¿Puede China desafiar al imperio de Estados Unidos?

Reflexiones sobre poder, polaridad y policrisis

Sean Kenji Starrs

Traducción al español: Álvaro Queiruga

El extraordinario crecimiento de China puede dar la impresión de que ese país pronto reemplazará a Estados Unidos como la  potencia hegemónica del planeta. Es importante mirar más allá de los titulares y examinar el poder estructural –es decir, la seguridad, las finanzas, la producción y el conocimiento– para tener una visión más precisa del potencial y las limitaciones de China como potencia mundial.

El ascenso de la economía china desde los años noventa ha transformado al capitalismo internacional. En cualquier tienda minorista del mundo se venden productos Made in China. Ya en la década de 2010 esto incluía no solo productos manufacturados baratos, sino también tecnologías de mayor valor, como vehículos eléctricos, smartphones, redes sociales y paneles solares. En general, China aumentó su participación en la fabricación mundial del 8,6% en 2004 al 28,8% en 2023 (y alcanzó un máximo del 30,5% en 2021, casi el doble de la proporción de Estados Unidos, del 15,5%).1 China también es el mayor consumidor mundial de BMW, bolsos Louis Vuitton, PC, semiconductores, smartphones y muchos productos más, ahora que su clase media supera los 200 millones de personas. En 2022, China también tuvo la segunda mayor capitalización bursátil nacional del mundo, con 11,5 billones de dólares (el 12,2% del total del planeta), más que la suma de las capitalizaciones bursátiles de Alemania, Japón y Reino Unido (10,4 billones de dólares), aunque aún está lejos del valor de las empresas que cotizan en Estados Unidos (40,3 billones de dólares, es decir el 43% del total mundial).2

El ascenso de China a fábrica del mundo tiene un aspecto negativo, ya que ahora emite más CO2 que todos los miembros de la OCDE en conjunto. Aunque domina la producción y el consumo de «tecnología verde», también quema más de la mitad del carbón del planeta y en 2023 construía un 400% más de capacidad de energía a carbón que en 2019, y un 1.900% más que el resto del mundo.3 En resumen, el extraordinario dinamismo de China desde los años noventa ha reconfigurado al capitalismo internacional en muchos aspectos –y ya desempeña un papel clave para decidir sobre su futuro, incluida la sostenibilidad–.

Mucha gente piensa que, debido a su nuevo peso económico, China ya es (o pronto será) capaz de desafiar el poder estructural de Estados Unidos, que desde 1945 ha expandido y mantenido el capitalismo en todo el planeta. Dicho de otra manera, muchos creen que el orden mundial unipolar posterior a la Guerra Fría dio paso a un sistema multipolar, con un creciente conflicto entre el Occidente liderado por Estados Unidos y los BRICS+ encabezados por China y Rusia.4 De manera más optimista, muchos de quienes en el mundo se oponen al imperialismo estadounidense creen que China podrá contrarrestar considerablemente a Estados Unidos u ofrecer una alternativa a ese país en el capitalismo internacional. Algunas personas hasta imaginan o desean que el poder de Estados Unidos no solo esté en declive relativo, sino que colapse pronto, y que al imperio estadounidense le salga el tiro por la culata, como ocurrió con tantos otros en la historia mundial, mientras Asia Oriental y el Sur global en general continúan su ascenso.

El presente ensayo muestra más pesimismo del intelecto que optimismo de la voluntad con respecto a ese nuevo orden mundial. De hecho, en ciertos aspectos argumento que la forma de desarrollo capitalista de China ha reforzado el poder estructural de Estados Unidos en el centro del capitalismo mundial. Sin duda, China no supone un contrapeso serio al poder militar estadounidense (podría decirse que Rusia tiene un peso mayor), y por diversas razones veo pocas posibilidades de liderazgo chino (y mucho menos de su hegemonía) en Asia Oriental, el Sur global o incluso en los BRICS+. Tampoco creo que en principio China aspire genuinamente a desafiar la hegemonía estadounidense, aunque las élites chinas, incluido el presidente Xi Jinping, a menudo declaren lo contrario. De hecho, China ha sido una de las mayores beneficiarias de la globalización del “libre comercio” que lidera Estados Unidos y, desde la primera presidencia de Donald Trump, parecería ser una mayor defensora del “libre comercio” que el propio Estados Unidos. Por lo tanto, discrepo con los numerosos líderes (entre ellos los presidentes Vladimir Putin y Xi Jinping), responsables políticos, miembros de grupos de estudios, periodistas, expertos, presentadores de podcasts y activistas o integrantes de la sociedad civil de todo el mundo que consideran que ya vivimos en un orden mundial multipolar. Todo lo contrario: en algunos aspectos Estados Unidos es hoy más poderoso que en cualquier década desde 1945.

