Ecología política, feminista y emocional

Marien González Hidalgo y Conchi Piñeiro 1 escriben en la sección ENSAYO del número 152 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, un artículo titulado Ecología política, feminista y emocional: por qué y para qué hablar de emociones y afectos en las situaciones actuales de cambio y conflicto socioambiental.

No conozco casi nada que sea de sentido común. Cada cosa que se dice que es de sentido común ha sido producto de esfuerzos y luchas de alguna gente por ella.

Amelia Valcárcel

En este artículo presentamos un enfoque poco común en la investigación y acción en relación a las cuestiones ambientales, en lo que refiere al papel, usualmente ignorado o subestimado, que las emociones y los afectos desempeñan en los conflictos ambientales.

En el ámbito de la investigación académica en conflictos ambientales se está empezando a tener en cuenta el aporte que ofrece el estudio de las emociones a la hora de comprender, por ejemplo, cómo se estructura el poder económico hegemónico, cómo se construyen las subjetividades políticas o cómo se producen las movilizaciones sociales. Por otro lado, en lo que respecta a los impactos asociados al cambio ambiental global cada vez hay más estudios que indican, por ejemplo, una asociación entre el cambio climático y el aumento de estados depresivos y de ansiedad, entre otros.2

En este texto presentamos argumentos para defender la necesidad, además de otros marcos de análisis, de unas gafas “emocionales” para entender y actuar ante los retos ambientales a los que nos enfrentamos.

Además, en los ámbitos de participación social, política y ambiental también se está desarrollando cada vez más un interés por la gestión emocional de los grupos, y la necesidad de cuidado a las personas que participan en los mismos, debido al desgaste no solo físico sino también emocional de las personas activistas ambientales. Sin embargo, en los ámbitos con una implicación política o de transformación social de problemas con una base material y ecológica (como es la ecología política) y en situaciones en las que intervienen fuertes desigualdades estructurales, estos enfoques aún generan cierta desconfianza: “hablar de emociones” parece poco relevante o, incluso, apolítico.

En este texto esperamos presentar suficientes argumentos (apoyados también en ejemplos concretos) para defender la necesidad, además de otros marcos de análisis, de unas gafas “emocionales” para entender y actuar ante los retos ambientales a los que nos enfrentamos.

Para poder contextualizar la posición desde la que hablamos y tomar consciencia de nuestra perspectiva (con sus limitaciones y sesgos), cabe decir que somos mujeres cis blancas europeas de clase media con estudios universitarios, que hemos vivido en diferentes países y que estamos comprometidas con la revisión y el cuestionamiento de nuestros privilegios.

A partir de nuestra propia experiencia en el activismo, la investigación y la facilitación en contextos de cambio y conflictos ambientales, analizaremos la necesidad de que la ecología política considere las emociones en la investigación-acción en situaciones de conflicto o cambio ambiental, y también mostraremos cómo dar espacio a la expresión emocional en los espacios de movilización socio-ambiental puede aportar una mayor salud ambiental de los colectivos y personas que dedican su vida a conseguirla.

 

La ecología política

La ecología política busca entender los problemas ambientales a través del análisis de las distribuciones desiguales de poder en el acceso, la distribución y la afectación por contaminación en los cambios y conflictos ambientales.3 A través de la lente de la ecología política podemos entender cómo las relaciones de poder, las asimetrías y las luchas constituyen personas, lugares y recursos.4 Es decir, no solo podemos analizar de qué manera diferentes actores sociales perciben o entienden los impactos ambientales en función de su posición social, sino que podemos entender cómo esas diferencias acaban constituyendo espacios y naturalezas diferentes. Por ejemplo, y como detallamos más adelante en uno de los casos concretos que exponemos, un mismo “bosque”5 puede ser percibido de manera muy diferente por actores sociales diversos en función de su posición social, sus conocimientos, sus intereses, y también sus afectos y memorias individuales y colectivas asociadas al territorio.

A través de la ecología política podemos analizar cómo quienes detentan mayor poder desarrollan una capacidad para reproducir o imponer sus valores y prácticas en dichos espacios. Pero la ecología política también nos permite analizar y dar apoyo a las formas empleadas por las comunidades o movimientos de base para resistir y defender las alternativas con su propio poder. Además, la ecología política implica investigación académica y práctica política, es decir, el compromiso de que la investigación y la acción ayuden a denunciar o visibilizar injusticias ambientales, y a la vez contribuyan a recoger y dar voz a las comunidades o a las personas más afectadas y silenciadas en las distribuciones desiguales de poder, puesto que éstas suelen tener más dificultades para que sus perspectivas sean visibles, a pesar de ser protagonistas. Quienes usualmente soportan o sufren los mayores impactos ambientales suelen ser personas afectadas también en otras dinámicas sociales debido a sus orígenes étnicos y procesos de racialización, su clase social, su género –entre otros– y quienes no tienen una voz, como es el caso de las generaciones futuras aún por nacer o las especies no humanas.

Pero los retos actuales relacionados con el cambio global o los conflictos ambientales no solo pueden ser explicados desde diferentes necesidades o visiones materiales, económicas, ambientales y/o de subsistencia: en ellos intervienen también las emociones y los afectos de individuos y colectivos. De hecho, en muchos casos, entender estas emociones ayuda a comprender mejor cómo se accede, se utilizan o se disputan los recursos ambientales o los derechos por la naturaleza. Por ejemplo, Andrea Nightingale,6 analizando la gestión de los comunes pesqueros en Escocia, muestra cómo los pescadores (mayoritariamente hombres) desarrollan un apego emocional al mar, sus prácticas pesqueras y a otros pescadores. Sin embargo, en las reuniones institucionales y políticas donde se toman decisiones sobre cuotas de pesca, son señalados como “rebeldes” por actores con más poder, lo que hace que no se impliquen emocionalmente y se desanimen a la hora de comprometerse con prácticas auto-reguladoras de su propia pesca.

