Geopolítica de los recursos: extractivismos, conflictos y resistencia

 

Nueva sesión del ciclo Debates para un pensamiento inclusivo, un espacio de encuentros para reflexionar y debatir sobre las grandes tendencias y cuestiones que atañen a nuestro tiempo, y que definen el funcionamiento y los objetivos del sistema socioeconómico en el que vivimos, para imaginarnos entre todos y todas, alternativas justas, inclusivas y sostenibles, y que esta ocasión, abordará la Geopolítica de los recursos: extractivismos, conflictos y resistencia.

Organizado por la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial con la Casa Encendida de Fundación Montemadrid, bajo el título Geopolítica de los recursos: extractivismos, conflictos y resistencia, el evento tendrá lugar el próximo 16 de noviembre de 2023 a las 18 h.

Los conflictos ecosociales y la nueva geopolítica de recursos perfilan escenarios que replantean luchas y extienden espacios de resistencia.

La creciente pugna por unos recursos estratégicos escasos y las exigencias derivadas de la progresiva digitalización o la transición energética de los países del centro capitalista, aventuran un recrudecimiento de los conflictos (en todos los planos: el comercial, el tecnológico o el militar) y un incremento de la importancia de la geopolítica para preservar esferas de influencia y garantizar el acceso y la seguridad en el abastecimiento de los recursos (colonialismo verde).

Ejemplos paradigmáticos en ese sentido podrían también relacionarse con la actual etapa del capitalismo verde, asociada al proceso de descarbonización y a las formas mercantiles de afrontar el cambio climático y las transiciones ecológicas, que en el fondo siguen manteniendo un modelo de crecimiento económico ilimitado, aumentan las vulnerabilidades, las desigualdades e injusticias y aceleran la destrucción de los territorios y de los ecosistemas.

De ese modo, hablar de conflictos ecosociales, geopolítica de los recursos o colonialismo verde hace necesario abordar y analizar el escenario de nuevos y/o ampliados extractivismos que se viene perfilando, así como de sus consecuencias, en clave tanto interna (conflictos y polarización territorial) como externa (influencia en los grandes conflictos socio-ecológicos globales y geopolítica de los recursos). Y esto requiere complejizar nuestros análisis de diferentes maneras, hasta extender la mirada hacia nuevas experiencias y formas de resistencias territoriales en todo el mundo.

Reflexionaremos sobre todo ello al hilo de la reciente publicación del número 163 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global dedicado a profundizar en estas temáticas.

En el acto contaremos con la presencia de:

Breno M. Bringel, investigador en UCM.

Bonnie Campbell, profesora en Universidad de Quebec, Canadá.

Francisca Droguett, activista Plataforma Defensores de la Tierra y el Territorio de Chile.

Presenta y modera: Monica Di Donato, FUHEM Ecosocial.

Organizan: Revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial y La Casa Encendida.

FECHA: 16 de noviembre de 2023, 18 h.

El acto es gratuito previo registro.

La actividad se desarrolla en una sala Zoom. Una vez realizada la inscripción, y antes de la sesión, se enviará un correo electrónico de confirmación con los datos de acceso al encuentro.

Acceso a las anteriores sesiones del ciclo Debates para un pensamiento inclusivo.


Ética del Rewilding

Ética del rewildingCon la adopción de soluciones basadas en la naturaleza como herramientas para la lucha contra el cambio climático, y la necesidad de emprender acciones para detener la pérdida de biodiversidad, en los últimos años viene tomando fuerza la idea de la renaturalización del territorio, lo que se conoce actualmente como rewilding.

Ética del rewilding

Cristian Moyano

Plaza y Valdés Editores, Madrid, 2022

338 págs.

Frente al tecnooptimismo generalizado y las propuestas de nueva modernidad ecológica basadas en un mayor control humano de los ecosistemas a todas las escalas, no sin polémica, se han puesto en marcha o se proyectan ya multitud de acciones, configurando todo un abanico de propuestas de naturaleza muy diversa alrededor de este concepto. Y precisamente, tratando de concretar la naturaleza del término rewilding y sus diferencias/similitudes con otros conceptos comienza este trabajo de Cristian Moyano, filósofo y doctor en Ciencia y Tecnología Ambientales dentro del ICTA de la Universidad Autónoma de Barcelona, cuyo objetivo es plantear algunos de los principales desafíos éticos que implica la práctica y pensamiento del rewilding.

Así, en un primer bloque de dos capítulos, el autor realiza una revisión de los principales antecedentes, significados y debates alrededor del rewilding, así como del aporte que potencialmente podrían realizar distintas visiones filosóficas la mismo.

En el primer capítulo, el autor argumenta su elección de usar el concepto rewilding en inglés porque otros términos no recogerían toda la fuerza explicativa y carga de sentido de este.[1] De esta forma, elige diferenciar rewilding de renaturalización, resalvajización o reasilvestramiento, a los que atribuye significados menos amplios que el de rewilding. Y también lo diferencia de restauración ecológica, dentro de la cual otros muchos autores integran el rewilding.

A su vez, describe diversas clasificaciones de rewilding, según la escala temporal (pleistocénico y holocénico), según la escala espacial (micro, meso y macroescala) y según el enfoque (pasivo, ecológico, trófico, y otros). También entra en la disyuntiva entre aquellos proyectos de rewilding que parten de espacios en buenas condiciones, y tratan de llegar a cuantos más espacios mejor, que califica de ecoutilitarismo cuantitativo, frente a aquellos otros que parten de espacios en peores condiciones, y tratan de mejorarlos, lo que califica como ecoutilitarismo cualitativo. Finalmente, en este capítulo del libro se abordan las diferencias entre un rewilding basado en uso diferenciado de los espacios (land sparing) y un rewilding basado en el uso compartido de los espacios (land sharing). En el otro capítulo, se hace un repaso de distintas teorías filosóficas y sus conexiones más o menos directas con el rewilding, desde los antiguos filósofos griegos hasta enfoques filosóficos más modernos, tratando de entender qué categorías y marcos conceptuales pueden servir al objetivo de construir una ética del rewilding.

En una segunda parte del libro, se aborda lo que el autor denomina las tensiones éticas de las diferentes prácticas de rewilding.

Cuando se trata el rewilding holocénico, el autor hace referencia a varios debates. El primero tiene que ver con la idea de a qué especies se dirige la acción, es decir, si tendríamos que considerar o no que hay especies que son más importantes que otras en aras de recuperar la funcionalidad en los ecosistemas (especies ingenieras, especies clave, etc.) o, por el contrario, todas lo son por igual, sin que tengan una función determinada para el ser humano o el ecosistema, en aras de una moral individualista basada en la sintiencia. También, se aborda la diversidad de intereses humanos, en ocasiones radicalmente contradictorios, que pueden girar alrededor de un determinado proyecto de rewilding, y que potencialmente pueden desembocar en problemas e incluso una situación peor que la de partida. Otro debate es el que tiene que ver con la relatividad del concepto de especie invasora, según criterios espaciotemporales y criterios tróficos, que puede conducir a proyectos con consecuencias negativas a pesar de las intenciones originales. Además, también se aborda el asunto del potencial prejuicio paternalista en los proyectos, a través de barreras prácticas (p.ej. intervenir demasiado) o psicológicas (p.ej. ver mortalidades masivas sin actuar), estableciendo tres aspectos (quiénes se benefician, qué o quiénes han provocado los cambios ambientales, y cómo se ha conocido el problema), cuyo análisis derivaría en una serie de consideraciones éticas y líneas de actuación. Finalmente, se cuestiona la mayor o menor idoneidad de las hibridaciones como estrategias para favorecer la funcionalidad de los ecosistemas y la resiliencia ecológica de estos.

Por su parte, el rewilding pleistocénico conlleva un conjunto de debates y desafíos distintos. Aparte de la ya mencionada instrumentalización de las especies, el primero tiene que ver con la distinción entre un tipo de rewilding basado en la reintroducción de especies holocénicas parecidas a las pleistocénicas (rewilding pleistocénico débil) y otro basado en la desextinción de especies pleistocénicas a través de ingeniería genética (rewilding pleistocénico fuerte), lo cual añade debates éticos ligados a la bioingeniería y la propia necesidad de una fuerte componente tecnológica, con los aspectos de desigualdad que esto supone, así como a un uso diferenciado de los espacios con especies desextinguidas. También se plantea el debate sobre si la propia escala temporal del pleistoceno puede ser idónea o no para la práctica del rewilding en la actualidad, dado que durante el Pleistoceno la especie humana, como tal, no existía, y que los ecosistemas que había, por no decir, la propia configuración de las áreas terrestres y marinas, eran completamente ajenos a los actuales.

Finalmente, el autor trata los desafíos éticos del rewilding pasivo, partiendo de las diferencias con el abandono, que residirían en la intencionalidad de la ausencia de intervención. En primer lugar, tratando el problema de si la causa de esa intencionalidad es voluntaria o involuntaria, y si es más o menos deseada, con sus correspondientes ventajas y desventajas. Por otra parte, también analiza cuáles son las implicaciones prácticas de las condiciones de partida del ecosistema dentro de una práctica que consistiría en dejar intencionadamente de intervenir. Otro debate tiene que ver con el efecto que el propio aislamiento, necesario para la ausencia de intervención, puede provocar en la funcionalidad de los ecosistemas y su relación con ecosistemas limítrofes. Finalmente, se aborda aquí la dialéctica entre dos formas de no intervenir, aquella que parte del principio de precaución, donde la atención está en las posibles consecuencias de la actuación, y se interviene lo mínimo, cuando se conocen los riesgos que puede comportar la acción, y aquella otra que parte del “dejar hacer”, es decir, que asume que la naturaleza lleva a cabo sus propios procesos sin necesidad de intervención alguna.

El tercer bloque de dos capítulos tiene que ver, por una parte, con la práctica del rewilding en entornos urbanos y en espacios agrícolas y ganaderos. En primer lugar, con la aplicación de soluciones basadas en la naturaleza en espacios urbanos (restauración de ríos, atracción de fauna, plantación de especies autóctonas, etc.), que plantea diversos aspectos de justicia social y desigualdad (gentrificación verde, determinantes ambientales de la salud, etc.), problemas relacionados con el grado de convivencia con especies más o menos silvestres, y el control de plagas o de los microorganismos que pueblan los ecosistemas urbanos y son huéspedes de estos animales o plantas, y finalmente los problemas relativos a cómo el propio metabolismo urbano condiciona la situación más allá de sus fronteras, y cómo la artificialización del territorio puede suponer un sumidero de especies silvestres. En cuanto al segundo, el libro aborda la disyuntiva entre dedicar el territorio a la alimentación humana o dedicarlo al rewilding, el nuevo intento de vender la intensificación agraria como una herramienta para la conservación, el potencial económico que aporta el rewilding, la disyuntiva entre el control animal a través de la caza o el rewilding con depredadores, así como el potencial en términos de integridad ecológica que nos proteja de enfermedades zoonóticas.

En el último bloque se tratan nuevamente dos asuntos. Por un lado, la vertiente cultural del rewilding, donde aborda cómo distintos contextos culturales condicionan nuestra actitud hacia la naturaleza, llegando a generar, a través de las dimensiones psicológica, cosmológica y simbólica la idea de especies culturalmente claves. En este sentido, se hace aquí un llamamiento hacia una nueva cultura no antropocéntrica, y se pone la atención en la influencia que puede tener la ecoalfabetización en el despertar de una conciencia ecológica. En el último capítulo del libro, el autor llama a una responsabilización por el rewilding, que parte de la necesidad de un cambio estructural y político (acción y responsabilidad social), pero también de una responsabilidad individual, a veces culturalmente diluida, pero siempre presente.

Un libro extenso, pero conscientemente no exhaustivo, donde el autor plantea de modo didáctico y asequible a un público no especializado, algunos de los grandes debates de carácter ético que la conceptualización y la práctica actual y potencial del rewilding están poniendo sobre la mesa, en un contexto de agitadas discusiones y urgentes decisiones sobre la crisis de la biodiversidad, en el que el necesario y constante replanteamiento de los modelos de conservación está sufriendo las embestidas del capitalismo ecomodernista, tanto en el ámbito académico como en la propia toma de decisiones.

Pedro L. Lomas

FUHEM Ecosocial

[1] El autor de esta reseña, aunque prefiere el uso de renaturalización, empleará el término inglés rewilding en coherencia con el contenido del trabajo reseñado.


El papel del Estado en la economía

El papel del Estado en la economíaEl próximo 15 de noviembre de 2023, a las 18 h.,  presentamos el libro El papel del Estado en la economía, la entrega más reciente de la Colección de Economía Inclusiva de FUHEM Ecosocial y La Catarata, que en esta ocasión dedica sus reflexiones al papel del Estado en la economía.

El acto tendrá lugar en el Ateneo La Maliciosa, un espacio con vida propia, diseñado para acoger iniciativas y actividades sociales.

Editado por Luis Buendía García, profesor de Economía en la Universidad de León, el libro recoge textos de varios expertos que ofrecen un debate sobre el papel que el Estado puede y debe desempeñar en el sistema económico mundial.

¿Tiene capacidad el Estado para atemperar las crisis del sistema económico?

¿Serviría tal acción para algo más que para hacer el sistema, con todas sus contradicciones y problemas, más fuerte?

¿Hay resquicios para una acción colectiva que utilice al Estado para construir una sociedad mejor?

Al hilo de estas y otras preguntas, el libro se propone contribuir a los debates que suscitarían sus respuestas. Para ello, los autores y las autoras que participan aportan un conjunto de reflexiones acerca del papel que está desempeñando en la actualidad el Estado y de lo que asoma como porvenir.

Más allá de la cuestión estrictamente cuantitativa, el libro desentraña más bien el aspecto cualitativo de las funciones de ese Estado, dentro de un sistema capitalista y para entender este papel cuenta con nueve capítulos más una introducción y unas reflexiones finales.

Se trata, así, de un libro coral que aborda y visualiza una nueva definición de qué se entiende por intervención pública, contemplando los diferentes aspectos o dimensiones que reclama la situación actual.

En el acto contaremos con la presencia de:

Luis Buendía, profesor de economía en la Universidad de León, autor y coordinador del libro.

Bibiana Medialdea, economista y profesora de Economía Aplicada en la UCM

Santiago Álvarez Cantalapiedra, Director de FUHEM Ecosocial.

Presenta y modera: Monica Di Donato, Fuhem Ecosocial

 

Entrada libre hasta completar aforo, previo registro, rellenando el siguiente formulario.

Anota en la Agenda:


El impacto de los pesticidas en nuestra salud. Entrevista a Nicolás Olea

Según datos recientes, entre 2002 y 2019, el número de nuevos productos químicos, incluidos plaguicidas, productos químicos industriales y productos farmacéuticos aumentó de 20 millones a 156 millones.

La investigación médica estima que nueve millones de muertes están relacionadas con la contaminación cada año. En ese sentido, hablar de “exposoma” permite identificar y tener en cuenta ese mapa complejo de los efectos interactivos en nuestra salud no solo de factores ambientales como las sustancias químicas presentes en el aire, el agua y los alimentos, sino también de todo los factores sociales y personales como la respuesta individual de nuestro cuerpo al entorno en el que está inmerso.

FUHEM Ecosocial entrevista a Nicolás Olea, Catedrático/Facultativo Especialista de la Facultad de Medicina/Hospital Clínico S. Cecilio Universidad de Granada y socio fundador del think tank para la transición alimentaria Alimentta, sobre “EXPOSOMA”: el impacto de un ambiente tóxico sobre nuestra salud por vía alimentaria, con el objetivo de analizar y reflexionar sobre los efectos negativos de la exposición a los pesticidas y otras sustancias tóxicas por vía alimentaria para la salud de las personas, perfectamente conscientes de que existen otras dimensiones e impactos a tener en cuenta, también sobre la salud del medio natural.

En un estudio del 2021 la Agencia AESAN alertaba de que 46 plaguicidas no autorizados por la UE seguían presentes en los alimentos, como consecuencia de autorizaciones excepcionales para su uso, porque son contaminantes persistentes o porque se hace un uso ilegal de los mimos. Además, sabemos, por el mismo estudio, que el 43% de las muestras de frutas y verduras y el 40% del conjunto de alimentos contienen residuos de plaguicidas, es decir, restos de insecticidas, herbicidas o fungicidas. Esto quiere decir que en los alimentos se han detectado 125 tipos de plaguicidas diferentes, aunque “sólo” el 2,5% de las muestras supera los límites legales permitidos por la normativa.

Las preguntas surgen espontáneas: si existe legislación en materia, ¿Qué hacen esas sustancias en nuestros alimentos? Si miramos los biomarcadores, ¿Cuántos de estas sustancias volvemos a encontrar? ¿Cuánto de peligroso es el efecto sumatorio debido a tanta exposición? Estas y muchas otras preguntas son las que Nicolás Olea intenta responder en esta entrevista.

Consideramos que de cara a los nuevos retos y expedientes que se abren en Europa con el objetivo de definir y perfilar una ley de sistemas alimentarios sostenibles, una nueva normativa comunitaria sobre plaguicidas, la desregulación en materia de nuevos OGM y las dudas que plantea, contar con la opinión y reflexión informada de uno de los mayores expertos con una larga trayectoria académica a nivel internacional, puede resultar de gran ayuda si queremos ampliar el conocimiento y la conciencia de las repercusiones problemáticas de comer alimentos contaminados y estar expuestos de manera permanente a sustancias toxicas.

A continuación ofrecemos el video de la entrevista completa.

 

 

Para profundizar sobre la temática recomendamos:

Recursos publicados por FUHEM ECOSOCIAL:

I Informe sobre la calidad de vida en España, FUHEM Ecosocial, Madrid, 2023.

La Alimentación en disputa, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 139, otoño 2017, disponible en:

¿Jugando a aprendices de brujo con la comida? Luces y sombras de la polémica sobre transgénicos y arroz dorado. Entrevista a Tiziano Gomiero,  FUHEM Ecosocial, 2017.

V Diálogo Ecosocial: ¿Comer es un acto peligroso?, FUHEM Ecosocial, 2015.

Publicaciones de Nicolás  N. Olea:

Publicaciones recopiladas en Pubmed de la National Library of Medicine.

Nicolás Olea Serrano, “Libérate de tóxicos. Guía para evitar los disruptores endocrinos”, RBA, 2019, 416 p.

Otros:

Proyecto Europeo HBM4EU.

Food in the Anthropocene: the EAT-Lancet Commission Summary Report on healthy diets from sustainable food systems:


malestares

Malestares e ilusiones (Horizonte 2008-2023)

malestares
Portada del número 158 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

Jordi Mir, profesor de filosofía moral y política en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona y la Universitat Autònoma de Barcelona, escribe Malestares e ilusiones (Horizonte 2008-2023), para la sección A FONDO del número 158 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, que gira en torno a los malestares de la sociedad actual.

El autor reflexiona sobre los malestares invisibilizados de forma forzosa, como la pobreza, la precariedad y desigualdades cada vez más clamorosas dentro de sociedades que se empobrecen y se enriquecen al mismo tiempo a tenor de las crisis encadenadas que se suceden en este siglo: la de las hipotecas en 2008, la del COVID-19 en 2020 y la de la energía con la guerra de Ucrania en 2022. Malestares que se vuelven súbitamente visibles en periodo electoral. Sin embargo, el “autismo” de los partidos tradicionales ha llevado a una frustración en parte de la ciudadanía que ha ayudado a alumbrar nuevos proyectos políticos.

Malestares que no se quieren ver. «Yo no lo veo», así se expresaba el portavoz del Gobierno de la Comunidad de Madrid, Enrique Ossorio, ante los resultados del Informe sobre Exclusión y Desarrollo Social en la Comunidad de Madrid de la Fundación FOESSA (Fomento de Estudios Sociales y de la Sociología Aplicada).1 Negaba objetividad al informe y ante el aumento de la pobreza señalado en el informe se preguntaba: «¿Por dónde estarán?». Siempre con buenas palabras sobre los informes y la necesidad de atender a las personas que lo necesitan, Ossorio, como portavoz del gobierno de la Comunidad de Madrid negaba la realidad, negaba el conocimiento y lo existente. Los principales resultados de este informe, que se centra en la Comunidad de Madrid, pero que FOESSA también elabora sobre otras comunidades autónomas y se une sus trabajos sobre el conjunto de España, alertan de que la cohesión social ha sufrido un impacto sin precedentes como consecuencia de las crisis relacionadas con la pandemia del SARS CoV-2.

Este informe se elaboró junto con el informe global Evolución de la cohesión social y consecuencias de la Covid-19 en España,2 y fue desarrollado por 30 investigadores de diez universidades y entidades de investigación. El equipo encargado de la encuestas llamó a más de 90.000 hogares de toda España.

Los resultados negados por el gobierno de la Comunidad de Madrid muestran que un millón y medio de personas en ese territorio se encuentran en situación de exclusión social. Esto supone cinco puntos más que antes de la pandemia (del 17% en 2018 al 22%), es decir, 370.000 personas más en exclusión social. Hay que señalar el aumento del 25% de las situaciones de exclusión severa, alcanza ya a 800.000 personas.

Este informe, como otros de los desarrollados en los últimos años, nos muestran una tendencia constante en nuestra sociedad. Somos una sociedad que se enriquece y se empobrece al mismo tiempo. Los resultados de este último informe indican un aumento de la desigualdad entre los más pobres, que han visto reducidas sus rentas un 22%, que contrasta con el crecimiento del 18% de las rentas de las personas con mayores ingresos. La pobreza aumenta, cada vez afecta a más personas, y se agudiza, mientras la riqueza de las personas más ricas también aumenta.

Cada nueva crisis se encadena con una anterior que está lejos de estar superada. Toda crisis tiene impactos que consolidan precariedad y pobreza

Esta tendencia a la desigualdad, a la pobreza que va a más mientras que la riqueza de pocos también, es una constante de los últimos años y de las últimas crisis. Pero se continúa hablando como si la sociedad fuese una. Se habla de si el país va bien, de si la economía se recupera o está en crisis, y se desconoce, se olvida o se quiere ocultar lo que realmente ocurre. Nuestra sociedad se enriquece y se empobrece a la vez: cada vez hay más personas pobres y con casos de pobreza más severa mientras que podemos encontrar algunos indicadores que se utilizan para señalar lo positivo de nuestra situación económica.

Cada nueva crisis se encadena con una anterior que está lejos de estar superada. Toda crisis que estamos viviendo tiene impactos que consolidan precariedad y pobreza. Negar este conocimiento de la realidad que tenemos es negar la realidad.

Se trata de una realidad que no afecta exclusivamente a una comunidad autónoma, a un país, a un continente. Hace unos años se popularizó la expresión “los perdedores de la globalización”. Se trata de una expresión que puede tener la capacidad de mostrar, de señalar, la dimensión de lo que estamos hablando. Es algo que va más allá de unas fronteras y que, aunque no se quiere ver, acaba emergiendo.

 

Malestares que sí se ven cuando llegan elecciones

En los últimos años se ha recurrido a los malestares existentes para explicar resultados electorales no esperados. La victoria electoral de Donald Trump generó mucha literatura para intentar entender cómo podía ganar la presidencia de los Estados Unidos de América una persona que para un determinado sentido común era inaceptable.3 Lo inconcebible había sucedido. ¿Cómo explicarlo?

Algo parecido ha ocurrido con el crecimiento del proyecto de extrema derecha de Marine Le Pen en Francia. En las dos últimas elecciones presidenciales ha conseguido pasar a la segunda vuelta y disputar a Emmanuel Macron la presidencia. En esta última ocasión también hemos podido leer un gran número de artículos dedicados a los malestares que explicarían estos resultados. Le Pen para un determinado sentido común también era inaceptable. Lo inconcebible había sucedido, aunque en este caso no llegara a la presidencia.

Estas realidades no se limitan a Estados Unidos de América o a Francia, podemos pensar en la evolución de la sociedad española, en el Brexit del Reino Unido, y en tantos otros países. Los malestares conducen a diferentes sectores de la población a opciones de votos que para otros son inconcebibles, inaceptables.

La significativa reducción de apoyos a los partidos políticos tradicionales puede ser vista como señal de su agotamiento, o incapacidad, para dar respuestas a los problemas que vive una parte de sus sociedades. No está escrito en ningún sitio, no obstante, que las nuevas opciones que han ido surgiendo y ocupando su espacio lo lograrán, pero parece evidente que la confianza se ha roto con las tradicionales. Los partidos tradicionales sufren una considerable crisis de representatividad.

Una parte importante de la población ha considerado que los proyectos políticos tradicionales son parte del problema y no puede representar a unos sectores de la ciudadanía que habían confiado en ellos durante décadas. En buena parte de estas sociedades los sistemas de partidos han vivido un significativo vuelco en pocos años.

Las elecciones presidenciales en Estados Unidos de América de 2016 nos mostraron cómo su sólido bipartidismo fue cuestionado por dos opciones que surgían desde la enmienda a sus propios partidos. Es el caso de Trump y Sanders. Bernie Sanders no logró ser designado candidato por el Partido Demócrata, pero ganó una repercusión muy considerable que llevó incluso a comportamientos reconocidos como no honestos durante las primarias por parte de las estructuras del partido. Trump ganó la representación por el Partido Republicano con una gran enmienda al propio partido. Trump acabó imponiéndose a Hillary Clinton, quien era asociada por amplios sectores de la sociedad con los problemas que vivían ellos mismos y su país.

En las elecciones de 2020, pese a todo lo vivido, la victoria de Biden se dio con un gran resultado por parte de Trump. Está por ver la evolución de esa sociedad, incluso tras el episodio del asalto al Capitolio y la afirmación del robo electoral.

Ante malestares en aumento y respuestas en descenso por los partidos tradicionales, una parte significativa de la sociedad ha decidido buscar alternativas políticas

En Francia hemos visto algo comparable durante los últimos años. Emmanuel Macron abandonó el partido socialista en declive para crear rápidamente un nuevo proyecto que le permitió llegar a la presidencia. La propuesta de Le Pen también debe ser vista como un proyecto que ha ido evolucionando con voluntad de convertirse en un partido capaz de ocupar la centralidad de su sociedad.

En el Reino Unido asistimos a la gran recomposición de los partidos tradicionales alrededor del gran acontecimiento que fue el Brexit. De un modo parecido a lo vivido en los Estados Unidos, en el Reino Unido el bipartidismo ha vivido mutaciones relevantes. Si en Estados Unidos llegaba con opciones Sanders en las primarias demócratas, en el Reino Unido fue Jeremy Corbyn quien alcanzó el liderazgo del Partido Laborista. Y algo comparable a lo vivido con Trump se puede ver con Boris Johnson.

Ante malestares en aumento y respuestas en descenso por parte de los partidos políticos tradicionales una parte significativa de sus sociedades, viviendo una crisis de representatividad, ha decidido buscar alternativas. Trump era una alternativa al poder tradicional de Washington, demócrata o republicano. El Brexit era una alternativa al poder tradicional del bipartidismo. Macron era una alternativa a los partidos tradicionales… pero a las alternativas también les acaba llegando su caducidad.

En España se ha vivido un proceso parecido alrededor de las movilizaciones del 15M de 2011 y la ola democratizadora que impulsaron.4 El Partido Popular y el Partido Socialista Obrero Español están siendo capaces de mantener sus posiciones dominantes, pero fueron cuestionadas seriamente por nuevos proyectos como Ciudadanos y Podemos. Ciudadanos y Podemos estuvieron a punto de descabalgar al Partido Popular y al Partido Socialista Obrero Español de sus posiciones dominantes en el centro-derecha y el centro-izquierda.

El bipartidismo sólidamente asentado en el Congreso de los diputados estuvo en disputa. Y durante los últimos años hemos vivido la lucha de los partidos tradicionales para volver a sus posiciones de dominio, pero han quedado alteradas.

En España el gran cambio electoral se dio en las elecciones municipales de 2015. Lo vivimos en mayo de ese año. Cómo explicar que en ciudades como Barcelona y Madrid (y podemos ampliar la lista con Iruña, A Coruña, Santiago de Compostela, Cádiz, Zaragoza…) llegaran a gobernar proyectos políticos que representaban una significativa novedad frente a la tradición. Proyectos políticos que a pesar de confluir con opciones políticas preexistentes tenían muy poco tiempo de vida.

Este cambio en los gobiernos municipales no se puede explicar sin las movilizaciones sociales vividas entre 2008 y 2014, aproximadamente. Si nos centramos con más detalle en el ámbito catalán también habría que incorporar el proceso independentista como respuesta a los malestares y atender a la severa alteración del mapa de partidos.

Hubo quien rápidamente intentó explicar lo que empezaba a ocurrir recurriendo a un concepto que hizo fortuna: el populismo. Hubo quien no perdió ocasión de presentar como iguales todas estas novedades con unos argumentos muy cuestionables. Se ha querido poner en el mismo saco a Le Pen y Jean-Luc Melénchon en Francia, a VOX y Unidas Podemos en España... Lo que está claro es que estos proyectos han significado una novedad, que ha contribuido a mostrar malestares, y diferentes maneras de abordarlos.

Estos proyectos tienen concepciones de la democracia bastante antagónicas en algunos casos. Mientras unas surgen desde la reivindicación de más y mejor democracia, otras parecen hacer hincapié en el control y las restricciones que hay que establecer en la democracia. Algunos de estos proyectos han nacido de la voluntad de ampliar la democracia y dotarla de mayor calidad y otros buscan redefinirla limitando su alcance a determinados sectores de nuestra sociedad sin incorporar la preocupación por su calidad y su profundización. Tienen diferentes conceptos de lo que es la democracia y de cómo hacerla vivir.

 

Relatos y concreciones

Estos nuevos proyectos políticos surgidos de diferentes malestares existentes, no reconocidos, negados, invisibilizados han llegado a gobernar en diferentes lugares, dentro y fuera de España. Pero no siempre han querido o podido entrar a solucionar los malestares existentes. En ocasiones, su apelación a esos malestares ha formado parte de relatos para la captación de apoyos que no se han concretado. En ocasiones, su llegada al gobierno se ha concretado en cambios más o menos profundos limitados por los apoyos necesarios para hacer efectivas las políticas que querrían implementar.

Tenemos pendiente un gran trabajo de análisis de los impactos que han podido generar estos nuevos proyectos desde su aparición y desde su obra de gobierno. Por ejemplo, pensando en el caso español, ¿qué diferencias podemos encontrar en las políticas públicas que se han desarrollado o se están desarrollando para actuar ante las crisis vinculadas a la pandemia y las aplicadas en las crisis iniciadas en 2008?

En el escenario español tenemos un caso especialmente útil para acercarnos a estas posibilidades y limitaciones. El lunes 18 de octubre de 2021 el grupo parlamentario de Unidas Podemos organizaba en el Congreso unas jornadas dedicadas a la ley estatal de la vivienda que está impulsando (18 y 19 de octubre). En la presentación de las jornadas Ley Estatal de Vivienda: un nuevo paradigma estaba la ministra Yolanda Díaz, la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, Ione Belarra, secretaria general de Podemos, y Alejandra Jacinto, secretaria de Derecho en la Vivienda de Podemos.

No se puede entender a Podemos sin la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca y las movilizaciones del 15M. Podemos surge de esas movilizaciones, de los malestares que allí se expresaron. Esto no quiere decir que Podemos sea su traducción en la política institucional, pero las movilizaciones surgidas hace una década hicieron posible la construcción de un proyecto político que ahora gobierna en España, en un gobierno de colación con el PSOE, partido que ya gobernaba cuando tuvieron lugar estas movilizaciones.

La PAH nació en 2009 para reivindicar el derecho a la vivienda en un momento en el que la situación económica empezaba a afectar a personas que se habían endeudado durante un período de alto crecimiento económico y alza de los precios de las viviendas que compraron. La situación en 2009 había cambiado y empezaban a emerger las graves dificultades para pagar las deudas. A la crisis de las hipotecas después se sumó el impago de alquileres. Alrededor de la PAH creció el movimiento por el derecho a la vivienda, pero también nacieron nuevos espacios como los Sindicatos de inquilinas, las Asambleas de vivienda o se reactivaron otros ya existentes. El movimiento por el derecho a la vivienda es diverso. La PAH en 2009 era una movilización pequeña que creció y creció a partir de las movilizaciones del 15M de 2011. Casi podríamos decir que el mapa de las acampadas del 15M en 2011 en 2012 se sustituyó por el de las diferentes PAH que iban naciendo. Llegarían a ser más de 200 en el conjunto de España.

Estas organizaciones siempre han tenido como objetivo el derecho a la vivienda, reconocido en la Constitución española, pero no garantizado. La PAH no ha logrado el cambio legal para hacer posible este objetivo, pero son múltiples los logros y los aprendizajes que ha generado.5

Ante las limitaciones de la movilización y el escenario que se había abierto para entrar en la política institucional hubo gente que quiso intentarlo. En Unidas Podemos encontramos a diferentes personas que han surgido de la movilización de la PAH. En Barcelona en Comú también. Ada Colau, Lucía Martin forman parte del gobierno del Ayuntamiento de Barcelona hoy y vienen de la PAH de Barcelona, ​​la primera en constituirse. En el Gobierno español, por la parte de Unidas Podemos también encontraremos diferentes personas que han hecho este recorrido. Y más allá de estas figuras públicas encontraríamos más. Y la PAH continúa con su trabajo y empujando al gobierno.

El derecho a la vivienda no se ha garantizado nunca en España, y no entramos ahora en la grave situación que esto supone en buena parte del planeta.  Si hoy en España se está un poco menos lejos de hacerlo posible es gracias al movimiento por el derecho a la vivienda y a Unidas Podemos. ¿Se conseguirá? No parece fácil. Nunca lo ha sido y hay una mayoría de partidos que no parecen estar trabajando en ese objetivo. ¿Se adelantará al establecer medidas que contribuyan a ello? Lo han hecho en ayuntamientos donde gobiernan y lo han llevado a gobiernos autonómicos. Estas reivindicaciones han ganado un apoyo social que no tenían hace unos años y cuesta negarlas o enfrentarse a ellas; sin embargo, una parte importante de los partidos encuentran la manera de conseguir que no avancen.

La movilización social ha logrado conectar calles y parlamentos para abordar un elemento clave de nuestro sistema social: el derecho a la vivienda. Está por ver qué transformaciones se conseguirán. Pero conviene reconocer esos cambios que estamos viviendo. Hay una cierta tendencia a menospreciar estos cambios impulsados ​​por la movilización o a camuflarlos, hacerlos pasar por propios de los partidos. Sin la movilización social, que es expresión de malestares e ilusiones, no estaría pasando.

Hoy todavía no sabemos qué saldrá de este intento por conseguir garantizar de forma efectiva el derecho a la vivienda. Lo que sí sabemos es que los debates están abiertos, alguien ha logrado que se abran y convendría que no se cerraran en falso. Hay quien nunca le ha interesado hablar del derecho a la vivienda, ni de la pobreza, ni de la emergencia climática, ni del patriarcado, ni de las distintas opresiones que se viven en nuestra sociedad.

Hoy, tras años de movilizaciones, la hegemonía discursiva ha cambiado. Costará encontrar un partido que no hable en nombre del derecho a la vivienda, nadie lo negará. Y lo mismo ocurrirá con los demás asuntos que la movilización social ha logrado introducir en los parlamentos... Pero no es suficiente con el relato, con ganar la hegemonía discursiva, hay que conseguir la concreción, la hegemonía efectiva que concrete y garantice el derecho.

«España es una democracia plena» es un lema que se repite con insistencia para responder al cuestionamiento del funcionamiento de nuestra sociedad. En los últimos meses, por ejemplo, como respuesta a los espionajes que se han conocido, pero también contra otras reivindicaciones. Hoy España no es una “democracia plena”, como mínimo a ojos del índice de The Economist que la rebajaba a “democracia con defectos”. Más allá de los criterios de The Economist, justo hace 11 años se popularizaba otro lema: «Democracia real ya». Un grito presente en las manifestaciones del 15M. Un grito que daba nombre a uno de los colectivos convocantes. Un grito que no nacía de la nada, daba continuidad a un canto clásico de las movilizaciones de décadas anteriores: «Le llaman democracia y no lo es».

Las sociedades que se quieren democráticas acostumbran a profundizar en ella si están dispuestas a criticar y cuestionar lo existente. Más allá de la discusión nominal sobre si son democracias o no, lo relevante acostumbra a ser la exigencia que se decide tener. Lo que conocemos como 15M fue una movilización de exigencia democrática, una nueva ola de democratización en una sociedad con carencias significativas. La exigencia de «democracia real ya» surgía de las condiciones materiales de vida, de la crisis de representación política, de una legalidad que se consideraba favorecedora de los poderes existentes, de las corrupciones…

¿Es democrática una sociedad en la que no se garantiza el derecho a la vivienda? ¿Es democrática una sociedad en la que existe una parte tan amplia de la población en riesgo de pobreza o en precariedad laboral y vital? La idea de democracia nació en las sociedades modernas como ideal revolucionario. Hoy, en demasiadas ocasiones, se defiende como justificación de lo existente. Hoy comparten gobierno en España, y en el Ayuntamiento de Barcelona, quien insiste en que España es una democracia plena y quien llegó allí reivindicando democracia real ya.

La pandemia nos muestra aquello que es esencial, que no funciona en nuestra sociedad y ha contribuido al desencadenamiento de este enorme malestar

Se hace política con quien se puede y no siempre con quien se quiere. Y más allá de las dinámicas partidistas y de los gobiernos de coalición, convendría recordar el apoyo mayoritario a la democratización que consiguió el 15M, y cómo en tiempos de grandes malestares y crisis la respuesta mayoritaria en nuestras sociedades continúa siendo la de la profundización de la democracia. Pero no tenemos suficiente con relatos y discursos, necesitamos poder afrontar los graves problemas que tenemos como sociedad. Necesitamos concreciones. Necesitamos concreciones que den respuestas a los malestares existentes y que contribuyan a hacer posibles las ilusiones necesarias.

 

Ilusiones necesarias

«Saben inventar mundos futuros que nos pueden ayudar a identificar sorpresas estratégicas, nuevas amenazas y nuevos conflictos en 2060»7 declaraba Emmanuel Chiva, director de la Agencia de Innovación para la Defensa (AID) del Ministerio de las Fuerzas Armadas de Francia, al presentar el proyecto Red Team. Se trata de un grupo de personas creadoras de ciencia ficción que han recibido el encargo de imaginar futuros para preparar al ejército francés ante riesgos que ahora no pueden prever, no importa que no sean realistas. La población no veía como realista la pandemia de la COVID-19. Hay que prepararse para todo lo que pueda llegar en los próximos años. Lo que no deja de llamar la atención es que se dediquen recursos a posibles males no imaginados y no seamos capaces de ver los malestares ya existentes hoy. Nuestros gobiernos no suelen hacer el encargo de imaginar utopías; han preferido imaginar desastres, amenazas, que necesiten una respuesta militar.

La pandemia nos está mostrando aquello que es esencial, aquello que no funciona en nuestra sociedad y ha contribuido al desencadenamiento de este enorme malestar. Hemos visto cómo nuestra deforestación planetaria nos acerca a enfermedades para las que la selva antes actuaba como vacuna. Hemos visto cómo disponer de un sistema sanitario insuficiente, tensionado, colapsado en determinados momentos del año sin necesidad de añadir ninguna circunstancia excepcional, tiene múltiples efectos negativos. Hemos visto cómo una pandemia nos puede igualar ante la enfermedad, pero las características de nuestra sociedad nos hacen vivir grandes desigualdades que se suman a las que ya se han convertido en estructurales. En nuestras sociedades hay graves problemas relacionados con el acceso a la vivienda, al trabajo, a suministros básicos…

No son problemas nuevos, vienen de lejos y se agudizan con cada nueva crisis: la crisis de las hipotecas basura de 2008, la crisis de la pandemia, las crisis de la guerra de Ucrania, la crisis de la inflación… Todo son crisis. Cada una con sus características, sus causas y sus efectos, pero todas teniendo un fuerte impacto en el conjunto de la ciudadanía y permitiendo que una pequeña parte de nuestras sociedades se enriquezca. Es una constante. Nuestras sociedades se enriquecen y empobrecen a la vez, todo depende de qué parte de nuestra sociedad observemos.

En las últimas elecciones de Francia o en las de Andalucía hemos vuelto a ver la ausencia en las urnas de distintos sectores de la sociedad. Las personas jóvenes, las personas con menos recursos… Personas que parecen necesitar de la ilusión por ir a votar. Lo hemos visto en otras convocatorias electorales. Lo hemos visto en distintas sociedades. Hemos visto también qué ocurre cuando hay alguna ilusión que se extiende por una sociedad: de repente sectores que hacía tiempo que no votaban lo hacen y se pueden producir cambios. No parece haber nada más poderoso que una ilusión. Y también hemos visto algunas respuestas ante esto: si tu proyecto no puede ser el de la ilusión el objetivo será acabar con el que lo pueda ser.

Vivimos tiempos de falta de ilusiones, incluso podíamos decir que son tiempos de resignación y desesperación. Cuando más falta nos hacen las ilusiones más se echan de menos. La pandemia debía servirnos para pensar en qué nos había llevado hasta ella para evitarlo y salir mejor. No lo había logrado hacer la emergencia climática que sufrimos. La guerra ha llevado a hablar de mayor inversión militar, de nuevos frentes de batalla, de enemigos a vencer, y de pasar página rápidamente de todas aquellas necesidades sociales que la pandemia había contribuido a situar en primer plano. Nos vuelven a hablar de la OTAN como futuro, como solución a problemas que están causados ​​por el propio militarismo8/ que esta organización impulsa.

Nuestras sociedades se enriquecen y empobrecen a la vez, todo depende de qué parte de nuestra sociedad observemos

El «No hay alternativa» de Margaret Thatcher –TINA: There is no alternative– siempre hay quien lo recupera. Lo hace de forma explícita o implícita, nos lo demuestra con palabras y hechos o solo con hechos y utilizando palabras que escondan la realidad. No hay alternativa a la guerra. No hay alternativa a la OTAN. No hay alternativa a las fronteras donde matamos a quien quiere entrar en nuestro país. No hay alternativa a los desahucios. No hay alternativa a los precios de los alquileres que nos hacen marchar de nuestras localidades. No existe alternativa a la precariedad laboral. No existe alternativa a la crisis ecológica. No existe alternativa a las violencias y opresiones que vivimos. No hay alternativa a que no te hagamos caso… Este es otro de nuestros malestares, el pensar que no hay alternativas posibles.

Una parte de estas personas que ya no van a votar lo hacen asumiendo o resignándose al «no hay alternativa» o, dicho de forma más cercana, «es lo que hay». El crecimiento de la extrema derecha debe entenderse también en este escenario.8 La extrema derecha aporta ilusiones cuando otras ilusiones parecen haberse apagado, cuando otras opciones ya se han probado y la extrema derecha intenta convencer de que su tiempo ha llegado... Las ilusiones pueden comportar desilusiones. Necesitamos someter las ilusiones a la crítica y la autocrítica. No caer en engaños y tampoco tirar a la criatura con el agua sucia. Hay que valorar lo que se consigue en cada ola ilusionada que logra producir cambios.

Francisco Fernández Buey, que dedicó mucho más que una obra9 a las ilusiones y las utopías, decía que era necesario distinguir entre tener ilusiones y hacerse ilusiones. Necesitamos tener ilusiones, que es necesario fundamentar bien y que no dejaremos de trabajar. Ilusiones que mucha gente nos dirá que son irrealizables, utopías… Estas ilusiones serán utopías, no en el sentido negativo que se ha ido imponiendo para hablar de realidades imposibles. Estas ilusiones serán utopías en el sentido de lo que todavía no es, pero que mejorará nuestra sociedad cuando sea. Estas ilusiones serán utopías como lo fueron antes de que existieran derechos y libertades que ahora tenemos. Aquellos derechos y aquellas libertades que mucha gente dijo que jamás serían, que nunca podrían ser. Las libertades y los derechos de hoy fueron utopías ayer y las ilusiones de hoy, las utopías de hoy, serán las libertades y los derechos de mañana.

Acceso al texto completo en formato pdf: Malestares e ilusiones (Horizonte 2008-2023).

NOTAS:

[1] El informe completo se puede leer aquí: https://www.foessa.es/main-files/uploads/sites/16/2022/03/Informes-Territoriales-2022_MADRID.pdf

[2] El informe completo se puede leer aquí https://www.caritas.es/producto/evolucion-de-la-cohesion-social-y-consecuencias-de-la-covid-19-en-espana/

[3] Una lectura interesante desde la perspectiva de los malestares y las ilusiones puede ser Extraños en su propia tierra. Réquiem por la derecha estadounidense,  de la socióloga Arlie Hochschild, Capitan Swing, 2018.

[4] Para profundizar en lo que el autor ha trabajado sobre el 15M, véase: Ola 15M 10 años de movilización y cambio, Bellaterra edicions, Barcelona, 2021.

[5] Para profundizar sobre la PAH se puede destacar la reciente obra de João França La PAH. Manual de uso, Rosa-Luxemburg-Stiftung, 2022. Disponible en: https://www.rosalux.eu/es/article/2025.la-pah.html

[6] «Cuando el ejército se une a la ciencia ficción para imaginar lo peor», publicado en Radio France Internationale, 9 de julio de 2021. Disponible en: https://www.rfi.fr/es/francia/20210709-cuando-el-ej%C3%A9rcito-se-une-a-la-ciencia-ficci%C3%B3n-para-imaginar-lo-peor

[7] Para profundizar en el militarismo es muy recomendable el número 157 de esta revista. Disponible en: https://www.fuhem.es/2022/05/04/papeles-157-militarismo/

[8] Puede ser interesante aproximarse a las actuaciones de una referencia para la extrema derecha como es Steve Bannon para entender sus ideas y sus comportamientos. Véase Jordi Mir, «Steve Bannon: Fogonazos en los diagnósticos, oscuridad tenebrosa en las respuestas», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 155, 2021 (ejemplar dedicado a: Ritmos autoritarios), págs. 119-125, disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/steve-bannon-fogonazos-en-los-diagnosticos-oscuridad-tenebrosa-en-las-respuestas/ 

[9] Francisco Fernández Buey, Utopías e ilusiones naturales, El Viejo Topo, Barcelona, 2007.

 

 

 

 

 


Qué significa la paz ambiental en el siglo XXI

Paz Ambiental
Paz Ambiental en el siglo XXI

La paz ambiental pretende dar respuesta al desafío de la crisis climática y ecosocial mediante la solución de los conflictos socioambientales por medios pacíficos.

Es una paz positiva centrada en los ecosistemas y en las personas, en sus derechos y en la justicia social y de género. Es una paz que nos lleva a actuar con conciencia global y de especie, porque los grandes problemas del siglo XXI son planetarios, no entienden de fronteras y, aunque de forma diferenciada, afectan a todas las personas y especies vivas.

La paz ambiental se contrapone al modelo de vida del norte global impuesto por el capitalismo y a sus sistemas de seguridad militar, que actualmente mantienen los modelos de crecimiento capitalista y de explotación neocolonial de recursos, tanto no renovables como renovables, que son causa de la crisis ecosocial, con un uso intensivo de los combustibles fósiles que origina el calentamiento global, la degradación ambiental y la crisis climática.

Su objetivo es el de ofrecer protección a la naturaleza y a las personas, armonizando las tensiones entre política y seguridad, para poder satisfacer las necesidades básicas de las comunidades sin destrucción de su hábitat y abordando los conflictos con métodos pacíficos y de diálogo; además de acompañar y visibilizar los movimientos de defensa del territorio y las resistencias a una destrucción socio-ambiental que, a menudo, tiene un marcado componente de clase, género y raza. La paz ambiental conlleva inevitablemente el desarme y la renuncia a las soluciones violentas, desde la constatación de que no hay paz sin paz ambiental.

El Grupo de Paz Ambiental de la Asociación Española de Investigación para la Paz, AIPAZ, y por FUHEM Ecosocial −y apoyado por el Centre Delàs de D'Estudis per la Pau , el Instituto de la Paz y los conflictos de la Universidad de Granada - IPAZ  y la Fundación Cultura de Paz, con la colaboración de Ateneo La Maliciosa−organizaron un Seminario cuyo objetivo era reunir una serie de personas expertas para examinar el concepto de paz ambiental en el siglo XXI, el del Antropoceno, o el Siglo de la Gran Prueba, en palabras de Jorge Riechmann.

Se exploraron los impactos para la paz de la crisis ecosocial a través de un examen de los marcos en los que se sitúa y también de sus impactos en forma de conflictos socioecológicos y de delitos contra el mundo natural. Pero no nos quedamos ahí; también se expusieron otros marcos y alternativas que permitan superar estas condiciones, o al menos, amortiguarlas: las aproximaciones desde el derecho, la economía, la tecnología, los nuevos enfoques de la seguridad y la alfabetización ecosocial.

A continuación ofrecemos los videos resultantes de  cada una de las sesiones:

Presentación y Conferencia Inaugural.

Presentación a cargo de  Santiago Álvarez Cantalapiedra, director del Área Ecosocial de FUHEM, y Co y  Ana Barrero presidenta de la Asociación Española de Investigación para la Paz - AIPAZ y directora de la Fundación Cultura de Paz y  Conferencia inaugural:  El derecho humano al agua para la construcción de paz, por parte de Pedro Arrojo, Relator Especial de la ONU sobre los derechos humanos al agua potable y al saneamiento.

 

https://www.youtube.com/live/iVF5Dx3qEeg?si=LMfVsZcmaoPLqd80

 

BLOQUE I: DIAGNÓSTICO

Sesión 1. La paz ambiental ante los desafíos de la crisis ecosocial.

Modera: Nuria del Viso, investigadora del Área Ecosocial de FUHEM.

https://www.youtube.com/live/O7AUksyLMBo?si=KgzV5j3cFXxj46sM

 

Sesión 2. Ecocidio y propuestas de protección de la naturaleza desde el derecho

Modera: Beatriz Arnal Calvo, investigadora del Seminario e Investigación para la Paz -SIP y WILPF- España.

https://www.youtube.com/live/tC_FdcCmni8?si=l-NvBoNSGxV7fHQc

 

Sesión 3. Presentación informe Alfabetización Ecosocial para la Construcción de la Paz

Modera: Luis Sánchez Vázquez, profesor de la Universidad de Córdoba / STAND UGR.

 

https://www.youtube.com/live/qG9cEEqcDGY?si=vv14_F9xrJujRxhc

 

Sesión 4. Conflictos socioecológicos, nuevas manifestaciones de la conflictividad global

Modera: Jesús Andrés Sánchez Cazorla, coordinador de Miradas al Mundo. Instituto de la Paz y los conflictos - IPAZ. Universidad de Granada.

 

https://www.youtube.com/live/mggvIBwzxU8?si=1Eyp9KaRmUd9UoZy

BLOQUE II: Alternativas

Sesión 5. De la violencia a la paz: Nuevos enfoques de la seguridad para la paz ambiental

Modera: Pere Brunet - Centre Delàs de D'Estudis per la Pau

Conclusiones y cierre, Pere Ortega, investigador del Centre Delàs d'Estudis per la Pau

 

https://www.youtube.com/live/-MArv5kaQ2k?si=TMufQhnKnvY6Mgl3

 

Organizan:                                                              Apoyan:                                                                                           Colabora:


Entrevista a Juan Manuel Vera

Entrevista a Juan Manuel VeraNuria del Viso, del equipo Ecosocial de FUHEM entrevista a Juan Manuel Vera, publicada en el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

La entrevista, en torno a los temas planteados por Juan Manuel Vera en su libro Contra las oligarquías, repasa el actual contexto de desposesión de numerosos resortes democráticos debido al poder de las élites y las oligarquías, para detenerse en los impactos de la COVID-19 sobre el cuerpo social. Vera examina las posibilidades de los movimientos sociales para revertir la situación de múltiples malestares.

En un contexto de élites saludables y hercúleas oligarquías reflexionar sobre los valores de la democracia libertaria y antioligárquica en el presente, sin renunciar a sus raíces históricas, es una necesidad inaplazable. A esta tarea dedica Juan Manuel Vera su ensayo Contra las oligarquías, que examina el papel de los movimientos sociales en la transformación de este presente. Juan Manuel Vera, economista especializado en la lucha contra el fraude fiscal, ha publicado numerosos textos sobre temas históricos, políticos, tributarios y sociales y es uno de los máximos divulgadores en España del pensamiento de Cornelius Castoriadis. En esta entrevista conversamos sobre los problemas que han motivado su libro y sobre los elementos que han confluido para alimentar los distintos malestares contemporáneos.

Nuria del Viso (NV): Acabas de publicar Contra las oligarquías. Ensayos sobre la memoria socialista y democracia libertaria. ¿Qué persigues con este libro?

Juan Manuel Vera (JMV): Este libro es una reflexión sobre lo que me parece una notable paradoja del mundo contemporáneo. Vivimos una época en la que el dominio del capitalismo neoliberal aparece como absoluto y, sin embargo, muestra permanentemente su notoria incapacidad para cumplir las expectativas sociales que genera. De hecho, en las décadas transcurridas del siglo XXI se han manifestado abiertamente los flujos sociales que se resisten a esa dominación. Pero no aparece una alternativa política y social visible.

La paradoja consiste en que la fuerza del sistema presenta debilidades potencialmente explosivas y, a la vez, la debilidad de quienes se resisten al mismo está llena de potenciales de reconstrucción social. Los ensayos incluidos en el libro oscilan entre ambos niveles de análisis.

La aparente ausencia de alternativa al orden neoliberal es la razón por la que la primera parte del libro tiene un enfoque histórico. Aunque las reflexiones contenidas en Contra las oligarquías se orientan al presente me ha parecido oportuno prestar atención a las raíces históricas y sociales de la decadencia de las tradiciones de la izquierda. Pero siempre teniendo muy presente, como decía la Reina en Alicia detrás del espejo, que «es una triste clase de memoria aquella que solamente funciona hacia atrás».

Me gustaría desarrollar un poco esta elección. En la primera parte del libro se explica que la izquierda se había construido en la segunda mitad del siglo XIX como expresión política y parte de un movimiento de los de abajo, un amplio movimiento social con metas de libertad política y de igualdad social. La izquierda del siglo XX dejó de beber de esa fuente social para construir organizaciones plenamente estatalistas, ya fueran adaptadas a las estructuras capitalistas o empeñadas en construir un poder burocrático supuestamente socialista. La izquierda del siglo XX estaba obsesionada por el poder estatal. Frente a las ideas originarias libertarias-democráticas-socialistas se hicieron muy presentes las experiencias autoritarias-totalitarias-estatalistas. Esa mirada histórica hace inevitable preguntarse de qué hablamos cuando hablamos de izquierda. El culto a los líderes, el instinto oligárquico y una gran desconfianza por la autoorganización de la sociedad han sido algunos de sus elementos constitutivos.

Por otra parte, la izquierda política ha dejado de ser la referencia de un movimiento por la igualdad social. El igualitarismo ya no encuentra en el eje izquierda/derecha una formulación adecuada. El programa igualitario necesita reconstruirse sobre unas bases sustancialmente distintas de las que lo sostuvieron en el pasado, cuando la fe en la estatalización de la propiedad creció al mismo tiempo que la influencia del marxismo.

Finalmente, otro factor de la decadencia de la izquierda tiene carácter civilizatorio: es el declive de todas las visiones fundamentadas en un crecimiento constante de las fuerzas productivas, en el crecimiento económico ilimitado, en la fe en el progreso y en la creencia en la neutralidad de las tecnologías.

La izquierda sigue atrapada en viejas fórmulas que no abren los ojos, sino que los cierran. Puede seguir alimentándose de las melancolías sobre el mundo sencillo de la Guerra Fría o en un antiamericanismo primario. O en el caso de la socialdemocracia, conciliar su participación en el consenso neoliberal con la melancolía sobre la leyenda feliz del Estado de bienestar. Nada de ello ayudara a construir un proyecto que merezca la pena.

La segunda parte del libro se centra en las cuestiones relacionadas con la democracia y la necesidad de un impulso antioligárquico. Mi reflexión pone su foco en todo aquello que se opone al dominio de las oligarquías, desarrollando procesos colectivos que buscan la igualdad social, la democratización y la autogestión social. Defender esas ideas es la pretensión fundamental de Contra las oligarquías.

 

NV: Desde la crisis de 2008, los recortes de 2011, la pandemia y ahora la subida acelerada de los precios de la energía, amplios sectores de la ciudadanía española vienen encadenando estrecheces y sumando malestares en un clima de desigualdades e injusticias que se amplían mientras observan cómo las oligarquías nuevas y viejas obtienen beneficios récord y se embolsan “dinero caído del cielo”. ¿Cuáles son los principales efectos de esta situación?

JMV: Cada episodio de los últimos años, como los que mencionas, ha supuesto un instrumento en manos de las élites en su intento de atenazar más a la población tanto en España como en el resto del mundo. Ya sea la crisis de 2008 y las políticas de austeridad, los efectos de la pandemia o el repunte de la inflación por la situación generada por los cuellos de botella en China y la invasión de Ucrania. El mundo neoliberal ha seguido plenamente su curso, con sus valores insolidarios y sus poderosas imágenes individualistas y economicistas, utilizando las circunstancias para seguir profundizando en sus políticas.

