Un mundo fracturado

Reflexiones sobre poder, polaridad y policrisis

Traducción al español: Mercedes Camps

En esta fascinante entrevista realizada por Nick Buxton, Adam Tooze y Walden Bello reflexionan sobre la fractura del poder de Estados Unidos, el auge de China, el crecimiento de los nacionalismos y los peligros y las posibilidades de un orden multipolar.

Nick: Hay una verdadera sensación de que atravesamos un momento de transición, de que los parámetros de poder conocidos –en particular, el mundo unipolar creado tras la caída del imperio soviético– están siendo cuestionados o están cambiando. ¿Cómo evalúan la geopolítica del poder mundial en la actualidad? ¿Vivimos en un mundo multipolar?

Adam: Estoy totalmente convencido de que vivimos  en un  mundo multipolar. Resulta  anacrónico aferrarse  a una  opinión diferente. Hemos  abandonado el momento unipolar en  la década  de 2010. Ello no  significa que aún no haya enormes esferas de poder e incluso de predominio estadounidense. Las tres más evidentes  son el poder  militar, el poder  financiero mundial y algunos  ámbitos de la alta tecnología.

No obstante, en un  sentido  más general,  hemos  sido testigos de una  fragmentación del poder  de Estados Unidos, de su deslegitimación. El tejido  de la hegemonía estadounidense se ha  visto debilitado considerablemente. A esta altura, la capacidad  de las élites estadounidenses para articular las diferentes dimensiones de poder ha disminuido muchísimo.

Ello no impide que haya esfuerzos agresivos para reafirmar el dominio estadounidense e incluso  una  versión  atlantista más nostálgica, como  la que vimos con Biden y Sullivan  [asesor de Seguridad Nacional de 2021 a 2024], pero están nadando contra una  marea de movimientos drásticos.

Personalmente, no soy partidario de los análisis monocausales, pero  si se quiere  nombrar un  factor  desencadenante, ese sería  la escala del desarrollo económico mundial, que ha creado  centros  de competencia y poder  prolíferos. Ello significa que  una  gran  variedad de actores  ahora  puede  participar en diversos tipos de política de poder que antes les resultaban inaccesibles. El caso más destacado es el de China, pero Indonesia, Türkiye, los Emiratos Árabes Unidos y Brasil también están  atravesando ciertos  umbrales y constituyen un nuevo  tipo de orden policéntrico.

Nick: ¿Qué piensas tú, Walden? ¿Crees que vivimos en un orden policén- trico? ¿Dónde encaja Trump en ese orden?

Walden: En primer lugar,  quisiera  expresar  el gran  privilegio  que para mí significa mantener este diálogo con Adam, uno  de los principales historiadores económicos del mundo. Estoy absolutamente de acuerdo con él en que nos encaminamos hacia un  mundo multipolar desde  hace  ya  algún  tiempo. En este  momento [cuando Trump asumió su segundo  mandato] los medios  de comunicación han  realizado una  extensa  cobertura de la voluntad de Trump de que  Canadá  se convierta en  el 51º estado  de Estados  Unidos  y de apropiarse de Groenlandia y el canal de Panamá.

No  obstante, no  creo que  el proyecto de Trump sea una  reafirmación del  poder  de Estados  Unidos  a nivel  mundial. Si hay  un proyecto que podría considerarse una reafirmación del poder  mundial de Estados Unidos es el de Biden. El proyecto de Biden y Harris consistió  básicamente en  revitalizar el  internacionalismo liberal, que procuraba que el mundo fuera  un  lugar  seguro  para  el capital estadounidense mediante la proyección del poder  militar y político de ese país, y del libre comercio.

Ese proyecto, que  fue el paradigma estadounidense después  de Pearl  Harbor, se deterioró en  el primer mandato de Trump. Únicamente en  retrospectiva podemos observar  el modo  drástico  en que la política  exterior aislacionista, antiglobalista y proteccionista del primer Gobierno de Trump rompió con  el internacionalismo liberal.

Trump, entre  otras  cosas, se retiró  del  Acuerdo  de Asociación Transpacífico [Trans-Pacific  Partnership, TPP], que tanto demócratas como  republicanos defendieron, expresó  que  los compromisos con la OTAN eran  una  carga y amenazó con abandonar la alianza, exigió que Japón  y Corea del Sur pagaran más por mantener soldados estadounidenses en sus países o afrontaran el retiro  de esas fuerzas militares, pisoteó  las normas de la Organización Mundial del Comercio [OMC], ignoró  al Fondo  Monetario Internacional [FMI] y al Banco Mundial, negoció la salida de Estados Unidos de Afganistán y cruzó la zona desmilitarizada de Corea del Norte.

Ante  este  historial, podemos entender  la profunda hostilidad hacia Trump, no solo de la case dominante del Partido Demócrata, sino de todas las élites políticas –que creen en el papel fundamental que desempeñan el bilateralismo y las alianzas en la promoción de la hegemonía estadounidense–, así como del aparato neoconservador, representado por Dick Cheney,  que prefería  métodos más unilaterales  para promover el mismo  proyecto hegemónico.

¿Cuál es el proyecto de Trump en mi opinión? Trump es la imprevisibilidad en persona, pero sus instintos son básicamente aislacionistas, centrados en su país, y una  parte  considerable de su base también es aislacionista. Este proyecto podría  etiquetarse de imperialismo  defensivo, a diferencia del imperialismo expansivo  del proyecto internacionalista liberal. Se trata  de reconstruir lo que Trump y sus seguidores  de MAGA [Make America  Great Again / Hacer que Estados Unidos de América  recupere su grandeza] consideran el núcleo dañado del imperio, al imponer obstáculos a las importaciones y los migrantes de color, y reinstaurar el capital estadounidense mediante la relocalización a través del aumento de aranceles. La atención se centra  en fortalecer el núcleo  estadounidense del imperio, aunque añadiría que Trump considera que América  Latina está dentro del ámbito de su influencia. Sus comentarios sobre Canadá, Groenlandia, el canal de Panamá y el golfo de México reflejan  este cambio  de prioridades para centrarse en el continente americano.

