Inflación en tiempos de distopía

La sección A FONDO del número 158 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global incluye un artículo de Albert Recio Andreu , profesor honorífico de Economía aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona, titulado Inflación en tiempos de distopía.

La crisis financiera de 2008 puso en evidencia la mala calidad de las políticas neoliberales y la fragilidad del capitalismo financiarizado. Quebró un sueño, y provocó pesadillas a millones de personas. No es que antes las cosas fueran maravillosas. Los problemas de todo tipo ya formaban parte de la vida cotidiana de mucha gente común en los países desarrollados (en el resto nunca ha habido una experiencia sostenida de bienestar).1 Cuando estalló la crisis, ya llevábamos unos cuantos años analizando la precariedad laboral, el desempleo masivo y el crecimiento de las desigualdades.

El auge constructivo que precedió al estallido de la burbuja inmobiliaria no había servido para garantizar una vivienda digna a todo el mundo. Más bien al contrario. Esto es indicativo del cúmulo de contradicciones que se generaron en esta fase de la acumulación capitalista, bien diferente al anterior período expansivo de la postguerra mundial. Sin contar que el crac bancario de 2008 había venido precedido por una serie de crisis financieras (la de 1997, la del efecto tequila, la rusa, la asiática, la de las punto.com…) que apuntaban a la existencia de una fragilidad sistémica del mundo financiero.  Que la mayoría de economistas de postín  no se hubieran enterado  dice más de hasta qué punto se habían creído su propia ficción, que del poder analítico de sus esquemas teóricos. Habían ayudado a edificar un campo jurásico que, como el del film de ficción, se transformó en un mundo invivible para mucha gente.

Desde el estallido de la crisis financiera el mundo rico entró en una continua repetición de sobresaltos. El resto del mundo nunca ha salido de ellos. El crac inicial fue, posiblemente menos grave en términos sociales de lo que vendría a continuación. La primera oleada de la crisis trajo consigo el consiguiente crecimiento del paro y en países como España, donde la burbuja inmobiliaria había sido especialmente intensa, la primera oleada de desahucios, que acabarían convirtiéndose en una cuestión endémica. En esta primera oleada se adoptaron modestas medidas de expansión del gasto público para paliar la recesión y, sobre todo, se optó por salvar a toda costa al núcleo del sistema financiero. La segunda fase, caracterizada por la imposición en muchos países de las políticas de austeridad, fue posiblemente más dura y de efectos más duraderos que la recesión inicial.  Sobre el pretexto del endeudamiento externo de muchos países –y el claro objetivo de proteger a los grandes bancos acreedores– se desarrollaron políticas neoliberales extremas, especialmente recortes drásticos del gasto público, reformas “estructurales” del mercado laboral y los sistemas de protección sociales, privatizaciones, etc. Los países que implementaron estas políticas, como España, experimentaron una segunda recesión, más profunda que la inicial, una pérdida de derechos sociales y una escalada de desigualdades.2  Al final solo una política monetaria heterodoxa implementada  por parte del Banco Central Europeo consiguió impedir que las políticas de austeridad acabaran generando una debacle económica colosal. Pero los efectos de aquellas políticas ya habían provocado importantes daños económicos y sociales de largo plazo: aumento de las desigualdades, de la precariedad laboral, del acceso a la vivienda, deterioro de los servicios públicos, etc.

Solo una política monetaria heterodoxa implementada por parte del Banco Central Europeo consiguió impedir que las políticas de austeridad acabaran generando una debacle económica colosal

Cuando los grandes organismos económicos decretaban la superación de la crisis del 2008, llegó la pandemia. Y provocó otra crisis económica, en este caso asociada a la promulgación de políticas sanitarias que frenaron en seco gran parte de la actividad productiva. La crisis de 2020 probablemente es la primera crisis capitalista en la que el detonante no es uno de los habituales “fallos de mercado”, sino una decisión gubernamental adoptada para atajar un grave problema sanitario. Por esto para muchos economistas del mainstream puede considerarse que se trata de un shock externo al funcionamiento normal de una economía capitalista. Analizado con más detalle, la cuestión es más compleja: la pandemia y su extensión tienen una relación bastante clara con las dinámicas de la globalización. Por una parte, la propia pandemia parece estar relacionada con la presión que experimentan los sistemas naturales que facilita el traslado a la especie humana de virus procedentes de otras especies. De otra, más obvia, la enorme cantidad de flujos interterritoriales de la economía global favoreció la rápida difusión de la COVID-19 generando, en un plazo muy breve, una crisis sanitaria universal. Una crisis que además ha puesto en evidencia los efectos del debilitamiento de los sistemas sanitarios públicos, la vulnerabilidad de los sistemas productivos superespecializados y las indecentes desigualdades de poder entre países y entre sectores multinacionales. Si en la crisis financiera los grandes gobiernos protegieron por todos los medios a los grandes bancos, en la crisis de la COVID-19 hemos asistido a una protección parecida de los derechos de propiedad de la industria farmacéutica. Al igual que la crisis anterior, la crisis de la COVID-19, si bien ha sido más corta en su duración, ha dejado un reguero de efectos secundarios no solo en términos de desigualdades, sino también de salud (especialmente el incremento de las enfermedades mentales que forman parte del marco endémico de las sociedades modernas).

Las respuestas sociales a estas crisis no han sido homogéneas por diversas razones. Apuntaré las que considero más relevantes. En primer lugar, aunque la crisis financiera y la crisis de la COVID-19 se han experimentado en todo el mundo, sus efectos han sido localmente diferentes. Tanto porque las estructuras económicas, políticas, sociales o el despliegue de los servicios públicos difieren de un país a otro como porque las respuestas políticas han sido en algunos casos diferentes. A ello contribuye de forma relevante el hecho que la propia economía política y económica mundial está jerarquizada y concede un mayor o menor grado de acción en función de la posición concreta de cada país. Esto ayuda a entender, por ejemplo, por qué a algunos países se les impusieron grados de austeridad mientras otros pudieron adoptar medidas más “socialdemócratas”.3 O porque la COVID-2019 fue más dramática en Estados Unidos que en Europa, por la inexistencia en el primer país de un verdadero servicio público de salud. En segundo lugar, las estructuras sociales de las sociedades capitalistas son hoy más complejas que antes, especialmente por lo que respecta a la población asalariada donde se han desarrollados segmentos sociales que mantienen situaciones laborales, de renta y estatus diferenciadas.  Ello implica que el impacto de las políticas y la crisis afecta de forma asimismo desigual a diferentes grupos de la población, lo que condiciona sus respuestas. Por ejemplo, el deterioro de la asistencia sanitaria pública está dando lugar a protestas y movilizaciones, pero también a una respuesta de salida en forma de aumento de la afiliación a los seguros médicos privados. Es obvio que esta última respuesta solo es viable para determinados niveles de ingresos y lo que puede acabar generando es una sanidad pública solo orientada al segmento más pobre de la sociedad. No se trata solo de posibilidades materiales, de poder de “salida” individual.

Los procesos de socialización y la propia experiencia laboral generan experiencias vitales que conforman la subjetividad individual y esta se traduce en respuestas sociales diferenciadas ante una misma situación de partida. En tercer lugar, la enorme transformación del proceso de socialización e información que incide en las formas como las personas se relacionan, captan la realidad, interaccionan y que por tanto influye en las respuestas que adoptan ante un mismo fenómeno. Destacar al respecto que estos cambios han tendido a debilitar las viejas formas de organización colectiva y, condicionan a muchos movimientos sociales.

 

Llegó la inflación y la guerra

La dinámica de los acontecimientos parece corresponder a un guión escrito por un autor de narraciones apocalípticas: después de la pandemia, la guerra.  El origen de la inflación –algo que nos remonta a décadas anteriores, en las que se produjo la eclosión de las políticas neoliberales– es incierto y está por dilucidar. En todo caso, se inició antes del estallido de la guerra de Ucrania. En todo caso, esta última ha servido para realimentar un incendio que ya estaba declarado.

No está claro el origen de la situación, es posible que sea una combinación de factores.  Hay un cierto paralelismo con la situación de los años 1970 en el hecho de que la subida de los precios ha sido especialmente pronunciada en los combustibles fósiles (petróleo y gas) y en las materias primas agrícolas. Sin embargo, en aquel momento el factor determinante fue la política de precios de la OPEP la que generó el impulso inicial y ahora no se detecta una actuación semejante. No hay un agente único al que culparle del alza.

Una de las explicaciones plausibles es la que asocia el crecimiento de los precios energéticos con las perspectivas de caída futura de la producción y la necesidad de recurrir a explotar yacimientos donde la extracción es más costosa.4 En una línea similar se situarían los que argumentan que el alza de las materias primas agrarias tiene en parte su origen en las peores perspectivas de cosechas provocadas por los efectos del cambio climático, así como por la dependencia que tiene la agricultura convencional de los combustibles fósiles y sus derivados.  En su conjunto estas hipótesis pondrían en relación diversos elementos de la crisis ecológica –crisis energética, cambio climático– con el proceso inflacionario. De ser ciertos, estarían indicando que tras el alza de precios hay un problema de incremento de costes y de carestía de materiales que apuntan a un problema fundamental del futuro: la imposibilidad de mantener un modelo productivo en el que el despilfarro de recursos es una condición esencial de su funcionamiento.

El funcionamiento real de las economías capitalistas es demasiado complejo para atribuir toda la carga del proceso a un solo elemento. Los procesos de fijación de precios son mucho más variados que los simplistas modelos de adoctrinamiento económico. Lo podemos constatar en el caso de los precios eléctricos donde el precio final es el resultado de una particular regla –en este caso determinada por normas públicas– que ha permitido convertir las alzas del aumento del precio del gas en un negocio redondo para las eléctricas. A pesar que el gas solo representa una parte menor del proceso de producción eléctrica y que, como se ha mostrado en España, durante muchos días las centrales a gas no han intervenido en la producción. Los derechos de propiedad de que gozan las eléctricas les permitía “ofrecer” la energía de origen hidráulico a un precio ligeramente inferior al del gas (con el efecto colateral que en pleno agosto vaciaron pantanos con el consiguiente impacto ambiental). El escándalo de las eléctricas lo conocemos porque su sistema de precios depende de  una regulación pública, pero los oligopolios de diverso grado operan en gran parte de sectores posiblemente con mayor opacidad que el caso comentado.