En cuanto a la pandemia, ha mostrado algo más. La incapacidad del mundo neoliberal para poner en primer plano la defensa de la salud y las condiciones de vida añade una nueva confirmación de una crisis civilizatoria que se profundiza, mientras las élites se atrincheran en una primacía de los valores mercantiles que no solo genera desigualdad, sino que pone en riesgo las condiciones de vida de la mayoría de los seres humanos. De esta pandemia no salimos con un mundo mejor; se ha convertida en una experiencia más del mundo neoliberal generando más desigualdad, más precariedad, más insolidaridad.

A mí me parece que la desigualdad es la enfermedad del siglo XXI. Desde aproximadamente 1980, la desigualdad de ingresos se ha incrementado rápidamente en Norteamérica, China, India y Rusia. También ha crecido significativamente, aunque sea más moderadamente, en Europa. Las estimaciones sobre el crecimiento de la desigualdad mundial desde 1980 y de su distribución entre la totalidad de la población revelan que el 1% de mayores ingresos a escala global recibió el doble de ingresos que el 50% más pobre.

El aumento de la desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza constituye una de las principales consecuencias del éxito de las trasformaciones neoliberales de las últimas décadas. Las políticas tributarias en favor de los más ricos es uno de los ejes olvidados de esa regresión social. El capitalismo neoliberal aparece como desregulado y desregulador, pero en realidad es un regulador de nuevo tipo, mercantilizador y desfiscalizador en beneficio de los grupos privilegiados.

El desmantelamiento parcial de las políticas sociales en los países occidentales ha permitido que se desplieguen los peores efectos de un capitalismo sin control. Sabemos desde hace mucho tiempo que el capitalismo solo cambió y se hizo más soportable durante algunas etapas de su historia, al menos en los países occidentales, como reacción a las luchas que, en nombre de la libertad y la democracia, de los derechos de los trabajadores y de los derechos sociales, le hicieron frente y le obligaron a adaptarse si quería sobrevivir.

El éxito de la ofensiva de las ideas liberistas ha representado un sistemático proyecto socialmente reaccionario, cuyos efectos prácticos han socavado fuertemente, en Europa y en el resto del mundo, algunos de los aspectos más importantes de la ciudadanía social. El nuevo espíritu del capitalismo, por mencionar la obra de Luc Boltanski y Ève Chiapello, ha vinculado su reorganización y expansión con la degradación de la situación social de la mayoría de la población.

El neoliberalismo ha destruido gran parte de la legitimidad del viejo sistema sin aportar realmente una legitimación alternativa. La expansión de comportamientos que trasladan en todos los ámbitos reglas basadas en la competencia individual y la gestión empresarial, hasta constituir una lógica social y una subjetividad propia, apunta a una nueva e inestable creación histórica del capitalismo. El deterioro de la ciudadanía social ha facilitado a las élites económicas reforzar su grado de control e influencia sobre los gobiernos y las agendas públicas. Esa posición reforzada ha sido utilizada, además, para obstruir el desarrollo de las instituciones supranacionales imprescindibles para someter a control el nuevo impulso tecnoeconómico.

La precarización ha producido una crisis de la ciudadanía que nos encamina a una sociedad del malestar

Este poder social no está determinado por ciegas fuerzas anónimas. El mundo global está gobernado por oligarquías políticas y económicas profundamente entrelazadas. El capitalismo neoliberal sigue fomentando el consumismo, pero también la precarización de las relaciones laborales y el deterioro de la protección social y de los servicios públicos. Todo ello ha producido una crisis de la ciudadanía que nos encamina a una sociedad del malestar, cada vez más ajena al proyecto de una sociedad democrática.

 

NV: Nos hallamos ante una profunda crisis civilizatoria que cruza todos los ámbitos. Valores como el de progreso, uno de los puntales civilizatorios de los últimos tres siglos, hace aguas, pero las oligarquías están dispuestas a seguir adelante cambiando mínimamente las reglas del juego. En tu libro mencionas la oligarquización de la política y el ascenso de sentidos fuertes y heterónomos (religión, nacionalismo, racismo…) ¿Puedes comentar sobre estos y otros posibles impactos? Por ejemplo, el uso de la tecnología a favor de las élites y las oligarquías.

JMV: En las últimas décadas el riesgo de colapso ecosocial se ha hecho una realidad. Como dijo en alguna ocasión Castoriadis, la humanidad se encuentra en un callejón sin salida, cortando afanosamente la rama del árbol en el que está sentada.

La crisis de civilización en que estamos inmersos afecta inevitablemente al conjunto de ideologías y concepciones imaginarias. Hay que tener presente que el capitalismo supuso el nacimiento de una nueva y muy poderosa significación imaginaria social: el “dominio” económico seudo racional, que implica que las principales finalidades humanas sean el crecimiento ilimitado de la producción y el consumo. Ese sueño del crecimiento económico ilimitado ha supuesto el centro de las concepciones sociales imaginarias del mundo capitalista en que vivimos. Y ello ha sido así tanto en la concepción burguesa del mundo como en gran parte de las concepciones supuestamente alternativas. No podemos olvidar que en la visión marxista el gran objetivo era el desarrollo de las fuerzas productivas, hasta el punto de que la necesidad del socialismo se hacía derivar de que el capitalismo suponía un freno a su desarrollo.

Mencionas la cuestión del uso de las tecnologías en favor de las élites. El problema es que las tecnologías no son neutrales, su propia naturaleza es consustancial a la organización económicosocial. La supuesta neutralidad de las tecnologías es otro de los elementos ideológicos más persistentes tanto del liberalismo económico como de Marx. Los socialistas pensaban que bastaría sustituir la forma de propiedad para que las tecnologías se volvieran virtuosas. Hoy sabemos que eso no es así, ni nunca ha sido así. No son los seres humanos los que deberían adaptarse a las tecnologías sino estas a nuestras necesidades y objetivos. Pero eso supone una transformación radical de la sociedad en que vivimos.

La lógica del capitalismo realmente existente es una lógica sin proyecto, tanto en los países y entre las clases privilegiadas, como en el resto. Una huida hacia adelante de una civilización que no está dispuesta a pensar a fondo sobre sí misma y en hacia dónde va, y que ya se enfrenta a los límites materiales de la sostenibilidad del sistema. Los peligros propios de nuestro tiempo siguen procediendo, pues, de ese imaginario extraordinariamente activo y destructivo, el imaginario capitalista. La cuestión central es que la ilusión del progreso, aunque esté en crisis, no tiene alternativa en el marco del capitalismo. La significación imaginaria central del capitalismo se está desmoronando sin que aparezca una nueva. Esa crisis genera un gran vacío. La ausencia de auténticas significaciones o representaciones colectivas creativas afecta a todo el sistema-mundo. Ese es el marco estricto en donde deben comprenderse fenómenos como el ascenso de nuevas formas de heteronomía que, en muchos casos retoman o actualizan viejos monstruos, desde los integrismos religiosos a los nuevos populismos de derecha.

La capacidad de crear simulacros de sentido por las sociedades capitalistas avanzadas creció sobre la base del consumo de masas y la universalización del ocio como vida ilusoria. Pero a esos simulacros de sentido cada vez les resulta más difícil enfrentarse a la emergencia de identidades y sentidos fuertes, radicalmente heterónomos, que dan a la gente algo en qué creer.

 

NV: El maridaje capitalismo/democracia representativa, que funcionó desde la Segunda Guerra Mundial, toca a su fin. Pero si la democracia se encuentra en crisis y en fase de “destitución” es en buena parte por las malas prácticas de las propias oligarquías… ¿Cómo salimos de esta encrucijada sin llevarnos por delante lo bueno que ha podido haber en el modelo de las democracias liberales?

JMV: Para empezar, debemos ser conscientes de que uno de los rasgos más negativos de nuestras democracias electorales es la facilidad con que las élites políticas y económicas y los grupos oligárquicos consiguen el control y la determinación de las agendas públicas y sus decisiones. En esas condiciones la participación ciudadana se limita al mero ejercicio periódico de un voto electoral.

La dominación por las élites y las oligarquías es un problema que ha acompañado siempre al desarrollo de la democracia ya desde la antigua Grecia. La compleja arquitectura política que diseñaron los demócratas griegos se debía a que temían la capacidad de las oligarquías de manipular en su favor las instituciones democráticas. Por ello se dotaron de un conjunto de instituciones elegidas por sorteo para evitar las tendencias aristocráticas de las asambleas y, salvo el puesto de estratego y aquellos cargos que requerían una específica cualificación técnica, entendían que debían designarse por sorteo.

La construcción de las democracias liberales no ha sido capaz de establecer un conjunto mínimamente eficaz de dispositivos antioligárquicos. La separación de poderes, que es una importante garantía de los derechos de los ciudadanos, no sirve para evitar el excesivo poder de presión que las minorías privilegiadas, las élites y grupos oligárquicos ejercen sobre las instituciones.

El riesgo que en el siglo XXI corren las democracias es muy grande. El populismo de las nuevas derechas es un factor que no es ajeno al peso determinante de las oligarquías políticas, sociales y económicas sobre las instituciones nacionales y supranacionales. Debería servirnos de aviso la trágica experiencia de los años treinta del siglo pasado, con el derrumbe de las democracias continentales europeas, sometidas a la impotencia de sus instituciones y constituciones frente a los fascismos y al giro autoritario de las oligarquías económicas.

El imaginario democrático solo es activo cuando se desarrolla. Defender la democracia exige una profundización en todos sus ámbitos: locales, regionales, nacionales y supranacionales. Avanzar en un sentido que llamo democrático libertario que, tal y como lo entiendo, supone introducir en la actual democracia electoral contrapesos perdidos de la democracia representativa y, sobre todo, asignar protagonismo a nuevas formas de participación directa y al uso de mecanismos antioligárquicos. Indudablemente, una evolución democrático libertaria de los sistemas democrático electorales los haría más complejos, es decir, mejor adaptados a la propia complejidad de la sociedad contemporánea.

Me parece que la posibilidad de una radicalización y regeneración democrática pasa por cuatro ejes fundamentales:

  1. Introducción de dispositivos antioligárquicos. Ahí la democracia griega sigue siendo una fuente de inspiración, no tanto en los mecanismos concretos, como en el objetivo esencial que se plantearon de limitar el poder de las élites.
  2. Activación de la participación directa de la ciudadanía. Los mecanismos posibles son múltiples, desde la creación de órganos deliberativos preparatorios elegidos por sorteo, a formas de democracia directa virtual sobre determinadas decisiones en algunos ámbitos. Significaría una transformación importante de los actuales sistemas pues limitaría la endogamia de las élites burocráticas impidiendo adoptar decisiones relevantes sin un debate y voto ciudadano. Sobre todo, podría ser un modelo capaz de desarrollar una ciudadanía responsable, informada y activa.
  3. Desarrollo de las perspectivas de autogestión social. La vieja cuestión de la democracia industrial y de la autogestión puede resucitar bajo nuevas formas. Ahora que muchas organizaciones aspiran a ser redes y pueden entenderse como redes, el problema de la distribución del poder en su seno debería resurgir. Reducir la democratización exclusivamente a las macroinstituciones es renunciar a la humanización de las organizaciones donde trabajamos y actuamos.
  4. Reconstrucción del vínculo entre democracia e igualitarismo. La democracia política solo puede ser ejercitada adecuadamente por personas que se encuentran en un estado de ciudadanía. Para ello el ciudadano político debe ser al mismo tiempo un ciudadano social. Personas más libres y menos vulnerables que tienen asegurado no solo el derecho a la educación y a la sanidad, sino también una subsistencia vital y cultural.

Ningún procedimiento político es intrínsecamente emancipatorio. Los dispositivos deseables son aquellos capaces de responder a los elementos de degradación y corrupción que, siempre en beneficio de las minorías dominantes, aparecen en todos los sistemas de organización política. La necesidad de una transformación de las democracias no es una discusión sobre si los procedimientos electorales deben ser más proporcionales o mayoritarios, o sobre las virtudes y vicios del presidencialismo respecto al parlamentarismo. La cuestión decisiva es otra: la necesidad de una nueva relación entre ciudadanos e instituciones, así como evitar que los poderes económicos sigan dominando las decisiones políticas.

Es necesaria una nueva relación entre ciudadanos e instituciones, y evitar que los poderes económicos sigan dominando las decisiones políticas

NV: Hacia el final de su vida Castoriadis, a quien ya has mencionado, reflexionó sobre el ascenso de la insignificancia en la sociedad. ¿En qué medida ves signos de esta tendencia en la actual sociedad española? ¿Cómo se relaciona con el vaciamiento del espacio público y la falta de protagonismo de la ciudadanía? ¿Qué papel desempeñan las redes sociales?

JMV: Creo que la primera vez que Castoriadis habló explícitamente de ascenso de la insignificancia fue en una entrevista de 1993. En los últimos años de su vida –falleció en 1997– reflexionó sobre ello en el contexto de lo que describe como una sociedad a la deriva o una época de conformismo generalizado vinculado a un triunfo del imaginario capitalista en sus más crudas y groseras formas. Pero esa reflexión se relaciona con una tendencia general que analizó en 1960-1961 en el texto «El movimiento revolucionario bajo el capitalismo moderno», que se expresaría en la creciente privatización e individualismo de las sociedades occidentales y la degradación del espacio público.

Estas consideraciones conducen a la interrogación sobre el grado de decadencia de una parte de los valores de Occidente, los relacionados con la libertad y la igualdad, e incluso sobre la posibilidad de una crisis antropológica que obstruya la propia capacidad de autorreproducción del sistema. El concepto de insignificancia también advierte sobre el riesgo de un proceso de destitución en la actual democracia electoral, el contradictorio régimen de compromiso entre las oligarquías liberales y las mayorías sociales. Todo eso conllevaría una creciente autodestrucción de cualquier cohesión social. Castoriadis parecía tener en mente uno de los posibles rostros de la barbarie: una sociedad que se desgarra internamente sin ser capaz de crear nada. Por ejemplo, la evolución de las redes sociales en la última década parece ejemplificar ese desgarro que no produce algo nuevo, esa habla que no escucha, esa rabia que no expresa ni construye, ese individualismo que no permite construir colectividad.

El pensamiento de Castoriadis es sustancialmente antielitista y, por tanto, esas valoraciones de tono pesimista sobre el devenir de la sociedad occidental son un aviso premonitorio del peligro de degradación que genera la falta de protagonismo de la ciudadanía. Por ello, la cuestión de la destitución y de la insignificancia debe ser evaluada cuidadosamente mediante su contrapeso, la creatividad que en las últimas décadas han mostrado algunos movimientos ciudadanos por todos los rincones del planeta.

Indudablemente la crisis de las democracias electorales se manifiesta en el creciente desapego de la gente respecto a los partidos que supuestamente les representarían. Ese desapego en un hecho que en sí mismo no tiene un sentido unívoco, puede ser la base tanto del auge de la derecha populista como de la emergencia de un proyecto democrático orientado a transformar sustantivamente nuestras instituciones.

En cuanto a la sociedad española, observo los mismos rasgos esenciales que en el resto de sociedades occidentales en cuanto a la crisis de las significaciones imaginarias sociales. Evidentemente, como en cualquier otro país, hay rasgos singulares. Por ejemplo, es relevante que tanto España como Portugal hayan sido receptores tardíos del desarrollo de la ciudadanía social propia del Estado de bienestar. Ello ha permitido una fortaleza algo mayor de la vieja izquierda y de los aparatos de la socialdemocracia. Por otra parte, la mayor singularidad española de las últimas décadas me parece que está representada por un movimiento como el 15M, cuyo aparición y desarrollo reveló la profundidad del descontento social con el sistema de poder y de representación. La incapacidad del régimen para una regeneración democrática añade dramatismo a nuestra actual situación.

 

NV: Actualmente conviven alrededor del mundo varias tendencias sociales: un cierto nihilismo con un aumento de la protesta. ¿Hasta qué punto se trata de corrientes paralelas y sin cruces? ¿Existen puntos de encuentro entre las dos tendencias?

JMV: Los grandes acontecimientos sociales nunca son puros, ya que expresan procesos de lucha y de creación anónima que reflejan el conflicto de imaginarios sociales existentes en un tiempo dado.

La última década ha sido pródiga en acontecimientos. Parece que fue hace mucho, pero en 2011 tuvo lugar el 15M en las plazas españolas. Y las movilizaciones en las plazas europeas y americanas, y en muchos otros lugares. O las primaveras árabes, que no gozaron en Occidente del apoyo que debían haber tenido en su lucha contra las dictaduras y el fundamentalismo islámico. Y el comienzo de la tragedia de la guerra civil siria. O la lucha kurda por instituciones autogestionadas socialmente y los derechos de las mujeres.

La aparición y desarrollo del 15M reveló la profundidad del descontento social con el sistema el poder y de representación

Merece la pena recordar algunas de las luchas sociales del período 2018-2019, antes de la pandemia. Una mera enumeración no exhaustiva de algunos de esos acontecimientos es impactante. Empecemos por el movimiento histórico de las mujeres que recorrió gran parte del mundo y que ahora es objeto del ataque de todos los proyectos reaccionarios del mundo contra el derecho al aborto.

Recordemos que en Hong Kong se desarrolló el movimiento democrático más potente que ha conocido el continente asiático... En Irak, un gran movimiento popular... En el continente africano, en Argelia y Sudán, movilizaciones históricas masivas para conquistar derechos y libertades... En Nicaragua, una rebelión popular ahogada en sangre en 2018. En Puerto Rico, una inmensa protesta supuso un terremoto político que abrió en Latinoamérica el camino a poderosas movilizaciones populares en Haití, Ecuador. En Chile el movimiento popular fue lo suficientemente fuerte para imponer un proceso constituyente... A pesar de la pandemia, en 2020, un intenso movimiento popular se desarrolló en Colombia y se produjo un gran movimiento democrático en Bielorrusia contra la dictadura de Lukashenko. En enero de 2022, un movimiento social de protesta fue reprimido sangrientamente por el gobierno kazajo con el apoyo del ejército de Putin.

Todos esos acontecimientos tienen un componente antioligárquico muy visible, pero son procesos complejos, necesitados de análisis singulares, con efectos probablemente distintos en el corto y en el largo plazo. No son agregables mecánicamente y están abiertos a consecuencias directas e indirectas muy heterogéneas.

Entender y aprender de las luchas sociales que expresan el magma social, que se desarrollan simultáneamente a todas las tendencias regresivas de las que hemos hablado, debería ser una prioridad para quienes pensamos en un mundo mejor. Ello exige una mirada limpia de anteojeras ideológicas y de los prejuicios de la izquierda.

 

NV: En este presente de oligarquías fortalecidas, ¿qué alternativas se pueden esperar? ¿Cómo las iniciativas emancipadoras pueden abrirse camino y sembrar cambios verdaderos?

JMV: En la actual crisis civilizatoria nadie nos salvará. No hay salvadores. Solo desde una sociedad organizada y movilizada se podrán afrontar esos retos. No debemos olvidar que los grandes movimientos emancipatorios y libertarios del pasado fueron siempre híbridos y no hay ningún motivo para pensar que no vaya a ser así en el futuro. Por tanto, un nuevo momento emancipatorio, como movimiento social de creación de nuevas institucionalidades, solo excepcionalmente puede surgir de un impulso único desde abajo, mientras que la regla general sería su aparición como eclosión de los instrumentos heterogéneos desarrollados en el conjunto de la sociedad y en sus distintos ámbitos de participación y de lucha.

En la actual crisis civilizatoria nadie nos salvará. Solo desde una sociedad organizada y movilizada se podrán afrontar esos retos

Tal y como la entiendo, una política de la autonomía no es ajena a un pragmatismo radical, estableciendo y privilegiando los enganches entre las luchas del presente y el tipo de sociedad futura que se desea; lo cual, en cada momento, significa reconocer los movimientos sociales que impulsan la lucha por nuevos derechos y libertades (y la defensa de los existentes) e incorporan la pretensión de la participación más amplia posible de la ciudadanía.

El avance en el sentido de una democracia libertaria (y, por tanto, igualitaria) solo puede ser el resultado de un movimiento social democrático. La apuesta es por la posibilidad de un poderoso movimiento capaz de fomentar una acción instituyente mediante vectores creativos alimentados tanto de las fuerzas de la cooperación como de los conflictos permanentes entre los de abajo y los de arriba. Un movimiento consciente de que su objetivo no es construir un aparato de mera delegación, generar un liderazgo en sentido populista o ser una pieza más del entramado institucional. La emergencia de un movimiento social de esa naturaleza se puede desear, pero no es predecible ni es seguro que tenga lugar. Los acontecimientos históricos son imprevisibles, indeterminados e indeterminables.

Lo que cada uno de nosotros puede hacer en favor de esa apuesta es desarrollar, en la medida de nuestras posibilidades una praxis consistente con el deseo de un mundo distinto. Nos encontramos con las prácticas cotidianas de transformación social, que se presentan bajo múltiples formas e iniciativas, generando nuevas imágenes y lenguajes desde cualquier rincón de cualquier lugar, en un sentido cooperativo, libertario e igualitario.

Nuria del Viso Pabón es miembro de FUHEM Ecosocial y editora de la revista PAPELES

Acceso al texto completo en formato pdf: Entrevista a Juan Manuel Vera.

 

 

 

 


Hacia la ecologización del conocimiento

Hacia una ecologización del conocimiento

Curso de Justicia Ecológica organizada por las entidades miembros del Proyecto Speak4Nature, en el que participa FUHEM Ecosocial, que plantea desarrollar nuevos recursos legales que den valor a la naturaleza ante los desafíos ecológicos actuales.

El curso, que tendrá lugar el próximo 29 de septiembre de 2023 en el Centro Cultural “La Corrala”, abordará un amplio panorama de perspectivas dentro del ámbito de la Justicia Ecológica, que irán desde el Derecho hasta la Ecología Política Feminista, pasando por las Humanidades, la Ecología o la Economía.

Desde el área ecosocial de FUHEM se aportarán algunas lecciones críticas de varias décadas del proceso de ecologización de la Economía que puedan tener interés para la futura ecologización del Derecho en el ámbito de la Justicia Ecológica. Participarán también ponentes del Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), el Centro Rachel Carson de la Universidad de Munich (Alemania), el Centro de Ciencias Jurídicas de la Universidad Federal de Santa Catarina (Brasil) y del Departamento de Desarrollo Sostenible y Transición Ecológica de la Universidad del Piamonte Oriental (Italia).

Se trata de un curso gratuito (se emitirá certificado de asistencia previa solicitud), al que invitamos a unirse a todos aquellos interesados en estos campos emergentes.

PROGRAMA:

9.30 h. – Bienvenida y presentación de la web del Proyecto Speak4Nature - Jennifer Lertola – UPC.

10.00 h. – Justicia ecológica: una agenda de problemas - Luis Lloredo – UAM.

10.45 h. – Debate.

11.00 h. – Pausa café.

11.30 h. – El derecho ecológico como nuevo paradigma - Tania Duha – UFSC.

12.15 h. – El derecho ecológico en acción - Rodrigo Míguez – UPO.

13.00 h. – Debate.

13.30 h. – Comida.

15.00 h. – Humanidades ecológicas - Carmen Madorrán – UAM

15.45 h. – Ecologizar la economía: algunas lecciones - Pedro L. Lomas – FUHEM Ecosocial.

16.30 h. – Debate.

17.00 h. – Pausa café.

17.30 h. Ecología política feminista - María del Pilar Peralta – LMU.

18.15 h. – Clínica privada UAM: el caso de las Lagunas de Ambroz - Blanca Rodríguez-Chaves, Marina Corral, Yanna Winkler – UAM

18.45 h. – Despedida y cierre.

RECUERDA:

FECHA: 29 de septiembre de 2023.

HORA: 9.30 h. – 19 h.

LUGAR: Centro Cultural “La Corrala”

C/ Carlos Arniches, 3 y 5

28005 Madrid


Inflación en tiempos de distopía

La sección A FONDO del número 158 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global incluye un artículo de Albert Recio Andreu , profesor honorífico de Economía aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, titulado Inflación en tiempos de distopía.

La crisis financiera de 2008 puso en evidencia la mala calidad de las políticas neoliberales y la fragilidad del capitalismo financiarizado. Quebró un sueño, y provocó pesadillas a millones de personas. No es que antes las cosas fueran maravillosas. Los problemas de todo tipo ya formaban parte de la vida cotidiana de mucha gente común en los países desarrollados (en el resto nunca ha habido una experiencia sostenida de bienestar).1 Cuando estalló la crisis, ya llevábamos unos cuantos años analizando la precariedad laboral, el desempleo masivo y el crecimiento de las desigualdades.

El auge constructivo que precedió al estallido de la burbuja inmobiliaria no había servido para garantizar una vivienda digna a todo el mundo. Más bien al contrario. Esto es indicativo del cúmulo de contradicciones que se generaron en esta fase de la acumulación capitalista, bien diferente al anterior período expansivo de la postguerra mundial. Sin contar que el crac bancario de 2008 había venido precedido por una serie de crisis financieras (la de 1997, la del efecto tequila, la rusa, la asiática, la de las punto.com…) que apuntaban a la existencia de una fragilidad sistémica del mundo financiero.  Que la mayoría de economistas de postín  no se hubieran enterado  dice más de hasta qué punto se habían creído su propia ficción, que del poder analítico de sus esquemas teóricos. Habían ayudado a edificar un campo jurásico que, como el del film de ficción, se transformó en un mundo invivible para mucha gente.

Desde el estallido de la crisis financiera el mundo rico entró en una continua repetición de sobresaltos. El resto del mundo nunca ha salido de ellos. El crac inicial fue, posiblemente menos grave en términos sociales de lo que vendría a continuación. La primera oleada de la crisis trajo consigo el consiguiente crecimiento del paro y en países como España, donde la burbuja inmobiliaria había sido especialmente intensa, la primera oleada de desahucios, que acabarían convirtiéndose en una cuestión endémica. En esta primera oleada se adoptaron modestas medidas de expansión del gasto público para paliar la recesión y, sobre todo, se optó por salvar a toda costa al núcleo del sistema financiero. La segunda fase, caracterizada por la imposición en muchos países de las políticas de austeridad, fue posiblemente más dura y de efectos más duraderos que la recesión inicial.  Sobre el pretexto del endeudamiento externo de muchos países –y el claro objetivo de proteger a los grandes bancos acreedores– se desarrollaron políticas neoliberales extremas, especialmente recortes drásticos del gasto público, reformas “estructurales” del mercado laboral y los sistemas de protección sociales, privatizaciones, etc. Los países que implementaron estas políticas, como España, experimentaron una segunda recesión, más profunda que la inicial, una pérdida de derechos sociales y una escalada de desigualdades.2  Al final solo una política monetaria heterodoxa implementada  por parte del Banco Central Europeo consiguió impedir que las políticas de austeridad acabaran generando una debacle económica colosal. Pero los efectos de aquellas políticas ya habían provocado importantes daños económicos y sociales de largo plazo: aumento de las desigualdades, de la precariedad laboral, del acceso a la vivienda, deterioro de los servicios públicos, etc.

Solo una política monetaria heterodoxa implementada por parte del Banco Central Europeo consiguió impedir que las políticas de austeridad acabaran generando una debacle económica colosal

Cuando los grandes organismos económicos decretaban la superación de la crisis del 2008, llegó la pandemia. Y provocó otra crisis económica, en este caso asociada a la promulgación de políticas sanitarias que frenaron en seco gran parte de la actividad productiva. La crisis de 2020 probablemente es la primera crisis capitalista en la que el detonante no es uno de los habituales “fallos de mercado”, sino una decisión gubernamental adoptada para atajar un grave problema sanitario. Por esto para muchos economistas del mainstream puede considerarse que se trata de un shock externo al funcionamiento normal de una economía capitalista. Analizado con más detalle, la cuestión es más compleja: la pandemia y su extensión tienen una relación bastante clara con las dinámicas de la globalización. Por una parte, la propia pandemia parece estar relacionada con la presión que experimentan los sistemas naturales que facilita el traslado a la especie humana de virus procedentes de otras especies. De otra, más obvia, la enorme cantidad de flujos interterritoriales de la economía global favoreció la rápida difusión de la COVID-19 generando, en un plazo muy breve, una crisis sanitaria universal. Una crisis que además ha puesto en evidencia los efectos del debilitamiento de los sistemas sanitarios públicos, la vulnerabilidad de los sistemas productivos superespecializados y las indecentes desigualdades de poder entre países y entre sectores multinacionales. Si en la crisis financiera los grandes gobiernos protegieron por todos los medios a los grandes bancos, en la crisis de la COVID-19 hemos asistido a una protección parecida de los derechos de propiedad de la industria farmacéutica. Al igual que la crisis anterior, la crisis de la COVID-19, si bien ha sido más corta en su duración, ha dejado un reguero de efectos secundarios no solo en términos de desigualdades, sino también de salud (especialmente el incremento de las enfermedades mentales que forman parte del marco endémico de las sociedades modernas).

Las respuestas sociales a estas crisis no han sido homogéneas por diversas razones. Apuntaré las que considero más relevantes. En primer lugar, aunque la crisis financiera y la crisis de la COVID-19 se han experimentado en todo el mundo, sus efectos han sido localmente diferentes. Tanto porque las estructuras económicas, políticas, sociales o el despliegue de los servicios públicos difieren de un país a otro como porque las respuestas políticas han sido en algunos casos diferentes. A ello contribuye de forma relevante el hecho que la propia economía política y económica mundial está jerarquizada y concede un mayor o menor grado de acción en función de la posición concreta de cada país. Esto ayuda a entender, por ejemplo, por qué a algunos países se les impusieron grados de austeridad mientras otros pudieron adoptar medidas más “socialdemócratas”.3 O porque la COVID-2019 fue más dramática en Estados Unidos que en Europa, por la inexistencia en el primer país de un verdadero servicio público de salud. En segundo lugar, las estructuras sociales de las sociedades capitalistas son hoy más complejas que antes, especialmente por lo que respecta a la población asalariada donde se han desarrollados segmentos sociales que mantienen situaciones laborales, de renta y estatus diferenciadas.  Ello implica que el impacto de las políticas y la crisis afecta de forma asimismo desigual a diferentes grupos de la población, lo que condiciona sus respuestas. Por ejemplo, el deterioro de la asistencia sanitaria pública está dando lugar a protestas y movilizaciones, pero también a una respuesta de salida en forma de aumento de la afiliación a los seguros médicos privados. Es obvio que esta última respuesta solo es viable para determinados niveles de ingresos y lo que puede acabar generando es una sanidad pública solo orientada al segmento más pobre de la sociedad. No se trata solo de posibilidades materiales, de poder de “salida” individual.

Los procesos de socialización y la propia experiencia laboral generan experiencias vitales que conforman la subjetividad individual y esta se traduce en respuestas sociales diferenciadas ante una misma situación de partida. En tercer lugar, la enorme transformación del proceso de socialización e información que incide en las formas como las personas se relacionan, captan la realidad, interaccionan y que por tanto influye en las respuestas que adoptan ante un mismo fenómeno. Destacar al respecto que estos cambios han tendido a debilitar las viejas formas de organización colectiva y, condicionan a muchos movimientos sociales.

 

Llegó la inflación y la guerra

La dinámica de los acontecimientos parece corresponder a un guión escrito por un autor de narraciones apocalípticas: después de la pandemia, la guerra.  El origen de la inflación –algo que nos remonta a décadas anteriores, en las que se produjo la eclosión de las políticas neoliberales– es incierto y está por dilucidar. En todo caso, se inició antes del estallido de la guerra de Ucrania. En todo caso, esta última ha servido para realimentar un incendio que ya estaba declarado.

No está claro el origen de la situación, es posible que sea una combinación de factores.  Hay un cierto paralelismo con la situación de los años 1970 en el hecho de que la subida de los precios ha sido especialmente pronunciada en los combustibles fósiles (petróleo y gas) y en las materias primas agrícolas. Sin embargo, en aquel momento el factor determinante fue la política de precios de la OPEP la que generó el impulso inicial y ahora no se detecta una actuación semejante. No hay un agente único al que culparle del alza.

Una de las explicaciones plausibles es la que asocia el crecimiento de los precios energéticos con las perspectivas de caída futura de la producción y la necesidad de recurrir a explotar yacimientos donde la extracción es más costosa.4 En una línea similar se situarían los que argumentan que el alza de las materias primas agrarias tiene en parte su origen en las peores perspectivas de cosechas provocadas por los efectos del cambio climático, así como por la dependencia que tiene la agricultura convencional de los combustibles fósiles y sus derivados.  En su conjunto estas hipótesis pondrían en relación diversos elementos de la crisis ecológica –crisis energética, cambio climático– con el proceso inflacionario. De ser ciertos, estarían indicando que tras el alza de precios hay un problema de incremento de costes y de carestía de materiales que apuntan a un problema fundamental del futuro: la imposibilidad de mantener un modelo productivo en el que el despilfarro de recursos es una condición esencial de su funcionamiento.

El funcionamiento real de las economías capitalistas es demasiado complejo para atribuir toda la carga del proceso a un solo elemento. Los procesos de fijación de precios son mucho más variados que los simplistas modelos de adoctrinamiento económico. Lo podemos constatar en el caso de los precios eléctricos donde el precio final es el resultado de una particular regla –en este caso determinada por normas públicas– que ha permitido convertir las alzas del aumento del precio del gas en un negocio redondo para las eléctricas. A pesar que el gas solo representa una parte menor del proceso de producción eléctrica y que, como se ha mostrado en España, durante muchos días las centrales a gas no han intervenido en la producción. Los derechos de propiedad de que gozan las eléctricas les permitía “ofrecer” la energía de origen hidráulico a un precio ligeramente inferior al del gas (con el efecto colateral que en pleno agosto vaciaron pantanos con el consiguiente impacto ambiental). El escándalo de las eléctricas lo conocemos porque su sistema de precios depende de  una regulación pública, pero los oligopolios de diverso grado operan en gran parte de sectores posiblemente con mayor opacidad que el caso comentado.

En la medida que la mayor inflación se concentra en energía y alimentación obliga a considerar cómo operan estos oligopolios

Sin una investigación específica sobre el funcionamiento de mercados concretos va a resultar difícil saber cuáles han sido los motores desencadenantes de la inflación actual.  En algunos casos puede que se trate de un efecto “rebote”, de una actualización de precios para cubrir las caídas que las empresas tuvieron que hacer en plena pandemia (por ejemplo, en el sector de hostelería y restauración). También, que los distintos bloqueos que se forman en los cada vez más saturados circuitos logísticos y los parones experimentados en diversos momentos en la gran fábrica del mundo –China– pueden dar lugar a aumentos de precios. Pero en la medida que la mayor inflación se concentra en energía y alimentación obliga a considerar, más allá de los elementos estructurales ya señalados, la forman como operan estos mercados, los oligopolios que operan en los mismos, los elementos especulativos habituales en los mercados de futuros.

La invasión rusa de Ucrania realimenta estas tendencias y ofrece justificaciones a los especuladores de siempre.  Todas las guerras son situaciones propicias a la inflación y la especulación. El papel que tienen Rusia y Ucrania en el suministro mundial de petróleo, gas, cereales y aceite de girasol impactan en los mercados y generan respuestas que refuerzan estas tendencias: busca de suministros alternativos de mayor coste, acaparamiento, etc. También la guerra estuvo presente en el episodio inflacionario desatado en 1973, aunque la corta duración de la guerra del Yom Kipur no explica por si solo el cambio; más bien fue una cobertura de un proceso económico de mayor alcance.  Pero de nuevo la combinación de guerra –que puede evolucionar hacia situaciones mucho más peligrosas y ya está sirviendo de coartada para un rearme criminal– e inflación, nos sitúa en una perspectiva de enorme riesgo.

 

La inflación en el contexto actual

Que suban los precios no siempre tiene la misma importancia y gravedad. Depende del grado en que lo hacen y cómo afecta a diferentes grupos sociales.  Si todas las rentas y los precios estuvieran indexados, la inflación no tendría ningún impacto distributivo. Si, por ejemplo, subieran precios y salarios al mismo ritmo, pero no se pudieran indexar los alquileres y los productos financieros, gran parte de la gente mejoraría su nivel de vida a costa de los rentistas. Siempre hay que analizar qué precios suben más que otros, quienes tienen capacidad de indexar sus ingresos y quiénes no. La inflación, además de un fenómeno monetario, tiene un importante papel distributivo. Si lo único que ocurre es que sube el precio de unos determinados productos y el resto se mantiene inalterado, los vendedores de estos productos encarecidos aumentan sus ingresos a costa del resto. Pero a menudo un aumento inicial genera una cascada de respuestas por lo que los aumentos se transmiten a la mayoría de bienes y servicios y se acaba generando un proceso inflacionario sostenido en el tiempo. Como habitualmente no todos los que intervienen en el mercado tienen la misma capacidad de trasladar los aumentos de precios casi todo proceso inflacionario acaba con ganadores y perdedores. Y en tanto dura genera muchas tensiones que, en el momento presente, son especialmente peligrosas.

En primer lugar llegamos a esta nueva situación tras un largo período de caída de las rentas del trabajo como resultado combinado de las políticas adoptadas en el período anterior, los cambios en la estructura y organización del trabajo, el debilitamiento de la acción colectiva. En el caso de España, las rentas salariales perdieron cinco puntos del PIB tras la crisis anterior y los salarios de amplios sectores se encuentran a niveles sustancialmente bajos. Ahora una gran parte de convenios colectivos carecen de los mecanismos de indexación salarial que protegen de la inflación. Por tanto hay muchas posibilidades que este proceso aumente las desigualdades y amplíe la devaluación salarial.

En segundo lugar, no se puede perder de vista que el control de la inflación constituye el único objetivo que institucionalmente se ha encomendado al Banco Central Europeo.  Su obsesión antiinflacionaria y su despreocupación por otras cuestiones como el desempleo está en el origen de las perversas políticas de austeridad. De hecho, en los primeros años de la crisis, cuando se produjo un repunte de los precios energéticos el BCE optó por una subida de tipos de interés que no hizo más que ahondar los problemas. En especial con esta operación aumentó el coste de las hipotecas y ayudó a precipitar la crisis de impagos que sigue pesando en los problemas de vivienda de mucha gente. El problema no es solo la fijación de las autoridades monetarias por la inflación, sino que la considere como una cuestión monetaria para la que solo tiene un instrumento a utilizar: la subida de los tipos de interés. Cuando escribo estas notas ya sabemos que se va a poner en marcha este mecanismo. Y la subida de los tipos de interés tiene un efecto devastador para los deudores (entre los que se encuentran las haciendas públicas de los países que experimentaron más duramente la crisis anterior y los tenedores de hipotecas) y para el empleo. Es más o menos como algunas terapias contra el cáncer que no solo atacan al tumor sino a todo lo que tiene alrededor. Y además, resulta particularmente inútil para hacer frente a las causas profundas de una inflación generada por problemas de abastecimiento, sobreuso de recursos y maniobras oligopolistas. Puede que al final volvamos a experimentar una nueva versión de las viejas políticas de austeridad.

Hay muchas posibilidades de que este proceso inflacionario aumente las desigualdades y amplíe la devaluación salarial

En tercer lugar, en la medida que la inflación se produce de forma descentralizada y la capacidad de respuesta es muy desigual para diferentes grupos de personas favorece la propagación de tensiones sociales, en muchos casos parciales, focalizadas en los problemas específicos de cada grupo. Estas ya son visibles y pueden alimentar protestas radicalizadas en las formas, cohesionadas por identidades de grupos particulares, y, al mismo tiempo,  sin un horizonte claro de respuesta. No se puede pasar por alto que, en muchos países, algunas de las protestas más sonoras se han producido como respuesta a los aumentos de los precios de los combustibles, al estilo de los chalecos amarillos. La incapacidad de dar respuesta con las políticas actuales refuerza además el desprestigio de los gobiernos y favorece culturas autoritarias y antidemocráticas.

Los economistas suelen dar importancia a otros efectos de la inflación tales como la pérdida de competitividad exterior, cuando un país tiene un importante diferencial de inflación respecto a los países de su entorno comercial –lo que no es el caso en el momento presente–, así como su impacto sobre las decisiones de inversión en la medida que las fuertes variaciones de precios aumentan las incertidumbres en una actividad ya de por sí compleja (o generan un desplazamiento hacia bienes especulativos que los inversores consideran más seguros). Pero en el momento presente considero que los problemas centrales se encuentran en el peligro de que la inflación actual refuerce la tendencia a las desigualdades y aumente la pobreza, se traduzca en nuevos recortes de las políticas públicas por el problema de la deuda y sea una fuente de deslegitimación democrática que genere un conflicto social descontrolado.

La cuestión más importante con todo es que en el actual marco de diseño de las políticas económicas es imposible hacer frente a los problemas que generan la inflación actual porque se ha renunciado a los mecanismos que serían necesarios para hacerlos.  En concreto, sigue sin desarrollarse una política que tome en consideración el conjunto de cuestiones que plantea la crisis ecológica y adopte medidas para que esta no acabe generando una verdadera catástrofe social. Y también se ha renunciado a intervenir en los mercados concretos para atacar los oligopolios que son los principales generadores del modelo de capitalismo rentista que condiciona las vidas de millones de personas.

 

Cómo encarar la nueva convulsión

La inflación actual suma sus efectos y los reactualiza.  La crisis de la deuda vuelve a ser una amenaza, que nunca desapareció, con el previsible aumento de los tipos de interés. Sin un potente giro de guión, se profundizarán las ya insoportables desigualdades y se abren las puertas a salidas reaccionarias de la situación.  Por esto es necesario pensar en qué tipo de respuestas pueden ser más adecuadas para hacer frente a estos peligros.

De entrada hay que recordar que la inflación no es un proceso homogéneo. Los habituales parámetros utilizados para medirla (IPC, deflactor de la renta) son meros índices construidos a partir de seleccionar una serie de productos, darles un peso en la cesta de la compra y medir la variación de cada precio. Su valor puede cambiar simplemente cambiando sus componentes (por citar un caso relevante, durante muchos años el precio de compra de vivienda no se ha tenido en cuenta en la elaboración del IPC porque se consideraba una inversión, esto tendía a subvalorar el crecimiento real del coste de la vida en momentos en que gran parte de la población destinaba una parte sustancial de sus ingresos a la compra de vivienda). De la misma forma tampoco las subidas del IPC afectan por igual a cada persona o grupo familiar. Las estructuras de gasto son tan variadas como los cambios en los precios, y por esto, un mismo aumento afecta de forma desigual a gente con diferente tipo de consumo. Por ejemplo, el aumento del precio de la gasolina no reduce la renta de quién nunca utiliza el coche, el de los alquileres a quién vive en una vivienda propia, el de los viajes a quién nunca hace turismo. Tener una evaluación precisa del impacto personal es complicado, pero hay la posibilidad de generar un conocimiento aproximado a partir de las informaciones que ofrecen las estadísticas de gasto familiar. Y en el momento actual la evidencia es que la inflación afecta más a las rentas más bajas (por el aumento del suministro doméstico de energía y de los alimentos).5

Sin un potente giro de guión, se profundizarán las ya insoportables desigualdades y se abren las puertas a salidas reaccionarias de la situación

Las propuestas oficiales, ante el temor a que las subidas de precios se retroalimenten y conduzcan a una inflación descontrolada, oscilan entre dos únicas alternativas: la ya comentada del ajuste monetario, que conlleva un aumento del desempleo, y la más “socialdemócrata” de un pacto de rentas en las que, teóricamente, empresarios y trabajadores aceptan una reducción de renta real y renuncian a trasladar los aumentos de precios de los mercados internacionales a precios y salarios, con el objeto de impedir que se desarrolle una espiral inflacionista. Es cierto que esta segunda alternativa es menos salvaje que la monetaria, pero es difícil que se produzca y contiene en sí misma problemas importantes.

En el caso de las rentas salariales el compromiso habitual es sencillo, aceptar aumentos de salarios inferiores  a la inflación. Lo mismo puede aplicarse a las prestaciones públicas: se puede acordar que el aumento de las pensiones es más moderado que el de la inflación.  Mucho más difícil es el control de  las rentas empresariales. Mientras las empresas tienen autonomía para fijar precios no es claro cómo se pueden limitar sus rentas. Por esto, una fórmula utilizada es la de limitar el reparto de dividendos. Lo que no es en absoluto una moderación de rentas puesto que la parte de beneficios no repartidos quedan en la empresa y pueden ser recuperados posteriormente con fórmulas diversas (dividendos extraordinarios, devoluciones de capital, etc.). Tampoco suelen figurar en las políticas de rentas la desindexación de los alquileres –algo que debería hacerse en todo proceso inflacionario porque los rentistas ven actualizadas sus rentas sin aportar nada nuevo a la sociedad–. Muchas políticas de rentas acaban siendo un eufemismo de moderación salarial. Una moderación tanto más injusta porque los salarios llevan más de una década acumulando caídas y una parte de la población asalariada se ubica alrededor de la frontera que marca la línea de la pobreza.

Un pacto de momento no parece posible porque los sindicatos son conscientes de la reducción salarial experimentada en los últimos años y por esto siguen exigiendo acuerdo que garanticen el mantenimiento o recuperación de la renta real. Los empresarios tampoco están muy dispuestos al acuerdo no solo por el temor que les llevara a hacer concesiones y porque se sienten en una posición de fuerza real (propiciado por reformas laborales, la externalización de actividades, las nuevas tecnologías de la información, el lavado de cerebro cultural…) que no les obliga a ofrecer concesiones innecesarias para sus intereses.

Evitar que la inflación derive en otro desastre social exige aplicar una visión diferente a la de la economía convencional y tratar de responder a las cuestiones básicas que están presentes en la situación actual. En la sección anterior he tratado de destacar tres cuestiones básicas: el aumento de las desigualdades que provoca el proceso actual y que solo refuerza dinámicas anteriores; la importancia de las estructuras olígopólicas que generan hiperbeneficios en manos de determinados grupos y que en muchos casos dependen de las regulaciones institucionales en vigor; y por último, y quizás más relevante, la conexión de la inflación actual con el modelo productivo dominante, especialmente enfrentado a una crisis ecológica multiforme, con especial incidencia en la falta de materiales y los problemas derivados de la crisis climática.

La cuestión distributiva central es la de reducir las desigualdades elevando sobre todo los ingresos bajos y medios. Aunque la inflación afectará a todo el mundo por igual no es lo mismo una pérdida del 5% del poder adquisitivo para alguien con ingresos elevados que para quien esta en situaciones de subsistencia. Por esto, es básico que se plantee una política de garantía de ingresos a las rentas más bajas y pensar cual es la forma mejor de articular la medida. Es difícil que ello se consiga en la negociación colectiva directa, entre otras cosas por el bajo poder sindical en los sectores de bajos salarios, que coinciden en muchos casos con grupos empresariales sometidos a su vez al poder de los grandes grupos. Se podría diseñar una extensión de la renta básica financiada con un impuesto a las rentas altas, aunque los esquemas concretos habrá que estudiarlos a fondo, así como incluir reformas del sistema público que permita que estos derechos topen con una pared burocrática como ya ha ocurrido con la puesta en marcha del Ingreso Mínimo Vital (IMV), y en otros muchos casos.

Hay que combatir los oligopolios, los variados mecanismos que generan rentas excesivas en detrimento de la colectividad

En segundo lugar, hay que combatir los oligopolios, los variados mecanismos que generan rentas excesivas en detrimento de la colectividad. En unos casos sabemos, como el ya comentado de la electricidad, de la existencia de un mecanismo de fijación de precios inadecuado, o de una sobreprotección excesiva a los derechos de propiedad, como en el caso de las patentes farmacéuticas. Hay mucho espacio de reforma en este campo. Hasta ahora inexplorado porque partimos de un mundo institucional que sobreprotege a la propiedad privada y de una cultura económica que recela de todo lo que suponga intervenir en los mercados. Hace tiempo que perdió fuerza el viejo populismo antimonopolista y en la academia se enterró a la vieja política industrial. Un primer paso debería ser el contar con buena información y trasparencia sobre cómo funcionan realmente los distintos mercados, la trazabilidad de las rentas, donde están los cuellos de botella. Sin buena información es imposible actuar con buen tino. Y analizar todas las regulaciones que inciden en la formación de los precios y de los derechos de los diferentes participantes en la sociedad. Y reformar lo que fuera necesario o imponer impuestos elevados allí donde se detectan rentas parasitarias. No es una política sencilla, sabemos del poder organizado de los lobbies empresariales, de su brutalidad a la hora de defender sus privilegios, pero es precisamente ahora cuando esta línea de actuación resulta más necesaria y tiene más posibilidades de conseguir audiencia.

Y está, sin duda, la cuestión más crucial. La que plantea la crisis ecológica. Si puede discutirse que esta sea el desencadenante de la actual inflación debe tomarse como un aviso de lo que vendrá en un futuro próximo. Porque es indudable que, en una crisis de oferta de energía y materiales, una sucesión de malas cosechas acaba siendo traducida en alzas de precios. Si percibimos que los precios son un mecanismo de racionamiento, que raciona en función de la renta de cada cual, resulta obvio que esta va a ser una de las conexiones entre crisis ecológica y desigualdad. Por esto es urgente adoptar reformas e iniciativas que puedan favorecer unas formas de producción y consumo adaptadas a los límites de nuestro planeta, sin desigualdades insoportables. Hasta ahora, gran parte de lo que se ha llamado transición verde es solo un intento de prolongar las estructuras actuales, los negocios fundamentales en un nuevo contexto. Por ejemplo, en los planes Next Generation se dedican grandes sumas a financiar el coche eléctrico, mientras no hay una sola partida sustancial para el transporte colectivo y la remodelación de las pautas de movilidad. Hace falta mucho más, y la inflación va a ser una de las manifestaciones de las contradicciones de las políticas actuales. En este replanteamiento de la organización productiva debe incluirse también el cuestionamiento de la hiperespecialización espacial generado por la globalización y que no solo es fuente de crecientes embotellamientos, sino que también impide los intentos serios de generar circuitos cerrados y minimizar despilfarros.

El episodio actual es una etapa más de una dinámica económica que lleva años generando desastres, víctimas, malestar. Es el resultado de un modelo de globalización cuyas contradicciones y costes son cada vez más visibles. Pero que hasta el momento ha podido sobrevivir recurriendo a políticas de parches ad hoc, a la propia inercia social, al monumental esfuerzo cultural y propagandístico del marketing, a las políticas de control social y, sobre todo a la ausencia de proyectos transformadores capaces de dar cuenta de la complejidad de los problemas y de generar dinámicas sociales suficientemente poderosas. Sabemos dónde están los problemas, pero no tenemos claras las respuestas.  Pero hemos llegado a un punto donde esta ausencia puede abrir paso a dinámicas sociales aún más perversas y peligrosas. Toca pensar, proponer, experimentar, transformar, organizar.

 

Albert Recio Andreu es profesor honorífico de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Acceso al artículo completo en formato pdf: Inflación en tiempo de distopía.

NOTAS

1 Por ejemplo, el libro de Andrew Glyn, Capitalismo desatado: finanzas, globalización y bienestar,  FUHEM/Catarata, Madrid, 2010, publicado inicialmente en 2006, antes del estallido de Lehman Brothers, ya adelantaba cuestiones que después se mostraron relevantes.

2 El libro de Mark Blyth, Austeridad. Historia de una idea peligrosa, Crítica, 2014, analiza con detalle el proceso que llevó de la crisis de 2008 a las nefastas políticas adoptadas por la UE en 2010.

3 En Steffen Lehndorf, El triunfo de las ideas fracasadas. Modelos de capitalismo europeo en la crisis, FUHEM/Catarata, 2015 se compara el diferente modelo de acción aplicado en diez países europeos.

4 Sobre esta cuestión inciden diversos trabajos de Antonio Turiel publicados en su blog Oilcrash.

5 Como apuntaba el artículo sin firma de Eldiario.es de 17 de enero de 2022, «La batalla por subir los salarios en 2022 está servida», basado en parte en el trabajo de Luis Ayala y Olga Cantó, Radiografía de medio siglo de desigualdad en España, Observatorio Social de la Caixa, 2022.

 

 

 

 

 


El malestar en época de crisis concatenadas

José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología social en la Universidad Autónoma de Madrid, escribe para el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global sobre algunas claves psicosociales para comprender el malestar producido por la experiencia vivida de crisis concatenadas en los últimos años.

El malestar en época de crisis concatenadas: algunas claves psicosociales analiza como las expectativas y planes de muchas personas y el ritmo de su propia vida cotidiana se han visto truncados. El síntoma más evidente puede describirse como sensación de malestar con múltiples indicadores económicos, emocionales y de salud mental. Se mencionan algunos indicios de las alteraciones de la salud mental y el bienestar. Y se proponen algunas claves descriptivas de este malestar como la incertidumbre, la parálisis de la acción y el vacío existencial.

Vivimos momentos de incertidumbre, que se convierte en angustia.

Siempre me ha fascinado la seguridad existencial de algunas personas a la hora de planear su vida y, sobre todo, a la hora de explicarse las circunstancias de sus decisiones. Durante un tiempo, he tenido que visitar periódicamente un centro de fisioterapia en el que me obligaban a permanecer durante más de una hora sin poder hacer gran cosa. Escuchaba las conversaciones que se mezclaban en ese ambiente de aparatos y de idas y venidas pausadas. En cierta ocasión, un grupo de personas hablaban, escandalizados, de la decisión que un conocido común había tomado en su vida. Y realmente no lograban ponerse de acuerdo en la explicación de esa decisión. Hasta que una persona de autoridad (la propia fisioterapeuta) dijo que «eso es la costumbre». Todos aceptaron la explicación como explicación definitiva. Me di cuenta, una vez más, del modo en que engañan las falsas respuestas que agotan el caudal de interrogantes ante una situación.

Una sensación similar tuve cuando leí, hace años, el best-seller sobre economía de J. K. Galbraith, titulado La era de la incertidumbre.1 En el prólogo de ese libro, Galbraith, aun asumiendo el éxito de imagen de un título así (que, por ejemplo, le reportó incluso una serie de televisión en la BBC sobre esta cuestión), se veía obligado a reconocer que, en realidad, todas las etapas de la historia de la humanidad podrían ser consideradas eras de incertidumbre. Y, sin embargo, hay momentos en los que las personas y los grupos sociales generan una atmósfera de incertidumbre que, a veces, puede llegar a ser tan intensa que se convierte en un rasgo característico y compartido de un espacio social en un tiempo dado. Quizás sea este uno de esos momentos en los que se comparte una cierta sensación de agobio y un clima generalizado de ansiedad por las circunstancias vitales. Y así, se termina asumiendo que, en efecto, estamos viviendo en una era de incertidumbre, cerrando el paso a indagaciones ulteriores sobre las causas de esa incertidumbre.

La más íntimas experiencias personales se ven atravesadas por la incidencia, a veces perturbadora, de la condiciones sociales de la existencia.

La respuesta, a diferencia de la que proporcionaba la fisioterapeuta en el caso anteriormente mencionado, no tranquiliza, sino que se convierte en un motivo de angustia más. Se traduce en un ansia infinita de que pase todo de una vez. Como el caso de Don Quijote cuando tranquilizaba a Sancho con una apelación, apenas explicable, en la conocida sentencia inspirada en el refranero popular: «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca».2

 

Amenazas y angustia

Estamos viviendo unos tiempos de borrascas encadenadas cuyos efectos inciden no solo en los ritmos existenciales y las rutinas de la vida cotidiana, sino, sobre todo, a la capacidad de elaborar los significados personales de las propias experiencias.  El filósofo alemán de origen surcoreano, Byung-Chul Han –aunque no acertó en muchas de sus predicciones sobre el fin de los riesgos bacterianos y víricos–, sugiere que este tipo de experiencias conducen al lamento personal de que nada es posible:3 «No-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión» (p. 31). El conjunto de rutinas que estructuran las vidas personales –y a las que se adhiere con intensidad la persona– se rompen y también se truncan las expectativas. Las condiciones sociales –de optimismo irracional extremo o de angustia existencial máxima– se acaban traduciendo en una sensación de parálisis a la hora de actuar: la persona activa, adopta un patrón de respuesta expectante, y la inquietud en un patrón de mirada borrosa, víctima de lo que el propio Han denomina la “guerra interiorizada”.

Esta guerra interiorizada incrusta las condiciones históricas en la propia biografía personal. Una idea similar ya fue planteada (en un libro originalmente publicado en 1959) por Charles Wright Mills,4 cuando planteaba la necesidad de elaborar constructos que permitiera analizar simultáneamente “historia” (experiencia colectiva) y biografía (experiencia personal), inquietudes personales y problemas de la estructura social. Las más íntimas experiencias personales se ven atravesadas por la incidencia, a veces, perturbadora, de las condiciones sociales de la existencia.