La postura estadounidense en  la mayoría de otros  ámbitos es, desde este punto de vista, negociable. Trump no  cree en el nuevo principio liberal internacional de que negociar  con el autoritarismo o apaciguarlo en una  parte  del mundo, como  la guerra  en Ucrania, podría  perjudicar los intereses de Estados Unidos en otras partes del mundo.

Nick: ¿Cuáles consideran que son las causas que han llevado a este momento, no solo el surgimiento de la multipolaridad, sino también el fenómeno de Trump?

Adam: La descripción de  Walden  del  efecto  de  shock del  primer Gobierno de Trump es muy  exhaustivo y convincente, pero  considero  que  el desgaste comenzó antes. Se remonta al unilateralismo del Gobierno de Bush en 2003, ciertamente al eje transatlántico que causó graves rupturas y dinamizó el impulso multipolar, tanto en Beijing como en Moscú.

La creciente determinación de Beijing de trazar su propio trayecto comenzó en 2008 o 2009 con la constatación de que el poder  de Estados Unidos  era endeble y no fiable, y con un  posicionamiento cada vez más asertivo  del liderazgo  chino.  En 2008 también quedó claro  para  el liderazgo  estadounidense que  la historia de la globalización,  que es tan  importante para  transmitir seguridad respecto del poder de Estados Unidos a partir de la década del noventa, podía volverse en su contra de diferentes maneras.

Y ello sucedió en dos ámbitos fundamentales. El primero es Rusia, porque al final de cuentas,  el discurso  de Putin durante la Conferencia  de Seguridad de Múnich [que cuestionó el orden mundial unipolar] ocurrió poco antes de 2008, y estuvo seguido por la intervención  militar rusa en Georgia. Posteriormente surgió la oferta de cooperación climática de Beijing, como  un nuevo  modelo de grandes relaciones de poder, que parecía que Washington aceptaría, pero luego se disipó. Su único  resultado fue el compromiso del Acuerdo de París  de mantener el aumento de la temperatura mundial en 1,5 °C [en comparación con los niveles preindustriales]. Y en lugar de ello, el resultado fue Trump. Esa sería mi introducción a la explicación de Walden  sobre el primer Gobierno de Trump.

Nick: Walden, ¿quisieras añadir algo sobre las causas subyacentes de esta fractura del poder mundial?

Walden: Estoy de acuerdo con Adam.  Sobre  las causas subyacentes, identificaría tres factores principales. En primer lugar, la fuga de capital  transnacional de Estados Unidos  a China,  para  obtener mano de obra barata inferior al 5 % del costo de la mano de obra estadounidense. Este fue un  proceso  que contó  con la bendición de varios Gobiernos estadounidenses, desde  Bush  padre  hasta  Obama. Hay quienes  estiman que  el llamado “shock de China” costó  a Estados Unidos  alrededor de 2,4 millones de empleos  en el sector manufacturero y destruyó la sinergia  entre  la innovación tecnológica y un sector manufacturero dinámico.

El segundo  factor  importante fue la financiarización, que  hizo que el sector financiero fuera el preferido para la inversión, debido a las enormes ganancias que  se podían obtener a partir de la especulación. Tanto  la desindustrialización como  la financiarización fueron factores  clave en el estancamiento del ingreso  y el nivel  de vida de al menos  la mitad  de la población estadounidense y el fuerte aumento de la desigualdad.

El tercer factor principal que no debería subestimarse fue la ampliación excesiva del poder  militar de Estados  Unidos  en  Oriente Medio durante el Gobierno de George W. Bush, que se convirtió en una  trampa de la que Washington no ha podido  salir fácilmente e hizo que perdiera credibilidad incluso con sus aliados.

A su vez, la otra  cara de la desindustrialización estadounidense fue la superindustrialización de China, que ha sido el país que ha pasado  más rápidamente de ser un actor totalmente externo a convertirse  en una  pieza  central del sistema  capitalista mundial. Esto ocurrió en un periodo de alrededor de 30 años e implicó  una rápida industrialización y adquisición tecnológica, como  resultado de las cuales la base científica y tecnológica del país es en gran medida autosuficiente.

 

Gráfico 1.

Fuente: R. Baldwin/MD (2024) con base en datos de la OCDE.

 

Nick: ¿Cómo creen que la relación entre Estados Unidos y China y su rivalidad geopolítica están reconfigurando el capitalismo?

Adam: Quisiera  reafirmar lo que  dijo Walden  sobre  la enorme importancia de la inserción de China  en las cadenas de valor y de suministro de Occidente. Ello implicó  la enorme urbanización de cientos  de millones de habitantes rurales  de China,  pero  también ha provocado que en los últimos 10 años China haya dominado por completo la fabricación mundial en casi todos  los ámbitos clave, o al menos  es un  rival  considerable o un  actor  fundamental, junto con sus competidores de Occidente y Asia Oriental.