¿Por qué tantas personas malinterpretan el capitalismo internacional y el orden mundial contemporáneos? La razón es que muchos no han captado la manera en que la globalización (con el ascenso de China como uno de sus principales impulsores) fortaleció el poder de Estados Unidos porque siguen atrapados en un modo de pensar anticuado sobre el poder económico nacional. Es decir, la mayoría de los observadores conciben que el Estado aproveche la producción de bienes y servicios en su territorio nacional (medido por el producto interno bruto (PIB) y otras cuentas nacionales) con el fin de ejercer influencia en el extranjero, entre otros mediante la transformación de esos recursos económicos en recursos militares. En los años setenta y ochenta, cuando las cuentas nacionales de Japón se expandían rápidamente, en los hechos quería decir que las empresas japonesas competían cada vez más en el extranjero y generaban más ganancias que regresaban a Japón a través de la producción y las exportaciones de propiedad nacional. Con la creciente rivalidad económica entre Japón y Estados Unidos, hubo observadores que llegaron a vaticinar una «posible guerra» (Friedman y LeBard, 1991). Pero precisamente debido a la globalización de la producción y las finanzas liderada por el Estado y el capital estadounidenses, ya no podemos dar por sentado que la producción de  un territorio nacional determinado sea predominantemente de propiedad nacional (mientras que en el pasado sí podíamos hacerlo, por ejemplo, con Japón y Corea del Sur). Este es especialmente el caso de China, la primera gran economía política que surgió durante la época de la globalización del «libre comercio» posterior a los años noventa, impulsada en gran medida por el capital extranjero.

Entonces, cuando los observadores ven las abultadas cuentas nacionales de China suponen incorrectamente que el Estado chino y sus empresas tienen un control y propiedad casi totales de esa producción dentro de su territorio. Si no se toma en cuenta el alto grado de control y propiedad extranjeras, especialmente de la tecnología avanzada en China, se tiende a sobreestimar el poder chino y su capacidad para reconfigurar las jerarquías globales. En resumen, debemos reflexionar sobre cómo se mide el poder económico nacional en la era de la globalización (Starrs 2013, 2014, 2018a).

Para ello, resucitamos el concepto de «poder estructural» de Susan Strange (Germain, 2016). En The persistent myth of lost hegemony, Strange respondía a un período anterior de «declinismo estadounidense» y sostenía la necesidad de distinguir entre «el poder relacional y el estructural» (Strange, 1987). Afirmaba que mucha gente se centra exclusivamente en el poder relacional, el ruido cotidiano de las relaciones interestatales que pueden cambiar abruptamente a corto y mediano plazo según evolucionen los acontecimientos. A veces, Estados Unidos consigue presionar a otros países para que hagan algo que en principio no harían, pero otras veces fracasa (y en ocasiones puede triunfar a más largo plazo tras el fracaso inicial). Si nuestros análisis caen en la trampa del «presentismo», especialmente en esta época de ciclos noticiosos las 24 horas del día (redes sociales), nuestra comprensión del orden mundial fluctuará en consecuencia.

En cambio, Strange sostenía que el poder estructural era más profundo, duradero y en cierto modo ajeno al ruido cotidiano (aunque no desconectado de él), ya que implicaba poder de cambiar o definir las estructuras dentro de las cuales otros deben actuar si quieren participar en la economía política internacional. Un breve ejemplo es el papel del dólar estadounidense en las transacciones internacionales: Estados Unidos no tiene que presionar directamente a China para que acumule dólares y los invierta en bonos del tesoro estadounidense. China lo hace por su cuenta porque quiere exportar una gran variedad de bienes y servicios, la mayoría cotizados en dólares (véase más información a continuación). Desde la década del cuarenta hasta la de los setenta, Estados Unidos definió la estructura financiera mundial en la que otros participan, de tal modo que resulta sumamente difícil desafiar seriamente al todopoderoso dólar, lo que refuerza su enorme poder, como veremos más adelante.

Strange distinguió cuatro elementos del poder estructural de una entidad, que abarcan desde la familia hasta el Estado-nación: seguridad, finanzas, producción y conocimientos. Subrayó que los cuatro estaban interrelacionados y que para alcanzar la hegemonía era necesario tener el predominio en todos. Así, en los años ochenta consideró que ni la Unión Soviética con su predominio en la seguridad, ni Japón en la producción se aproximaban a desafiar la hegemonía estadounidense, porque esta última prevalecía en los cuatro ámbitos. Sin embargo, lamentablemente Strange no llegó a desarrollar la forma de medir sistemáticamente su concepto de poder estructural en los cuatro elementos antes de que, podría decirse, se viera arrastrada por el discurso globalizador de la década del noventa, según el cual «el mercado» era más poderoso incluso que el Estado estadounidense (Strange, 1996).

En lo que queda de este ensayo intento ofrecer una metodología para medir el poder estructural en la seguridad, las finanzas y la producción, aunque por razones de espacio profundizaré solo en este último.5 Pero dado que estos elementos están interconectados y son simbióticos, el análisis de la estructura de la producción también será pertinente para la seguridad, las finanzas y el conocimiento. Contar con esta metodología nueva brindará una mayor claridad para comprender la naturaleza y el futuro del orden mundial, así como las posibilidades de supervivencia humana.