En la medida que la mayor inflación se concentra en energía y alimentación obliga a considerar cómo operan estos oligopolios

Sin una investigación específica sobre el funcionamiento de mercados concretos va a resultar difícil saber cuáles han sido los motores desencadenantes de la inflación actual.  En algunos casos puede que se trate de un efecto “rebote”, de una actualización de precios para cubrir las caídas que las empresas tuvieron que hacer en plena pandemia (por ejemplo, en el sector de hostelería y restauración). También, que los distintos bloqueos que se forman en los cada vez más saturados circuitos logísticos y los parones experimentados en diversos momentos en la gran fábrica del mundo –China– pueden dar lugar a aumentos de precios. Pero en la medida que la mayor inflación se concentra en energía y alimentación obliga a considerar, más allá de los elementos estructurales ya señalados, la forman como operan estos mercados, los oligopolios que operan en los mismos, los elementos especulativos habituales en los mercados de futuros.

La invasión rusa de Ucrania realimenta estas tendencias y ofrece justificaciones a los especuladores de siempre.  Todas las guerras son situaciones propicias a la inflación y la especulación. El papel que tienen Rusia y Ucrania en el suministro mundial de petróleo, gas, cereales y aceite de girasol impactan en los mercados y generan respuestas que refuerzan estas tendencias: busca de suministros alternativos de mayor coste, acaparamiento, etc. También la guerra estuvo presente en el episodio inflacionario desatado en 1973, aunque la corta duración de la guerra del Yom Kipur no explica por si solo el cambio; más bien fue una cobertura de un proceso económico de mayor alcance.  Pero de nuevo la combinación de guerra –que puede evolucionar hacia situaciones mucho más peligrosas y ya está sirviendo de coartada para un rearme criminal– e inflación, nos sitúa en una perspectiva de enorme riesgo.

 

La inflación en el contexto actual

Que suban los precios no siempre tiene la misma importancia y gravedad. Depende del grado en que lo hacen y cómo afecta a diferentes grupos sociales.  Si todas las rentas y los precios estuvieran indexados, la inflación no tendría ningún impacto distributivo. Si, por ejemplo, subieran precios y salarios al mismo ritmo, pero no se pudieran indexar los alquileres y los productos financieros, gran parte de la gente mejoraría su nivel de vida a costa de los rentistas. Siempre hay que analizar qué precios suben más que otros, quienes tienen capacidad de indexar sus ingresos y quiénes no. La inflación, además de un fenómeno monetario, tiene un importante papel distributivo. Si lo único que ocurre es que sube el precio de unos determinados productos y el resto se mantiene inalterado, los vendedores de estos productos encarecidos aumentan sus ingresos a costa del resto. Pero a menudo un aumento inicial genera una cascada de respuestas por lo que los aumentos se transmiten a la mayoría de bienes y servicios y se acaba generando un proceso inflacionario sostenido en el tiempo. Como habitualmente no todos los que intervienen en el mercado tienen la misma capacidad de trasladar los aumentos de precios casi todo proceso inflacionario acaba con ganadores y perdedores. Y en tanto dura genera muchas tensiones que, en el momento presente, son especialmente peligrosas.

En primer lugar llegamos a esta nueva situación tras un largo período de caída de las rentas del trabajo como resultado combinado de las políticas adoptadas en el período anterior, los cambios en la estructura y organización del trabajo, el debilitamiento de la acción colectiva. En el caso de España, las rentas salariales perdieron cinco puntos del PIB tras la crisis anterior y los salarios de amplios sectores se encuentran a niveles sustancialmente bajos. Ahora una gran parte de convenios colectivos carecen de los mecanismos de indexación salarial que protegen de la inflación. Por tanto hay muchas posibilidades que este proceso aumente las desigualdades y amplíe la devaluación salarial.

En segundo lugar, no se puede perder de vista que el control de la inflación constituye el único objetivo que institucionalmente se ha encomendado al Banco Central Europeo.  Su obsesión antiinflacionaria y su despreocupación por otras cuestiones como el desempleo está en el origen de las perversas políticas de austeridad. De hecho, en los primeros años de la crisis, cuando se produjo un repunte de los precios energéticos el BCE optó por una subida de tipos de interés que no hizo más que ahondar los problemas. En especial con esta operación aumentó el coste de las hipotecas y ayudó a precipitar la crisis de impagos que sigue pesando en los problemas de vivienda de mucha gente. El problema no es solo la fijación de las autoridades monetarias por la inflación, sino que la considere como una cuestión monetaria para la que solo tiene un instrumento a utilizar: la subida de los tipos de interés. Cuando escribo estas notas ya sabemos que se va a poner en marcha este mecanismo. Y la subida de los tipos de interés tiene un efecto devastador para los deudores (entre los que se encuentran las haciendas públicas de los países que experimentaron más duramente la crisis anterior y los tenedores de hipotecas) y para el empleo. Es más o menos como algunas terapias contra el cáncer que no solo atacan al tumor sino a todo lo que tiene alrededor. Y además, resulta particularmente inútil para hacer frente a las causas profundas de una inflación generada por problemas de abastecimiento, sobreuso de recursos y maniobras oligopolistas. Puede que al final volvamos a experimentar una nueva versión de las viejas políticas de austeridad.

Hay muchas posibilidades de que este proceso inflacionario aumente las desigualdades y amplíe la devaluación salarial

En tercer lugar, en la medida que la inflación se produce de forma descentralizada y la capacidad de respuesta es muy desigual para diferentes grupos de personas favorece la propagación de tensiones sociales, en muchos casos parciales, focalizadas en los problemas específicos de cada grupo. Estas ya son visibles y pueden alimentar protestas radicalizadas en las formas, cohesionadas por identidades de grupos particulares, y, al mismo tiempo,  sin un horizonte claro de respuesta. No se puede pasar por alto que, en muchos países, algunas de las protestas más sonoras se han producido como respuesta a los aumentos de los precios de los combustibles, al estilo de los chalecos amarillos. La incapacidad de dar respuesta con las políticas actuales refuerza además el desprestigio de los gobiernos y favorece culturas autoritarias y antidemocráticas.

Los economistas suelen dar importancia a otros efectos de la inflación tales como la pérdida de competitividad exterior, cuando un país tiene un importante diferencial de inflación respecto a los países de su entorno comercial –lo que no es el caso en el momento presente–, así como su impacto sobre las decisiones de inversión en la medida que las fuertes variaciones de precios aumentan las incertidumbres en una actividad ya de por sí compleja (o generan un desplazamiento hacia bienes especulativos que los inversores consideran más seguros). Pero en el momento presente considero que los problemas centrales se encuentran en el peligro de que la inflación actual refuerce la tendencia a las desigualdades y aumente la pobreza, se traduzca en nuevos recortes de las políticas públicas por el problema de la deuda y sea una fuente de deslegitimación democrática que genere un conflicto social descontrolado.

La cuestión más importante con todo es que en el actual marco de diseño de las políticas económicas es imposible hacer frente a los problemas que generan la inflación actual porque se ha renunciado a los mecanismos que serían necesarios para hacerlos.  En concreto, sigue sin desarrollarse una política que tome en consideración el conjunto de cuestiones que plantea la crisis ecológica y adopte medidas para que esta no acabe generando una verdadera catástrofe social. Y también se ha renunciado a intervenir en los mercados concretos para atacar los oligopolios que son los principales generadores del modelo de capitalismo rentista que condiciona las vidas de millones de personas.

 

Cómo encarar la nueva convulsión

La inflación actual suma sus efectos y los reactualiza.  La crisis de la deuda vuelve a ser una amenaza, que nunca desapareció, con el previsible aumento de los tipos de interés. Sin un potente giro de guión, se profundizarán las ya insoportables desigualdades y se abren las puertas a salidas reaccionarias de la situación.  Por esto es necesario pensar en qué tipo de respuestas pueden ser más adecuadas para hacer frente a estos peligros.

De entrada hay que recordar que la inflación no es un proceso homogéneo. Los habituales parámetros utilizados para medirla (IPC, deflactor de la renta) son meros índices construidos a partir de seleccionar una serie de productos, darles un peso en la cesta de la compra y medir la variación de cada precio. Su valor puede cambiar simplemente cambiando sus componentes (por citar un caso relevante, durante muchos años el precio de compra de vivienda no se ha tenido en cuenta en la elaboración del IPC porque se consideraba una inversión, esto tendía a subvalorar el crecimiento real del coste de la vida en momentos en que gran parte de la población destinaba una parte sustancial de sus ingresos a la compra de vivienda). De la misma forma tampoco las subidas del IPC afectan por igual a cada persona o grupo familiar. Las estructuras de gasto son tan variadas como los cambios en los precios, y por esto, un mismo aumento afecta de forma desigual a gente con diferente tipo de consumo. Por ejemplo, el aumento del precio de la gasolina no reduce la renta de quién nunca utiliza el coche, el de los alquileres a quién vive en una vivienda propia, el de los viajes a quién nunca hace turismo. Tener una evaluación precisa del impacto personal es complicado, pero hay la posibilidad de generar un conocimiento aproximado a partir de las informaciones que ofrecen las estadísticas de gasto familiar. Y en el momento actual la evidencia es que la inflación afecta más a las rentas más bajas (por el aumento del suministro doméstico de energía y de los alimentos).5

Sin un potente giro de guión, se profundizarán las ya insoportables desigualdades y se abren las puertas a salidas reaccionarias de la situación

Las propuestas oficiales, ante el temor a que las subidas de precios se retroalimenten y conduzcan a una inflación descontrolada, oscilan entre dos únicas alternativas: la ya comentada del ajuste monetario, que conlleva un aumento del desempleo, y la más “socialdemócrata” de un pacto de rentas en las que, teóricamente, empresarios y trabajadores aceptan una reducción de renta real y renuncian a trasladar los aumentos de precios de los mercados internacionales a precios y salarios, con el objeto de impedir que se desarrolle una espiral inflacionista. Es cierto que esta segunda alternativa es menos salvaje que la monetaria, pero es difícil que se produzca y contiene en sí misma problemas importantes.

