Un pacto transatlántico
La sumisión definitiva de Europa al imperio estadounidense
Juan Lovera
Traducción al español: Álvaro Queiruga Ilustración de Shehzil Malik
¿Por qué la Unión Europea ha permanecido mayormente subordinada a los intereses de Estados Unidos, incluso cuando estos no benefician a sus élites? Es importante examinar los vínculos estructurales que unen a la Unión Europea y Estados Unidos para impulsar una Europa basada en los principios de solidaridad y cooperación, y no en la competencia y la explotación.

La empresa neerlandesa ASML Holding es la posesión más valiosa de la industria europea de semiconductores y un elemento esencial en la estrategia de la Unión Europea (UE) en este sector. ASML es una de las pocas empresas del mundo que produce máquinas de fotolitografía necesarias para fabricar chips informáticos. Dada su posición de liderazgo en esta industria mundial, exporta a China y Estados Unidos, y es precisamente ahí donde comienzan sus problemas. En el contexto de la Nueva Guerra Fría —la creciente tensión geopolítica entre Estados Unidos y China—, Washington ya no acepta que una empresa en un sector tan estratégico opere en el mercado chino y también en el europeo y el estadounidense. Tras un primer intento fallido en 2018, en 2023 Estados Unidos presionó al Gobierno de los Países Bajos para que limitara las exportaciones de equipos de producción de chips a China. Actualmente, el Gobierno neerlandés no tiene previsto renovar los permisos de exportación de ASML a China.
Gracias a la presión de Estados Unidos, Europa y los Países Bajos podrían perder su liderazgo en la industria de semiconductores. Al excluir a China, los Países Bajos no solo sufrirán pérdidas económicas, sino que también se debilitará su capacidad de investigación. China es un mercado demasiado grande como para prescindir de él. Países con industrias importantes de semiconductores, como los Países Bajos, Japón y Corea del Sur, tendrán que elegir entre sus propios intereses económicos o los intereses políticos de Estados Unidos. Hasta ahora, ninguno se atrevió a rebelarse.
Esta experiencia ilustra un fenómeno mucho más amplio en la política exterior de la UE: una sumisión deliberada y voluntaria a Estados Unidos que suele ser contraria a los intereses económicos y sociales de los países europeos. Por lo menos desde 1945, Europa (Occidental) ha seguido en líneas generales la política exterior estadounidense. Aunque en ocasiones algunos países procuraron una mayor autonomía estratégica, siempre terminaron sometiéndose al imperio de Estados Unidos.
Esto obedece a tres factores principales: la interdependencia económica, la dependencia de Europa ante Estados Unidos y la OTAN en materia de defensa y el derrotismo intelectual de gran parte de la política europea mayoritaria. Estos factores deben explicarse y analizarse en su contexto histórico para comprender cómo surgió esta relación entre Estados Unidos y Europa.
Las finanzas de posguerra y cómo se dio la interdependencia entre Europa Occidental y Estados Unidos1
El dominio estadounidense en Europa Occidental se remonta al final de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), cuando Estados Unidos desempeñó un papel crucial en la financiación de las potencias de la Triple Entente (Francia, Gran Bretaña y Rusia),2 lo que trasladó el centro financiero del mundo de Londres a Nueva York. Al prestarles 1.700 millones de dólares a Gran Bretaña y Francia, Estados Unidos se consolidó como una potencia económica clave. (Van Der Pijl, 1984, p. 42).
Cuadro 1. Productos adquiridos con dólares estadounidenses: porcentaje de materiales de guerra vitales adquiridos por el Reino Unido en el extranjero, 1914-1918.

Fuente: Elaboración propia.
Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos intentó desvincularse de Europa, pero luego en 1941 se incorporó a la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) del lado de los Aliados, reforzando la integración de las economías de Estados Unidos y Europa Occidental. El Plan Marshall, iniciado en 1948, marcó una nueva fase de integración económica transatlántica. Este programa de ayuda buscaba contrarrestar la influencia soviética y promover la economía capitalista y de libre comercio. Al inyectar volúmenes considerables de asistencia financiera, Estados Unidos buscó reconstruir las economías europeas de posguerra y generar condiciones favorables para su propia expansión comercial. Al condicionar la ayuda a la liberalización del comercio, el Plan Marshall excluyó caminos alternativos de desarrollo para Europa Occidental y aseguró el dominio del capital estadounidense. En un principio, el Plan impulsó las exportaciones comerciales de Estados Unidos, pero luego el capital estadounidense se concentró en la inversión directa en los mercados europeos.