A través de la ecología política podemos analizar cómo quienes detentan mayor poder desarrollan una capacidad para reproducir o imponer sus valores y prácticas en dichos espacios.

Este es un buen ejemplo de cómo el atender a los aspectos emocionales nos puede ayudar a entender procesos complejos en los cambios globales, incluso en situaciones paradójicas como la de los pescadores con apego al mar, a la pesca y a los “recursos marinos”, pero que sin embargo pueden acabar explotando. Otro ejemplo, en esta misma línea, es el trabajo de Farhana Sultana,7 que relata cómo en Bangladesh las mujeres expresan o silencian su sufrimiento por la falta de acceso al agua de manera diferente en público que en privado. Su trabajo nos ayuda a recordar que en los conflictos ambientales hay muchas voces que en un análisis convencional podemos no escuchar.

Otro trabajo interesante es el de Neera Singh,8 que relata cómo en bosques de Odisha, en India, las comunidades locales desarrollan una comunicación intersubjetiva con los bosques en los que trabajan y a los que cuidan en sus prácticas diarias, mostrando cómo su papel de comunidades cuidadoras desde las instituciones locales no solo responde a una disciplina del Estado, sino a una relación afectiva de lo humano con la naturaleza no humana.

Estos son solo algunos de los trabajos recientes que han ayudado a hacer visible cómo los conflictos ambientales son también conflictos emocionales y afectivos. Aunque las emociones siempre han estado presentes en las cuestiones ambientales, solo recientemente se les está dando relevancia desde algunos ámbitos, y como explicaremos ahora, especialmente a partir de enfoques críticos feministas. Sin embargo, para algunas perspectivas, hablar de emociones en temas ambientales-políticos reaviva discusiones relacionadas al populismo.

Mientras algunas investigaciones y publicaciones enfatizan los beneficios políticos de las emociones a la hora de generar un sentido de identidad colectiva o un “nosotros” o “el pueblo”,9 otros estudios alertan sobre el hecho de que el uso de las emociones para consolidar la movilización colectiva puede generar dualismos del estilo: yo, nosotros y “el Otro”.10 Lo vemos en el caso del lobo ibérico, con iniciativas como la Declaración del Grupo Campo Grande,11 en la que un grupo muy diverso llega a un documento de reflexiones y propuestas en el que se habla del espíritu de cooperación, entendimiento, respeto y empatía fruto del proceso. Por otro lado, en la prensa podemos ver titulares o noticias que suscitan emociones que ahondan en la división entre unas y otras partes del conflicto (ecologistas vs. ganaderos, por ejemplo).

En otros casos hablar de emociones se considera irrelevante frente a los “problemas reales e importantes”, como Irina Velicu12 señala qué ocurre a la hora de categorizar como “emocionales e impulsivos” a los movimientos socioambientales antiminería en Rumanía.

Ante las críticas y la desconfianza a la hora de hablar también de lo emocional en cuestiones de poder y naturaleza, especialmente las geógrafas y ecólogas políticas feministas se han esforzado mucho en impulsar una agenda de investigación crítica sobre cambio global y conflictos ambientales con espacio para hablar de las emociones y los afectos conceptual, metodológica y empíricamente. Su intención, o en todo caso la nuestra, no es hacer una propuesta que asuma que un análisis de la realidad afectiva o emocional puede sustituir a los análisis biofísicos, económicos o materiales del cambio global, sino una propuesta que enriquezca y diversifique la investigación y la acción en conflictos y cambios ambientales donde haya espacio para hablar de lo que sucede en el ámbito emocional, como investigadoras, activistas, afectadas por o responsables de los cambios ambientales que enfrentamos.

 

Las gafas moradas en la ecología política: la ecología política feminista

La ecología política feminista es un campo de investigación y praxis que ofrece diferentes aproximaciones teóricas acerca de las relaciones sociales de poder asociadas con la naturaleza, la cultura y la economía, con un compromiso con epistemologías, métodos y valores feministas. Es decir, permite analizar las formas en las que la subordinación de las mujeres (y otros grupos sociales no privilegiados, como las personas empobrecidas, racializadas, LGTBI+, etc.) y la explotación de la naturaleza se entrelazan.

En lo que respecta al género, desde los ecofeminismos y ecologías políticas feministas, algunas afirman que la vinculación de las mujeres con el medio ambiente se da por una conexión “esencial” o sagrada de la mujer con la naturaleza y las tareas de cuidados. Para Alicia Puleo,13 esta es la llamada corriente espiritualista dentro de los ecofeminismos y podría ejemplificarse con el discurso de Vandana Shiva. Esta línea parece querer revalorizar “lo femenino” frente a una clasificación dualista que forma parte del heteropatriarcado y que tiende a asociar lo femenino con la naturaleza, la emoción, lo privado, y a subordinarlo a lo masculino, la cultura, la razón y lo público.14 Pero ha sido criticada por terminar reforzando muchos estereotipos que forman parte de la cultura patriarcal y que tienden a ser esencialistas. Otras, en cambio, prefieren, como nosotras, entender que esta vinculación tiene más que ver con el hecho de que la casa, la crianza y las tareas de cuidado son asignadas socialmente, “por defecto” y a menudo sin posibilidad de elegir, a las mujeres.15