Como  ocurrió con Estados Unidos  durante su auge manufacturero,  la capacidad  de China  ahora  está dominada por  la demanda interna del país, que se basa en su enorme mercado de 4 mil millones de personas  con un poder  adquisitivo cada vez mayor. Entonces, esos mercados no solo son dinámicos, sino que además  marcan tendencia. Un ejemplo claro de ello son los vehículos  eléctricos, donde el ecosistema,  el mercado, la demanda, el ritmo, el estilo de los consumidores, la capacidad  tecnológica y manufacturera se encuentran en China.  Los principales competidores de Asia Oriental y Europa, como Toyota y VW, afrontan una elección estratégica  con respecto a si se aferran al mercado chino  o dependen cada vez más de diversos tipos de proteccionismo para proteger a sus mercados locales contra la competencia china.

Es importante centrarse en la fabricación de automóviles, porque si se observa la sofisticada globalización a gran escala de las cadenas de suministro, la industria automotriz fue en un momento la pieza  central del capitalismo mundial. La era del fordismo desapareció  en los años setenta y ochenta, pero  es sin duda  uno  de los principales impulsores del desarrollo regional de las cadenas de suministro.

Estamos observando un cambio  histórico jamás visto antes, en el cual la innovación ha cambiado de lugar  para  trasladarse a China, y se trata  de un desarrollo interno chino.  ¿Cambia esto al capitalismo? No lo creo, no en sí mismo, porque el capitalismo es un sistema en constante evolución. No  es una unidad única.  No  se centra  en una  sola tecnología, sino que es un cambio  fundamental en uno  de los ámbitos clave de la división mundial del trabajo.

Quisiera  detenerme aquí  en  el ámbito financiero. Desde  2008 hemos  experimentado una  bipolaridad cada vez mayor.  Existe un sistema  dominado por Estados Unidos,  centrado en torno al dólar. En otro  momento Estados Unidos  era un  actor  policéntrico; había actores importantes de Europa y Asia Oriental junto con Wall Street, pero ello desapareció en gran medida en 2008. De modo  que hay un sistema  basado  en el dólar, dominado ampliamente por actores estadounidenses clave, empresas como BlackRock o JP Morgan.

Y posteriormente, además  de ello, como  parte  de los controles del tipo  de cambio  y las divisas en China,  existe un  sistema  chino que, habida cuenta de la escala del mercado de ese país, es comparable e incluso  más grande  que los JP Morgans,  aunque no es parte del mismo  sistema.

Nuevamente, ¿cambia  esto  al  capitalismo? En  principio, creo que  no. Cambia su alcance  geográfico. Cambia su horizonte de expectativas  con respecto  a la globalización.

La tendencia a la nacionalización, la tendencia hacia  el proteccionismo es un  nuevo  e importante acontecimiento, en  su forma agresiva. Es un  proyecto bipartidista en Estados  Unidos,  dado  que cuenta con el apoyo tanto de demócratas como de republicanos.

Entonces, creo  que  hay  una  fractura en  la  economía política de Estados Unidos, pero ¿eso cambia  fundamentalmente al capitalismo? No, porque claramente el capitalismo estadounidense se desarrolló en el siglo XIX en el marco  de un  sistema  ampliamente proteccionista. Este podía  manifestarse y desarrollarse en  formas muy diferentes.

Cambia el rumbo, cambia  el poder  de negociación de diferentes actores, cambian los puntos en los cuales se puede  aplicar  el poder de negociación y se puede  ejercer  influencia. Y en la forma  del sistema  chino  estamos  observando algo que  no  encaja  exactamente en el molde  de lo que  es el capitalismo debido  a la función de las instituciones del partido y el Estado.

En algunos  casos, estamos  ante  un  modelo policéntrico diverso y complejo, en  el cual  ocurren grandes  cambios,  mientras que  en otros existe una consolidación del poder  estadounidense en el marco del sistema del dólar.

Walden: Estoy de acuerdo en casi todo  lo que  plantea Adam,  pero quisiera  añadir algunas  cosas. El alejamiento de la ideología  neoliberal  ha sido desigual. China  por supuesto ha publicitado su modelo de capitalismo como  el motivo del éxito  del desarrollo de su país. Cuando Trump desmanteló el TPP y rechazó  el libre comercio, básicamente aceleró  el proceso  de abandono de los modelos neoliberales  de expansión empresarial impulsados por  el mercado. De modo  similar,  el Gobierno de Biden  dio un  paso  gigante  hacia  la adopción de políticas industriales mediante la aprobación de la Ley de Reducción de la Inflación, la Ley de Chips y Ciencia  y la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos.

Sin embargo, el neoliberalismo sigue siendo la ideología del FMI y del  Banco  Mundial. Muchos  países  que  aplican  sus programas, como  el mío,  Filipinas, siguen  aplicando políticas  neoliberales debido a que las instituciones de Bretton Woods los han presionado a incluirlas en su legislación  e incluso en su Constitución.

No obstante, el gran fracaso de las políticas  neoliberales generará inevitablemente una  fuerte  presión  para abandonarlas y adoptar iniciativas  que prioricen el bienestar social, la rerregulación y un papel  preponderante del Estado. Esto ocurrió con las manifestaciones contra el neoliberalismo en  2019 en Chile, probablemente el país más neoliberal del Sur Global. Esta es una  tendencia que veremos cada vez más. En el Estado posneoliberal, el establecimiento de objetivos  económicos nacionales será la tendencia, planificar será nuevamente algo legítimo y la adopción de decisiones tecnocráticas sobre cuestiones tan fundamentales como el consumo y la inversión será más habitual.

El papel más importante del Estado en países con regímenes autoritarios o fascistas implica  que se otorgará un  conjunto de privilegios e incentivos económicos a las mayorías, mientras se deja a las minorías sin acceso a ellos. India es un referente en este sentido.