 

El poder estructural en la seguridad, las finanzas y la producción

Estructura de la seguridad

Incluso quienes afirman que ya vivimos en un orden mundial multipolar suelen reconocer que el poder militar estadounidense sigue siendo dominante. No existe otro país que haya tenido tantas instalaciones militares en el planeta: se calcula que tiene entre 750 y 1.000 (muchas son secretas e incluyen «simples» puestos de escucha de la CIA o la Agencia de Seguridad Nacional) en al menos 80 países (Vine, 2020). En su apogeo, el imperio británico tenía bases en alrededor de 35 países o colonias (Harkavy, 1982). Desde 1945 hay más de 50 mil soldados estadounidenses movilizados de manera permanente en ambos extremos de Eurasia, y actualmente hay 50 mil más en Oriente Medio. Con la OTAN, Estados Unidos posee el sistema de alianzas más extenso de la historia, además de aliados clave fuera de la organización, como Arabia Saudita, Australia, Corea del Sur, Filipinas, Israel, Japón y Ucrania. Todos adquieren sistemas de armamento estadounidenses y comparten recursos de inteligencia y seguridad. Debido a este sistema de alianzas, decir que el presupuesto militar estadounidense asciende a 850 mil millones de dólares no refleja del todo su dominio en la estructura de seguridad, aunque este presupuesto por sí solo supere la suma de los 10 ejércitos siguientes y cuadruplique aproximadamente al de China, más aún si se incluyen los Departamentos de Energía –custodio del arsenal nuclear–, de Seguridad Nacional y la NASA, entre otros.

Muchos teóricos de la globalización tienen dificultad para incorporar este imperio de bases estadounidenses a sus conceptualizaciones sobre un «mercado mundial desnacionalizado» o una «clase capitalista transnacional» por encima de los Estados-nación.6 Es decir que muchos dan por sentado al imperio más poderoso de la historia humana como algo natural, pero este asombroso éxito para determinar la estructura del conocimiento ideológico del liberalismo invisibiliza el imperialismo estadounidense incluso para muchas personas de izquierda.

No obstante, China tiene una base naval en Djibouti (al igual que Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) desde 2017, su primera base en el extranjero desde el siglo XV, y estaría construyendo otra en Camboya. Desde 2016 existen instalaciones militares en varias islas artificiales del mar de China Meridional, y China y Rusia realizan ejercicios conjuntos periódicos. China también controla dos puertos clave en el océano Índico (entre otros), Gwadar en Pakistán y Hambantota en Sri Lanka, aunque, pese a la fuerte presión de China, Pakistán aún no permite que ese país despliegue recursos militares en Gwadar.

Sin embargo, China no brinda apoyo militar a Rusia en su guerra contra Ucrania, que cuenta con el respaldo de la OTAN; solo Corea del Norte e Irán le dan asistencia militar (de hecho, bancos estatales chinos cancelaron el financiamiento en dólares a Rusia). Esto no augura nada bueno para un posible tratado de defensa mutua entre China y Rusia, que son reacios a firmar acuerdos con otros países, pero seguramente no pueden enfrentarse solos al imperio estadounidense. Aparte de breves conflictos en 1962 y 1967 contra India y en 1979 contra Vietnam, China no ha movilizado a sus soldados desde la Guerra de Corea (1950-1953). De hecho, en toda su historia China no ha librado guerras en otros continentes u océanos. La ausencia de participación china en materia de seguridad en los conflictos de Oriente Medio es reveladora, ya que Rusia ha estado profundamente involucrada en la guerra sucia en Siria desde 2015 y ha exportado sistemas de defensa antimisiles a Irán para contrarrestar a Israel.

Estructura financiera

Estados Unidos se aseguró de que su moneda fuera la más comerciada en el mundo capitalista durante la conferencia de Bretton Woods celebrada en 1944, donde se estableció el nuevo patrón dólar-oro con respaldo del Fondo Monetario Internacional (FMI), en aquel entonces de reciente creación. Cuando el presidente Richard Nixon desvinculó unilateralmente al dólar estadounidense del oro en 1971, Estados Unidos tuvo la libertad de inflar su déficit en la balanza de pagos, junto con una gran desregulación y re-regulación financiera y el surgimiento del petrodólar (Gowan, 1999; Panitch y Konings, 2008). Los Estados del golfo Pérsico se comprometieron a reciclar sus ingresos en dólares procedentes de las exportaciones de petróleo en activos denominados en dólares, especialmente bonos del Tesoro. Esto garantizó que todo país que quiera importar petróleo, el producto básico fundamental del capitalismo industrial (Hanieh, 2024), deba acumular dólares estadounidenses, que solo pueden obtenerse mediante sus propias exportaciones (con la excepción de Estados Unidos, por supuesto, que simplemente puede imprimir dinero). A medida que los países que dependen del crecimiento impulsado por las exportaciones (desde China, Japón y Alemania hasta prácticamente todos los «mercados emergentes») acumulan dólares, necesitan invertir en activos de refugios seguros para proteger su valor de la depreciación y la volatilidad de otros activos (como el mercado de valores).