El sistema patriarcal asigna que las mujeres dediquen más tiempo a las tareas de cuidado, y esto explica que ante las amenazas de perder la opción de cuidar, alimentar, etc., sean las que más se movilicen. Dentro de los ecofeminismos esta línea se ha denominado constructivista. En ella, el trabajo de Bina Agarwal asocia la interacción con el medio ambiente y la generación de mayor o menor sensibilidad ecologista debido a esa interacción, con la división sexual del trabajo y la distribución del poder y de la propiedad según las divisiones de clase, género, raza y casta en India.16

Lo emocional y lo afectivo es una forma más de conocimiento y expresión de las preocupaciones, los valores o los sufrimientos ambientales

Pero el tema del género no solo aparece en este sentido: en muchos lugares del mundo son las mujeres las que están al frente de las movilizaciones ambientales,17 aunque en la mayoría de los casos sus luchas sean invisibilizadas, violentadas, ignoradas o menospreciadas.18 Como ha denunciado el Fondo de Acción Urgente de América Latina,19 la persecución y el asesinato de las mujeres que luchan contra el capitalismo, el colonialismo, el extractivismo, y en defensa de la tierra y el agua han aumentado significativamente en la región. En América Latina, Berta Cáceres, Macarena Valdés y Marielle Franco son solo algunos nombres de esta lista. Además, las desigualdades de poder en relación al género también se dan en espacios ecologistas. Los trabajos relacionados con el medio ambiente no escapan a la desigualdad salarial entre hombres y mujeres.

También se ha analizado y denunciado cómo en espacios ecologistas participativos suelen ser las voces de los hombres las más escuchadas, o sus argumentos los que disponen de mayor visibilidad o mayor espacio para ser enunciados.20 Además, las ciudades también reportan más vulnerabilidad para las mujeres, ya que son uno de los colectivos que más experiencias de inseguridad y miedo reportan en diferentes espacios ur- banos,21 pero además estas son mediadas también por otros indicadores más allá de conceptualizaciones homogéneas y binarias del género, como la identidad sexual, la edad, la clase social, la orientación sexual o la etnicidad.22

Los aportes feministas que denuncian cómo los debates ambientales suelen presentarse en términos que tienden a devaluar lo que se asocia con las mujeres, la naturaleza, las emociones y el cuerpo, privilegiando simultáneamente lo que se asocia con valores construidos socialmente como “masculinos”, tales como la razón, la cultura, la humanidad, suelen dar cuenta, aunque no siempre de manera deliberada, de la participación de afectos y emociones en las dinámicas socioambientales. De esta manera, argumentan cómo lo emocional y lo afectivo es una forma más de conocimiento y expresión de las preocupaciones, los valores o los sufrimientos ambientales, y que dar espacio a lo emocional y lo afectivo facilita una comprensión más amplia de las personas como sujetos relacionales en su interacción con otras personas, territorios y con la naturaleza. Si nos entendemos como seres relacionales, entonces, a la hora de pensar, analizar y actuar ante los cada vez más agudos retos ambientales a los que nos enfrentamos, no podemos dejar las emociones a un lado.

 

Ecología política emocional

Al igual que en otros campos, las emociones no habían encontrado una consideración explícita en la ecología política hasta hace poco. Esta falta de atención hacia el papel de las emociones en la ecología política ha generado una comprensión incompleta de cómo funciona el poder en los conflictos ambientales. Varias ecólogas políticas y geógrafas feministas ya han explorado esta brecha ampliando nuestro conocimiento sobre cómo las emociones ayudan a los colectivos a mantener sus derechos sobre los comunes,23 y cómo el apego emocional a los lugares actúa como un motor para el activismo y la creación de políticas transformadoras.24

Este interés por lo emocional y lo relacional en su con- junto no solo se refleja en la ecología política en el contexto académico, sino que se abre paso en la práctica de los colectivos (activistas en general y ecologistas en particular), aumentando la incorporación de herramientas de gestión emocional y transformación de conflictos, que incluyen la dimensión emocional, en su funcionamiento cotidiano.25  Esto lo constatamos con nuestra propia práctica de facilitación de grupos, un tipo de proceso que va en aumento en este contexto. De la misma forma, en sectores relacionados como la educación, la comunicación y la participación ambiental se está incorporando esta perspectiva de manera paulatina.

La falta de atención al papel de las emociones en la ecología política genera una comprensión incompleta de cómo funciona el poder en los conflictos ambientales

A continuación, presentamos dos casos concretos en los que hemos participado como investigadoras, activistas o facilitadoras, y que presentan de manera resumida los aportes conceptuales, metodológicos y prácticos del enfoque que proponemos. Son ejemplos de casos de estudio realizados en distintos territorios, con metodologías diversas, diferente duración y en distintas fases del conflicto. Precisamente queremos mostrar que, incluso siendo casos y enfoques diferentes, podemos llegar a conclusiones compartidas.

 

Diálogos emocionalmente significativos en torno al cambio climático en Madrid

Planteamos para la reflexión el proyecto de Foros Abiertos sobre Cambio Climático (CC en adelante) realizados en Madrid en 2017 y 2018, en el que el diálogo significativo entre diferentes visiones y experiencias del cambio climático tiene como componente fundamental las emociones asociadas a ellas.26 Este trabajo surge de nuestro interés por entender qué nos pasa como sociedad ante el cambio climático desde una perspectiva diversa, escuchando todas las voces. En esta diversidad encontramos, por ejemplo, que hay personas que se sienten paralizadas, otras no encuentran la fuerza para realizar cambios, y otras se han formado en comunidades o grupos de referencia donde es más fácil actuar.