En cuanto a las relaciones entre  Gobiernos, la era de la globalización, en la cual hubo un flujo libre de capital  y mercancías a través de  fronteras nacionales, garantizado por  un  sistema  multilateral, dará lugar  a más relaciones bilaterales en el comercio, los flujos de capital,  la ayuda  y la migración. El carácter  de esas relaciones estará  determinado en función de si los países son rivales geopolíticos o son considerados racial o culturalmente compatibles. Los que Trump denomina “países de mierda”, en referencia a la mayoría de nosotros en el Sur Global,  estarán excluidos  de esta red de relaciones bilaterales.

También es preciso  tener  en cuenta que  el paisaje institucional del capitalismo está cambiando. La corporación fordista bajo  control  directivo  ahora  es tan  solo una  de las manifestaciones del capital, como explica Melinda Cooper  en su libro Counterrevolution (2024). Ha habido un resurgimiento del capitalismo dinástico o del patrimonio familiar  transmitido de una  generación a otra mediante cambios  en la legislación  relativa  a la herencia y el tratamiento fiscal favorable; y Trump junto con los hermanos Koch son un ejemplo de este fenómeno.

También hemos  observado el surgimiento de una  clase de multimillonarios con complejo napoleónico, como  Trump, Elon Musk y Jeff Bezos, deseosos  de utilizar su  acceso  al Estado,  los medios de comunicación y la sociedad civil para alcanzar  sus objetivos personales.

Entonces, para  resumir, los elementos clave del paisaje  institucional actual son: el regreso del Estado activista, la rerregulación del mercado, el regreso del capital  dinástico y el surgimiento de capitalistas napoleónicos.

Adam: Con  respecto  a la cuestión del neoliberalismo, cabe  distinguir entre  las diferentes dimensiones del fenómeno. Una de ellas es la dimensión ideológica, la doctrina, que creo que podemos coinci- dir  en  que  se ha  desgastado,  alterado y abandonado considerable- mente, en algunos  casos, de manera flagrante,  por ejemplo, cuando Jake Sullivan anunció el fin de la era neoliberal y el comienzo de un nuevo  Consenso  de Washington.

Pero también se puede pensar en el neoliberalismo como un modo de gobernanza, un modo de gobierno. Lo que es realmente elocuente, por  ejemplo, con respecto a la Ley de Reducción de la Inflación  de Biden, es el modo  en que funcionó, es decir, básicamente una alianza público-privada. No fue el Nuevo Pacto Verde [Green  New Deal], ni tampoco el viejo modelo del New Deal. Básicamente, se trató  de una serie de exoneraciones impositivas  para actores privados. Y, si bien fue un programa gubernamental para promover la energía verde, el modo en que funcionó fue exactamente el modo en que el Banco Mundial y el FMI habían prescrito  desde finales de la década del ochenta.

Las intervenciones más importantes que se han realizado consisten en que los bancos centrales actúen en los mercados de acuerdos de readquisición y en los balances  de los actores financieros. Por lo que  este es un  Estado  más  activista  impulsado por  una  ideología que  está rompiendo con algunas recetas  de los años noventa y, sin embargo, utiliza herramientas bastante conocidas de esa época.

Si se analiza  el neoliberalismo de un  tercer  modo,  se trata  de un proyecto de clase. Es una  cuestión de redistribución. Implica  intentar romper con las estructuras defensivas  arraigadas de la clase trabajadora, las instituciones del Estado de bienestar, y destruir proyectos de desarrollo nacional. En ese sentido, sería difícil argumentar  que  se ha producido algún  cambio  fundamental. De hecho,  se podría  pensar  en el momento actual  como  una amplificación de la estructura de intereses  existente.

Sin duda, esta es la razón por la cual la Ley de Reducción de la Inflación  de Estados  Unidos  no  es una  especie  de afirmación del poder  de  la  clase trabajadora, sino  simplemente una  adaptación de los grupos  de interés  monopólicos u  oligopólicos en  el sector de la energía.  Y resulta  que  hay grupos interesados en  la energía verde que también quisieran obtener un  subsidio  del Gobierno estadounidense para  enriquecer a sus accionistas  y perseguir proyectos que  transformen el medio  ambiente de diversas  formas,  pero siguen centrados en el lucro, al igual que antes. De modo  que en la próxima era veremos  a Duke  Energy y actores similares  en el sistema estadounidense. Nada cambia.

No obstante, si pensamos en el neoliberalismo como  un  proyecto cultural, como  la subjetivación de los seres humanos, de su trato como  actores  del mercado, en  lugar  de ciudadanos o miembros  de redes sociales, entonces las economías de plataformas actuales  son la personificación más radical de ese preciso modelo. Un ejemplo de ello es la creación de la autoimagen, la autocreación, la autopromoción de decenas de millones de personas que aspiran a ser influencers, tanto  en el sistema de redes sociales de Estados Unidos, como en el de China.

Hay muchas formas  en las cuales las economías de plataformas estadounidenses son  especiales,  pero  no  hace  falta  pasar  mucho tiempo en China  para darse cuenta de que la sociedad  está mucho más  organizada en  torno a las estructuras de plataformas que  en cualquier país de Occidente. No es posible  vivir allí sin estar en el sistema de WeChat. No se puede  comprar nada.

Por lo tanto, es un sistema mucho más integrado al nivel de la subjetivación de las personas, que promueve en forma cada vez más agresiva el proceso  de comercialización y autocomercialización. Además tiene  un alcance verdaderamente mundial que llega a Filipinas  e Indonesia, en la misma medida que a China y grandes partes de África.