En las finanzas internacionales, el bono del Tesoro se considera el activo más seguro del mundo en gran parte porque se cree que el Estado estadounidense es el más capaz y dispuesto a garantizar los intereses del capitalismo mundial.7 Aunque esto se expresa en términos de «estabilidad política/de mercado», «democracia/estado de derecho», «bajo riesgo», etc., se debe esencialmente al poder militar de Estados Unidos (ningún país puede invadirlo y alterar su naturaleza burguesa) y a la solidez de su sistema capitalista (las posibilidades de que una revolución socialista derroque a la clase capitalista estadounidense son ínfimas).

El poder militar de Estados Unidos también es importante para proteger el petrodólar: Sadam Huseín en Irak y Muamar Gadafi en Libia querían vender su petróleo en otras divisas que no fueran dólares, lo cual no terminó bien para ellos. Los economistas liberales pasan por alto el papel fundamental que cumple el poder militar estadounidense en la protección del dólar como moneda de facto para las transacciones internacionales.

Con un 2,2% en el tercer trimestre de 2024, el renminbi (RMB) chino apenas puede competir en las reservas de divisas internacionales, ni siquiera contra el dólar canadiense (2,7%),  a pesar de que el PIB de China es más de ocho veces superior al de Canadá. Para desafiar seriamente al dólar estadounidense, China tendría que reducir los controles de capital para que los inversores (extranjeros o nacionales) puedan mover libremente el renminbi dentro y fuera del país. Pero tras su primer gran colapso bursátil en Shanghái en 2015, lejos de liberalizarse, China amplió sus controles de capital, dándole prioridad al control estatal sobre la internacionalización. A partir de 2020, Xi Jinping también aumentó el control de las empresas privadas de tecnofinanzas. Llegó a cancelar abruptamente lo que habría sido la mayor salida a la bolsa (IPO) del mundo en ese momento, de Ant Group, cuando su director ejecutivo Jack Ma criticó la política del Banco Central de china, tras lo cual debió ocultarse durante varios años.

Incluso si el Estado chino redujera los controles de capital y liberara las finanzas privadas, seguiría siendo muy difícil convencer a los capitalistas del mundo de que sus intereses se verían más beneficiados por el Partido Comunista de China que el burgués Estado estadounidense. Eso no quiere decir que China sea anticapitalista en un sentido fundamental, pero queda claro que el Partido Comunista de China privilegia la estabilidad política por encima de los intereses de la clase capitalista, ya sea extranjera o nacional.

Por lo tanto, no hay mucho fundamento para que los capitalistas de Asia Oriental/BRICS+ (y mucho menos del mundo) se embanderen con la posible «hegemonía china» y respalden al renminbi para que desbanque al dólar.8 Incluso si ese fundamento existiera, China aún tendría que enfrentarse al poderío militar de Estados Unidos, ya que este no se quedaría de brazos cruzados si Beijing intentara seriamente desafiar su poder financiero.

Producción  

Donde China parece haber ganado más terreno es en el ámbito de la producción internacional. El Gráfico 1 muestra la proporción nacional/regional en el PIB mundial de 1960 a 2023, en dólares estadounidenses.9 Según esta medición, la proporción de Estados Unidos disminuyó claramente, al pasar del 40% del PIB mundial en 1960 al 25% en 1980, con fluctuaciones posteriores que alcanzaron un mínimo del 21% en 2011 y se elevaron al 26% en 2023, muy lejos de su cuota en la década del cincuenta. Por el contrario, la proporción de China en el PIB mundial creció constantemente desde la inspección del sur de Deng Xiaoping en 1992, en la que apostó por la provincia de Guangdong y, en particular, por la zona de libre comercio de Shenzhen como fábrica y plataforma de exportación para el capital extranjero. La proporción de China en 1992, que era del 1,7% (la misma que en 1978), se disparó a un máximo del 18,3 % en 2021, antes de caer por primera vez desde 1985 al 16,9% en 2023. A pesar de su importancia para prever el crecimiento futuro, las dificultades económicas de China tras la pandemia no deben distraernos del reconocimiento de su extraordinario auge, que le permitió recuperar su liderazgo y superar la proporción de Japón en el PIB mundial en 2010 por primera vez desde 1961.

El rápido crecimiento de la competitividad internacional de China no es el único motivo por el cual acabó con 50 años de predominio de Japón en la producción, pero cabe destacar que el declive de Japón desde el punto máximo de 17,8% alcanzado en 1995 se produjo al mismo tiempo que se aceleraba el despegue chino. Quizás lo más llamativo es que, por primera vez desde la gran divergencia del siglo XIX (Pomeranz, 2000), China recuperó su posición en el PIB y le quitó el liderazgo a la Unión Europea en 2018. Esta última solía ser un competidor económico a la par de Estados Unidos pero, como muestra la Gráfico 1, aún no se recuperó de la crisis financiera mundial de 2008-2009 ni de la crisis de la eurozona de 2010-2012.

 Gráfico 1. Proporción nacional del PIB mundial 1960-2023

 Fuente: Cálculos del autor tomados del Banco Mundial, 2024

 

Si bien la concentración geográfica de la producción mundial sigue siendo muy importante para comprender el capitalismo internacional del siglo XXI, no nos da una visión completa de la globalización de la propiedad y el poder. Por ejemplo, cuando los smartphones se arman en China para su exportación, no podemos suponer que la mayor parte de las ganancias volverán a China, ya que esos teléfonos podrían ser propiedad de una empresa extranjera, como Apple o Samsung Electronics.