A la hora de desarrollar el proyecto seleccionamos el CC como una realidad que pone en juego distintos intereses, valores, necesidades, y por tanto vivencias y emociones, así como dinámicas de poder y privilegios. Por estas razones formulamos el CC como un conflicto socioecológico o ecosocial en el que incorporar herramientas que incluyan la dimensión relacional y emocional puede hacernos avanzar en el entendimiento y la acción como sociedad.

Trabajar en Madrid es trabajar en una ciudad con una alta cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero27 y una alta vulnerabilidad que también presenta el medio urbano por la acentuación de fenómenos como la isla de calor y otros muchos riesgos señalados en el Quinto Informe del IPCC.28

Por qué hacer foros abiertos: qué son y qué aportan. Existen estudios muy relevantes sobre la representación social del CC a nivel estatal29 que utilizan una me- todología de investigación que logra resultados estadísticamente significativos y nos sirven de punto de partida para nuestro planteamiento. En el caso de Meira et al.30 se nos habla de las «cuatro Españas ante el Cambio Climático»: una «España desconectada» (11,6%), una «España cauta» (22,6%), una «España preocupada» (35,0%) y una «España alarmada» (30,8%). En la descripción de estos dos últimos perfiles aparecen las sensaciones de intranquilidad, temor, angustia o inquietud (para el perfil de preocupación) y de percepción de amenaza (para el perfil de alarma). Por su parte, Paco Heras31 indica que «resulta llamativa la fuerte negatividad contenida en estas reacciones, que revelan cómo un porcentaje significativo de las personas encuestadas percibe el cambio climático como un fenómeno muy preocupante, incluso amenazador». Dentro de las asociaciones registradas en las demoscopias que analiza, Heras destaca imágenes siniestras o de desolación, valoraciones negativas del fenómeno y sus consecuencias, y emociones personales como miedo, tristeza, preocupación, rabia, angustia, dolor, etc.

La existencia de este fuerte componente emocional en el CC nos llevó a utilizar la técnica de Foro Abierto, una estructura de diálogo grupal que procede de una corriente de trabajo con grupos denominada Trabajo de Procesos y Democracia profunda32, como  una  forma  de  abordar  el  tema  de manera exploratoria desde la dimensión relacional, de las emociones y los afectos. Nuestra inquietud de fondo es generar espacios donde se puedan expresar y gestionar esas vivencias de las que hablan los estudios citados, así como quizá otras que no hayan sido aún contempladas.

El apego emocional a los lugares actúa como un motor para el activismo y la creación de políticas transformadoras

El formato de Foro Abierto comienza con una descripción y presentación de posiciones en torno al tema principal. Arranca habitualmente con personas que inician el diálogo desde esas posiciones presentadas, asegurándonos de que estas perspectivas son diversas y abordan algunos de los aspectos difíciles de explicitar en relación a la pregunta o al tema planteado. Después queda abierto el diálogo para quienes quieran participar, y con las intervenciones de cada persona y las interacciones entre ellas se va desplegando la información que hay en estas posiciones, lo que permite entender mejor cuáles son las necesidades, preocupaciones y experiencias/emociones de cada rol.

A lo largo del foro identificamos cuáles son los puntos calientes o momentos de máxima diversidad de opiniones y vivencias, así como los puntos de máximo acercamiento o momentos de comprensión entre posiciones, los cuales constituyen las puertas de acceso para identificar las claves que favorecerán la colaboración o el entendimiento entre actores sociales con vivencias y opiniones inicialmente contrapuestas o divergentes. Uno de los objetivos es el aprendizaje acerca de qué ha hecho posible llegar a ambos tipos de momentos.

Foros realizados y reflexiones. A lo largo de un año y medio realizamos cinco foros abiertos con una pregunta central que iniciara el diálogo entre diferentes experiencias y visiones. La pregunta de cada foro la elegimos en función del foro anterior.

Al inicio de cada uno de los foros las personas participantes comienzan trayendo sus puntos de vista habituales, aquellos con los que se sienten más identificadas. El diálogo permite profundizar en los puntos de vista, las vivencias y emociones diversas. Así, a medida que diferentes personas hablan desde esos puntos de vista, se va dando una mayor toma de conciencia del impacto del conflicto y de la capacidad personal y colectiva de gestionarlo. Por eso, aunque iniciamos la conversación con algunas posiciones, otros roles emergen y es posible hablar de lo que es difícil en un espacio seguro. Por ejemplo, en el quinto foro, con dos preguntas centrales enfocadas en el efecto del CC en las relaciones («¿Cómo te relacionas con el cambio climático? ¿Cómo nos relacionamos ante el Cambio Climático?»), varias personas procedentes de otros países (algunas de las cuales son refugiadas ambientales) expresaron la tensión que les produce el consumismo o la indiferencia ante los problemas ambientales, ya que en su vivencia diaria no es posible olvidarse o desconectar del impacto que tiene el cambio climático en sus vidas. Otras personas compartieron experiencias de bloqueo emocional que contrastaban con experiencias más privilegiadas como “sentirse en comunidad” a la hora de afrontar este tema o “no sentir los efectos del CC”. Los privilegios que están en juego representan uno de los temas clave, y en este ejemplo concreto el privilegio de poder desconectar o no, y el de sentir apoyo o soledad.