El Plan Marshall también fue un medio para impulsar la integración europea. Bajo la influencia de Estados Unidos, Francia abandonó su política exterior antialemana y apoyó la propuesta Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), que fue el primer paso en el proceso de integración europea. En sus comienzos, el Plan Marshall tuvo una concepción universalista que buscaba incluir a la antigua Unión Soviética en el sistema capitalista internacional. Sin embargo, a medida que se intensificaba la Guerra Fría y quedaba claro que Moscú no abandonaría el socialismo, se descartó la estrategia universalista.(Van der Pijl, 1964, 156). A finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta, el anticomunismo se convirtió en un factor de unificación del capital europeo y el estadounidense. Este proceso combinó el mantenimiento del statu quo en las (ex)colonias –con el fin de apaciguar a potencias coloniales como Francia y Gran Bretaña– con el anticomunismo, que rápidamente se convirtió en el eje central de la política exterior de Estados Unidos.
Garantías de seguridad e intervencionismo liberal: la OTAN
Paralelamente a la integración económica, Estados Unidos estableció una nueva arquitectura de seguridad centrada en la OTAN. Creada en 1949, su propósito era esencialmente anticomunista, al ofrecer garantías de seguridad contra la antigua Unión Soviética y mantener el statu quo. Al principio, Francia veía con escepticismo a la OTAN y, en 1966, se retiró de su Estructura de Mando Militar para reafirmar su autonomía estratégica mediante el desarrollo de un programa propio de armas nucleares. Aunque Francia se reincorporó a la Estructura de Mando en 2009 y consolidó un estatus especial dentro de la OTAN, ello no alteró las motivaciones de seguridad anticomunistas que llevaron originalmente a Francia y otros países de Europa Occidental a incorporarse a la alianza.
Mapa 1

Fuente: Elaboración propia.
En 1962, el presidente Kennedy declaró que Estados Unidos “no considera a una Europa fuerte y unida como rival, sino como socia. Apoyar su progreso ha sido el objetivo fundamental de nuestra política exterior durante 17 años”.3 La OTAN se convirtió en la institución central de vinculación militar entre Europa y Estados Unidos, sin entrar en conflicto con la integración europea. Ello no significa que no existieran tensiones dentro de la alianza. Washington resistió los llamamientos de sus aliados europeos a compartir una mayor responsabilidad en la defensa nuclear, que fue uno de los motivos por los cuales Francia decidió desarrollar su propio programa de armas nucleares. Estados Unidos tampoco vio con buenos ojos la Ostpolitik de Alemania Occidental y Francia –su política de normalización de las relaciones con el bloque soviético–. También hubo puntos de fricción relacionados con la descolonización y el Movimiento de Países No Alineados. La oposición estadounidense a la intervención de Francia, Gran Bretaña e Israel durante la Crisis de Suez de 1956 es un ejemplo de ello.
Creada durante la Guerra Fría, la OTAN se transformó tras el colapso de la Unión Soviética, ya que pasó a ser un vehículo para la proyección internacional del poder estadounidense, se expandió hacia Europa oriental y adoptó un plan de seguridad más amplio frente a las amenazas transnacionales. Como se ha visto, la OTAN fue fundamental para vincular a Europa con Estados Unidos. Los acuerdos bilaterales de defensa entre los Gobiernos europeos y Washington fueron equivalentes a reconocer su condición de Estados clientelares. La naturaleza multilateral de la OTAN permitió a los Gobiernos europeos quedar sujetos al dominio estadounidense sin perder su prestigio. Así, la OTAN se convirtió en un instrumento para la proyección del poder estadounidense en todo el mundo. En este período, Francia intentó nuevamente adquirir una mayor autonomía estratégica dentro de la alianza, pero Estados Unidos mantuvo un control firme.
Una preocupación constante en las relaciones entre Europa y Estados Unidos era que los miembros de la OTAN debían destinar un mayor porcentaje de su producto interno bruto (PIB) al gasto en defensa, más conocido como el reparto de cargas de la OTAN. Al finalizar la Guerra Fría, la mayoría de los miembros de la OTAN redujeron considerablemente sus presupuestos de defensa como parte del llamado dividendo de la paz. Dado que los países de la UE dedicaban a la defensa un porcentaje inferior de su PIB en comparación con el de Estados Unidos, el Gobierno estadounidense –y la industria de la defensa– consideraban que los europeos no aportaban lo que les correspondía. Estados Unidos comenzó a criticar el “gasto insuficiente” de la UE en defensa durante la presidencia de Barack Obama (2009-2017), y esta crítica alcanzó su punto culminante bajo la presidencia de Donald Trump.