 

Gráfico 2. Tipo de empresa de las exportaciones chinas de “procesos con materiales importados”, 1995-2022

Fuente:  Cálculos del autor basados en la Estadísticas Aduaneras de China 1995-2023, 2024 (China’s Customs Stadistics, 2024)

El Gráfico 2 revela de manera más general que las empresas que la aduana china clasifica como “empresas con inversión extranjera” poseen un 75% de los productos de alta tecnología más avanzados de China incluidos en las exportaciones de “procesos con materiales importados” en 2022, por un valor de 809 mil millones de dólares. Entre ellos se incluyen las voluminosas exportaciones de productos electrónicos de China, que implican la importación de componentes clave, el montaje final en China por parte de una empresa extranjera como Foxconn, subcontratada por otra empresa extranjera como Sony, y su posterior exportación. Aunque la participación de las empresas privadas chinas en estas exportaciones cruciales creció de prácticamente cero en la década de los noventa hasta el 20% en 2022 (y esa participación se duplicó desde el inicio de la guerra comercial de Trump tras 2018), esta sigue siendo mucho menor de lo que la mayoría esperaría, debido a las enormes cuentas nacionales chinas. Por lo tanto, aunque China superó a Japón en 2010, hace falta investigar a quién le pertenece la producción –y por ende, quien lucra con ella– en China y el resto del planeta.

Para superar este desajuste entre la producción nacional y la propiedad transnacional, una forma útil de medir lo que es el poder empresarial en su esencia es sumar el porcentaje de las ganancias que reciben las principales empresas transnacionales del mundo, incluyendo sus operaciones transnacionales. Al fin y al cabo, la acumulación del lucro es la lógica central que impulsa al capital. Existen varias clasificaciones empresariales, pero la mejor es la Forbes Global 2000, que desde 2005 clasifica a las 2000 empresas transnacionales más grandes del mundo que cotizan en la bolsa según un índice compuesto de activos, valor de mercado, ganancias y ventas. En el gráfico 3 figuran los 15 sectores en los que las empresas chinas ocupan los tres primeros lugares en cuanto al porcentaje de ganancias acumuladas en 2024. En los cuatro primeros sectores, China lidera a nivel mundial. Esto concuerda con el crecimiento impulsado por la infraestructura y dirigido por el Estado chino desde el descenso de sus exportaciones tras la crisis financiera mundial, a medida que disminuían las importaciones occidentales. Los sectores restantes representan el papel constante (aunque disminuido) de China como fábrica del mundo, así como su emergente mercado de consumo interno.

Así, China ocupa el segundo lugar, solo por detrás de Estados Unidos, en la cima del capitalismo mundial, siempre entre los tres primeros puestos en 24 de los 25 sectores,10 mientras que 10 sectores de Japón quedaron relegados al tercer lugar, seguidos por el Reino Unido con cinco y Francia y Suiza con cuatro cada uno. Si se toma en cuenta que las empresas transnacionales chinas en su conjunto no habían alcanzado los tres primeros puestos en ningún sector hasta 2009 (cuando China estuvo entre los tres primeros en los sectores bancario, inmobiliario, de seguro y transporte), este es un ascenso empresarial extraordinariamente rápido.

Gráfico 3.

  Fuente: Cálculos del autor basados en Forbes Global 2000, 2024 (con asistencia en la investigación de Quoc Linh Phm y Yishou Miao) basados en Forbes Global 2000 (Murphy y Shifrin, 2024).

 

El gráfico 4 a continuación muestra los 13 sectores en los que el porcentaje de ganancias de Estados Unidos es predominante, a un nivel que se mantuvo constante los últimos dos decenios (el país también dominaba en 13 sectores, aunque ligeramente diferentes, en 2005).11 En esta cifra vemos con claridad cómo las cuentas nacionales en la época de la globalización pueden llevar a sobreestimar o subestimar enormemente el poder económico. Por ejemplo, China es el mayor exportador mundial de productos electrónicos desde 2004 y, sin embargo, 20 años después, su participación en las ganancias es “apenas” del 11% (la cuarta a nivel mundial), mientras que la de Estados Unidos es del 43%. Esto tiene sentido intuitivamente cuando vemos todas las etiquetas “made in China” en los productos electrónicos de propiedad estadounidense que venden Apple, Amazon, Cisco, Dell, HP, Microsoft, etcétera. Aún más llamativo es que, después de que la empresa china Lenovo adquiriera la división de computadoras personales de IBM en 2005, China se convirtió en el mayor consumidor mundial de computadoras en 2011 y, posteriormente, en el país con más programadores informáticos del mundo (más de 7 millones). Sin embargo, su participación en las ganancias es de apenas un 6,3%, frente al abrumador 86% de Estados Unidos.