Así como puede producirse a veces un mayor entendimiento y/o acercamiento entre visiones enfrentadas, las interacciones entre roles también pueden conllevar el aumento de la intensidad y la tensión entre los diversos puntos de vista, de manera que cada parte pueda expresarse más. En ambos casos ponemos énfasis en el aprendizaje. Por ejemplo, en los foros realizados las personas que han participado han valorado su toma de conciencia acerca de la interseccionalidad, sus privilegios y los de otras personas/actores sociales, así como de una mayor conexión con la empatía y con los procesos de cambio personal, colectivo y social. Es destacable la importancia de escuchar experiencias de personas y/o actores sociales que habitualmente no se perciben partícipes del tema, así como de personas que a medida que se profundiza en el diálogo reconocen su diversidad interna hablando desde diferentes vivencias y que pueden relacionarse ahora con posiciones con las que inicialmente les era difícil. Muchas de las personas participantes (tanto identificadas con estar comprometidas con el CC como otras que no consideran estarlo) han mostrado la necesidad y/o importancia de expresar las diversas emociones (angustia, sentimiento de pertenencia, miedo, frustración, rabia, agresividad o violencia, tristeza, desesperanza, esperanza, confianza, anhelos, etc.) que les produce el CC. Y esto no solo por el acto “sanador” que representa el simple hecho de expresarlas en un espacio seguro, sino también porque hacerlo les ofrece la posibilidad de un mayor entendimiento social y ambiental.

Nuestra interpretación de algunos de los aspectos que vemos transversales a las conversaciones mantenidas en los diversos foros, especialmente en los puntos de máxima diversidad y de acercamiento, son: la adicción al petróleo (como sociedad del Norte Global en la que se da el diálogo) y la dificultad para aceptar que nuestra vida solo es posible en ecodependencia e interdependencia. En relación a lo primero aparecían los estilos de vida intensivos en uso de petróleo como una adicción social (además de estar favorecidos estructuralmente en este contexto urbano, europeo, capitalista, etc.). Asumir esa dependencia del petróleo también como una adicción emocional implica no solo poner consciencia en cuáles son los estados emocionales asociados a su uso (por ejemplo, activación) y a su falta de acceso (por ejemplo, ansiedad), sino también pasar por el duelo que implica su renuncia y explorar qué otros caminos menos impactantes tenemos para satisfacer el anhelo que hay tras la adicción (por ejemplo, una vida plena). En relación a lo segundo nos dimos cuenta de que en los foros algunas personas experimentaban una fuerte sensación de vulnerabilidad que les daba la oportunidad para vivenciar esa interdependencia y ecodependencia, permitiendo a la vez considerar las propuestas de los ecofeminismos de poner la vida en el centro y llevar una vida buena dentro de los límites biofísicos del planeta.

 

El conflicto territorial y forestal en el territorio mapuche en Chile (Wallmapu), desde una perspectiva de “Ecología Política Emocional”33

El conflicto del Estado de Chile en territorio mapuche es un conflicto histórico por el control del territorio heredado desde épocas coloniales y postcoloniales. En este conflicto, el papel de la naturaleza y los recursos ambientales es central, ya que, desde la independencia del reino de España en 1818, y especialmente a través de políticas neoliberales heredadas de la dictadura de Pinochet (1973-1990), Chile ha fortalecido su proyecto de Estado mediante la apropiación de tierras (o territorio, en la cosmovisión política mapuche) en el Wallmapu (territorio mapuche en Chile), asegurándose la extracción de recursos naturales.

Una de las formas en que se manifiesta este conflicto en la actualidad es en la extracción de recursos madereros mediante plantaciones forestales de especies de rápido crecimiento, Pinus Radiata y Eucaliptus Globulus, que en su momento fueron implantadas con la idea de diversificar la matriz productiva del sur de Chile (categorizando a las economías campesinas e indígenas como “improductivas”) y prevenir la erosión, pero que han implicado la sustitución del bosque nativo por monocultivos forestales y la expulsión de las comunidades locales, bien sea de manera directa o a través de los impactos ambientales derivados de la extracción forestal como es la ausencia de agua, biodiversidad o trabajo, entre otros.

En la actualidad Chile cuenta con cerca de tres millones de hectáreas de plantaciones forestales concentradas principalmente en las Regiones de Maule, Bío-Bío, Araucanía y los Ríos, perteneciendo el 78% de las mismas a dos grandes grupos económicos (Celulosa Arauco y Constitución, del grupo Angelini y CMPC Celulosa, propiedad de la familia Matte). El modelo económico basado en la extracción forestal se destina principalmente al comercio exterior, siendo EEUU y China los principales países a los que Chile exporta las materias primas forestales.

Una mirada desde una ecología política que permita considerar el papel de las emociones en este conflicto permite el análisis de dos aspectos que podrían quedar invisibles de otra manera: el contenido emocional y afectivo en las campañas de responsabilidad social corporativa por parte del Estado y las empresas privadas, y la importancia de la expresión emocional a nivel individual y colectivo como parte de la estrategia de resistencia en el territorio.