Hay  elementos del  neoliberalismo que  se están  deteriorando, como  su relación con  el poder  de Estados  Unidos.  Por  algo se lo llamó  Consenso  de Washington. Se centraba en  una  determinada concepción del poder  estadounidense, que se ha desgastado  y fragilizado. No obstante, la mayoría de los elementos que se relacionan con este paradigma más dominante –de gobernanza, poder de clase, subjetivación– siguen  vigentes  y se mueven a tal velocidad,  ritmo, ubicuidad y escala mundial que hacen  realidad las fantasías  de los profetas de la liberalización del mercado de las décadas de los setenta y ochenta.

Algunos  elementos [del mensaje  de los ideólogos  neoliberales] se relacionaban con la liberalización de la cuenta de capital y los detalles de la privatización, pero  en un sentido  más amplio, ¿vivimos en sociedades  que  se acercan  más al ideal  de Milton  Friedman de interacción impulsada por el mercado? Por supuesto que sí. Y a una escala de miles de millones de personas.

Nick: Durante bastante tiempo las empresas transnacionales fueron consideradas como actores clave en el escenario mundial. ¿Está cambiando esa percepción en la actualidad como consecuencia de la rivalidad geopolítica y el regreso del Estado nación?

Adam: Estamos en una  fase de prueba. Sin duda  ha quedado atrás la época  en la cual  podíamos argumentar directa  y simplemente que las principales potencias eran  los grandes  actores  empresariales del mundo. Ha quedado atrás la época en la cual se daba  por  supuesto que el secretario del Tesoro de Estados Unidos  era el ex director ejecutivo  de Goldman Sachs. La situación de Hank  Paulson, exdirector de Goldman Sachs que  fue nombrado secretario del Tesoro  por  el Gobierno de Bush a principios de la primera década  del siglo XXI, para ocuparse del diálogo estratégico con China sobre relaciones económicas  sería impensable hoy en día. Hubo un cambio  profundo.

Entiendo a la economía política,  tanto a nivel nacional como  internacional, como  una  pugna  con una  geometría variable.  Hay claramente grandes poderes empresariales que ejercen influencia en todos los niveles y estructuran los detalles de la reglamentación y las condiciones de posibilidad de la acción  gubernamental, así como  el ámbito de lo que es y lo que no es posible desde el punto de vista discursivo. Pero  se oponen (a veces en estrecha cooperación y otras en contraposición) a otros actores clave y al poder  estatal y el aparato de seguridad. Será muy interesante ver cómo evoluciona todo esto.

Tenemos un  caso de prueba ante  nosotros. Hay dos indicadores clave de la relación de Estados Unidos  con China.  Uno  es Apple  y el otro  es Tesla y Musk. Será muy  interesante ver cómo  los intereses de empresas particulares están siendo cuestionados o protegidos cuidadosamente.

Por  ejemplo, a pesar  de  los fuertes  aranceles  al comercio con China  anunciados por el primer Gobierno de Trump, Apple logró, tras un  lobby exitoso, excepciones  considerables para  todos  los elementos clave de la cadena  de suministro. Apple  es la empresa más valiosa de Estados Unidos  que  cotiza  en la bolsa, la primera en alcanzar  el umbral de tres billones  de dólares  [de valor de mercado]. La Casa Blanca no suele atacar  los intereses  de una  empresa como esta, incluso si en algún nivel su modelo de negocios y de cadena de suministro es diametralmente opuesto a la estrategia nacional de seguridad de Estados Unidos  en ese momento. Será interesante ver cómo evolucionan las cosas para Tesla, la empresa de Elon Musk. No sabemos cómo se articularán estos intereses.

Existen repercusiones en cascada. Por ejemplo, Huawei fue el blanco de una  campaña absolutamente extraordinaria del aparato estatal estadounidense contra una empresa específica. La consecuencia de ello es en parte que la posición de Huawei en el espacio chino ha cambiado. De modo  que, aunque pierda mercados  mundiales y esté sujeta a este ataque  preciso (similar a un ataque con drones),  su libertad de maniobra y el alcance de su acción aumentan tanto  en la gran economía china como en diversos elementos del programa de la Franja y la Ruta.

Se trata de una geometría muy compleja cuya evolución aún desconocemos. Parece no tener  límites  claros, pero  es la única  explicación realista del momento actual.

Nick: ¿Y cómo  ves la relación cambiante entre  las empresas y el Estado, Walden?

Walden: Quisiera  añadir, a esta idea de un  periodo de oposición, el caso de TikTok. Trump pidió  a la Corte Suprema de Estados Unidos que suspendiera la prohibición de la aplicación para que él pudiera decidir al respecto. De modo que hay esta especie de juego, de tantear y ver cómo es la relación entre el Estado y las empresas transnacionales.

Desde el punto de vista del Sur Global, mi sensación es que el Estado nación probablemente se convierta en un actor aún más poderoso para el mercado y el sector privado. Ello se debe a la constatación de que la prosperidad económica dependerá de que los Gobiernos apoyen  activamente el avance  tecnológico y eviten  que países rivales obtengan tecnología avanzada.

Estoy totalmente de acuerdo en que las empresas transnacionales seguirán siendo actores influyentes, pero deberán adaptarse cada vez más a las políticas de los Gobiernos, relocalizando y transfiriendo parte  de su cadena de valor de países rivales.

Los Gobiernos también se han  vuelto  más defensivos ante  los ataques de las élites populistas. Cabe recordar  que Peter Navarro  [el asesor comercial  de Trump] y otros miembros de MAGA acusaron  a las empresas transnacionales de haber traicionado a Estados Unidos por haber trasladado sus operaciones a China. De modo que esta reacción negativa es importante para evaluar su relación con el Estado en este momento.