El doble impacto de Trump y Brexit
Durante decenios, Europa Occidental y Estados Unidos parecían comprometidos a garantizar mutuamente sus papeles protagónicos en los asuntos internacionales y en sus economías, cada vez más integradas. La crisis financiera mundial de 2008 así lo demostró cuando la crisis bancaria de las hipotecas de alto riesgo en Estados Unidos tuvo su repercusión casi inmediata en Europa –y otras partes del mundo–, lo que provocó una profunda recesión en algunas de las economías europeas más alineadas con Estados Unidos (Varoufakis, 2011, p. 204).
En el ámbito militar, muchos Estados europeos fueron en gran medida cómplices de las acciones estadounidenses a través de su participación activa en la OTAN. Algunos ejemplos destacables son la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) de la OTAN, que ocupó Afganistán durante 13 años, y la intervención militar en Libia en 2011.
El predominio estadounidense sobre Europa en los ámbitos militar y económico parecía seguro hasta 2016, cuando la combinación del reñido resultado del referéndum en Gran Bretaña para abandonar la UE –Brexit– y la elección de Trump en Estados Unidos pusieron de manifiesto numerosas grietas en las relaciones entre Europa y Estados Unidos.
Brexit afectó considerablemente la relación entre la UE y Estados Unidos, actuando como catalizador para que el bloque buscara una mayor autonomía estratégica. Aunque no fue el único factor, Brexit, junto con la presidencia de Trump, impulsó a la UE a reevaluar su papel internacional y buscar una mayor independencia de Washington. Cabe destacar que Gran Bretaña había sido un intermediario clave entre Estados Unidos y la UE, y antes de Brexit había desempeñado este papel especialmente en negociaciones sobre política comercial y cooperación en materia de seguridad.
El programa “Estados Unidos primero” del presidente Trump consideraba a la UE y China como competidores económicos. Esto llevó en 2018 a la aplicación de aranceles al aluminio y el acero, lo que provocó que el bloque europeo respondiera con aranceles propios. La administración de Trump también dejó sin efecto el mecanismo de solución de controversias de la Organización Mundial del Comercio (OMC), justo cuando los países europeos pretendían disputar los aranceles estadounidenses (Roos y Schade, 2023). Además, Estados Unidos se retiró unilateralmente del acuerdo nuclear con Irán y del Acuerdo de París sobre el cambio climático. Tanto Estados Unidos como China estaban en vías de adoptar políticas contrarias a algunos principios clave de la OMC, fundamentales para el desarrollo de la UE. Esto allanó el camino a nuevas políticas europeas, especialmente en lo referente al apoyo estatal a las empresas para garantizar el suministro de materias primas.
En el ámbito de la seguridad, Estados Unidos retiró tropas de Alemania y Afganistán sin consultar a sus aliados europeos. También amenazó con abandonar la OTAN, más que nada porque el Gobierno de Trump consideraba que los europeos no estaban pagando lo que les correspondía. En 2018, Trump resumió la posición de su país de la siguiente manera:
“Estados Unidos paga casi el 90 por ciento de lo que cuesta proteger a Europa. Creo que eso es maravilloso. Le dije a Europa: ‘amigos, la OTAN los beneficia más a ustedes que a nosotros’. Créanme. Países pequeños, países grandes, supuestamente debemos proteger a todos estos países. Les dije: ‘miren, es muy sencillo. Tienen que pagar. Tienen que pagar su factura’” (Benítez, 2018).
No es de extrañar que, tras decenios de integración económica, la UE también haya desarrollado una tipo de política de defensa común. Para que se concretara solo hacían falta las condiciones políticas adecuadas. La presidencia de Trump y Brexit generaron esas condiciones y motivaron al bloque a buscar una mayor autonomía estratégica (Schade, 2023; Blanc, 2024; Knutsen, 2022). Este concepto sigue estando mal definido, pero puede entenderse como la necesidad de la UE de desarrollar capacidad militar para actuar de forma independiente en el escenario mundial, especialmente en situaciones donde los intereses de Estados Unidos y el bloque no coinciden. Otro factor que influyó en esta búsqueda de autonomía estratégica fue la energía. La UE se volvió más dependiente de Estados Unidos en materia energética, especialmente desde 2022, cuando intentó ponerle fin a su dependencia del gas ruso tras la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia.