Claro que China tiene cuatro veces la población de Estados Unidos, pero la riqueza de este último país le permite dominar los sectores de alimentación, bebidas y tabaco, y del comercio minorista. Y aunque China superó a Estados Unidos en el sector bancario en 2009, y desde entonces ocupa el primer lugar (con un pico del 41% en 2021, que bajó al 31% en 2024), Estados Unidos, concretamente Wall Street, domina el 63% de los servicios financieros. Esto es considerablemente superior a los tres años anteriores a la crisis de Wall Street en 2008, cuando el predominio de Estados Unidos era de una media del 48% antes de desplomarse a un mínimo del 27% en 2009. Uno de los motivos por los que Wall Street reforzó su dominio mundial tras la crisis se debe al posterior crecimiento de capital extranjero de propiedad estadounidense. Hemos denominado a esto la “americanización del capital mundial” (Starrs, 2017; Tooze, 2017), ya que la propiedad empresarial estadounidense creció en todo el planeta, también en las empresas estatales chinas. Por último, el dominio estadounidense en los medios de comunicación internacionales (76%) indica su capacidad para “fabricar consenso” y decidir la agenda de noticias del planeta: la estructura del conocimiento por excelencia (Hertman y Chomsky, 1988).

Gráfico 4.

Fuente: Cálculo del autor basado en Forbes Global 2000, 2024 (con asistencia en la investigación de Quoc Linh Phm y Yishou Miao) basados en Forbes Global 2000 (Murphy y Shifrin, 2024).

Una vez más, no se pretende con esto negar el extraordinario auge capitalista de China a partir de los años noventa, como se evidencia en los gráficos 1 y 3. Pero ahora podemos ver que ese auge se produjo más a expensas de Japón y Europa Occidental que de Estados Unidos. De hecho, este último aumentó su predominio en los últimos 20 años en diversos sectores clave a pesar del auge de China, o quizás precisamente debido a este.

De hecho, nos recuerda el llamamiento que hizo Henry Luce (quien popularizó la expresión “siglo estadounidense”) en 1950 a favor de una “Europa más próspera e integrada” que permitiera a las empresas estadounidenses aumentar sus ganancias, pero sin suponer una amenaza para Estados Unidos, siempre y cuando este último mantuviera su dominio (Starrs, 2018b). Una lógica similar se aplica a una China más próspera, mientras que las empresas estadounidenses siguen teniendo acceso a su mano de obra y a sus consumidores (el gráfico 2 muestra que las guerras comerciales y tecnológicas posteriores a 2018 solo tuvieron un efecto marginal en el predominio de las empresas extranjeras en las exportaciones chinas). Así, la mayoría de las decisiones en la cima de la estructura productiva mundial relativas a dónde y qué producir en la mayor parte de los sectores se adoptan predominantemente en las juntas directivas de Estados Unidos. En resumen, en 2024 las empresas transnacionales con sede en Estados Unidos lideraban 19 de los 25 sectores generales de la lista Forbes Global 2000, mientras que China lideraba cuatro (y Japón los dos restantes): el dominio persistente de Estados Unidos en la estructura de producción mundial es asombroso y pasa inadvertido si solo examinamos las cuentas nacionales.

China no salvará al mundo (mientras siga siendo capitalista)

La primera presidencia de Xi Jinping (2012-2017) parecía contar con el ímpetu necesario para cumplir su gran estrategia de reorientar Eurasia hacia China, si solo se tomaba en cuenta el poder relacional. La Iniciativa de la Franja y la Ruta se puso en marcha en 2013 con una franja (terrestre) que acabaría conectando a China con Duisburgo, en el río Rin en Alemania (que a su vez se conecta con Róterdam, Países Bajos, el puerto de contenedores más activo de Europa), a través de Rusia, con trenes de mercancías de alta velocidad. La ruta (marítima) sigue las rutas comerciales de Zheng He de principios del siglo XV a través del sudeste asiático, el océano Índico hasta el golfo Pérsico, el mar Rojo y África Oriental. El Nuevo Banco de Desarrollo se fundó en Shanghái en 2015 y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura en Beijing, en 2016. El Gobierno del Reino Unido declaró una “edad de oro” con China en 2015 y se unió a este último Banco, al igual que Italia, otros países europeos y Corea del Sur, entre muchos más.

China siguió creciendo a un ritmo vertiginoso, aunque alcanzó su crecimiento máximo en 2007 con un 14%, y siguió registrando un envidiable 7,9% en 2012 y un 7,0% en 2017. Con unos ingresos anuales gigantescos de sus exportaciones, China destinó decenas de miles de millones de dólares a políticas industriales, concretamente al Gran Fondo para semiconductores en 2014 y, en 2015, a Made in China 2025 (dirigido a 10 sectores). Ya entonces decenas de países exportaban más a China que a Estados Unidos.

Con el viento aparentemente a su favor, Xi se dirigió a un público de capitalistas en el Foro Económico Mundial en enero de 2017 y reprendió a aquellos que intentaban revertir el “resultado natural” de la “globalización económica”, en una referencia directa a Trump, y presentó a China como un actor más responsable del sistema comercial mundial. China ha llegado muy lejos desde que Mao acusó a Deng Xiaoping de ser un “seguidor de la vía capitalista”.