En el caso de las rentas salariales el compromiso habitual es sencillo, aceptar aumentos de salarios inferiores  a la inflación. Lo mismo puede aplicarse a las prestaciones públicas: se puede acordar que el aumento de las pensiones es más moderado que el de la inflación.  Mucho más difícil es el control de  las rentas empresariales. Mientras las empresas tienen autonomía para fijar precios no es claro cómo se pueden limitar sus rentas. Por esto, una fórmula utilizada es la de limitar el reparto de dividendos. Lo que no es en absoluto una moderación de rentas puesto que la parte de beneficios no repartidos quedan en la empresa y pueden ser recuperados posteriormente con fórmulas diversas (dividendos extraordinarios, devoluciones de capital, etc.). Tampoco suelen figurar en las políticas de rentas la desindexación de los alquileres –algo que debería hacerse en todo proceso inflacionario porque los rentistas ven actualizadas sus rentas sin aportar nada nuevo a la sociedad–. Muchas políticas de rentas acaban siendo un eufemismo de moderación salarial. Una moderación tanto más injusta porque los salarios llevan más de una década acumulando caídas y una parte de la población asalariada se ubica alrededor de la frontera que marca la línea de la pobreza.

Un pacto de momento no parece posible porque los sindicatos son conscientes de la reducción salarial experimentada en los últimos años y por esto siguen exigiendo acuerdo que garanticen el mantenimiento o recuperación de la renta real. Los empresarios tampoco están muy dispuestos al acuerdo no solo por el temor que les llevara a hacer concesiones y porque se sienten en una posición de fuerza real (propiciado por reformas laborales, la externalización de actividades, las nuevas tecnologías de la información, el lavado de cerebro cultural…) que no les obliga a ofrecer concesiones innecesarias para sus intereses.

Evitar que la inflación derive en otro desastre social exige aplicar una visión diferente a la de la economía convencional y tratar de responder a las cuestiones básicas que están presentes en la situación actual. En la sección anterior he tratado de destacar tres cuestiones básicas: el aumento de las desigualdades que provoca el proceso actual y que solo refuerza dinámicas anteriores; la importancia de las estructuras olígopólicas que generan hiperbeneficios en manos de determinados grupos y que en muchos casos dependen de las regulaciones institucionales en vigor; y por último, y quizás más relevante, la conexión de la inflación actual con el modelo productivo dominante, especialmente enfrentado a una crisis ecológica multiforme, con especial incidencia en la falta de materiales y los problemas derivados de la crisis climática.

La cuestión distributiva central es la de reducir las desigualdades elevando sobre todo los ingresos bajos y medios. Aunque la inflación afectará a todo el mundo por igual no es lo mismo una pérdida del 5% del poder adquisitivo para alguien con ingresos elevados que para quien esta en situaciones de subsistencia. Por esto, es básico que se plantee una política de garantía de ingresos a las rentas más bajas y pensar cual es la forma mejor de articular la medida. Es difícil que ello se consiga en la negociación colectiva directa, entre otras cosas por el bajo poder sindical en los sectores de bajos salarios, que coinciden en muchos casos con grupos empresariales sometidos a su vez al poder de los grandes grupos. Se podría diseñar una extensión de la renta básica financiada con un impuesto a las rentas altas, aunque los esquemas concretos habrá que estudiarlos a fondo, así como incluir reformas del sistema público que permita que estos derechos topen con una pared burocrática como ya ha ocurrido con la puesta en marcha del Ingreso Mínimo Vital (IMV), y en otros muchos casos.

Hay que combatir los oligopolios, los variados mecanismos que generan rentas excesivas en detrimento de la colectividad

En segundo lugar, hay que combatir los oligopolios, los variados mecanismos que generan rentas excesivas en detrimento de la colectividad. En unos casos sabemos, como el ya comentado de la electricidad, de la existencia de un mecanismo de fijación de precios inadecuado, o de una sobreprotección excesiva a los derechos de propiedad, como en el caso de las patentes farmacéuticas. Hay mucho espacio de reforma en este campo. Hasta ahora inexplorado porque partimos de un mundo institucional que sobreprotege a la propiedad privada y de una cultura económica que recela de todo lo que suponga intervenir en los mercados. Hace tiempo que perdió fuerza el viejo populismo antimonopolista y en la academia se enterró a la vieja política industrial. Un primer paso debería ser el contar con buena información y trasparencia sobre cómo funcionan realmente los distintos mercados, la trazabilidad de las rentas, donde están los cuellos de botella. Sin buena información es imposible actuar con buen tino. Y analizar todas las regulaciones que inciden en la formación de los precios y de los derechos de los diferentes participantes en la sociedad. Y reformar lo que fuera necesario o imponer impuestos elevados allí donde se detectan rentas parasitarias. No es una política sencilla, sabemos del poder organizado de los lobbies empresariales, de su brutalidad a la hora de defender sus privilegios, pero es precisamente ahora cuando esta línea de actuación resulta más necesaria y tiene más posibilidades de conseguir audiencia.

Y está, sin duda, la cuestión más crucial. La que plantea la crisis ecológica. Si puede discutirse que esta sea el desencadenante de la actual inflación debe tomarse como un aviso de lo que vendrá en un futuro próximo. Porque es indudable que, en una crisis de oferta de energía y materiales, una sucesión de malas cosechas acaba siendo traducida en alzas de precios. Si percibimos que los precios son un mecanismo de racionamiento, que raciona en función de la renta de cada cual, resulta obvio que esta va a ser una de las conexiones entre crisis ecológica y desigualdad. Por esto es urgente adoptar reformas e iniciativas que puedan favorecer unas formas de producción y consumo adaptadas a los límites de nuestro planeta, sin desigualdades insoportables. Hasta ahora, gran parte de lo que se ha llamado transición verde es solo un intento de prolongar las estructuras actuales, los negocios fundamentales en un nuevo contexto. Por ejemplo, en los planes Next Generation se dedican grandes sumas a financiar el coche eléctrico, mientras no hay una sola partida sustancial para el transporte colectivo y la remodelación de las pautas de movilidad. Hace falta mucho más, y la inflación va a ser una de las manifestaciones de las contradicciones de las políticas actuales. En este replanteamiento de la organización productiva debe incluirse también el cuestionamiento de la hiperespecialización espacial generado por la globalización y que no solo es fuente de crecientes embotellamientos, sino que también impide los intentos serios de generar circuitos cerrados y minimizar despilfarros.

El episodio actual es una etapa más de una dinámica económica que lleva años generando desastres, víctimas, malestar. Es el resultado de un modelo de globalización cuyas contradicciones y costes son cada vez más visibles. Pero que hasta el momento ha podido sobrevivir recurriendo a políticas de parches ad hoc, a la propia inercia social, al monumental esfuerzo cultural y propagandístico del marketing, a las políticas de control social y, sobre todo a la ausencia de proyectos transformadores capaces de dar cuenta de la complejidad de los problemas y de generar dinámicas sociales suficientemente poderosas. Sabemos dónde están los problemas, pero no tenemos claras las respuestas.  Pero hemos llegado a un punto donde esta ausencia puede abrir paso a dinámicas sociales aún más perversas y peligrosas. Toca pensar, proponer, experimentar, transformar, organizar.

 

Albert Recio Andreu es profesor honorífico de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona.

Acceso al artículo completo en formato pdf: Inflación en tiempo de distopía.

NOTAS

1 Por ejemplo, el libro de Andrew Glyn, Capitalismo desatado: finanzas, globalización y bienestar,  FUHEM/Catarata, Madrid, 2010, publicado inicialmente en 2006, antes del estallido de Lehman Brothers, ya adelantaba cuestiones que después se mostraron relevantes.

2 El libro de Mark Blyth, Austeridad. Historia de una idea peligrosa, Crítica, 2014, analiza con detalle el proceso que llevó de la crisis de 2008 a las nefastas políticas adoptadas por la UE en 2010.

3 En Steffen Lehndorf, El triunfo de las ideas fracasadas. Modelos de capitalismo europeo en la crisis, FUHEM/Catarata, 2015 se compara el diferente modelo de acción aplicado en diez países europeos.

4 Sobre esta cuestión inciden diversos trabajos de Antonio Turiel publicados en su blog Oilcrash.

5 Como apuntaba el artículo sin firma de Eldiario.es de 17 de enero de 2022, «La batalla por subir los salarios en 2022 está servida», basado en parte en el trabajo de Luis Ayala y Olga Cantó, Radiografía de medio siglo de desigualdad en España, Observatorio Social de la Caixa, 2022.

 

 

 

 

 


El malestar en época de crisis concatenadas

José Antonio Corraliza, catedrático de Psicología social en la Universidad Autónoma de Madrid, escribe para el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global sobre algunas claves psicosociales para comprender el malestar producido por la experiencia vivida de crisis concatenadas en los últimos años.

El malestar en época de crisis concatenadas: algunas claves psicosociales analiza como las expectativas y planes de muchas personas y el ritmo de su propia vida cotidiana se han visto truncados. El síntoma más evidente puede describirse como sensación de malestar con múltiples indicadores económicos, emocionales y de salud mental. Se mencionan algunos indicios de las alteraciones de la salud mental y el bienestar. Y se proponen algunas claves descriptivas de este malestar como la incertidumbre, la parálisis de la acción y el vacío existencial.

Vivimos momentos de incertidumbre, que se convierte en angustia.

Siempre me ha fascinado la seguridad existencial de algunas personas a la hora de planear su vida y, sobre todo, a la hora de explicarse las circunstancias de sus decisiones. Durante un tiempo, he tenido que visitar periódicamente un centro de fisioterapia en el que me obligaban a permanecer durante más de una hora sin poder hacer gran cosa. Escuchaba las conversaciones que se mezclaban en ese ambiente de aparatos y de idas y venidas pausadas. En cierta ocasión, un grupo de personas hablaban, escandalizados, de la decisión que un conocido común había tomado en su vida. Y realmente no lograban ponerse de acuerdo en la explicación de esa decisión. Hasta que una persona de autoridad (la propia fisioterapeuta) dijo que «eso es la costumbre». Todos aceptaron la explicación como explicación definitiva. Me di cuenta, una vez más, del modo en que engañan las falsas respuestas que agotan el caudal de interrogantes ante una situación.

Una sensación similar tuve cuando leí, hace años, el best-seller sobre economía de J. K. Galbraith, titulado La era de la incertidumbre.1 En el prólogo de ese libro, Galbraith, aun asumiendo el éxito de imagen de un título así (que, por ejemplo, le reportó incluso una serie de televisión en la BBC sobre esta cuestión), se veía obligado a reconocer que, en realidad, todas las etapas de la historia de la humanidad podrían ser consideradas eras de incertidumbre. Y, sin embargo, hay momentos en los que las personas y los grupos sociales generan una atmósfera de incertidumbre que, a veces, puede llegar a ser tan intensa que se convierte en un rasgo característico y compartido de un espacio social en un tiempo dado. Quizás sea este uno de esos momentos en los que se comparte una cierta sensación de agobio y un clima generalizado de ansiedad por las circunstancias vitales. Y así, se termina asumiendo que, en efecto, estamos viviendo en una era de incertidumbre, cerrando el paso a indagaciones ulteriores sobre las causas de esa incertidumbre.