El contenido emocional y afectivo en las campañas de responsabilidad social corporativa por parte de Estado y empresas privadas. Entre los años 2013 y 2016 realizamos entrevistas semi-estructuradas a representantes y personal de instituciones forestales del Estado (CONAF, por Corporación Nacional Forestal) y de las principales empresas forestales activas en Chile (en Santiago, Concepción, Temuco, Chillán, Arauco, Lota). Además, analizamos el material de divulgación de dichas instituciones para la población general y desarrollamos observación participante de las relaciones educativas y comunitarias de dichas instituciones con las comunidades locales; relaciones establecidas a través de talleres y charlas colectivas o individuales, con la intención de minimizar la conflictividad local asociada a los impactos ambientales y territoriales de las plantaciones forestales. Estas instituciones, que tienen mucho poder económico y simbólico en el territorio, llaman a estos programas como de “buena vecindad” y de “educación ambiental”.

Al analizar esta información encontramos que la intención de las instituciones del Estado y privadas es asegurar el control territorial, y que lo hacen a través de un fuerte componente emocional que busca asociar “extractivismo” con felicidad, progreso, satisfacción y amor a la naturaleza. En su sistemática distribución de propaganda forestal buscan asegurar una percepción favorable de la empresa en el territorio mediante diversos mecanismos como la realización de campañas puerta a puerta, el desarrollo de talleres de peluquería, la prestación de servicios médicos, la realización de excursiones para la población envejecida o los torneos de fútbol para los jóvenes; todo con el fin de «crear una relación de pertenencia entre la gente y la compañía», como el personal de Arauco, una de las mayores empresas forestales de Chile, nos decía. También se produce una cooptación directa de personas de la comunidad para cuidar o vigilar las plantaciones, generando conflictos intracomunitarios.

Las comunidades  en resistencia construyen una “comunidad emocional” que les sostiene colectivamente y les ayuda a planear las estrategias de defensa territorial

Estas “compensaciones emocionales” son estrategias del Estado y del sector privado para convencer a las comunidades locales de los beneficios de vivir entre plantaciones de árboles, y alentarles a involucrarse emocionalmente con el proyecto extractivista forestal. Además, se hace especial énfasis en la población infantil, a la que a través de campañas educativas en escuelas y asociaciones locales se les inculcan valores de cuidado a la naturaleza, pero asociados a los beneficios de la actividad extractiva.

El objetivo de educar a la población infantil no es solo con la intención de que estos sean futuras generaciones obedientes al “capitalismo verde”, sino también como transmisores de esos valores a sus familias. Así mismo, desde las instituciones públicas y privadas, con la participación de los medios de comunicación, se busca asociar la resistencia al modelo con el miedo, la mala conducta y el terrorismo.

La importancia de la expresión emocional a nivel individual y colectivo como parte de la estrategia de resistencia en el territorio. En su día a día las comunidades locales, rodeadas de estos monocultivos de árboles, vivencian, relacionan y expresan los impactos de este modelo forestal en sus hogares, territorios, cuerpos y afectos, realizando un ejercicio de soberanía, tanto de los territorios como de sí mismos. La resistencia socioambiental a este modelo de plantaciones forestales está protagonizada principalmente por comunidades mapuche y algunas comunidades campesinas que, frente al gran empresariado forestal, representan la población más empobrecida del sur de Chile.

Caminar con alguna de estas personas entre pinos o eucaliptos es escuchar sus emociones de rabia y pena por los cambios en el territorio que les rodea (ausencia de bosque nativo, reducción y contaminación de aguas, privatización de tierras, antiguos cementerios cubiertos por plantaciones forestales, etc.) y por las personas enfermas, fallecidas o asesinadas en enfrentamientos en defensa de la tierra. Además, en la práctica de la resistencia ambiental siguiendo la cosmovisión mapuche, las comunidades realizan encuentros grupales que permiten a las personas participantes la expresión de pena, dolor, miedo y rabia debido a las memorias de la opresión en el territorio, y que a la vez ofrecen espacios para practicar y encarnar otras formas de hacer y de sentir, a través de recuperaciones de tierra y biodiversidad de bosque nativo, juegos y bailes en comunidad y la práctica de su propio sistema de valores y creencias.

De esta manera, las comunidades en resistencia construyen una “comunidad emocional” que les sostiene colectivamente, les ayuda a romper los imperativos de control territorial y a planear las estrategias de defensa territorial de una manera integral, atendiendo a los procesos comunitarios y a lo que una mirada occidental llamaría “lo políticamente urgente”. La expresión individual y colectiva de las emociones es, por tanto, fundamental para que individuos y comunidades persistan en sus pensamientos y acciones diarias de resistencia frente a las estrategias de cooptación del poder económico y político como las descritas anteriormente o frente a la represión directa.

 

Conclusiones

En este artículo esperamos haber mostrado cómo considerar “lo emocional” como un espacio de poder y conflicto ofrece oportunidades a los movimientos socioambientales para abrir espacios de rearticulación de las relaciones de poder dentro y fuera de los movimientos, así como también ofrece a la investigación en ecología política la posibilidad de expandir el análisis del desarrollo de los conflictos en las esferas privadas/públicas e individuales/colectivas, y de considerar posiciones inestables y contradictorias en los puntos de vista de diferentes agentes sociales.

En lo que respecta al análisis de los retos, cambios y conflictos ambientales a los que nos enfrentamos, invitamos a que las investigaciones en el campo incorporen miradas que permitan entender de manera cercana las experiencias vividas de las comunidades expuestas a los cambios globales, así como las diferentes estrategias de adaptación, negación, cooptación, movilización, etc., por parte de los diferentes agentes e instituciones que participan en el entramado ecosocial.