Pero Xi calculó muy mal la probable respuesta de la potencia hegemónica mundial, Estados Unidos. Supuso que China podría seguir “transfiriendo” industrias de Estados Unidos (sobre todo la de tecnología avanzada) libremente y sin ninguna represalia. En su primer mandato, el presidente Trump no estuvo de acuerdo e inició una guerra comercial y luego tecnológica contra China. En el proceso, su administración comenzó a transformar la naturaleza misma de la globalización, al descartar el “libre comercio” y dar paso a una nueva época de tecnonacionalismo (Starrs y Germann, 2021) (que tuvo un fuerte apoyo del presidente Joe Biden), en la que la propiedad de la tecnología avanzada se define en función de la geopolítica.

El enorme poder estructural de Estados Unidos se empleó con una doble estrategia. En primer lugar, bloqueó a algunas de las principales empresas de alta tecnología de China (Huawei, SMIC, YMTC) con controles a la exportación (que abarcaron, al final, a las empresas transnacionales de aliados, como la empresa holandesa ASML) y, a continuación, a sectores enteros (chips avanzados, inteligencia artificial, computación cuántica y supercomputación). Estados Unidos no pudo hacer esto contra Japón en los años ochenta ni contra la Unión Soviética durante la Guerra Fría porque ninguno de los dos dependía de la tecnología estadounidense; eran mucho más autosuficientes tecnológicamente antes de la globalización en los años noventa.

En segundo lugar, Estados Unidos puso en marcha un estímulo sin precedentes –5 billones de dólares tan solo entre marzo de 2020 y marzo de 2021, más que el New Deal de 1930-1940– y políticas industriales por un valor superior a los 500 mil millones de dólares para la Ley de Chips y Ciencia y la Ley de Reducción de la Inflación de 2022. Estados Unidos puede repartir estas sumas sin precedentes hoy (no podía hacerlo en decenios anteriores) en parte debido al auge de China y a que muchos exportadores reciclan sus dólares estadounidenses nuevamente en la economía de Estados Unidos. Así, China ha sido el primer o segundo mayor financiador extranjero (en alternancia con Japón) de todo lo que hace Estados Unidos, incluido el imperialismo estadounidense contra China. Ningún otro imperio ha construido un sistema financiero en el que el principal rival geopolítico esté estructuralmente obligado a financiar su propia contención.

En forma similar, la ventaja comparativa más devastadora de Estados Unidos es su capacidad extraordinaria para causar muerte y destrucción masivas (ya sea directamente o a través de terceros), mientras profesa las más nobles intenciones y logra que mucha gente lo crea, especialmente quienes siguen aceptando sin crítica alguna las noticias del poder establecido.

Sin espacio para evidenciar la planificación,12 avancemos rápidamente a principios de 2025: los aliados occidentales (el G7, la OTAN) ahora están convencidos de que China es un “rival sistémico”, la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China se ve interrumpida en su ruta a través de Rusia por las sanciones lideradas por Estados Unidos que, en esencia, desvinculan a Rusia del capitalismo occidental. Israel causa estragos en su región, en parte para allanar el camino al Corredor Económico India-Oriente Medio-Europa –anunciado en la reunión del G20 que se celebró en Nueva Delhi en septiembre de 2023–13, que controlará la ruta marítima de China y su influencia en Oriente Medio en general (en tiempos de guerra, China no tiene la capacidad militar para competir con la influencia de Estados Unidos en la región, y con la caída del Gobierno de Assad en Siria, la influencia de Rusia se redujo, al tiempo que se ve distraída por su guerra contra Ucrania). La “edad de oro” de la Unión Europea y el Reino Unido con China de hace menos de una 10 años es ahora un lío absoluto.

Independientemente de este giro de los acontecimientos, comprender el poder estructural por encima del relacional resulta más útil para analizar las tendencias a largo plazo en la geopolítica del capital, y este ensayo ofrece una nueva metodología para hacerlo, al revelar el asombroso predominio de Estados Unidos en múltiples estructuras.

¿Qué tendría que hacer China para “salvar al mundo” del imperialismo estadounidense y del capitalismo en sí, que impulsan la explotación, la opresión y el ecocidio industrial? Firmar tratados de defensa mutua con tantos países como sea posible (desde 1949, China ha preferido mantenerse al margen), ayudar a la industrialización del Sur global, entre otras cosas mediante la transferencia de tecnología y la fabricación (no solo con el desarrollo de infraestructura y la desindustrialización de la extracción de recursos), avanzar hacia la desdolarización mediante la creación de una divisa internacional alternativa que no esté corrompida por los intereses nacionales (es decir, distinta del renminbi), aumentar rápidamente el bienestar social en China y en el extranjero para mejorar el nivel de vida, reducir drásticamente la quema de combustibles fósiles y ayudar a otros países a hacer lo mismo.