La más íntimas experiencias personales se ven atravesadas por la incidencia, a veces perturbadora, de la condiciones sociales de la existencia.

La respuesta, a diferencia de la que proporcionaba la fisioterapeuta en el caso anteriormente mencionado, no tranquiliza, sino que se convierte en un motivo de angustia más. Se traduce en un ansia infinita de que pase todo de una vez. Como el caso de Don Quijote cuando tranquilizaba a Sancho con una apelación, apenas explicable, en la conocida sentencia inspirada en el refranero popular: «Todas estas borrascas que nos suceden son señales de que presto ha de serenar el tiempo, y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal ni el bien sean durables, y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca».2

 

Amenazas y angustia

Estamos viviendo unos tiempos de borrascas encadenadas cuyos efectos inciden no solo en los ritmos existenciales y las rutinas de la vida cotidiana, sino, sobre todo, a la capacidad de elaborar los significados personales de las propias experiencias.  El filósofo alemán de origen surcoreano, Byung-Chul Han –aunque no acertó en muchas de sus predicciones sobre el fin de los riesgos bacterianos y víricos–, sugiere que este tipo de experiencias conducen al lamento personal de que nada es posible:3 «No-poder-más conduce a un destructivo reproche de sí mismo y a la autoagresión» (p. 31). El conjunto de rutinas que estructuran las vidas personales –y a las que se adhiere con intensidad la persona– se rompen y también se truncan las expectativas. Las condiciones sociales –de optimismo irracional extremo o de angustia existencial máxima– se acaban traduciendo en una sensación de parálisis a la hora de actuar: la persona activa, adopta un patrón de respuesta expectante, y la inquietud en un patrón de mirada borrosa, víctima de lo que el propio Han denomina la “guerra interiorizada”.

Esta guerra interiorizada incrusta las condiciones históricas en la propia biografía personal. Una idea similar ya fue planteada (en un libro originalmente publicado en 1959) por Charles Wright Mills,4 cuando planteaba la necesidad de elaborar constructos que permitiera analizar simultáneamente “historia” (experiencia colectiva) y biografía (experiencia personal), inquietudes personales y problemas de la estructura social. Las más íntimas experiencias personales se ven atravesadas por la incidencia, a veces, perturbadora, de las condiciones sociales de la existencia.

Este enfoque es especialmente relevante cuando el horizonte que describe el escenario vital es, en realidad, una fuente de incertidumbre, si no un telón de fondo de amenazas que alteran los planes personales trabajosamente construidos. Esto afecta especialmente en momentos de crisis reconocidas, como las actuales. Surgen, así, dos incisivas preguntas que afectan al bienestar existencial de las personas; la primera hace referencia a los riesgos personales en este tipo de circunstancias (¿cómo me afecta?) y la segunda a las estrategias de afrontamiento (¿qué puedo hacer?) y el eventual compromiso ante esa situación.

Además, a ello se suma la presencia de riesgos invisibles que se hacen visibles, como destacaba Ulrich Beck.5 Los riesgos más claros son los riesgos derivados de la desestabilización económica que se vive desde hace más de una década, los derivados del calentamiento global y el cambio climático, los riesgos sanitarios debido a los límites de la efectividad de medicamentos como los antibióticos, las guerras constantes y, por supuesto, los derivados de la pandemia de la COVID-19. Esta situación ha creado un contexto generalizado de incertidumbre sobre las causas y, en consecuencia, también de incertidumbre sobre las soluciones. La tentación es, sin más, como en el caso de la clínica de fisioterapia, conformarse con la falsa explicación de la incertidumbre, o, por el contrario, aunque no se pueda con las causas, indagar modestamente, al menos, algunas de las claves que describen las secuelas de la situación que vivimos.

Uno de los costes existenciales de la aparente adaptación a estas situaciones de crisis se traduce, precisamente en sentimientos (incluso íntimos) de malestar como consecuencia del desasosiego emocional vinculado a la incertidumbre y las expectativas frustradas. Nuestras biografías se llenan de planes truncados y la trama vital se convierte en una malla de hilos rotos, casi imposible de recomponer. Los costes de esta experiencia se traducen en síntomas de alteración de la salud, física, social y psicológica.

 

Indicios de malestar: la salud mental en riesgo

El lenguaje común apela con frecuencia a expresiones ilusorias, según las cuales cualquier problema, por grave que sea, tiene solución. Quizás (ojalá) eso sea cierto. Algunos especialistas, además, aluden a la casi infinita plasticidad de los recursos psicológico para adaptarse a cualquier situación. La cuestión es que la adaptación a situaciones de exceso de demanda –como son las crisis sucesivas que estamos viviendo– puede ser efectiva. En efecto, las personas de adaptan a situaciones más o menos extremas, pero esto lleva aparejado un amplio conjunto de costes que se traducen en alteraciones relevantes del bienestar físico y psicológico de las personas. Estos costes, en psicología, se reconocen con el término estrés. Uno de los aspectos en los que con más claridad se pueden identificar estos costes es en las alteraciones de la salud mental. Vamos a repasar algunos de los indicios sobre estos problemas, una selección de los cuales se recoge en la tabla 1.

En octubre de 2021, la Fundación Adecco (en colaboración con Johnson & Johnson) publicó un informe sobre salud mental,6 basado en una doble encuesta a 101 empresas de 21 áreas de actividad y a 234 demandantes de empleo con certificado de discapacidad por problemas de salud mental. En dicho informe ser reconoce, entre otros datos, que la OMS predice que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad en el año 2030. Y, por ejemplo, que el 64,6% de los encuestados considera que la crisis de la COVID-19 ha empeorado mucho o bastante su salud (véase también la tabla 1).

 

Tabla 1. Algunos indicios del impacto en la salud mental de los cambios de los últimos años

IndicadoresFuente
·        El 25% de la población sufrirá algún trastorno de este tipo a lo largo de su vida.

·        El 64,6% cree que la crisis de la Covid-19 ha empeorado mucho (35,6%) o bastante (29%)  su salud.

Fundación Adecco y Johnson & Johnson (2021). Un empleo para la #SaludMental.
a) Trastorno depresivo mayor:

•       Incremento adicional: 27,6% de (53,2 millones, -44,8 a 62,9-), por la Covid-19.

•       La tasa de incidencia por 100.000: 3252,9 casos (2722,5 a 3654,5).

b) Trastorno de ansiedad general:

•       Incremento adicional: 25,6% (76,2 millones -64,3 a 90,6-).

•       La tasa de incidencia por 100.000: 4802,4 casos (4108,2- 5588,6).

COVID-19 Mental Disorders Collaborators (2021) The Lancet, 398(10312): 1700-1712. DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)02143-7
·        Los trastornos de ansiedad en España: 6,7% de población (8,8% en mujeres, 4,5% en hombres).

·        TDAH en España: 40% de las consultas de especialistas en neuropediatría.

·        Estimación ansiedad en la población infanto-juvenil (OMS): entre un 5% y un 8%.

Sistema Nacional de Salud (2020, diciembre). Salud mental en datos. BDCAP-Series 2.
a) Buena salud física autoinformada:

·        En 2017: 86,7%

·        En 2020-21: 54,6%.

b) Trastornos mentales en la juventud:

·        En 2017:  6,2%.

·        En 2020: 15.9%.

c) Ideas suicidas en la juventud:

·        En 2019:5,8%.

·        En 2021: 8,9%.

·        35,4% lo ha pensado alguna vez

d) Otras alteraciones:

·        56%: Dificultad para concentrarse y control de impulsos (edad 15-20).

·        47%: Inquietud/desasosiego (edad 20-24).

·        38%: irritación, explosividad (edad 20-24).

·        48%: cansancio y apatía (edad 20-24).

·        45%: miedo e incertidumbre ante el futuro (edad 20-24).

·        44% dificultades para dormir (edad 20-24).

Sanmartín, A., Ballesteros, J. C., Calderón, D. y Kuric, S. (2022), Barómetro Juvenil 2021, Madrid: Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, Fundación FAD Juventud.

(ver también: https://www.alimente.elconfidencial.com/bienestar/2022-06-03/peor-salud-fisica-y-mental-jovenes-espanoles_3435341/)

 

•       Tasa de emancipación juvenil: El 14,9%. de las personas jóvenes está emancipado.Consejo de la Juventud de España (2021).

Fuente: Elaboración propia

 

Un trabajo, publicado en la revista Lancet,7 realizado por un equipo internacional de investigadores sobre trastornos mentales y COVID-19, basado en una revisión sistemática de 40 estudios publicados entre enero de 2020 y enero de 2021 en todo el mundo, concluye que globalmente se ha producido un incremento adicional de 53,2 millones de casos adicionales de trastorno depresivo mayor (un incremento del 27,6%) como consecuencia de la pandemia. En este mismo estudio se apunta el dato de que el incremento adicional de trastornos de ansiedad es del 25,6% (esto supone una cantidad absoluta estimada de 76,2 millones de personas afectadas). Los cálculos, bastante rigurosos, de este este estudio no permiten, sin embargo, estimar cuánto de este crecimiento de las tasas de depresión y ansiedad se deben a efectos exclusivos de la pandemia, y cuántos se deben al efecto acumulado de otras amenazas derivadas de la crisis económica desencadenada después de la caída de Lehman Brothers (2008), de las ocasionadas por otras alertas sanitarias, las guerras en el mundo, los movimientos migratorios forzados o las amenazas derivadas del calentamiento global y el cambio climático. Lo que parece claro, tal y como se recoge en la tabla 1, es que las vidas personales y los niveles de salud y bienestar están claramente marcados por las circunstancias extremadamente demandantes que estamos viviendo.