Gráfico 1

Nota: En el eje horizontal, Dec. equivale a diciembre,
Aug. equivale a agosto y Apr. equivale a abril.
Fuente: B. Setser (2023).
En los años transcurridos desde Brexit y el primer mandato de Trump, la UE tomó varias medidas para fortalecer su soberanía, especialmente en los ámbitos de la seguridad y la defensa. Revitalizó iniciativas de defensa como la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO), un marco basado en tratados para que los 26 Estados miembros participantes (excepto Malta) planifiquen, desarrollen e inviertan conjuntamente en capacidades de defensa colaborativas, mejoren la preparación operativa y la contribución de sus fuerzas armadas, y aumenten los presupuestos de defensa.[11] También estableció el Fondo Europeo de Defensa (FED) en 2021. Con un presupuesto de 8 mil millones de euros, supone un cambio significativo, ya que permite a la UE financiar directamente proyectos militares (Ruiz et al., 2021). El Fondo Europeo de Apoyo a la Paz (FEAP), que brinda financiación para operaciones militares y asistencia en terceros países, también se creó en 2021. Ha sido criticado por ser un subsidio encubierto a las exportaciones de armas europeas, ya que puede utilizarse para suministrar armas y formación militar a fuerzas extranjeras. Por último, en 2019 se creó la nueva Dirección General de Industria de Defensa y Espacio de la Comisión Europea, que se encarga de promover la competitividad e innovación de la industria armamentista europea.
El gasto en defensa de la UE ha aumentado constantemente desde 2014 y está previsto que alcance los 326 mil millones de euros en 2024.(Dell’Anna, 2024). La industria armamentista estaba preparada para lucrar con este incremento, a menudo con consecuencias devastadoras para las personas en países no miembros de la UE. Un informe del TNI (Apostolis y Ní Bhriain, 2021) estableció un vínculo entre las armas que venden los fabricantes europeos y el desplazamiento forzado en la República Democrática del Congo, Irak, Nagorno-Karabaj en Azerbaiyán y Siria. En un estudio sobre Libia, el TNI concluyó que las armas europeas se utilizan como un instrumento para desplazar poblaciones y, a la vez, impedir que migren hacia la UE (Apostolis Y Ní Bhriain, 20219. Pero también tiene graves consecuencias para la ciudadanía europea. Los miles de millones de euros que se gastan en defensa no se invierten, por tanto, en servicios de salud, vivienda, educación, infraestructura u otras necesidades básicas.
¿Juntos de nuevo y mejor que nunca? China, Ucrania y Gaza
Las economías de la UE y Estados Unidos se han integrado aún más desde la crisis financiera mundial y ahora son los principales socios mutuos en materia de comercio e inversión. El comercio transatlántico ascendió a 1,2 billones de euros en 2021, aunque esta cifra queda chica en comparación con la relación de inversión entre ambos. La UE tiene 2,1 billones de euros en monto acumulado de inversión extranjera directa saliente y recibe 2,3 billones en monto acumulado de inversión extranjera directa proveniente de Estados Unidos. La inversión total de Estados Unidos en la UE cuadruplica su inversión en la región de Asia y el Pacífico. Las inversiones de la UE en Estados Unidos son diez veces mayores que las de India y China juntas (Comisión Europea, 2022). Esto se refleja en ventas derivadas considerables –las ventas de una entidad controlada directa o indirectamente por una empresa–,que consolidan aún más la interdependencia económica. Las ventas derivadas estadounidenses en el extranjero alcanzaron los 3,1 billones de dólares en 2021, superando las exportaciones totales de Estados Unidos.
Otro indicador clave de la interconexión de estas economías es el alto nivel de comercio intraempresarial. En 2020, el 65% de las importaciones estadounidenses desde la UE y Gran Bretaña fueron intraempresariales, un patrón que se repite en las exportaciones. Esta cifra es considerablemente mayor que otras regiones y demuestra hasta qué punto están integrados los procesos productivos de las empresas estadounidenses y europeas (Hamilton y Quinlan,2023, p. 9). Este entrelazamiento económico es la culminación de más de 50 años de integración transatlántica impulsada por Gobiernos de todo signo en Europa y Estados Unidos.
