Plantando encinas, sembrando vida

 

Quizás resulta exagerado decir que hay alumnos y alumnas que cuando ven un tetra brik de leche nunca se pararon a pensar qué ser vivo produjo ese líquido que beben. Sin embargo, en el Colegio Santa Cristina habíamos comprobado que la mayoría no conocen de dónde vienen las palomitas de maíz que se comen mientras ven una peli en el cine, qué pasaría si desapareciesen todos esos insectos que tanto les molestan en verano o qué relación tienen las encinas de la Casa de Campo con el cambio climático.

Sabemos que nuestro alumnado urbanita no tiene la responsabilidad de esta falta de conocimiento: han sido educados sobre el asfalto, jugando desde pequeños en parques de plástico sin apenas posibilidad de pisar la tierra que se queda húmeda después de la lluvia y rodeados de muchas pantallas que les enseñan cómo es el mundo.

Cada vez estamos más lejos de entender lo dependientes que somos de los sistemas naturales. El análisis que se hace de la realidad es fragmentado, no se unen causas con consecuencias y esto da como resultado una desconexión entre nuestra existencia y los parámetros que permiten que haya vida. Uno de esos parámetros, no cabe duda, son los árboles. Sin ellos y otros organismos fotosintéticos no sería posible la vida en el planeta Tierra, sin embargo, en las ciudades, lugares llenos de asfalto y hormigón, a veces resulta difícil hacer la conexión entre nuestra vida y los árboles.

La mayor parte de nuestros alumnos no vive en contacto directo con los espacios naturales ni observa de forma directa los ecosistemas, por eso no existe alcance ni conciencia clara del deterioro acelerado que está sufriendo el planeta. Creemos que el modo de comprender lo que nos rodea tiene fuertes implicaciones en las formas de intervenir sobre esa realidad, por eso decidimos hacer una repoblación y trabajar otros temas asociados a esta actividad.

El Colegio Santa Cristina se encuentra ubicado al lado de un entorno natural privilegiado, la Casa de Campo, así que, teniendo como objetivo trabajar la importancia que tienen los árboles en nuestra vida y la de otros muchos seres vivos, realizamos un proyecto en el que los árboles eran los protagonistas. Lo que pretendíamos era hacer actividades que fomentaran la reflexión sobre los problemas socioambientales y fueran propositivas en cuanto a la generación de alternativas. También queríamos promover la participación, la colaboración y la convivencia, por lo que hicimos un trabajo interetapas, en el que participaron alumnas y alumnos de 3º de Infantil, 6º de Primaria y los grupos de 3º y 4º de ESO de Diversificación Curricular.

En nuestro Colegio ya hemos trabajado en distintas ocasiones proyectos y actividades en los que han participado distintos niveles, y siempre han resultado ser experiencias muy educativas y enriquecedoras. Este año, por la peculiar situación del Centro, consideramos que era aún más importante fomentar actividades interetapas.

En Secundaria, comenzamos leyendo algunas cosas sobre los árboles, y descubrimos a Wangari Maathai, una mujer que tuvo una vida muy intensa e interesante, y trabajó con muchas mujeres en Kenia plantando árboles. Y como parecía importante que las niñas y niños de infantil conocieran su historia, los de secundaria, después de ensayarlo varias veces, les contaron un cuento sobre la vida de W. Maathai. Pero a los más mayores les quedaban más ganas de leer, así que se prepararon también para contar a los de 6º de Primaria el libro de “El hombre que plantaba árboles”.

Además de leer, antes de hacer la repoblación, había que aprender cómo hacerla, por lo que invitamos al Colegio a dos personas de ARBA (Asociación para la recuperación del bosque autóctono) que nos enseñaron cómo plantar.

Y llegó el gran día. Nos fuimos paseando hasta la Casa de Campo, los pequeños de la mano de los mayores, conociéndonos, pisando las hojas, cantando… Y llegamos al lugar de la repoblación.

Aprendimos que en esa zona antes, en vez de pinos, había encinas y que lo que estábamos haciendo era ayudar a recuperar el bosque original. Lo primero que hicimos fue observar sobre el terreno cómo se planta una encina y después nos pusimos manos a la obra. Había que cavar un agujero del tamaño adecuado para las raíces, asegurarse de que la tierra quedara firme y proteger los plantones para que no se los comieran los conejos. Poco a poco iban quedando menos encinas en las cajas y más en el suelo.

También hubo tiempo de disfrutar jugando en ese entorno y después, otra vez de vuelta al Colegio, con más vínculos hechos entre los que participamos.

Y ahí quedaron las encinas, esperando que todos y todas, pequeños y mayores, sigamos yendo a ver cómo crecen hasta convertirse en árboles grandes y hermosos.