Otros indicadores recogidos en la mencionada tabla aluden a indicios sustanciales de alteraciones de los indicadores de salud mental que afectan a la población española. Llama la atención, por ejemplo, el registro de la incidencia de los trastornos de ansiedad generalizada en la población española que afectan al 6,7% de población total, con una diferencia en la incidencia entre mujeres (8,8%) y hombre (4,5%), según un informe de 2020 del sistema Nacional de Salud.8

Igualmente, merece la pena destacar que en la población juvenil española la tasa de incidencia de trastornos mentales en el año 2020 es del 15,9%, mientras que tres años antes esta tasa era del 6,2%, lo cual puede ser un indicador de la incidencia diferencial de los efectos de las crisis en grupos especialmente vulnerables. También llama la atención el incremento de la ideación suicida en tres puntos en este mismo grupo de edad. Estos datos, tomados del Barómetro Juvenil 2021. Salud y bienestar,9 y otros que se recogen en la tabla 1, según reconocen las personas encuestadas, son síntomas que están estrechamente relacionados con el estrés que les produce el trabajo y los estudios (63%) y la situación económica (51,4%). Teniendo en cuenta este tipo de datos, no puede llamar la atención la baja incidencia de otro indicador de vulnerabilidad de la población juvenil como el que se refleja en las dificultades de emancipación juvenil (solo el 14,9% de está emancipado), tasa esta que, según reconocen el informe del Consejo de la Juventud de España,10  es la tasa más baja de emancipación juvenil de las dos últimas décadas.

Los datos recogidos son un indicador de la soterrada situación de trauma compartido que se está viviendo. Y muestran, en conjunto, la extremada vulnerabilidad de grupos particulares y de la sociedad en su conjunto. En algunos foros de discusión, normalmente de personas acomodadas relativamente blindadas ante las más negativas secuelas de estas situaciones, se alude a la “generación de mantequilla”, para aludir a la escasa capacidad de resiliencia que algunos modelos educativos han generado en las nuevas generaciones y que contrastan con la capacidad de aguante y sacrificio de otras personas en otros momentos históricos. No puede ser más desenfocada esta alusión, como algunas otras muchas derivadas de superficiales libros de autoayuda. Realmente, las borrascas encadenadas que estamos viviendo no serán el fin del mundo, pero exigen de las personas y los grupos estrategias de adaptación y afrontamiento con elevados costes psicológicos, de los cuales los datos anteriores son solo indicios de las alteraciones globales que se están produciendo. Además de mostrar un bajísimo nivel de empatía ante el sufrimiento humano que estas crisis desencadenan, los acomodados líderes que argumenta estas ideas pretenden incrementar la responsabilidad individual en las consecuencias. Este argumento convierte a la víctima en su propio verdugo, agravando aún más los síntomas del estrés, al convertir la propia situación de malestar en un destructivo reproche a sí mismo, cuyas consecuencias se traducen en un incremento de los sentimientos de culpabilidad e, incluso, un motivo para la propia agresión.

Más allá de los síntomas, estos datos plantean la necesidad de recurrir a algunas claves que nos ayuden a mejor comprender estas situaciones de vulnerabilidad, que obviamente no pueden agotarse en la extensión limitada de este artículo. Algunas de estas claves son, en realidad, dimensiones emocionales vinculadas a la experiencia de estas situaciones de amenazas encadenadas que estamos viviendo, que actúan como lastre que dificulta comprender mejor la situación así como tranquilizar sobre nuestras capacidades personales para hacerles frente.

 

Clave 1. Tratar con la incertidumbre y miedo

El filósofo Han, antes mencionado, alude a que el prototipo ideal de la persona en las sociedades modernas (en el momento en el que él escribe, en el tránsito de siglo pasado al actual) es el del «sujeto del rendimiento». Y este referente, sin duda, ha planteado un horizonte axiológico basado en el planteamiento de metas y consecución de objetivos coherentes, basados en el principio de racionalidad en la gestión de la información disponible. Sin duda, este modelo es, en exceso, artificial y voluntarioso. Y todo ello se desmorona cuando la ecuación de metas-objetivos-acciones se llena del ruido que produce la incertidumbre extrema de una situación.

Pero, ¿por qué atribuir tantos efectos negativos a la exposición a situaciones de incertidumbre? En realidad, el funcionamiento psicológico está preparado para la acción en situaciones de incertidumbre. Algunos investigadores defienden, incluso, que la alerta que produce cualquier señal imprevista y sorprendente desencadena el mecanismo, evolutivamente adquirido, de la curiosidad. La curiosidad es un tipo de respuesta que pone en alerta a la persona ante el peligro que pudiera entrañar una señal o información imprevista. De hecho, como se ha escrito, la selección natural ha favorecido a los individuos más sensibles a las alarmas, sean reales o infundadas.  Dos psicólogos sociales, Haselton y Nettle, acuñaron en el año 200611 el término de «paranoia optimista». La paranoia optimista alude al hecho de que los costes de alarmarse inútilmente son, en términos funcionales, menores que los riesgos derivados de no alarmarse. Podría conectarse con el refrán castizo de «mejor prevenir que lamentar». En términos evolutivos, podríamos decir que los individuos de las comunidades de nuestros ancestros que se alarmaban por la rápida aparición de un nubarrón en el cielo y corrían a protegerse se adaptaron mejor que aquellos que despreciaron esa señal de alarma, que, de haberse producido, podrían haber tenido consecuencias fatales. El coste funcional de alarmarse es menor que el coste potencial de no alarmarse (que puede tener consecuencias irreversibles). Desde este punto de vista, el miedo ante señales inciertas no tiene nada de irracional; al contrario, constituye un recurso de sagacidad que asegura la supervivencia. En otras palabras, como reconoce Gérald Bronner,  «somos descendientes de los miedosos».12

La paranoia optimista precisamente alude al sesgo de estimar de manera diferente el estado personal de la situación social. De hecho, como sugieren los autores, este fenómeno del optimismo paranoico predice «paranoia sobre el entorno, pero optimismo sobre uno mismo». Y Haselton y Nettle, en el artículo antes citado, reconocen que hay evidencias en la literatura que sugieren este doble rasero. Y citan varios de estos trabajos.13 Por ejemplo, un metaanálisis de más de 70 estudios de satisfacción con la vida de nueve países muestra que las personas tienden a creer que su propia vida está mejorando, al mismo tiempo que creen que la vida en general en el país donde viven está empeorando.14 Igualmente, citan el trabajo de McKenna,15 en el que se confirma que las personas creen que tienen menos riesgo de ser víctima de un accidente de coche si son conductores, pero no son pasajeros. Este mecanismo regulador se ve afectado por la intensa propaganda del terror, tal y como describiera hace algunos años Naomi Klein.

Este fenómeno de la paranoia optimista debe tranquilizar sobre el papel adaptativo del miedo, procurando evitar el miedo a tener miedo. Pero, este enganche, de origen evolutivo, con los mensajes alarmantes tiene un efecto perverso que deriva del hecho de que concede a aquellos que actúan como “productores del miedo” una “ventaja competitiva”. Y esta ventaja competitiva, además, se justifica en que, como se ha mostrado en la psicología social, las informaciones negativas son más seguidas que las positivas.16  Es mucho más probable que se sigan los mensajes de miedo e incertidumbre que cualquier otro mensaje. Esta idea ya fue anunciada por Naomi Klein en su libro de 2007,17 donde anunciaba la difusión de mensajes de miedo como estrategia controladora de las respuestas de las personas antes situaciones difíciles, explicando el contexto político y económico de este abuso del miedo que ella denominó la «doctrina del shock».

Así pues, más allá de visiones conspiranoicas, a mí me preocupa que, frente a los discursos infundados que prometen futuros felices de estética Disney, se generalice lo que Bronner ha denominado el «embotellamiento de temores», que agotan la capacidad de respuesta humana ante las situaciones de desastres y que pueden describir la sensación de falta de futuro que muchas personas tienen en el momento presente.

¿Cómo nos percibimos a nosotros mismos en estas situaciones? El rasgo más característico que emerge es precisamente el de la indefensión, la creencia en la imposibilidad de afrontar estas situaciones, lo que explica alguna de las altas tasas de incidencia de trastornos de la salud mental que se comentaron anteriormente.  Frente a esto, hay que asumir, como condición normal de desenvolvimiento, un óptimo nivel de incertidumbre como una vacuna frente a la inoculación de temores y miedos infundados.

En otras palabras, hay que definir estrategias sociales y personales basadas en tratar (negociar) con un cierto nivel de incertidumbre, asumiendo compromisos y riesgos derivados de ello, pero sin caer en indefensión. No todo está asegurado, pero tampoco todo está condenado fatalmente. Un ejemplo que podría ilustrar esta reacción es la respuesta humana ante el calentamiento global. Obviamente, el riesgo y el miedo es real, y los factores que amenazan la supervivencia están relacionados con acciones, estilos de vida y patrones de organización económica y social, y no surgen como consecuencia de dinámicas autónomas de la naturaleza. Una difusión mera y descarnada de los mensajes de miedo puede hacer que las personas desconecten de los mismos y de las ideas y propuestas en que se apoya. Y, sin embargo, hay que negociar entre la inoculación del miedo y la difusión de información sobre las medidas de mitigación más adecuadas. No es suficiente el mensaje del miedo, aunque sea más probable que este sea el mensaje que llegue. Para negociar y tratar con la incertidumbre es decisivo abrir caminos a la acción y la intervención humana. Por eso, es muy importante recuperar el principio de la responsabilidad (básico en el ecologismo contemporáneo, como el de James Lovelock), que no solo conduce a imaginar siempre lo peor, sino a asumir los cambios en los patrones y estilos de vida que puedan mitigar o evitar el potencial colapso. Siempre habrá algo que se pueda hacer y, de hecho, el miedo no es necesariamente paralizante, si va acompañado de la difusión de estrategias que refuercen la adopción de medidas de afrontamiento sin renunciar a establecer consecuencias.

Tabla 2. Contradicción en la opinión sobre política y cambio climático

Pregunta 17

Y, ¿Qué importancia, mucha, bastante, poca o ninguna, cree Ud. que deberían dar en sus programas los partidos políticos españoles a luchar contra el cambio climático?

Mucho36,9
Bastante24,7
Poca9,5
Ninguna3,2
N.S.5,3
N.C.0,6
(N)(2.974)

 

Pregunta 18

En general, ¿Cuánto influye en usted la problemática ecologista y medioambiental la hora de vota por un partido político o por otro: mucho, bastante, poco o nada?