Esta integración económica beneficia considerablemente a las empresas transnacionales, que pueden ejercer presión para liberalizar normas comerciales, debilitar regulaciones y conseguir acceso preferencial a fondos públicos. Los grandes actores financieros, como los principales bancos y fondos de inversión, también desempeñan un papel clave en la elaboración de regulaciones financieras y se benefician de la integración de los mercados financieros. Un ejemplo claro de ello es que ABN AMRO formó parte de un «grupo de expertos» que configuró la liberalización de los mercados financieros (Haar, [2022] 2024, p. 199). Esta liberalización hizo que los mercados financieros de la UE se parecieran más a los de Estados Unidos, lo que reforzó la integración. Esta es una de las razones por las cuales la crisis financiera mundial tuvo tanto impacto en ambos lados del Atlántico. Un patrón similar se observa en el sector tecnológico, donde empresas estadounidenses como Google, Microsoft y Meta (Facebook y WhatsApp) se benefician de la Ley de Mercados Digitales de la UE, que no aborda su control de la infraestructura digital y, por lo tanto, no desafía su posición dominante (Haar, [2022] 2024, p. 199).
El Gobierno de Joe Biden (2021-2025) restableció cierta normalidad en la Casa Blanca tras el primer mandato de Trump y asumió el compromiso de reparar la relación transatlántica y “restaurar el liderazgo mundial de Estados Unidos” (Varma et al., 2020). Se esperaba que el intervencionismo estadounidense, con el respaldo de la UE, volviera a definir al planeta de conformidad con sus intereses. Sin embargo, parte del legado de Trump se mantuvo. Continuaron los intentos de la UE de reafirmar su autonomía estratégica, mientras que el Gobierno de Biden se negó a eliminar los aranceles impuestos por el Gobierno anterior y las cuestiones sobre el reparto de cargas dentro de la OTAN siguieron sin resolverse. Otra fuente de divergencia fue la postura frente a China. Mientras que Estados Unidos adoptó una posición cada vez más hostil, la UE fue inicialmente mucho más cautelosa, habida cuenta de sus importantes vínculos económicos con el país asiático. La recuperación tras la crisis de COVID-19 en general fue más lenta en la UE que en Estados Unidos, a lo que se sumó una crisis energética tras la imposición de sanciones adicionales a los combustibles fósiles provenientes de Rusia como consecuencia de la invasión a gran escala de Ucrania en 2022.
Sin embargo, a medida que recrudece la Nueva Guerra Fría, la UE ha adoptado una postura más cercana a la de Estados Unidos, centrándose en la desvinculación y la reducción de riesgos con China (Brinza et al., 2024). Esto no beneficia ni al capital ni a la mano de obra de la UE, ya que implica una transformación económica sumamente compleja mientras las consecuencias de la COVID-19 y la guerra de Rusia contra Ucrania siguen sin resolverse. La participación europea en la Nueva Guerra Fría es quizás el mejor ejemplo de su continua sumisión a Estados Unidos.
La UE también ha mantenido su agresiva política comercial. Los tratados de libre comercio son en la práctica acuerdos neocoloniales que perpetúan la dependencia de los países de bajos ingresos como proveedores de materias primas. En los últimos años, esta forma de libre comercio recibió críticas de políticos de izquierda que destacan que, con frecuencia, solo beneficia al capital a expensas del medio ambiente y los trabajadores. La competencia entre Estados Unidos y China puso a la geopolítica por encima de la ideología, haciendo cada vez más palpable la contradicción entre la retórica de libre comercio que predica la UE en el exterior y las prácticas proteccionistas que aplica internamente. Esto queda de manifiesto en los renovados enfoques industriales que desafían el dogma y las prácticas del libre comercio. Tras la Ley de Reducción de la Inflación de Estados Unidos, la UE presentó su propia política industrial en el intento de contrarrestar la estadounidense (Swanson et al., 2023) Sin embargo, la UE sigue impulsando agresivamente nuevos acuerdos de libre comercio, con el argumento de que deben concretarse por temor a «perder» una región o país frente a China. Además, dada la necesidad de la transición energética, la UE ha empleado diversos instrumentos comerciales para asegurar el suministro de materias primas esenciales (Muller, Ghiotto y Bárcena, 2024).