Este enfoque es especialmente relevante cuando el horizonte que describe el escenario vital es, en realidad, una fuente de incertidumbre, si no un telón de fondo de amenazas que alteran los planes personales trabajosamente construidos. Esto afecta especialmente en momentos de crisis reconocidas, como las actuales. Surgen, así, dos incisivas preguntas que afectan al bienestar existencial de las personas; la primera hace referencia a los riesgos personales en este tipo de circunstancias (¿cómo me afecta?) y la segunda a las estrategias de afrontamiento (¿qué puedo hacer?) y el eventual compromiso ante esa situación.

Además, a ello se suma la presencia de riesgos invisibles que se hacen visibles, como destacaba Ulrich Beck.5 Los riesgos más claros son los riesgos derivados de la desestabilización económica que se vive desde hace más de una década, los derivados del calentamiento global y el cambio climático, los riesgos sanitarios debido a los límites de la efectividad de medicamentos como los antibióticos, las guerras constantes y, por supuesto, los derivados de la pandemia de la COVID-19. Esta situación ha creado un contexto generalizado de incertidumbre sobre las causas y, en consecuencia, también de incertidumbre sobre las soluciones. La tentación es, sin más, como en el caso de la clínica de fisioterapia, conformarse con la falsa explicación de la incertidumbre, o, por el contrario, aunque no se pueda con las causas, indagar modestamente, al menos, algunas de las claves que describen las secuelas de la situación que vivimos.

Uno de los costes existenciales de la aparente adaptación a estas situaciones de crisis se traduce, precisamente en sentimientos (incluso íntimos) de malestar como consecuencia del desasosiego emocional vinculado a la incertidumbre y las expectativas frustradas. Nuestras biografías se llenan de planes truncados y la trama vital se convierte en una malla de hilos rotos, casi imposible de recomponer. Los costes de esta experiencia se traducen en síntomas de alteración de la salud, física, social y psicológica.

 

Indicios de malestar: la salud mental en riesgo

El lenguaje común apela con frecuencia a expresiones ilusorias, según las cuales cualquier problema, por grave que sea, tiene solución. Quizás (ojalá) eso sea cierto. Algunos especialistas, además, aluden a la casi infinita plasticidad de los recursos psicológico para adaptarse a cualquier situación. La cuestión es que la adaptación a situaciones de exceso de demanda –como son las crisis sucesivas que estamos viviendo– puede ser efectiva. En efecto, las personas de adaptan a situaciones más o menos extremas, pero esto lleva aparejado un amplio conjunto de costes que se traducen en alteraciones relevantes del bienestar físico y psicológico de las personas. Estos costes, en psicología, se reconocen con el término estrés. Uno de los aspectos en los que con más claridad se pueden identificar estos costes es en las alteraciones de la salud mental. Vamos a repasar algunos de los indicios sobre estos problemas, una selección de los cuales se recoge en la tabla 1.

En octubre de 2021, la Fundación Adecco (en colaboración con Johnson & Johnson) publicó un informe sobre salud mental,6 basado en una doble encuesta a 101 empresas de 21 áreas de actividad y a 234 demandantes de empleo con certificado de discapacidad por problemas de salud mental. En dicho informe ser reconoce, entre otros datos, que la OMS predice que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el año 2030. Y, por ejemplo, que el 64,6% de los encuestados considera que la crisis de la COVID-19 ha empeorado mucho o bastante su salud (véase también la tabla 1).

 

Tabla 1. Algunos indicios del impacto en la salud mental de los cambios de los últimos años

Indicadores Fuente
·        El 25% de la población sufrirá algún trastorno de este tipo a lo largo de su vida.

·        El 64,6% cree que la crisis de la Covid-19 ha empeorado mucho (35,6%) o bastante (29%)  su salud.

Fundación Adecco y Johnson & Johnson (2021). Un empleo para la #SaludMental.
a) Trastorno depresivo mayor:

•       Incremento adicional: 27,6% de (53,2 millones, -44,8 a 62,9-), por la Covid-19.

•       La tasa de incidencia por 100.000: 3252,9 casos (2722,5 a 3654,5).

b) Trastorno de ansiedad general:

•       Incremento adicional: 25,6% (76,2 millones -64,3 a 90,6-).

•       La tasa de incidencia por 100.000: 4802,4 casos (4108,2- 5588,6).

COVID-19 Mental Disorders Collaborators (2021) The Lancet, 398(10312): 1700-1712. DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)02143-7
·        Los trastornos de ansiedad en España: 6,7% de población (8,8% en mujeres, 4,5% en hombres).

·        TDAH en España: 40% de las consultas de especialistas en neuropediatría.

·        Estimación ansiedad en la población infanto-juvenil (OMS): entre un 5% y un 8%.

Sistema Nacional de Salud (2020, diciembre). Salud mental en datos. BDCAP-Series 2.
a) Buena salud física autoinformada:

·        En 2017: 86,7%

·        En 2020-21: 54,6%.

b) Trastornos mentales en la juventud:

·        En 2017:  6,2%.

·        En 2020: 15.9%.

c) Ideas suicidas en la juventud:

·        En 2019:5,8%.

·        En 2021: 8,9%.

·        35,4% lo ha pensado alguna vez

d) Otras alteraciones:

·        56%: Dificultad para concentrarse y control de impulsos (edad 15-20).

·        47%: Inquietud/desasosiego (edad 20-24).

·        38%: irritación, explosividad (edad 20-24).

·        48%: cansancio y apatía (edad 20-24).

·        45%: miedo e incertidumbre ante el futuro (edad 20-24).

·        44% dificultades para dormir (edad 20-24).

Sanmartín, A., Ballesteros, J. C., Calderón, D. y Kuric, S. (2022), Barómetro Juvenil 2021, Madrid: Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, Fundación FAD Juventud.

(ver también: https://www.alimente.elconfidencial.com/bienestar/2022-06-03/peor-salud-fisica-y-mental-jovenes-espanoles_3435341/)

 

•       Tasa de emancipación juvenil: El 14,9%. de las personas jóvenes está emancipado. Consejo de la Juventud de España (2021).

Fuente: Elaboración propia

 

Un trabajo, publicado en la revista Lancet,7 realizado por un equipo internacional de investigadores sobre trastornos mentales y COVID-19, basado en una revisión sistemática de 40 estudios publicados entre enero de 2020 y enero de 2021 en todo el mundo, concluye que globalmente se ha producido un incremento adicional de 53,2 millones de casos adicionales de trastorno depresivo mayor (un incremento del 27,6%) como consecuencia de la pandemia. En este mismo estudio se apunta el dato de que el incremento adicional de trastornos de ansiedad es del 25,6% (esto supone una cantidad absoluta estimada de 76,2 millones de personas afectadas). Los cálculos, bastante rigurosos, de este este estudio no permiten, sin embargo, estimar cuánto de este crecimiento de las tasas de depresión y ansiedad se deben a efectos exclusivos de la pandemia, y cuántos se deben al efecto acumulado de otras amenazas derivadas de la crisis económica desencadenada después de la caída de Lehman Brothers (2008), de las ocasionadas por otras alertas sanitarias, las guerras en el mundo, los movimientos migratorios forzados o las amenazas derivadas del calentamiento global y el cambio climático. Lo que parece claro, tal y como se recoge en la tabla 1, es que las vidas personales y los niveles de salud y bienestar están claramente marcados por las circunstancias extremadamente demandantes que estamos viviendo.

Otros indicadores recogidos en la mencionada tabla aluden a indicios sustanciales de alteraciones de los indicadores de salud mental que afectan a la población española. Llama la atención, por ejemplo, el registro de la incidencia de los trastornos de ansiedad generalizada en la población española que afectan al 6,7% de población total, con una diferencia en la incidencia entre mujeres (8,8%) y hombre (4,5%), según un informe de 2020 del sistema Nacional de Salud.8

Igualmente, merece la pena destacar que en la población juvenil española la tasa de incidencia de trastornos mentales en el año 2020 es del 15,9%, mientras que tres años antes esta tasa era del 6,2%, lo cual puede ser un indicador de la incidencia diferencial de los efectos de las crisis en grupos especialmente vulnerables. También llama la atención el incremento de la ideación suicida en tres puntos en este mismo grupo de edad. Estos datos, tomados del Barómetro Juvenil 2021. Salud y bienestar,9 y otros que se recogen en la tabla 1, según reconocen las personas encuestadas, son síntomas que están estrechamente relacionados con el estrés que les produce el trabajo y los estudios (63%) y la situación económica (51,4%). Teniendo en cuenta este tipo de datos, no puede llamar la atención la baja incidencia de otro indicador de vulnerabilidad de la población juvenil como el que se refleja en las dificultades de emancipación juvenil (solo el 14,9% de está emancipado), tasa esta que, según reconocen el informe del Consejo de la Juventud de España,10  es la tasa más baja de emancipación juvenil de las dos últimas décadas.

Los datos recogidos son un indicador de la soterrada situación de trauma compartido que se está viviendo. Y muestran, en conjunto, la extremada vulnerabilidad de grupos particulares y de la sociedad en su conjunto. En algunos foros de discusión, normalmente de personas acomodadas relativamente blindadas ante las más negativas secuelas de estas situaciones, se alude a la “generación de mantequilla”, para aludir a la escasa capacidad de resiliencia que algunos modelos educativos han generado en las nuevas generaciones y que contrastan con la capacidad de aguante y sacrificio de otras personas en otros momentos históricos. No puede ser más desenfocada esta alusión, como algunas otras muchas derivadas de superficiales libros de autoayuda. Realmente, las borrascas encadenadas que estamos viviendo no serán el fin del mundo, pero exigen de las personas y los grupos estrategias de adaptación y afrontamiento con elevados costes psicológicos, de los cuales los datos anteriores son solo indicios de las alteraciones globales que se están produciendo. Además de mostrar un bajísimo nivel de empatía ante el sufrimiento humano que estas crisis desencadenan, los acomodados líderes que argumenta estas ideas pretenden incrementar la responsabilidad individual en las consecuencias. Este argumento convierte a la víctima en su propio verdugo, agravando aún más los síntomas del estrés, al convertir la propia situación de malestar en un destructivo reproche a sí mismo, cuyas consecuencias se traducen en un incremento de los sentimientos de culpabilidad e, incluso, un motivo para la propia agresión.

Más allá de los síntomas, estos datos plantean la necesidad de recurrir a algunas claves que nos ayuden a mejor comprender estas situaciones de vulnerabilidad, que obviamente no pueden agotarse en la extensión limitada de este artículo. Algunas de estas claves son, en realidad, dimensiones emocionales vinculadas a la experiencia de estas situaciones de amenazas encadenadas que estamos viviendo, que actúan como lastre que dificulta comprender mejor la situación así como tranquilizar sobre nuestras capacidades personales para hacerles frente.

 

Clave 1. Tratar con la incertidumbre y miedo

El filósofo Han, antes mencionado, alude a que el prototipo ideal de la persona en las sociedades modernas (en el momento en el que él escribe, en el tránsito de siglo pasado al actual) es el del «sujeto del rendimiento». Y este referente, sin duda, ha planteado un horizonte axiológico basado en el planteamiento de metas y consecución de objetivos coherentes, basados en el principio de racionalidad en la gestión de la información disponible. Sin duda, este modelo es, en exceso, artificial y voluntarioso. Y todo ello se desmorona cuando la ecuación de metas-objetivos-acciones se llena del ruido que produce la incertidumbre extrema de una situación.

Pero, ¿por qué atribuir tantos efectos negativos a la exposición a situaciones de incertidumbre? En realidad, el funcionamiento psicológico está preparado para la acción en situaciones de incertidumbre. Algunos investigadores defienden, incluso, que la alerta que produce cualquier señal imprevista y sorprendente desencadena el mecanismo, evolutivamente adquirido, de la curiosidad. La curiosidad es un tipo de respuesta que pone en alerta a la persona ante el peligro que pudiera entrañar una señal o información imprevista. De hecho, como se ha escrito, la selección natural ha favorecido a los individuos más sensibles a las alarmas, sean reales o infundadas.  Dos psicólogos sociales, Haselton y Nettle, acuñaron en el año 200611 el término de «paranoia optimista». La paranoia optimista alude al hecho de que los costes de alarmarse inútilmente son, en términos funcionales, menores que los riesgos derivados de no alarmarse. Podría conectarse con el refrán castizo de «mejor prevenir que lamentar». En términos evolutivos, podríamos decir que los individuos de las comunidades de nuestros ancestros que se alarmaban por la rápida aparición de un nubarrón en el cielo y corrían a protegerse se adaptaron mejor que aquellos que despreciaron esa señal de alarma, que, de haberse producido, podrían haber tenido consecuencias fatales. El coste funcional de alarmarse es menor que el coste potencial de no alarmarse (que puede tener consecuencias irreversibles). Desde este punto de vista, el miedo ante señales inciertas no tiene nada de irracional; al contrario, constituye un recurso de sagacidad que asegura la supervivencia. En otras palabras, como reconoce Gérald Bronner,  «somos descendientes de los miedosos».12

La paranoia optimista precisamente alude al sesgo de estimar de manera diferente el estado personal de la situación social. De hecho, como sugieren los autores, este fenómeno del optimismo paranoico predice «paranoia sobre el entorno, pero optimismo sobre uno mismo». Y Haselton y Nettle, en el artículo antes citado, reconocen que hay evidencias en la literatura que sugieren este doble rasero. Y citan varios de estos trabajos.13 Por ejemplo, un metaanálisis de más de 70 estudios de satisfacción con la vida de nueve países muestra que las personas tienden a creer que su propia vida está mejorando, al mismo tiempo que creen que la vida en general en el país donde viven está empeorando.14 Igualmente, citan el trabajo de McKenna,15 en el que se confirma que las personas creen que tienen menos riesgo de ser víctima de un accidente de coche si son conductores, pero no son pasajeros. Este mecanismo regulador se ve afectado por la intensa propaganda del terror, tal y como describiera hace algunos años Naomi Klein.

Este fenómeno de la paranoia optimista debe tranquilizar sobre el papel adaptativo del miedo, procurando evitar el miedo a tener miedo. Pero, este enganche, de origen evolutivo, con los mensajes alarmantes tiene un efecto perverso que deriva del hecho de que concede a aquellos que actúan como “productores del miedo” una “ventaja competitiva”. Y esta ventaja competitiva, además, se justifica en que, como se ha mostrado en la psicología social, las informaciones negativas son más seguidas que las positivas.16  Es mucho más probable que se sigan los mensajes de miedo e incertidumbre que cualquier otro mensaje. Esta idea ya fue anunciada por Naomi Klein en su libro de 2007,17 donde anunciaba la difusión de mensajes de miedo como estrategia controladora de las respuestas de las personas antes situaciones difíciles, explicando el contexto político y económico de este abuso del miedo que ella denominó la «doctrina del shock».

Así pues, más allá de visiones conspiranoicas, a mí me preocupa que, frente a los discursos infundados que prometen futuros felices de estética Disney, se generalice lo que Bronner ha denominado el «embotellamiento de temores», que agotan la capacidad de respuesta humana ante las situaciones de desastres y que pueden describir la sensación de falta de futuro que muchas personas tienen en el momento presente.

¿Cómo nos percibimos a nosotros mismos en estas situaciones? El rasgo más característico que emerge es precisamente el de la indefensión, la creencia en la imposibilidad de afrontar estas situaciones, lo que explica alguna de las altas tasas de incidencia de trastornos de la salud mental que se comentaron anteriormente.  Frente a esto, hay que asumir, como condición normal de desenvolvimiento, un óptimo nivel de incertidumbre como una vacuna frente a la inoculación de temores y miedos infundados.

En otras palabras, hay que definir estrategias sociales y personales basadas en tratar (negociar) con un cierto nivel de incertidumbre, asumiendo compromisos y riesgos derivados de ello, pero sin caer en indefensión. No todo está asegurado, pero tampoco todo está condenado fatalmente. Un ejemplo que podría ilustrar esta reacción es la respuesta humana ante el calentamiento global. Obviamente, el riesgo y el miedo es real, y los factores que amenazan la supervivencia están relacionados con acciones, estilos de vida y patrones de organización económica y social, y no surgen como consecuencia de dinámicas autónomas de la naturaleza. Una difusión mera y descarnada de los mensajes de miedo puede hacer que las personas desconecten de los mismos y de las ideas y propuestas en que se apoya. Y, sin embargo, hay que negociar entre la inoculación del miedo y la difusión de información sobre las medidas de mitigación más adecuadas. No es suficiente el mensaje del miedo, aunque sea más probable que este sea el mensaje que llegue. Para negociar y tratar con la incertidumbre es decisivo abrir caminos a la acción y la intervención humana. Por eso, es muy importante recuperar el principio de la responsabilidad (básico en el ecologismo contemporáneo, como el de James Lovelock), que no solo conduce a imaginar siempre lo peor, sino a asumir los cambios en los patrones y estilos de vida que puedan mitigar o evitar el potencial colapso. Siempre habrá algo que se pueda hacer y, de hecho, el miedo no es necesariamente paralizante, si va acompañado de la difusión de estrategias que refuercen la adopción de medidas de afrontamiento sin renunciar a establecer consecuencias.

Tabla 2. Contradicción en la opinión sobre política y cambio climático

Pregunta 17

Y, ¿Qué importancia, mucha, bastante, poca o ninguna, cree Ud. que deberían dar en sus programas los partidos políticos españoles a luchar contra el cambio climático?

Mucho 36,9
Bastante 24,7
Poca 9,5
Ninguna 3,2
N.S. 5,3
N.C. 0,6
(N) (2.974)

 

Pregunta 18

En general, ¿Cuánto influye en usted la problemática ecologista y medioambiental la hora de vota por un partido político o por otro: mucho, bastante, poco o nada?

Mucho 7,4
Bastante 24,7
(NO LEER) Regular 10,8
Poco 30,2
Nada 20,7
No sabe, duda 5,5
N.C. 0,7
(N) (2.974)

 

Fuente: CIS.18

Un caso claro de esta contradicción podemos observarlo en los datos de uno de los estudios del CIS sobre el cambio climático de 2018. En este estudio (véase la tabla 2), observamos el registro de dos datos esencialmente contradictorios. Cuando se pregunta a la muestra de participantes hasta qué punto considera conveniente que los partidos políticos introduzcan en sus programas medias de lucha contra el cambio climático, se obtiene que un porcentaje superior al 80% de las personas encuestadas creen que es muy y bastante necesario. Sin embargo, cuando se pregunta hasta qué punto tiene en cuenta las propuestas sobre medio ambiente en general a la hora de votar, el porcentaje de personas que lo tienen en cuenta bastante o mucho se reduce a poco más del 30%. Es un indicio claro de falta de “consecuencialismo”. O quizás es solo el reflejo de una cierto “ecofatalismo”. La tendencia al ecofatalismo refuerza el carácter inevitable de los datos de la evolución del cambio climático. El ecofatalismo no se basa en el miedo y en la incertidumbre, sino en la certidumbre del desastre inevitables, del “naufragio inminente” que ya se está produciendo.

Y esto se relaciona con la segunda de las claves que quiero mencionar: la parálisis de la acción,

 

Clave 2. Parálisis de acción: «bostezando en el Apocalipsis»

En el año 2018, dos psicólogos de la Universidad de Cambridge escribieron un pequeño artículo titulado «Bostezando en el Apocalipsis».19 Intentan explicar la falta de respuesta ante la gravedad de algunas de las amenazas, especialmente las derivadas del cambio climático. En realidad, la imagen que sugiere este trabajo intriga más que aclara. Pero, sin duda, plantea una cuestión relevante sobre las razones de la aparente inacción ante los graves problemas actuales, incluidos, por supuesto, los de la emergencia climática. Para más enganche, proponen una interesante interpretación del cuento sobre el cerdo y el cuervo del fabulista ruso Ivan Andreevich Krylov (1769-1844). Esta fábula cuenta la historia de un cerdo que, después de haber comido hasta hartarse las bellotas que están debajo de un roble, se dedica, jugueteando, a hozar las raíces del árbol dejándolas al descubierto. El cuervo le advierte del riesgo que eso supone para el roble, que podría llegar a secarse. Y el cerdo le replica: «a quién le importa un árbol cuando uno está harto de bellotas». Esta imagen ilustra la despreocupación por las consecuencias futuras de las acciones que se desarrollan buscando una ganancia inmediata y, en cierta medida, puede ser aplicable para definir algunas claves de la percepción humana de problemas como el cambio climático. Reposando después de una suculenta comida, uno queda inactivo ante los riesgos que atenazan el futuro. En efecto, una posible explicación de la falta de implicación se deriva de la incapacidad para estimar las consecuencias de las decisiones que se toman, así como de los hábitos que conforman los estilos de vida cotidiana.

Esta no es la única explicación de la inacción. William Rees publicó un artículo de divulgación en 2017 con el título «What, Me Worry? Humans Are Blind to Inminnent Environmental Collapse». Basándose en una contribución previa,20 aduce, como han hecho otros investigadores, que la cuestión no es tanto que no preocupe el cambio climático como que el problema es tan enorme e inabarcable que incluso las personas preocupadas se sienten impotentes y sin saber qué se puede hacer. De hecho, algunos autores como Glenn Albrecht han hablado de «ecoparálisis»21 y otros investigadores han señalado directamente la ansiedad por el cambio climático22 e, incluso, en algunas contribuciones se alude específicamente a la significación clínica de la ansiedad o preocupación por el cambio climático.23 Los resultados de este último artículo sugieren, entre otras cosas, que la ansiedad por el cambio climático no es infrecuente, especialmente entre los adultos más jóvenes, dato confirmado también con muestras adolescentes y jóvenes en nuestro país por un estudio que hemos realizado hace unos meses. Pero lo que me parece más importante de este artículo es que se confirma empíricamente que la ansiedad por el cambio climático está correlacionada con respuestas emocionales, pero no conductuales, ante el cambio climático. Y aquí nos encontramos, otra vez, con la inacción. Aunque sea exagerado decir que «bostezamos ante el apocalipsis», está claro que este elevado nivel de preocupación no cambia necesariamente las acciones de las personas. Aunque el problema obviamente preocupa y es objeto de interés, las causas y las consecuencias son realmente inabarcables y acaba suscitando intensas respuestas emocionales –como la compasión e incluso angustia– sin encontrar las estrategias para dar rienda suelta a estas respuestas emocionales.

Una vez más, la cuestión no se refiere solo a la dimensión real y objetiva de los problemas que nos atenaza, sino al modo en que percibimos (vale decir, “experimentamos”) los problemas de nuestra época. Y el rasgo más importante es que están fuera de nuestro control. La experiencia concatenada de crisis sucesivas refuerza, aún más, esta respuesta de indefensión que se asocia a pautas depresivas según las cuales no hay nada que hacer. De hecho, aunque sin connotación clínica, en muchos estudios de opinión se suelen registrar dos tipos de respuesta con frecuencias bastante elevadas. La primera podría ser etiquetada como ineficacia («cambiar mi comportamiento no tendrá efectos reales»); y la segunda, como desconocimiento («no sé lo que yo puedo hacer contra el cambio climático»). Por ejemplo, en un estudio de referencia de 2014 sobre cambio climático en España de GFK, estas categorías agrupan respectivamente el 24% y el 19% respectivamente del total de la muestra de participantes. En conjunto, el 43% de las respuestas. Especialmente relevante es la percepción de ineficacia de la propia acción, que refuerza el sentimiento de dependencia de la persona y desmotiva para implicarse en acciones que puedan tener impacto en las circunstancias de la propia existencia. La disminución del sentimiento de control sobre las situaciones avala la generalización de patrones de respuestas inactivas y la tendencia a la parálisis.

Esto se ve reforzado, en la situación actual, por la existencia de amenazas concatenadas y seguramente relacionadas entre sí. El mismo hecho de la proliferación de amenazas –económicas, sanitarias, ambientales y de todo tipo– redunda en la tendencia a convertirse en espectador y no en actor. Uno se refugia, agobiado por el exceso de exhibición de riesgos, en su propia esfera privada, rumiando incesantemente argumentos paralizantes y los juicios sobre la esterilidad de la acción misma. La tendencia a la inacción surge como consecuencia del exceso de señales, sean positivas o negativas. Un experimento que narra el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer24 sobre el comportamiento ante un estante repleto de 24 productos (en este caso, confituras) y otro con solo 4 de estos productos, muestra que, obviamente, el estante con más productos ocupó más tiempo de atención de los clientes, pero suscito menos decisiones de compra. El segundo de los estantes atrae menos la atención, pero facilita diez veces más decisiones de compra que el primero. Es decir, es mucho más probable que adoptemos acciones efectivas en contextos no saturados que en situaciones que provocan un alto nivel de estimulación. Esta evidencia puede ser generalizada a otros muchos contextos, más allá del ámbito de comportamiento de compra del estudio original. Y, en efecto, en situaciones de demandas múltiples y excesivas, es mucho más probable que los planes de acción se paralicen, sea por miedo o por simple prudencia. O quizás como consecuencia del estado de confusión mental que puede generar estar expuesto a una ingente cantidad de señales que demandan nuestra atención.

Y, en momentos como los presentes, evidentemente hay muchas señales –la mayor parte de ellas de alerta– que llaman nuestra atención. En la sociedad digital podría pensarse en una excepción de esta regla que se refiere sobre todo al desplazamiento de nuestras intenciones de acción (o incluso nuestra indignación) a través de las redes sociales. Así, las redes sociales pueden llegar a convertirse en canales a través de los cuales se expresan, como si fueran acciones simuladas, dosis ingentes de indignación y cólera. Diversos autores (por ejemplo, Gerald Bronner, ya citado) han reconocido el interés, a este respecto, del comentario de Crockett en la revista Nature (Human Behaviour) de 2017 sobre la expresión de la indignación moral en redes sociales25 que, junto a muchas luces que presenta –expresión de críticas, ámbito de acciones fuera de circuitos controlados, etc.–,  puede tener un “lado oscuro” y servir como sustituto de acciones y compromisos efectivos, reducir los discursos sociales elaborados más productivos y, como este autor reconoce en sus conclusiones, «puede exacerbar conflictos sociales, deshumanizar a los demás y aumentar el riesgo de peleas destructivas».

 

Clave 3. Vacío existencial: soledad y solastalgia

La expresión de vacío existencial quizás resulte un tanto retórica, y, en efecto, lo es. Pero con ella quiero referirme a la experiencia de fragilidad que nos invade cuando sentimos que los puntales de nuestra existencia se desvanecen. Esencialmente, los dos puntales más importantes de nuestra existencia son la relación con los otros y la vinculación emocional y apego a los lugares que habitamos. Ambos referentes son cruciales en la construcción de la propia identidad. El vacío existencial, pues, fundamentalmente, se produce cuando se difumina los patrones de nuestra propia identidad por la falta de referentes sociales o la desaparición de los lugares que nos anclan al territorio.

La soledad. La disminución de los lazos sociales o la falta de apoyo social percibido constituye el primero de los eslabones que desencadenan esta experiencia de vacío existencial. Como es bien sabido, desde la vieja teoría de Cooley del «yo espejo», los otros son un apoyo fundamental en el manejo de nuestra propia vida. Sin ellos, sin su referencia, quizás nos convirtamos en ciclistas alocados que deambulan por una ruta sin sentido. Siempre me ha impresionado la imagen del conejo blanco que se describe en el libro Alicia en el país de las maravillas, y que mira compulsivamente su reloj insistiendo en que llega tarde sin que quede claro ni el motivo ni el destino, reflejando, mucho tiempo antes de que se describiera, el comportamiento ansioso compulsivo. La falta de referencias de la presencia, real o imaginaria, de los otros es una fuente de esta respuesta ansiosa. Así, emerge como un problema clave la denominada experiencia de soledad.

La soledad puede definirse como la experiencia subjetiva relacionada con la insatisfacción con las relaciones sociales esperadas. La soledad, por definición, es, pues, la experiencia de una persona que quiere abrirse a los demás y no tiene éxito, siendo, en mi opinión, redundante el uso de la coletilla “no deseada”.

Uno de los más interesantes informes sobre el sentimiento de soledad ha sido publicado en el año 2020, pero con datos referidos a 2018.26 Según este informe, el 10,2% de la población de Madrid (aproximadamente, 400.000 personas) se ha sentido sola siempre, casi siempre o bastantes veces. Y de ellos, el 21,5% viven solos, aunque también aparece este sentimiento en el 8,5% de las personas que viven acompañadas. De hecho, en algunos textos se ha etiquetado este problema como una verdadera epidemia en ascenso y un problema de salud pública.27 Según esta nota de Cacioppo y Cacioppo, publicada en la revista The Lancet, la experiencia de la soledad puede producir un 26% más de riesgo de mortalidad y, según su estimación, afecta a alrededor de un tercio de la población de los países desarrollados. Cabe imaginar que las condiciones vividas en la pandemia posiblemente hayan incrementado la tasa de población afectada, así como la gravedad de sus secuelas. También estos autores plantean algo que es lógico y es que, tanto las condiciones extremas de soledad como sus más graves efectos, están relacionado con variables como el nivel de ingresos, la educación, el género, la raza. Y en determinadas situaciones resulta contagiosa. La experiencia de la soledad también se explica por las condiciones estructurales de la sociedad.

La explicación de este fenómeno es bastante compleja y requiere recurrir a causas de nivel macrosistémico (como la organización espacial de los entornos urbanos), mesosistémico (como la disminución de la intensidad de los lazos comunitarios) y microsistémico (como quizás el exagerado aprecio de la autonomía individual en algunas etapas de la vida). Tanto las causas como las consecuencias deberían ser objeto de estudio, más aún después de la experiencia de la pandemia, en la que muchos grupos y colectivos se dieron cuenta de la vulnerabilidad añadida de las personas en soledad, acometiendo programas e iniciativas de apoyo social a las personas más vulnerables. En cualquier caso, la experiencia de la soledad no puede considerarse fruto exclusivo de una decisión personal (por rasgos caracteriales de la persona afectada o por el denominado síndrome del ermitaño), sino el reflejo de desajustes graves en el flujo de interacción social que se reduce también como consecuencia de la exposición a entornos gravemente afectados por la crisis económica, ambiental y sanitaria, entre otras. De los muchos efectos que se pueden registrar, uno de los más importantes en el desdibujamiento de la propia identidad como consecuencia de la falta de contacto social, sea intencional o no. De hecho, se hace necesaria una especie de cirugía social a través de programas comunitarios, intervenciones conductuales e incluso recursos online para hacer frente al problema de la soledad. Una de las potenciales consecuencias –además de los riesgos para la salud física y psicológica, así como el incremento de la fobia social– es, precisamente, la restricción del horizonte vital que, en algún lugar, se ha denominado déficit de futuro.

El apego al lugar y la solastalgia. El vacío existencial también puede estar motivado por la ruptura o el deterioro de la estrecha vinculación emocional que se construye en la relación con los lugares. De hecho, los lugares son un referente importante en la formación de la propia identidad. En la psicología ambiental se aborda este proceso con la etiqueta del apego al lugar,28 que ha sido estudiado especialmente –aunque no solo– en relación con el ambiente residencial. El apego hace referencia «al vínculo que las personas establecen con los entornos en los que llevan a cabo sus actividades diarias y el desarrollo de sus historias personales, donde la persona se siente segura y a salvo y en el que, por tanto, quiere permanecer».29 Este vínculo (unidireccional, a diferencia del apego social) supone establecer lazos afectivos con el entorno que acaba actuando como una extensión del propio yo. La cuestión es cuáles son los efectos que tiene la ruptura de este vínculo. Cabe imaginar que los efectos son corrosivos. De hecho, en este mismo artículo se apunta que «la mayoría de la evidencia disponible parece consistente al señalar que hay una influencia positiva del apego al lugar sobre la felicidad, independientemente tanto de que esta se conceptualice como calidad de vida, satisfacción con la vida o bienestar».30  En consecuencia, se puede deducir que la ruptura del apego al lugar puede afectar seriamente tanto al equilibrio emocional como al desempeño psicológico.

Un caso específico que podría relacionarse o deducirse del apego al lugar es el que se plantea con el concepto de solastalgia.31 Glenn Albrecht explica la génesis del término relacionando la primera parte del término con el verbo latino solari (aliviar, calmar, apaciguar) y la conocida terminación de origen griega de -algia para referirse al dolor o tristeza. De esta forma, el término, ampliamente reconocido, aunque aún poco investigado empíricamente, alude a la experiencia de desolación que puede describir, simultáneamente, el sentimiento personal de abandono por una crisis existencial y la apreciación de un lugar o un paisaje con un alto nivel de degradación y/o deterioro. Albrecht define la solastalgia como «el dolor y la angustia causada por la pérdida continuada de consuelo y la sensación de desolación producida por el estado actual del entorno y del territorio».32 Este tipo de emoción negativa genera una experiencia existencial de malestar que se produce como consecuencia de la observación de un cambio ambiental negativo que rompe el vínculo afectivo de la persona con el lugar. Es, en definitiva, el trauma producido por la destrucción del “sentido del lugar” que trabajosamente las personas construimos a lo largo de nuestra experiencia ambiental.  Se supone que ello se traduce, entre otras cosas, en una crisis existencial que afecta tanto a la persona como a las comunidades. En suma, la solastalgia describe la respuesta emocional negativa que surge por el hecho de que la degradación y pérdida del territorio que produce también el deterioro del sentido del lugar, a la vez que socava elementos claves de la propia identidad.

Pero la ansiedad solastálgica no está motivada únicamente por el impacto paisajístico y territorial de la actividad minera o cualquier otra actividad humana que directamente degrada el entorno. Se puede relacionar con el juicio de la irreversibilidad de la destrucción de un entorno (natural o urbano) que puede aparecer como consecuencia de una sequía persistente, las inundaciones, los incendios o los procesos de gentrificación urbana, entre otros factores. En definitiva, define la experiencia vivida de los efectos negativos de los procesos de degradación del entorno que vive una persona.

Entre otras consecuencias, la hipótesis de la solastalgia supone una pérdida personal puesto que con la pérdida del lugar se pierden las emociones a él asociadas y en él guardadas en las distintas etapas de la vida. Y esto altera el nivel de bienestar existencial que el territorio y los lugares proporcionan. También puede hacer emerger un sentimiento que podemos denominar déficit de futuro, un sentimiento producido por una pérdida que personalmente se considera irrecuperable. Los procesos de degradación ambiental actúan como desencadenantes de una angustia irremediable por la imposibilidad de recuperar los recuerdos y emociones que guardamos en los lugares que habitamos y los daños colaterales que estos procesos de cambio ambiental negativo producen a la propia identidad.

El estudio de estas emociones negativas se encuentra en un estado incipiente y muchas de nuestras suposiciones se encuentran en un estado embrionario, basado en intuiciones; es necesario el desarrollo de líneas de trabajo e investigación que empíricamente puedan mostrar la incidencia psicológica de los procesos de degradación ambiental en la degradación de la propia identidad.

La soledad y la solastalgia son solo dos ejemplos con los que se pretende mostrar que los graves problemas globales tienen secuelas que afectan a dimensiones íntimas de la vida cotidiana, que, en este caso, se vinculan con lo que se ha denominado el vacío existencial.

 

Conclusión

Este trabajo pretende ofrecer algunas claves para la lectura existencial de algunos efectos de las crisis concatenadas que vivimos en el momento presente y que afectan a prácticamente todos los escenarios en los que transcurre nuestra vida cotidiana. Es cierto que el momento presente, quizás más que otros períodos del pasado, puede describirse como una experiencia traumática.

Las emergencias intensas repentinamente entran en nuestra biografía y la evolución de los parámetros estructurales –ecológicos, económicos, políticos, geopolíticos y de emergencia sanitaria, entre otros– incrementa el catálogo de riesgos que nos amenazan. Tan importante como este catálogo de amenazas es el modo en que las personas construyen significados de esta experiencia de trauma compartido. No está claro que compartir experiencias traumáticas genere espontáneamente más redes solidarias. Estas tienen que aparecer como consecuencia de un esfuerzo voluntarioso y comprometido por descubrir que el destino personal es indisociable del destino colectivo. Y poder reconstruir redes de apoyo social e institucional para hacer frente a las situaciones de grupos y personas más vulnerables.

Junto a este esfuerzo, es necesario alertar del riesgo de colapso ecológico. Algunos especialistas defienden que el origen de estas crisis concatenadas hay que buscarlo en la inadecuada relación que nuestras sociedades y nosotros mismos tenemos con los hábitats y los recursos que contienen. Recuperar la importancia del vínculo con el territorio puede ser clave para asumir con más detalle la responsabilidad en su cuidado y el apoyo a políticas públicas que mitiguen los graves y alarmantes indicadores de crisis ecosocial.

La experiencia de estos últimos años, como hemos visto, nos ha hecho más vulnerables. Si algo estamos aprendiendo de esta situación es que, como en los contagios víricos, dependemos unos de otros. Avishai Margalit, en un libro de referencia de hace algunos años,33 dice que la sociedad civilizada nos ha permitido aprender, aunque se olvide con mucha frecuencia, a no humillarnos entre nosotros. Propone, además, que la sociedad sea decente. La sociedad decente es aquella en la que las instituciones asumen el compromiso de no humillar a las personas. Exigir a las instituciones públicas un compromiso para defender y no humillar a las personas, es una tarea de siempre. Es aún más imperioso exigir este compromiso en el momento presente.

José Antonio Corraliza Rodríguez es catedrático de Psicología social en la Universidad Autónoma de Madrid.

NOTAS

1 John Kenneth Galbraith, La era de la incertidumbre, Plaza & Janés, Barcelona, 1981.

2 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, capítulo XVIII (primera parte), Alfaguara, Madrid, 2015 [1605].

3 Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (segundo ensayo: «Más allá de la sociedad disciplinaria»), Bilbao, Herder, Bilbao, 2012.

4 Charles Wright-Mills, La imaginación sociológica, FCE, Madrid, 1999.

5 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Paidós, Madrid, 2006.

6 Fundación Adecco/Johnson & Johnson, Un empleo para la #SaludMental, 2021, disponible en: file:///C:/Users/Usuario/Desktop/Art%C3%ADculo%20de%20FUHEM%202022/ADecco,%201921%20Informe-Un-empleo-para-la-salud-mental.pdf

7 COVID-19 Mental Disorders Collaborators, «Global Prevalence and Burden of Depressive and Anxiety Disorders in 204 Countries and Territories in 2020 Due to the COVID-19 Pandemic», The Lancet, 398(10312): 1700-1712, 2021, DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)02143-7

8 Sistema Nacional de Salud, Salud mental en datos: prevalencia de los problemas de salud y consumo de psicofármacos y fármacos relacionados a partir de registros clínicos de atención primaria. BDCAP-Series 2, diciembre de 2020, disponible en: https://www.sanidad.gob.es/estadEstudios/estadisticas/estadisticas/estMinisterio/SIAP/Salud_mental_datos.pdf

9 Anna Sanmartín, Juan Carlos Ballesteros, Daniel Calderón y Stribor Kuric, Barómetro Juvenil 2021. Salud y bienestar: Informe Sintético de Resultados, Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, Fundación FAD Juventud, Madrid, 2022, DOI:  https://doi.org/10.5281/zenodo.6340841

10 Consejo de la Juventud de España, Observatorio de Emancipación del primer semestre de 2021, Consejo de la Juventud de España (CJE), Madrid, 2021, disponible en: http://www.cje.org/es/publicaciones/novedades/observatorio-emancipacion-primer-semestre-2021/#:~:text=Observatorio%20de%20Emancipaci%C3%B3n%20primer%20semestre%202021&text=La%20presente%20edici%C3%B3n%20registra%20la,j%C3%B3venes%20en%20Espa%C3%B1a%20est%C3%A1%20emancipado.

11 Martie G. Haselton y Daniel Nettle, «The “paranoid optimism”: An integrativee evolutionary model of cognitive bias», Personality and Social Psychology Review, 10 (1), 2006, pp. 47-66.

12 Gérald Bronner, Apocalipsis cognitivo. Cómo nos manipulan el cerebro en la era digital, Paidós, Madrid, 2021, p. 90.

13 Haselton y Nettle, op. cit., p. 29.

14 Michael R. Hagerty, «Was life better in the “good old days”? Intertemporal judgments of life satisfaction», Journal of Happiness Studies, 4, 2003, pp. 115-39.

15 Frank P. McKenna, «It won’t happen to me: Unrealistic optimism or illusion of control?», British Journal of Psychology, núm. 84, 1993, pp. 39-50. https://doi.org/10.1111/j.2044-8295.1993.tb02461.x

16 Michael Siegrist y George Cvektovichc, «Better negative than positive? Evidence of a bias for negative information about possible health dangers», Risk Analysis, 21, 2001, pp. 199-206. https://doi.org/10.1111/0272-4332.211102.

17 Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Madrid, 2007.

18 Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Barómetro, noviembre de 2018.

19 Cameron Brick y Sander van der Linden, «Yawning at the Apocalypse», The Psychologist, 31, 2018, pp. 30-35.

20 William Rees, «What´s blocking sustainability? Human, nature, cognition and denial», Sustainability: Science, Practice and Policy, 6(2), 2010, pp. 13-25. https://doi.org/10.1080/15487733.2010.11908046

21 Glenn Albrecht, Las emociones de la tierra, mra ediciones, Barcelona, 2020, pp. 116 y ss.

22 Susan Clayton, «Climate Change and Mental Health», Current Environmental Health Reports, 8, 1-6, 2021. https://doi.org/10.1007/s40572-020-00303-3.

23 Susan Clayton y Bryan Karazsia, «Development and validation of a measure of climate change anxiety», Journal of Environmental Psychology, 69, 101434, 2020. https://doi.org/10.1016/j.jenvp.2020.101434.

24 Gerd Gigerenzer, Decisiones instintivas: la inteligencia del inconsciente, Ariel, Barcelona, 2018.

25 Molly J. Crockett, (20117). «Moral outrage in the Digital Age», Nature Human Behaviour, 1, 2017, pp. 769-771, DOI: 10.1038/s41562-017-0213-3

26 Rodríguez Pérez M., Díaz-Olalla J. M., Pedrero Pérez E. J. y Sanz Cuesta M. R., (2020). «Informe monográfico: Sentimiento de Soledad en la Ciudad de Madrid», en Díaz Olalla J. M. (Dir.); Benítez Robredo M. T., Rodríguez Pérez M., y Sanz Cuesta M. R. (Coord.) Estudio de Salud de la Ciudad de Madrid 2018, Madrid Salud: Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2020, pp. 429-503.

27 John T. Cacioppo y Stephanie Cacioppo, «The growing problem of loneliness», The Lancet, 391(10119), 426, 2018, DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(18)30142-9.

28 Bernardo Hernández, «Place Attachment: Antecedents and Consequences, PsyEcology, 12:1, 2021, pp. 99-122, disponible en: https://doi.org/10.1080/21711976.2020.1851879.

29 Ibid., p. 110.

30 Ibid., p. 117.

31 Albrecht, 2020, op.cit. Ver también José Antonio Corraliza, «¿Por qué nos duele la tierra? Emociones negativas y naturaleza», Hoja verde (ADENEX), 5, 2022, pp. 7-11.

32 Albrecht, op. cit., p. 59.

33 Avishai Margalit, La sociedad decente, Paidós, Barcelona, 2010.

 

Puedes descargar el texto del artículo en formato pdf: El malestar en época de crisis concatenadas: algunas claves psicosociales

 

 

 


Migraciones internacionales y justicia global a la luz de la filosofía política

Ensayo escrito por Nuria del Viso para el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, que aborda uno de los problemas contemporáneos más relevantes: los derechos de los migrantes internacionales en un marco de justicia global.

Se considera esta cuestión partiendo de los planteamientos más relevantes para el caso de estudio. Se repasan las ideas de John Rawls para, a continuación, analizar las críticas a Rawls enunciadas por Thomas Pogge, Michael Walzer, Nancy Fraser e Iris Marion Young, para finalizar con algunas propuestas en los comentarios finales.

La cuestión de las migraciones internacionales emerge como una de las principales encrucijadas contemporáneas donde se entrelazan cuestiones de justicia, derechos, desigualdades y experiencias de sufrimiento humano.

Las actuales migraciones son reflejo de una determinada organización del mundo, fracturado –grosso modo– entre Norte y Sur global. En el capitalismo tardío, la organización de las migraciones desde el Norte global sirve a las necesidades económicas de trabajadores abundantes y baratos, tanto en la actividad fabril deslocalizada como en los países del Norte en empleos de menor estatus y salarios nimios. Es, precisamente, el desequilibrio entre el mundo rico y el pobre lo que mueve a muchas personas a desplazarse en busca de un futuro mejor.

El mundo contemporáneo vive la paradoja de una globalización de mercancías, capitales y personas pudientes, pero de fronteras infranqueables para el resto de seres humanos, situación que profundiza la brecha Norte-Sur, resultando en lo que Velasco (2020: 2) denomina con el oxímoron de “globalización fronterizada”.1

En las últimas dos décadas se ha configurado un nuevo orden migratorio internacional en el que las restricciones a la movilidad constituyen la regla y la libertad de circulación de las personas la excepción.2 Actualmente se da la coincidencia de, al menos, tres factores sobre esta cuestión:

1) Una profundización de las desigualdades y de la brecha Norte-Sur;

2) Un progresivo endurecimiento de las políticas migratorias en los países del Norte global, que conlleva un control más estricto de las fronteras a través de sofisticadas tecnologías. En paralelo, se produce la externalización de la gestión fronteriza a terceros países, alejando los espacios fronterizos de los países ricos;

3) La conceptualización de la migración como problema, cuyo foco es un tipo muy concreto, la denominada migración irregular, que justifica, a pesar de que constituye una porción exigua de los flujos migratorios, elevadas inversiones en la fortificación de las fronteras.

Estas tres dinámicas confluyen en la producción de una categoría de migrantes “ilegales” a la que se criminaliza, persigue y aplica toda clase de instrumentos punitivos. Quienes logran traspasar las fronteras del mundo rico no corren mejor suerte. Se ven amenazados por el internamiento indefinido y la expulsión y, en el eventual caso de lograr establecerse, se les niegan los derechos de ciudadanía. Como contrapunto, conviene recordar que la migración es un derecho reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 13.2)3

Así, la posibilidad de viajar o no, de atravesar fronteras internacionales se ha convertido actualmente en un nuevo mecanismo de estratificación social y de segregación selectiva4 Estas dinámicas convierten los espacios fronterizos globales en limbos legales donde las leyes quedan en suspenso; un espacio de alegalidad donde que se producen graves violaciones de los derechos humanos. Todo ello plantea claros problemas de injusticia y abusos. ¿Cómo responden los filósofos políticos a estas cuestiones?

 

John Rawls: de la justicia nacional a la esfera global

Las ideas sobre la justicia han estado largo tiempo marcadas por la teoría de John Rawls desde la publicación de A Theory of Justice en 1971. Esta obra sentó las bases de un marco liberal igualitario todavía vigente. La justicia pertenece a la estructura básica de instituciones porque influye en la perspectiva de vida de las personas en la sociedad5 Las instituciones sitúan a los diferentes miembros (o incluso a los no-miembros) de una sociedad en diferentes posiciones que determinan sus opciones y oportunidades para desarrollar sus capacidades y alcanzar bienestar. En el modelo de Rawls, el Estado nación marca los límites de aplicación de la justicia, siendo la nacionalidad el elemento que condiciona los derechos y oportunidades de los sujetos. Así, se aplica un rasgo heredado o circunstancial, producto de una “lotería natural” como es nacer en un determinado país como salvoconducto para la movilidad planetaria.6 Caracteriza a una sociedad injusta el que determinados grupos de personas tengan menos oportunidades que otras, especialmente por rasgos no elegidos. En estas circunstancias, «el sentido de justicia se resiente».7 ¿Se aceptaría el actual régimen fronterizo en una hipotética situación de “velo de la ignorancia”, como teorizó Rawls? Parece que no, a la vista de las atrocidades y abusos de los derechos humanos que ocurren cada día en múltiples espacios de frontera a lo largo del planeta.

A medida que avanzaba el proceso globalizador en los años noventa, la tesis de la justicia limitada a las demarcaciones nacionales perdió base. En 1993, Rawls publicó Law of Peoples, o Derecho de gentes, la extensión al ámbito de las relaciones internacionales de su teoría de justicia como equidad, y donde sitúa los derechos humanos como elemento clave que establece los límites morales al pluralismo entre los pueblos.8 Si el liberalismo igualitario defiende que hacer justicia entraña «implementar algún tipo de reparación compensatoria a favor de quienes son víctimas de una mala suerte bruta que no han provocado ni elegido», en la senda del “igualitarismo de la suerte” marcada por Dworkin, esta idea solo se aplica en el interior de los estados. En Derecho de gentes Rawls cambia inexplicablemente el criterio primordial de la justicia: ya no es la redistribución de recursos, sino la estabilidad del sistema de estados. La atención a la injusticia en el mundo no constituye un deber de asistencia internacional, sino que queda a merced de la ayuda humanitaria. Así, la teoría de Rawls se queda corta para abordar los problemas globales, al tiempo que genera nuevos problemas de justicia en el interior de los estados, ya que al considerar sujetos de la redistribución –y, eventualmente de derechos políticos– estrictamente a los ciudadanos de cada unidad política implícitamente supone que los extranjeros que se hallen en ese territorio no son destinatarios natos de tales derechos.

Por su parte, Joseph Carens, también desde el liberalismo igualitario, parte del carácter moral arbitrario de las fronteras y concluye que el liberalismo igualitario conduce a la defensa de un mundo con fronteras territoriales abiertas en el que cada persona debe poder elegir su lugar de residencia.9 Carens señala que el estatus de ciudadanía en las democracias liberales occidentales es el equivalente moderno del privilegio feudal, un elemento heredado que multiplica nuestras oportunidades en la vida.10 De ser así, los principios de justicia deberían neutralizar esos factores. Siguiendo a Loewe, «un modo de hacerlo sería mediante el reconocimiento de obligaciones de justicia distributiva global (que Rawls expresamente rechaza. Otro modo, mediante el reconocimiento de un derecho a la movilidad sin fronteras».11

El modelo rawlsiano de justicia global fue contestado desde visiones más progresistas que criticaron que no hay razones para que los efectos de las asimetrías socioeconómicas globales sean tratados de manera diametralmente distinta en el plano nacional y global. Muy pronto se planteó un debate entre nacionalistas liberales, internacionalistas y cosmopolitas en torno a si tenemos obligaciones de justicia más allá del Estado nación. Cosmopolitas e internacionalistas coinciden en señalar que la posición liberal falla a la hora de asegurar una distribución equitativa de derechos y recursos en el plano global. Frente a la posición nacionalista de los liberales, la corriente cosmopolita afirma que el objeto de la justicia son las relaciones entre todos los seres humanos, y la unidad básica de distribución es el plano global. Por su parte, los internacionalistas plantean una estructura con dos niveles, nacional e internacional, que entraña distintos grados de obligaciones.

Las influyentes tesis de Rawls despertaron, no obstante, críticas desde diferentes visiones. Se destacan a continuación cuatro autores cuyos argumentos iluminan otros tantos elementos cruciales para pensar las migraciones internacionales desde la perspectiva de la justicia que están ausentes en la teoría rawlsiana. Estos autores son Thomas Pogge, que introduce en el campo de la justicia el elemento de la pobreza y los derechos humanos; Michael Walzer, quien explora la convivencia como base de la pertenencia y de la ciudadanía; Nancy Fraser, que examina la cuestión del sujeto de la justicia en la era de la globalización; y, finalmente, Iris Marion Young, con una singular reflexión sobre la injusticia estructural que resulta iluminadora aplicada a las migraciones internacionales.

 

Thomas Pogge: la pobreza en el marco de la justicia y los derechos humanos

Una de las críticas más contundentes al enfoque rawlsiano a escala global fue la de Thomas Pogge, cuya teoría trata la pobreza y los derechos humanos, lo que el autor denomina “cosmopolitismo moral en el lenguaje de los derechos humanos”.12 Para Pogge, la organización de la economía internacional produce externalidades que influyen en el desarrollo econoómico de las naciones. Aunque los factores internos de los países desempeñan un papel, la pobreza de algunas naciones solo se puede explicar si se atiende las consecuencias de otros factores con un carácter global en las políticas nacionales, tales como las reglas del comercio internacional. Así, Pogge entiende que los efectos de un sistema internacional que favorece a unos más que a otros se derivan obligaciones de justicia distributiva global. Este autor sitúa los derechos humanos como el mínimo básico debido a todos los seres humanos. El ideal de justicia se vincula así a los derechos humanos. En el caso de las migraciones internacionales, situar los derechos humanos como medida del mínimo exigible a todas las instituciones evitaría numerosos abusos y posibilitaría mejorar la situación y los derechos de los migrantes, tanto en tránsito como aquellos asentados en el interior de un estado.13

Aunque Pogge considera inadecuada la apertura de fronteras para eliminar la pobreza, pues solo lograría resolver la situación de unos pocos, sostiene que en el mundo contemporáneo se dan estructuras lo bastante sólidas como para garantizar la aplicación de principios jurídicos en las relaciones entre individuos de comunidades políticas distintas, y señala que «A los ciudadanos más privilegiados e influyentes de los países más poderosos […] les corresponde una responsabilidad compartida por el papel que desempeñan sus gobiernos […] en ese orden global».14 Este autor defiende que los países ricos deben modificar las condiciones de entrada de migrantes y, sobre todo, las aplicadas a su permanencia para aquellos en situaciones de necesidad extrema.15

Pogge aboga por un cosmopolitismo institucional en el que se da la distribución vertical de la soberanía ciudadana entre diferentes escalas de unidades políticas en las que ninguna domina al resto, con un doble movimiento de centralización y descentralización. Sin duda, la aplicación a las migraciones redundaría en un reequilibrio del poder, ya que unidades subnacionales podrían democráticamente acordar otras normas para la entrada y establecimiento de extranjeros, algo que desafortunadamente no es posible en la actualidad, como muestra la experiencia del Ayuntamiento de Riace (Italia)16 y el encausamiento y condena de su alcalde. Igualmente, la propuesta de Pogge permitiría el avance de una gobernanza global y la configuración de instituciones supranacionales con capacidades para instituir normativas de movilidad humana.

 

Michael Walzer: la convivencia como base de la pertenencia

En un importante texto,17 Walzer repasaba cuestiones relevantes a las migraciones internacionales cuando analizaba los entresijos de la pertenencia a una comunidad política y el tratamiento hacia los extranjeros que viven en ella. Walzer, desde su perspectiva comunitarista, señala que lo que se distribuye en la comunidad política es la pertenencia, que da acceso a toda otra gama de opciones materiales e inmateriales. Se trata de un bien primario que, en el actual modelo migratorio se niega o se restringe con frecuencia a ciertos extranjeros.

El autor desgrana cuál era el régimen de los extranjeros, los metecos, en la antigua Atenas: vivían en la ciudad, pero no podían acceder a la ciudadanía, y, por tanto, tampoco a los derechos que granjeaba. Walzer establece un paralelismo entre los metecos y los trabajadores huéspedes contemporáneos en las modernas economías centrales y en los países del Golfo, quienes carecen indefinidamente de todo derecho político.18

Este autor apunta otra cuestión importante: que un grupo social –los ciudadanos–, por mayoritario que sea, determine las oportunidades de los otros se traduce en opresión, y crea sociedades duales, o escindidas, con dos categorías de sujetos: los ciudadanos de pleno derecho y los extranjeros, sin derechos. Ello convierte la ciudadanía en un inesperado mecanismo de exclusión que rompe el principio de igualdad. Esta situación resulta inaceptable en una democracia donde impera el Estado de derecho. Walzer sostiene que la justicia distributiva comienza por dar acceso a la pertenencia, y aboga por revertir el actual estado de injusticia y ofrecer a los migrantes las oportunidades que brinda la ciudadanía. En este contexto, resulta crucial redefinir la institución de ciudadanía en clave inclusiva, o, dicho sinéticamente, es necesario desnacionalizar la institución de ciudadanía.19

 

Nancy Fraser: ¿Quién es el sujeto de la justicia en la globalización?

Esta filósofa plantea los límites del enfoque westfaliano-keynesiano de la justicia vinculados al Estado nación para abordar correctamente los problemas que surgen con la globalización, que ponen en cuestión no solo la sustancia de la justicia, sino también el marco de la misma. Fraser enuncia un modelo de justicia democrática postwestfaliana que se sostiene en tres pilares: la redistribución, el reconocimiento y –tras las críticas de Young a su enfoque dual original– la dimensión política, con la “paridad de participación” como principio.20

Esta autora se detiene a examinar las cuestiones de marco, que denomina «la política del enmarque», y que implica, en primer lugar, distinguir entre quiénes son parte de la comunidad, a quienes les corresponden derechos y obligaciones –esto es, quiénes son sujetos de la justicia– y quiénes no lo son.