La investigación en el marco de las ecologías políticas feministas y emocionales o afectivas puede servir de base para futuras investigaciones interesadas en revelar y transformar las sutilezas de las relaciones de poder y los desafíos que implican los conflictos ambientales. Además, los ejemplos que hemos expuesto invitan a que, desde la investigación, especialmente la que se realiza en este lado del océano, aprenda de los aportes decoloniales del Sur global, como es el caso de la espiritualidad y el rol que tiene en la conexión entre movilización, activismo y “sanación”.

En lo que respecta a la construcción de alternativas y activismos, trabajar en forma de comunidad es parte de la estrategia para el fortalecimiento o empoderamiento local. Como decía Yayo Herrero en una conferencia en Madrid en diciembre de 2018, «el cambio que tenemos por delante es un ejercicio radical de amor. Entendido como amor la radical voluntad de hacernos cargo de otras vidas, la radical voluntad de vivir en comunidad, de poner consciencia en necesitarnos unos a otros». Sin embargo, a pesar de la voluntad radical de muchas personas y entidades, esta intención a veces encuentra dificultades como desacuerdos, evitación del conflicto, abusos de poder, desesperanza, frustración. Por eso necesitamos herramientas existentes, por lo que muchas ya están llevando a cabo formaciones para gestionar mejor la escucha mutua y la expresión de desacuerdos, así como generar nuevas a partir de la propia práctica.

Nuestra reflexión apunta a que no deje de considerarse la importancia de la gestión emocional de y desde los grupos comprometidos, no solo por la propia salud de los mismos, sino también porque hacerlo de manera segura ayuda a entender la diversidad de emociones como una información más de cómo sucede el cambio, entendiendo las emociones como relacionales, individuales y colectivas, moldeadas a través de encuentros entre humanos, y naturaleza no humana, estructuras sistémicas y materiales. Es decir, dejar espacio a los contenidos emocionales de los retos ambientales a los que nos enfrentamos permite reconocer, expresar, discutir y arrojar luz sobre el conflicto, tanto en relación con los otros actores sociales en el conflicto (hacia afuera) como también en las relaciones dentro del grupo y de cada persona consigo misma (en el manejo de sus contradicciones, retos, etc.).

Estas herramientas sirven tanto para que las personas que ya están comprometidas sostengan el compromiso con espacios para reconectar con el sentido, la comunidad y el apoyo necesarios como para poder relacionarse con otros puntos de vista e ir más allá, no solo en lo confrontativo sino a la hora de escuchar el otro lado o las otras perspectivas y poder imaginar nuevas respuestas. Por eso, este enfoque es importante no solo para grupos ya comprometidos sino para toda intervención ambiental –comunicación, educación, participación– que quiera ser inclusiva y capaz de sostener diálogos donde las diferentes posiciones puedan escucharse y construir propuestas que, sin dejar de ser ambiciosas, puedan escuchar a todas las partes, sosteniendo los desacuerdos y reconociendo los privilegios y distribuciones desiguales de poder.

Este enfoque puede ayudar, por ejemplo, a que se dé un espacio en las intervenciones en relación al cambio climático para hablar del impacto emocional que nos provoca la información, o para gestionar la parálisis, el bloqueo, la angustia, el miedo, etc. en espacios donde quepan todas las voces. Sin embargo, nuestra propuesta no consiste en esencializar lo emocional y decir que si lo tenemos en cuenta todo irá mejor. Generar espacios para lo emocional en los retos ambientales requiere habilidades en las que entrenarse, culturas que lo sostengan, contextos pertinentes, etc. Y esto conlleva riesgos. Por eso necesitamos más ejemplos y posibilidades de sistematizar los aprendizajes en esta relación entre lo emocional y lo ambiental, para abordar con nuevas miradas y estrategias algunos de los escollos en los que nos encontramos.

Marien González Hidalgo es doctora en Ciencia y Tecnología Ambiental por el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente es investigadora asociada a la Swedish University of Agricultural Sciences, Uppsala, Suecia.

Conchi Piñeiro es doctora por el Programa Interuniversitario de Educación Ambiental e investigadora colaboradora del Laboratorio de Socioecosistemas (Departamento de Ecología, Universidad Autónoma de Madrid). Es también cofundadora y socia de la Cooperativa Altekio y del Instituto de Facilitación y Cambio (IIFACE).

NOTAS

1 Nuestro agradecimiento a Alfredo López por la cuidadosa revisión de estilo del texto a Jorge Riechmann, Oscar Carpintero y Alberto Matarán por la invitación inicial a escribir este artículo en el marco de «afrontar el colapso y evitar las barbaries». Y por supuesto, a todas las personas y territorios con las que hemos aprendido y seguimos aprendiendo (comunidades, participantes en los foros, investigadoras, compañeras, etc.).

2 Jessica G. Fritze, Grant Blashki, Sussie Burke y John Wiseman, «Hope, despair and transformation: climate change and the promotion of mental health and wellbeing», International journal of mental health systems, (2008), 2(1), 13.

3 Joan Martínez-Alier, El ecologismo de los pobres: Conflictos ambientales y lenguajes de valoración, Icaria, Barcelona, 2005 (3ª ed.).

4 Susan Paulson, Lisa Gezon y Michael Watts, «Locating the Political in Political Ecology: An Introduction», Human Organization, 62(3), 2003, pp. 205-217.

5 Las comillas se refieren a la distinción social y ambiental entre bosques y plantaciones, denunciadas por organizaciones ambientales como World Rainforest Movement.