La guerra en curso de Rusia contra Ucrania también aumentó la dependencia europea de Estados Unidos, ya que para muchos países significó romper con la dependencia del gas ruso que habían desarrollado desde el final de la Guerra Fría. Como Alemania era uno de los países más dependientes del gas ruso, la consiguiente crisis energética sumió a gran parte de la UE en una recesión económica, que benefició únicamente a las empresas interesadas en la infraestructura del gas natural licuado (Haar, [2022], 2024, p. 275) Esto no solo generó facturas energéticas mucho más altas para la población de la UE y el Reino Unido, sino que también aumentó la dependencia de Estados Unidos, que se convirtió en exportador neto de energía en 2019 (US Energy Information Administration, 2016). El precio relativamente alto de la energía en la UE también ayuda a explicar el desigual desempeño económico de muchos Estados miembros de la UE y Estados Unidos.
Gráfico 2
Fuente: Consensus Economics (2024).
La dependencia militar transatlántica también se vio fortalecida en este proceso. De hecho, la invasión a gran escala de Rusia a Ucrania podría haber salvado a la OTAN tras la desconfianza sembrada durante el primer mandato de Trump, y sin duda impulsó la remilitarización de Europa, ya que la mayoría de los miembros europeos de la OTAN gastan actualmente más de la meta del 2% de su PIB en defensa. A mediados de mayo de 2022, los estados miembros de la UE anunciaron un aumento de casi 200 mil millones de euros en el gasto militar para los años siguientes (Akkerman y Ní Bhriain, 2024b) Esto representa una bonanza para los complejos militar-industriales a ambas costas del Atlántico. Los miembros de la OTAN han donado más de 100 mil millones de euros en armas a Ucrania.[26] Además, el conflicto generó un pico en las ventas de armas estadounidenses, que en 2023 alcanzaron su máximo histórico de 238 mil millones de dólares (Matza, 2024).
La UE y Estados Unidos también son cómplices del genocidio que Israel está perpetrando en Gaza. Mientras Estados Unidos proporciona el 65% de todas las armas que Israel importa, Alemania e Italia también apoyaron activamente a Israel con armamento, aunque la mayoría de su población se oponga (Middle East Monitor, 2024; Gritten, 2024). El Parlamento Europeo condena sistemáticamente toda crítica al apoyo incondicional a Israel y no le pide cuentas a ese país. Los motivos de la lealtad de la mayoría de los Gobiernos europeos hacia Israel varían. En Alemania, la compleja interacción entre la desnazificación incompleta en Alemania Occidental y la idea de la «redención a través del recuerdo” explica en parte por qué el apoyo a Israel es considerado la razón de Estado del país europeo(Marwecki, 2024). En países como Hungría, la solidaridad entre conservadores reaccionarios y los valores islamófobos comunes pesan más que el antisemitismo en el vínculo entre Netanyahu y Orban (Zsurzsán, 2024). Pero una razón compartida por todos es que, para Estados Unidos y la mayoría de los Gobiernos europeos, Israel representa un puesto de avanzada militar que, junto con Arabia Saudita y las monarquías del golfo, es crucial para controlar Oriente Medio, sus recursos energéticos y sus rutas marítimas (Hanieh, 2024). Además, la agresión israelí hacia sus países vecinos implica un beneficio para sus respectivos complejos militares-industriales. Esto llevó a que 426 millones de euros del dinero de contribuyentes europeos se destinaran a financiar empresas que arman a Israel, mientras que miembros del Gobierno israelí han sido acusados formalmente por la Corte Penal Internacional de cometer crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra y genocidio (Akkerman y Ní Bhriain, 2024a).
Gráfico 3

Fuente: Karl Institute for the World Economy/BBC (2024). Las cifras también incluyen la ayuda
financiera con fines militares.
Así, la UE parece sometida a los intereses de Estados Unidos, incluso cuando no benefician a su capital ni a sus aliados políticos. Esto resulta más evidente en los Países Bajos. Aunque Estados Unidos aprobó una ley que le habilitaría invadir La Haya si algún miembro de sus fuerzas militares llegara a ser juzgado en la Corte Penal Internacional o la Corte Internacional de Justicia, el Gobierno neerlandés parece empeñado en ser el Estado miembro de la UE más fiel a los intereses estadounidenses. Esto significa que acepta con gusto almacenar armas nucleares estadounidenses sobre las que no tiene control (NOS, 2023). Esto no solo implica ceder la soberanía neerlandesa, sino que también convierte a la base aérea de Volkel y al resto de los Países Bajos en un objetivo para cualquier país que posea armas nucleares y decida utilizarlas. En un caso similar que antepone los intereses de Estados Unidos a los de sus propios ciudadanos, el Gobierno neerlandés impidió la reducción del número de vuelos en el aeropuerto de Schiphol tras presiones de Estados Unidos y la UE, aunque así lo reclamaban desde hace años los habitantes de ciudades y pueblos cercanos al aeropuerto (NOS, 2023).