Nancy Fraser también analiza los distintos niveles de la justicia metapolítica. El tercer nivel alude a las injusticias creadas por los procesos no democráticos con los que se establece el marco, y que adolece de paridad participativa. Fraser lo denomina representación fallida metapolítica, y surge «cuando los Estados y las élites transnacionales monopolizan la actividad de establecimiento del marco, negando voz a quienes pueden resultar perjudicados en el proceso e impidiendo la creación de foros democráticos» en los que se diriman sus reivindicaciones21 Es un hecho resaltable que, en particular en el caso de las migraciones internacionales en el ámbito de la UE, las políticas se han aprobado no solo sin participación de los afectados –se han desarrollado a nivel institucional estatal–, sino que además la aplicación de las normas en la UE se ha otorgado a una institución de nueva creación, Frontex (hoy denominada Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), que es una institución opaca y exentas de control democrático. Así, las migraciones internacionales podrían considerarse, en términos de Fraser, como un caso de representación fallida metapolítica.

 

Iris Marion Young: la injusticia estructural. Aplicación al caso de las migraciones

Young parte de que la conexión social surge antes que las instituciones políticas, y las obligaciones jurídicas son fruto de las relaciones institucionales de cooperación. Concibe la injusticia como una cuestión estructural, con cinco aristas –explotación, marginación, carencia de poder, imperialismo cultural y violencia–, y junto a las cuestiones de distribución añade tres fuentes de limitaciones: procedimientos de toma de decisiones, división del trabajo y cultura. Además, analiza cómo se experimenta la opresión y la dominación, y sus diferentes aristas en relación con la justicia. De acuerdo con Young, «la injusticia estructural existe cuando los procesos sociales sitúan a grandes grupos de personas bajo la amenaza sistemática del abuso o de la privación de los medios necesarios para desarrollar y ejercitar sus capacidades, al tiempo que estos procesos capacitan a otros para abusar o tener un amplio espectro de oportunidades para desarrollar y ejercitar capacidades a su alcance».22 La injusticia social, apunta Young, remite en verdad a una injusticia estructural que se asienta en una serie de procesos que lo permiten, con cuatro componentes:

1) los hechos sociales objetivos, experimentados por los individuos como algo que limita y capacita a la vez;

2) el espacio macro social en el que las posiciones están relacionadas;

3) lo que ya existe, pero solo en las acciones;

4) lo que involucra de forma cotidiana las consecuencias no intencionadas de la combinación de actos de muchas personas.

Si aplicamos este esquema a las migraciones internacionales, no cabe duda de que esta situación representa un caso de injusticia estructural. Veamos cómo. En primer lugar, resulta evidente cómo los sujetos afectados experimentan el modelo migratorio del Norte como restrictivo en derechos, lo que impacta en sus oportunidades y su acceso a bienes y servicios –también al mercado laboral legal–, creando una precariedad que afecta al devenir de sus vidas; pero que impacta paralelamente de una forma biopolítica: en el “secuestro” de su tiempo de vida mientras están recluidos en instituciones donde pasan meses y años sin saber cuándo se resolverá su caso.23 Así, las estructuras limitan sus vidas de forma directa, aunque también de forma indirecta, como señala Young, de un modo más tangencial y acumulativo.

En segundo lugar, el espacio macro social donde se desarrollan las migraciones viene marcado por aspectos históricos –la experiencia de la colonización del resto del planeta por parte de Europa–, por procesos geopolíticos más recientes: imperialismo, neoimperialismo de los recursos, formación de bloques, etc., que conforman las estructuras y guían el establecimiento de normas, y por procesos simbólicos: la construcción de la oposición “nosotros”-“el otro”. El resultado es la jerarquización de los sujetos por nacionalidad y nivel económico que se establece en base a criterios políticos, de cercanía cultural, pero también por prejuicios raciales/étnicos que determina quiénes acceden al derecho al movimiento y, en concreto, a traspasar las fronteras del mundo rico. Las barreras de entrada al sistema son muy distintas para unos y otros, lo que da cuenta de que los criterios utilizados funcionan para filtrar a quienes se desplazan de acuerdo a los deseos y necesidades laborales de los países receptores. La existencia de un mercado de trabajo irregular es funcional al sistema económico. Así pues, se trata de una “desigualdad persistente” que en la actualidad opera profundizando la categorización o jerarquización de los seres humanos a quienes corresponderán distintos grados de privilegio o marginación/exclusión/depauperación.

En tercer lugar, señala Young que las reglas o recursos que definen las estructuras sociales «existen solo en la medida en que los individuos de la sociedad tienen conocimiento de ellos».24 En el caso de las migraciones, en general, es así, pero la legislación y normativa actual se aplica tras un velo de discrecionalidad y opacidad, por lo que a veces ni los ciudadanos de pleno derecho ni los irregulares afectados conocen las disposiciones; se opera en un ambiente de ocultamiento: vuelos de madrugada de “devolución” de migrantes, instalaciones de internamiento en emplazamientos discretos, etc. que parecen no existir, son una especie de no-lugares, como diría Marc Augé, fuera de la mirada pública y donde los internos son números anónimos despersonalizados; sin embargo, se trata de acciones que construyen ladrillo a ladrillo una realidad. Como recuerda Young,  las estructuras «se producen solo mediante la acción… son recursivas».25

En cuarto lugar, las consecuencias no intencionadas –no calculadas sería mejor, ya que sí hay una intención de criminalizar a ciertas personas y de que existan mercados laborales paralelos y precarios– del actual modelo migratorio producen un daño ingente: vidas que se pierden, pero también vidas que se malogran por la precariedad, graves violaciones de los derechos humanos que llegan a la esclavización (como está ocurriendo en Libia), abusos sexuales sistemáticos a las migrantes, daños psicológicos persistentes por el daño sufrido… En ello intervienen una cadena de agentes, desde los responsables de políticas estatales, partidos políticos que criminalizan a los migrantes, el sistema jurídico y policial que hace cumplir las normas pero a veces “se les va la mano”, medios de comunicación que hacen de altavoz, empresarios que demandan trabajadores baratos, ciudadanías acomodadas que desean delegar las tareas de cuidados, pasando por los gobiernos de países que realizan la gestión externalizada de las migraciones, su utilización política de esta prerrogativa, sus  fuerzas armadas y policiales que hacen el trabajo sucio, los propios gobiernos y estados de origen que no crean condiciones para el bienestar de su ciudadanía, sino juegos de equilibrios políticos, clientelismos y corruptelas… Quienes participan de un modo u otro tienen su parte de responsabilidad en afianzar o no la injusticia estructural que limita las oportunidades de los sujetos “sujetados”. Todos estos elementos se entrecruzan con un resultado nefasto sobre las personas que se desplazan.

Desde su enfoque socioestructural, Young propone un esquema de conexión social como modelo de responsabilidad para interpretar las obligaciones jurídicas. Este modelo se basa en que «todos los agentes que contribuyen con sus acciones a los procesos estructurales que originan injusticias tienen la responsabilidad de trabajar para solucionar estas».26 Para Young, las obligaciones jurídicas exceden lo que es debido por mera humanidad. Lo desmarca del modelo más común de la responsabilidad enfocado a identificar al culpable directo de un daño porque en un sistema complejo como el actual, con injusticias socioestructurales, como argumenta Young, los responsables de una injusticia pueden no presentar relaciones directas con los perjudicados. Es decir, las relaciones entre el agente o agentes de una primera acción en una larga cadena de eventos y los perjudicados finales de ese proceso pueden estar invisibilizadas, pero no por ello deja de existir un nexo.  Por ello, Young sostiene la necesidad de un concepto ampliado de la responsabilidad, y propone el modelo de conexión social que otorga responsabilidad a los individuos respecto a las injusticias estructurales más allá de las fronteras del Estado nación, incluso aunque no haya una cadena causal directa. Este modelo de conexión social es aplicable a las migraciones internacionales, ya que, si bien no participamos en el diseño de las políticas restrictivas, sí tenemos una responsabilidad compartida en la injusticia estructural a través de distintos canales: como votantes, como consumidores, como vecinos, como empleadores de migrantes, como activistas, etc. Sin embargo, aunque coincidiendo con el análisis de Young, cabe alegar que la cadena de responsabilidad puede entrar en terrenos pantanosos difíciles de seguir la pista en los vericuetos de la sociedad global, lo que plantea una pregunta legítima: ¿Hasta dónde alcanza la cadena de responsabilidades?

Young enumera las características de este modelo, que recojo sucintamente:27

1) no pretende aislar, es decir, identificar al responsable principal de una injusticia porque hay distintos sujetos con responsabilidades;

2) evalúa las condiciones originales a las que normalmente se atribuye la culpa, y amplía este enfoque;

3) más proyección (a futuro) que reconsideración (del pasado), así, no busca la reparación por injusticias pasadas, sino más bien evitar que tales injusticias se sigan reproduciendo;

4) responsabilidad compartida entre quienes participan con sus acciones en los procesos que conducen a injusticias estructurales;

5) solo es posible abordarlos mediante la acción colectiva.

El modelo remite estrechamente a la responsabilidad política de organización colectiva para transformar las estructuras. Esta responsabilidad compartida no entrañaría, sin embargo, como aclara Young, una igual responsabilidad. La “responsabilidad compartida pero diferenciada” ha sido precisamente uno de los mantras de la ONU respecto al cambio climático.

En la senda de lo apuntado por Young, pueden señalarse, tal como apunta Velasco, dos deberes básicos de los países prósperos: uno, resarcir a los injustamente perjudicados; y dos, rediseñar el orden jurídico-económico internacional para que no se sigan generando tales daños. Velasco alega que se trata de una responsabilidad no solo moral, sino también legal acorde con los instrumentos internacionales de derechos humanos, y aboga no solo por marcos conceptuales distintos, sino también nuevas estructuras político-institucionales.28 Este autor propone un modelo de gestión inclusiva de las fronteras basado en una concepción de las mismas como membranas, estables al tiempo que permeables y reguladas –moral y jurídicamente– bajo criterios de justicia y equidad. Esto permitiría mantenerlas habitualmente abiertas. El cambio de perspectiva implica saltar de pensar las migraciones como “problema de seguridad” y como “competencia exclusiva del Estado” a considerarlas en clave de justicia global y de responsabilidad compartida.

 

Comentarios finales

Los autores recogidos en el texto exponen numerosas propuestas para la transformación del modelo de las migraciones internacionales desde una perspectiva de justicia global. Sintetizo algunas de las ideas que considero más prometedoras para este fin, a saber:

Primero, considerar las migraciones internacionales desde un marco integral que revele su condición de injusticia estructural.

Segundo, situarlas en el marco de los derechos humanos, un imperativo universal cuyo cumplimiento evitaría muchos de los presentes abusos que sufren quienes se desplazan.

Tercero, revisar los derechos de los migrantes tanto en el plano distributivo como de reconocimiento y derechos políticos bajo el principio de “paridad de participación”.

Cuarto, redefinir las normas que otorgan los derechos de ciudadanía para aquellos extranjeros que habitan en una unidad política a fin de que la ciudadanía se ligue a criterios de convivencia.

Quinto, para iniciar transformaciones más profundas, considerar un modelo institucional multiescalar de responsabilidad en las migraciones, así como activar un enfoque de “conexión social”.

Sexto, a escala supranacional, trabajar por desarrollar un orden institucional global capaz de gobernar las migraciones internacionales, aplicando criterios de justicia que se dan por sentados en el interior del Estado nación. Ya existen numerosos documentos que dan contenido y directrices para dicha gobernanza, como la Declaración de Nueva York para los Refugiados y Migrantes (2016), el Pacto Mundial para los Refugiados y el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular (ambos de 2018), junto a la anterior Convención sobre la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares (Asamblea ONU, 1990, que entra en vigor en 2003).

Séptimo, operar bajo un esquema de fronteras abiertas y de libre circulación de personas como norma, con el cierre de forma excepcional.

En el desarrollo de estas tareas, resulta urgente la democratización de la esfera internacional.

 

Nuria del Viso Pabón es miembro del Área Ecosocial de FUHEM y editora de la revista PAPELES.

Disponible el contenido del artículo a texto completo en: Migraciones internacionales y justicia global a la luz de la filosofía política

NOTAS:.

1 Juan Carlos Velasco, «Hacia una visión cosmopolita de las fronteras. Desigualdades y migraciones desde la perspectiva de la justicia global», Revista Internacional de Sociología, vol. 78 (2), e153, abril-junio 2020, p. 2.

2 Juan Carlos Velasco, El azar de las fronteras. Políticas migratorias, ciudadanía y justicia, FCE México, 2016, p. 284.

3 Puntualizar que este ha sido el caso para las migraciones internacionales, aunque el conflicto de Ucrania ha creado una situación de acogida de ciudadanía ucraniana en la Unión Europea bien diferente a los usos habituales empleados en las dos últimas décadas para otros refugiados. Esta situación ha puesto en evidencia los principales argumentos empleados por el Norte global a la hora de justificar sus prácticas restrictivas, como analiza Juan Carlos Velasco en este artículo: https://www.madrimasd.org/blogs/migraciones/2022/03/09/133243 y en este: https://theconversation.com/la-respuesta-europea-a-los-refugiados-ucranianos-una-excepcion-178738

4 Bernardo Bolaños, «Migración, derecho consular y justicia global», Isonomía, núm. 30, abril de 2009, p. 3, disponible en: http://www.scielo.org.mx/pdf/is/n30/n30a1.pdf

5 John Rawls, «La estructura básica como objeto», en: John Rawls, Liberalismo político, Barcelona, Crítica, capítulo 1, 2006, pp. 1-32.

6 John Rawls, «Los principios de la justicia», en: Rawls, John, Teoría de la justicia, Madrid, Fondo de Cultura Económica, cap. 2, 1995, pp. 62-118.

7 Juan Carlos Velasco, 2016, op. cit., p. 15.

8 John Rawls, «El derecho de gentes», Isegoría, 16, 1997, pp. 5-36, p. 5.

9 Bernardo  Bolaños, 2009, op. cit.; Velasco, 2016, op. cit., pp. 243-248.

10 Joseph Carens, «Aliens and citizens. The case of open borders», The Review of Politics, vol. 49, núm. 2, primavera, 1987, pp. 251-273, citado en Daniel Loewe, «Justicia distributiva global e inmigración», REMHU, Revista Interdiscip. Mobil. Hum., vol. 25, núm. 50, agosto de 2017, pp. 25-45, p. 33.

11 Daniel Loewe, 2017, op. cit., p. 33.

12 Thomas Pogge, «Cosmopolitismo y soberanía», en: La pobreza en el mundo y los derechos humanos, cap. 7, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 215-248, p.217.

13 A esta postura se suma Ariadna Estévez, quien señala que se podrían evitar los conflictos que sufren los migrantes bien a través de la ampliación de la ciudadanía, bien a través del reconocimiento y aplicación de los derechos humanos. Ariadna Estévez, Derechos humanos, migración y conflicto: hacia una justicia global descolonizada, Centro de Investigaciones sobre América del Norte (Cisan), Universidad de México, México, 2014, p. 178.

14 Thomas Pogge, 2005, op. cit., p. 220.

15 Juan Carlos Velasco, 2020, op. cit,  pp. 9-10.

16 Para más información, véase: https://www.itanol.com/2019/05/riace-pueblo-italiano-famoso-modelo-de-acogida-de-migrantes/ y https://www.elsaltodiario.com/italia/escandalosa-sentencia-al-ex-calcalde-de-riace-y-su-modelo-de-acogida-solidaria-

17 Michael Walzer, «La pertenencia», en: Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, México, FCE, capítulo 2, 1997 [1983], pp. 44-74.

18 Ibid., p. 65 y ss.

19 Juan Carlos Velasco, 2016, op. cit., pp. 277-284.

[20 Nancy Fraser, «Reenmarcar la justicia en un mundo en globalización», en: Escalas de justicia, cap. 2, Herder, Barcelona, 2008, pp. 31-64, p. 39.

21 Nancy Fraser, 2008, op. cit., p. 60.

22 Iris Marion Young, «La estructura como objeto primario de la justicia», en: Responsabilidad por la Justicia, Fundación Paideia Galiza, A Coruña, 2011, pp. 61-88, p. 69.

23 Ruben Andersson, «Beneficios y depredación en la bioeconomía humana», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 145, primavera 2019, pp. 27-56, disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/beneficios-y-depredacion-en-la-bioeconomia-humana/

24 Iris Marion Young, 2011, op. cit., p. 76.

25 Ibid., p. 77.

26 Iris Marion Young, «Responsabilidad y justicia global: un modelo de conexión social», Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 39, 2005, pp. 689-708, p. 689.

27 Ibid., p. 702 y ss.

28 Juan Carlos Velasco, «Alternativas a la funesta manía de erigir muros», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 153, primavera 2021, pp. 101-112, disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/alternativas-a-la-funesta-mania-de-erigir-muros/


Entrevista con Daniel W. McShea y Carlos de Castro

El número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica en su sección ENSAYO una entrevista realizada por Ramón del Buey a Daniel W. McShea y Carlos de Castro

¿Cómo reaccionar ante un nuevo cambio en cosmología?

Es sintomático que el filósofo francés Bruno Latour haya titulado su conferencia de aceptación del último Premio Kyoto así: «Cómo reaccionar a un cambio en cosmología». ¿Cuál hubiese sido nuestra reacción de haber vivido en primera persona la revolución copernicana? ¿Y si estuviéramos ante una revolución similar en la biología?

La entrevista que se ofrece a continuación es una oportunidad de trasladar dicho experimento mental a una situación de cuestionamiento más real. El 6 de abril de 2022, la prestigiosa revista Paleobiology, editada por Cambridge University Press, publicó «Applying the Prigogine view of dissipative systems to the major transitions in evolution»,[1] una investigación sobre la evolución de la complejidad de la vida que está llamada a ocupar un lugar importante no solo en la historia de la ciencia, sino también en los pensamientos (¿y en los actos?) de cualquier alma concernida por la comprensión de nuestro puesto en el cosmos.

El artículo ha sido elaborado por Carlos de Castro (Departamento de Física Aplicada, Universidad de Valladolid) y Daniel W. McShea (Departamento de Biología, Duke University), a partir de una pregunta tan sencilla como trascendental: ¿por qué la trayectoria del grado de complejidad de los sistemas orgánicos, que se acelera en el tiempo de manera exponencial según las observaciones empíricas no coincide con las previsiones del neodarwinismo, un modelo explicativo para el cual lo esperable sería la ralentización en la evolución? La respuesta ofrecida por los autores consiste en defender un tipo concreto de retroalimentación entre los niveles superiores e inferiores de dichos sistemas orgánicos. Este se basa en la tesis de que las cadenas causales que se dan en esa retroalimentación no seguirían una orientación solamente ascendente –de tal forma que pudiéramos explicarlo todo como interacciones de partículas subatómicas–, sino que, al contrario, la causalidad sería también descendente. Así, las totalidades, en especial las orgánicas más abarcadoras, explicarían causalmente la realidad de las funciones y las interacciones de materia y energía que finalmente encontramos en las relaciones de los entes o seres que conforman con su interacción dichas totalidades orgánicas. El artículo, como su título indica, aplica una herramienta proveniente de la física termodinámica, el trinomio de Prigogine, a un ámbito estudiado por la biología, la historia de la evolución y, en concreto, la historia de lo que se conocen como Major Transitions in Evolution (en adelante MTE), es decir, los cambios de mayor relevancia en la complejidad de los sistemas orgánicos, como el que se produjo en el paso de las células procariotas a las eucariotas, o en el paso de las células eucariotas a los organismos pluricelulares. Si no resultan familiares las ideas de Prigogine o la teoría Gaia, se facilita la referencia de tres textos accesorios para facilitar la comprensión.[2] Pero también cabe la posibilidad de que el asombro que sobrevenga a la lectura sea de otro tipo. ¿Será nuestra reacción ante un nuevo cambio en cosmología?

 

Ramón del Buey (RB): ¿Cómo fue que un biólogo y un físico colaborasteis para un trabajo tan transdisciplinar?

Carlos de Castro (CC): La termodinámica que defendió Ilya Prigogine es uno de los dos pilares “físicos” en los que me apoyo para explicar cómo emerge una Gaia de tipo orgánico. Como sabes, llevo ya cerca de dos décadas defendiendo una teoría Gaia que identifica la biosfera con un organismo vivo, pero es muy difícil publicar en el ámbito científico algo así. Cuando estás mentalmente en este nuevo paradigma muchas de las controversias que se tratan en la biología, en la ecología y en la filosofía natural las interpretas rápidamente de otra forma, en ocasiones de forma muy sencilla.

El caso que nos ocupa lleva muchas décadas en discusión en la biología evolutiva, aunque con tendencia a pasar de puntillas sobre él. A partir de mis publicaciones sobre la teoría Gaia orgánica en las que algo de esto se describe y explica, me animé hace un par de años a escribir un pequeño artículo que tratara de explicar dos ideas: que el ritmo de aparición de las MTE en la jerarquía que se observaba en la Tierra no cuadraba con las explicaciones clásicas de la biología evolutiva y que desde la física e interpretación de sistemas complejos disipativos de Prigogine se podía tener una explicación coherente. Como ya me había pasado en muchas ocasiones desde los años noventa, se repetía la historia: llevé el artículo a algunas revistas relevantes y los editores ni lo llevaron a revisión. Tras tres rechazos, se me ocurrió pedir ayuda y acudir a algún biólogo reconocido que pudiera compartir mis ideas. Consideré que el más avanzado, puesto que ya tenía gráficos que marcaban una aceleración en la complejidad y los niveles jerárquicos y llevaba tiempo estudiando el tema casi “predicando en el desierto” era Dan. Le envié mi trabajo y se ofreció con entusiasmo a ayudarme. La ayuda se convirtió rápidamente en colaboración y un montón de discusión de pormenores y, sobre todo, en una mejora impresionante del artículo, de su extensión y calidad y de “traducción” a un lenguaje más próximo a la biología. Destacaría además que esa discusión transdisciplinar con Dan me llevó a una mayor convicción del papel y significado del trinomio de Prigogine , a profundizar en la bibliografía sobre los detalles y a rectificar el cierto prejuicio que tenía con los briozoos, los primeros animales coloniales, quizás por la fascinación que tengo por los insectos sociales (abejas, termitas y hormigas) y porque al principio creí que podría descuadrar mi idea de que seguíamos una curva exponencial. También he de decir que Dan es un biólogo con un sentido fenomenológico de la termodinámica muy agudo, fue él, por citar un caso, el que escribió el ejemplo del huracán que damos en el artículo. Creo que fue necesario, pues, un biólogo con buenos conocimientos fenomenológicos de física y al revés.

Daniel McShea (DM): Cuando Carlos me propuso colaborar, vi una magnífica oportunidad para explorar algunas ideas que tenía sobre la relación entre los sistemas alejados del equilibrio y la evolución a gran escala con un físico que también había pensado en estas cosas. Era una oportunidad para aprender, pero no esperaba que estuviéramos de acuerdo en demasiadas cosas. La mayoría de mis intentos de explorar esta área con físicos no habían llegado muy lejos, porque no podíamos superar las diferencias con respecto a los conceptos fundamentales. Esta colaboración con Carlos fue muy diferente. Resultó que pensábamos en estos problemas más o menos en sintonía conceptual, y nuestras diferencias se reducían sobre todo a la terminología que empleábamos. Carlos es un físico que, cuando la ocasión lo requiere, puede pensar como un biólogo. También resultó que su punto de vista ofrecía una nueva manera de pensar en un problema con el que yo había estado luchando durante algunos años: la aceleración a lo largo de la historia de la vida en el origen de nuevos niveles de organización, el aumento de la jerarquía de la bacteria a la célula eucariota y del individuo multicelular a la colonia. Tenía una solución tentativa que había propuesto en un artículo anterior, pero Carlos me permitió verla en términos mucho más generales y de una manera más amplia que la del detalle biológico.

 

RB: ¿Podéis resumirnos cuál es la principal novedad que aporta el artículo y por qué creéis que es relevante en la biología evolutiva y quizás más allá de sus MTE?

CC: Diría que la mayor novedad son las realimentaciones entre los elementos y el todo que emerge de la interacción de los elementos . La biología, como otras ciencias, ha tendido históricamente a la visión reduccionista, a explicar los detalles, a ir en último término como interacción de átomos, o elementos mínimos de cada disciplina: moléculas en la química, genes en la biología, etc. Prigogine advertirá que incluso en sistemas físicos, la historia es relevante y la formación de sistemas macroscópicos, formadores de historia, de totalidades, no solo emerge de las interacciones microscópicas sino que tanto en el proceso de formación como una vez formado ese todo se producen fenómenos de causación en la otra dirección: la totalidad también determina los procesos microscópicos que van a ser seleccionados. Se termina generando una causalidad circular con mucho potencial evolutivo y, bajo ciertas condiciones, explosivo, exponencial. Es decir, existiría una causación de “arriba hacia abajo” (top-down), desde el nivel más alto hacia los más bajos, desde lo que Prigogine llama estructura hacia las funciones o microestructuras. No solo que el todo tenga propiedades más allá de la suma de las partes, es que termina, en ciertos sistemas, determinando la interacción de las partes. Prigogine creyó observarlo en ciertos sistemas físicos y defendió que se podía aplicar a sistemas biológicos y sociales. Yo me lo tomé en serio.

El resultado es que ese ciclo de causación, en la que la tercera pata del trinomio son las fluctuaciones, lo que interpreté como los flujos de energía y materia entre sistemas, tiene un potencial evolutivo en el caso de la biología que puede resultar en aceleración de los procesos en estudio. Es decir, funciones exponenciales que aparecen cuando hay realimentaciones circulares positivas. La biología evolutiva sin esa “fuerza” se estaba dando de bruces para explicar por qué parece que ciertos procesos de complejidad, como las MTE, se aceleran, cuando desde las teorías clásicas lo esperado es una ralentización en la evolución. Además, en ese juego del trinomio, se muestra que requiere fases que desde la perspectiva micro, interpretamos como la necesaria colaboración de los entes, –en el caso de la biología, los organismos–, lo que explicaría que lo más relevante en la evolución no es la competencia sino la cooperación como forma de resolver problemas, pero como tendencia universal ¡desde la propia física!

Si nos situamos en la perspectiva de las totalidades formadas, hablamos de coordinación, existiría una tendencia hacia la formación de totalidades en sistemas evolutivos y esos todos promocionarían la cooperación de sus partes, coordinándolas. De nuevo, con apoyo en las leyes de la termodinámica. Esto es brutal, porque la termodinámica nos estaría ensañando justo lo contrario a cómo se la interpretó en buena parte del siglo XIX y XX, como esa tendencia a la degradación. Y da la vuelta a cierta obsesión histórica en la biología evolutiva desde Darwin a interpretaciones de lucha y competencia excluyentes que muchas veces ha tenido impactos sobre cómo nos organizamos social, económica y moralmente en los últimos siglos. Por supuesto, en el artículo, procuramos solo rozar algunas de estas cuestiones, bastante controvertido puede llegar a ser centrándose en algo tan concreto.

DM: Apoyo plenamente la visión descendente de la causalidad de Prigogine y Carlos. Es una visión que ha estado implícitamente presente pero oficialmente ausente en el discurso evolutivo. Oficialmente, la causalidad va hacia arriba, de abajo a arriba, empezando por los genes y terminando por el organismo y su ecología. Sin embargo, implícitamente, la selección natural darwiniana es necesariamente un proceso descendente. Es, en palabras del paleontólogo del siglo XX Leigh Van Valen, «el control del desarrollo por la ecología». Una entidad ecológica actúa de forma descendente sobre los organismos que contiene, filtrando las variantes menos adaptadas, fomentando las mejor adaptadas y moviendo las poblaciones hacia una mayor aptitud.

Curiosamente, Carlos y yo expresaríamos este tipo de causalidad en términos algo diferentes. En sus términos, el conjunto determina los procesos de nivel inferior que se seleccionan. En los míos, los procesos de nivel inferior no están determinados, sino que surgen al azar, como dice la teoría tradicional, y aquellas variantes que apoyan o fomentan el flujo de energía a través del sistema son estabilizadas por el todo o, en términos darwinianos estándar, son “seleccionadas” o “favorecidas”. En ambas formas de expresarlo, la flecha causal corre hacia abajo desde el sistema de nivel superior (en términos biológicos, la ecología) hasta sus partes (organismos o linajes).

 

RB: ¿Qué queréis decir con “de-darwinización” o “maquinización” de las partes y qué implica este proceso en la literatura evolutiva?

CC: La literatura ha identificado, en ocasiones de forma independiente, creo, términos como “de-darwinización”, maquinización o domesticación cuando las totalidades formadas al nivel de las jerarquías que describimos, restan capacidad de autonomía a sus partes que en su día fueron totalidades más “plenas” (organismos): las bacterias que se incorporan a la célula eucariota y que termina siendo un orgánulo como el cloroplasto o la mitocondria dejan de ser tan autónomas, pierden funciones (y genes) y son maquinizadas o domesticadas así por ese todo. La selección natural ya no actúa sobre la mitocondria como actuaba sobre la bacteria, actuaría sobre la célula eucariota, en ese sentido, biólogos evolucionistas hablan de “de-darwinización”. Para que no pensemos en este proceso de forma antropomórfica en exceso yo suelo usar, aunque no lo hemos incorporado al artículo, “transferencia de telos”: la totalidad absorbe las funciones, los propósitos, la autonomía de las partes, que en su día dirigían hacia ellos mismos. También hablo de “dilución de egos”, los egos al colaborar y cooperar con otros van formando totalidades y se van diluyendo como egos frente al nuevo ego que se va formando. Pero estos términos son demasiado radicales para una biología aún muy anclada en el mecanicismo reduccionista, donde esquemas teleológicos (no necesariamente autoconscientes), son atacados sin piedad, aunque el sentido común nos diga que un pájaro cuando hace un nido lo hace con un propósito (teleología) que le pertenece y emerge del pájaro como tal.

DM: En un artículo de hace algunos años describí lo que llamé el “drenaje de complejidad” que se produce en la evolución de los individuos de nivel superior. El artículo surgió de una observación casual de que las células de los individuos pluricelulares parecían tener menos partes que los organismos unicelulares de vida libre. Una célula de la piel de un mamífero tiene menos partes –menos orgánulos y menos estructuras internas en general– que una ameba. De hecho, algunas células de los organismos pluricelulares, como las células sanguíneas humanas, no tienen ninguna parte a macro escala. Así que me propuse comprobarlo, desarrollando una definición objetiva y operativa de “parte” y utilizando las micrografías electrónicas ya disponibles en la literatura al respecto para contar las partes de las células. Los datos apoyaron firmemente la existencia de un drenaje. En términos evolutivos, el drenaje tiene sentido. Como dice Carlos, con la aparición de un individuo multicelular, algunas de las diversas funciones que el organismo debe realizar se transfieren de las células al conjunto multicelular. Una célula hepática no necesita recoger oxígeno o alimento, ni tampoco reproducirse, porque estas funciones las realiza el conjunto multicelular. Así, la célula hepática necesita menos partes. Pensando más en ello, parece bastante probable que la misma lógica evolutiva se aplique a todos los niveles, que la aparición de la célula eucariota produjera un drenaje de partes dentro de las células procariotas que la componen. Y la aparición de sociedades y colonias produce un drenaje de las partes dentro de los individuos multicelulares que las componen. Es casi seguro que estas dos últimas ocurrieron, pero no han sido demostradas formalmente con conjuntos de datos robustos: una oportunidad para algún biólogo con mentalidad empírica.

 

RB: Ambos tratáis pues el tema de la complejidad y de su evolución. Este trabajo es, por tanto, más específico de lo que os ocupa. ¿Para qué otros campos más allá del caso de las MTE creéis que sería relevante vuestra discusión?

CC: En su día me apoyé en las mismas ideas para especular con que la tendencia en la complejidad de los organismos medida de alguna manera con el número de genes mínimo para “fabricar” un organismo, seguía una función exponencial en vez de una función creciente ralentizada como se esperaría de nuevo desde las teorías clásicas en la biología. De hecho, intenté publicarlo en su día, sin apoyarme en Prigogine. El problema es que el número de genes es una forma débil de medir la complejidad y, por otro lado, el jaleo es impresionante porque la funcionalidad de los genes no es nada directa a su número. Pienso ahora más en un estudio que identifique número de variantes de proteínas (proteómica), algo que invitaría a explorar a los microbiólogos que lean esto. En cualquier caso, el número mínimo de genes para hacer una bacteria, una célula eucariota, un organismo pluricelular sencillo, como una esponja o una medusa y un organismo complejo como un leopardo, si lo pones en función del tiempo geológico que se necesitó para que aparecieran por primera vez, también correlaciona con una función acelerada mientras que la teoría clásica seguiría prediciendo una ralentización.

Los trabajos de Dan precisamente me convencieron de que era mejor explorar los saltos jerárquicos. Pero para mí, lo más relevante es que existe una fuerza directora, una tendencia física, que ayudaría a explicar por qué de una sopa informe –así nació nuestro Universo– se forman, bajo ciertas condiciones, estructuras cada vez más complejas de forma acelerada (aunque con límites) y en el caso de los fenómenos biológicos, si contemplamos los ecosistemas y Gaia desde el esquema de Prigogine, podemos inferir también procesos de transferencia de funciones, de maquinización y de coordinación, que decíamos antes, desde todos que llamaríamos ecosistema y Gaia. Creo que la ecología daría un vuelco tratada así y las teorías Gaia también porque podrían explicar sus fenómenos desde esos todos sin necesidad de recurrir siempre y en exclusiva a los fenómenos micro, en último término a la física cuántica. Es un tanto paradójico que sea la física la que defienda así que tienen pleno sentido las ciencias biológicas y sociales, que no tienen por qué perder su trabajo porque el proyecto reduccionista hacia la física atómica es imposible.

Por último, señalo un par de ideas que están en pies de página del artículo, pero que creo que podrían ser relevantes. Por un lado, no necesariamente los animales coloniales es el final de la historia, si aún estamos en fase exponencial, es muy posible que no estén presentes ya factores limitantes que impidan seguir ascendiendo en la cadena jerárquica, y a su vez, las colonias tienen un gran recorrido futuro, un éxito asegurado, se inventarán más veces y evolucionarán en complejidad interna. Eso es coherente con lo que describimos, y excitante. A su vez, si extrapolamos la cadena al pasado, decimos que la primera bacteria no tuvo tiempo material de formarse en la Tierra, de lo que se infiere que estaríamos mostrando, creo que, por primera vez, una teoría que discriminaría entre dos hipótesis: que el origen de la vida ocurre en la Tierra o que el origen es extraterrestre, más antiguo que el Sistema Solar y que la Tierra fue colonizada por bacterias extraterrestres. Hasta ahora creo que no había base teórica para preferir una u otra, de ahí que se exploraran las dos, aunque mayoritariamente la “equivocada” en mi opinión. Por otro lado, muchos de los procesos evolutivos de pérdidas funcionales, de pérdidas genéticas y demás, de escalas de nivel ecosistémico, tendrían un paraguas explicativo en nuestra discusión de los procesos de MTE usando el mismo esquema teórico. Así, que no sinteticemos vitamina C es parte de un proceso de transferencia de telos, a totalidades mayores, de anclaje funcional al ecosistema y a Gaia…

DM: Carlos y yo estamos de acuerdo en la mayor parte de lo que dice. Sin embargo, un punto de discrepancia tiene que ver con la expectativa de la futura evolución jerárquica. El nivel social –los individuos que colaboran para formar sociedades– se formó y estabilizó hace al menos 480 millones de años (con el origen de las primeras colonias avanzadas de briozoos, que forman colonias similares a las de los corales). Estos son los primeros “superorganismos”. Desde entonces, no ha evolucionado ningún superorganismo inequívoco, diría yo. Los seres humanos son altamente sociales, por supuesto, pero nuestras asociaciones en sociedades de más alto nivel –Estados nación y metasociedades de varios tipos– están relativamente poco integradas. Un Estado nación puede tener un enorme poder y capacidad, pero no es un organismo, en mi opinión (¡Carlos y yo hemos tenido varias discusiones fascinantes sobre lo que se requiere para ser un organismo!). De todos modos, si estoy en lo cierto, y si no han evolucionado superorganismos en los últimos 480 millones de años, se plantea la posibilidad de que la tendencia instanciada por las grandes transiciones haya alcanzado su límite superior. Como Carlos y yo argumentamos en el artículo, todos los sistemas alejados del equilibrio tienen tales límites. La mayoría de los sistemas físicos simples alcanzan su límite superior con solo un pequeño número de niveles anidados de trinomios. Los organismos, debido a su complejidad, pueden formar sistemas profundamente anidados. Pero incluso ellos tienen límites.

 

RB: En el artículo, ciertamente, conectáis al final de forma relativamente breve, con la teoría Gaia y en concreto abrís tímidamente la puerta a una discusión cuantitativa, del grado de su organicidad. ¿Hasta qué punto es compatible lo que exponéis con la teoría Gaia orgánica que defiende Carlos?

CC: No es que sea solo compatible. La teoría Gaia orgánica tal y como la he expuesto, trata de buscar los “mecanismos” que llevan a su emergencia, a que emerja un macrosistema en la biosfera con las mismas características que un organismo vivo, que un ser vivo. Uno de estos mecanismos es el mismo proceso que describimos en detalle en el artículo de las MTE: cooperación inicial dirigida por la termodinámica de sistemas complejos disipativos que lleva a la formación de estructuras, a su vez la termodinámica daría mayor probabilidad de formar y mantener estas estructuras y capacidad de estas estructuras de influir primero y luego coordinar después sus partes –organismos–, y finalmente, la formación de una totalidad orgánica.

La otra gran pata explicativa en la que no entramos en el artículo, que tiene que ver con la necesidad del reciclado de materiales, ayudaría, en el caso de sistemas biológicos, a terminar formando una Gaia orgánica. Pero una vez formada, y en coherencia con el propio trinomio de Prigogine, es ella la que coordina, la que “domestica”, la totalidad orgánica que establece las relaciones de arriba a abajo, o top-down, que van a dirigir los procesos internos, incluida la propia evolución interna de lo que llamamos organismos y su MTE. Es decir, la aceleración observada en las MTE creo que necesita, además de lo descrito, el apoyo de una totalidad compleja y orgánica como Gaia, porque las barreras y factores limitantes de esa evolución que describimos son muy grandes.

DM: Cuando se trata de Gaia, soy más tímido que Carlos. En particular, me resisto a llamarla organismo. La razón es que me siento incómodo con los términos que sugieren dicotomías, incómodo con lo uno o lo otro, en biología. En el pensamiento estándar, ser un organismo –o, como Carlos lo ha llamado acertadamente, la organicidad– se entiende generalmente como un concepto dicotómico. Algo es un organismo o no lo es. Hay debates en biología sobre si, por ejemplo, un virus es un organismo o no, pero en la mayoría de ellos se asume que la organicidad no es una cuestión de grado. Creo que en biología muy pocas cosas son todo o nada, muy pocas cosas son discretas. En los mamíferos, por ejemplo, ni siquiera el número de brazos es discreto (pensemos en los seres unidos al nacer). Y supongo que el organicismo no va a resultar discreto. Cuando tengamos una mejor comprensión de los sistemas biológicos, supongo que seremos capaces de idear una escala de organicidad con múltiples variables –como la capacidad de reproducción y la capacidad de metabolizar, etc.– y que cada entidad biológica, desde los virus hasta Gaia, se registrará como un organismo de diferente grado. En cualquier caso, nuestro debate sobre esta cuestión –el estatus de organismo de Gaia– fue para mí una de las discusiones más interesantes que tuvimos.

 

RB: ¿Y alguna implicación más allá de la biología, en la antropología, la filosofía…?

CC: No sé si es mi papel como científico, aunque como persona, sí las veo, claramente. No es lo mismo tratar el conjunto de seres vivos, y a estos como “mecanismos complejos”, que darles un carácter más “vivo”, con valor cualitativo, sobre todo si Gaia está viva. Si consideramos que Gaia es un organismo, el resto de vivientes formamos parte de él, y la sostenibilidad del organismo Gaia y de sus partes dependen del buen funcionamiento de sus partes. Parece una aproximación que lleva a plantearse si nuestra sociedad, en las últimas generaciones, no se está comportando de forma análoga a un cáncer. Pero, sin duda, rompe con un exceso de antropocentrismo y nuestro artículo en concreto tiende a romper también con ese mito de que somos egoístas en un mundo de lucha competitiva desde la biología: hay sesgo físico hacia la cooperación. Creo que la biología, si bien históricamente a regañadientes ha reconocido la colaboración o la ayuda mutua, tiene ahora más apoyos para que esas relaciones salgan del mundo de las anécdotas. El propio Darwin usó ya muchos más ejemplos de competencia excluyente que de cooperación altruista.

¿Y si damos la vuelta al discurso habitual y tratamos de explicar la competencia como lo anecdótico frente a la tendencia general cooperativa? Hace no mucho leía un artículo sobre bonobos que demostraba que tienen tendencias xenofílicas (“amor al extraño” algo interesante para formar todos más abarcantes), en buena medida tenían que justificarlo muy bien y con “barroquismos” explicativos, algo que parece solo necesario cuando el paradigma es el competitivo y de lucha encarnizada por la supervivencia. A mí no me extraña, es más, es lo “natural” en un organismo tan complejo.

DM: Antes de mi colaboración con Carlos, no había pensado mucho en las implicaciones sociales o políticas de esta cuestión. Y estoy en deuda con él por nuestras discusiones, que en gran medida me llevaron a su punto de vista. Sí, el punto de vista de Prigogine apoya una visión menos competitiva y más cooperativa del mundo biológico.  El sistema de nivel superior, nuestra ecología, llega hasta sus partes (nosotros) y estabiliza las interacciones que apoyan el flujo de energía a través del sistema, y muchas de estas interacciones estabilizadoras son probablemente cooperativas. Por otro lado, no olvidemos el drenaje de complejidad, la maquinización, que también se produce. Deberíamos esperar que el conjunto social de nivel superior favorezca la eliminación de "partes" dentro de nosotros, el despojo de las capacidades sobrantes a nivel individual, funciones que el conjunto realiza mejor y más eficazmente. Las colonias de hormigas son “inteligentes" en cierto sentido, pero esa inteligencia es posible en parte porque los individuos que las componen son "estúpidos". Es decir, las hormigas individuales han sido despojadas de gran parte de su complejidad y autonomía. Aplicado a los humanos, el drenaje de complejidad significa que la inteligencia social tiene el mismo coste, una reducción de la complejidad y la autonomía a nivel individual. No es difícil imaginar contrastes que hagan evidente este punto: un cazador recolector humano podría ser omnicompetente, en el sentido de que cada individuo es capaz de comprender y realizar la mayoría de las tareas esenciales. Yo, por el contrario, dudo de mi capacidad como individuo para cultivar alimentos suficientes para alimentarme durante todo un año y me siento algo sobrepasado cuando arranco mi coche.

 

RB: ¿Qué acogida esperáis de este trabajo en vuestros respectivos ámbitos académicos y en qué aspectos os gustaría seguir desarrollando esta investigación en el futuro?

CC: La verdad es que espero más impacto fuera de la física y la biología, al menos por ahora. En física tardamos siglos de pasar del mecanicismo, determinismo y reduccionismo que inició Newton a la física del siglo XX que se abrió a otros paradigmas a partir de la relatividad, la cuántica, la termodinámica de no equilibrio y la teoría del caos. Supongo que la biología requiere tiempo, ya lleva 150 años en un paradigma que la física dejó obsoleto (aunque no los físicos necesariamente), quizás le quede pues aún décadas por delante para “imitar” el camino seguido por la física, espero que no muchas, pues me gustaría experimentarlo en vida. En cuanto al trabajo futuro, en parte dependerá de si hay reacción y cuál al artículo. Me encantaría seguir abusando de los conocimientos y el sentido común de Dan, pero ambos andamos bajos de disponibilidad de tiempo ahora mismo. También hay un proyecto que es más viejo que este de las MTE, que incluso consulté con el mismo Prigogine en los noventa, la idea de que los propios mecanismos que usa la biología evolutiva (el neodarwinismo más en concreto) no cumplen con el trinomio de Prigogine (no hay causación top-down, por ejemplo). Él lo creyó entender así cuando se lo comenté, pero no quiso meterse en el berenjenal, aunque me animó a ello. Dudo que me anime tras décadas infructuosas, y creo que es más práctico tratar de exponer la teoría Gaia que defiendo con sus dos patas básicas sin atacar al neodarwinismo, ahora que ya hay una de ellas con un ejemplo expuesto y quizás admitido.

DM: Soy más optimista sobre el impacto en la biología. La biología evolutiva, al menos, ha dejado atrás el neodarwinismo en las últimas décadas. La llamada “síntesis moderna” ya no es la vanguardia. En su lugar, hemos estado debatiendo qué forma adoptará una “síntesis ampliada”. No se ha llegado a un consenso, por supuesto, pero está claro que la causalidad descendente, la termodinámica y el pensamiento al estilo de Prigogine, e incluso una Gaia algo viva, serán mucho más bienvenidos en el nuevo discurso en desarrollo. Y creo que nuestro artículo será considerado una importante contribución a ese discurso. En cuanto a la investigación futura, he estado trabajando durante la última década en una nueva forma de entender la orientación hacia objetivos o el propósito, que se aplica a todos los sistemas con metas, desde una bacteria que sigue un gradiente de alimentos hasta máquinas dirigidas por metas y procesos afectivos como el deseo y la preferencia en animales que tienen esas capacidades. Intuitivamente, la dinámica lejos del equilibrio debería formar parte de toda esta historia, aunque –a pesar de haber aprendido mucho de Carlos (¡gracias, Carlos!)– todavía no soy lo suficientemente físico como para contar esa historia. Estoy trabajando en ello.

Ramón del Buey Cañas forma parte del personal docente e investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid y es miembro del Laboratorio Filosófico sobre la Pandemia y el Antropoceno de la Red Española de Filosofía.

[1] Carlos de Castro y Daniel W. McShea, «Applying the Prigogine view of dissipative systems to the major transitions in evolution», Paleobiology, 6 de abril de 2022. Disponible en: https://www.cambridge.org/core/journals/paleobiology/article/abs/applying-the-prigogine-view-of-dissipative-systems-to-the-major-transitions-in-evolution/950CC803571570A46EEF7EE5970C50A1#

[2] Ilya Prigogine, ¿Tan solo una ilusión? Una exploración del caos al orden, Tusquets, Barcelona, 1988; Carlos de Castro, El Origen de Gaia, Libros en Acción, Madrid, 2020; Carlos de Castro, Reencontrando a Gaia, Ediciones del Genal, Málaga, 2019.

 

 


Refugiados, migrantes e integración

Refugiados, migrantes e integración: una breve antología 

Jürgen Habermas

Editorial Tecnos, Madrid, 2022

124 págs.

Reseña publicada en el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

Volvemos a Habermas a través de la lectura de una antología de textos, seleccionada, editada traducida y estudiada por Juan Carlos Velasco, inédita.

La intención de este libro es la que ofrecer al lector una aproximación al pensamiento habermasiano en relación con las cuestiones vinculadas con los procesos migratorios y las políticas de integración. Se trata, por tanto, de un viaje a través de una serie de artículos que abordan, desde una perspectiva profundamente alemana, aquellas cuestiones que han ido apareciendo en el país germano desde el proceso de reunificación en relación con la aproximación política a temas como la construcción de la identidad nacional alemana, la conceptualización de la política de asilo o la necesidad de la adopción de una política de integración que vaya más allá una aculturación unilateral por parte de las sociedades de acogida.

Quizás unas de las cuestiones más interesantes del libro es poder ver cómo las migraciones ponen en cuestión modelos políticos clásicos, y plantean preguntas nuevas e incluso incómodas sobre el modo en que esos procesos son gestionados.

Pero, además, y como no podía ser de otro modo, Habermas nos abre la puerta a la complejidad de las aproximaciones en relación con esta cuestión, puesto que la forma de realizarlo puede dar lugar a diferentes resultados, en ocasiones buscados, en otras no deseados.

En los textos recogidos en este libro, además, se puede observar la genuina implicación de Habermas como persona preocupada por el devenir de la sociedad en la que habita, así como su intención explícita de influir en el debate político alemán, algo que, por cierto, continúa haciendo a día de hoy a sus más de noventa años de edad.

Esta antología nos permite trazar la evolución de la línea de pensamiento de Habermas en relación, no solo con la inmigración, sino también con el pasado, presente y futuro no exclusivamente de Alemania, sino también de Europa. A través de los textos que aquí se presentan se observa como el pensamiento habermasiano no ha perdido ni un ápice de actualidad. Así ya en 2006 planteaba cuestiones como el déficit democrático del que adolecía el proceso de construcción europeo y la incapacidad de avanzar en la vía democrática en tanto en cuanto no existiera una esfera pública europea digna de ser llamada como tal. Del mismo modo, clamaba por la necesidad de reforma de las Naciones Unidas, así como por la necesidad de la puesta en marcha de una política exterior europea genuina. Y argumentaba «Solo en una Unión Europea capaz de actuar en términos de política exterior podría influir en el curso de la política económica mundial. Podría impulsar la política ambiental y dar los primeros pasos hacia una política interna mundial» (pp. 97). Pero, además, entonces, también denunciaba, con una claridad meridiana, el riesgo al que se asomaban las sociedades europeas al vincular la inmigración con cuestiones de seguridad, así como establecer una equivalencia entre fundamentalismo e inmigración. Y afirmaba: «Los hijos y nietos de los antiguos inmigrantes forman parte de nosotros desde hace mucho tiempo. Pero como en otro sentido no son parte de nosotros, representan un desafío para la sociedad civil y no para el Ministerio del Interior. Se trata de respetar a los miembros de las culturas y comunidades extranjeras en su alteridad y de implicarlos en la solidaridad cívica» (pp. 98). Así de lúcidas y visionarias son las reflexiones de Habermas en su artículo «La ampliación del horizonte. Europa y sus inmigrantes» publicado allá en 2006.

Y este es solo uno de tantos ejemplos, de los que está sembrado el libro, de cómo desde una perspectiva normativa Habermas es capaz de ofrecer de manera reactiva análisis avanzados y con total vigencia en estos días.

De hecho, también a principios de los años noventa analizaba la política de asilo con un punto de partida que no deja lugar a dudas: el derecho de asilo es un derecho humano, y todos los que lo soliciten debe ser tratados de manera justa y ser acogidos con todas las consecuencias asociadas a este hecho, algo que, desde su óptica, Europa había pasado por alto hasta el fin de la Guerra Fría. Y este debate lo realiza asumiendo la centralidad que las decisiones que se adoptaran entre Alemania y Francia tendrían un impacto significativo en el resto del continente.

Pero, quizás, algo que resulta especialmente interesante en estos textos es cómo Habermas denuncia de manera permanente la necesidad imperativa de deconstruir el concepto de nación entendida como comunidad étnica (Volksgeminschaft) para avanzar en la construcción de una comunidad jurídica (Rechtsgemeinshaft) sobre la base del Estado de Derecho.

Habermas considera que la inmigración puede ser un catalizador adecuado para poner en marcha este proceso. Un proceso que acentuará la diversidad en las sociedades europeas y dará lugar a tensiones sociales que darán paso a una estructura de gobierno supranacional al margen de las particularidades históricas o tradiciones compartidas que son las causantes cierta reactividad por parte de las sociedades afectadas. Y eso se hará, según Habermas, a través de la puesta en marcha de una política de inmigración liberal que huya de lo que denomina el «chovinismo del bienestar». Además, incide en la necesidad de escapar de la idea de “cultura rectora” (Leitkultur) fundamentada en «la idea errónea de que el Estado liberal debe exigir a sus inmigrantes algo más que aprender el idioma del país y respetar los principios constitucionales. Teníamos, y al parecer tenemos aún, que superar la opinión de que los inmigrantes supuestamente deben asimilar los “valores” de la cultura mayoritaria y adoptar sus “costumbres”» (pp. 112). Y, además, alerta de que «no mejora las cosas que hoy en día la cultura rectora no se defina tanto por la “cultura alemana” como por la religión» (pp. 113).

Habermas también plantea la necesidad de que la propia tradición nacional tendrá que ser apropiada de tal manera que esté relacionada y relativizada por los puntos de vista de otras culturas y, por tanto, deconstruida. Ve la inmigración masiva y la relativización de las culturas como una forma de democratizar la ciudadanía y avanzar en la construcción de una auténtica ciudadanía mundial. Y en el caso particular de la UE, una genuina esfera pública europea que permita avanzar en la construcción democrática del proyecto europeo. Y hacerlo, además, en el caso alemán a través de la superación de lo que Habermas denomina la gran mentira. Alemania ya vivió una gran mentira vital, la lanzada por Adenauer: «todos somos demócratas», y argumenta con Hans Magnus Enzensberger que «cree que la RFA está sufriendo una “mentira vital”: la ilusión de que la reunificación era lo que siempre quisimos» (pp.67), y que Habermas replica con la frase: «Si realmente ha ido surgiendo una segunda mentira vital desde 1989, entonces es que sea la mentira de que “por fin hemos vuelto a la normalidad”» (pp.68).

En gran medida, este pequeño gran libro, nos permite realizar un ejercicio de introspección y reflexión para adentrarnos en la búsqueda de esas mentiras vitales y extrapolarlas más allá del contexto alemán. En un momento de máxima crisis geopolítica, económica y humanitaria en el continente europeo, es imprescindible indagar cuáles han sido estas mentiras vitales con las que Europa ha trabajado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tales como la ilusión de que el régimen multilateral surgido entonces y sostenido sobre la democracia liberal era indestructible, aún más tras el fin de la Guerra Fría. Y si seguimos las claras instrucciones analíticas presentadas en este texto por Habermas, podemos trazar una clara línea que correlacione este hecho con la manera en la que nuestras sociedades han ido abordando y abordan los fenómenos migratorios, tanto en sus distintas fases como en su diversidad.

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid

Reseña disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/lecturas-158/


Mundo de emergencias. Papeles 162

El mundo que surge de la pandemia y de la guerra de Ucrania presenta luces y sombras.

Este conflicto armado ha acelerado el ascenso de la importancia creciente de la geopolítica, ha fragmentado el mundo en nuevos bloques de poder y áreas de influencia, y ha profundizado las tendencias autoritarias y armamentísticas que se venían mostrando desde comienzos del siglo.  A su vez, la pandemia nos ha recordado la vulnerabilidad y ecodependencia humana y ha rubricado procesos que estaban en curso con anterioridad, como la digitalización de las sociedades o la recuperación del papel decisivo de los Estados a través de los planes de reconstrucción y resiliencia. Mientras el consenso neoliberal se desploma, surge ya un nuevo orden social plagado de incertidumbres y contradicciones. En el número 162 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, indagamos en los contornos de lo que está emergiendo.

En la Introducción, Santiago Álvarez Cantalapiedra resalta que «la caída del orden neoliberal y la emergencia de otro indefinido nos muestran que ya estamos viviendo una transición. El problema es la transición: adónde nos conducirá y en qué condiciones».

En A fondo, Tica Font disecciona las actuales batallas por la hegemonía mundial; Fernando Estenssoro ofrece un análisis de la geopolítica del siglo XXI desde América Latina; Federico Aguilera Klink aborda los antecedentes y la guerra de Ucrania y el papel de los medios de comunicación; el equipo Ecosocial de FUHEM conversa con Jesús Sanz, quien hace balance de la pandemia; Nuria del Viso explora el desplazamiento forzado, una de las principales tendencias de nuestro tiempo; Adriana Mayor examina cómo ha afectado la guerra de Ucrania a las políticas climáticas y ecológicas; y Ángel Martínez González-Tablas analiza la regulación consciente pública como instrumento en las transiciones.

En Actualidad, Monica Di Donato y Pedro L. Lomas hablan con Ugo Bardi sobre colapso y el otro lado del crecimiento; y Héctor Barco desgrana algunas de las lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi.

Experiencias recoge las reflexiones de Laila Vivas y Virginia Soler tras la ocupación de End Fossil en la Universitat Autònoma de Barcelona, e Hingrid Camila Pérez Bermúdez explora las figuras que operan en la justicia tradicional afro en Colombia.

Ensayo explora los crecientes impactos psicosociales del cambio climático y las migraciones de la mano de M. Carmen Hidalgo y Macarena Vallejo.

La sección Lecturas cierra este número.

A continuación, ofrecemos el Sumario del número y en abierto, a texto completo la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo de Fernando Estenssoro sobre la geopolítica en América Latina.

Sumario

INTRODUCCIÓN

Mundo de emergencias, Santiago Álvarez Cantalapiedra.

A FONDO

América Latina en la geopolítica del siglo XXI: el riesgo de pasar de “Sur global” a “Sur absoluto”, Fernando Estenssoro.

Pandemia, guerra y competición por la hegemonía mundial, Tica Font.

La guerra contra Rusia, Federico Aguilera Klink.

Desplazamiento forzado, exponente de una “tormenta perfecta”, Nuria Del Viso.

Las políticas climáticas y ecológicas, sacudidas por la guerra en Ucrania, Adriana Mayor.

Entrevista a Jesús Sanz, coordinador del libro Salir mejores. Una hoja de ruta de emergencias,  Equipo FUHEM Ecosocial.

Capitalismos, desarrollo alternativo y transiciones, Ángel Martínez González-Tablas.