6 Andrea J. Nightingale, «Fishing for Nature: the Politics of Subjectivity and Emotion in Scottish Inshore Fisheries Management», Environment and Planning A, 45(10), 2013, pp. 2362-2378.

7 Farana Sultana, «Suffering For Water, Suffering From Water: Emotional Geographies of Resource Access, Control and Conflict», Geoforum, 42(2), 2011, pp. 163-172.

8 Neera M. Singh, «The Affective Labor of Growing Forests and the Becoming of Environmental Subjects: Re- thinking Environmentality in Odisha, India», Geoforum, 47, 2013, pp. 189-198.

9 Ernesto Laclau, La razón populista, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires/México, 2005.

10 Slavoj Žižek, Visión de paralaje, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires/México, 2006.

11 Véase http://www.entretantos.org/declaracion-grupo-campo-grande/

12 Irina Velicu, «Demonizing the Sensible and the ‘Revolution of Our Generation’ in Rosia Montana», Global- izations12(6), 2015, pp. 846-858.

13 Alicia Puleo, «Feminismo y Ecología. Un repaso a las diferentes corrientes del ecofeminismo», Revista El Ecologista, núm. 31, 2002.

14 Val Plumwood, Feminism and the Mastery of Nature, Rouledge, Londres, 1993; Amaranta Herrero, «Ecofeminismos: apuntes sobre la dominación gemela de mujeres y naturaleza», Ecología Política, núm. 54, pp. 18-25.

15 Cristina Carrasco y Albert Recio, «Del tiempo medido a los tiempos vividos», Revista de Economía Crítica, núm. 17, 2018, pp. 82-97.

16  Puleo, Op. cit.

17 Diane Rocheleau, Barbara Thomas-Slayter, y Esther Wangari, (eds.), Feminist political ecology: Global issues and local experience, Routledge, Londres, 2013.

18 Yayo Herrero, Marta Pascual y María González Reyes, La vida en el centro, Ecologistas en Acción, Madrid, 2018.

19 Fondo de Acción Urgente de América Latina, Modalidades de criminalización y limitaciones a la efectiva participación de las mujeres defensoras de derechos ambientales, los territorios y la naturaleza en las Américas, 2016, consultado el 8 de enero de 2019.

20 Mercedes Agüera-Cabo, «Gender, values and power in local environmental conflicts: The case of grassroots organisations in north Catalonia», Environmental Values, 15(4), 2006, pp. 479-504.

21 Adriana Ciocoletto, y Col•lectiu Punt6, Espacios para la vida cotidiana. Auditoría de Calidad Urbana con perspectiva de género, 2014, consultado el 9 de enero de 2019.

22 María Rodó-de-Zárate, «Developing Geographies of Intersectionality with Relief Maps: Reflections from Youth Research in Manresa, Catalonia», Gender, Place & Culture, 21(8), 2014, pp. 925-944.

23 Nightingale, Op. cit; Singh, Op. cit.

24 Gavin Brown y Jenny Pickerill (eds.) «Activism and Emotional Sustainability», editorial en el especial del mismo título, Emotion, Space and Society, 2(1), 2009, pp. 1-3.

25 Ver, por ejemplo, Marien González-Hidalgo, «The politics of reflexivity: Subjectivities, activism, environmental conflict and Gestalt Therapy in southern Chiapas», Emotion, Space and Society, 25, 2017, pp. 54-62.

26 Este trabajo es el proyecto final del Diploma de Trabajo de Procesos de Conchi Piñeiro, disponible en https://altekio.es/

27 Madrid está englobado en el sector difuso (donde también se incluyen transporte, vivienda, oficinas, residuos, etc.) que es responsable del 55% de las emisiones de GEI en España según MadridSalud, Actuaciones ante el Cambio Climático, 2019, consultado el 9 de enero de 2019.

28 Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, Cambio Climático: Impactos, Adaptación y Vulnerabilidad. Guía resumida del Quinto Informe de Evaluación del IPCC Grupo de Trabajo II, 2014, consultado el 9 de enero de 2019.

29 Pablo Ángel Meira, Mónica Arto, Francisco Heras, Lucía Iglesias, Juan José Lorenzo, Pablo Montero, La respuesta de la sociedad española ante el Cambio Climático, Fundación Mapfre. Instituto de Prevención Salud y Medio Ambiente, 2013; Francisco Heras, Representaciones sociales del cambio climático en España: aportes para la comunicación, Tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, 2016.

30 Ibidem

31 Ibidem, p. 110.

32 El Trabajo de procesos y Democracia profunda tiene origen hace más de tres décadas. Cuenta con herramientas de trabajo personal, relacional, grupal y social. Un ejemplo son los foros abiertos, de los que se puede saber más en Arnold Mindell, La Democracia Profunda de los Foros Abiertos. Pasos prácticos para la prevención y resolución de conflictos familiares, laborales y mundiales, DDX, 2015.

33 Se presenta un resumen de este caso no solo para apoyar el argumento, sino también para darle visibilidad y apoyo desde donde es posible. Se puede leer más al respecto en otras publicaciones de las autoras como Marien González-Hidalgo y Christos Zogafos, «How sovereignty claims and “negative” emotions influence the process of subject-making: evidence from a case of conflict over tree plantations from Southern Chile», Geoforum, 78, 2017, pp. 61-73; sobre la resistencia del pueblo Mapcuhe en: http://www.mapuexpress.org/.

Acceso al texto completo en formato pdf:  Ecología política, feminista y emocional: por qué y para qué hablar de emociones y afectos en las situaciones actuales de cambio y conflicto socioambiental.