Mucho7,4
Bastante24,7
(NO LEER) Regular10,8
Poco30,2
Nada20,7
No sabe, duda5,5
N.C.0,7
(N)(2.974)

 

Fuente: CIS.18

Un caso claro de esta contradicción podemos observarlo en los datos de uno de los estudios del CIS sobre el cambio climático de 2018. En este estudio (véase la tabla 2), observamos el registro de dos datos esencialmente contradictorios. Cuando se pregunta a la muestra de participantes hasta qué punto considera conveniente que los partidos políticos introduzcan en sus programas medias de lucha contra el cambio climático, se obtiene que un porcentaje superior al 80% de las personas encuestadas creen que es muy y bastante necesario. Sin embargo, cuando se pregunta hasta qué punto tiene en cuenta las propuestas sobre medio ambiente en general a la hora de votar, el porcentaje de personas que lo tienen en cuenta bastante o mucho se reduce a poco más del 30%. Es un indicio claro de falta de “consecuencialismo”. O quizás es solo el reflejo de una cierto “ecofatalismo”. La tendencia al ecofatalismo refuerza el carácter inevitable de los datos de la evolución del cambio climático. El ecofatalismo no se basa en el miedo y en la incertidumbre, sino en la certidumbre del desastre inevitables, del “naufragio inminente” que ya se está produciendo.

Y esto se relaciona con la segunda de las claves que quiero mencionar: la parálisis de la acción,

 

Clave 2. Parálisis de acción: «bostezando en el Apocalipsis»

En el año 2018, dos psicólogos de la Universidad de Cambridge escribieron un pequeño artículo titulado «Bostezando en el Apocalipsis».19 Intentan explicar la falta de respuesta ante la gravedad de algunas de las amenazas, especialmente las derivadas del cambio climático. En realidad, la imagen que sugiere este trabajo intriga más que aclara. Pero, sin duda, plantea una cuestión relevante sobre las razones de la aparente inacción ante los graves problemas actuales, incluidos, por supuesto, los de la emergencia climática. Para más enganche, proponen una interesante interpretación del cuento sobre el cerdo y el cuervo del fabulista ruso Ivan Andreevich Krylov (1769-1844). Esta fábula cuenta la historia de un cerdo que, después de haber comido hasta hartarse las bellotas que están debajo de un roble, se dedica, jugueteando, a hozar las raíces del árbol dejándolas al descubierto. El cuervo le advierte del riesgo que eso supone para el roble, que podría llegar a secarse. Y el cerdo le replica: «a quién le importa un árbol cuando uno está harto de bellotas». Esta imagen ilustra la despreocupación por las consecuencias futuras de las acciones que se desarrollan buscando una ganancia inmediata y, en cierta medida, puede ser aplicable para definir algunas claves de la percepción humana de problemas como el cambio climático. Reposando después de una suculenta comida, uno queda inactivo ante los riesgos que atenazan el futuro. En efecto, una posible explicación de la falta de implicación se deriva de la incapacidad para estimar las consecuencias de las decisiones que se toman, así como de los hábitos que conforman los estilos de vida cotidiana.

Esta no es la única explicación de la inacción. William Rees publicó un artículo de divulgación en 2017 con el título «What, Me Worry? Humans Are Blind to Inminnent Environmental Collapse». Basándose en una contribución previa,20 aduce, como han hecho otros investigadores, que la cuestión no es tanto que no preocupe el cambio climático como que el problema es tan enorme e inabarcable que incluso las personas preocupadas se sienten impotentes y sin saber qué se puede hacer. De hecho, algunos autores como Glenn Albrecht han hablado de «ecoparálisis»21 y otros investigadores han señalado directamente la ansiedad por el cambio climático22 e, incluso, en algunas contribuciones se alude específicamente a la significación clínica de la ansiedad o preocupación por el cambio climático.23 Los resultados de este último artículo sugieren, entre otras cosas, que la ansiedad por el cambio climático no es infrecuente, especialmente entre los adultos más jóvenes, dato confirmado también con muestras adolescentes y jóvenes en nuestro país por un estudio que hemos realizado hace unos meses. Pero lo que me parece más importante de este artículo es que se confirma empíricamente que la ansiedad por el cambio climático está correlacionada con respuestas emocionales, pero no conductuales, ante el cambio climático. Y aquí nos encontramos, otra vez, con la inacción. Aunque sea exagerado decir que «bostezamos ante el apocalipsis», está claro que este elevado nivel de preocupación no cambia necesariamente las acciones de las personas. Aunque el problema obviamente preocupa y es objeto de interés, las causas y las consecuencias son realmente inabarcables y acaba suscitando intensas respuestas emocionales –como la compasión e incluso angustia– sin encontrar las estrategias para dar rienda suelta a estas respuestas emocionales.

Una vez más, la cuestión no se refiere solo a la dimensión real y objetiva de los problemas que nos atenaza, sino al modo en que percibimos (vale decir, “experimentamos”) los problemas de nuestra época. Y el rasgo más importante es que están fuera de nuestro control. La experiencia concatenada de crisis sucesivas refuerza, aún más, esta respuesta de indefensión que se asocia a pautas depresivas según las cuales no hay nada que hacer. De hecho, aunque sin connotación clínica, en muchos estudios de opinión se suelen registrar dos tipos de respuesta con frecuencias bastante elevadas. La primera podría ser etiquetada como ineficacia («cambiar mi comportamiento no tendrá efectos reales»); y la segunda, como desconocimiento («no sé lo que yo puedo hacer contra el cambio climático»). Por ejemplo, en un estudio de referencia de 2014 sobre cambio climático en España de GFK, estas categorías agrupan respectivamente el 24% y el 19% respectivamente del total de la muestra de participantes. En conjunto, el 43% de las respuestas. Especialmente relevante es la percepción de ineficacia de la propia acción, que refuerza el sentimiento de dependencia de la persona y desmotiva para implicarse en acciones que puedan tener impacto en las circunstancias de la propia existencia. La disminución del sentimiento de control sobre las situaciones avala la generalización de patrones de respuestas inactivas y la tendencia a la parálisis.

Esto se ve reforzado, en la situación actual, por la existencia de amenazas concatenadas y seguramente relacionadas entre sí. El mismo hecho de la proliferación de amenazas –económicas, sanitarias, ambientales y de todo tipo– redunda en la tendencia a convertirse en espectador y no en actor. Uno se refugia, agobiado por el exceso de exhibición de riesgos, en su propia esfera privada, rumiando incesantemente argumentos paralizantes y los juicios sobre la esterilidad de la acción misma. La tendencia a la inacción surge como consecuencia del exceso de señales, sean positivas o negativas. Un experimento que narra el psicólogo alemán Gerd Gigerenzer24 sobre el comportamiento ante un estante repleto de 24 productos (en este caso, confituras) y otro con solo 4 de estos productos, muestra que, obviamente, el estante con más productos ocupó más tiempo de atención de los clientes, pero suscito menos decisiones de compra. El segundo de los estantes atrae menos la atención, pero facilita diez veces más decisiones de compra que el primero. Es decir, es mucho más probable que adoptemos acciones efectivas en contextos no saturados que en situaciones que provocan un alto nivel de estimulación. Esta evidencia puede ser generalizada a otros muchos contextos, más allá del ámbito de comportamiento de compra del estudio original. Y, en efecto, en situaciones de demandas múltiples y excesivas, es mucho más probable que los planes de acción se paralicen, sea por miedo o por simple prudencia. O quizás como consecuencia del estado de confusión mental que puede generar estar expuesto a una ingente cantidad de señales que demandan nuestra atención.

Y, en momentos como los presentes, evidentemente hay muchas señales –la mayor parte de ellas de alerta– que llaman nuestra atención. En la sociedad digital podría pensarse en una excepción de esta regla que se refiere sobre todo al desplazamiento de nuestras intenciones de acción (o incluso nuestra indignación) a través de las redes sociales. Así, las redes sociales pueden llegar a convertirse en canales a través de los cuales se expresan, como si fueran acciones simuladas, dosis ingentes de indignación y cólera. Diversos autores (por ejemplo, Gerald Bronner, ya citado) han reconocido el interés, a este respecto, del comentario de Crockett en la revista Nature (Human Behaviour) de 2017 sobre la expresión de la indignación moral en redes sociales25 que, junto a muchas luces que presenta –expresión de críticas, ámbito de acciones fuera de circuitos controlados, etc.–,  puede tener un “lado oscuro” y servir como sustituto de acciones y compromisos efectivos, reducir los discursos sociales elaborados más productivos y, como este autor reconoce en sus conclusiones, «puede exacerbar conflictos sociales, deshumanizar a los demás y aumentar el riesgo de peleas destructivas».

 

Clave 3. Vacío existencial: soledad y solastalgia

La expresión de vacío existencial quizás resulte un tanto retórica, y, en efecto, lo es. Pero con ella quiero referirme a la experiencia de fragilidad que nos invade cuando sentimos que los puntales de nuestra existencia se desvanecen. Esencialmente, los dos puntales más importantes de nuestra existencia son la relación con los otros y la vinculación emocional y apego a los lugares que habitamos. Ambos referentes son cruciales en la construcción de la propia identidad. El vacío existencial, pues, fundamentalmente, se produce cuando se difumina los patrones de nuestra propia identidad por la falta de referentes sociales o la desaparición de los lugares que nos anclan al territorio.

La soledad. La disminución de los lazos sociales o la falta de apoyo social percibido constituye el primero de los eslabones que desencadenan esta experiencia de vacío existencial. Como es bien sabido, desde la vieja teoría de Cooley del «yo espejo», los otros son un apoyo fundamental en el manejo de nuestra propia vida. Sin ellos, sin su referencia, quizás nos convirtamos en ciclistas alocados que deambulan por una ruta sin sentido. Siempre me ha impresionado la imagen del conejo blanco que se describe en el libro Alicia en el país de las maravillas, y que mira compulsivamente su reloj insistiendo en que llega tarde sin que quede claro ni el motivo ni el destino, reflejando, mucho tiempo antes de que se describiera, el comportamiento ansioso compulsivo. La falta de referencias de la presencia, real o imaginaria, de los otros es una fuente de esta respuesta ansiosa. Así, emerge como un problema clave la denominada experiencia de soledad.

La soledad puede definirse como la experiencia subjetiva relacionada con la insatisfacción con las relaciones sociales esperadas. La soledad, por definición, es, pues, la experiencia de una persona que quiere abrirse a los demás y no tiene éxito, siendo, en mi opinión, redundante el uso de la coletilla “no deseada”.