Adam: En cierto  nivel,  el poder  de las empresas se ajusta  a la clase directiva  profesional. En última instancia, quién  es propietario y quién  genera  las ganancias  es una  cosa, pero  la propiedad de la mayoría de las empresas de gran tamaño es muy  diversa y se administra  indirectamente con  fondos como BlackRock, que  encarnan una  especie de enfoque algorítmico de gestión profesional respecto de la gobernanza del capitalismo mundial.

En algún  sentido, esos grupos  sociales están  profundamente involucrados en el liberalismo estructural y cultural que  es tóxico para los miembros de MAGA. Ello no significa que los miembros de MAGA no  sean  partidarios de las empresas. Simplemente no  son partidarios de esa versión  de empresa, que es corporativa, a gran escala y, como  dijo un  comentarista, está dominada por “abogados y psicólogos”. En cambio,  les atrae  el modelo del pequeño burgués, lo que algunos  analistas  en Estados Unidos han denominado la alta burguesía [gentry] estadounidense. Es la concesionaria de automóviles, la gran empresa de construcción, la pequeña cadena  de tiendas, la persona que es propietaria de varias franquicias de [la cadena  de restaurantes] Chick-fil-A, que son parte  del 1 % de la distribución de ingresos  y riqueza  de Estados  Unidos. Es decir que tienen una riqueza de alrededor de 40 millones de dólares, poseen una gran mansión, una  segunda casa en Florida y un yate, pero no son parte de los titanes empresariales en Davos.

Alguien  proveniente de Wall Street  terminó ocupando el puesto de secretario del Tesoro  en el Gobierno de Trump, pero  no fue el ex director ejecutivo de un banco  gigante. El tipo paradigmático de personas  con mucho dinero en el entorno de Trump son aquellas con capital  accionario y fondos  de cobertura. Su ventaja  es que tienen más dinero que  las personas  que  están  a cargo  de un  gran banco. Jamie Dimon [presidente de JP Morgan  Chase] difícilmente gane mil millones de dólares  durante su carrera.  Si trabajas  en una empresa de capital  de inversión o un  fondo  de cobertura, ese es el salario anual en un buen  año para las personas  mejor remuneradas. Pero, ante todo, es saqueo. Es dinero que se obtiene y se pierde fácil- mente. Sin embargo, si administras una tienda pequeña con 200 a 300 empleados, puedes establecer  tu propia cultura, tu propio estilo.

Entender el modo  en que la relación entre  la política  populista y el capitalismo ha cambiado con el tiempo es fundamental para analizar estas diferencias culturales y luego aplicarlas  a la escala mundial. En la India  existen  todas  estas afinidades  complejas entre  diversos tipos  de capitalismo patrimonial y el proyecto del Partido Popular Indio [Bharatiya Janata Party, BJP], donde  un grupo  de oligarcas que representan a un  determinado estilo  cultural, un  tipo de forma  de hacer negocios en el país están alineados con Modi. Y es en ese nivel que la afinidad  es profunda, donde  la relación entre  la base masiva de BJP y las empresas mundialmente pertinentes que cotizan en la bolsa se hace posible. Porque a simple vista, no parecerían ir de la mano.

Pero si su apariencia implica  una  tonalidad o estilo cultural determinado, funciona. Y es por eso que fue posible concebir la asociación entre  Musk y Trump. Para  establecer  esa relación es necesaria la versión  del multimillonario encarnada por  Elon  Musk. En este momento de prueba hay aspectos que se complementan y otros que no. No hay un único modelo que se pueda aplicar a todo el mundo, ni una única modalidad cultural.

Una de las grandes  falacias del liberalismo estadounidense es pensar que hay un único modelo para todos. La mejor facultad de derecho, el mejor trabajo empresarial, contactos en California, Hollywood  y Silicon Valley. ¿Cómo  puede  un  candidato como  ese no ser elegible? La élite liberal estadounidense no ha logrado  entender que  esa combinación específica de poder,  privilegio  cultural y privilegio económico puede  resultar muy  desagradable para  una  gran mayoría de la población estadounidense.

Nick: ¿Cuál es su respuesta al creciente militarismo, la intensificación de la hostilidad entre Estados Unidos y China, y la tensión entre sus relaciones económicas y el creciente impulso hacia la guerra?

Walden: Hemos visto cómo la relación entre Estados Unidos y China pasó de ser una alianza a una rivalidad en menos de 10 años. En el último decenio, Estados  Unidos  definió  a China  como  un  rival, mientras que China  ha instado constantemente a regresar  a lo que denomina  relaciones normales  con Estados  Unidos, es decir, la alianza del periodo entre la década de los ochenta y 2016. China ha negado tener la intención de reemplazar a Estados Unidos como hegemonía mundial y no ha promovido un sistema multilateral alternativo al de Bretton Woods.

Los nuevos acuerdos  de los bancos de desarrollo y las reservas de contingencia del sistema de BRICS siguen estando deliberadamente poco desarrollados. Aunque China ha aumentado el gasto en defensa, no ha adoptado medidas considerables en relación con el gasto, mientras que Estados Unidos ha gastado alrededor de tres veces más que Beijing en los últimos años.

Trump probablemente continuará la guerra comercial y tecnológica con China, pero no estoy tan seguro de que exhibirá la contención en el plano militar que se aceleró durante el Gobierno de Biden. Trump es sinónimo de imprevisibilidad, pero es muy probable que considere a Asia y el Pacífico como la “esfera  de influencia” política  y económica de China, mientras mantiene la retórica de que Estados Unidos seguirá involucrado en la región.