Pero mientras China siga siendo capitalista, no tendrá incentivo alguno para transformar de manera fundamental el capitalismo internacional, especialmente cuando su rival hegemónico está dispuesto a provocar la Tercera Guerra Mundial para defender su poder. Por lo tanto, los trabajadores chinos deberán iniciar primero una nueva revolución socialista para eliminar el capitalismo de China, quizás en colaboración con revoluciones en todo el planeta para eliminar la lógica de la acumulación infinita del capital a través de la explotación y la opresión de clases –sobre todo en Estados Unidos, para liberarse del yugo mundial de su clase dominante. Por supuesto, es mucho pedir. Pero si hay un país que encarna el dicho de Marx “todo lo sólido se desvanece en el aire” ese es China desde 1911, que pasó por numerosas revoluciones y contrarrevoluciones: las pesadillas ya se han convertido antes en sueños chinos.

 

Traducción: Álvaro Queiruga

NOTAS

1 Cálculos del autor según datos del Banco Mundial (2024) Databank: World Development Indicators (15 de diciembre). https://databank.worldbank.org/source/world-development-indicators

2 Ibid.

3 Esto sucedía después de que Xi Jinping prometiera en 2021 «controlar estrictamente el consumo de carbón». Véase Lempriere, M. (2024)

4 A 2025, el bloque internacional BRICS cuenta con 10 miembros: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (miembros originales), más Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Indonesia e Irán.

5 Lamentablemente, por razones de espacio, no conceptualizo la medición de la estructura del conocimiento, en parte porque es más nebulosa y difícil de someter a un análisis cuantitativo que las demás. En la concepción más restringida de Strange, el poder en el conocimiento se indicaba por el dominio de la tecnología avanzada, que se superpone con la estructura de producción, como se verá más adelante.

6 Como revelaron WikiLeaks y Edward Snowden, el Estado estadounidense no tiene ningún problema en utilizar su aparato militar y de seguridad mundial contra aliados y enemigos por igual para servir al interés nacional estadounidense (de la clase dominante) por encima de un interés capitalista global generalizado. Véanse Assange (2015) y Greenwald (2014).

7 Incluso si Estados Unidos está dispuesto a pisotear los intereses de otros, porque el Estado estadounidense “creó el capitalismo global” (Panitch y Gindin, 2012), desde 1945 sus intereses suelen estar alineados con los de los capitalistas extranjeros para proteger y promover el capitalismo internacional en general: la base de la hegemonía estadounidense en el sentido de Gramsci tanto de consentimiento como de coerción. Véase también Cox (1983).

8 De hecho, en la Cumbre de los BRICS celebrada en Kazán en 2024, Putin expresó su deseo de una “moneda BRICS”, no un renminbi internacionalizado, que estaría sujeto a los intereses chinos. Pero si el Partido Comunista de China no internacionaliza su propia moneda por temor a perder el control estatal, es poco probable que apoye una “moneda de los BRICS”. El hecho de que durante décadas el euro no haya planteado un desafío serio al dólar revela cuán unificado debería ser dicho esfuerzo (por ejemplo, la UE se niega a fijar una política fiscal común debido a intereses nacionales contrapuestos); los BRICS+ están mucho menos unificados geopolíticamente que la Unión Europea.

9 Algunos analistas utilizan el PIB calculado por la paridad de poder adquisitivo[PPA], y según esta medida China ya habría superado a Estados Unidos en 2014. Rechazo la PPA por razones tanto teóricas (rechazo la presuposición subyacente de la teoría neoclásica de la “ley de un precio”, en la que se dan competencia e información perfectas) como empíricas (no hay “dólares PPA” en la vida real, solo comercio en dólares estadounidenses).

10 En todos los casos, excepto en el de sociedades comerciales, un sector que en gran medida acoge un tipo de empresa procedente de Japón, sogo shosha (las empresas transnacionales estadounidenses no han sido clasificadas en este sector).

11 La determinación del “predominio” es algo subjetivo. Para ser precisos, consideramos “predominio” cualquier participación líder que sea del 37,5 % o superior y el doble de la segunda mayor participación. Esto se debe a que la mayoría coincidiría en que
Estados Unidos era económicamente “dominante” en 1950; y las estimaciones de la participación estadounidense en el PIB mundial en ese momento oscilan entre el 25% y el 50%: el 37,5% es la media.

12 En resumen, el objetivo general de la política exterior estadounidense desde la Primera Guerra Mundial ha sido, según el Servicio de Investigación del Congreso, “impedir el surgimiento de potencias hegemónicas regionales”, especialmente en Eurasia. Véase O’Rourke (2024) y, sobre las diversas formas en que Estados Unidos puede debilitar a Rusia con repercusiones para China, véase el informe de RAND encargado por el Pentágono (Dobbins et al., 2019).

13 En su discurso de septiembre de 2024 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu caracterizó a los países IMEC como “la bendición” por la cual sería necesario eliminar la resistencia de “la maldición”
(Palestina, Líbano, Siria e Irán). Véase Netanyahu (27 de septiembre de 2024).

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Sean Kenji Starrs es catedrático de Desarrollo Internacional en el King’s College de Londres. De 2014 a 2021 formó parte del Departamento de Estudios Asiáticos e Internacionales de la City University de Hong Kong. También fue profesor adjunto invitado
del Centro de Estudios Internacionales del Massachusetts Institute of Technology [MIT], y obtuvo su doctorado en la Universidad de York, Toronto, bajo la tutoría Leo Panitch.