ACTUALIDAD

Entrevista a Ugo Bardi a propósito del libro Antes del colapso: Una guía para el otro lado del crecimiento, Pedro L. Lomas y Monica Di Donato.

Algunas lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi, Héctor Barco.

EXPERIENCIAS

Verbos para habitar el Antropoceno. Reflexiones sobre la ocupación de End Fossil en la Universitat Autònoma de Barcelona, Laila Vivas y Virginia Soler.

Las sabedoras de la justicia propia afrocolombiana: una práctica decolonial en reemergencia, Hingrid Camila Pérez Bermúdez.

ENSAYO

Aproximación a los impactos psicosociales del cambio climático y las migraciones, Mª Carmen Hidalgo y Macarena Vallejo.

LECTURAS

Necesidades ante la crisis ecosocial. Pensar la vida buena en el Antropoceno, Carmen Madorrán Ayerra.

Marcela Vélez León

Nuevos comunalismos. Una hipótesis política para el decrecimiento, Adrián Almazán e Iñaki Barcena (coords.).

Ramón del Buey Cañas

Geopolítica. Una breve introducción, Klaus Dodd.

Guillermo Carazo Diez-Aja

Notas de lectura

RESÚMENES

 

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Mundo de emergencias

El cinco de mayo de este año, el director de la OMS anunció el fin del estado de emergencia sanitaria internacional por la COVID-19.

Esto no significa que haya terminado la pandemia y sus secuelas y, mucho menos, las causas finales que la provocaron. Aún está por ver si el SARS-CoV-2 se vuelve estacional o si se sucederán nuevos brotes a partir de distintas variantes en diferentes estaciones del año. Tampoco se ha encarado la asignatura pendiente del «COVID persistente», que sufre actualmente en torno al 10% de las personas que padecieron la pandemia.

La emergencia sanitaria se cruzó con la emergencia climática, y las dos emergencias traspasaron, a su vez, otras problemáticas de la crisis ecosocial en la que estamos. Si no hacemos nada (y eso significa: si no vamos a las causas, es decir, si no cambiamos nuestro modo de vida), el factor microbiano y el atmosférico seguirán amenazando nuestra existencia.

Santiago Álvarez Cantalapiedra en este artículo, que constituye la Introducción del número 162 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, habla de cómo los últimos tres lustros han mostrado signos de lo que cabe esperar del mundo que emerge tras cuatro décadas de orden neoliberal.

En el contexto de un cambio global que no deja de acelerarse –cuya principal manifestación es la convergencia de la escasez de recursos con la pérdida irreversible de biodiversidad y la desestabilización abrupta del clima–, hemos asistido durante estos últimos quince años a una crisis financiera descomunal (La Gran Recesión del año 2008), a una pandemia global (la COVID-19 del 2020) y, desde febrero del 2022, a una guerra en Ucrania que acelera la tendencia armamentística que se venía incubando años atrás y que aviva la pesadilla exterminista asociada al Armagedón nuclear. En tiempos de crisis los límites de lo posible se ensanchan en todas direcciones, tanto reaccionarias como emancipadoras, unas veces a favor de las élites y otras en beneficio de las mayorías sociales.

 

La emergencia de un nuevo orden

La crisis ecosocial, resultante de la combinación de la ecológica con la social, revela hasta qué punto el funcionamiento del capitalismo socava las bases de su reproducción. El capital necesita determinadas condiciones sociales y ambientales para proseguir con su senda de acumulación y, al mismo tiempo, esa tendencia a la acumulación ilimitada socava los procesos de reproducción social y ecológica sobre los que asienta sus cimientos. En este escenario de crisis ecosocial plagado de múltiples incertidumbres y contradicciones es en el que emerge hoy un nuevo orden social.

El consenso neoliberal ha saltado por los aires, asegura Gary Gerstle,1 y tardaremos al menos una década en terminar de definir cómo será el próximo orden establecido. Así pues, la caída del orden neoliberal y la emergencia de otro indefinido nos muestran que ya estamos viviendo una transición. El problema es la transición: adónde nos conducirá y en qué condiciones.

El orden emergente arranca de la Gran Recesión provocada por la crisis del neoliberalismo2 y, aunque todavía sin contornos definidos, empiezan a perfilarse algunos de sus rasgos característicos.

En primer lugar, en este orden emergente vivimos un reajuste del papel del Estado y los mercados. Se empezó a vislumbrar con la crisis del 2008 y los primeros programas de estímulo y de rescate bancario, así como con los intentos –más bien retóricos– de regular el capitalismo financiarizado; aconteció de nuevo, pero con mucha más fuerza, con la pandemia, con la parada forzosa de la economía mundial, la emergencia sanitaria y el reinicio posterior de las economías con la ayuda de ingentes planes de reconstrucción y resiliencia; se ha asentado con la guerra, cuando gastos militares y programas armamentísticos se ven impulsados con nuevos fondos. En tales circunstancias, la presencia y expansión de los ámbitos públicos no solo no son cuestionadas, sino que son alentadas de forma generalizada hasta por quienes no hace mucho promovían un miedo cerval al Leviatán del Estado. Cabe preguntarse si esta mayor intervención pública marcada por las circunstancias tiene visos de consolidarse. Hay motivos para pensar que así será: las diversas facetas de la transición –energética, ecológica, digital, y todas aquellas otras que se quieran añadir– parecen estar reclamando una presencia renovada del Estado. El nuevo papel de la intervención pública no se traduce únicamente en la simple cuestión cuantitativa del incremento del gasto: consiste sobre todo en la redefinición del nuevo rol cualitativo que debe desempeñar el Estado (no solo en sus funciones protectoras y redistribuidoras, sino también en las reguladoras y de impulso de la innovación).3 Se trataría de encontrar la oportuna combinación entre gobiernos proactivos, pero controlados, y mercados dinámicos, pero bien regulados. Sin embargo, el regreso del intervencionismo público acontece en un contexto de involución autoritaria. En Occidente viene acompañado de décadas de retroceso de derechos sociales y vaciamiento democrático tras la aplicación de políticas de ajuste y alianzas público-privadas que fusionan el poder económico con el político;4 en Oriente, el capitalismo político o autoritario dirigido por el Estado, ejemplificado perfectamente por China, socava la pretensión de Occidente de afirmar la existencia de un vínculo necesario entre capitalismo y democracia liberal.5

En segundo lugar, asistimos a un retroceso de la hiperglobalización vivida durante la década de los noventa del siglo pasado tras el derrumbe del bloque soviético. Las estrategias orientadas a fragmentar, desplazar y reorganizar los procesos productivos mediante subcontrataciones y deslocalizaciones han mostrado sus inconvenientes. Se ha construido una economía demasiado compleja y, por eso mismo, extremadamente vulnerable: la paralización de parte de la producción por la escasez de suministros, el encarecimiento de los carburantes o los problemas en la logística global (debidos no solo a los cuellos de botella creados por la pandemia sino también a hechos como el acontecido en el Canal de Suez por el buque portacontenedores Ever Given) señalan que se ha ido demasiado lejos con la globalización. Ningún país es capaz de controlar su economía. Las principales potencias de Occidente comienzan a replantearse el papel de las cadenas globales de suministro y a reorganizar a través de políticas industriales las actividades que antes habían fragmentado y deslocalizado a miles de kilómetros, haciéndolas pasar del plano mundial a un ámbito de mayor proximidad geográfica (la UE, la economía nacional) para así garantizar el suministro de componentes e insumos considerados estratégicos (microchips, baterías, vacunas, semillas, cereales, fertilizantes, etc.).

Finalmente, los cambios en la geografía económica mundial, cuyo centro de gravedad se desplaza hacia Asia, y el surgimiento de nuevos actores en el escenario internacional –particularmente China, pero también la India con su enorme peso demográfico–, unido a la creciente pugna por unos recursos estratégicos escasos y las exigencias derivadas de la creciente profundización de la digitalización y el colonialismo verde de los países del centro capitalista, aventuran un recrudecimiento de las rivalidades –en todos los planos: el comercial, el tecnológico o el militar– y un incremento de la importancia de la geopolítica para preservar esferas de influencia y garantizar el acceso y la seguridad en el abastecimiento de los recursos.

En este contexto cabe interpretar el escenario surgido de la guerra de Ucrania. Representa el pulso entre potencias nucleares con el pueblo ucraniano como víctima, reflejando un choque de imperios en declive –el ruso y el occidental nucleado en torno a la OTAN– en un momento dominado por el ascenso fulgurante de una nueva figura: China. Una confrontación que se desprende de la pugna entre potencias ascendentes y dominantes en la emergencia de un nuevo orden, y que ha puesto de actualidad el riesgo que el politólogo norteamericano Graham T. Allison quería señalar al utilizar la expresión «trampa de Tucídides»: la amenaza de guerra que se desprende del miedo a perder la hegemonía.6 La guerra de Ucrania sería la primera salva militar de una nueva guerra fría entre un Occidente Cuadrilateral –formado por EEUU, Europa, Japón y Oceanía– y un Oriente –liderado por China en alianza con Rusia y sus respectivas zonas de influencia– que puede acabar convirtiéndose en caliente en algún momento de las próximas décadas.

 

Nuevos consensos en un nuevo orden

Cada orden social representa una determinada configuración de poder definida por juegos de dominación y compromiso (entre alianzas en torno a una potencia, en el plano internacional; y, en el plano interno, entre clases y fracciones de clase). A cada orden le corresponde un discurso ideológico hegemónico que se presenta como “consenso”. El neoliberalismo logró un éxito sin precedentes en este campo. Generó uno aceptado y asumido incluso por sus oponentes, capturados en un espacio del que no pudieron escapar. En este sentido, los gobiernos de Felipe González, Bill Clinton, Tony Blair, Gerhard Schröder o Barak Obama fueron tan neoliberales como los de Margaret Thatcher o Ronald Reagan. El «Consenso de Washington» definió las reglas del juego para la economía mundial durante casi medio siglo y creó el mito de que la democracia liberal era la forma de gobierno universal con el que se clausuraba la historia.

Nada más lejos de la realidad, pues si hay algo que muestra el nuevo contexto geopolítico es precisamente la caída de dos de los principales mitos del orden neoliberal en el plano internacional: el primero, que el crecimiento económico y el libre comercio conducen a los países sin libertades políticas hacia regímenes de gobernanza y libertades asimilables a los occidentales; el segundo mito consistía en la creencia de que el incremento del comercio y las relaciones económicas garantizaría la paz entre las naciones. Uno y otro han sido desmentidos por China y Rusia respectivamente. Según el consenso occidental, China debería haber iniciado la senda hacia las libertades y los derechos civiles y, sin embargo, no es lo que está ocurriendo cuando el círculo de poder se estrecha cada vez más en torno a la figura de Xi Jinping –quien ha conseguido, no lo olvidemos, prorrogar su mandato indefinidamente– y el capitalismo en aquel país se asienta sobre un poderoso Estado autoritario tecnocrático. El mismo consenso llevó al error de pensar que Rusia iba a aguantar paciente, en virtud de los lazos comerciales contraídos con Europa, todas las ignominias y humillaciones que Occidente le ha estado infligiendo desde el derrumbe del bloque soviético.

La realidad internacional, más allá de los mitos, lo que muestra es la emergencia de un mundo que se fragmenta en bloques en un contexto geopolítico marcado por pulsiones autoritarias y amenazas bélicas. Aunque la crisis ecosocial y las problemáticas emergentes reclaman mayor cooperación y multilateralismo, la realidad que va surgiendo viene marcada por un orden multipolar fragmentado y mediado por un bilateralismo de bloques y áreas de influencia.

En el plano interno también se percibe una pérdida de consensos. El neoliberalismo, como orden social, trascendió las divisiones ideológicas presentes en una sociedad. Las diferencias culturales siguieron existiendo, pero armonizadas en torno a un único proyecto y los mismos principios del libre mercado. Convivían, aunque rivalizando entre ellos, neoconservadores y progresistas neoliberales.7 Los primeros poniendo el énfasis en los valores del esfuerzo, la responsabilidad y la autoridad, en el legado de la tradición, en la defensa de la familia patriarcal y heterosexual; los segundos, enfatizando el mérito y los valores cosmopolitas que celebran el globalismo y la apertura a nuevas culturas, a la diversidad social y a nuevas tipologías de familia y formas de convivencia ancladas en códigos morales plurales. Diferencias ideológicas que se suelen despachar en forma de guerras culturales, pero que no llevan a impugnar el orden social ni el modo de vida de la civilización capitalista. Sin embargo, a medida que empiezan a percibirse con mayor gravedad las amenazas del avance de la insostenibilidad, el deterioro de las condiciones de vida por el incremento de las desigualdades sociales y las brechas territoriales que comprometen la cohesión social, y el retroceso de las instituciones democráticas corre paralelo al avance del poder de las elites, al repliegue autoritario o a la securitización y militarización de la respuesta a los flujos migratorios y a los desplazamientos forzados de población, el orden político y los consensos se resquebrajan al surgir la necesidad de cuestionar los fundamentos sobre los que se estaba instituyendo el orden emergente. De la mano de movimientos como Occupy Wall Street, el 15-M o los chalecos amarillos, se empieza a destacar la importancia de abordar los temas fiscales y poner coto a los mercados financieros y al poder de las corporaciones, se insiste en la urgencia de una transición ecológica justa que reparta con equidad los costes y los esfuerzos, en la necesidad de erigir redes de seguridad que protejan a la gente de las amenazas que se multiplican,8 en suma, se abre el debate sobre el reajuste de las relaciones entre el Estado, la economía y la sociedad, sin olvidar el metabolismo social y la ecología, en el marco de un planeta que se precipita hacia el abismo borracho de (des)información y posverdad.

Sin embargo, nada está decidido. Aún no se ha forjado un nuevo consenso alternativo y el actual orden social continúa indefinido. Las respuestas a las cuestiones estructurales urgentes se van posponiendo porque la combinación de fuerzas no termina de decantarse hacia ningún lado. Mientras tanto, las fuerzas reaccionarias vuelven a la carga con sus cuitas culturales (costumbres y tradición, nación, identidad, ética y moral individuales…), y a su llamada se entra al trapo con tanto entusiasmo como despreocupación por la suerte de miles de millones de personas cuya vida depende de que el orden emergente logre ser más ilustrado y civilizado (o si se prefiere, menos bárbaro) que el saliente.

Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

Acceso al texto completo en formato pdf: Mundo de emergencias.

NOTAS

] Gary Gerstle, Auge y caída del orden neoliberal, Península, Barcelona, 2023.

2 Los órdenes sociales emergen tras profundas crisis en el capitalismo. Desde finales del siglo XIX, momento en el que apareció el capitalismo organizado con rasgos contemporáneos, se han sucedido tres órdenes sociales, cada uno de los cuales empieza y termina con una crisis estructural: la crisis estructural de 1890 inauguró el orden liberal o «primera hegemonía financiera»; la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado abrió la puerta al orden socialdemócrata o «compromiso social keynesiano de izquierdas»; y la crisis de los años setenta del siglo XX, precipitó el comienzo del orden neoliberal o «segunda hegemonía financiera». La Gran Recesión, que se desencadena en el año 2008, representa el inicio del tránsito hacia un orden social emergente cuya suerte aún estaría por decidir.

3 Luis Buendía García (ed), El papel del Estado en la economía. Análisis y perspectivas para el siglo XXI, Catarata/ FUHEM, Madrid, 2023.

4 Sheldon S. Wolin, Democracia S.A., Katz, Buenos Aires/ Madrid, 2008.

5 Branko Milanovic, Capitalismo nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Taurus, Madrid, 2020.

6 Tucídides fue un historiador y general ateniense que escribió Historia de la guerra del Peloponeso, donde se refiere a la pugna entre dos ciudades-Estado de la Antigua Grecia: una Esparta dominante (que lideraba la Liga del Peloponeso) y una Atenas en ascenso (encabezando la Liga de Delos). El profesor de Harvard Graham Allison, en su obra Destined for War: Can America and China Escape Thucydides´s Trap? (Houghton Mifflin Harcourt, Nueva York, 2017), examinó dieciséis enfrentamientos entre potencias ascendentes y dominantes desde el año 1550, señalando que en doce de los casos el desenlace fue el estallido de una guerra.

7 Neovictorianos y cosmopolitas los denomina Gary Gerstle (op. cit). La expresión neoliberalismo progresista la tomo de Nancy Fraser, que la define como una suerte de alianza entre ciertas corrientes de los movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGTBQ) con las fuerzas del capitalismo cognitivo y financiarizado (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood).

8 No solo las amenazas climáticas o las vinculadas a nuevas pandemias y crisis financieras, también las que se puedan desprender del factor demográfico, la política, la geopolítica, la inteligencia artificial u otros aspectos de la actual revolución tecnológica. Nouriel Roubini, en su libro Megamenazas (Deusto, Barcelona, 2023), advierte sobre diez de ellas.


América Latina en la geopolítica del siglo XXI

La sección A FONDO del número 162 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global incluye un artículo de Fernando Estenssoro, titulado América Latina en la geopolítica del siglo XXI: el riesgo de pasar de “Sur global” a “Sur absoluto”.

Durante la Guerra Fría los países subdesarrollados, al momento de esquematizar la división de poder en el orden internacional, enfatizaron la división Norte-Sur a fin de salirse de la lógica del conflicto dominante entre el bloque capitalista y el bloque comunista o conflicto Este-Oeste y su categorización entre Primer Mundo (capitalismo desarrollado), Segundo Mundo (países comunistas industrializados) y Tercer Mundo (países subdesarrollados).

El objetivo fue poder relevar la urgencia de superar la miseria, el atraso y el subdesarrollo que caracterizaba a sus sociedades y que eran la gran mayoría de la humanidad.

«La idea de "Sur" se construyó esencialmente por oposición al Norte y por diferenciación al conflicto Este y Oeste».1 A mediados de la década de 1970 surgió formalmente el Diálogo Norte-Sur en la Organización de Naciones Unidas (ONU), «vinculado a las demandas de un Nuevo Orden Económico Internacional, formuladas (…) por prácticamente la totalidad de los países subdesarrollados».2 En 1977 el canciller alemán Willy Brandt encabezó una comisión destinada a proponer un Nuevo Orden Internacional para superar las tensiones entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado y/o en vías de desarrollo. Tres años después, en1980, se publicó el informe de la Comisión Brandt, Dialogo Norte-Sur, e igualmente se popularizó la “línea Brandt”, que dividía al mundo entre países desarrollados y subdesarrollados y en donde la República Popular China, a raíz de su bajo PIB per cápita quedaba en el mundo no desarrollado (ver imagen 1).3

Y si bien, tras el término de la Guerra Fría, el conflicto Este-Oeste y la categorización del mundo en tres segmentos perdió todo sentido; no ocurrió lo mismo con la división Norte-Sur, dado que las diferencia entre un mundo desarrollado y altamente industrializado y un mundo subdesarrollado y/o en vías de desarrollo no desapareció, por lo cual la línea Brandt siguió vigente.

Tras la Guerra Fría el conflicto Este-Oeste perdió todo sentido; no ocurrió lo mismo con la división Norte-Sur

En este sentido, quienes mantuvieron la vigencia de la división Norte-Sur comenzarán a utilizar los conceptos de Norte global y Sur global para enfatizar ya no solamente diferencias económicas y de riqueza entre países desarrollados y subdesarrollados, sino también las diferencias en las relaciones de poder geopolítico que implicaba esta división:

"Norte-Sur" responde a consideraciones de poder y percepción y no de geografía. En cuanto al primero, es evidente que la división Norte-Sur refleja la distribución de poder en el sistema internacional (…) no se trata de estar en la parte Meridional o Septentrional del planeta, ni de alcanzar determinadas cifras macroeconómicas: la diferencia entre unos y otros radicaría esencialmente en las nociones de poder y percepción (…) La distribución de poder en el sistema internacional determina la división del mundo en esta visión simplificada...4

De la misma forma, buscaban cuestionar las perspectivas que planteaban una creciente homogenización económica, política y cultural del mundo bajo los valores liberales occidentales y que se resumían en el concepto de globalización. Esta era la mirada que buscaba imponer el Norte global, o sea el grupo de poder liderado por Estados Unidos e integrado por el G7,5 más la Unión Europea y Australia, principalmente. Por el contrario, el Sur global reunirá a todos los países que, ya se consideren en vías de desarrollo o subdesarrollados, buscaran alternativas a esta hegemonía globalizadora neoliberal, impuesta por EEUU y sus aliados. Por esta razón se ha señalado que

El término Sur Global funciona como más que una metáfora del subdesarrollo. Hace referencia a toda una historia de colonialismo, neoimperialismo y cambios económicos y sociales diferenciales a través de los cuales se mantienen grandes desigualdades en los niveles de vida, la esperanza de vida y el acceso a los recursos.6

 

Declinación de Estados Unidos y ascenso de China y las “potencias emergentes

Si bien esta división entre Norte global y Sur global se mantuvo relativamente clara hasta la primera década de este siglo XXI, a partir de la segunda década las relaciones de poder vienen experimentado importantes cambios que nos llevan a preguntarnos si es posible seguir utilizando esta división entre Norte global y Sur global y por cuánto tiempo más. Este interrogante se fundamenta en base a dos fenómenos principales: a) la relativa declinación del poder hegemónico de EEUU y b) el surgimiento de las llamadas potencias emergentes asociadas al crecimiento económico de Asia en general y de China en particular.

a. Declinación del poder hegemónico estadounidense. El debate acerca de la declinación hegemónica de Estados Unidos se refleja en las tesis que plantean que el orden mundial se encontraría en una transición desde el unipolarismo en el que quedó el mundo tras el fin la Guerra Fría –cuando los norteamericanos quedaron como la única mega potencia global y sin contrapeso (militar y económico)– hacia un nuevo orden de poder de carácter multipolar. Es creciente el número especialistas que señalan que el imparable aumento de la deuda nacional de EEUU, así como su persistente deterioro social interno, unido al acelerado crecimiento económico de China está generando un inevitable e irreversible cambio de poder lejos de los EEUU y Occidente.7 Por esta razón se afirma que «si se avecina una gran transformación (…) se trata de una transformación estructural de la unipolaridad a la multipolaridad».8 Por cierto, esta declinación hegemónica no significa que EEUU vaya a perder su categoría de gran potencia, sino que ya no podrá dictar a su capricho la diferencia entre el “bien y el mal” en el orden mundial y tendrá que acostumbrarse a compartir el poder con otros. Como dice Fareed Zakaria, el orden mundial que viene es un mundo posamericano donde el poder será más difuso debido a la emergencia de las nuevas potencias, sobre todo las asiáticas, como China e India entre otras, y si bien EEUU seguiría siendo uno de los principales poderes ya no será el único súper poder sin contestación.9 Igualmente, es relativamente consensual señalar que esta declinación hegemónica quedó irremediablemente visible tras la crisis económica (subprime) de 2008, que implicó la superación de las tesis unipolaristas «por las premoniciones de la decadencia y la transformación geopolítica de Estados Unidos», en la medida que dejo en evidencia «el desplazamiento de la riqueza y el poder mundial de Occidente a Oriente», y en donde la principal expresión de este fenómeno será el rápido ascenso «de China al estatus de gran potencia».10

b. China, Asia y las “potencias emergentes”. El otro fenómeno que se instaló en el debate tras la crisis económica de 2008 es el enorme crecimiento económico de Asia en general y de China en particular, así como la aparición de las llamadas “potencias emergentes”.11

El caso de China es quizás el más estudiado y sorprendente de todos, dado el extraordinario crecimiento económico que ha experimentado en un periodo relativamente breve de tiempo. Por ejemplo, en 1991, cuando terminó la Guerra Fría, el PIB de China representaba apenas el 1,4% del PIB mundial mientras que el de EEUU representaba el 26% del PIB mundial; treinta años después, en 2021 el PIB de China representó el 18,4% del PIB Mundial y el de EEUU el 24,2%. Además, en 2010 China se transformó en la segunda mayor economía del planeta y desde esa fecha hasta el presente cada año se acerca más al PIB bruto de EEUU y se espera que en los próximos años lo supere y se transformé definitivamente en la primera economía mundial.12

No se trata únicamente de China y los BRICS; es prácticamente toda Asia la que está creciendo e industrializándose aceleradamente

En relación a las llamadas potencias emergentes, el caso de los BRIC será arquetípico. En 2001 el economista Jim O’Neill popularizó la idea que Brasil, Rusia, India y China, serían los nuevos mercados emergentes que llegarían a dominar el mercado global y los identificó con su acrónimo BRIC. Tras la crisis económica de 2008, estos países, conscientes del peso específico que estaban adquiriendo en la economía global, se constituyeron, en el año 2009, en un grupo específico (similar al G7) para aumentar su influencia en la política internacional y dos años después, en 2011, incorporaron a Sudáfrica por lo que pasaran a ser identificados como BRICS. Entre sus objetivos principales, figuraba (y figura) la promoción de un mundo multipolar y más justo, así como la reforma integral de las Naciones Unidas.13

Pero no se trata únicamente de China y los BRICS; es prácticamente toda Asia la que está creciendo e industrializándose aceleradamente.  Importantes estudios proyectan que el PIB del continente asiático subirá de 17 trillones de dólares en 2010 a 174 trillones en 2050, lo que equivaldría al 50% del PIB mundial. Este crecimiento estaría liderado por siete economías principales: China, India, Japón, Corea del Sur, Indonesia, Tailandia y Malasia.14 Según el World Economic Forum, en 2030 Asia representará el 60% del crecimiento económico mundial y será el mayor mercado de consumo al contener a la clase media más numerosa del planeta, lo que transformara a este continente en el motor de una economía global liderada por China.15

Por esta razón, Zbigniew Brzezinski señaló que con la crisis económica de 2008 quedó en evidencia una «nueva realidad geopolítica: el cambio en el centro de gravedad del poder global y del dinamismo económico del Atlántico hacia el Pacífico, del Oeste hacia el Este».16

 

¿Modificaciones en la línea Brandt?

Desde el punto de vista de las relaciones de poder, el crecimiento de China y el hecho de que esté planteando a EEUU y al resto de la comunidad internacional la urgente necesidad de institucionalizar esta “nueva realidad multipolar” sugiere que la línea Brandt, que en 1991 dividía al mundo desarrollado del mundo no desarrollado, estaría modificándose o prontamente lo hará.

Hasta el momento, el debate se centra en la situación de China y los intentos de Estados Unidos para que la Organización Mundial de Comercio (OMC) y otros organismos internacionales dejen de considerarla como país en vías de desarrollo y entre la categoría de país desarrollado.17 Cuando en 2001 China ingreso a la OMC se calificó como país en vías de desarrollo y EEUU acepto esta calificación sin objeciones. Sin embargo, veinte años después la situación había cambiado radicalmente. El 27 de enero de 2023, la Cámara de Representantes aprobó por unanimidad un proyecto de ley para privar a China de su calidad de país en vías de desarrollo, acción que China rechazo casi inmediatamente catalogándola como «otro truco de Washington para contener y reprimir el desarrollo de la nación».18

El crecimiento de toda Asia tendrá, indudablemente, repercusiones en las relaciones de poder, como tempranamente advirtió el National Bureau of Asian Research (organismo estadounidense dedicado a orientar estratégicamente a sus tomadores de decisiones respecto del continente asiático), cuando señaló:

El poder en el sistema internacional continúa pasando a Asia desde Occidente, impulsado por el crecimiento superior de las principales economías de Asia (…) El crecimiento económico ha permitido a los estados asiáticos invertir más en capacidades militares modernas, lo que podría amenazar la hegemonía estadounidense y la estabilidad regional.19

Por lo tanto, son cada vez más comunes planteamientos tales como: «China ya no es un país subdesarrollado periférico, sino que comienza a rivalizar con EEUU», a lo que se debe agregar que «India se está poniendo al día rápidamente».20

 

El peligro de América Latina de transformarse en “Sur absoluto”

De aquí entonces, la emergencia de un nuevo orden de característica multipolar –proceso que puede ser bastante prolongado y “accidentado”–, lleva a que, si intentamos un ejercicio proyectivo, por ejemplo hacia 2045 o mediados de este siglo, nos preguntemos ¿quiénes se sentaran en la mesa del poder de este nuevo orden multipolar una vez que se haya consolidado?, y ¿cuál será la situación de América Latina en este nuevo orden?

En los años noventa Kissinger proyectó que «el relativo poderío militar de EEUU declinará paulatinamente» y que el sistema internacional se caracterizaría por un multipolarismo similar al equilibrio europeo del siglo XIX, en donde el orden será determinado por «al menos seis grandes potencias –EEUU, Europa, China, Japón, Rusia y probablemente la India–».21 Años más tarde, Brzezinski señaló que las mega potencias que compartirían el poder global en el siglo XXI, junto a EEUU y China, serían «Rusia, Japón e India, así como a los líderes informales de la UE: Gran Bretaña, Alemania y Francia».22 Por nuestra parte, podemos plantear, con todo lo reduccionista que resultan proyecciones como estas, que si cruzamos solo cuatro grandes variables geopolíticas que definen a una superpotencia tales como, territorio de tamaño continental, alto número de habitantes, grandes economías (industrializadas y tecnologizadas) y armas nucleares o estratégicas, nos aparecen inmediatamente cinco grandes candidatos: Estados Unidos, China, Unión Europea, India y Rusia.

En el nuevo orden global América Latina y África corren el riesgo de transformarse en “Sur absoluto”, en permanente estado de “en vías de desarrollo”

Evidentemente, América Latina y el Caribe no aparecen en ninguna de estas proyecciones y lo mismo ocurre con África. O sea, América del Norte, Europa y Asia seguirán siendo los continentes que continuaran alojando a las mega potencias globales, ergo desarrolladas, ya sean tradicionales o “nuevas”. Por lo tanto, el mapa geopolítico del poder global no se habrá movido un centímetro del Norte geográfico; solo mostrará modificaciones en cuanto a la relativización del poder hegemónico estadounidense, al verse obligado a compartir el poder con las “nuevas” potencias asiáticas. O sea, “Occidente” se verá obligado a compartir el poder con “Oriente”.

Lo anterior, significa que el Norte global, según se ha entendido hasta el momento, habrá perdido sentido, en la medida que la línea Brandt se habrá desplazado de este a oeste (ver imagen 2) y, en esta nueva esquematización,  América Latina y África corren el riesgo de transformarse de “Sur global” en “Sur absoluto”, o sea en permanente estado de “en vías de desarrollo”.

Recordemos que el poder político proviene del poder económico y que la categoría de “desarrollados”, con todo lo polémica y reduccionista que puede resultar, se sustenta en sociedades altamente industrializadas según se demuestra históricamente, dado que el estatus de “desarrollados” solo lo consiguieron aquellos países que lograron sostener en el tiempo un permanente proceso de industrialización. Este proceso es lo que ha hecho China, y está haciendo la India, así como prácticamente todo el resto del vasto continente asiático.

Sin embargo, por lo menos para el caso de América Latina , está ocurriendo el proceso inverso. En las últimas tres décadas décadas, bajo las directrices neoliberales ordenadas por el Consenso de Washington y la aplicación de la teoría de las “ventajas comparativas”, esta región del mundo ha vivido un proceso de desindustrialización y reprimarización de su economía, como bien han demostrado diversos estudios.23 O sea, ha vuelto depender para su “crecimiento” económico casi exclusivamente de las exportaciones de recursos naturales y commodities de escaso valor agregado, fenómeno que se ha visto acentuado por el acelerado crecimiento chino y su creciente demanda de recursos. Incluso grandes economías como el caso de Brasil y México no han podido salir de esta tendencia. Y todo indica que esta situación se acrecentará. Por eso se denuncia que la región no ha sido capaz de superar el modelo extractivista, o sea la explotación irracional de sus recursos naturales orientados al mercado externo, lo que solo genera y perpetúa su condición de región subdesarrollada, con sociedades altamente desiguales y en permanente conflicto sociopolítico. O sea, permanece en un estado de dependencia, subordinación y atraso, frente a los principales centros de poder (político y económico) del mundo. Esta situación se generó con el propio proceso de conquista y colonización de este continente desde el siglo XVI en adelante y que se ha mantenido hasta el presente.

Fuente: Elaboración propia

 

Reflexión final

Es sabido que esta región del mundo es riquísima en recursos naturales de todo tipo, razón por la cual fue subordinada por sus elites gobernantes –primero europeas, luego criollas– a ser una región surtidora de estos recursos para los centros imperiales. En la actualidad esta situación se ve aún más acentuada, frente a los desafíos del cambio climático y la crisis ambiental en general, ya que posee grandes reservas de recursos que se comienzan a considera estratégicos y escasos por las grandes potencias, tales como el agua dulce, o el litio, entre otros. Esto significa que, frente al creciente interés de las grandes economías industriales por estos recursos cada vez más escasos, la presión por la reprimarización de su economía puede ser aún mayor en la medida que la crisis ambiental se agudiza. Por otra parte, esta región posee ecosistemas que se consideran vitales para conservar la “salud del planeta”, como es el caso de la Amazonia.

América Latina ha vivido un proceso de desindustrialización y reprimarización de su economía, y vuelve a depender de las exportaciones de recursos naturales

Por estas razones, se ha planteado que la situación de América Latina se torna en extremo peligrosa frente a la geopolítica ambiental de este siglo XXI, y que ya tiene enfrentados a EEUU y China en la región, como quedo absolutamente claro con las declaraciones de la comandante del Comando Sur de EEUU (USSOUTHCOM), la general Laura Jane Richardson, quién ante el Congreso estadounidense expuso la importancia de América Latina para EEUU y por qué era necesario terminar con la creciente presencia de China:

América Latina y el Caribe (ALC) enfrentan inseguridad e inestabilidad exacerbadas por el COVID-19, la crisis climática y la República Popular China (RPC). La República Popular China continúa su marcha implacable para expandir su influencia económica, diplomática, tecnológica, informativa y militar en ALC y desafía la influencia de EEUU en todas estas áreas (…) La región representa 740.000 millones de dólares en comercio anual con los EEUU; contiene el 60% del litio del mundo y el 31% del agua dulce del mundo; tiene las mayores reservas de petróleo del mundo; y es el hogar de la selva amazónica ambientalmente crucial.24

De aquí entonces, en la geopolítica del presente siglo XXI y en los conflictos y componendas de poder que surjan entre las potencias globales, ya sean nuevas o tradicionales, América Latina y el Caribe se enfrenta a un futuro incierto y nada prometedor. Mientras siga “atada” a un modelo económico primarizado continuará en su histórica senda de subdesarrollo y por lo tanto subordinada y dependiente. Más aún, la conflictividad que comienza a surgir a raíz de la crisis ambiental puede escalar al punto que esta región del mundo se transforme en el teatro de operaciones de enfrentamientos entre las mega potencias por el acceso a sus recursos.

Este escenario poco halagador, propio de este “Sur absoluto” que proyectamos, solo será posible de evitar y superar con un proceso real de integración regional que aumente su capacidad relativa de negociación en un mundo multipolar y, además, se oriente a ir superando el extractivismo por un modelo de industrialización, sustentable e inteligente.

Fernando Estenssoro es doctor en Estudios Americanos, profesor titular de la Universidad de Santiago de Chile, USACH, y director del Doctorado en Estudios Americanos de la USACH.

Acceso al texto completo en formato pdf: América Latina en la geopolítica del siglo XXI: el riesgo de pasar de "Sur global" a "Sur absoluto".

NOTAS

1 Alejandra Kern E., Lara Weisstaub, «El debate sobre la Cooperación Sur-Sur y su lugar en la política exterior de la Argentina», Revista Española de Desarrollo y Cooperación, núm. 27, 2011, p. 87.

2 Luis De Sebastián, «El Dialogo Norte-Sur», Anuario Internacional CIDOB, 1989, p. 152, disponible en: https://raco.cat/index.php/AnuarioCIDOB/article/view/33224

3 Informe de la Comisión Brandt, Dialogo Norte-Sur. Nueva Sociedad. México D.F., 1981.

4 Josefina Del Prado, «La división norte-sur en las relaciones internacionales», Agenda Internacional, núm.5 (8), 1998, p. 23.

5  El G7 está integrado por EEUU, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Reino Unido.

6 Nour Dados y Raewyn Connell, «The Global South», Contexts, núm. 11, 2012, pp. 12-13.

7 Simon Serfaty, «Moving into a Post-Western World», The Washington Quarterly, núm.34 (2), 2011, pp. 7-23.

8 Randall Schweller y Xiaoyu Pu, «After Unipolarity. China's Visions of nternational Order in an Era of U.S. Decline», International Security,  núm. 36 (1), 2011, p. 42.

9 Fareed Zakaria, The Post Amercian World. Release 2.0., W. W. Norton & Company, Nueva York y Londres, 2011.

10 Christopher Layne, «This Time It's Real: The End of Unipolarity and the Pax Americana», International Studies Quarterly, núm. 56, 2012, p. 203.

11  Se utiliza el concepto de potencias emergentes para describir a «países que se cree que están en proceso de aumentar su poder económico (y político) más rápido que el resto» y, además son países que necesitan ser relativamente grandes en extensión geográfica y población, «y más pobre per cápita que los países industrializados». Oliver Stuenkel, «Emerging Powers and BRICS», Oxford Bibliographies, 2020, disponible en: https://www.oxfordbibliographies.com/display/document/obo-9780199743292/obo-9780199743292-0187.xml

12 Banco Mundial, disponible en: https://data.worldbank.org/

13 Alejandra Cabello, Edgar Ortiz, Miriam Sosa, «Creciente importancia de los BRICS en la gobernanza financiera y economía globales», Oikos Polis, núm. 6, 2021, pp. 135-184.

14 Asian Development Bank, Asia 2050: Realizing the Asian Century, 2011, disponible en: https://www.adb.org/sites/default/files/publication/28608/asia2050-executive-summary.pdf

15 Praneeth Ynendamuri, Zara Ingilizian, «En 2020, Asia registrará el mayor PIB mundial. ¿Qué significa eso?», World Economic Forum, 9 de enero de 2020, disponible en: https://es.weforum.org/agenda/2020/01/en-2020-asia-registrara-el-mayor-pib-mundial-que-significa-eso/

16 Zbigniew Brzezinski, Strategic Vision. American and the crisis of the global power, Basic Book, Nueva York, 2013, p. 15.

17 «China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 autodefiniéndose como economía emergente, un estatus que otorga ventajas dentro de la organización, como períodos más largos para cumplir acuerdos, asistencia técnica y eliminación o reducción de aranceles». Ana Montes, «¿Por qué se considera a China un país en desarrollo?», EOM, 18 de junio 2021, disponible en: https://elordenmundial.com/por-que-considera-china-pais-desarrollo/

18 Sebastián Seibt, «EE.UU.quiere elevar a China al estatus de 'país desarrollado'; Pekín no está de acuerdo», France 24, 5 de abril de 2023, disponible en: https://www.france24.com/en/asia-pacific/20230405-the-us-wants-to-elevate-china-to-developed-country-status-beijing-disagrees

19 Ashley Tellis, «Strategic Asia: Continuing Success with Continuing Risks», en Strategic Asia en Asia’s Rising Power and America’s Continued Purpose,  Ashley Tellis; Andew Marble y Travis Tanner (eds), The National Bureau of Asian Research, 2010, p. 2, disponible en: https://carnegieendowment.org/files/SA1001_Overview.pdf

20 Matthew D. Stephen, «Emerging Powers and Emerging Trends in Global Governance», Global Governance, núm. 23, (3), 2017, p. 486.

21  Henry Kissinger, La diplomacia, Fondo de Cultura Económica, México, 2017, pp. 17,18.

22 Brzezinski, op. cit, p. 23.

23 Al respecto ver: Néstor Santana Suárez, «¿Reprimarización en América Latina?: Efectos de la demanda china sobre el patrón exportador latinoamericano y las estructuras económicas internas (1995-2016)». Papeles de Europa, vol. 31 (2), 2018, pp. 149-173. Sebastián Herreros y José Durán, Reprimarización y Desindustrialización en América Latina, dos caras de la misma moneda, CEPAL, 7 de noviembre de 2011, disponible en:  https://www.cepal.org/sites/default/files/events/files/presentacion_sebastian_herreros_y_jose_duran.pdf

24 Laura Richardson, Statement of General Laura J. Richardson Commander, United States Southern Command before the 117th Congress House Armed Services Committee, 8 de marzo de 2022, pp. 3-7, disponible en: https://www.congress.gov/117/meeting/house/114486/witnesses/HHRG-117-AS00-Wstate-RichardsonL-20220308.pdf

 


El papel del Estado en la economía

La Colección de Economía Inclusiva de FUHEM Ecosocial y Catarata publica un nuevo número dedicado al papel del Estado en la economía.

Editado por Luis Buendía García el libro recoge textos de varios expertos que ofrecen un debate sobre el papel que el Estado puede y debe desempeñar en el sistema económico mundial.

¿Tiene capacidad el Estado para atemperar las crisis del sistema económico? ¿Serviría tal acción para algo más que para hacer el sistema, con todas sus contradicciones y problemas, más fuerte? ¿Hay resquicios para una acción colectiva que utilice al Estado para construir una sociedad mejor?

Este libro no pretende contestar estas preguntas pero sí contribuir a los debates que suscitarían esta respuestas. Para ello, aportan un conjunto de reflexiones acerca del papel que está desempeñando en la actualidad el Estado y de lo que asoma como porvenir.

Más allá de la cuestión estrictamente cuantitativa, el libro desentraña más bien el aspecto cualitativo de las funciones de ese Estado, dentro de un sistema capitalista y para entender este papel cuenta con nueve capítulos más una introducción y unas reflexiones finales.

En los dos primeros capítulos Luis Buendía García, Alberto Ruiz Villaverde y June Sekera realizan un recorrido sintético por diferentes posiciones que, desde la teoría económica han convivido con respecto al papel que el Estado debe desempeñar en la economía.

El capítulo 3 Rafael Muñoz del Bustillo se ocupa de los principales retos que afrontan los Estados incluyendo problemas demográficos, los de la digitalización y el dilema existente ente crecimiento económico y la crisis medioambiental, aportando posibles respuestas.

En el capítulo 4  Pablo García García desarrolla la cuestión de las transiciones ecológicas justas y el papel del Estado en su promoción.

Por su parte, el capítulo 5 de Miguel Artola hace una aproximación metodológica a las cuentas nacionales distributivas.

Nuria Alonso y David Trillo revisan en el capítulo 6 los cambios de la políticas fiscales, desde la crisis del 2008, prestando atención, en Europa, al efecto que han  tenido las directrices de la Unión Europea.

El capítulo 7 lo dedica Julia Sánchez a exponer políticas monetarias que se han aplicado en la realidad, centrándose en el papel del Banco Central Europeo.

En el capítulo 8, Ángel Martínez González-Tablas, se adentra en otra de las tareas asumidas dese la intervención: la regulación.

Por último, el capítulo 9, escrito por María A. Ribón se ocupa de la articulación entre los movimientos sociales y el sector público, centrándose en el caso español.

El libro se cierra con unas reflexiones finales que sintetizan las ideas expuestas y apuntan a otras que se han quedado fuera del libro.

INTRODUCCIÓN

Luis Buendía García

CAPÍTULO 1. LA INTERVENCIÓN PÚBLICA EN LA ECONOMÍA CAPITALISTA: UNA INTRODUCCIÓN HISTÓRICA DESDE EL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Luis Buendía García y Alberto Ruiz Villaverde

  1. Introducción
  2. El paradigma liberal primigenio
  3. El paradigma intervencionista de la ‘edad de oro del capitalismo’
  4. La crisis de los años setenta y el fin del paradigma intervencionista
  5. Balance y perspectivas para el siglo XXI: ¿hacia un nuevo paradigma?

CAPÍTULO 2. PRODUCCIÓN COLECTIVA: LA FORMA DE PRODUCIR DE LOS GOBIERNOS. UN ANÁLISIS SISTÉMICO DE LA ECONOMÍA PÚBLICA

June Sekera

  1. Prefacio
  2. La evolución de las ‘ciencias económicas’
  3. Economías múltiples: una perspectiva sistémica
  4. La economía pública
  5. Resumen comparado: economía de mercado y economía pública
  6. Un ejemplo: la mitigación del cambio climático. Depender de los mercados para hacer lo que los mercados no pueden hacer.
  7. Conclusión

CAPÍTULO 3. EL ESTADO DE BIENESTAR DEL SIGLO XXI: TRANSFORMACIONES Y RETOS

Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

  1. Introducción
  2. Hechos estilizados del Estado de bienestar
  3. Retos del Estado de bienestar ya entrados en el siglo XXI
  4. Opciones de respuesta del Estado de bienestar

CAPÍTULO 4. LA INTERVENCIÓN PÚBLICA ANTE EL RETO DE LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA JUSTA

Pablo García García

  1. El concepto de transición energética justa
  2. Desafíos de la transición energética justa
  3. La hipótesis de la sinergia eco-social
  4. De la teoría a la realidad: situación de la sinergia eco-social
  5. Hacia la transición sinérgica a través del bienestar sostenible
  6. Los ejes de una intervención fructífera

CAPÍTULO 5. LAS CUENTAS NACIONALES DISTRIBUTIVAS: LA NUEVA FRONTERA EN EL ESTUDIO DE LA DESIGUALDAD

Miguel Artola Blanco

  1. Introducción
  2. Las cuentas nacionales distributivas: principios generales
  3. Las cuentas nacionales distributivas: fuentes y métodos
  4. La desigualdad antes de impuestos: composición de la renta y distribución (2000-2019)
  5. La desigualdad después de impuestos y transferencias

CAPÍTULO 6. SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA POLÍTICA FISCAL EN EL ACTUAL CONTEXTO POLÍTICO EUROPEO

Nuria Alonso y David Trillo

  1. Política fiscal desde la gran crisis
  2. ¿Es real la debilidad de los ingresos públicos en España?
  3. Carga impositiva, equidad distributiva y reforma fiscal
  4. Nuevas perspectivas para generar margen fiscal a través de los impuestos
  5. Conclusiones

CAPÍTULO 7. POLÍTICA MONETARIA: MENOS MEJOR QUE MÁS

Julián Sánchez González

  1. Introducción
  2. Un recorrido de interés por la política monetaria del BCE desde su origen a hoy
  3. Un tipo de interés justo basta
  4. El azote del monetarismo
  5. El dinero endógeno
  6. La Teoría Monetaria Moderna (TMM)
  7. Conclusiones

CAPÍTULO 8. LÓGICAS REGULADORAS Y REGULACIÓN CONSCIENTE PÚBLICA (RCP)

Ángel Martínez González-Tablas

  1. Introducción
  2. Aspectos generales
  3. Economía
  4. La RCP en la economía actual
  5. Conclusiones

CAPÍTULO 9. LA ARTICULACIÓN DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y EL SECTOR PÚBLICO EN ESPAÑA

María A. Ribón

  1. Reutopizar desde la economía heterodoxa
  2. Movimientos por una democracia sustantiva: más democracia y otra economía
  3. Alianzas movimentales por una economía inclusiva
  4. Alianzas movimentales en el espacio público no institucional
  5. Alianzas movimentales en el espacio público institucional

REFLEXIONES FINALES

Luis Buendía García

El Estado y la economía en la actualidad…

…Y más allá

BIBLIOGRAFÍA

SOBRE LAS AUTORAS Y LOS AUTORES

Información y compras:
Tel.: +34 914310280

Email: publicaciones@fuhem.es

Librería virtual

A continuación, ofrecemos un video de presentación del libro y una reseña publicada en la Revista de Economía Crítica.

En el video, el editor del libro Luis Buendía habla de cómo esta obra aspira a esclarecer el tipo de intervención que los Estados tendrán en las economías del siglo XXI y su devenir en los próximos años, con una mirada de largo recorrido, que sigue tanto la evolución desde los paradigmas teóricos como de las políticas económicas y las transformaciones producidas en los Estados en las últimas décadas.

 

 

La reseña del libro, elaborada por Carlos Sánchez Mato, ha sido publicada en el número 36 de la Revista de Economía Crítica, correspondiente al segundo semestre de 2023.


I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España

Presentamos el I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España, un nuevo enfoque que debería guiar el diseño de políticas que persigan una vida buena. 

El Área Ecosocial de FUHEM presenta el I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España.

En sus páginas, en primer lugar, se caracteriza el modo de vida de la sociedad española a través de un triple análisis que se centra en los gastos (alimentación, movilidad y vivienda), los recursos (energéticos y materiales), y los trabajos (remunerados y no remunerados). A continuación, se apuntan las tendencias que genera ese modo de vida, agrupadas en tres grandes epígrafes: insostenibilidad ambiental, desequilibrio territorial y amenazas sobre la cohesión social. Por último, se plantea una pregunta: ¿qué significa hoy una vida buena en el contexto de la crisis ecosocial provocada por nuestro modo de vida?

I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España concluye que una sociedad no puede prosperar cuando no lo hace la mayoría de sus miembros, cuando se atenta contra la cohesión social o se genera un ambiente adverso.

Este trabajo, que ofrece un nuevo enfoque para detectar algunos de los asuntos cruciales que deberían centrar la atención al diseñar políticas que persigan una vida buena, se ha presentado hoy a los medios de comunicación y será el eje de actos inminentes como el próximo encuentro en el marco de los Debates para un Pensamiento Inclusivo o el de Despertadores climáticos. Calidad de vida en la transición ecológica.

Acceso al resumen ejecutivo del Informe y el Informe completo para su descarga.

Modo de vida

¿Cuáles son las características principales del modo de vida en España?

El modo de vida de la civilización industrial actual viene definido a partir de tres grandes ámbitos: la alimentación, la movilidad y la vivienda. Absorben la mayor parte del gasto de las familias y son responsables del mayor número de impactos sobre la salud, la vida social y la destrucción de los ecosistemas.

Alimentación:

  • Constante proceso de estandarización en todos sus eslabones: producción, comercialización y consumo.
  • Las diversas crisis y el aumento de precios de los alimentos supone un incremento del presupuesto familiar que obliga a reducir otras categorías del gasto de los hogares.
  • Los hogares más pobres solo pueden permitirse una dieta poco variada y de menor calidad.

Movilidad

  • Modelo marcado por el protagonismo del automóvil privado que exige un esfuerzo considerable en el presupuesto familiar.
  • Este modelo condiciona la organización del territorio y la integralidad ecológica de la naturaleza e impacta negativamente sobre la vida y la salud de las personas.

Vivienda

  • Predomina la propiedad frente al alquiler y el derecho de uso.
  • El alquiler experimenta un aumento significativo asociado a la precariedad de jóvenes y trabajadores que no pueden acceder a una vivienda en propiedad.
  • El alquiler social en España es apenas testimonial.

¿Qué recursos energéticos y materiales requiere ese modo de vida?

Requerimientos energéticos:

  • Gran dependencia energética de los recursos fósiles y del exterior.
  • El aprovechamiento de los recursos renovables domésticos ha experimentado un importante incremento en los últimos años (llegando a alcanzar el 50% en la generación de electricidad), bajo el impulso de grandes parques eólicos y fotovoltaicos.

Requerimientos materiales:

  • Saldo netamente importador: la extracción indirecta asociada a las importaciones multiplica por entre 3 y 7 los requerimientos directos de materiales.
  • El grueso de la extracción doméstica y el uso de materiales está marcado por el sector inmobiliario y su evolución bajo el impulso de ciclos especulativos.
  • No se cierran los ciclos productivos: sólo el 10% de los materiales que entran a la economía vuelve a la misma.

¿Cuánto y qué tipo de trabajos requiere este modo de vida?

Requerimientos de trabajo mercantil:

  • El trabajo remunerado en España presenta dos rasgos principales: carácter muy estacional y estrecha ligazón con la coyuntura económica (con consecuencias en términos de precarización laboral: muchas modalidades de contratación atípica y horas trabajadas no pagadas).
  • La duración media de la vida laboral se ha incrementado por el aumento de participación de las mujeres en el mercado de trabajo y el aumento de la edad media de jubilación.

Requerimientos de trabajo no mercantil

  • El trabajo no remunerado descansa principalmente en las mujeres y representa, para muchas de ellas, el desempeño de una “doble jornada”.
  • El fenómeno de la doble jornada se amplió durante la crisis y se agudizó con las necesidades derivadas de la pandemia.

Tendencias

Las tendencias que atraviesan el modo de vida y el modelo socioeconómico asociado al mismo se organizan en tres grandes bloques: desequilibrios territoriales, insostenibilidad ecológica y amenazas a la cohesión social por la persistencia de la pobreza, la precariedad y la desigualdad.

Desequilibrio y polarización territorial

  • El dinamismo económico y la población española están cada vez más concentrados en el territorio, especialmente en la costa y alrededor de grandes áreas urbanas, abocando a las zonas rurales (sobre todo del interior) a un futuro incierto.
  • Se observa una tendencia a la desvertebración territorial: zonas rurales que expulsan población y quedan especializadas en la extracción de recursos y el vertido de residuos contrastan con grandes zonas urbanas que atraen población y recursos, centradas en la acumulación y el consumo.

Insostenibilidad

La insostenibilidad ambiental del modo de vida en España se manifiesta de múltiples formas:

  • Aumento de los procesos erosivos e incremento de la superficie del país en riesgo de desertificación.
  • Sobreexplotación de los ecosistemas y contaminación del aire, agua y suelo.
  • Los efectos del cambio climático están provocando un aumento de eventos climáticos extremos, elevación del nivel del mar y alteración de muchos ecosistemas.

Pobreza, precariedad y desigualdad

  • Una de cada cuatro personas se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social.
  • En torno al 15% de la población ocupada de España, pese a tener trabajo, se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social debido a la precarización laboral.
  • La multidimensionalidad y transversalidad de la desigualdad se muestran con especial claridad en España, agudizándose en las últimas décadas.

Evaluar el modo de vida desde la calidad de vida

El Informe se cierra con una evaluación a partir de la siguiente pregunta: ¿Cómo afectan el modo de vida y las tendencias analizadas a la vida de las personas? Desde el punto de vista del sujeto, una vida sana y autónoma es una vida buena (de calidad). Si la calidad en la vida de una persona es entendida como aquella capaz de garantizar bienes necesarios, relaciones significativas y tiempo para la autonomía personal en un entorno social y natural seguro, ¿el modo de vida vigente en España y las tendencias que lo atraviesan contribuyen o no a una vida buena?

  • Nuestro modo de producción y consumo ha puesto la vida bajo la tiranía de la eficiencia y el rendimiento.
  • Ese modo de vida provoca un deterioro social y ecológico que, además de erosionar las bases sociales y naturales sobre las que descansa, ocasiona graves consecuencias sobre la salud física, emocional y mental de las personas.
  • Entre los síntomas del menoscabo de la vida saludable de las personas se encuentran el cansancio y el padecimiento de numerosos malestares.
  • Eso explica, en parte, que España sea el país del mundo donde más ansiolíticos e hipnóticos se consumen por habitante.
  • La autonomía, al igual que la salud, también se ve afectada por el modo de vida. La forma y ritmos de vida predominantes aíslan y fragilizan a las personas.
  • Entre los síntomas de este menoscabo de la capacidad autónoma de las personas por debilitamiento de los vínculos sociales se encuentra el aumento de la soledad y el aislamiento social y las tendencias reseñadas de pobreza, precariedad y desigualdad.
  • Los rasgos predominantes en los principales componentes del actual modo de vida -alimentación, movilidad, vivienda y urbanismo-, así como las tendencias analizadas, poco contribuyen a la calidad de vida:
    • El modelo alimentario tiene importantes repercusiones sobre el ambiente y presenta fallas en relación con la salud de las personas por el deterioro de la dieta consecuencia de la creación de un entorno obesogénico, que afecta especialmente a los sectores sociales más humildes.
    • El modelo inmobiliario español, al dificultar el acceso a la vivienda y tener altos impactos ambientales, menoscaba el bienestar social y acentúa el deterioro ecológico.
    • El modelo de movilidad protagonizado por el vehículo privado y la carretera es altamente ineficiente por los altos costes ambientales, sociales y su alta siniestralidad.
    • La tendencia al desequilibrio territorial condiciona las oportunidades de las personas y el acceso efectivo a los servicios públicos, profundizando las desigualdades.
    • La insostenibilidad afecta a nuestra salud y nos hace más vulnerables. Nuestras vidas se vuelven más inseguras ante la amenaza de eventos climáticos extremos, la expansión de enfermedades infecciosas o el incremento de crisis alimentarias.
    • La pobreza y la exclusión social vulneran derechos fundamentales y provocan que las personas se encuentren antes graves carencias y en situación de indefensión.
    • La precarización laboral provoca problemas de salud mental y mata por las altas tasas de siniestrabilidad que lleva asociadas. Impide que las personas desarrollen un proyecto vital y hace que sus vidas se muevan en la inseguridad.
    • Las desigualdades atentan contra la igualdad de oportunidades, corroen la cohesión social y son una fuente importante de malestar; agudizan los problemas sociosanitarios y deterioran la salud de la sociedad, al tiempo que profundizan en la insostenibilidad al impulsar pautas de consumo ostentosas y dinámicas de emulación que asientan el imaginario consumista.