Ahora,  los analistas  y las élites burocráticas esperan que  la transición de una  potencia hegemónica mundial a otra  será inevitable. Pero, como Estados Unidos probablemente se muestre dubitativo durante  el Gobierno de Trump con respecto  a asumir ese viejo papel, especialmente tras  constatar la existencia de ciertas limitaciones, y China no está dispuesto a ocupar esa posición, es posible que asistamos a un vacío hegemónico en el corto y mediano plazo, muy similar al experimentado en el periodo entre guerras en el siglo XX, cuando Gran Bretaña era demasiado débil para desempeñar el papel de hegemonía mundial y Estados Unidos no tenía intención de asumirlo.

 

Gráfico 2.

Fuente: Elaboración de TNI basado en SIPRI (2024). https://milex.sipri.org/sipri

 

Nick: ¿Cuáles creen que son las repercusiones de este vacío hegemónico y qué significa para los países de ingresos bajos y medios? ¿Cómo deberíamos abordar este proceso en cuanto a oportunidades y desafíos?

Walden: Estoy de acuerdo con Adam en que hemos ingresado en una era de lo que él denomina policrisis, caracterizada por la intensificación de la crisis climática, la rivalidad geopolítica, la división entre el Norte y el Sur y el conflicto entre la democracia y el fascismo. Existe la línea enigmática que Gramsci utilizaba para describir esa época que también resulta adecuada para la nuestra: “El viejo mundo se está muriendo y el nuevo mundo tarda en llegar. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Supongo que lo que intentaba decir era que no puede haber oportunidad sin crisis.

Con el surgimiento de un vacío o estancamiento hegemónico, la relación entre  Estados Unidos y China  seguirá siendo fundamental, pero  ninguno podrá gestionar decisivamente las tendencias, como los eventos  meteorológicos extremos, el creciente proteccionismo, la decadencia del sistema  multilateral que Estados  Unidos  implementó durante su apogeo, el resurgimiento de los movimientos progresistas  en América  Latina y el auge de los Estados autoritarios.

No obstante, creo que la crisis de la hegemonía de Estados Unidos no implica anarquía sino oportunidad, aunque acarrea riesgos y grandes peligros. Puede allanar el camino para un mundo en que el poder esté más descentralizado, donde haya más libertad de maniobra política y económica para actores pequeños y tradicionalmente menos  privilegiados del Sur Global, lo cual provocaría un enfrentamiento entre las dos superpotencias. Se puede construir un orden verdaderamente multilateral mediante la cooperación, en lugar de imponerse mediante la hegemonía unilateral o liberal.

Entonces, utilizando las palabras  de Gramsci, es posible que estemos ingresando en una  era de monstruos, pero  al igual que Ulises, no podemos evitar atravesar  el peligroso  estrecho  entre  Escila y Caribdis si queremos llegar a puerto seguro.

Adam: Creo que la cita de Gramsci que menciona Walden no sirve para analizar el momento actual porque promete demasiado. La leemos ahora con el conocimiento de lo que ocurriría a continuación, es decir, que el periodo intermedio se terminaría y estaría  seguido  del acuerdo de establecer dos órdenes en los años cuarenta: un orden occidental dominado por el bloque estadounidense y un bloque soviético.

No creo que eso sea lo que se nos ha prometido en la coyuntura actual. No creo que el siglo XX sea un buen modelo para pensar el siglo XXI, del mismo modo que el siglo XIX no fue un buen modelo para pensar el siglo XX.

El futuro, para bien o para mal, será más complejo y policéntrico. Ese es el mundo en el que realmente vivimos y al que debemos adaptarnos, y tiene muchas características atractivas.  Más allá de todo, reacomoda el equilibrio del peso cultural, económico y tecnológico  con la distribución de humanidad. Nos saca de la grotesca desproporción de esos factores que dominaron el siglo XIX y principios del siglo XX, para dirigirnos a una asignación de recursos mucho más equilibrada y racional.

Pero también conlleva riesgos reales. Lo que  más me preocupa es la guerra. No pensé que tendría que volver a preocuparme por la guerra. Nací a finales de la Guerra Fría en Europa y la posibilidad de la aniquilación nuclear marcó mi  infancia, pero no pensé que marcaría mi adultez, o el futuro de mis hijos o de sus hijos.

Temo que ese es el mundo en el que vivimos  nuevamente. Y lo que  es verdaderamente atemorizante del momento actual  son los intereses  profundos y poderosos de Estados Unidos. No cabe duda de que Rusia y China también tienen intereses profundos y poderosos, y están cada vez más comprometidos a una  carrera  armamentista nuclear tripolar, así como a controlar el espacio, las armas hipersónicas, etcétera. No es la vieja carrera de armas nucleares debido a las tecnologías y al hecho de que involucra a tres actores.

Ya hay grupos de estudios estadounidenses beligerantes que argumentan a favor de un ataque directo contra zonas urbanas de China, por ejemplo, como una forma de maximizar el factor disuasorio de rentabilidad en un mundo tripolar cada vez más difícil de gestionar. Y esto recién empieza. La competencia tiene apenas cinco años.

En ese contexto, uno de los grandes desafíos para la política progresista mundial es que debemos plantear la cuestión de la paz, que fue una cuestión clave en los años setenta y ochenta. Es extremadamente difícil porque nos expone siempre a la acusación de que somos básicamente una quinta columna para las amenazas externas, en aquel entonces la Unión Soviética o China.

Durante decenios  podíamos delegar la paz a Goldman Sachs, porque mientras su  director ejecutivo manejara la relación económica estratégica entre China  y Estados Unidos, sabíamos que la guerra no estaba en el orden del día debido a que estaban haciendo demasiado dinero.