Derrotismo intelectual y atreverse a soñar con un futuro mejor
En ambas costas del Atlántico, la centroizquierda y la centroderecha llegan a ser, en ocasiones, casi indistinguibles en cuanto a su visión política, política económica y relaciones internacionales. Desde los últimos años de la Unión Soviética y la independencia de los países del antiguo Pacto de Varsovia, estos dos extremos del espectro político mayoritario insisten en que no existe alternativa a la liberalización y la mercantilización, garantizando así la supremacía del capital privado. El pensamiento neoliberal domina casi todos los movimientos políticos mayoritarios desde entonces.
Esto engloba el derrotismo intelectual que se observa en todo el espectro político de la UE, quizás especialmente en la izquierda. Tradicionalmente, la izquierda europea insistió más que la derecha en la necesidad de un contrato social fuerte con redes de protección para hacer frente a las crisis constantes del capitalismo. Sin embargo, la centroizquierda parece no tener más voluntad de abordar las fallas estructurales o de soñar con un mañana mejor. Esto explica en parte por qué Europa Occidental sigue alineada con Estados Unidos en su política exterior. Los socialdemócratas fueron, después de todo, los principales arquitectos de la remilitarización de Alemania, una consecuencia derivada de la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia. En la centroderecha el capitalismo nunca ha sido objeto de un debate serio. Los partidos liberales y democratacristianos de Europa Occidental fueron clave en la difusión del pensamiento (neo)liberal y el intervencionismo.
Recientemente, la centroderecha ha tendido a ser más expresamente antiinmigrante y xenófoba. Esto también debe entenderse en el contexto del ascenso de la extrema derecha. Las políticas neoliberales destruyeron el Estado de bienestar, y sin este y sin las políticas redistributivas, los partidos liberales derivaron hacia posiciones más derechistas. Esto hizo que estos partidos liberales, como el VVD en Países Bajos, comenzaran a defender políticas de extrema derecha y reforzaran su aparato represivo, que vigila los barrios obreros y las fronteras internacionales. Al adoptar políticas de extrema derecha, los partidos liberales contribuyeron a normalizarla. En consecuencia, los liberales y la extrema derecha unieron fuerzas para excluir a la izquierda del poder institucional. Los partidos liberales y la extrema derecha comparten prácticamente la misma política de clase y, en Europa Occidental y Estados Unidos, también existe un alto grado de consenso en mantener la hegemonía estadounidense (Prashad, 2024). El espectro político entero parecería desplazarse hacia la derecha, y las políticas reaccionarias se normalizan cada vez más.
Algunas de las principales instituciones estadounidenses y europeas han fomentado este derrotismo. La UE y el Tratado de Maastricht, por ejemplo, son instituciones neoliberales concebidas en oposición al anterior consenso keynesiano y socialdemócrata (Haar, [2022] 2024, p. 18). En cuanto a política exterior, grupos de estudios como el Atlantic Council, el International Institute for Strategic Studies, el Center for Strategic and International Studies y Chatham House en Gran Bretaña tienden a incidir en los Gobiernos de Estados Unidos y la UE para que adopten una política exterior similar, sus «opiniones expertas» refuerzan el consenso de una Europa que sigue a Estados Unidos. Las universidades también desempeñan un papel importante en el desmantelamiento del antiguo consenso. En Estados Unidos, la Universidad de Chicago fue el ejemplo más notorio, pero la mayoría de los países de la UE y el Reino Unido tienen al menos una universidad que cumple una función similar. En las reuniones anuales del Foro Económico Mundial en Davos, representantes de estas instituciones, junto con líderes empresariales, se reúnen con políticos y se genera un nexo donde convergen poder e ideas. El antiguo consenso keynesiano desapareció y ha sido reemplazado por un nuevo consenso ostensiblemente despolitizado que se presenta como pragmático y racional.