 


Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento

El número 157 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica en su sección ENSAYO el artículo de Manuel Casal Lodeiro: Si vis pacem, para descensum. Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento.

El artículo aborda los vericuetos que plantea la crisis ecosocial para la izquierda, que debe examinar su tradicional imaginario productivista, asociado al mantenimiento de puestos de trabajo, y ponderar una profunda transformación de sus narrativas en clave de
decrecimiento, más acordes con el momento de crisis ecosocial.

Como constata el autor, el crecimiento ya solo puede realizarse a costa de otros territorios o de expoliar a generaciones futuras, lo que da base a los discursos supremacistas de la ultraderecha.

También sostiene, de forma un tanto polémica, que si la izquierda se inclina por mantenerse en el paradigma del crecimiento estará dando alas –aunque sea involuntariamente– al ascenso supremacista y los posibles conflictos por el acaparamiento de los recursos que se desencadenarían.

A continuación, ofrecemos el texto completo del artículo, al final del cual, podrá acceder a su descarga libre y gratuita.

En el nivel de consumo de España, el planeta no podría soportar más que a 2.400 millones de habitantes. Sobrarían, por tanto, más de las dos terceras partes de la humanidad. Aún más: en un mundo que utilizase sus recursos naturales y servicios ambientales al nivel en que lo hacen los EEUU hoy –¡que se proponen como modelo al resto del mundo!–, solo podrían vivir 1.400 millones de personas. Si continuamos por la senda de este modelo de desarrollo, los genocidios están preprogramados.
Jorge Riechmann (El socialismo puede llegar sólo en bicicleta)

 

«No vamos a dejar atrás a nadie», dijo el presidente de Gobierno.
Se supone que a nadie "de los nuestros". Los otros ya se quedaron muy atrás, hace demasiado tiempo.

Pedro Prieto

Blindar pensiones y salarios mínimos; ampliar servicios públicos; abaratar el precio de la energía y de los productos básicos; asegurar una vivienda para todos; mejorar ayudas a personas sin empleo y en situación de necesidad; construir infraestructuras de uso público... Nadie dudaría en calificar todo eso de medidas propias de la izquierda. Pero, ¿podemos seguir diciendo que son de izquierda si para llevarlas a cabo es necesario privar a otros países de la posibilidad de ofrecérselas a sus propias poblaciones?

Cuando la abundancia de recursos facilita mantener el crecimiento de manera prolongada la izquierda puede permitirse ser simultáneamente defensora del crecimiento económico y de la solidaridad con otros pueblos. Este ha sido el contexto desde el nacimiento de la izquierda política con la Revolución Francesa hasta ayer mismo. No en vano, dicha revolución (1789) acontece en el mismo contexto histórico en el que surge el capitalismo industrialista, datando el comienzo de la Revolución Industrial entre 1760 y 1780. Se constata así que la izquierda política no ha conocido otro metabolismo económico a lo largo de su historia: un permanente y acelerado crecimiento de la producción, del consumo y de otras variables macroeconómicas, demográficas y sociales. Esto ha forjado su cosmovisión de manera casi impenetrable, junto a un contexto de colonialismo eurocéntrico surgido un par de siglos antes en paralelo a la propia Modernidad y al primer capitalismo.

Pero ese contexto histórico ha cambiado de manera radical al llegar a las primeras décadas del siglo XXI: tal y como habían advertido hace medio siglo los escenarios business-as-usual obtenidos mediante el modelo informatizado del mundo diseñado por los autores del informe al Club de Roma Los límites del crecimiento, la civilización industrial planetaria está chocando con los límites, con la finitud del planeta donde se ha venido desarrollando con características propias de una auténtica metástasis.

Así pues, una vez llegados al punto en que resulta imposible continuar creciendo de manera absoluta a escala planetaria, tan solo resulta posible crecer de manera relativa a escala nacional. Es decir, si ya no es posible que todos los países puedan crecer al 3%, pongamos por caso, porque ya no disponemos del 3% más de energía cada año (o del 2% o del 1,5%1) al haber esta llegado a su cénit, entonces las matemáticas nos muestran la cruda realidad: unos solo podrán crecer si los otros reducen su consumo. Este juego de suma cero (o negativa, incluso) se reproduce en el nuevo contexto energético global a diversas escalas y por sectores.

No resulta difícil percibir que es esto lo que está detrás de ciertos fenómenos a los que se suelen atribuir otras causas en el debate público: la retirada de los vehículos privados diésel; el envío "a la Edad de Piedra" de países que aún tienen capacidad exportadora de combustibles fósiles (Irak, Libia...); las tensiones entre aliados históricos como los EEUU y la UE durante el mandato de Trump, competidores por unos recursos menguantes; la geopolítica del gas fósil entre Argelia-Marruecos-España o entre Alemania-Polonia-Rusia-Ucrania, y un largo etcétera. "Si quieres abundancia, prepárate para la guerra", ha advertido poniendo el dedo en la llaga Ted Trainer.2 Y al revés: ser pacificista mañana, exige ser decrecentista hoy. Todos los países que se empeñen en seguir creciendo están abocados a entrar en colisión bélica por los últimos recursos que necesitarán para alimentar ese crecimiento, en última instancia imposible de mantener.3

 

Ya solo se puede crecer a costa de los otros

En este contexto, inverso al experimentado durante los últimos 200 años, si reclamamos que el PIB de nuestro país crezca (con la justificación social de mantener las tasas de creación de empleo, típicamente) estamos pidiendo que se arrebaten a alguien los recursos materiales y energéticos necesarios para hacerlo. Y lo mismo podemos decir desde el punto de vista de los sumideros: si queremos crecer, tendremos que seguir emitiendo gases de efecto invernadero, entre otros residuos, lo cual saturará la parte de emisiones que le correspondería aún, en justicia e igualdad, a otros países y personas. Trágicamente, de nada de esto se habla cuando se habla de "transición justa" y de "no dejar a nadie atrás”.4 De hecho, cada vez que escuchemos a una ministra o consejero autonómico, a un presidente o alcaldesa decir que trabajan por lograr el "crecimiento económico" deberemos interpretarlo como crecimiento excluyente, que "dejará atrás" a millones de personas que no podrán alcanzar ni nuestro nivel de vida ni siquiera el nivel medio que nos correspondería a todos los seres humanos si realmente buscásemos transitar a un sistema sostenible y justo.

Ser pacificista mañana, exige ser decrecentista hoy. Todos los países que se empeñen en seguir creciendo entrarán en colisión bélica por los últimos recursos

El choque del metabolismo económico de las sociedades industriales contra los límites biológicos y físicos del planeta ha pillado a la izquierda anclada en parámetros que debería haber comenzado a revisar hace por lo menos 50 años. Ahora la excusa de la proverbial tarta que no deja de crecer se ha desvanecido, y una izquierda desnaturalizada, adicta al consumo, queda enfrentada a su propio reflejo en las turbulentas aguas de la Gran Escasez. Un reflejo que no es ajeno al auge de la solución nazi (por resumir en un adjetivo la opción excluyente, hobbesiana, insolidaria, expoliadora, violenta, neodarwinista y militarista) a la situación de colapso: mantenernos a flote todo el tiempo posible, caiga quien tenga que caer. No es más que el viejo imperialismo,5 la doctrina del espacio vital (Lebensraum), trasladada a los tiempos de la huella ecológica y la huella de carbono.[6] O eso que denominó el racista Garrett Hardin la ética del bote salvavidas, un bote del que no queremos arrojar lujos y derechos adquiridos, comodidades y modos de vida dignos de antiguos faraones, pensiones blindadas, servicios sociales de alta complejidad y tecnologías tan sofisticadas que no podríamos distinguirlas de la magia, para poder acomodar en su lugar a otros semejantes que se ahogan cada vez más en el foso de la escasez y de un caos climático que hemos creado desde los países enriquecidos. A quienes debemos arrojar del bote salvavidas son esos fantasmales esclavos energéticos fósiles de que disfrutamos, para poder acoger a nuestros semejantes de carne y hueso.

 

El nuevo Lebensraum verde

Denuncia Asad Rehman:7 «Hablan mucho en el Partido Laborista y en los sectores izquierdistas de los demócratas de los Estados Unidos de una “transición justa”: la transición de empleos intensivos en combustibles fósiles a empleos verdes, y el cambio a “energía 100% renovable”. Sin embargo, estos movimientos no se dan cuenta de que tales soluciones socialdemócratas serían desastrosas para gran parte de la población mundial. Un Green New Deal dentro del molde del pensamiento actual conducirá a una nueva forma de colonialismo verde que continuará sacrificando a la gente del Sur global para mantener nuestro modelo económico quebrado».8 Y añade que se sigue manteniendo la creencia de que los "países ricos tienen derecho a una mayor parte de los recursos finitos del mundo". Pura doctrina del espacio vital. En la misma línea, John Bellamy Foster escribe:9 «en la práctica real, la socialdemocracia europea y de EEUU depende de un sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la humanidad».

El choque contra los límites biofísicos del planeta ha pillado a la izquierda anclada en parámetros que debería haber revisado hace 50 años

¿Le importa a esta izquierda de los países sobredesarrollados el futuro que está contribuyendo a crear? ¿Se da cuenta de que está empujando a sus hijos a tomar las armas para defender los privilegios que intenta apuntalar contra aquellos desposeídos a quienes despoja de los medios más básicos para labrarse su propio futuro?10

Aseguraba Adriana Lastra, portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, que no era cierto que hubiese que elegir entre "crecimiento y derechos”.11 Afirmar algo semejante quiere decir una de dos cosas: o bien se ignora temerariamente que el crecimiento infinito es imposible, o bien se trata de ocultar hipócritamente que el sujeto de dichos derechos es solamente una parte de la humanidad presente, que se aferra no solo a sus derechos sino a sus privilegios a costa del derecho a la mera existencia del resto de la humanidad actual y de toda la humanidad futura.

El caso más triste es el de aquellos sectores de la izquierda más conscientes del choque con los límites que, creyéndose incapaces de trasladar un mensaje convincente de que es posible vivir relativamente bien sin tener que privar a nadie de sus propios medios de vida en otro país,12 se pliegan al consenso de un crecimiento que saben que, por muy verde que lo quieran pintar, no podrá lograrse más que a costa de la privación de los otros (vía colonialismo verde, extractivismo y aumento de las emisiones). Bien sea por falta de autoconfianza en sus capacidades comunicativas y de creatividad política, o por la falta de confianza en la capacidad de las mayorías sociales de entender y aceptar los presupuestos del decrecimiento, el resultado es el mismo: renegar de los valores fundamentales de la izquierda y claudicar ante esa cultura consumista que es la antesala del fascismo, o más bien es el auténtico fascismo triunfante (si bien en forma de criptofascismo), como supo ver Pier Paolo Pasolini.

 

De aquellos polvos antropológicos, estos lodos supremacistas

La degeneración antropológica liderada por la burguesía de la que ya advertía a comienzos de la década de 1970 el poeta y cineasta borgoñés, parece haber acabado por corromper totalmente a la izquierda, al mismo tiempo que la clase obrera se diluía en una ubicua clase media (se aburguesaba) en medio de la bacanal consumista del final del siglo XX y se deshacían las culturas milenarias de solidaridad y de apoyo mutuo entre los de abajo gracias al triunfo antropológico del individualismo y al abandono progresivo del mundo campesino. Al contrario que durante nuestras dictaduras mussolinianas, franquistas, salazaristas o hitlerianas, en las que el comportamiento de la gente común estaba disociado de la conciencia (se hacía una cosa, por fuerza, pero se pensaba otra muy distinta), ahora nos encontramos ante un fascismo mucho peor, puesto que se ha producido –afirmaba Pasolini– la fascistización de la conciencia gracias al consumismo y la búsqueda del bienestar (material).13 La sturmtruppe que ha logrado tamaño éxito póstumo del nazismo ha sido sin duda la industria capitalista del marketing. También alertaba Carl Amery: «Este mundo del bienestar está mucho menos preparado para rechazar la oferta básica de la fórmula hitleriana de lo que lo estaba la confundida sociedad de 1933».14

Paradojas de la historia, quienes ahora se proclaman como la barrera ante el auge del fascismo pueden convertirse, por su pertinaz e irreflexiva defensa de una vía muerta, en las matronas de un fascismo definitivo, como advierte Adrián Almazán:15 «no romper con el marco del industrialismo extractivista y productivista que se esconde detrás de este nuevo consenso “antifascista” hace que el fascismo se acerque cada día más. Un fascismo que, por primera vez en la historia, contará con la rotundidad de un “no hay para todos” refrendado por la propia realidad material y ecológica». Como yo mismo avisaba hace algún tiempo ante las endebles vacunas antifascistas que ha esgrimido el PSOE en nuestro país, el ascenso de la extrema derecha va a ser imparable mientras se siga gobernando como si el actual sistema socioeconómico fuese a durar para siempre .16 Por si fuera poco, la respuesta de política económica de la Comisión Europea ante la pandemia de COVID-19 ha facilitado el surgimiento inesperado, apoyado entusiastamente por la izquierda, de una especie de neocorporativismo fascista que no solo no acaba con el expolio disfrazado bajo el término de austeridad sino que lo multiplica y expone los restos del Welfare State europeo a la amenaza de una inmensa espada de Damocles difícil de esquivar en el contexto de la Gran Escasez que nos espera.17

La posteridad no es ajena a esta disyuntiva ética, pues como avisaba en la década de 1980 William R. Catton (principalmente en sus obras Overshoot y Bottleneck), tras expoliar otros continentes ahora nos dedicamos a expoliar a nuestros propios descendientes, privándolos de los recursos, de los sumideros, de la capacidad de
carga que podría permitirles una vida digna, o tan siquiera una vida, a secas. Es decir, nos convertimos, como en una película de ciencia ficción, en una especie de Terminators pero al revés, verdugos a través del tiempo dispuestos a asesinar a los que aún no han nacido, bajo el dominio de una ubicua mentalidad de carteristas (Catton), en una auténtica guerra contra el futuro, la guerra más asimétrica de la historia.18 Y aún menos justificable: nos convertimos en verdugos de nuestros propios contemporáneos de otras nacionalidades, como demuestran no pocos líderes de la izquierda cuando defienden sin sonrojo la construcción y venta de armamento a regímenes dictatoriales o actualmente en guerra de exterminio contra otros países. Aunque no hace falta acogernos al ejemplo de la industria bélica, pues defender a toda costa los puestos de trabajo en una central térmica no es mucho más ético que defender la construcción y venta de armas para países genocidas: el cambio climático también mata masivamente. Aunque no se perciba en la práctica actual de esta izquierda, hay un gran trecho moral (y político) entre la defensa del derecho a tener un trabajo y la defensa de un puesto de trabajo concreto que contribuye a la destrucción de las bases mismas de la vida. Solo una profunda inmoralidad o una profunda estrechez de miras pueden sostener que ambas cosas son equivalentes. Y no parece verosímil que la dirigencia sindical y política de la generación más preparada de la historia sea tan estúpida.

La izquierda, por supuesto, cuenta con sus propias autojustificaciones:19

1ª) «No excluimos a nadie con nuestro crecimiento: hay recursos suficientes para que todos podamos crecer»: esto ha quedado sobradamente desacreditado por la ciencia y tan solo los apóstoles de la religión del crecimiento infinito y sus acólitos pueden seguir defendiéndolo, contra la realidad biofísica, que es la que es.

2ª) «Hay margen para seguir creciendo aún un poco más, tan solo debemos distribuir mejor los recursos, de manera más justa y eficiente»: pero el margen para seguir creciendo está desmentido por varios factores, entre los cuales destaca principalmente la necesidad de detener urgentemente las emisiones de gases de efecto invernadero, algo que no se puede lograr de manera creíble sin hacer decrecer la producción mundial;20 en cuanto al reparto justo, precisamente es de ahí de donde emana la necesidad de que nosotros decrezcamos para que otros puedan crecer aún un poco (ellos sí), que es la base de la propuesta ecopolítica del decrecimiento; en cuanto a la suficiencia de los recursos existentes "para todos" es bastante dudosa, incluso para lo más básico (los alimentos),21 cuánto más para niveles de abundancia material como los que hemos disfrutado durante las últimas décadas en los países industrializados.

 

Mirar hacia abajo, hacia lo lejos, hacia el mañana

Las cuentas que hay que hacer son abrumadoras, pero es impostergable hacerlas. Según los cálculos que aporta Antonio Turiel no cabría esperar de manera realista que la humanidad pueda mantener una disponibilidad energética mayor del 40% de la actual una vez que finalicemos la famosa "transición" a las fuentes renovables.22 Eso implica una reducción media del 40% de nuestro nivel material de vida, si repartimos la reducción con justicia. O sea, aceptar que en España vamos a un consumo energético per cápita equivalente al que hoy tiene, por ejemplo, la gente de Cuba o de Ecuador (poco más de 40 GJ/año, y eso si hay suerte). Pero si quisiéramos, al tiempo que nos adaptamos a vivir nuevamente solo del sol, repartir con justicia los recursos energéticos y materiales necesarios, deberíamos ir al 40% no del consumo energético actual de España, sino al 40% del consumo medio mundial actual: eso serían unos 32 GJ/año, el nivel actual de Nigeria o Guatemala. Y si la población siguiese aumentando, lo cual es dudoso más allá del medio plazo,23 deberíamos continuar reduciendo ese nivel proporcionalmente. Es decir, aproximadamente 4 GJ/año menos por cada mil millones más de seres humanos: un millardo más y caeríamos al nivel actual de Vietnam, otro millardo más y estaríamos como ahora Corea del Norte, otro más y equivaldría al Pakistán de hoy día... La lógica perversa de esto es que cuantos menos seamos a repartir esa energía limitada, más tocará a cada uno.

Tras expoliar otros continentes, ahora expoliamos a nuestros propios descendientes, privándolos de los recursos para una vida digna, o tan siquiera, una vida, a secas 

Así pues, una izquierda que persista en sostener un crecimiento egoísta –que para mayor escarnio solo podría ser temporal, nunca permanente–,24 debe saber que lo hará a costa de privar de recursos no solo a otros seres humanos contemporáneos sino a las generaciones venideras de su propio país. Una izquierda semejante no merece ostentar tal nombre, portador de los valores de la libertad, la igualidad y la fraternidad, y más bien cabría recolocarla en el mapa ideológico de la historia entre los nacionalismos de imposición y los peores tribalismos de escala nacional, es decir, en una especie de socialismo solo para los nuestros, apenas a un paso del nacional-socialismo. Avisa Riechmann: «en un planeta Tierra que ya está “lleno” o saturado ecológicamente, para que alguien sea grande otro (otros) deben menguar».25

Mi argumento es que la izquierda que continúa defendiendo el crecimiento económico y el III Reich puesto en marcha por Adolf Hitler comparten un mismo núcleo, una misma razón de ser última: aunque no haya para todos, habrá para nosotros. Ese nosotros pueden ser las clases populares, en la versión de izquierdas del ur-fascismo (Umberto Eco), pero claro... solo nuestras clases populares, y a lo sumo las de nuestros aliados. El problema del socialismo que nos proponen, e incluso del ecosocialismo, no es solo que esté calzado –por un usar la imagen inversa del socialismo descalzo de Riechmann–, sino que esté calzado con una bota militar, dispuesto a pisar a quien sea para defender su derecho a crecer.

Pero no pensemos que esta conversión de la izquierda en insolidaria es un repetino ataque febril. Además de haberse retroalimentado de este más de medio siglo de fascistización de la conciencia, que decía Pasolini, no podemos olvidar que nuestros partidos de izquierda siempre se han preocupado más bien de defender a las clases trabajadoras que les votan, y rara vez han ido más allá de una vaga defensa de la solidaridad con otros países. De hecho, no han sido pocos los casos de partidos y sindicatos de izquierda que desde el siglo XIX han apoyado (o, cuando menos, consentido tácitamente) las actuaciones imperialistas de sus estados.26 El momento actual no haría sino extender esa tendencia presente en la izquierda –que ya trataba de combatirse hace un siglo en la III Internacional–27 y exacerbarla con el argumento de que ya no hay para todos y es o ellos o nosotros (o sea, o sus vidas o nuestro nivel de vida). Esto vendría a sumarse a las últimas décadas de disolución de la solidaridad a nivel internacional, de la criminalización generalizada del otro, de la construcción de muros, del pago a países mamporreros para mantener a raya los flujos migratorios, de asfixia de los fondos para ayuda humanitaria y de desprecio del Derecho Internacional Humanitario. Si ante la pandemia de la COVID-19 los gobiernos de todos los países enriquecidos, algunos de los cuales están gobernados por partidos que se autodenominan "de izquierdas", han hecho un indisimulado uso de su poder político y económico para acaparar el máximo posible de vacunas, condenando así a cientos de miles de personas en los países empobrecidos a una muerte segura,28 ¿qué podemos esperar que hagan cuando se trate de repartir un petróleo que escasee,29 el último litio accesible del planeta, los últimos fosfatos minerales o fuentes de agua potable en disputa? Nuestros dirigentes, ha denunciado Bruno Latour, «han lanzado por la borda todos los ideales de solidaridad».30 Una crisis moral política de suma gravedad, que sin duda es parte del proceso de colapso de nuestra civilización.

Conclusión

No me cansaré de insistir: hablar en términos de nazismo no es algo gratuito. Si bien cabría decir que lo que caracteriza moralmente a la derecha política en su conjunto es el egoísmo, el desprecio por la justicia social, el imperialismo y la dominación de los otros, lo que diferencia concretamente a la solución propuesta por Adolf Hitler en Mi lucha es, como bien nos hizo ver Carl Amery, el exterminio de esos otros en un contexto de recursos limitados y escasos. Así, el enemigo por combatir hoy son los Verdes,31 pues «son hoy los portadores de lo que Hitler denostó y despreció como el “bacilo judío”: los portadores del mensaje de la igualdad de todos los hombres, del derecho a la vida del débil, del debate siempre posible y necesario, y del factible y necesario equilibrio pacífico de intereses».32 Por tanto, de insistir en la senda del crecimiento, la izquierda estará provocando, por activa o por pasiva, el exterminio de millones de congéneres en las próximas décadas. Solo la renuncia a esa vía totalmente contraria a los valores fundacionales de la izquierda podría salvarla de transformarse en la comadrona de un nuevo Holocausto de una escala jamás vista.

Y esto no es algo que podamos achacar únicamente a su dirigencia. Si hasta ahora la izquierda se podía permitir, de boquilla o con mayores o menores expresiones en la práctica, ser solidaria con los otros (los no nacionales, los que no pueden votarles en las elecciones) es porque no les restaba votos. Pero cuando los votantes de izquierda empiezan a pensar, e incluso a decir sin tapujos cosas como «yo votaría a un partido nazi si es el que me asegura que cobraré mi pensión», entonces la izquierda se ve a sí misma entre la espada de la pérdida de uno de sus valores fundacionales y la pared de la pérdida de apoyos electorales. O sus valores o sus votantes.33

En resumen: a partir del momento en que la izquierda es consciente de que hemos topado con un techo a las dinámicas expansivas de la civilización industrial-capitalista, tan solo puede plantearse dos escenarios: uno consiste en continuar creciendo a base de pura magia (que crezca la economía sin que crezca el consumo de recursos y las emisiones); el otro, intentar mantener el crecimiento privando de sus recursos a otros países (genocidio), continuando con la saturación de los sumideros planetarios (ecocidio), que en última instancia llevará a la muerte de todo, al omnicidio. Y dado que la magia no existe, ni es razonable confiar en milagros, el momento histórico de choque contra los límites biofísicos del planeta sitúa a la izquierda ante la obligación de elegir: valores de izquierda o sociedad de consumo, solidaridad o crecimiento, el reparto justo de la escasez o la solución hitleriana.

El drama de los refugiados, hoy, es solo un pequeño anticipo de lo que vendrá.

El colapso ecológico (clima, biodiversidad, sumideros, agua...) lo multiplicará x 1000.

Con la Izquierda defendiendo a capa y espada el Sistema será imposible frenar a los nazis.

Debe existir una izquierda que se oponga a las quimeras tecnocientíficas y transhumanistas, una izquierda anti-progre si queréis, que hable de expropiar a los ricos, pero también de austeridad por la abolición de la sociedad de consumo. Y que reconozca, sí: es esto o la extinción.

La Caiguda

 

La primera premisa para [la] aplicación (o reaplicación) [de la fórmula hitleriana] es una situación de crisis que incluya tanto la carestía material como la vivencia de una desorientación existencial.

Esta experiencia de crisis debe suscitar la noción de que no basta para todos

(y de que seguramente nunca más bastará).

En tal caso habremos de descartar de raíz toda posibilidad de solucionar la crisis mediante un programa minucioso, pero humanista.

El grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros de la civilización se verá por ello obligado a acometer una selección; esta anulará lógicamente el carácter intocable de la dignidad humana.

De modo que nuestra primera pregunta reza así: ¿es posible, o probable, una crisis hitleriana en el siglo XXI?

Sí.

Carl Amery (Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, p. 157)

Manuel Casal Lodeiro es coordinador del Instituto Resiliencia y autor de La izquierda ante el colapso
de civilización industria.

Acceso al texto completo en formato pdf: Si vis pacem, para descensum. Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento.

NOTAS: 

1La relación entre crecimiento del PIB y crecimiento del consumo de energía, a escala global, no es en realidad de 1:1 porque se encuentra distorsionada, entre otros factores, por la cuantificación monetaria de ambos índices, pero no hay duda de su absoluta correlación: Matthieu Auzanneau, «Gaël Giraud, del CNRS: "El verdadero papel de la energía va a obligar los economistas a cambiar de dogma"», The Oil Crash (blog), 30 de mayo de 2014, disponible en: https://crashoil.blogspot.com/2014/05/entrevista-gael-giraud.html

2 Ted Trainer, «If you want affluence, prepare for war», Democracy and Nature, núm. 8 (julio de 2002).
Nuestros ejércitos ya lo llevan tiempo haciendo, de cara a conflictos bélicos a gran escala que prevén en apenas una década: «The Economist, "Las fuerzas armadas francesas se preparan para una guerra de alta intensidad”», La Vanguardia, 30 de marzo de 2021, disponible en: https://www.lavanguardia.com/internacional/20210330/6616738/fuerzas-armadas-francesas-preparan-guerra-alta-intensidad.html

3 Estos conflictos no necesariamente tendrán forma de una guerra de saqueo convencional. Según explica Antonio Turiel, que lleva años advirtiendo de una probable intervención de Francia (quizás con el apoyo de España e Italia) en Argelia, «Estamos pensando en una guerra de conquista, cuando más bien se trataría de una guerra de división y rapiña. Francia no se va a meter a agredir a Argelia así, por las buenas, porque tendría una gran contestación interna obviamente. Pero, ¿qué pasa si estalla una guerra civil en Argelia? Ese es para mí el escenario de referencia. Francia entraría en Argelia (por supuesto de la mano de España y probablemente Italia) para socorrer a la población civil y devolver la democracia, en una guerra de desgaste que se prolongaría en el tiempo. Mientras tanto, se asegurarían el control de los pozos de petróleo y de gas. ¿Qué fue lo primero que hicieron las tropas galas cuando llegaron a Malí en enero de 2014? Se fueron corriendo a la frontera con Níger, atravesaron la frontera y aseguraron las minas de uranio de Níger». (Mensaje a la lista de correo Petrocenitales, 31 de marzo de 2021).

4 El dichoso lema se ha convertido nada menos que en el núcleo del programa de gobierno "más progresista de la historia de España", según se autodenomina el formado por PSOE y Unidas-Podemos en 2019, según afirma la ministra portavoz (rueda de prensa del 16 de marzo de 2021). Pero, ¿qué significa en realidad "no dejar a nadie atrás"? No se concreta nunca, aunque se aprecian claramente varios significados: por un lado, no se admite que ningún sector y ninguna empresa se vea perjudicada por la llamada Transición Ecológica/Energética; por otro, "adelante" significa más crecimiento, más digitalización, más modernización, más de todo, exponencialmente a ser posible; y "atrás" significa, implícitamente, por tanto, lo preindustrial, lo premoderno, lo agrario y rural, las economías homeostáticas, en definitiva. Cuando toca "pisar el freno de emergencia" (Walter Benjamin), quienes nos gobiernan se empeñan en pisar el acelerador hacia el precipio, en una huida hacia adelante que no deje "a nadie atrás". Así, está muy lejos esta izquierda de asumir la necesidad, tras el Peak Oil, el Peak Fossil Fuels, el Peak Net Energy, el Peak Everything, de volver a basar nuestras economías principalmente en los recursos locales. Volver a defender una España eminentemente agrícola es la única alternativa que tenemos si no queremos mantener un nivel industrial a base de recursos foráneos, que en la Era de la Escasez, solo podremos obtener privándoles de ellos a otros, sea por la fuerza de las armas, por alianzas con otras fuerzas neocolonialistas o mediante asimétricos tratados de comercio. O una izquierda neoagraria e internacionalista, o una pseudoizquierda al mando de la desposesión imperialista, ese es, en definitiva, el dilema.

5 Ángel Ferrero y Jaume Portell, «Alemania, el Congo y el nuevo imperialismo energético europeo», Público, 26 de septiembre de 2020, disponible en: https://www.publico.es/internacional/explotacion-africa-alemania-congo-nuevo-imperialismo-energetico-europeo.html

6 Bruno Latour, Dónde aterrizar (p. 124). Aunque Latour mencione el concepto de Lebensraum fijándose únicamente en el caso de EEUU, cabe perfectamente aplicarlo al resto del mundo desarrollado.

7 Citado en Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, MRA Ediciones, Barcelona, 2019, p. 23.

8 Una muestra de que las políticas europeas vendidas como "verdes" ocultan este tipo de colonialismo o "depredación energética": Antonio Turiel, «Asalto al tren del hidrógeno», The Oil Crash (blog), disponible en: https://crashoil.blogspot.com/2020/10/asalto-al-tren-del-hidrogeno.html
El colonialismo sería, afirman algunos, el "problema no resuelto de la vieja izquierda", que también arrastrarían nuevas formulaciones de la izquierda desde el concepto político de "lo común": Daniel Montáñez y Juan Vicente Iborra, «Los comunes coloniales y la descolonización de la izquierda», El Salto, 17 de febrero de 2019, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/colonialismo/los-comunes-coloniales-y-la-descolonizacion-de-la-izquierda
Recordemos que el propio Marx criticaba los excesos del colonialismo (por ejemplo, el británico en India) pero justificaba "su necesidad histórica": Eddy Sánchez Iglesias, «¿Era Marx eurocéntrico?», Contexto y acción, 05 de mayo de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32160/Eddy-Sanchez-Iglesias-colonialismo-Karl-Marx-eurocentrismo-capitalismo.htm
Al menos así fue hasta sus últimos años de vida. Por lo visto, las revisiones de su pensamiento anterior al respecto del colonialismo que realizó aquel postrero Marx sufrieron la misma suerte entre sus seguidores que las que hizo acerca de las posibilidades de alcanzar el ideal comunista directamente desde sociedades campesinas comunalistas sin necesidad del famoso "desarrollo de las fuerzas productivas" industriales y del protagonismo obrero de la Revolución (Vid. Carlos Taibo, Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío). Así, las mismas izquierdas que insisten en que solo hay una vía para lograr sus objetivos, y que este pasa necesariamente por la industrialización y el crecimiento, son las mismas que se quedaron ancladas en la visión ambivalente que finalmente Marx corregiría, de un colonialismo necesario.

9] Juan José Guirado, «El capitalismo ha fracasado, ¿qué viene a continuación? (V)», Esencial o menos (blog), disponible en: https://esencialomenos.blogspot.com/2020/02/el-capitalismo-ha-fracasado-que-viene_8.html
El ideal para la mayoría de la socialdemocracia ha sido tradicionalmente el modelo de los países escandinavos, pero es hora de reconocer que estos países están a la cabeza en emisiones per capita y que, por tanto, su modelo no es extrapolable al resto del mundo y que su propio mantenimiento no es precisamente justo con los demás países: Jason Hickel, «The dark side of the Nordic model», Al Jazeera, 06 de diciembre de 2019, disponible en: https://www.aljazeera.com/amp/indepth/opinion/dark-side-nordic-model-191205102101208.html

10 Bien, en realidad las armas ya se están tomando en la Europa Fortaleza, como se ha demostrado repetidamente, sobornando a gobiernos escasamente democráticos como el marroquí o el turco para que hagan su trabajo de matones de discoteca evitando la entrada de los indeseables. Reservado el derecho de admisión, bien podría ser el lema de esta UE.

11 «Durante décadas la ideología del miedo ha intentado hacernos creer que teníamos que elegir entre economía y bienestar, pero no es cierto; que teníamos que elegir entre crecimiento y derechos, pero no es cierto; (…)», Intervención del 16 de diciembre de 2020 en un debate parlamentario con motivo de los dos meses de la declaración del semestre de Estado de Alarma en España por la pandemia de COVID-19, disponible en: https://www.congreso.es/public_oficiales/L14/CONG/DS/PL/DSCD-14-PL-70.PDF

12 En otros tiempos, la vanguardia de la izquierda tenía el valor de asaltar palacios enfrentándose a los ejércitos, y hoy parece que no se atreve ni a intentar el asalto incruento a los imaginarios culturales.

13 O incluso podríamos decir, con Jorge Armesto, simplemente la búsqueda del goce: «la pulsión por el goce consumista se impone a cualquier tipo de ética de responsabilidad, incluso cuando afecta a la vida y la muerte de miles de personas». Jorge Armesto, «Comprender al votante de Vox», El Salto, 29 de octubre de 2020, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/opinion/jorge-armesto-comprender-votante-vox

14 Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner / Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, p. 177.

15 Adrián Almazán, «Lo que el antifascismo no permite ver», Contexto y acción, 14 de enero de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200115/Firmas/30561/Adrian-Almazan-Gomez-crisis-ecologica-y-social-investidura-PSOE-Unidas-Podemos-Regreso-al-futuro.htm

16 Manuel Casal Lodeiro, «La vacuna (contra el fascismo) con fecha de caducidad», De(s)varia Materia (blog), 11 de enero de  2019, disponible en: http://casdeiro.info/textos/2019/01/11/la-vacuna-contra-el-fascismo-con-fecha-de-caducidad/

17 Pau Llonch, «Los nuevos fondos europeos. ¿Maná o veneno?», El Salto, 28 de enero de 2021, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/analisis/nuevos-fondos-europeos-next-generation-capitalismo-verde

18 Sin duda la guerra más asimétrica y brutal de la Historia es la guerra de saqueo y exterminio que estamos llevando a cabo la actual generación contra las generaciones venideras, que no tienen la más mínima posibilidad de defenderse.

19 He analizado con más profundidad los autoengaños de la izquierda ante la situación de colapso civilizacional en la que nos estamos adentrando en La izquierda ante el colapso de la civilización industrial (La Oveja Roja, 2016), sobre todo en su cap. 1. También abordé en dicha obra el riesgo de fascistización, especialmente en el apartado «Antes fascistas que sencillos», del cap. 2.

20 Jason Hickel y Yorgos Kallis, «Is Green Growth Possible?», New Political Economy, vol. 25, núm. 4, 2020., disponible en: https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/13563467.2019.1598964
El estudio fue citado por importantes medios generalistas españoles: p. ej.: https://www.publico.es/economia/economia-verde-cientificos-defienden-decrecimiento-economico-luchar-crisis-climatica.html  y https://www.lavanguardia.com/vida/20190527/462504961574/estudio-dice-que-para-reducir-calentamiento-hay-que-hacer-decrecer-economia.html

21 He reflexionado sobre ello en mi libro Nosotros, los detritívoros, Ediciones Queimada, Móstoles (Madrid), 2018.

22 Jorge Romero, «El apagón del capitalismo», Blog Planeta Futuro / Alterconsumismo, El País, 8 de febrero de 2022, disponible en: https://elpais.com/planeta-futuro/alterconsumismo/2022-02-08/el-apagon-del-capitalismo.html

23 De nuevo, me remito a los cálculos que recogí en Nosotros, los detritívoros, disponibles en un cuadro resumen en http://www.detritivoros.com

24 Puesto que la vida útil de un panel fotovoltaico o de un aerogenerador no sobrepasa los 25 años de media, y que no se pueden construir sin usar energía fósil, lo que se nos propone es transitar a un nuevo modelo energético que tan solo durará una generación, despojando por el camino a millones de seres humanos de la posibilidad de acceder a los minerales y a los combustibles fósiles que habríamos acaparado y gastado egoístamente para construir un soporte sustitutivo para nuestro nivel de vida que resultará ser sumamente efímero. Nuestras izquierdas están vendiendo su alma a cambio de asegurarse apenas 25 años más de electricidad. El citado estudio de Hickel y Kallis acerca de la viabilidad de las políticas de crecimiento verde, insiste en el corto alcance temporal de las mismas, incluso para los pocos países que pudieran llevarlas a cabo.

25 Ibidem, p. 94. Riechmann es consciente de la gran bifurcación que se le plantea a la izquierda en su identidad y en sus valores ante la crisis ecosocial, al menos desde los años noventa. Vid. la entrevista de 1992 con Julen Rekondo para la revista Hika y reproducida en Un lugar que pueda habitar la abeja, La Oveja Roja, Madrid, 2018, p. 31, donde advierte sobre «la izquierda eurocéntrica, imperialista y subalterna del capitalismo». Este bagaje le convierte en unos de los referentes éticos más necesarios para la izquierda del mundo industrializado.

26 «The Communists and the Colonized», An interview with Selim Nadi, Jacobin, 29/10/2016, disponible en:

https://www.jacobinmag.com/2016/10/pcf-french-communists-sfio-algeria-vietnam-ho-chi-minh/
No podemos tampoco olvidar los apoyos a los imperialismos de terceros estados supuestamente dirigidos por partidos de izquierda, como puede ser típicamente el caso de China.

27 Una de las condiciones para adherirse a la III Internacional Comunista (1919) era que los partidos debían exigir la retirada de sus compatriotas imperialistas de sus colonias.

28 El director de la OMS habla de "un fallo moral catastrófico": «WHO: just 25 COVID vaccine doses administered in low-income countries», The Guardian, 18 de enero de 2021, disponible en: https://www.theguardian.com/society/2021/jan/18/who-just-25-covid-vaccine-doses-administered-in-low-income-countries
A fecha de 22/02/21, los 3/4 de las vacunas estaban aún en manos de tan solo 10 países. Esta insolidaridad durante la primera vacunación masiva se confirmó de manera agravada cuando los países ricos optaron por impulsar refuerzos vacunales masivos a su población ("inyecciones de lujo", según la OMS) junto con la vacunación infantil, ambos innecesarios según la epidemiología, en lugar de ceder las vacunas a aquellos países cuya población aún no había recibido las primeras inyecciones, que son las que resultan realmente decisivas para evitar los casos graves y la muerte. En 2021 solo el 10% de las vacunas llegó a países del Sur mientras en el Norte se tenían que tirar millones de ellas porque habían caducado sin llegar a utilizarse. No han faltado voces expertas e institucionales del máximo rango que han denunciado la profunda inmoralidad y nulo soporte científico de estas decisiones de nuestros gobernantes tanto de derechas como de izquierdas. La OMS da en clavo con su terminología: en esto, como en toda la cuestión de los recursos limitados, es "el lujo" de los ricos a costa de las necesidades básicas de los pobres.

29 Antonio Turiel, «La tormenta negra», Contexto y acción, 29 de abril de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200401/Politica/32045/Antonio-Turiel-petroleo-tormenta-negra-crisis-energetica.htm

30 Bruno Latour, Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, Taurus, Barcelona, 2019, p. 41.

31 Cuando empleo este término no estoy pensando precisamente en Greenpeace o en Equo. Me refiero a decrecentistas, gaianos, ecocomunalistas, comuneras indígenas, rebeldes contra la extinción, ecosocialistas descalzas, ecoanarquistas, defensores del Protocolo de Uppsala/Rimini...

32 Amery, 2002, op. cit., p. 167. Esto no es ajeno al hecho de que hoy día los activistas que sufren más asesinatos en todo el mundo sean los ecologistas. Véase también Los verdes somos los nuevos rojos, de Will Potter, Plaza y Valdés, Madrid, 2013.

33 Un valiente manifiesto leído en Palencia el 1 de mayo de 2021 interpelaba a las fuerzas de izquierda: «¿Para qué está alguien en política? ¿Para decir la verdad a los ciudadanos o para obtener votos? Si decir la verdad resta votos lo lógico sería que la izquierda se presentase por el PP o el PSOE, que son los que más votos obtienen. ¿Por qué crece la extrema derecha? Por incomparecencia de la izquierda». Y finalizaba el texto advirtiendo acerca de las consecuencias de mantener oculto el problema del inevitable declive energético: «Si la izquierda silencia esta problemática (como ha sucedido hasta ahora), la población se adherirá al fascismo». Comité IV, «Sobre dónde poner los huevos», 15/15\15, 18 de julio de 2021, disponible en: https://www.15-15-15.org/webzine/2021/07/18/sobre-donde-poner-los-huevos/

 


Lectura Recomendada: Simbioética. Homo Sapiens en el entramado de la vida

Simbioética. Homo Sapiens en el entramado de la vida

Jorge Riechmann

Plaza y Valdés Editores

Madrid, 2022, 382 págs.

Reseña publicada en el número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

«Mirarnos al espejo y decirnos: amigo, usted no es (solo y aproximadamente) un individuo, es un holobionte, una suerte de ecosistema ambulante, asúmalo».1

Jorge Riechmann tiene una larga trayectoria reflexionando sobre cómo las sociedades humanas deberían tener un buen encaje en los ecosistemas. Esta es sin duda una pregunta ética, encarada a cuestionar las posiciones morales que han arrastrado nuestra civilización hacia la época que el autor suele llamar “El Siglo de la Gran Prueba”:2 un contexto de colapso civilizatorio, de alienación capitalista y de supremacía de la especie humana.

Simbioética es una obra que revisita esta difícil coyuntura histórica que vivimos a la luz de una propuesta moral, la de ser más humildes.

Riechmann articula esta idea recogiendo el testigo de la bióloga Lynn Margulis, de que somos seres nacidos de repetidos procesos simbiogenéticos.3 En tanto que estamos formados a partir de múltiples microrganismos, podemos entendernos como holobiontes, como comunidades bióticas sumergidas en una dinámica de constante evolución y relación con otras especies. No somos un ser atomizado que se relacione solo externamente con otros individuos, de manera separada y con distancias físicas, sino que, dentro de nuestros propios cuerpos, de nuestra boca, de nuestros oídos, de nuestra piel, cohabitan otros individuos.

Uno de los prejuicios ontológicos que ha alimentado la capacidad de extralimitación ecológica (de overshoot) propia del Antropoceno es el de comprendernos como seres desgajados de los demás, como los únicos sujetos que se desarrollan en un mundo de objetos. Esta falaz cosificación de la naturaleza, con raíces teóricas ya presentes en los discursos filosóficos de Platón, Descartes o Bacon, nos aleja de una realidad biológica basada en un continuo de diversas formas de vida ecodependientes. Del mismo modo, relativizar y vaciar el concepto de naturaleza y concebir su significado como un mero escenario de la acción humana o como algo incluso inexistente conlleva una pérdida de nuestra consideración moral no solo hacia nuestros orígenes más primitivos y nuestro futuro más remoto, sino hacia el mundo vivo más que humano, cuya trayectoria y complejidad es mayor que la singularidad del homo sapiens. Es decir, ello implica una despreocupación ética por la convivencia.

En este libro se subraya que la crisis civilizatoria que estamos viviendo, esta crisis existencial de la humanidad o de la extinción de la especie (como bien se viene clamando los últimos años desde movimientos sociales como Fridays for Future o Extinction Rebellion), es sobre todo una crisis ético-política. Es una crisis por no saber amar a los miembros que no son de nuestra tribu.

El sentido de extender la pertenencia y el reconocimiento del prójimo debe implicar que se acoja moralmente a las personas extranjeras, así como a aquellas formas de vida que ni siquiera consideramos personas. Está en crisis nuestra forma de reconocer y respetar a las demás especies, que en el fondo también forman parte de nuestra propia naturaleza y, de un modo u otro, están conectadas a nuestra existencia. Tal situación se enquista debido a la ignorancia termodinámica que prima en las sociedades industrializadas y enajenadas por las reservas fósiles que casi mágicamente nutren las lógicas capitalistas. Es un delirio epistemológico, en palabras de Bruno Latour,4 creer que podemos seguir creciendo en un planeta finito biogeoquímicamente.

La externalización de los costes para fomentar las actividades productivas junto a la invisibilización de los cuidados que sustentan tareas reproductivas, tejen un manto de ignorancia que bien ha supuesto el impulso para el despegue de nuevas teorías liberales de la justicia (como la rawlsiana).5 Incluso el desarrollo y el bienestar parecen haber sido secuestrados por una economía neoliberal, fomentando el olvido, por un lado, de aquellos imaginarios que conectan el buenvivir a algo más que la acumulación del poder económico, del dinero, y, por otro lado, el olvido de una cosmovisión más humilde y reverente hacia la naturaleza.

En un contexto donde ya estamos colapsando, ¿tal vez sea el momento de atreverse a abrazar nuevos comportamientos como la resiliencia, la renuncia, la reconciliación o la reverencia?6 Estos comportamientos chocan con la visión transhumanista que evita seguir viéndonos como seres finitos y vulnerables. Esta visión de huida prometeica se proyecta principalmente hacia los seres humanos, pero en algunos casos incluso hacia los no humanos, con la pretensión de reestructurar toda forma de vida considerada con valor (depende de por quién), manipular hasta su genética y controlarla desde nuestros designios hipertecnificados. Pero, a su vez, quedando relegada la pregunta, tan de justicia también (solo que desde un marco menos anclado en la distribución de recursos), acerca de quién ejercerá ese control de la vida.

Resulta ser un delirio exacerbado el aspirar a controlar el mundo y todas sus dinámicas naturales desde una base individualista, competitiva y antropocéntrica.

En una época colmada de discursos en clave de posverdad, es menester hallar puntos de encuentro y tender puentes para transitar nuevos caminos que deconstruyan los relatos y las acciones que nos han acorralado hacia esta tesitura asomada irracionalmente a la extinción biológica. Por ello, en el libro se reflexiona sobre las diatribas intuidas a veces en los mismos ecologismos, los materialismos constructivistas o incluso ciertos animalismos, que sustentan sus tesis sobre la necesidad de cimentar una sociedad justa y ello los lleva a olvidar, en ocasiones, que no somos ajenos a Gaia.

La acometida encauzada por el ecosocialismo contra la ecología profunda de Arne Naess por atribuirle sugerencias ecofascistas,7 los discursos de algunos materialismos de que la naturaleza es indisociable del ser humano o no existe como tal,8 o la defensa de intervenir sistemáticamente en la naturaleza para evitar el sufrimiento animal9 son ejemplos de debates dialécticos que suponen un coste de oportunidad para llegar a favorecer una autorrealización sistémica e interdependiente. Este objetivo, de asumir moralmente una ontología basada en los sistemas complejos adaptativos no significa renunciar al individualismo moral, sino antes bien cambiar nuestra comprensión de lo que supone, en realidad, ser un individuo. Y todo individuo es, siguiendo al autor, un ser simbionte, que constantemente se forma y autorrealiza a diversos niveles de la existencia biológica.

Este pensamiento, tal y como Riechmann nos plantea, debería invitarnos a trabajar por construir una simbioética. Una ética erigida sobre la intuición ya formulada un siglo atrás por Albert Schweitzer de que «soy vida que quiere vivir, en medio de vida que quiere vivir».10 Una ética que tal vez no pueda presumir de contar con la bala de plata que detendrá el desastre ecológico en el que nos metimos, pero sí admitir que estamos todos inmersos en él y procurar, como suele decir el autor, colapsar mejor.11 Ante este reto moral, la humildad biosférica de Margulis, el respeto por la vida que predicaba Schweitzer o la reverencia debatida entre los llamados “colapsólogos”, tal vez sean herramientas que nos sirvan para alinear la búsqueda de la convivencia con la aceptación de la realidad.

Cristian Moyano Fernández

Filósofo, doctor en Ciencia y Tecnología Ambientales e investigador posdoctoral en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (UAB) y en el Instituto de Filosofía del CSIC

NOTAS

1 Jorge Riechmann, Simbioética. Homo sapiens en el entramado de la vida, Plaza y Valdés, Madrid, 2022, p. 32.

2 Jorge Riechmann, El Siglo de la Gran Prueba, Baile del Sol, Tenerife, 2013.

3 Lynn Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid, 2002.

4 Bruno Latour, Dónde aterrizar, Taurus, Madrid, 2019, p. 39.

5 John Rawls, Teoría de la Justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1971.

6 Pablo Servigne y Gauthier Chapelle, L’Effondrement (et après) expliqué à nos enfants... et à nos parents, Seuil, París, 2022.

7 Luc Ferry, «La ecología profunda». Revista Letras Libres, núm. 192, 1992. Eric Swyngedouw, «¡La naturaleza no existe! La sostenibilidad como síntoma de una planificación despolitizada». Urban, núm. 1, 2011, pp. 41-66.

8 Ramón del Castillo, El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo, Turner, Madrid, 2019. Fernando Savater, Diccionario filosófico, Planeta, Barcelona, 1996.

9 Óscar Horta, «La cuestión del mal natural». Ágora, vol. 30, núm. 2, 2011.

10 Albert Schweitzer, De mi vida y mi pensamiento, Aymá, Barcelona, 1965.

11 Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros, MRA Ediciones, Barcelona, 2019.


Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial. Papeles 161

Una vida buena −digna y segura− ha sido y es, la principal aspiración humana que ha recorrido las culturas de todo tiempo y lugar, aunque bajo diferentes concepciones y configuraciones.

En la actualidad, amarrados como estamos a un modo de vida −de producción y consumo− que nos arrastra a una gravísima crisis ecosocial global, cargando los costes sobre la naturaleza, las mujeres y otros territorios, resulta aún más urgente reflexionar sobre qué significa una vida buena y de calidad para todos y todas.

El hecho insoslayable de los límites ecológicos del planeta debe enmarcar tal reflexión. Por ello, en este punto de la historia, la vida buena deberá definirse como aquella capaz de desenvolverse en un equilibrio dinámico con la naturaleza. Esto exige cambios colosales del modo de vida y de nuestros patrones mentales, pasando de la noción socioeconómica del bienestar que actualmente domina el imaginario colectivo –basado en prismas mercantilistas y cortoplacistas– a una noción sostenible y armónica de la vida, que exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales.

El número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, reflexiona sobre los principales ejes de transformación: transporte, urbanismo y alimentación, además de presentar un enfoque teórico tentativo para calibrar la calidad de vida en el marco de la crisis ecosocial.

En la Introducción del número, Santiago Álvarez Cantalapiedra nos adentra en la insostenibilidad ecológica y social del modo de vida imperial dominante.

A Fondo se abre con un artículo del Equipo de FUHEM Ecosocial que presentan un enfoque ecosocial para evaluar la calidad de vida. Max Koch examina el papel potencial del bienestar y las políticas sociales en un contexto de profunda transformación ecosocial y poscrecimiento, tomando el caso de Suecia. Carlos Verdaguer explora los lazos entre calidad de vida y habitabilidad en las ciudades. Alfonso Sanz analiza los escollos de la movilidad y las falsas alternativas. Kattya Cascante revisa el sistema global alimentario y sus múltiples fallas, mientras que Carolina Yacamán explora las alternativas para la transición alimentaria. Por su parte, Nuria del Viso y Mateo Aguado ponen en valor las prácticas “procomunitarias” de autoprotección y resiliencia frente a los impactos de este modo de vida “averiado”.

En Actualidad, Mª Teresa Vicente aborda la cuestión de los derechos de la naturaleza a partir del caso de la ILP de protección del Mar Menor y su tramitación y aprobación parlamentaria en 2022. Por su parte, Pere Ortega explora las alternativas al enfoque estatocéntrico de la seguridad y su expresión en la guerra.

Ensayo incluye una síntesis del informe PRESME sobre precariedad laboral y salud mental encargado por el Ministerio de Trabajo y elaborado por un equipo coordinado por Joan Benach.

Referentes repasa de la mano de Alfonso Díez Prieto la figura del pedagogo Lorenzo Milani en el centenario de su nacimiento.

El número se cierra con la sección Lecturas.

A continuación, ofrecemos el sumario de la revista y dos artículos descargables de forma gratuita: la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo del equipo de FUHEM Ecosocial, Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

Un modo de vida que imposibilita la vida buenaSantiago Álvarez Cantalapiedra.

A FONDO

Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buenaFUHEM ECOSOCIAL

Bienestar sin crecimiento, Max Koch.

Calidad de vida urbana para la transición ecológica, Carlos Verdaguer.

La movilidad ¿buena? Sobre el futuro de la movilidad en la transición socioecológica, Alfonso Sanz Alduán.

El sistema agroalimentario industrial global es parte del problema, Kattya Cascante.

Tres claves para la transición agroalimentaria: decrecimiento, agroecología y políticas urbanas alimentarias, Carolina Yacamán.

Lazos procomunitarios para navegar la multicrisis ecosocial, Nuria del Viso y Mateo Aguado.

ACTUALIDAD

Giro ecocéntrico en el ordenamiento jurídico español: el Mar Menor, un ecosistema con derechos. El camino hacia la paz con la naturaleza, Teresa Vicente Giménez.

Alternativas a la seguridad y la defensa de los estados, Pere Ortega.

ENSAYO

Precariedad y salud mental. Conocimientos y políticas. Sinopsis del Informe PRESME, Joan Benach (coord.),  Fernando Alonso, Diego Álvarez Alonso, Lucía Artazcoz, Edgar Cabanas, Belén González Callado, Nuria Matilla-Santander, Carles Muntaner, María Gema Quintero LIma, Remedios Zafra y Ferran Muntané.

REFERENTES

Cien años de Lorenzo Milani, el maestro de Barbiana. Cura y maestro entre los pobres, Alfonso Díez Prieto.

LECTURAS

Simbioética, de Jorge Riechmann.

Cristian Moyano

Sin energía. Pequeña guía para el gran descenso, de Antonio Turiel.

Mateo Aguado

Etica del rewilding, de Cristian Moyano.

Pedro L. Lomas

Contra la sostenibilidad, de Andreu Escrivá.

Monica Di Donato

Cuaderno de notas

RESÚMENES

 

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La insoportable insostenibilidad de nuestro modo de vida

 

Nueva sesión del Ciclo de encuentros Debates para un Pensamiento Inclusivo, organizado por la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial con la Casa Encendidade Fundación Montemadrid.

Este ciclo tiene como objetivo reflexionar y debatir sobre las grandes tendencias y cuestiones que atañen a nuestro tiempo, y que definen el funcionamiento y los objetivos del sistema socioeconómico en el que vivimos, para imaginarnos entre todos y todas, alternativas justas, inclusivas y sostenibles.

Cada sesión contará con la presencia de los y las autoras de algunos artículos destacados de la revista, según la temática elegida para cada edición y se pondrá a disposición de los asistentes materiales como artículos y resúmenes de cada número, para facilitar la reflexión y la puesta en común.

En esta ocasión, el acto se celebrará el 15 de junio de 2023 a las 18 h. y girará en torno al número 161 de la revista titulado: Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial.

Cuando las normas de producción y consumo nos arrastran hacia una gravísima crisis ecosocial, se hace necesario reflexionar sobre qué significa una vida buena y de calidad.

La existencia moderna, pese a sus considerables logros, acarrea toda una serie de efectos e impactos que inciden negativamente, de una manera u otra, sobre la prosperidad y el buen vivir de las personas hasta llegar a comprometer la supervivencia misma de la especie humana, generando malestares, desigualdades, precariedad, etc. En estas circunstancias, llama poderosamente la atención un cierto abandono de la reflexión acerca de lo que significa hoy una vida buena, digna de ser vivida.

Posiblemente la razón de la desidia con la que la cultura mercantil contemporánea hace frente a esta pregunta tenga mucho que ver con el hecho de que nos conduciría a cuestionar radicalmente nuestro actual modo de vida. Así, aunque el capitalismo haya logrado un éxito incomparable en términos de opulencia material de la cual puede beneficiarse una parte de la población, impide en gran medida hacer un uso civilizado de ella.

En la vida personal, por ejemplo, todas esas dinámicas tienen importantes contrapartidas. Por un lado, el evidente coste de oportunidad de todo el tiempo y esfuerzo dedicado a perseguir el ingreso necesario para alcanzar un determinado estatus social y económico que se retrae, sin embargo, de actividades significativas y relaciones interpersonales gratificantes que se ven sacrificadas. En muchos casos, además, ni siquiera esos afanes son capaces de garantizar una vida digna.

Un porcentaje significativo de la población padece, por ejemplo, jornadas laborales maratonianas, en malas condiciones y con bajos sueldos. Por otro lado, la alta temporalidad y precarización condicionan la posibilidad del desarrollo de proyectos vitales, especialmente en los más jóvenes, en población migrante, etc.

