policéntrico. Ese es el mundo en el que realmente vivimos y al que debemos adaptarnos, y tiene muchas características atractivas. Más allá de todo, reacomoda el equilibrio del peso cultural, económico y tecnológico con la distribución de humanidad. Nos saca de la grotesca desproporción de esos factores que dominaron el siglo XIX y principios del siglo XX, para dirigirnos a una asignación de recursos mucho más equilibrada y racional.
Pero también conlleva riesgos reales. Lo que más me preocupa es la guerra. No pensé que tendría que volver a preocuparme por la guerra. Nací a finales de la Guerra Fría en Europa y la posibilidad de la aniquilación nuclear marcó mi infancia, pero no pensé que marcaría mi adultez, o el futuro de mis hijos o de sus hijos.
Temo que ese es el mundo en el que vivimos nuevamente. Y lo que es verdaderamente atemorizante del momento actual son los intereses profundos y poderosos de Estados Unidos. No cabe duda de que Rusia y China también tienen intereses profundos y poderosos, y están cada vez más comprometidos a una carrera armamentista nuclear tripolar, así como a controlar el espacio, las armas hipersónicas, etcétera. No es la vieja carrera de armas nucleares debido a las tecnologías y al hecho de que involucra a tres actores.
Ya hay grupos de estudios estadounidenses beligerantes que argumentan a favor de un ataque directo contra zonas urbanas de China, por ejemplo, como una forma de maximizar el factor disuasorio de rentabilidad en un mundo tripolar cada vez más difícil de gestionar. Y esto recién empieza. La competencia tiene apenas cinco años.
En ese contexto, uno de los grandes desafíos para la política progresista mundial es que debemos plantear la cuestión de la paz, que fue una cuestión clave en los años setenta y ochenta. Es extremadamente difícil porque nos expone siempre a la acusación de que somos básicamente una quinta columna para las amenazas externas, en aquel entonces la Unión Soviética o China.
Durante decenios podíamos delegar la paz a Goldman Sachs, porque mientras su director ejecutivo manejara la relación económica estratégica entre China y Estados Unidos, sabíamos que la guerra no estaba en el orden del día debido a que estaban haciendo demasiado dinero.
Pero uno de los efectos secundarios del resurgimiento del Estado nación y del lugar central que ocupan los intereses de seguridad nacional en el debate sobre políticas es que las políticas progresistas del mundo ahora deben argumentar a favor de la paz como una condición previa fundamental para cualquier otro bien que deseamos.
Ello no significa necesariamente una capitulación en todos los demás aspectos. No significa hacer la vista gorda a las violaciones flagrantes de los derechos humanos, como la represión de la libertad de expresión en Hong Kong. Es muy difícil, especialmente para la izquierda de Occidente, articular esta postura debido a que no se trata de asuntos sencillos. Es el terreno clásico de los dilemas políticos progresistas que se remontan al periodo entre guerras y la cuestión de cómo nos posicionamos con respecto al apaciguamiento. Pero es fundamental que comencemos a hacerlo porque, de lo contrario, terminaremos formando parte de proyectos de poder estadounidenses, que son básicamente la defensa anacrónica de la posición de Estados Unidos durante la Guerra Fría con respecto a Asia Oriental.
Ello debe sumarse a diversos tipos de medidas autónomas, gaullistas y no alineadas, como la afirmación contundente de los progresistas sobre la importancia de los intereses independientes para las regiones, colectividades y entidades como la Unión Europea o la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental [ASEAN]. Fue muy elocuente el modo en que, por ejemplo, en medio de la indignación en Occidente por la guerra en Ucrania, la presidencia indonesia del G20 (2022) adoptó la posición de decir
Nosotros, hablando en nombre del resto de la humanidad, insistimos en que hay otros asuntos en el orden del día y esperamos que ustedes, Estados Unidos, Europa y China, los discutan seriamente, ya que son cuestiones fundamentales para la mayor parte de la humanidad.
No estoy diciendo que el Gobierno indonesio sea un ejemplo de política progresista radical, pero es una señal del poder de presión que importantes actores del G20 pueden ejercer en este sistema policéntrico. No solo se está poniendo a prueba la relación entre las empresas y el Estado, sino que toda la configuración del poder está a prueba en este momento.
La política progresista tiene mucho en juego respecto a cómo funciona esto, en el nivel de la política comercial, los derechos democráticos básicos, la gestión de las configuraciones de poder nacional y la resistencia a algunas de esas combinaciones oligárquicas que surgen en este momento de proteccionismo nacional y, lo que es más fundamental, con respecto a todas las cuestiones de paz.
Nick: Gracias, Adam. Para concluir, Walden, quizá puedas responder a la misma pregunta: ¿cómo responden los movimientos sociales a este momento, a nivel mundial?
Walden: Los peligros de la guerra están presentes, especialmente en Asia Oriental y Filipinas. En los últimos años, durante el Gobierno de Biden, la contención de China, las medidas de provocación a buques que navegaban en el estrecho de Taiwán y el modo en que Biden desató el poder militar o del Pentágono, al menos a nivel retórico, fueron muy problemáticas.
El jefe del Comando de Movilidad de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, el general Minihan, dijo: “Deberíamos dirigir nuestra atención a la guerra con China en 2025”. Durante el primer Gobierno de Trump el conflicto fue principalmente comercial y económico, pero durante el Gobierno de Biden hubo un aumento del conflicto militar.
Entonces, ¿cómo pueden los movimientos sociales a nivel mundial sobrellevar este mundo más complejo? Estoy totalmente de acuerdo en que debemos centrarnos en la cuestión de la paz en este momento, habida cuenta del aumento de la rivalidad geopolítica. Y debemos conectar a la crisis climática con otras crisis, como la crisis de la desigualdad.
Grupos como BRICS, a pesar de tener más poder potencial que real, son un contrapeso a Occidente y al orden multilateral que ha sido muy opresivo. También ofrecen posibilidades en cuanto a los recursos que pueden utilizarse para el desarrollo y para que los países puedan elaborar sus propios planes de desarrollo. También pueden surgir otras configuraciones en el Sur Global que no queden envueltas en este triple tira y afloja entre Occidente, China y Rusia.
He disfrutado mucho de este diálogo. Muchas gracias, Adam, por este intercambio maravilloso, y gracias a Nick y al Transnational Institute por haberlo organizado.
Bibliografía
Cooper, Melinda (2024). Counterrevolution. Extravagance and Austerity in Public Finance. Nueva York: Zone Books.
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Walden Bello recibió el premio Right Livelihood Award (también conocido como el Premio Nobel alternativo) en 2003 por sus “destacados esfuerzos para educar a la sociedad civil sobre los efectos de la globalización empresarial y el modo en que se pueden llevar a cabo alternativas”. Naomi Klein ha descrito a Bello como el “principal revolucionario del mundo que no anda con rodeos”. Es autor y coautor de más de 25 publicaciones.
Nick Buxton es coordinador del centro de conocimientos del TNI y consultor de comunicaciones, investigador y editor de publicaciones. Entre numerosos artículos e informes, ha coeditado, junto con Ben Hayes, el libro Cambio climático, S.A. (Madrid: FUHEM, 2017).
Adam Tooze es profesor de la cátedra Shelby Cullom Davis de Historia y director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia. En 2019, la publicación Foreign Policy Magazine lo nombró uno de los principales pensadores de la década. Es autor del aclamado libro Crash: Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo (Barcelona: Crítica, 2018)
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