Pero uno de los efectos secundarios del resurgimiento del Estado nación y del  lugar central que ocupan los intereses de seguridad nacional en el debate sobre políticas es que las políticas progresistas del mundo ahora deben argumentar a favor de la paz como una condición previa fundamental para cualquier otro bien que deseamos.

Ello no significa necesariamente una capitulación en todos los demás aspectos. No significa hacer la vista gorda a las violaciones flagrantes de los derechos humanos, como la represión de la libertad de expresión en Hong Kong. Es muy difícil, especialmente para la izquierda de Occidente, articular esta postura debido a que no se trata de asuntos sencillos.  Es el terreno clásico de los dilemas  políticos progresistas que se remontan al periodo entre guerras  y la cuestión de cómo nos posicionamos con  respecto al apaciguamiento. Pero es fundamental que comencemos a hacerlo porque, de lo contrario, terminaremos formando parte de proyectos de poder estadounidenses, que son básicamente la defensa anacrónica de la posición de Estados Unidos durante la Guerra Fría con respecto a Asia Oriental.

Ello debe sumarse a diversos tipos de medidas autónomas, gaullistas y no alineadas, como la afirmación contundente de los progresistas sobre la importancia de los intereses independientes para las regiones, colectividades y entidades como la Unión Europea o la Asociación de Naciones de Asia Sudoriental [ASEAN]. Fue muy elocuente el modo en que, por ejemplo, en medio de la indignación en Occidente por la guerra en Ucrania, la presidencia indonesia del G20 (2022) adoptó la posición de decir

Nosotros,  hablando en nombre del resto de la humanidad, insistimos en que hay otros asuntos en el orden  del día y esperamos que ustedes, Estados Unidos, Europa  y China, los discutan seriamente, ya que son cuestiones fundamentales para la mayor  parte de la humanidad.

No estoy diciendo que el Gobierno indonesio sea un ejemplo de política  progresista radical, pero es una señal del poder de presión que importantes actores del G20 pueden ejercer en este sistema policéntrico. No solo se está poniendo a prueba la relación entre las empresas y el Estado, sino que toda la configuración del poder está a prueba en este momento.

La política  progresista tiene  mucho en  juego respecto  a cómo funciona esto, en el nivel de la política comercial, los derechos democráticos básicos, la gestión de las configuraciones de poder nacional y la resistencia a algunas de esas combinaciones oligárquicas que surgen en este momento de proteccionismo nacional y, lo que es más fundamental, con respecto a todas las cuestiones de paz.

Nick: Gracias, Adam. Para concluir, Walden, quizá puedas responder a la misma pregunta: ¿cómo responden los movimientos sociales a este momento, a nivel mundial?

Walden: Los peligros de la guerra están presentes, especialmente en Asia Oriental y Filipinas. En los últimos años, durante el Gobierno de Biden, la contención de China, las medidas de provocación a buques que navegaban en el estrecho de Taiwán y el modo en que Biden desató el poder militar o del Pentágono, al menos  a nivel retórico, fueron muy problemáticas.

El jefe del Comando de Movilidad de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, el general  Minihan, dijo: “Deberíamos dirigir nuestra atención a la guerra con China en 2025”. Durante el primer Gobierno de Trump el conflicto fue principalmente comercial y económico, pero durante el Gobierno de Biden hubo un aumento del conflicto militar.

Entonces, ¿cómo pueden los movimientos sociales a nivel mundial sobrellevar este mundo más complejo? Estoy totalmente de acuerdo en que debemos centrarnos en la cuestión de la paz en este momento, habida cuenta del aumento de la rivalidad  geopolítica. Y debemos conectar a la crisis climática con otras crisis, como la crisis de la desigualdad.

Grupos como BRICS, a pesar de tener más poder potencial que real, son un contrapeso a Occidente y al orden multilateral que ha sido muy opresivo.  También ofrecen posibilidades en cuanto a los recursos que pueden utilizarse para el desarrollo y para que los países puedan elaborar sus propios  planes de desarrollo. También pueden surgir otras configuraciones en el Sur Global que no queden envueltas en este triple tira y afloja entre Occidente, China  y Rusia.

He disfrutado mucho de este diálogo. Muchas gracias, Adam, por este intercambio maravilloso, y gracias  a Nick  y al Transnational Institute por haberlo organizado.

Bibliografía

Cooper, Melinda (2024). Counterrevolution. Extravagance and Austerity in Public Finance. Nueva  York: Zone Books.

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Walden Bello recibió el premio Right Livelihood Award (también conocido como el Premio Nobel alternativo) en 2003 por sus “destacados esfuerzos para educar a la sociedad civil sobre los efectos de la globalización empresarial y el modo en que se pueden llevar a cabo alternativas”. Naomi Klein ha descrito a Bello como el “principal revolucionario del mundo que no anda con rodeos”. Es autor y coautor de más de 25 publicaciones.

Nick Buxton es coordinador del centro de conocimientos del TNI y consultor de comunicaciones, investigador y editor de publicaciones. Entre numerosos artículos e informes, ha coeditado, junto con Ben Hayes, el libro Cambio climático, S.A. (Madrid: FUHEM, 2017).

Adam Tooze es profesor de la cátedra Shelby Cullom Davis de Historia y director del Instituto Europeo de la Universidad de Columbia. En 2019, la publicación Foreign Policy Magazine lo nombró uno de los principales pensadores de la década. Es autor del aclamado libro Crash: Cómo una década de crisis financieras ha cambiado el mundo (Barcelona: Crítica, 2018)