En otro plano, se está asistiendo a la degradación y destrucción de la naturaleza, especialmente desde la última mitad del siglo pasado siglo, cuando se incrementó de manera exponencial el crecimiento económico y, con ello, la población, el consumo energético, la extracción de recursos, etc., resultando de todo ello unos impactos inmensos sobre los ecosistemas y el conjunto de la biosfera.

En definitiva, cuando el modo de vida imperante, es decir, las normas de producción y consumo que adopta la sociedad, socava las condiciones sociales y naturales sobre las se asienta, como hace el capitalismo, el bienestar que proporciona se ve contrarrestado por el malestar que ocasiona el reparto desigual de cargas sociales y ecológicas que lleva asociado.

Para reflexionar y debatir sobre todo esto, contaremos con la presencia de Alfonso Sanz y Carlos Verdaguer de Gea 21 y autores en el último número de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, acompañados por Nuria del Viso y Monica Di Donato del equipo de FUHEM Ecosocial.

Modera el acto Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la revista y del área Ecosocial de FUHEM.

La entrada es libre y gratuita, mediante registro.

RECUERDA:

FECHA: 15 de junio.

HORA: 18 h.

La actividad se desarrolla en una sala Zoom. Una vez realizada la inscripción, y antes de la sesión, se enviará un correo electrónico de confirmación con los datos de acceso al encuentro.

No te pierdas los debates anteriores. Ya disponibles en nuestra web: https://www.fuhem.es/2023/02/07/debates-para-un-pensamiento-inclusivo/  

 


Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena

La sección A FONDO del número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global recoge un texto firmado por el equipo de FUHEM Ecosocial titulado: Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.08

El artículo parte de plantear la pregunta de qué se puede entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que nos encontramos. Así, tras analizar los conceptos de felicidad, bienestar y nivel de vida se detiene a examinar la noción de calidad de vida, que corrige el reduccionismo de visiones anteriores, y la sitúa en el actual contexto de crisis ecosocial para identificar un modo de vida productivista y consumista –el capitalista– que impide el avance en la calidad de vida de forma justa y generalizada tanto de los sistemas naturales como sociales. De aquí se deriva el desarrollo de un enfoque ecosocial de la calidad de vida.

El siglo XX ha sido el siglo de la expansión de la civilización industrial capitalista. En el trascurso de este periodo, particularmente a partir de su segunda mitad, se han acelerado los ritmos de extracción de recursos y de emisión de residuos asociados a la actividad económica, dotando a las sociedades humanas de una elevada complejidad y una destructividad nunca vista. Estas circunstancias nos han conducido, ya en el siglo XXI, a un escenario inédito de extralimitación y desigualdades. Un escenario en el que converge la creación de escasez relativa que genera el capitalismo con la escasez absoluta sobrevenida de recursos estratégicos, pérdida irreversible de biodiversidad y desestabilización abrupta del clima.

La magnitud que ha alcanzado la actividad económica en relación con la biosfera y el tipo de metabolismo socioeconómico que la civilización industrial capitalista ha extendido por todo el planeta proyectan sobre la humanidad una amenaza existencial. En este escenario, con las restricciones que impone, debemos cuestionar el modo de vida que nos ha conducido hasta él y preguntarnos: ¿qué cabe entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que estamos?

A pesar de haber recibido juicios variables a lo largo de la historia, la idea amplia de bienestar (de bien y estar) es algo que ha preocupado al ser humano durante toda su existencia.1 Se podría decir que tener acceso a una vida buena es, al fin y al cabo, el mayor objetivo de los seres humanos.2,[3 Forma parte de nuestra naturaleza querer vivir bien; querer tener una vida buena, una vida de calidad, una vida con bienestar. Es algo que, en el fondo, y como sostenía Aristóteles, deseamos siempre por encima de cualquier otra cosa: es el fin último de la actividad humana, el bien perfecto por excelencia.4

Sin haber estado nunca sujeto a un enclave epistemológico determinado, la cuestión de la vida buena ha sido abordada a lo largo de la historia desde diferentes esferas del conocimiento, siendo mayoritariamente tratada desde el ámbito de la ética y la moral. Tratar de comprender qué es lo que nos lleva a tener una vida buena y de calidad ha sido una de las principales preocupaciones de la filosofía durante la mayor parte de la historia humana.5

¿Qué cabe entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que estamos?

En los últimos tiempos, sin embargo, este tema ha despertado un creciente interés en ámbitos como el científico, el social o el político. Con ello, cada vez más instituciones internacionales, gobiernos nacionales y entidades locales han venido sugiriendo el empleo de diversas estimaciones de bienestar y calidad de vida para evaluar el progreso social de sus países y regiones y mejorar con ello sus políticas públicas[6

Con el propósito de delimitar y clarificar las diferentes aproximaciones existentes en torno a la cuestión de la vida buena, en las líneas que siguen se realizará una breve revisión conceptual y terminológica concerniente a las principales expresiones existentes al respecto.

 

La eudaimonía griega

Durante la antigua Grecia, los debates ético−políticos solían transcurrir en torno a un término esencial: la eudaimonía (de “eu” y “daimon”, que vendría a significar “buen espíritu”). A pesar de que hoy en día este término suele traducirse como “felicidad” sin más, el término “florecimiento humano” ha sido sugerido como una traducción más exacta.7 En esta línea, filósofos como Jorge Riechmann sugieren contemplar a la eudaimonía como vida lograda, cumplida o en plenitud.8

La eudaimonía no era por tanto entendida por la filosofía de la época como un estado subjetivo y pasajero relacionado con el disfrute o el placer, sino más bien como un proceso vital: una forma de vivir que mereciese la pena ser vivida. En esta línea, el pensamiento grecorromano resaltó enfáticamente la importancia que sobre la eudaimonía tenía la philía (o amistad),9 de tal modo que sin unos vínculos sociales satisfactorios era difícil alcanzar una vida plena. De esta forma, la esencia misma de la eudaimonía no era algo estrictamente individual, sino un fundamento que encajaba en un modelo de vivir en interrelación con los demás: un bien social que florece de la convivencia entre iguales.10

De entre todos los términos existentes relacionados con la idea de una vida buena, son tres los que han acaparado hasta ahora el grueso de la atención académica: felicidad, bienestar y calidad de vida. A continuación repasaremos, uno por uno, el significado de estos tres términos frecuentemente intercambiables. Comenzaremos por la felicidad.

 

La felicidad

Según sostiene Francis Heylighen, profesor de la Universidad Libre de Bruselas, existen dos formas de entender la felicidad: una pasajera y una duradera.11 La primera se aproximaría a la noción de alegría (sentimiento grato), mientras que la segunda lo haría a las nociones de bienestar. Esta segunda concepción ha sido tradicionalmente abordada desde el mundo académico para indicar el disfrute subjetivo de la vida en sentido general,12 siendo con ello un concepto análogo al de bienestar subjetivo13 y pudiendo ser evaluado a través de encuestas que valoran el nivel de satisfacción que las personas tienen con la forma en que su vida transcurre (indicadores de satisfacción con la vida, con el tiempo disponible, con las relaciones personales, con el trabajo, etc.). Con todo, y tal y como sostiene Ruut Veenhoven, valdría entender la felicidad (o bienestar subjetivo) como la percepción personal a través de la cual un individuo juzga la calidad global de su vida de forma favorable;  esto es, lo que a uno le gusta la vida que uno lleva, comparando la vida que tiene con la que le gustaría tener.14

Los estudios sobre la felicidad han permitido obtener información relevante al comparar resultados por nivel socioeconómico dentro de un país, entre países según su nivel de ingresos per capita o por periodos de tiempo para cada uno de los países. De esas comparaciones se detectó una paradoja en relación con la satisfacción con la vida y el nivel de ingresos: cuando las personas se hacen más prósperas en relación con otras, aumenta la satisfacción con su propia vida; pero cuando son las sociedades en su conjunto las que se hacen más ricas, no se vuelven por ello más felices. Efectivamente, si preguntamos a personas con diferentes niveles de renta sobre su felicidad se comprueba que aquellas que disponen de mayores ingresos suelen autoproclamarse más felices que las relativamente más pobres. Hasta aquí nada nuevo: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un auténtico especialista para verificar la diferencia», se podría concluir siguiendo la broma de Woody Allen. Ahora bien, las cosas cambian cuando se establecen comparaciones a lo largo del tiempo y entre países.

Richard Easterlin, en 1974, fue el primer economista en cuestionar la relación de proporcionalidad existente entre los ingresos y el bienestar subjetivo. Tras comparar varios países entre sí, Easterlin propuso la existencia de una zona de saturación monetaria del bienestar humano subjetivo a partir de la cual el aumento de los ingresos medios de una sociedad ya no se relacionaba con el aumento de su satisfacción con la vida.15 De este modo, la relación entre los ingresos y el bienestar subjetivo se revelaría proporcional únicamente para el caso de las sociedades menos adineradas, en las cuales la mayor parte de las rentas familiares son destinadas a cubrir las necesidades materiales más apremiantes. A partir de un determinado umbral de renta el aumento de los ingresos apenas contribuía ya a incrementar significativamente el bienestar subjetivo de las personas.

Este fenómeno, popularizado como la «paradoja de la felicidad», también fue años después explorado en algunos países concretos a lo largo del tiempo. Así, tal y como mostraron los trabajos de David G. Myers, a pesar de que en EEUU el salario medio prácticamente se triplicó entre mediados de los años cincuenta y 2010, la felicidad declarada por sus ciudadanos durante esos años permaneció prácticamente constante.16 Por tanto, cuando se compara el grado de felicidad que las personas dicen disfrutar a lo largo de un periodo amplio de varias décadas, en las sociedades opulentas nos encontramos con que el porcentaje de personas que declaran sentirse felices no ha aumentado (incluso ha descendido en algunos casos) a pesar de que los ingresos se hayan incrementado considerablemente en ese mismo período. De todo ello se puede atisbar que en la felicidad (o bienestar subjetivo) de las personas llega un momento en el que influyen más otros aspectos (relacionales, culturales y ambientales) que el nivel de renta absoluto que obtengamos.

 

El bienestar

El bienestar es un concepto amplio que tiene muchas definiciones diferentes. Según la Real Academia Española (RAE), el bienestar tiene que ver con el conjunto de cosas necesarias para vivir una vida buena, tranquila, estimulante y saludable.17

Huppert, Baylis y Keverne definieron el bienestar como el estado positivo y sostenible que permite a los individuos, a los grupos sociales o a las naciones prosperar y florecer.18 Así pues, cabe distinguir entre el análisis del «bienestar actual» y el análisis de su «sostenibilidad», es decir, si el bienestar puede mantenerse en el tiempo.19

Un trabajo de 2014 basado en la integración de varios enfoques sobre la noción de bienestar, como los propuestos por Sen,20 Doyal y Gough,21 y McGregor y colaboradores,22 sugirió que este tiene que ver básicamente con tres aspectos: i) las condiciones físicas, sociales y mentales de las personas, ii) la satisfacción de sus necesidades y capacidades básicas, y iii) las oportunidades y recursos a los que se tiene acceso.23

Sea como fuere, la literatura existente sugiere que el bienestar debe ser tratado como un asunto multidimensional que captura una mezcla de circunstancias de la vida de las personas, incluyendo cómo se sienten y cómo funcionan.24 Así, la noción de bienestar comprende, a fin de cuentas, todos los componentes y factores tanto objetivos como subjetivos que son inherentes al florecimiento positivo de una persona.25

 

El bienestar reducido a la prosperidad material y al nivel de vida

A pesar de que la idea de bienestar ha evolucionado en los últimos años, incorporando en su análisis condiciones económicas, sociales y políticas, lo cierto es que la noción dominante de bienestar sigue estando ligada a día de hoy al convencimiento de que los ingresos y las propiedades materiales son la base de una vida buena. Sobre esta presunción se construyó un paradigma que vinculaba progreso con incremento cuantitativo, esquivando consideraciones sobre su contenido cualitativo. La noción dominante de bienestar ha quedado así reducida a la prosperidad material, al aumento de la capacidad de compra y, en consecuencia, al aumento del consumo.

Sin embargo, el bienestar es un concepto más amplio que el de «nivel de vida», pues incluye todos aquellos factores que influyen en lo que valoramos en nuestra existencia más allá de los aspectos adquisitivos. Reducirlo al nivel de vida es incorrecto por varias razones. Primera, porque los recursos económicos –bien sea el ingreso o el nivel y la estructura del consumo mercantil– son medios que se transforman en bienestar de formas diferentes según las personas; así, individuos que poseen mayor capacidad para disfrutar o más habilidades para el éxito en ámbitos valiosos de la vida pueden estar mejor incluso si manejan menos recursos económicos.26 En segundo lugar, porque muchos recursos que contribuyen al bienestar no proceden del mercado, sino de otros ámbitos no mercantiles ni monetarizados. Y finalmente, porque la mayor parte de los determinantes del bienestar son circunstancias que no pueden ser reducidas a la tenencia o posesión de rentas o mercancías, sino que tienen que ver con actividades y relaciones sociales.

Además, las medidas convencionales de esta visión reduccionista del bienestar suelen ignorar los trabajos domésticos y de cuidados, individuales o colectivos, que proporcionan una destacada contribución al bienestar de las comunidades y a la calidad de vida de las personas. Tampoco logran reflejar las disparidades de riqueza e ingresos dentro de una sociedad (un aspecto que está negativamente correlacionado con la salud de esa sociedad)27 ni capturan ni pueden capturar en modo alguno los muchos efectos negativos de las actividades económicas, como la contaminación y otros costes sociales y ambientales.28

 

La calidad de vida

La expresión calidad de vida pretende corregir esa deriva reduccionista en la que incurrió la visión convencional y economicista del bienestar. Y lo hace recuperando y abrazando el concepto multidimensional de bienestar anteriormente mencionado, que depende tanto de factores personales y sociales como de elementos objetivos y subjetivos. Además, la expresión calidad de vida incorpora dos consideraciones de especial interés. La primera tiene que ver con los logros o resultados obtenidos; la segunda con la importancia del entorno natural como condición prioritaria para el desarrollo de la vida humana.

Trasladar la atención hacia los logros es relevante porque una vida buena es, al fin y al cabo, una vida lograda o realizada. Atender, por ejemplo, a los logros en materia de salud y autonomía permite evaluar un modo de vida en función de los resultados cosechados. Un modo de vida que impida o amenace la salud y autonomía de las personas no podrá considerarse en ningún caso una vida buena.

El término de calidad de vida comenzó a generalizarse en la década de los setenta en el campo de la medicina y la salud para transmitir la idea de que hay algo más que la mera cantidad de años de supervivencia: así, además del tiempo de vida, también es importante atender a la calidad de la misma.29 En esta línea se han propuesto indicadores ligados al desarrollo biológico que proporcionan una información significativa sobre la evolución de la calidad de vida de una población. La estatura media o la esperanza de vida saludable, por ejemplo, constituyen indicadores fiables y complejos del desempeño de la vida en una sociedad al reflejar los factores ambientales sobre el máximo potencial de crecimiento genético.30

La expresión calidad de vida pretende corregir esa deriva reduccionista en la que incurrió la visión convencional y economicista del bienestar

Por otro lado, la relevancia de los factores ambientales (físicos, epidemiológicos y socioeconómicos) exige incorporar la dimensión ecológica del bienestar –o la ecología en la que se desarrollan nuestras vidas–. La pandemia ha mostrado cómo la salud de las personas se encuentra profundamente intrincada con la salud de los ecosistemas y que una vida sana en un planeta enfermo o en un entorno social tóxico es una contradicción en sus términos.

Pese a que la dimensión socioambiental ha estado presente en muchos índices de bienestar, desde los años setenta en adelante diversos enfoques asociados a la idea de los ecosistemas como límites biogeofísicos de la acción social vienen planteando con mayor énfasis la preocupación por los conceptos de bienestar y calidad de vida desde el ámbito de las ciencias de la sostenibilidad, vinculándose así su noción con el estado de conservación de los ecosistemas..31 Este enfoque parte del reconocimiento de que el buen funcionamiento de la biosfera está en la base del bienestar y de la subsistencia humana, de modo que no podremos tener vidas de calidad si nuestros modos de vivir promocionan hábitos insostenibles que alteran la biodiversidad y los procesos ecológicos. Al fin y al cabo, este marco abraza los principios de la economía ecológica, situando la esfera económica al servicio de la sociedad en un panorama de armonía con la naturaleza, en vez de subordinar −como se ha venido haciendo− tanto la naturaleza como la sociedad a los avatares de la globalización económica capitalista.32

 

Calidad de vida en el contexto de la crisis ecosocial

Bajo esta perspectiva se vuelve primordial reconocer que la crisis ecosocial que atraviesa el planeta –y que amenaza con comprometer la vida de millones de personas, así como cualquier horizonte de vida buena– es, en el fondo, un hecho social arraigado al modo de vida hoy imperante. Si pretendemos alcanzar una vida buena y de calidad para toda la humanidad en un planeta que es finito tendremos que ser capaces de acomodar nuestra noción de bienestar a los límites ecológicos del planeta.33 Pasar de la noción socioeconómica del bienestar que actualmente domina el imaginario colectivo –basado en prismas mercantilistas y cortoplacistas– a una noción sostenible y armónica de la vida exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales.

La consideración de la crisis ecosocial en todas sus dimensiones y manifestaciones exige, en este punto de la historia en que nos encontramos, definir la vida buena como aquella capaz de desenvolverse en un equilibrio dinámico con la naturaleza. A este respecto se ha hecho popular en los últimos años una imagen con la que representar la posibilidad de congeniar el bienestar social y la sostenibilidad ecológica: la conocida como economía de la rosquilla. Reconociendo un “suelo social” que deberíamos garantizar y un “techo ambiental” que tendríamos que respetar, estaríamos en condiciones de precisar el espacio intermedio de seguridad en el que resulta posible prosperar conforme a los medios de nuestro planeta.34

Pasar a una noción del bienestar sostenible y armónica de la vida exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales

La claridad que transmite la imagen de la rosquilla ha hecho que este marco conceptual esté siendo utilizado con cada vez más asiduidad para evaluar y comparar el desempeño socioecológico de muchos países y ciudades del mundo. Eso sí, en el caso concreto de los países se ha comprobado que ningún país hasta la fecha ha logrado situarse en ese espacio seguro que permite tener prosperidad social sin trasgredir los límites biofísicos.35 Mientras que algunos países deben mejorar significativamente en ámbitos sociales (aquí encontramos, sobre todo, a países del Sur global), otros deben hacer enormes esfuerzos ambientales para dejar de sobrepasar los límites planetarios (fundamentalmente los países más desarrollados del Norte global).36

 

La cosmovisión del Buen Vivir y las prácticas de los Buenos Convivires

En muchas culturas, la idea del florecimiento humano en armonía dinámica con la naturaleza aún está presente. Las propuestas andinas del buen vivir (el sumak kawsay de las culturas kichwa o el suma quamaña de las aymaras) valoran la plenitud en relación con la comunidad y la naturaleza. Existen nociones similares en otras culturas: el ñande reko guaraní, el tarimiat pujústin shuar, el shiir waras ashuar, el kyme mogen mapuche, o el balu wala de los pueblos kunas de Panamá, así como muchas otras presentes en pueblos de Asia, África y Oceanía. Se trata de concepciones holísticas y armoniosas (consigo mismo, con la comunidad y con la naturaleza) que expresan la misma idea de prosperidad humana en un floreciente entramado de vida.

El Buen Vivir tiene una potente dimensión cultural y espiritual –no necesariamente religiosa– que la diferencia de otras concepciones del bienestar al situar al ser humano como parte de una realidad vital mayor.37 También tiene una dimensión económico−productiva a partir de los principios de suficiencia y sustentabilidad. El enfoque del Buen Vivir no propugna una forma de desarrollo alternativo, sino una alternativa a la propia idea de desarrollo –y de progreso– emanada de la modernidad capitalista occidental que conlleva la descolonización de las metodologías y la descolonización del saber.38 En este sentido, este enfoque demanda una clara diferenciación entre sabidurías y conocimientos y, como consecuencia, un indispensable diálogo de saberes y aproximaciones transdisciplinarias. Y de ese diálogo se deriva que no solo hay un único modo de entender la vida buena, sino una pluralidad de “buenos convivires” que no son propuestas acabadas sino procesos en construcción permanente a partir de vivencias, experiencias y prácticas que se trenzan desde abajo.39

El Buen Vivir, como alternativa a un desarrollo que en realidad es “maldesarrollo”, se presenta como una propuesta civilizatoria para orientar la salida del capitalismo. No significa en ningún caso una apuesta por volver al pasado, sino más bien, como señala Michael Lövy, del romanticismo revolucionario, una «vuelta por el pasado en dirección a un futuro emancipador»40 para redescubrir la sabiduría aún presente en la mayoría de las tradiciones culturales y cosmovisiones de los pueblos oprimidos por las potencias coloniales o poscoloniales. «Tampoco reniega de la tecnología ni del saber moderno. De lo que sí reniega es de la civilización del capital».41 Es, en suma, la búsqueda de un nuevo modo de vida alternativo al modo de vida imperante.

 

El modo de vida que se encuentra en el origen de la crisis ecosocial

Indagar en la calidad de vida en el contexto de la crisis ecosocial exige identificar en nuestra forma de vivir un modo de producción y consumo –un modo de vida que combina, como caras de una misma moneda, la opulencia de las mercancías con la explotación de la fuerza laboral, el saqueo de los recursos de la naturaleza y la imposición de cargas indeseadas sobre las mujeres. El capitalismo es un sistema económico que vive de la explotación de sus colonias y que genera un modo de vida imperial.42 Como señalan María Mies y Vandana Shiva, esas colonias son las mujeres, la naturaleza y los países del Sur global.43 Su desarrollo histórico ha conducido a la crisis ecosocial en la que nos encontramos. La dinámica expansiva capitalista, impulsada por el ánimo de lucro y el individualismo competitivo, choca con los límites ecológicos del planeta y desbarata los vínculos sociales, afectando de esa manera a las condiciones materiales que permiten la reproducción de la vida y de la existencia social.

En el contexto de la actual crisis ecosocial, la definición de la calidad de vida no es una cuestión meramente técnica, sino que requiere la adopción de un enfoque normativo capaz de establecer prioridades, visualizar conflictos y relaciones de poder, e integrar relaciones sociales y valores de igualdad y justicia.44 Debe permitir evaluar el modo de vida de la civilización industrial capitalista y hacer aflorar con claridad cómo las sociedades capitalistas albergan una contradicción sociorreproductiva profundamente asentada en la crisis ecosocial, entendida como una crisis ecológica y de cuidados.45

 

Un enfoque ecosocial de la calidad de vida

Los debates actuales sobre la vida buena comparten las críticas radicales a las ideas de desarrollo y progreso orientadas únicamente a incrementar el nivel de ingresos y la riqueza monetaria. Estos debates advierten de la necesidad de incorporar las dimensiones personales, sociales y ambientales. La importancia decisiva en la vida de la gente de los elementos relacionales, culturales, políticos y ecológicos abre la perspectiva hacia otras formas de organización social ajustadas a las particularidades históricas y culturales alternativas a la que ofrece en nuestros días el capitalismo, depredador de la naturaleza, apisonador de las culturas de los pueblos y empobrecedor de las relaciones sociales.

En nuestro mundo convive la ostentación más despilfarradora con la necesidad más apremiante. Mientras esto ocurre, el planeta Tierra se encamina a velocidad de vértigo hacia una degradación de magnitudes incalculables. El ritmo de deterioro ecológico y social que estamos padeciendo a escala planetaria exige que nos preguntemos con urgencia qué entendemos por vida buena, pues no parece que podamos asumir como bueno el modo de vida imperial que niega a la mayoría un presente y a la humanidad su futuro. Preguntarse acerca de la vida buena significa, en la práctica, discernir entre los determinantes que amenazan el mantenimiento de la vida y aquellos otros que propician su florecimiento  y calidad.

Bajo la noción de calidad de vida laten distintas dimensiones. Una de ellas se refiere indudablemente al acceso a una determinada cesta de bienes y servicios que garanticen la cobertura de las más elementales necesidades materiales. Pero la calidad de vida es algo más que eso, incluye otros factores que van más allá de este aspecto material y que influyen en lo que valoramos de la vida. A nadie le extraña que en las respuestas a la pregunta acerca de una vida de calidad la gente incorpore habitualmente alusiones a la salud, al disfrute del tiempo libre o a la compañía de sus seres queridos.46 Así pues, y como ya hemos mencionado, la calidad de vida es un concepto multidimensional que incorpora tanto lo que tenemos (dotación de recursos) como lo que hacemos (actividades), sin olvidar dónde y con quién estamos (las circunstancias en las que nos movemos). Tener, hacer y estar son dimensiones siempre presentes en la evaluación de la calidad de vida.47

Preguntarse acerca de la vida buena significa, en la práctica, discernir entre los determinantes que amenazan el mantenimiento de la vida y aquellos otros que propician su florecimiento

Cada una de estas dimensiones entraña, a su vez, aspectos objetivos y subjetivos. Los aspectos objetivos se refieren a las oportunidades que se nos abren en relación con los recursos a los que podemos acceder, las actividades que podemos desarrollar o las circunstancias –sociales y ambientales– en las que nos toca vivir. Los aspectos subjetivos tienen que ver con las valoraciones cognitivas y los sentimientos (positivos y negativos) que suscita todo lo anterior. Una vez resaltadas las dimensiones que abarca la calidad de vida, cabe preguntarse por los aspectos que necesitaríamos cultivar para favorecerla y los obstáculos que deberíamos remover para no entorpecerla. Tal vez pueda ayudar en la respuesta a estos interrogantes la mención de tres aspectos que se encuentran presentes en todas las cosas que logramos hacer y que representan elementos constitutivos del estado de una persona, ya sea estar bien alimentado, gozar de buena salud, evitar enfermedades o participar con autonomía en la vida comunitaria. Esos elementos son los siguientes: los recursos, el tiempo y las relaciones.

Recursos, tiempos y relaciones para lograr unos resultados en salud y autonomía sin menoscabo de las condiciones sociales y ecológicas en que se desenvuelve la vida. Solo así estaremos ante una vida digna de ser vivida. Solo así se posibilita el despliegue de las capacidades y libertades en las personas sin imponer servidumbres y sacrificios sobre otros seres humanos y especies, preservando la trama de la vida de la que formamos parte.

 

FUHEM Ecosocial está formado por  Mateo Aguado, Santiago Álvarez Cantalapiedra, Monica Di Donato, Susana Fernández, Pedro Lomas y Nuria del Viso.

Acceso al texto completo en formato pdf: Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.

NOTAS:

[1] Mateo Aguado, Diana Calvo, Candela Dessal, Jorge Riechmann, José A. González y Carlos Montes, «La necesidad de repensar el bienestar humano en un mundo cambiante», Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 119, 2012, pp. 49-77., disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2018/12/Repensar_el_bienestar_humano_M._Aguado_y_otros.pdf 

[2] Felicia A. Huppert, Nick Baylis y Barry Keverne, The science of wellbeing, Oxford University Press, USA, 2005.

[3] Mark McGillivray, «Human well−being: Issues, concepts and measures», Human wellbeing: Concept and measurement, 2007, pp. 1-22.

[4] Aristóteles, Ética Nicomáquea, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1994.

[5] Mateo Aguado, Vivir bien en un planeta finito: Una mirada socioecológica al concepto de bienestar humano, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, 2016, pp. 37, disponible en: https://repositorio.uam.es/handle/10486/675536 

[6] John F. Helliwell, Richard Layard y Jeffrey D. Sachs, World Happiness Report 2015, Sustainable Development Solutions Network, 2015, disponible en: https://s3.amazonaws.com/happiness-report/2015/WHR15_Sep15.pdf

[7] Douglas B. Rasmussen, «Human flourishing and the appeal to human nature«, Social Philosophy and Policy, núm. 16.1, 1999, pp. 1-43.

[8] Jorge Riechmann, ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2011.

[9] Traducida normalmente por amistad, la philía realmente expresa todo sentimiento de afección y compromiso con los otros; sentimientos tales como amistad, amor, benevolencia, cooperación, filantropía, etc.

[10] Mateo Aguado, 2012, op. cit., pp. 52-53.

[11] Francis Heylighen, «Evolution, selfishness and cooperation». Journal of Ideas, Vol 2, núm. 4, 1992, pp 70-76.

[12] Omar Ovalle y Javier Martínez, «La calidad de vida y la felicidad», Contribuciones a la Economía, núm. 2006-12, 2006, disponible en: https://www.eumed.net/ce/2006/oojm.htm.

[13] Louis Tay, Lauren Kuykendall y Ed Diener. «Satisfaction and happiness–the bright side of quality of life», Global handbook of quality of life: Exploration of wellbeing of nations and continents, Springer, New York, 2015, pp. 839-853.

[14] Ruut Veenhoven, Measures of gross national happiness, OECD World Economic, 2007.

[15] Richard A. Easterlin, «Does Economic Growth Improve the Human Lot?  Some Empirical Evidence», en Paul A. David y Melvin Reder (ed): Nations and Households in Economic Growth. Ensays in Honor of Moses Abramovitz, Oxford University Press, Oxford, 1974, pp. 89-125.

[16] David G. Myers y Jean M. Twenge, Exploring social psychology, McGraw−Hill, New York, 2012.

[17] RAE (Real Academia Española), Diccionario de la lengua española (23ª ed.), 2014, disponible en: http://www.rae.es/

[18] Felicia A. Huppert, Nick Baylis y Barry Keverne, «Introduction: why do we need a science of well–being?», Philosophical Transactions of the Royal Society of London. Series B: Biological Sciences 359.1449, 2004, pp. 1331-1332 disponible en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1693426/pdf/15347524.pdf

[19] Joseph E. Stiglitz, Amartya Sen y Jean−Paul Fitoussi: Medir nuestras vidas, RBA, Barcelona, 2013, p.51.

[20] Amartya Sen, «Well−being, agency and freedom the Dewey Lectures 1984», Justice and the capabilities approach, 2017, pp. 3-55.

[21] Len Doyal e Ian Gough, Teoría de las necesidades humanas, Icaria/FUHEM, Barcelona/Madrid, 1994.

[22] Allister McGregor, Andrew McKay y Jackeline Velazco, «Needs and resources in the investigation of well‐being in developing countries: illustrative evidence from Bangladesh and Peru», Journal of Economic Methodology, núm. 14.1, 2007, pp. 107-131.

[23] Megan F. King, Vivian F. Renó y Evlyn M. Novo, «The concept, dimensions and methods of assessment of human well−being within a socioecological context: a literature review», Social indicators research, núm. 116, 2014, pp. 681-698.

[24] James Kevin Summers, Lisa M. Smith, Jason L. Case y Rick A.  Linthurst, «A review of the elements of human well−being with an emphasis on the contribution of ecosystem services», Ambio, núm. 41(4), 2012, pp. 327-340.

[25] Lin Roberts, Ann Brower, Geoffrey Kerr, Simon Lambert, Wendy McWilliam, Kevin Moore, Johen Quinn, David Simmons, Simon Thrush, Mike Townsend, Paul Blaschke, Robert Costanza, Ross Cullen, Ken Hughey y Steve Wratten, The nature of wellbeing: how nature’s ecosystem services contribute to the wellbeing of New Zealand and New Zealanders, Department of Conservation, Wellington, 2015, disponible en: https://www.doc.govt.nz/documents/science-and-technical/sap258entire.pdf

[26] Joseph E. Stiglitz, Amartya Sen y Jean−Paul Fitoussi, op. cit., p. 113.

[27] Richard Wilkinson y Kate Pickett, Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Turner, Madrid, 2009.

[28] Santiago Álvarez Cantalapiedra, «La evaluación de la satisfacción de las necesidades: en torno a los indicadores del bienestar» en Alfonso Dubois, Juan Luis Millán y Jordi Roca (coords.): Capitalismo, desigualdades y degradación ambiental, Icaria, Barcelona, 2001, pp. 153-166.

[29] Ruut Veenhoven, «The four qualities of life. Ordering concepts and measures of the good life», Understanding human wellbeing, núm 1, 2006, pp. 74-100 disponible en: https://personal.eur.nl/veenhoven/Pub2000s/2006f-full.pdf

[30] Begoña Candela−Martínez, Antonio D. Cámara, Diana López−Falcón, José M. Martínez−Carrión, «Growing taller unequally? Adult height and socioeconomic status in Spain (Cohorts 1940–1994)», SSM Population Health, vol. 18, 2022, 101126, disponible en: https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2352827322001057?via%3Dihub

[31] Ver, por ejemplo: 1) Joan Martínez−Alier y Klaus Schlüpmann, La ecología y la economía, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1991. 2) Robert Costanza, John H Cumberland, Herman E. Daly, Robert Goodland y Richard B Norgaard, An introduction to Ecological Economics, CRC Press, Boca Ratón, FL, USA, 1997. 3) Len Doyal e Ian Gough, Teoría de las necesidades humanas, Fuhem/Icaria, Madrid/Barcelona, 1994. 4) Manfred A. Max−Neff, Desarrollo a escala humana, Icaria, Barcelona, 1994. 5) Nicholas Georgescu−Roegen, La Ley de la Entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria, Madrid, 1996 [1971]. 6) Johan Rockström, Will Steffen, Kevin Noone et.al., «A safe operating space for humanity», Nature, núm. 461, 2009, pp. 472-475. 7) Ulrich Brand, Barbara Muraca, Éric Pineault et al., «From planetary to societal boundaries: an argument for collectively defined self−limitation», Sustainability: science, practice and policy, núm. 17(1), 2021, pp. 265-292.

[32] Mateo Aguado, 2016, op. cit., p. 63.

[33] Daniel W. O’Neill, Andrew L. Fanning, William F. Lamb y Julia K. Steinberger, «A good life for all within planetary boundaries». Nature Sustainability, 1 (2), 2018, pp. 88-95, disponible en: https://doi.org/10.1038/s41893−018−0021−4

[34] Kate Raworth, Economía rosquilla, Paidós, Barcelona, 2018.

[35] Daniel W. O’Neill et al., op. cit.

[36] Para más información al respecto se recomienda consultar la web: https://goodlife.leeds.ac.uk/

[37] José Astudillo, Prácticas del Buen Vivir, Ediciones Abya−Yala, Quito, 2020; Patricio Carpio, Buen Vivir. Utopía para el siglo XXI, FUHEM Ecosocial, Madrid, 2019. Puede consultarse también el semimonográfico del número 128 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, titulado «Propuestas para la buena vida» (invierno 2015), disponible en: https://www.fuhem.es/papeles/papeles-numero-128/

[38] Alberto Acosta, «A modo de prólogo», en José Astudillo: Prácticas del Buen Vivir, Ediciones Abya−Yala, Quito, 2020, pp. 13-20.

[39] Tomás Rodríguez Villasante, «El debate sobre el buen vivir y los problemas−caminos para medir los avances en la calidad y la sustentabilidad», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 128, FUHEM, Madrid, 2014, pp. 61-78, disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2018/12/El_debate_sobre_el_buen_vivir_y_los_problemas_caminos_para_medir_los_avances_en_la_calidad_de_vida_y_la_sustentabilidad_T_R_Villasante.pdf

[40] Véase la entrevista a Michael Löwy realizada por Rafael Díaz−Salazar aparecida en el nº 315 de El Viejo Topo (abril de 2014) y complementaria de otra que, con los mismos protagonistas y en las mismas fechas, apareció publicada en el núm. 125 de PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global, disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2018/12/Entrevista_a_Michael_Lowy_R._Diaz-Salazar.pdf

[41] Alberto Acosta, op. cit., p. 20.

[42] Ulrich Brand y Markus Wissen, Modo de vida imperial, Friedrich Ebert Stiftung, Ciudad de México, 2017. Para estos autores es el modo dominante en las sociedades del Norte global, que solo es posible explotando la fuerza de trabajo y los recursos de los países de la periferia (a través del intercambio económico y ecológico desigual) y transfiriendo a gran escala la carga ambiental hacia lugares lejanos de los centros capitalistas.

[43] María Mies y Vandana Shiva, Ecofeminismo (teoría, crítica y perspectivas), Icaria, Barcelona, 2015.

[44] Lyla Metha y Melissa Leach, «¿Por qué la igualdad de género y la sostenibilidad van de la mano?», en VVAA: Por qué las mujeres salvarán el Planeta, Rayo Verde Editorial, Barcelona, 2019.

[45] Nancy Fraser, Los talleres ocultos del capital, Traficantes de sueños, Madrid, 2020, disponible en: https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/PC_21_Talleres%20ocultos_web_baja_0.pdf

[46] Daniel Kahneman, Alan B. Krueger, David A. Schkade, Nobert Schwarz y Arthur A. Stone. «A Survey Method for Characterizing Daily Life. Experience: The Day Reconstruction Method», Science, núm. 306, 1776, 2004.

[47] Por supuesto, no todo depende de factores externos, por lo que se podría añadir a las tres anteriores una dimensión interna a la persona que recoja su equilibrio emocional, su carácter, su entendimiento, etc. Podemos referirnos a esta cuarta dimensión como la del «ser».

 

 


Un modo de vida que imposibilita la vida buena

Santiago Álvarez Cantalapiedra escribe en la Introducción del número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global sobre la insostenibilidad ecológica y social del modo de vida imperial dominante, en su artículo Un modo de vida que imposibilita la vida buena.

Uno de los rasgos que caracteriza nuestro modo de vida es el ansia de perseguir más de lo alcanzado

¿Por qué las personas quieren tener más de lo que necesitan?

Podemos apelar a la condición humana, señalando que el aburrimiento y el descontento innato constituyen un estímulo irrefrenable que empuja a la búsqueda incansable de novedad.

Resulta razonable pensar que la insatisfacción forma parte de nuestra naturaleza, que hay elementos de insaciabilidad arraigados en la personalidad, pero, ¿por qué se canalizan básicamente a través del consumo y otros signos de riqueza? ¿Acaso no existen otras formas más adecuadas de encauzar esos deseos superación y novedad? Para responder a esta pregunta hay que trascender la perspectiva individual y subjetiva para aproximarnos a nuestro carácter social. Las sociedades del rendimiento, basadas en el más acendrado individualismo competitivo, tienen una pasmosa facilidad para entrecruzar esas propensiones personales con las más variadas fuentes sociales de insaciabilidad.

El capitalismo exacerba la insatisfacción a través de múltiples vías: a través del consumo comparativo y la rivalidad por el estatus, legitimando la codicia y la ambición, mercantilizando la vida social y monetizándolo todo hasta hacer del culto al dinero una religión.

Filósofos y moralistas de casi todas las épocas han tratado de refrenar la desmesura humana, pero la cultura consumista contemporánea, que da forma al actual espíritu del capitalismo, ha desatado y convertido en costumbre lo que hasta hace no mucho constituían actitudes y valores socialmente reprobables.

Derivadas de una mezcla de envidia y deseo de pertenencia e identificación surgen dinámicas de emulación social con las que buscamos “no ser menos que nuestros vecinos”; motivados por un anhelo de distinguirnos y diferenciarnos de los demás, surgen mecanismos de distinción para demostrar “ser más que el resto”.

El sistema económico explota esos empeños, y a través de un amplio y seductor instrumental comunicativo −alimentado de publicidad, pantallas digitales y escenografía de consumo (cualquier espacio físico o virtual es convertido en un centro comercial)− ha logrado que nuestras vidas se desenvuelvan en medio de una vasta gama de mercancías a las que se otorga un carácter de bienes conspicuos, posicionales, oligárquicos, esnob o distinguidos, mientras se privatizan o se restringen los de carácter social, público y comunal. Circunstancias que sabemos suelen venir de la mano: opulencia mercantil acompañada de la desvalorización de los consumos sociales y compartidos, opulencia privada unida a la miseria pública.

 

El precio de la opulencia

Estas dinámicas sociales tienen una contrapartida en la vida personal. Por un lado, el evidente coste de oportunidad de todo el tiempo y esfuerzo dedicado a perseguir el ingreso necesario para alcanzar un determinado nivel de estatus y comodidad que se retrae de actividades significativas y relaciones interpersonales gratificantes que hay que sacrificar para “ganarse” el sustento. En muchos casos, ni siquiera esos afanes alcanzan para garantizar una vida digna. Un porcentaje significativo de la población padece jornadas laborales maratonianas, en malas condiciones y con bajos sueldos. En España, por ejemplo, se trabaja más horas que la media de la OCDE, pero bajo formas de contratación atípicas con una pésima distribución de las horas laborales a lo largo de la semana. Por otro lado, la alta temporalidad y precarización condicionan la posibilidad del desarrollo de proyectos vitales, especialmente en los más jóvenes. Además, la evidencia científica nacional e internacional muestra que la precariedad laboral es un determinante social de la salud.

Una investigación reciente en nuestro país muestra que cuanto mayor es el nivel de precariedad laboral, mayor es también la prevalencia de padecer mala salud mental.[1] Este estudio señala que un tercio de los problemas de salud mental entre la población activa vienen asociados a la precarización: altos niveles de estrés, malestar emocional, trastornos del sueño, ansiedad o depresión. Esto acentúa, a su vez, las desigualdades sociales, pues la clase trabajadora, las mujeres, las personas migrantes y los jóvenes se encuentran entre los más afectados. Tal vez ayude a explicar por qué España es el país del mundo donde más ansiolíticos e hipnóticos se consumen por habitante. Padecer precariedad significa vivir una vida insegura, más frágil y acortada por la mayor probabilidad de morir antes de tiempo.

Por otro lado, se ha acelerado la degradación y destrucción de la naturaleza, especialmente desde la última mitad del siglo pasado siglo, cuando se incrementó de manera exponencial el crecimiento económico y, con ello, la población, el consumo energético, la extracción de recursos, resultando de todo ello unos impactos inmensos sobre los ecosistemas y el conjunto de la biosfera.

Este deterioro ecológico y social se encuentra vinculado al modo de vida actual (que engloba tanto la producción como el consumo). Su estructura y funcionamiento muestran el precio que hay que pagar por la prosperidad y la comodidad que promete y que no siempre procura. No es algo evidente, pues se arropa con todo tipo de oropeles, pero se empieza a atisbar sin mayor dificultad cuando se escarba lo que hay debajo de expresiones como fast fashion o low cost.

El caso de la industria textil es sintomático: tras la renovación incesante de la moda a bajo precio se esconden unas condiciones miserables en las fábricas manufactureras de países como Bangladesh, que utilizan el algodón procedente de la India. Algodón cultivado bajo un calor sofocante por agricultores empujados a convertirse en jornaleros (o a integrase en un sistema de producción bajo contrato), una vez que sus terruños y cultivos locales no resisten la imponente fortaleza de la industria algodonera a gran escala, la misma industria que envenena la tierra con sus abonos químicos y herbicidas y socava de paso la variedad genética con sus semillas (normalmente transgénicas).

 

Un modo de vida imperial

Cuando el modo de vida imperante (es decir, las normas de producción y consumo que adopta la sociedad) socava las condiciones sociales y naturales sobre las se asienta, como así hace el capitalismo, el bienestar que proporciona se ve contrapesado por el malestar que ocasiona el reparto desigual de cargas sociales y ecológicas que lleva asociado.  Ahí se entrecruzan dinámicas de explotación y depredación que combinan relaciones coloniales, de clase y de género. Visto con perspectiva, da lugar a un precipitado histórico que enlaza viejos expolios coloniales con las nuevas formas de vida digital en las que ahora nos movemos.

El caso del Congo, al ser uno de los ejemplos de las mayores infamias cometidas, resulta ilustrativo: «Primero fueron los millones de esclavos (…) El maltrato no se detuvo ahí. En el siglo XIX fue el marfil, que se transforma en teclas de piano, estatuas religiosas o en figuras decorativas en las mansiones europeas. Poco después fue el oro blanco. En el año 1887, la invención del neumático con cámara por el veterinario escocés John Dunlop, unida a la popularización de los coches e instalaciones eléctricas en Europa, dispararon la fiebre por el caucho, obtenida de la savia lechosa de los árboles. La elevada demanda mundial y un sistema de extracción basado en el trabajo forzado disparó los beneficios, y Congo fue testigo de algunas de las escenas más sádicas de abuso y explotación de la historia (…) Con la llegada de la primera y la segunda guerra mundiales, los ojos europeos se dirigieron de nuevo hacia la riqueza del subsuelo congolés para cubrir el cobre necesario para la fabricación de balas y armamento militar. También el uranio de las bombas de Hiroshima y Nagasaki salió del Congo».[2] Esclavos para el comercio triangular, primero; luego, la codicia europea por los diamantes, el marfil, el algodón, la madera o el oro; a continuación, el caucho y el cobre que impulsaron los sectores automovilísticos y eléctricos de Occidente; en la actualidad, el coltán y el cobalto que se emplean en los móviles, ordenadores y cualquier otro cachivache electrónico, incluido el coche eléctrico. En el futuro quién sabe si será el enorme caudal de agua y el potencial de las corrientes del río Congo −principal reserva de agua dulce del continente− para producir energía “limpia” en un mundo amenazado por el cambio climático.

Tras el cuerno de la abundancia de los centros capitalistas, se halla esa otra realidad marcada por la sobreexplotación de la fuerza de trabajo de la periferia, el saqueo de sus recursos y la imposición de todo tipo de cargas ambientales.

Un modo de vida imperial que se reproduce a través de los actos de la vida cotidiana: cada vez que comemos, nos trasladamos o habitamos la ciudad. Un modo de vida que ha conformado una manera particular de alimentarnos, movernos y asentarnos sobre el territorio cuya violencia apenas se percibe porque se traslada a tierras remotas: «para la vida en los centros capitalistas −sostienen Brand y Wissen−, es decisiva la manera en que están organizadas las sociedades en otras partes, especialmente en el Sur global, y cómo configuran su relación con la naturaleza. Esto, a su vez, es la base para garantizar el traspaso de trabajo y naturaleza del Sur global necesario para las economías del Norte global. Y a su vez, el modo de vida imperial del Norte global contribuye de manera decisiva a estructurar en modo jerárquico las sociedades en otras partes. Hemos elegido conscientemente la expresión “en otras partes” por su indeterminación».[3] Otras partes que no son únicamente zonas geográficas, sino también realidades biopolíticas, de manera que la vida cotidiana queda sometida a esta situación de dependencia por razones estructurales impuestas por el capitalismo global.[4]

 

Más inconvenientes que ventajas

El capitalismo no resuelve sus contradicciones, solamente las traslada en el tiempo y en el espacio. A medida que la crisis ecológica global empezó a mostrar sus apremios y el capitalismo devino en mundial, esas posibilidades históricas de traslación temporal y geográfica se han reducido drásticamente, haciendo aflorar, tanto en centros como en periferias, los inconvenientes de este modo de vida característico de la civilización industrial. Tampoco el recurso al solucionismo tecnológico parece suficiente al crear nuevos problemas y agudizar, en la mayoría de los casos, las contradicciones. La digitalización y la transición energética, dejadas a merced de las fuerzas de mercado y los intereses corporativos, así lo atestiguan.

Hemos construido un modo de vida que poco contribuye a una vida de calidad.[5] Vivimos arrastrados por dinámicas sociales que no nos hacen más libres y saludables.

Los ritmos se aceleran por las imposiciones de la sociedad del rendimiento y los límites de la jornada laboral se vuelven cada vez más imprecisos. La buena vida no empieza después del trabajo ante la dificultad de disfrutar de un ocio autónomo y creativo. La exaltación de la rivalidad, del individualismo y de los particularismos nos separan y enfrentan a otras personas. La fragilidad de los lazos sociales conduce a un mayor aislamiento y soledad. Todo ello afecta a la salud física y emocional. El cansancio y el malestar social penetran en los cuerpos y en las mentes, alterando el sueño y generando ansiedad, depresión, abuso de drogas y medicamentos, un elevado consumo de psicofármacos y un mayor riesgo de suicidio.

Hemos creado entornos amenazantes en casi todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. En el ámbito de la alimentación, el incremento de productos procesados desequilibra nuestras dietas, aportando un exceso de grasas y azúcares. Unos alimentos que se obtienen de un modelo de producción agroindustrial que se encuentra entre las principales causas de la destrucción de la naturaleza. En la vida urbana, los atascos roban horas a nuestra vida, y las zonas congestionadas por el tráfico y contaminadas por los humos y los ruidos contribuyen al deterioro de nuestra salud. Las conurbaciones y las infraestructuras de transporte compartimentan el territorio.

Generamos una cantidad ingente de residuos de todo tipo que envenenan las aguas, el aire y la tierra. Se multiplican los riesgos vinculados a la desestabilización global del clima, a la pérdida de biodiversidad y a la contaminación. Aumentan las amenazas de eventos meteorológicos extremos (inundaciones, sequías, olas de frío y de calor, tormentas tropicales, incendios) y, en muchos casos, sus impactos sobre la productividad agraria y pesquera ponen en jaque la seguridad alimentaria. La pérdida de la biodiversidad favorece la propagación de enfermedades infecciosas y de pandemias.

Junto a la insostenibilidad ambiental de este modo de vida, se desencadenan otras tendencias no menos preocupantes. Persisten numerosas brechas de desigualdad, extensas bolsas de pobreza, desequilibrios territoriales y muchas personas ven erosionados sus derechos e hipotecados sus proyectos de vida ante procesos de precarización que generan vulnerabilidad e indefensión.

Cabe concluir que, aunque el capitalismo haya logrado un éxito incomparable en términos de opulencia material, incapacita en la misma medida para hacer un uso civilizado de ella. Eso significa que, a pesar de que se pudieran activar nuevos ciclos de crecimiento económico, nuestra posición actual para la consecución de una vida buena es peor de lo que era hace décadas. La existencia moderna, pese a sus considerables logros, adolece de rasgos fatales que inhiben el florecimiento de las personas y comprometen la supervivencia de la especie humana. En estas circunstancias, llama poderosamente la atención el abandono de la reflexión acerca de lo que significa hoy una vida buena. Posiblemente la razón de la desidia con la que la cultura mercantil contemporánea hace frente a esta pregunta tenga mucho que ver con el hecho de que nos conduciría a cuestionar radicalmente nuestro actual modo de vida.

 

Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

 

Acceso al texto completo en formato pdf: Un modo de vida que imposibilita la vida buena.

NOTAS: 

[1] Se trata del Informe PRESME, encargado por la Vicepresidenta Segunda del Gobierno de España y Ministra de Trabajo y Economía Social a una Comisión de expertos/as coordinada por el profesor Joan Benach con el objetivo de obtener un diagnóstico detallado de la precariedad laboral en España y sus efectos sobre la salud mental. La presentación de este informe se realizó el 11 de marzo de este año, y ofrecemos una sinopsis, con sus principales hallazgos y recomendaciones, en la sección de Ensayo de este mismo número de Papeles.

[2] Xavier Aldekoa, Quijote en el Congo, Península, Barcelona, 2023, pp. 32-33.

[3] Ulrich Brand y Markus Wissen: «Nuestro bonito modo de vida imperial. Cómo el modelo de consumo occidental arruina el planeta», Nueva Sociedad,  núm. 279, enero-febrero de 2019, p. 28.

[4] Que la noción de colonia trasciende a un territorio administrado por una potencia extranjera, dan cuenta María Mies y Vandana Shiva al hablar de las mujeres, la naturaleza y los países periféricos como las colonias actuales del capitalismo global [en Ecofeminismo (teoría, crítica y perspectivas), Icaria, Barcelona, 2015].

[5] Evaluar el modo de vida desde la perspectiva de la calidad de vida es el propósito del primer informe elaborado por FUHEM con el título Informe Ecosocial sobre la calidad de vida en España: balance, tendencias y desafíos, que se presentará en fechas próximas y podrá ser consultado a través de la página web de la Fundación.


Lectura Recomendada: El Capitalismo o el Planeta

Frédéric Lordon, El capitalismo o el planeta: cómo construir una hegemonía anticapitalista para el siglo XXI, Errata naturae, Madrid, 2022, 329 págs.

La primera pregunta sería: ¿por qué un libro titulado Figures du communisme en francés se traduce y publica en castellano, de forma insuperablemente imaginativa, vertiendo El capitalismo o el planeta. Cómo construir una hegemonía anticapitalista para el siglo XXI? Más allá de contrariar la intención del autor («es necesario reinstaurar el concepto de comunismo en el escenario de la historia», leemos en la p. 306), se trata de una mala decisión porque induce a error. En efecto, Frédéric Lordon, economista, ingeniero y filósofo francés nacido en 1962, no pretende tener la respuesta a «cómo construir una hegemonía anticapitalista» en el Siglo de la Gran Prueba. ¡Ojalá la tuviéramos! Ahí nuestro autor, por desgracia, no aporta demasiado (aunque la tercera parte del libro versa sobre «Hegemonía y contrahegemonía»). Se trata de un ensayo muy valioso, en cualquier caso, y hemos de felicitarnos de que esté disponible en castellano.

Hoy, cuando sucesivas crisis entrelazadas van haciendo tambalearse los cimientos de muchas sociedades, no poca gente se pregunta: ¿capitalismo “con rostro humano”? ¿Transiciones hacia dónde? ¿Quizá poscapitalismo keynesiano? No resolveríamos con ello el principal de nuestros problemas económicos hoy –o si se quiere uno de los tres principales, puedo transigir ahí–: la dinámica sistémica de autoexpansión. Lo que necesitamos es un “más allá del capitalismo” que se plantee en serio la igualdad social y el decrecimiento…[1] y por eso este libro de Lordon es valioso. Pues un subtítulo no engañoso podría ser «cómo pensar un modelo comunista viable para el siglo XXI».

Para empezar, Frédéric Lordon insiste en la necesidad de ser consecuentes con lo que sabemos:

La consecuencia exige rendirse ante tres enunciados que no son fáciles de negociar: 1) el capitalismo ha entrado en una fase en la que está destruyendo a la humanidad [no solo bajo su forma salarial, sino también por sus efectos ecológicos y climáticos] y, por lo tanto, la humanidad va a tener que elegir entre perseverar a secas o perseverar dentro del capitalismo (para extinguirse en él); 2) los capitalistas jamás admitirán su responsabilidad homicida ni (por lo tanto) renunciarán a la continuación del (de su) juego, y se valdrán de los giros argumentativos más retorcidos para convencer de la posibilidad, de la necesidad incluso, de continuar, y también de las peores violencias si es necesario (y cada vez lo será más); 3) no hay ninguna fórmula de derrocamiento, ni siquiera de simple moderación, del capitalismo en el marco de las instituciones políticas de la "democracia" o, mejor dicho, de lo que se hace llamar así; solo un increíble despliegue de energía política logrará evitar que el capitalismo lleve a la humanidad al límite del límite, un despliegue que suele llevar el nombre de “revolución”. (p. 19)

La pregunta del millón, por supuesto, se refiere al tercer enunciado: ¿cómo se hace esa revolución en los países del Norte global? ¿Dónde está el sujeto político de la misma? Y si no está y hay que construirlo (como es el caso), ¿tenemos tiempo para ello? Sabemos que «derribar el capitalismo implica la constitución de un bloque contrahegemónico lo más importante y enfadado posible» (p. 300) pero, ¿cómo se hace eso en tiempo y forma en los países centrales del sistema? Precisamente la destructividad del capitalismo nos está quitando el suelo de debajo de los pies.[2]

Una transición ecológica, en sentido propio, solo será posible si reducimos el metabolismo de la economía «de manera drástica en el Norte global»: si decrece el trasiego de energía y materiales que los economistas llaman a veces throughput (“transumo” o, mejor, flujo metabólico). Un mérito del ensayo de Lordon es que reconoce esto con claridad, al contrario de lo que sucede en la gran mayoría de las elaboraciones contemporáneas sobre modelos económicos socialistas/comunistas. La suya es una propuesta de comunismo decrecentista (por más que mantenga una muy endofrancesa polémica contra la décroissance en p. 124-128). «La producción global, aun siendo necesaria, se decreta a priori enemiga de la naturaleza y, por lo tanto, subordinada a compromisos rigurosos o, dicho de otro modo, la actividad económica debe tender a su propia minimización relativa» (p. 130).

Salir del capitalismo es perder el "nivel de vida" del capitalismo. En algún momento hay que someterse a un principio de consecuencia. (…) Va todo en el mismo lote: con el iPhone15, el coche Google y el 7G llegarán, de forma inevitable, la canícula permanente en el mundo y las plagas. (…) Toda la cuestión del comunismo tiene pues, como condición previa, la de las renuncias materiales consentidas de manera racional, así como su amplitud. Este es un tema eminentemente político. (p. 118)

Y no obstante, Lordon plantea su propuesta en términos de un comunismo lujoso (p. 179 y ss.). Es una cuestión clave que ha de abordarse en términos de cantidad y calidad:

No se puede presentar una transición revolucionaria como una mera renuncia, cuando, en realidad, se trata más bien de una gran sustitución: abandonar una cosa para ganar otra. En lugar de la vida como cantidad (lo que se llama, con una precisión total, "nivel de vida"), la vida como calidad; en lugar de futuras baratijas perdidas por adelantado (iPhone15, etc.), tranquilidad material para todos, grandes servicios colectivos gratuitos, una naturaleza restablecida y, quizá por encima de todo, tiempo. (p. 119) La colectividad ha de organizarse para determinar el conjunto de bienes sobre los que debe reinar, para todos, una tranquilidad absoluta: alimentación de calidad, vivienda de calidad, energía, agua, medios de comunicación, medicina y farmacia y "algunas cosas más" (Marx y Engels). La renuncia y la sustitución solo empiezan a partir de esa base. (p. 120)

La división del trabajo es un hecho macrosocial que no cabe obviar: lo comunal/comunitario y local es deseable, pero no suficiente si se trata de rehacer una economía entera (p. 112-113). Las prácticas locales de autonomía son a la vez enormemente valiosas e insuficientes (p. 122 y ss.). Por eso, hay que estimular la autonomía-experimentación desalentando al mismo tiempo la autonomía-huida.