Uno de los más interesantes informes sobre el sentimiento de soledad ha sido publicado en el año 2020, pero con datos referidos a 2018.26 Según este informe, el 10,2% de la población de Madrid (aproximadamente, 400.000 personas) se ha sentido sola siempre, casi siempre o bastantes veces. Y de ellos, el 21,5% viven solos, aunque también aparece este sentimiento en el 8,5% de las personas que viven acompañadas. De hecho, en algunos textos se ha etiquetado este problema como una verdadera epidemia en ascenso y un problema de salud pública.27 Según esta nota de Cacioppo y Cacioppo, publicada en la revista The Lancet, la experiencia de la soledad puede producir un 26% más de riesgo de mortalidad y, según su estimación, afecta a alrededor de un tercio de la población de los países desarrollados. Cabe imaginar que las condiciones vividas en la pandemia posiblemente hayan incrementado la tasa de población afectada, así como la gravedad de sus secuelas. También estos autores plantean algo que es lógico y es que, tanto las condiciones extremas de soledad como sus más graves efectos, están relacionado con variables como el nivel de ingresos, la educación, el género, la raza. Y en determinadas situaciones resulta contagiosa. La experiencia de la soledad también se explica por las condiciones estructurales de la sociedad.

La explicación de este fenómeno es bastante compleja y requiere recurrir a causas de nivel macrosistémico (como la organización espacial de los entornos urbanos), mesosistémico (como la disminución de la intensidad de los lazos comunitarios) y microsistémico (como quizás el exagerado aprecio de la autonomía individual en algunas etapas de la vida). Tanto las causas como las consecuencias deberían ser objeto de estudio, más aún después de la experiencia de la pandemia, en la que muchos grupos y colectivos se dieron cuenta de la vulnerabilidad añadida de las personas en soledad, acometiendo programas e iniciativas de apoyo social a las personas más vulnerables. En cualquier caso, la experiencia de la soledad no puede considerarse fruto exclusivo de una decisión personal (por rasgos caracteriales de la persona afectada o por el denominado síndrome del ermitaño), sino el reflejo de desajustes graves en el flujo de interacción social que se reduce también como consecuencia de la exposición a entornos gravemente afectados por la crisis económica, ambiental y sanitaria, entre otras. De los muchos efectos que se pueden registrar, uno de los más importantes en el desdibujamiento de la propia identidad como consecuencia de la falta de contacto social, sea intencional o no. De hecho, se hace necesaria una especie de cirugía social a través de programas comunitarios, intervenciones conductuales e incluso recursos online para hacer frente al problema de la soledad. Una de las potenciales consecuencias –además de los riesgos para la salud física y psicológica, así como el incremento de la fobia social– es, precisamente, la restricción del horizonte vital que, en algún lugar, se ha denominado déficit de futuro.

El apego al lugar y la solastalgia. El vacío existencial también puede estar motivado por la ruptura o el deterioro de la estrecha vinculación emocional que se construye en la relación con los lugares. De hecho, los lugares son un referente importante en la formación de la propia identidad. En la psicología ambiental se aborda este proceso con la etiqueta del apego al lugar,28 que ha sido estudiado especialmente –aunque no solo– en relación con el ambiente residencial. El apego hace referencia «al vínculo que las personas establecen con los entornos en los que llevan a cabo sus actividades diarias y el desarrollo de sus historias personales, donde la persona se siente segura y a salvo y en el que, por tanto, quiere permanecer».29 Este vínculo (unidireccional, a diferencia del apego social) supone establecer lazos afectivos con el entorno que acaba actuando como una extensión del propio yo. La cuestión es cuáles son los efectos que tiene la ruptura de este vínculo. Cabe imaginar que los efectos son corrosivos. De hecho, en este mismo artículo se apunta que «la mayoría de la evidencia disponible parece consistente al señalar que hay una influencia positiva del apego al lugar sobre la felicidad, independientemente tanto de que esta se conceptualice como calidad de vida, satisfacción con la vida o bienestar».30  En consecuencia, se puede deducir que la ruptura del apego al lugar puede afectar seriamente tanto al equilibrio emocional como al desempeño psicológico.

Un caso específico que podría relacionarse o deducirse del apego al lugar es el que se plantea con el concepto de solastalgia.31 Glenn Albrecht explica la génesis del término relacionando la primera parte del término con el verbo latino solari (aliviar, calmar, apaciguar) y la conocida terminación de origen griega de -algia para referirse al dolor o tristeza. De esta forma, el término, ampliamente reconocido, aunque aún poco investigado empíricamente, alude a la experiencia de desolación que puede describir, simultáneamente, el sentimiento personal de abandono por una crisis existencial y la apreciación de un lugar o un paisaje con un alto nivel de degradación y/o deterioro. Albrecht define la solastalgia como «el dolor y la angustia causada por la pérdida continuada de consuelo y la sensación de desolación producida por el estado actual del entorno y del territorio».32 Este tipo de emoción negativa genera una experiencia existencial de malestar que se produce como consecuencia de la observación de un cambio ambiental negativo que rompe el vínculo afectivo de la persona con el lugar. Es, en definitiva, el trauma producido por la destrucción del “sentido del lugar” que trabajosamente las personas construimos a lo largo de nuestra experiencia ambiental.  Se supone que ello se traduce, entre otras cosas, en una crisis existencial que afecta tanto a la persona como a las comunidades. En suma, la solastalgia describe la respuesta emocional negativa que surge por el hecho de que la degradación y pérdida del territorio que produce también el deterioro del sentido del lugar, a la vez que socava elementos claves de la propia identidad.

Pero la ansiedad solastálgica no está motivada únicamente por el impacto paisajístico y territorial de la actividad minera o cualquier otra actividad humana que directamente degrada el entorno. Se puede relacionar con el juicio de la irreversibilidad de la destrucción de un entorno (natural o urbano) que puede aparecer como consecuencia de una sequía persistente, las inundaciones, los incendios o los procesos de gentrificación urbana, entre otros factores. En definitiva, define la experiencia vivida de los efectos negativos de los procesos de degradación del entorno que vive una persona.

Entre otras consecuencias, la hipótesis de la solastalgia supone una pérdida personal puesto que con la pérdida del lugar se pierden las emociones a él asociadas y en él guardadas en las distintas etapas de la vida. Y esto altera el nivel de bienestar existencial que el territorio y los lugares proporcionan. También puede hacer emerger un sentimiento que podemos denominar déficit de futuro, un sentimiento producido por una pérdida que personalmente se considera irrecuperable. Los procesos de degradación ambiental actúan como desencadenantes de una angustia irremediable por la imposibilidad de recuperar los recuerdos y emociones que guardamos en los lugares que habitamos y los daños colaterales que estos procesos de cambio ambiental negativo producen a la propia identidad.

El estudio de estas emociones negativas se encuentra en un estado incipiente y muchas de nuestras suposiciones se encuentran en un estado embrionario, basado en intuiciones; es necesario el desarrollo de líneas de trabajo e investigación que empíricamente puedan mostrar la incidencia psicológica de los procesos de degradación ambiental en la degradación de la propia identidad.

La soledad y la solastalgia son solo dos ejemplos con los que se pretende mostrar que los graves problemas globales tienen secuelas que afectan a dimensiones íntimas de la vida cotidiana, que, en este caso, se vinculan con lo que se ha denominado el vacío existencial.

 

Conclusión

Este trabajo pretende ofrecer algunas claves para la lectura existencial de algunos efectos de las crisis concatenadas que vivimos en el momento presente y que afectan a prácticamente todos los escenarios en los que transcurre nuestra vida cotidiana. Es cierto que el momento presente, quizás más que otros períodos del pasado, puede describirse como una experiencia traumática.

Las emergencias intensas repentinamente entran en nuestra biografía y la evolución de los parámetros estructurales –ecológicos, económicos, políticos, geopolíticos y de emergencia sanitaria, entre otros– incrementa el catálogo de riesgos que nos amenazan. Tan importante como este catálogo de amenazas es el modo en que las personas construyen significados de esta experiencia de trauma compartido. No está claro que compartir experiencias traumáticas genere espontáneamente más redes solidarias. Estas tienen que aparecer como consecuencia de un esfuerzo voluntarioso y comprometido por descubrir que el destino personal es indisociable del destino colectivo. Y poder reconstruir redes de apoyo social e institucional para hacer frente a las situaciones de grupos y personas más vulnerables.

Junto a este esfuerzo, es necesario alertar del riesgo de colapso ecológico. Algunos especialistas defienden que el origen de estas crisis concatenadas hay que buscarlo en la inadecuada relación que nuestras sociedades y nosotros mismos tenemos con los hábitats y los recursos que contienen. Recuperar la importancia del vínculo con el territorio puede ser clave para asumir con más detalle la responsabilidad en su cuidado y el apoyo a políticas públicas que mitiguen los graves y alarmantes indicadores de crisis ecosocial.

La experiencia de estos últimos años, como hemos visto, nos ha hecho más vulnerables. Si algo estamos aprendiendo de esta situación es que, como en los contagios víricos, dependemos unos de otros. Avishai Margalit, en un libro de referencia de hace algunos años,33 dice que la sociedad civilizada nos ha permitido aprender, aunque se olvide con mucha frecuencia, a no humillarnos entre nosotros. Propone, además, que la sociedad sea decente. La sociedad decente es aquella en la que las instituciones asumen el compromiso de no humillar a las personas. Exigir a las instituciones públicas un compromiso para defender y no humillar a las personas, es una tarea de siempre. Es aún más imperioso exigir este compromiso en el momento presente.

José Antonio Corraliza Rodríguez es catedrático de Psicología social en la Universidad Autónoma de Madrid.

NOTAS

1 John Kenneth Galbraith, La era de la incertidumbre, Plaza & Janés, Barcelona, 1981.

2 Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, capítulo XVIII (primera parte), Alfaguara, Madrid, 2015 [1605].

3 Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio (segundo ensayo: «Más allá de la sociedad disciplinaria»), Bilbao, Herder, Bilbao, 2012.