Simplemente no existe voluntad ni creatividad para imaginar una política exterior diferente dentro del espectro político dominante. El capital europeo ha interiorizado el excepcionalismo estadounidense y no logra, o teme, imaginar un mundo donde Estados Unidos ya no sea la potencia mundial dominante. Esta idea también es influyente entre las y los ciudadanos de Europa y Estados Unidos, que ven al mundo como un juego de suma cero donde perderán privilegios si decae su estatus internacional. Este statu quo es en parte consecuencia de la participación de los Gobiernos europeos en el imperio estadounidense, y de los recursos e influencia que otorga a Europa. Con el nombramiento de Mark Rutte como Secretario General de la OTAN, la lealtad de los Países Bajos al imperio estadounidense fue recompensada con la celebración de la cumbre de la OTAN en La Haya en junio de 2025.
Herbívoros y carnívoros
En un discurso pronunciado en Madrid en 2022, Josep Borrell, vicepresidente de la Comisión Europea y alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, reflexionó sobre las repercusiones en Europa de la invasión rusa en Ucrania. Subrayó que la guerra “es un despertar de nuestro proyecto inicial, un proyecto de paz que dejó de lado la lucha por el poder y utilizó el poder blando, el comercio y el derecho como armas”. Concluyó que “debemos tomar conciencia de que eso no basta, porque los europeos no podemos ser herbívoros en un mundo de carnívoros” (González, 2022).
¿Quiénes son estos “carnívoros” a los que se refiere Borrell? Estados Unidos y China destacan claramente. Con la segunda presidencia de Trump, que asumió su mandato en enero de 2025, no queda para nada claro que la UE quiera vincularse a un proyecto mundial estadounidense cada vez más plagado de crisis. Tras la crisis doble de Brexit y la primera presidencia de Trump, la UE ha reforzado sus propias capacidades como actor internacional. Pero ahora la dinámica cambió radicalmente. El foco de Estados Unidos en Asia hace que la UE tenga que lidiar por su cuenta con las consecuencias de la política estadounidense en Europa Oriental y Oriente Medio.
Pero, ¿acaso eso cambió la interdependencia entre la UE y Estados Unidos? La relación comercial entre ambos es la mayor de su tipo, con un intercambio comercial transatlántico que alcanzó 1,2 billones de euros en 2021, lo que las convierte en las dos economías más integradas del mundo. Los intereses de defensa conjunta se justifican mediante un bloque intervencionista organizado en la OTAN, y los complejos militar-industriales a ambos lados del Atlántico alcanzan ganancias récord gracias al apoyo a Ucrania contra la agresión rusa y al genocidio en Gaza. Respecto al “derrotismo intelectual” de la clase política europea, los políticos de ambos extremos del espectro político no lograron concebir un nuevo futuro para Europa. En cambio, prometieron la vuelta a un pasado mitificado: socialdemócrata para la izquierda y étnicamente homogéneo para la derecha.
Para que la UE rompa con la política exterior estadounidense, primero debe tener la creatividad para definir un futuro nuevo. Este no es un llamado a que la UE se convierta en un “carnívoro”. Una política independiente de la UE podría ser tan dañina como la de Estados Unidos. Los “pactos” migratorios y las intervenciones de la UE en países africanos y alrededor del Mediterráneo son una prueba. Una mayor militarización la arrastraría a una carrera armamentista que solo tendría perdedores. En cambio, la UE debería aspirar a ser una fuerza de solidaridad, con una política exterior basada en la cooperación y no en la competencia, algo que solo podrá lograr si se libera de su sumisión a Estados Unidos.
Traducción: Álvaro Queiruga
NOTAS
Para tener una visión más amplia de cómo se desarrolló esta relación, véanse Tooze (2015) y Van der Pijl (1984).
2 También conocidos como los “Aliados”, principalmente Francia, Gran Bretaña y Rusia que lucharon contra las potencias centrales de Alemania, Austria-Hungría, el imperio otomano y Bulgaria.
3. Véase “President Kennedy offers historic July 4th ‘Declaration of Interdependence’” (1962).
4. Véase https://www.pesco.europa.eu/
BIBLIOGRAFÍA
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Juan Lovera es coordinador de Handel Anders!, una red de comercio alternativa integrada por sindicatos, organizaciones campesinas y de la sociedad civil, y ciudadanos involucrados, que se dedica a la consecución del comercio justo y sostenible. Anteriormente, trabajó como miembro del personal de la facción municipal de Ámsterdam del Partido Socialista.
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