Dado que «el capitalismo nos destruye, hay que destruir el capitalismo. No hay escapatoria, las falsas soluciones son falsas» (p. 25). Se trata, entonces, de liberarnos de las tiranías del valor capitalista y el empleo asalariado y para ello «destruir sus instituciones características: el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, el mercado de trabajo, las finanzas» (p. 128). El modelo de Lordon parte de la propuesta de salario vital de Bernard Friot,[3] que depende a su vez de dos instituciones clave: la cotización general y la concertación.

En cuanto a la primera, «la totalidad del valor añadido de las empresas [socializadas] se aporta, en forma de recursos cotizados, a un sistema de cajas a través del cual se efectúa la redistribución. En primer lugar, en forma de salario, vinculado a la propia persona y, por lo tanto, desvinculado del sistema de empleo» (p. 133). La persona es titular de un derecho fundamental a una remuneración estable y suficiente (y tiene así garantizada su existencia material): «El principio del salario vital está operado por la cotización recaudada y redistribuida por las cajas; en concreto, por la caja salarial que, como su propio nombre indica, revierte a las personas su remuneración con independencia de todo lo que no sea su nivel de cualificación» (p. 135), distinguiendo quizá cuatro niveles (p. 155).[4] Y como “salario vital” no es una denominación muy afortunada, hablaremos más bien de garantía económica general (p. 144), como una forma de orden comunista que permitirá dejar de depender del empleo, el patrono y el mercado para vivir.

La segunda institución es la concertación. «Una parte del salario se paga, en metálico, en una cuenta normal; otra, en una tarjeta (¡una tarjeta sanitaria ampliada!) que solo puede utilizarse con determinados productores autorizados (alimentación, transportes, energía, etc) debidamente concertados mediante decisión ciudadana (en asambleas de distintos niveles territoriales) en virtud del cumplimiento de determinadas normas (medioambientales, arraigo local, respeto por los circuitos de proximidad, prácticas productivas, etc.). De esta manera, las personas tienen acceso a tres tipos de consumo: 1) el consumo privado libre; 2) el consumo privado "supervisado", que permite la tarjeta sanitaria ampliada y "dirige" la demanda hacia ofertas concertadas, es decir, conformes a una norma política de no-perjuicio (…); 3) el consumo socializado gratuito (sanidad, educación) cuyo ámbito es susceptible de ampliarse (transportes, vivienda)» (p. 135-136). Notemos que los ámbitos 2 y 3 responden a una forma de planificación democrática de la economía que abarcaría a varios sectores y buscaría aplicar un principio de subsidiariedad en la toma de decisiones (véanse p. 150-151).

Completemos el diseño institucional. Seguirá habiendo dinero (p. 145), pues una división del trabajo relativamente avanzada «impone el intercambio monetario (al menos en parte) para efectuar sus complementariedades» (p. 146). Y por la misma razón (cierto nivel de división del trabajo) habrá mercados donde «aportamos nuestra producción privada, no ya para sobrevivir (…) sino para participar en la producción colectiva. Ese mercado deja de ser un tribunal de la supervivencia material de los individuos: ahora es el operador de la división del trabajo colectivo» (p. 150). En cambio, se acabarán la banca y las finanzas: toda la inversión productiva se realiza a través de la cotización, mediante una “caja económica” (más bien, una red a diferentes niveles de “cajas económicas” gestionadas democráticamente). Final de los mecanismos de deuda, que son «el trinquete oculto del crecimiento, el aguijón de la huida hacia adelante permanente» (p. 167). La inversión tiene lugar no en forma de préstamo o avance sino de subvención (dinero asignado a las unidades productivas, no reembolsable), tras la pertinente deliberación política-social en la caja económica del nivel que corresponda (p. 168).

Algo interesante en este modelo es que algunos de sus elementos institucionales ya están prefigurados en los Welfare States de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial: así la cotización social y el salario según cualificación. El “esto ya existe” de Friot es un argumento a la vez muy poderoso y muy limitado, explica Lordon:

Es muy poderoso porque nos demuestra que el comunismo no es una utopía caída del cielo, pues, aunque no nos demos cuenta, vivimos en una sociedad en la que, en cierto modo, ya están plasmados sus principios, y en una escala significativa. Pero ese argumento anda errado si considera que su historia quedó detenida, por desgracia [con la hegemonía neoliberal a partir de los años 1980], y que solo tenemos que ponerla en marcha otra vez. El "ya existe", en efecto, se desarrolló durante treinta años (1945-1975) excepcionales, poco extrapolables, pero desde entonces (más de 45 años…) se ha convertido, en el mejor de los casos, en un "hasta aquí". Hará falta un acontecimiento político de gran magnitud para recuperar el sentido de la marcha. (p. 140)

En efecto, ese paréntesis keynesiano en la historia del capitalismo fue algo absolutamente excepcional, y para que se impusiera hubo de darse una increíble liberación de energía política: la Revolución de Octubre en Rusia y luego la Segunda Guerra Mundial. «Para imponer al capitalismo unas construcciones institucionales que lo contradicen (aunque dejándole perseverar), se necesitó una energía de magnitud guerra mundial» (p. 139). Ahora sería menester una explosión revolucionaria capaz de liberar una energía semejante, y el lector o lectora no dejarán de preguntarse: ¿está eso a nuestro alcance, en tiempo y forma? El autor sostiene que «nuestro momento acabará llegando» (p. 141), pero la cuestión de los tiempos se nos ha vuelto más bien angustiosa (ecoangustiosa, para ser más exactos).

Hay que volver por último a la cuestión del decrecimiento. Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, declaraba en una entrevista (asumiendo el punto de vista de Lordon):

No creo en el decrecimiento y considero que es un error estratégico grave plantear el futuro en esos términos. El decrecimiento me parece un concepto absurdo: se supone que pretende derrocar el capitalismo, al tiempo que espera convencerlo amablemente de que contradiga su propia esencia (que consiste en crecer de manera indefinida). Cuando el capitalismo decrece, se entra en recesión (como seguramente ocurrirá el año que viene). Es así de claro y eso a nadie le gusta, puesto que conlleva sufrimiento para muchos. Si con “decrecimiento” queremos decir “salida del capitalismo”, perfecto, en eso estoy de acuerdo, pero llamémoslo por su nombre. No puede haber decrecimiento dentro del capitalismo, de la misma manera que no hay un problema de crecimiento fuera del capitalismo. Creo que antes o después la sociedad deberá tomar una decisión y afrontarla sin medias tintas. Yo creo que la única solución para que este planeta no se abrase es salir del capitalismo, y autores como Frédéric Lordon nos explican paso a paso y sin pensamiento utópico alguno (por ejemplo en el último libro suyo que acabamos de publicar, El capitalismo o el planeta) que esto es perfectamente posible, dando lugar a una sociedad no solo más justa sino más plena para todos y todas.[5]

«No hay un problema de crecimiento fuera del capitalismo»: esto es sin duda erróneo. También lo afirma Lordon en su libro: «Crecimiento y decrecimiento solo son obsesiones cardinales para el mundo capitalista. En un mundo comunista, se está tan liberado de ellas que a nadie se le pasan por la cabeza» (p. 125). Pero un orden social poscapitalista –la URSS lo fue a su manera– puede ser extractivista y productivista, y por esa razón no cabe pensar en desembarazarse de las posiciones decrecentistas de forma tan expeditiva.

Hay bastantes más asuntos de interés en esta obra, pero la reseña ya se está alargando demasiado. Para ir concluyendo mencionaré solo el interés de las precisiones de Frédéric Lordon sobre política, moral y moralismo, que ha desarrollado en diferentes lugares:

La política es una axiología. Hay, pues, de forma consustancial, moralidad en la política, ya que la política nunca deja de comprometerse en afirmaciones de valor. Pero toda la cuestión es saber cómo se configura la presencia de la moral en la política, la relación entre moral y política, y en particular saber si la moral agota la política. Esta es una pregunta retórica, cuya respuesta es obviamente: no. La moral tiende a la unanimidad, mientras que la política asume la irreductibilidad del conflicto, una heterogeneidad sin solución. Por lo tanto, hay moralidad en la política, pero la política nunca puede ser moralidad. Por otra parte, la moral es un discurso de prescripción fuerte con un discurso institucional débil y un discurso analítico nulo. Y la moral funciona esencialmente como un mandato sin seguimiento (formal). En su registro normativo, carece por construcción de todo análisis de sus condiciones de eficacia, como si la ingravidez social conviniera a su género. Es aquí donde, aunque fundamentalmente axiológica, y, por tanto, moral, la política puede sufrir degradaciones moralistas. Con esto me refiero al refugio en el puro mandato y el falso universalismo que ignora las condiciones particulares: la “moralización”.[6]

Lordon enfatiza que no podemos quedarnos en dar lecciones de superioridad moral, y que hay que evitar el moralismo como ejercicio puramente verbal, como mera declaración de principios que no se interroga sobre sus condiciones de posibilidad. En este sentido el moralismo sería el olvido de “lo trascendental” kantiano: el examen de las posibilidades de que esos principios se materialicen en el mundo real (El capitalismo o el planeta/ Figuras del comunismo, p. 87-88).

Nos preguntamos: nuestras propuestas socialistas/comunistas, ¿pueden hacerse cargo de lo que hoy sabemos en física, en biología, en modelización de sistemas complejos? ¿Pueden asumir de verdad el hecho epocal de la extralimitación ecológica? ¿Pueden tomar nota de la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles? ¿Pueden retomar el ávido interés de Marx y Engels por las ciencias naturales sin prejuicios industrialistas y sin extravíos prometeicos? ¿Pueden asimilar la termodinámica, la ecología, la simbiogénesis de Lynn Margulis, la teoría Gaia? Diría que Lordon, en este libro, realiza aportes significativos para poder ir contestando “sí” a las preguntas anteriores.

Jorge Riechmann

Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid

 

[1] Un buen texto al respecto, penetrado de las experiencias neozapatistas en Chiapas: Jérôme Baschet, Adiós al capitalismoAutonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos, NED eds., Barcelona, 2015.

[2] Como bien observaba Xan López hace unos años, «hay cierta perspectiva histórica desde la que Lutero tenía razón, y no Müntzer. Los Girondinos y no los Jacobinos. Los Mencheviques y no los Bolcheviques. La opción correcta era la moderación, adecuarse a los límites de lo posible. Hay otra perspectiva que plantea que la cantidad de energía organizada para conseguir un cambio siempre tiene que desbordar los objetivos realmente posibles. Que para alcanzar lo posible hay que intentar, y rozar, lo imposible. Es la idea del progreso como dos pasos adelante y uno atrás. El paso atrás es traumático, pero al final se ha conseguido avanzar algo, que permanece. Estas dos perspectivas comparten un convencimiento implícito. El de que en cualquier caso hay un tiempo histórico suficiente para la mejora social, y que ningún exceso de moderación o paso atrás inevitable nos llevará a un abismo que rompa la serie histórica. Puede que ese convencimiento ya no tenga tanta solidez. ¿Podemos concebir una revolución social profunda que solo dé dos pasos adelante? El cambio que necesitamos no es tanto la aceleración de un proceso previo, sino más bien un salto fuera de la historia». Xan López, «Dos certezas y siete preguntas sobre la crisis ecosocial», Contra el Diluvio, 27 de noviembre de 2018, disponible en:  https://contraeldiluvio.es/dos-certezas-y-siete-preguntas-sobre-la-crisis-ecosocial/

Yo solo le quitaría el “puede que”. Pero dejemos, de momento, esta importante cuestión en suspenso.

[3] Bernard Friot, L’enjeu du salaire, La Dispute, París 2012; Émanciper le travail, La Dispute, París 2014.

[4] Los trabajos necesarios no especializados serían desempeñados por todos y todas en un sistema de turnos. «Sería impensable dejar encadenados a los "marrones" a quienes están desempeñándolos ahora en virtud del juego de la relegación social. (…) ¿Por qué un universitario o una médica no van a estar obligados a recoger la basura, atender una caja en un supermercado o limpiar las calles un día a la semana? Las sucursales locales de la "caja de salarios” podrían ser el lugar donde se decida la organización de esos turnos» (p. 156). Nótese que la propuesta de Lordon, a diferencia de las que orbitan en torno a una “renta básica” o subsidio universal incondicional, no desconecta el salario vital (como garantía material de existencia) de la aportación laboral de cada ciudadano y ciudadana.

[5] Rubén Hernández, «La única solución para que este planeta no se abrase es salir del capitalismo» (entrevista), El Asombrario, 4 de diciembre de 2022, disponible en: https://elasombrario.publico.es/solucion-planeta-abrase-salir-capitalismo/

[6] Frédéric Lordon, «Dire ensemble la condition des classes populaires et des migrants» (entrevista), Revue Ballast/ La contrescarpe, 19 de noviembre de 2018, disponible en: https://www.revue-ballast.fr/frederic-lordon-dire-ensemble-la-condition-des-classes-populaires-et-des-migrants-1-3/


El arte de vivir en la España vaciada

El arte de vivir en la España vaciada

La colección Dosieres Ecosociales publica su nuevo número: El arte de vivir en la España vaciada: colonialismo energético, crisis climática y transición ecosocial, de Luis del Romero Renau, Doctor en Geografía por la Universidad de Barcelona y profesor de la Universidad de Valencia.

En los últimos años el problema de la despoblación del medio rural -abandonado y maltratado- ha acaparado las portadas de muchos periódicos y ha sido analizado desde múltiples ángulos formando ya parte del debate político.

Este dosier pretende ser un nuevo medio para seguir impulsando estos debates, y por ello, no aborda la crisis climática como una profecía desastrosa para la España vaciada, sino como un escenario sobre el que dibujar en positivo una transición ecosocial y una vida digna para el medio rural ibérico.

Vivir en la España vaciada es a veces un arte. No solo ya por el estado de algunas carreteras o el difícil acceso a un hospital, a internet o a una ferretería. Por un lado, últimamente se habla mucho del medio rural como modelo para una transición energética que implica en la práctica una invasión sin precedentes de proyectos de energías renovables o como oportunidad de negocio para proyectos mineros y de macrogranjas. Por otro lado, aún pervive el discurso de la España vaciada y negra que languidece, envejece, donde hace mucho frío y no puedes hacer nada porque no hay cines ni centros comerciales.

El arte de vivir en la España vaciada

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Estos son los dos relatos dominantes producidos casi siempre desde la ciudad y en masculino singular. Por eso hemos titulado este dosier como el arte de vivir en la España vaciada. Pero este texto no es un inventario más de lamentaciones sobre las injusticias diarias de lo que supone vivir en el medio rural en pleno siglo XXI, ni mucho menos un alegato nostálgico de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Más bien lo que se pretende es reivindicar una vida digna para los y las habitantes del medio rural, teniendo en cuenta las esferas básicas de la vida, desde el trabajo o la vivienda, hasta el disfrute del medio ambiente en un contexto de crisis global climática, de biodiversidad y de materias primas, frente a la cual, es urgente y necesaria una transición ecosocial más allá del capitalismo verde y cool que se se ha impuesto en los últimos años.

El dosier se divide en doce capítulos que transitan por diferentes aspectos básicos en la vida de cualquier persona, con las peculiaridades de lo que supone vivir en un medio rural despoblado como el que caracteriza a tantos territorios ibéricos. Comienza abordando la emergencia climática y el nuevo escenario climático que ya es una realidad, en especial en la cuenca Mediterránea y el desafío que ello va a suponer a medida que algunas de las previsiones que anuncia el IPCC se vayan cumpliendo. Seguidamente, con el título provocador de “emosido engañado”, se aborda una de las tesis centrales de este libro: los procesos de depredación y colonización material, cultural y simbólica del medio rural como causa principal de la desaparición de modos de vida rurales y preindustriales. Se analiza en clave histórica el vaciamiento que ha experimentado la España hoy denominada vaciada, desde hace poco más de un siglo.

El tercer capítulo aborda lo que es, sin duda, el principal conflicto territorial de las áreas rurales ibéricas a principios de la tercera década de este siglo: la proliferación de grandes proyectos de energías renovables y que está suponiendo un despliegue sin precedentes de miles de aerogeneradores, paneles solares, subestaciones eléctricas y líneas de evacuación. Todo un ejercicio de colonialismo interior que se analiza desde el prisma del debate sobre la demanda de energía actual y futura para todo el país.

El capítulo cuarto desarrolla otra de las tesis principales del texto con la pregunta: ¿existe realmente un gobierno para el medio rural ibérico? Utilizando como referencia los estudios de Scott sobre sociedades sin Estado de áreas rurales del sureste asiático, se muestra el ejemplo de algunas áreas rurales concretas españolas que han ido evolucionando hasta fechas recientes de manera independiente y aislada respecto a las capitales de sus respectivos reinos.

Los capítulos del cinco al nueve analizan esos aspectos básicos en la vida de cualquier comunidad rural, para entender con mayor profundidad las causas de su crisis y cómo afecta la multicrisis global a cada una de ellas. Se analiza en primer lugar uno de los factores importantes en la decadencia de las sociedades rurales: la privatización y destrucción de los bienes comunales y su importancia en toda política que pretenda rehabitar y dinamizar el medio rural. El capítulo seis aborda la cuestión de la vivienda el medio rural, muy poco estudiada, y las alternativas habitacionales que pueden ponerse en marcha, más allá de la iniciativa privada y de las fórmulas clásicas de compra o alquiler. Los dos siguientes capítulos desarrollan otra de las cuestiones centrales en cualquier proyecto de vida: el trabajo asalariado. Mientras que el capítulo 7 aborda la cuestión del empleo rural en una época de colapsos, el ocho se centra en lo que ha sido hasta no hace tanto una de las principales actividades económicas en el medio rural: la agricultura y ganadería. En este caso se analiza la crisis de estas actividades no solamente según presiones externas, sino con una mirada en femenino y plural para entender que la crisis de ciertas sociedades rurales también tuvo que ver con las violencias hegemónicas y aceptadas socialmente especialmente hacia la mujer. Termina el capítulo analizando la gran apuesta de las políticas públicas para el medio rural: el turismo, así como otras propuestas ya dentro del sector agropecuario, hablando de las agriculturas ecológicas. Por último, el capítulo 9 aborda otra cuestión fundamental en toda vida en el medio rural: la difícil y compleja relación con su medio ambiente circundante a lo largo de la historia reciente, en especial en lo que se refiere a la protección de espacios naturales.

A partir de aquí comienza la segunda parte del dosier que se centra en analizar de qué manera se podría poner en marcha una transición ecosocial en el medio rural. Se parte de la premisa de que el medio rural presenta una serie de factores de resiliencia frente a los espacios urbanos por su propia configuración social y geográfica, que lo hace un laboratorio idóneo para poner en marcha políticas de adaptación y mitigación del cambio climático. Se analizan varias experiencias y ejemplos para transitar en esta transición ecosocial que tenga como objetivo fundamental vivir mejor, pero con menos, o dicho de otro modo, vivir con una sobriedad feliz.

 


Presentación del Dosier Ecosocial sobre la España vaciada

En los últimos años el problema de la despoblación del medio rural -abandonado, vaciado y maltratado- ha acaparado las portadas de muchos periódicos y ha sido analizado desde múltiples ángulos académicos y mediáticos, tanto que, hoy en día, forma ya parte del debate político.

En efecto, el medio rural español y, especialmente, algunas áreas montañosas más aisladas, continúan en una lenta decadencia que, en el caso de multitud de núcleos periféricos, ha culminado con su abandono total. En ese sentido, despoblación, periferia y conflicto son conceptos que describen bien la situación de estos territorios que sufren, en muchos casos, la ausencia de un plan político claro y a largo plazo que contemple otras formas de desarrollo para ellos. De ahí que, los proyectos industriales que se aportan como solución –macrogranjas, parques eólicos, huertos solares, etc., con altos costes ecológicos y sociales- no pueden plantearse como la única respuesta a las necesidades de estos territorios y, por esa razón, han encontrado una fuerte resistencia entre los pocos habitantes que quedan.

Sin duda, el medio rural plantea así un reto político, social y económico de mucha envergadura para los tiempos que vivimos y, desde FUHEM Ecosocial, pensamos que existen alternativas y claves para repensar y contar su futuro que han de ser analizadas y exploradas mediante diversos y diferentes escenarios. Y es en ese sentido que publicamos un nuevo Dosier Ecosocial  que lleva por título El arte de vivir en la España vaciada: colonialismo energético, crisis climática y transición ecosocial  y cuya autoría es de Luis Del Romero, geógrafo y profesor de la Universidad de Valencia.

Y para hablar de ello e impulsar, entre todas y todos, un espacio de reflexión y profundización sobre estas problemáticas, te invitamos a participar al evento de presentación del nuevo ejemplar de la colección de Dosieres Ecosociales, que contará con la presencia del autor, Luis Del Romero, y con los comentarios y reflexiones al texto de Eva Sempere y Adrián Almazán.

A continuación, se abrirá un debate con todas las personas que puedan acompañarnos.

 

APUNTA:

CUÁNDO: 26 de abril de 2023

HORA: 18:00 h.

DÓNDE: Ateneo la Maliciosa

Calle de las Peñuelas, 12

28005 Madrid


III Jornadas de Justicia Alimentaria: Síntesis y Conclusiones

 

Durante el mes de febrero y marzo de 2023 se ha desarrollado la tercera edición de las Jornadas de Justicia Alimentaria organizada por FUHEM Ecosocial  en colaboración con: Espacio Social ElSanta, Observatorio para el Derecho a la Alimentación de la Comunidad de Madrid, Carta Contra el Hambre y Madrid Agroecológico  y con el apoyo de: Surco a Surco, y la Fundación San Martín de Porres.

Las Jornadas contaron con cuatro sesiones en las que se trataron los siguientes temas:

1ª Sesión: La alimentación en el cruce de las crisis del s. XXI.

2ª Sesión: La paradoja del desperdicio alimentario.

3ª Sesión: Experiencias I. Hacia alternativas alimentarias.

4ª Sesión: Experiencias II. Pisando la tierra. 

Estas sesiones se convirtieron en un lugar de encuentro de colectivos, fundaciones, academia, cooperativas, grupos de producción y consumo, y de personas interesadas e involucradas en cambiar el rumbo a un sistema alimentario injusto, inseguro e insostenible, con el fin de reflexionar juntas, y poder fortalecer ese entramado de conexiones y espacios de resistencia que se construyen en pro de una alimentación inclusiva, justa y sostenible para todas las personas.

Las jornadas abordaron  la paradoja generada por las dinámicas del sistema alimentario y se hicieron eco de experiencias que, desde diferentes ámbitos, se proponen como espacio de prácticas y lógicas alternativas al modelo dominante.

A continuación, ofrecemos una síntesis de las principales aportaciones en relación al diagnóstico, propuestas y respuestas ante la emergencia alimentaria, el video de la relatoría de las Jornadas y las Comunicaciones que colectivos/organizaciones nos han enviado, con el objetivo de ampliar el alcance de las reflexiones, propuestas y experiencias más allá de las cuatro sesiones de las jornadas.

 

DIAGNÓSTICO

 

  1. El sistema alimentario se ha globalizado en las últimas cuatro décadas conforme a los intereses de las grandes corporaciones y los países más industrializados, siguiendo una lógica productivista según los dictámenes del mercado. Las corporaciones trasnacionales han definido un orden alimentario a través de tres procesos determinantes en la distribución del poder: la securitización, la financiarización y la proliferación de los tratados de libre comer­cio. Este nuevo orden, o constitucionalismo alimentario, impone una estructura de dominación que antepone los intereses de las clases transnacionales sobre las necesidades alimentarias de la humanidad. Como resultado, nos encontramos ante un sistema que no garantiza una alimentación suficiente ni adecuada a una parte significativa de la población mundial, al tiempo que se revela ecológicamente insostenible.
  2. No garantiza una alimentación suficiente y adecuada porque 2.700 millones de seres humanos están malnutridos, unos por defecto (800 millones de personas desnutridas) y otros por exceso (1.900 millones de personas con sobrepeso y obesidad). En España, un millón trescientos mil hogares padecen una mala alimentación. Resulta además insostenible desde el punto de vista ecológico porque dicho modelo alimentario es el responsable de un tercio de los gases de efecto invernadero y porque, conforme al carácter despilfarrador del capitalismo, provoca enormes pérdidas y desperdicios en un mundo donde aún ochocientos millones de personas se acuestan con hambre cada día.
  3. Merecen una mención especial la pérdida y el desperdicio alimentario porque constituyen una piedra de escándalo tanto en términos éticos, como ecológicos y económicos. La FAO señala que un tercio de los alimentos producidos a nivel mundial se pierde o desperdicia. Se calcula que, con la mitad de los desperdicios alimentarios se podría alimentar a todas las personas que pasan hambre en el mundo. En el caso concreto de Europa se desperdician más toneladas de alimentos que las que se importan. En España se desperdician 4.200 millones de kilos a lo largo de toda la cadena alimentaria (datos que probablemente infrarrepresenten el problema). Además de esta vergonzosa situación de inequidad e injusticia, estas pérdidas y desperdicios tienen un impacto enorme en términos ecológicos (emisiones de CO₂, nutrientes de la tierra desperdiciados, gasto de agua, contaminación y gasto por pesticidas y fertilizantes, consumo de energía para su transporte, transformación y distribución, gastos añadidos en la gestión de residuos y excedentes, etc.). Sin embargo estos llamativos datos no pueden interpretarse vinculando la emergencia alimentaria a la disminución del desperdicio, tomando a los pobres como digestores de las sobras,  pues aunque ambos fenómenos responden a la misma matriz capitalista, deben gestionarse según sus propias lógicas internas, el acceso a la alimentación por un lado, y la disminución en origen de pérdidas y desperdicios por otro.
  4. Este sistema alimentario genera ganadores y perdedores. Los beneficiarios son las grandes corporaciones transnacionales y los países del Norte Global, principales agentes acaparadores de tierras y recursos biotecnológicos. Entre los perdedores se encuentra el campesinado (que es quien alimenta realmente a la humanidad al cultivar el 75% de los alimentos del mundo), las personas consumidoras que ven cómo se les arrebata su capacidad de agencia y el control sobre su alimentación y, sobre todo, las mayorías sociales en los países del Sur Global y los ecosistemas de los que dependemos.
  5. En la coyuntura actual los precios de la comida se han disparado. El índice de precios de los alimentos que elabora mensualmente la FAO (y que recoge la evolución en todo el mundo) señala que los alimentos se encarecieron un 28,1% en el año 2021. Hay que remontarse a mediados de la década de los setenta para encontrar un alza tan elevada. En España el precio de los alimentos ha repuntado un 16,6% en febrero pese a la rebaja de impuestos del Gobierno. Se convierte así en la más alta de la serie histórica iniciada en 1994. El alza de los precios de los alimentos representa un grave perjuicio a las familias con menos ingresos al representar la cesta de alimentos la principal categoría del gasto de su presupuesto. Al coincidir con un incremento en la factura eléctrica y enormes dificultades en el acceso a la vivienda condena a millones de familias a una mayor inseguridad vital y menoscaba la libertad al incrementar su dependencia de los subsidios y la beneficencia.

 

PROPUESTAS

 

  1. Ante este sistema alimentario injusto e insostenible hay que hacer posible una transición alimentaria que responda a las necesidades de la gente y que cuide el planeta. Una transición alimentaria basada en la agroecología que garantice de una vez por todas el derecho fundamental a una alimentación sana, justa y sostenible para toda la población. Una transición de esta naturaleza requiere cambios institucionales y el apoyo a todas las iniciativas sociales que buscan la soberanía alimentaria. Recuperar el control social sobre la alimentación es sinónimo de participación, corresponsabilidad y relaciones de apoyo mutuo, pues solo fortaleciendo lazos comunitarios y revalorizando los recursos y espacios comunes estaremos en condiciones de construir otro modelo alimentario. Una transición que además ha de ir acompañada de medidas urgentes para atajar la actual coyuntura alcista de los precios y dar cobertura a los sectores sociales más afectados.
  2. Entre los necesarios cambios institucionales, se aboca por la aprobación en España de una ley que centre sus esfuerzos en evitar las pérdidas y el desperdicio en todas las fases de la cadena alimentaria. El anteproyecto de ley que actualmente se está tramitando ha terminado por desplazar su atención hacia la gestión de los excedentes, sin definir y medir con claridad qué son pérdidas y qué es desperdicio alimentario, sin incluir acciones y medidas que faciliten el cumplimiento de la ley y sanciones a quienes intenten esquivarla, y sin ofrecer un espacio de gobernanza donde todos los actores puedan participar en la implementación y el seguimiento de la ley. Para ello es necesario abordar este problema desde una perspectiva sistémica, que considere todos los eslabones de la cadena alimentaria y sus interrelaciones (producción y recogida -tanto en la agricultura como en la pesca-, transformación, transporte, distribución en grandes superficies y comercios, y consumo en establecimientos y hogares) y que apunte a prevenir ese desperdicio y no solo a gestionarlo, de manera que también implique obligaciones y sanciones para quienes no cumplan con las medidas. Es necesario que la ley sea mucho más ambiciosa si no se quiere minar su alcance desde el principio, teniendo en cuenta que las propias directrices europeas obligarán en muy poco tiempo a cumplir normas mucho más estrictas en esta materia. Es por ello por lo que desde estas III Jornadas apoyamos plenamente las propuestas del Colectivo #Ley sin desperdicio. Todavía estamos a tiempo de desarrollar una ley ambiciosa y realmente comprometida con el objetivo de frenar las pérdidas y el desperdicio.
  3. En el campo de las prácticas sociales existen una pluralidad de iniciativas inspiradoras que pretenden evitar pérdidas y reaprovechar aquello que es desperdiciado, algunas de las cuales han sido compartidas y debatidas en las III Jornadas. Son experiencias concretas que, sin embargo, no renuncian a una visión sistémica al abordar los diferentes aspectos relacionados con las pérdidas y desperdicios en los diversos eslabones de la cadena alimentaria, apuestan por el reaprovechamiento y por la vinculación con los grupos vulnerables en su acceso a una alimentación saludable, implicándose en procesos de integración social multidimensional, dinámicas participativas y fomento de la reciprocidad muy lejos del mero asistencialismo. Son ejemplos de buenas prácticas de las que podemos derivar muchos aprendizajes y que conviene difundir y apoyar en este proceso de denuncia y lucha contra el escándalo del despilfarro alimentario. En la misma dirección, se hace necesario también poner en marcha campañas y proyectos de sensibilización y concienciación, así como desarrollar el conocimiento y la investigación no sólo en torno a las dimensiones cuantitativas del desperdicio, sino sobre las formas y dinámicas por las que se produce, de manera que se puedan trabajar políticas y proyectos para atajar este fenómeno escandaloso.
  4. Los residuos orgánicos constituyen el grueso de los residuos sólidos urbanos y solo una parte insignificante se recupera para su reintroducción como nutrientes que fertilicen la tierra. La extensión de iniciativas en favor de un compostaje comunitario puede representar una valiosa contribución que evite que esos residuos terminen incinerados y ser una poderosa herramienta de apoyo a los huertos urbanos. Sin embargo, hay todavía demasiadas barreras administrativas y legislativas que impiden que estas iniciativas vinculadas a la agroecología y a la economía social y solidaria logren desarrollarse y desplegar todo su potencial.
  5. Una de las entidades invitadas en las Jornadas a presentar su experiencia, la cooperativa unitaria agroecológica Surco a Surco que lleva funcionando más de 20 años, es un ejemplo de como, gracias a la cooperación, la autogestión y la generación de una comunidad de productores y consumidores que se articula en torno a la alimentación y el territorio es posible imaginarse otro sistema alimentario. Se presenta como una alternativa al mercado, no como un mercado alternativo, por lo que tiene un gran potencial de transformación social. Pero también afronta dificultades en un contexto en el que prima el individualismo y la competitividad. El acceso a la tierra es una dificultad añadida y por eso han empezado a comprar tierras, para tener una mayor estabilidad.
  6. En la última sesión de las Jornadas se ha presentado también la experiencia de ASDECOBA. “Y por soñar, soñemos”: sentarse a la ‘Mesa común’ de los empobrecidos de la sociedad actual. Metáfora que simboliza la conexión de los espacios peor maltratados en esta sociedad: el mundo rural envejecido y hambriento, que alimentó con su trabajo a la sociedad del ayer; los barrios urbanos precarizados, que impiden un futuro de vida a mujeres y niños; y la exclusión final del recluso en cárceles de la vergüenza, que privan de dignidad. En suma, soñar el objetivo de dar vida, palabra y trabajo a quienes ya no cuentan, como respuesta a necesidades actuales y cercanas. De este sueño partirían múltiples iniciativas de ‘cocinas rurales y urbanas’; el trabajo en ‘huertas comunitarias’ en contacto directo con la tierra; el ‘centro comunitario de alimentación’; la ‘red de sabores y saberes de esta tierra’; la ‘recuperación de comida sobrante de establecimientos comunitarios’; el ‘embotamiento de frutas, verduras y hortalizas de temporada’; el ‘reflotamiento de panaderías rurales al borde de la jubilación; el nuevo afán del cultivo de trigo para hacer buena harina para un buen pan’ amasado en panaderías reflotadas y repartido entre los comensales empobrecidos sentados dignamente en la mesa común. La mesa común también interpela al resto de la sociedad a sentarse para participar en las soluciones: ayuntamientos locales, movimientos sociales solidarios, iglesias y particulares, con el límite de quienes empobrecen con su beneficio al mundo rural, a barrios en las periferias urbanas y de quienes criminalizan la vida en la calle y recluyen en las cárceles.

 

RESPUESTAS ANTE LA EMERGENCIA ALIMENTARIA

 

  1. El incremento de los precios de los alimentos, de la energía y de los fertilizantes que ha impulsado la guerra de Ucrania ha coincidido con una época sequías y heladas que han reducido las cosechas y la oferta de alimentos. Estamos ante una tormenta perfecta que amenaza la seguridad alimentaria de millones de personas en muchos países. En el nuestro, la discusión sobre qué hacer ante la subida del coste de la canasta básica está encima de la mesa. El gobierno ha aprobado la rebaja del IVA de algunos productos básicos y un cheque de 200 euros para las familias con ingresos menores de 27.000 euros. ¿Es un cortafuegos suficiente? Es posible, siempre que se extienda la medida y se simplifiquen los trámites para acceder a la ayuda. Pero la situación de emergencia alimentaria no debería hacernos olvidar las desiguales relaciones de poder que atraviesan los eslabones de la alargada cadena alimentaria. No todos los agentes tienen la misma capacidad de trasladar costes y fijar precios. Este factor estructural persistirá más allá de la coyuntura. Desconcentrar y descentralizar el poder sobre los mercados y simplificar los circuitos comerciales entre campesinos y consumidores urbanos, apostando por alimentos de proximidad, no solo sirve para avanzar hacia la soberanía alimentaria, también es una forma de evitar alzas desproporcionadas en los precios de los alimentos ante la presión de costes o estrangulamientos en las cadenas de suministros de ciertos insumos.
  2. Se necesitan herramientas eficaces que acaben con la inseguridad alimentaria y contribuyan a garantizar el derecho a la alimentación. El caso de las tarjetas monedero ha pasado a primer plano de la actualidad debido a la nueva estrategia FEAD+ de la Unión Europea, para 2021-27, que plantea en uno de sus capítulos, apoyar la asistencia material básica (no sólo alimentos) y medidas de acompañamiento para las “familias más desfavorecidas, en particular menores”, dando prioridad a “tarjetas o vales que respeten la dignidad y eviten la estigmatización”. El problema de estas ayudas es su baja cuantía (menos de 12 millones anuales para la Comunidad de Madrid) que sólo permite cubrir una parte muy pequeña de la ayuda alimentaria de emergencia que se distribuye actualmente (sólo el Banco de Alimentos de Madrid gestiona un presupuesto anual cinco veces mayor), además de los problemas de manejo de las tarjetas que se espera sean gestionadas por los Servicios sociales, ya muy saturados actualmente. Tradicionalmente, no ha existido una política pública específica para garantizar el derecho a la alimentación y la ayuda alimentaria procedente de los excedentes agrícolas de la PAC desde la segunda mitad de los años 80, que dio paso al primer programa FEAD de 2014-20, se orientó a reforzar el aporte de alimentos de las tradicionales entidades de caridad, filantropía y ONG a través de las dos distribuidoras de ámbito estatal (FESBAL y Cruz Roja). La aplicación en España y en la Comunidad de Madrid de la nueva estrategia FEAD+ está siendo muy lenta, a pesar de los esfuerzos del Ministerio de Derechos Sociales que sustituye al Ministerio de Agricultura en la coordinación de la ayuda Europa, y los resultados esperados son todavía inciertos.
  3. En el ámbito más próximo de la ciudad de Madrid, el movimiento surgido de la Carta contra el Hambre (2014) llevó a cabo una serie de iniciativas reclamando un mayor compromiso público ante la emergencia alimentaria y pidiendo que el reparto de alimentos se ejerciera respetando la dignidad de las personas y facilitando su participación. En este marco, se puso en marcha en 2018 la primera Tarjeta de Alimentación (TAT) con financiación pública desde un proceso asambleario de base en el distrito de Tetuán, que sirvió de inspiración inicial para la Tarjeta Familias del Ayuntamiento de Madrid (2020), pero ahora sin participación de la base social que había inspirada a la TAT. En marzo de 2023 la Tarjeta Familias se había concedido a 21.000 hogares, dato acumulado que esconde el número real de tarjetas vigentes a lo largo del tiempo. Tampoco conocemos la parte de presupuesto que se lleva la entidad gestora de la Tarjeta (Caixabank), una vez que los Servicios sociales deciden concederla a los dos o tres meses de iniciar el trámite correspondiente.
  4. Desde las experiencias de Carta contra el Hambre y Mesa contra la Exclusión de Tetuán, nos planteamos un modelo alternativo sobre los siguientes tres ejes: 1) participación democrática: asambleas, gestión compartida, centros de cultura alimentaria, huertos urbanos, grupos de consumo, etc.; 2) coordinación entre entidades de reparto y con otros recursos que tratan de abordar/superar situaciones de exclusión (IMV y otras prestaciones; políticas de vivienda, empleo, formación etc); y 3) métodos plurales, respetuosos de las personas, para ejercer el derecho (tarjetas o vales de financiación pública con un monto suficiente, libre elección en el comercio local, economatos solidarios, reciclaje de alimentos de proximidad, etc.).
  5. Experiencias como las que impulsan proyectos e iniciativas como Espigoladors, ReFood, Mesa contra la Exclusión de Tetuán, ASDECOBA y tantas otras, al arrancar de las necesidades de la gente y de la autoorganización en economías comunitarias, aúnan en torno a la experiencia alimentaria la lucha por el derecho a la alimentación, a un empleo digno y al cuidado de la tierra.

 

Acceso al documento en formato pdf: III Jornadas de Justicia Alimentaria: Síntesis y Conclusiones

 

Video de la Relatoría

 

 

Comunicaciones

Descarga el documento a texto completo en formato pdf: Jornadas de Justicia Alimentaria 2023. Comunicaciones. 

 

Ediciones anteriores:

III Jornadas de Justicia Alimentaria.

II Jornadas de Justicia Alimentaria.

I Jornadas de Justicia Alimentaria.


Arranca el proyecto europeo Speak4Nature

Junto a otras siete entidades, el área Ecosocial de FUHEM participa en el proyecto europeo Speak4Nature, que plantea desarrollar nuevos recursos legales que den valor a la naturaleza ante los desafíos ecológicos actuales.

 

La complejidad de los desafíos ecológicos a los que nos enfrentamos requiere elaborar nuevos métodos para comprender la forma con la que interactuamos con el medio ambiente y erradicar la anacrónica concepción antropocéntrica de la naturaleza. Se exige al ámbito científico, gubernamental y regulador crear una “justicia” capaz de replantear el concepto de naturaleza como actor activo, en línea con la noción de justicia ecológica.

En este contexto, surge el proyecto “Speak4Nature” (Speak for Nature: Interdisciplinary Approaches on Ecological Justice), que llevarán a cabo, durante cuatro años, un consorcio de diez entidades académicas y no académicas internacionales de la Unión Europea y América Latina, entre las que se encuentra el área Ecosocial de FUHEM.

Se trata de uno de los proyectos seleccionados en la convocatoria de Horizon Europe 2021 de la UE, un programa que financia investigaciones e innovaciones relacionadas con el Cambio Climático y que ayuden a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas (ONU).

El objetivo general del proyecto plantea desarrollar nuevos instrumentos legales con una amplia base social y nuevas metodologías que proporcionen una base teórica y operativa común entre las ciencias sociales y las ciencias ambientales. Es decir, una serie de herramientas que permitan dar voz a los seres no humanos en instancias legales y contribuir a la creación de una visión compartida hacia el tratamiento de la “naturaleza” en sí misma (el valor intrínseco de la naturaleza), útil para la adaptación del proceso político a los desafíos ecológicos actuales.

En particular, “Speak4Nature” tiene como objetivos:

  • Conceptualizar la justicia ecológica desde una perspectiva multidisciplinar, intersectorial e internacional.
  • Definir por qué, cómo y bajo qué influencias, las ciencias extienden la consideración moral a la naturaleza no humana.
  • Mapear las técnicas sociales y legales actuales para hacer valer la voz de los seres no humanos y de la naturaleza.
  • Empoderar a la sociedad civil y a las partes interesadas en la conciencia ecológica, la restauración y el litigio sobre el cambio climático.
  • Garantizar la aceptación de los resultados del proyecto mediante el desarrollo de directrices prácticas y herramientas de formación sobre técnicas y normas jurídicas que apliquen principios de justicia ambiental en disputas por violaciones ambientales.

Mediante mecanismos de intercambio interdisciplinar e intersectorial, así como transferencia de conocimientos, “Speak4Nature” está destinado a incrementar las habilidades del personal involucrado para fomentar el estudio, el intercambio y la difusión del conocimiento en temas relacionados con el Derecho y las cuestiones ambientales, contribuyendo a la mejora de los estándares y políticas de justicia ecológica.

Los investigadores del área Ecosocial de FUHEM participarán dentro el consorcio de “Speak4Nature” aportando su experiencia y conocimientos en la defensa de una concepción no estrictamente antropocéntrica de la naturaleza y el fomento de los valores no instrumentales de la naturaleza en un contexto de justicia ecológica, así como sus enlaces con la sociedad civil concienciada y activa en el ámbito de la justicia ecológica, y con la promoción y difusión de estos debates en el ámbito judicial.

Los participantes del proyecto son:

- Universitá degli Studi del Piemonte Orientale "Amedeo Avogadro" (Italia). (Coordinadores).

- Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas - GHECO. Universidad Autónoma de Madrid (España).

- Rachel Carson Center for Environment and Society. Ludwig-Maximilians-Universitaet Muechen (Alemania).

- ECOCASTULUM, SL (España).

- FUHEM (España).

- Centro de Investigación de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad Nacional del Litoral (Argentina).

- Fiscalía del Medio Ambiente. FIMA (Chile).

- Centro de Ciências Jurídicas. Universidade Federal de Santa Catarina (Brasil).

El proyecto cuenta con una página web donde se pueden consultar las diferentes investigaciones y productos publicados por las organizaciones que forman parte, así como los eventos programados. Disponible en Speak4nature.

 


III Jornadas de Justicia Alimentaria

 

Las Jornadas de Justicia Alimentaria llegan a su tercera edición.

Desde el último martes del mes de febrero y a lo largo de los 3 primeros martes de marzo, el local de la Fundación San Martín de Porres (Calle Barbieri, 18, local izquierda, 28004 Madrid), será el lugar de encuentro de colectivos, fundaciones, academia, cooperativas, grupos de producción y consumo, así como todas las personas interesadas e involucradas en cambiar el rumbo a un sistema alimentario injusto, inseguro e insostenible,

En estas jornadas presenciales, de acceso libre y gratuito, podremos seguir reflexionando juntas, para fortalecer ese entramado de conexiones y espacios de resistencia que se construyen en pro de una alimentación inclusiva, justa y sostenible para todas las personas.

Tras una pandemia, una guerra en curso y hambrunas en muchas partes del mundo impulsadas también por el calentamiento global, no podemos quedarnos con los brazos cruzados. A lo largo de estos últimos años, venimos comprobando cómo la capacidad de las personas para alimentarse de forma adecuada se ha visto afectada a nivel global por la pandemia de la COVID-19, que ha puesto a  prueba el sistema alimentario industrial y globalizado.

En ese sentido, por ejemplo, el reciente informe Alimentando un futuro sostenible, habla de que alrededor de 6.235.971 personas en España sufren inseguridad alimentaria. Cifra esta, que ha sufrido un incremento desde el inicio de la COVID-19, aunque los datos muestran que el problema de los hogares españoles para acceder a alimentos adecuados es de carácter estructural y que no está únicamente ligado a crisis coyunturales.

Tampoco podemos hacer oídos sordos al hecho de que el sistema alimentario es el principal impulsor de impactos ambientales, tanto en lo que se refiere a sus requerimientos como en relación con la huella de residuos y las pérdidas que genera.

Las jornadas abordarán también esa paradoja generada por las mismas dinámicas del sistema. Pero también y, sobre todo, estas jornadas quieren hacerse eco y compartir las experiencias que, desde diferentes ámbitos, se proponen como espacio de prácticas y lógicas alternativas al modelo dominante.

Esta edición contará además con una novedad. Desde el comité de organización se ha decidido abrir un espacio para recibir comunicaciones por parte de colectivos/organizaciones y toda persona interesada, con el objetivo de ampliar el alcance de las reflexiones, propuestas y experiencias más allá de las cuatro sesiones de las jornadas 2023. A través de este enlace, se pueden consultar los requerimientos para el envío de las comunicaciones.

El envío de los textos estará abierto entre el 20 de febrero y el 10 de abril de 2023 y se realizará a través de la siguiente dirección de correo electrónico: justicialimentaria@fuhem.es

Todas las comunicaciones recibidas que cumplan con los requerimientos se publicarán posteriormente en una sección de esta página, y podrán ser consultadas libremente.

PROGRAMA:

1ª Sesión: La alimentación en el cruce de las crisis del s. XXI

Martes 28 de febrero. 19:00-21:00 h.

Presentación y moderación:

Santiago Álvarez Cantalapiedra - FUHEM Ecosocial.

Intervienen:

  • La alimentación secuestrada por un modelo agroindustrial global. Kattya Cascante - Universidad Complutense Madrid.
  • La inseguridad alimentaria en el estado español: un problema estructural. Ana Moragues - Universidad de Barcelona.

Debate.

 

2ª Sesión: La paradoja del desperdicio alimentario

Martes 7 de marzo. 19:00-21:00 h.

  • Presentación y moderación:

Monica Di Donato - FUHEM Ecosocial.

Intervienen:

  • Análisis crítico del Proyecto de Ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario. Propuestas para una ley transformadora. María González López - Enraíza Derechos.
  • Alimentos con segundas oportunidades: Espigoladors, un proyecto con una visión sistémica de las pérdidas y el desperdicio alimentario. Cèlia Vendrell - Fundación Espigoladors.
  • Rescatar para alimentar. Construyendo proyectos sociales para barrios más dignos. Alfonso Puras de Luis - ReFood

Debate.

 

3ª Sesión: Experiencias I. Hacia alternativas alimentarias

Martes 14 de marzo. 19:00-21:00 h.

  • Presentación y moderación:

José Ramón González - Carta Contra el Hambre.

Intervienen:

  • Tarjeta alimentaria: ventajas y limitaciones para abordar la insolvencia en el acceso a los alimentos. Carlos Pereda - Carta contra el Hambre e Invisibles de Tetuán.
  • Modelos agroecológicos populares. Joaquín Diego Hernández - Surco a Surco.
  • Huertos urbanos y compostaje comunitario. Oportunidades y desafíos en la cogestión de los biorresiduos. Sara Sama - UNED

Debate.

 

4ª Sesión: Experiencias II. Pisando la tierra. 

Martes 21 de marzo. 19:00-21:00 h.

  • Presentación y moderación:

Evaristo Villar - Revista Éxodo.

Interviene:

  • Vida en la no vida. Red social y comunitaria por el derecho a la alimentación. Emiliano de Tapias - ASDECOBA, Salamanca

Debate.

Descanso.

Relatorías y conclusiones de las jornadas 

Moderación y cierre de las Jornadas a cargo de Santiago Álvarez Cantalapiedra - FUHEM Ecosocial.

 

Organizan: FUHEM Ecosocial, Espacio Social ElSanta, Observatorio para el Derecho a la Alimentación de la Comunidad de Madrid, Carta Contra el Hambre, Madrid Agroecológico

Con el apoyo de: Surco a Surco, Fundación San Martín de Porres.

 

Actividad reflejada en el Protocolo de Colaboración entre FUHEM y la UNED en la que participan los profesores Sara Sama Acedo (UNED) y Jesús Sánz Abad (UCM) para la transferencia y difusión de resultados de investigación asociados al proyecto de I+D+i Cambiando los paradigmas: “Cambiando los paradigmas: Economías Transformadoras” en un contexto de urgencia ecosocial (ECOEMBEDEDDNESS I+D+i PID2019-106757GA-I00_ Financiado por MCIN/AEI/ 10.13039/501100011033)

 

Disponible el  documento que refleja la Síntesis por puntos de las principales aportaciones de las III Jornadas de Justicia Alimentaria.

Ediciones anteriores:

II Jornadas de Justicia Alimentaria. 

I Jornadas de Justicia Alimentaria.

 


Desafíos demográficos

 

El mundo ha superado recientemente la cifra de 8.000 millones de seres humanos, cuando apenas hace dos siglos había 1.000 millones. Además, no sólo somos ocho veces más, sino que vivimos el doble.

Nueva sesión del ciclo de encuentros Debates para un pensamiento inclusivo organizado por la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial y la Casa Encendida, para reflexionar y debatir sobre las grandes tendencias y cuestiones que atañen a nuestro tiempo, y que definen el funcionamiento y los objetivos del sistema socioeconómico en el que vivimos, para imaginarnos entre todos y todas, alternativas justas, inclusivas y sostenibles.

El acto que tendrá lugar el próximo 09 marzo de 18.00 - 19.30 h. en formato online, es de entrada libre y gratuita, bajo inscripción previa.

Bajo el título Desafíos demográficos abordaremos, entre otras cuestiones, como en dos generaciones se ha "llenado el mundo" y, en apenas una, el "hábitat humano ha pasado a ser urbano" generando la situación de extralimitación en la que nos encontramos. En el contexto de la actual crisis ecosocial, tanto una población geográficamente distribuida de manera desigual como dinámicas demográficas muy dispares representan factores determinantes a tener en cuenta.

El envejecimiento y el declive demográfico empiezan a ser un hecho en gran parte del mundo, mientras que en otras zonas el crecimiento demográfico impulsado por una población joven seguirá siendo la norma durante años.

Desde el 2007, por primera vez en la historia de la humanidad, viven más personas en las ciudades que en el mundo rural. Esta situación tiene fuertes repercusiones a nivel socioecológico, que constituyen un substrato fértil para la alimentación del actual contexto de crisis ecosocial, caracterizado por una situación de extralimitación y destrucción, así como por una creciente desigualdad social.

En ese sentido y si atendemos a las proyecciones, el continente africano es un espacio al que prestar mucha atención debido a su peculiar dinamismo demográfico: es el único continente donde aún hay más población rural que urbana. El crecimiento poblacional de África es dos veces el del Sureste asiático y casi tres veces el de América Latina y lo que impulsa esa dinámica es el hecho de que en la mayoría de los países africanos alrededor del 70% de su población sea menor de 30 años. Esto contrasta fuertemente con la situación del resto del mundo, donde la población autóctona envejece aceleradamente. España y la UE representan casos paradigmáticos en ese sentido. Las previsiones de que se reduzca la población española en las próximas décadas, al tiempo que se incrementa su edad promedio, hacen que se hable de la dinámica demográfica como un reto de primer orden cuyos efectos se sentirán en los patrones de consumo y de ahorro, en la evolución de la fuerza laboral y en la eficacia del sistema de bienestar social. Al problema del envejecimiento se suma además el de la distribución geográfica, de manera que las zonas más envejecidas coinciden además con las más despobladas.

Parece así indudable que si, por un lado, las preguntas fundamentales sobre qué producir, cómo hacerlo y con qué criterios distributivos siguen siendo las cuestiones centrales a las que hay que responder como sociedad, también es evidente que no podemos obviar que las dinámicas demográficas condicionan, y mucho, la posibilidad de atender con responsabilidad y solidaridad a esos grandes retos.

Para reflexionar y debatir sobre todo esto, contaremos con la presencia de tres autores invitados en el número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global:

Modera: Monica Di Donato de FUHEM Ecosocial.

La actividad se desarrolla en una sala Zoom. Una vez realizada la inscripción, y antes de cada sesión, se enviará un correo electrónico de confirmación con los datos de acceso al encuentro.

Acceso a las anteriores sesiones del ciclo Debates para un pensamiento inclusivo

 

Organizan:


Factor demográfico. Papeles 160

Disponible el número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global sobre el Factor demográfico.

El factor demográfico no constituyó una cuestión de gran interés mientras habitamos en un mundo “vacío”. Sin embargo, en los siglos XIX y XX, con Malthus, Hardin y los Ehrlich a la cabeza, se suscitó una profunda reflexión sobre este asunto con tintes alarmistas. También fue un factor importante, aunque en sentido contrario, durante el desarrollo de los nacionalismos: más población equivalía a más brazos (para la guerra o para el sistema productivo), y más poder para los estados.

A medida que nos internamos en un mundo “lleno” y se despliega la multicrisis ecosocial, el tema del factor demográfico cobra una relevancia nueva y se pone de manifiesto una profunda brecha demográfica. Si en unos lugares puede constituir un problema por exceso, en otros –como en el interior de España– se da un problema de vaciamiento, envejecimiento y desterritorialización. A ello se añaden los aspectos sobre fecundidad –con sus implicaciones sociales–, la crisis de cuidados y las crecientes tendencias migratorias, que, junto a las tendencias de expulsión, se convierten hoy en un factor demográfico crucial.

Este PAPELES dedica su Introducción y su semimonográfico a tratar estas cuestiones en su sección A Fondo, examinando varias de las aristas de esta poliédrica y espinosa cuestión: no ha sido un asunto fácil de integrar para el pensamiento progresista, y a menudo ha quedado velado y olvidado.

En sendos artículos en Actualidad se examina el fenómeno de la ecoansiedad y los crecientes sentimientos de ansiedad ante los impactos de la crisis ecosocial, y se pone luz a creciente desigualdad de riqueza en España.

Experiencias analiza el caso del Erasmus Rural y la experiencia de la autora en un proyecto en Teruel.

Ensayo ofrece una reflexión sobre el paradigma relacional como opuesto al binarismo e individualismo del pensamiento de la modernidad.

El número se cierra, como es habitual, con la sección Lecturas.

A continuación, ofrecemos el Sumario de la revista donde se podrán descargar en abierto y de forma gratuita la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo de Begoña Elizalde San Miguel sobre el descenso de la fecundidad publicado en la sección A Fondo.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

Factor demográfico y crisis ecosocial, Santiago Álvarez Cantalapiedra.

A FONDO

Nueva demografía, viejas ideologías. (O el cambio demográfico y la respuesta política), Julio Pérez Díaz.

El debate sobre la población en la crisis ecosocial, Eileen Crist y Lyla Metha.

Despoblación, desterritorialización y multicrisis global, Luis Del Romero Renau.

El descenso de la fecundidad: un déficit de bienestar colectivo sobre el que la demografía lleva años alertando, Begoña Elizalde San Miguel.

¿Crisis demográfica o crisis de cuidados?, Ferran Muntané Isart.

¡Moveos, moveos, malditos! Migraciones en el siglo XXI en España, Andreu Domingo.

ACTUALIDAD

Ecoansiedad: de la parálisis a la acción climática y ambiental, Irene Baños Ruiz.

La desigualdad de la riqueza se ha doblado en el siglo XXI, según el Banco de España, Carlos Pereda.

EXPERIENCIAS

La iniciativa Erasmus Rural y el caso de Mas Blanco. Tejiendo las redes entre lo académico y lo rural, Nuria Salvador Fernández.

ENSAYO

El paradigma relacional, José Aristizábal G.

LECTURAS

RESÚMENES

 

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