4 Charles Wright-Mills, La imaginación sociológica, FCE, Madrid, 1999.

5 Ulrich Beck, La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad, Paidós, Madrid, 2006.

6 Fundación Adecco/Johnson & Johnson, Un empleo para la #SaludMental, 2021, disponible en: file:///C:/Users/Usuario/Desktop/Art%C3%ADculo%20de%20FUHEM%202022/ADecco,%201921%20Informe-Un-empleo-para-la-salud-mental.pdf

7 COVID-19 Mental Disorders Collaborators, «Global Prevalence and Burden of Depressive and Anxiety Disorders in 204 Countries and Territories in 2020 Due to the COVID-19 Pandemic», The Lancet, 398(10312): 1700-1712, 2021, DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(21)02143-7

8 Sistema Nacional de Salud, Salud mental en datos: prevalencia de los problemas de salud y consumo de psicofármacos y fármacos relacionados a partir de registros clínicos de atención primaria. BDCAP-Series 2, diciembre de 2020, disponible en: https://www.sanidad.gob.es/estadEstudios/estadisticas/estadisticas/estMinisterio/SIAP/Salud_mental_datos.pdf

9 Anna Sanmartín, Juan Carlos Ballesteros, Daniel Calderón y Stribor Kuric, Barómetro Juvenil 2021. Salud y bienestar: Informe Sintético de Resultados, Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, Fundación FAD Juventud, Madrid, 2022, DOI:  https://doi.org/10.5281/zenodo.6340841

10 Consejo de la Juventud de España, Observatorio de Emancipación del primer semestre de 2021, Consejo de la Juventud de España (CJE), Madrid, 2021, disponible en: http://www.cje.org/es/publicaciones/novedades/observatorio-emancipacion-primer-semestre-2021/#:~:text=Observatorio%20de%20Emancipaci%C3%B3n%20primer%20semestre%202021&text=La%20presente%20edici%C3%B3n%20registra%20la,j%C3%B3venes%20en%20Espa%C3%B1a%20est%C3%A1%20emancipado.

11 Martie G. Haselton y Daniel Nettle, «The “paranoid optimism”: An integrativee evolutionary model of cognitive bias», Personality and Social Psychology Review, 10 (1), 2006, pp. 47-66.

12 Gérald Bronner, Apocalipsis cognitivo. Cómo nos manipulan el cerebro en la era digital, Paidós, Madrid, 2021, p. 90.

13 Haselton y Nettle, op. cit., p. 29.

14 Michael R. Hagerty, «Was life better in the “good old days”? Intertemporal judgments of life satisfaction», Journal of Happiness Studies, 4, 2003, pp. 115-39.

15 Frank P. McKenna, «It won’t happen to me: Unrealistic optimism or illusion of control?», British Journal of Psychology, núm. 84, 1993, pp. 39-50. https://doi.org/10.1111/j.2044-8295.1993.tb02461.x

16 Michael Siegrist y George Cvektovichc, «Better negative than positive? Evidence of a bias for negative information about possible health dangers», Risk Analysis, 21, 2001, pp. 199-206. https://doi.org/10.1111/0272-4332.211102.

17 Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Paidós, Madrid, 2007.

18 Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), Barómetro, noviembre de 2018.

19 Cameron Brick y Sander van der Linden, «Yawning at the Apocalypse», The Psychologist, 31, 2018, pp. 30-35.

20 William Rees, «What´s blocking sustainability? Human, nature, cognition and denial», Sustainability: Science, Practice and Policy, 6(2), 2010, pp. 13-25. https://doi.org/10.1080/15487733.2010.11908046

21 Glenn Albrecht, Las emociones de la tierra, mra ediciones, Barcelona, 2020, pp. 116 y ss.

22 Susan Clayton, «Climate Change and Mental Health», Current Environmental Health Reports, 8, 1-6, 2021. https://doi.org/10.1007/s40572-020-00303-3.

23 Susan Clayton y Bryan Karazsia, «Development and validation of a measure of climate change anxiety», Journal of Environmental Psychology, 69, 101434, 2020. https://doi.org/10.1016/j.jenvp.2020.101434.

24 Gerd Gigerenzer, Decisiones instintivas: la inteligencia del inconsciente, Ariel, Barcelona, 2018.

25 Molly J. Crockett, (20117). «Moral outrage in the Digital Age», Nature Human Behaviour, 1, 2017, pp. 769-771, DOI: 10.1038/s41562-017-0213-3

26 Rodríguez Pérez M., Díaz-Olalla J. M., Pedrero Pérez E. J. y Sanz Cuesta M. R., (2020). «Informe monográfico: Sentimiento de Soledad en la Ciudad de Madrid», en Díaz Olalla J. M. (Dir.); Benítez Robredo M. T., Rodríguez Pérez M., y Sanz Cuesta M. R. (Coord.) Estudio de Salud de la Ciudad de Madrid 2018, Madrid Salud: Ayuntamiento de Madrid, Madrid, 2020, pp. 429-503.

27 John T. Cacioppo y Stephanie Cacioppo, «The growing problem of loneliness», The Lancet, 391(10119), 426, 2018, DOI: https://doi.org/10.1016/S0140-6736(18)30142-9.

28 Bernardo Hernández, «Place Attachment: Antecedents and Consequences, PsyEcology, 12:1, 2021, pp. 99-122, disponible en: https://doi.org/10.1080/21711976.2020.1851879.

29 Ibid., p. 110.

30 Ibid., p. 117.

31 Albrecht, 2020, op.cit. Ver también José Antonio Corraliza, «¿Por qué nos duele la tierra? Emociones negativas y naturaleza», Hoja verde (ADENEX), 5, 2022, pp. 7-11.

32 Albrecht, op. cit., p. 59.

33 Avishai Margalit, La sociedad decente, Paidós, Barcelona, 2010.

 

Puedes descargar el texto del artículo en formato pdf: El malestar en época de crisis concatenadas: algunas claves psicosociales

 

 

 


Migraciones internacionales y justicia global a la luz de la filosofía política

Ensayo escrito por Nuria del Viso para el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, que aborda uno de los problemas contemporáneos más relevantes: los derechos de los migrantes internacionales en un marco de justicia global.

Se considera esta cuestión partiendo de los planteamientos más relevantes para el caso de estudio. Se repasan las ideas de John Rawls para, a continuación, analizar las críticas a Rawls enunciadas por Thomas Pogge, Michael Walzer, Nancy Fraser e Iris Marion Young, para finalizar con algunas propuestas en los comentarios finales.

La cuestión de las migraciones internacionales emerge como una de las principales encrucijadas contemporáneas donde se entrelazan cuestiones de justicia, derechos, desigualdades y experiencias de sufrimiento humano.

Las actuales migraciones son reflejo de una determinada organización del mundo, fracturado –grosso modo– entre Norte y Sur global. En el capitalismo tardío, la organización de las migraciones desde el Norte global sirve a las necesidades económicas de trabajadores abundantes y baratos, tanto en la actividad fabril deslocalizada como en los países del Norte en empleos de menor estatus y salarios nimios. Es, precisamente, el desequilibrio entre el mundo rico y el pobre lo que mueve a muchas personas a desplazarse en busca de un futuro mejor.

El mundo contemporáneo vive la paradoja de una globalización de mercancías, capitales y personas pudientes, pero de fronteras infranqueables para el resto de seres humanos, situación que profundiza la brecha Norte-Sur, resultando en lo que Velasco (2020: 2) denomina con el oxímoron de “globalización fronterizada”.1

En las últimas dos décadas se ha configurado un nuevo orden migratorio internacional en el que las restricciones a la movilidad constituyen la regla y la libertad de circulación de las personas la excepción.2 Actualmente se da la coincidencia de, al menos, tres factores sobre esta cuestión:

1) Una profundización de las desigualdades y de la brecha Norte-Sur;

2) Un progresivo endurecimiento de las políticas migratorias en los países del Norte global, que conlleva un control más estricto de las fronteras a través de sofisticadas tecnologías. En paralelo, se produce la externalización de la gestión fronteriza a terceros países, alejando los espacios fronterizos de los países ricos;

3) La conceptualización de la migración como problema, cuyo foco es un tipo muy concreto, la denominada migración irregular, que justifica, a pesar de que constituye una porción exigua de los flujos migratorios, elevadas inversiones en la fortificación de las fronteras.

Estas tres dinámicas confluyen en la producción de una categoría de migrantes “ilegales” a la que se criminaliza, persigue y aplica toda clase de instrumentos punitivos. Quienes logran traspasar las fronteras del mundo rico no corren mejor suerte. Se ven amenazados por el internamiento indefinido y la expulsión y, en el eventual caso de lograr establecerse, se les niegan los derechos de ciudadanía. Como contrapunto, conviene recordar que la migración es un derecho reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos (art. 13.2)3

Así, la posibilidad de viajar o no, de atravesar fronteras internacionales se ha convertido actualmente en un nuevo mecanismo de estratificación social y de segregación selectiva4 Estas dinámicas convierten los espacios fronterizos globales en limbos legales donde las leyes quedan en suspenso; un espacio de alegalidad donde que se producen graves violaciones de los derechos humanos. Todo ello plantea claros problemas de injusticia y abusos. ¿Cómo responden los filósofos políticos a estas cuestiones?

 

John Rawls: de la justicia nacional a la esfera global

Las ideas sobre la justicia han estado largo tiempo marcadas por la teoría de John Rawls desde la publicación de A Theory of Justice en 1971. Esta obra sentó las bases de un marco liberal igualitario todavía vigente. La justicia pertenece a la estructura básica de instituciones porque influye en la perspectiva de vida de las personas en la sociedad5 Las instituciones sitúan a los diferentes miembros (o incluso a los no-miembros) de una sociedad en diferentes posiciones que determinan sus opciones y oportunidades para desarrollar sus capacidades y alcanzar bienestar. En el modelo de Rawls, el Estado nación marca los límites de aplicación de la justicia, siendo la nacionalidad el elemento que condiciona los derechos y oportunidades de los sujetos. Así, se aplica un rasgo heredado o circunstancial, producto de una “lotería natural” como es nacer en un determinado país como salvoconducto para la movilidad planetaria.6 Caracteriza a una sociedad injusta el que determinados grupos de personas tengan menos oportunidades que otras, especialmente por rasgos no elegidos. En estas circunstancias, «el sentido de justicia se resiente».7 ¿Se aceptaría el actual régimen fronterizo en una hipotética situación de “velo de la ignorancia”, como teorizó Rawls? Parece que no, a la vista de las atrocidades y abusos de los derechos humanos que ocurren cada día en múltiples espacios de frontera a lo largo del planeta.

A medida que avanzaba el proceso globalizador en los años noventa, la tesis de la justicia limitada a las demarcaciones nacionales perdió base. En 1993, Rawls publicó Law of Peoples, o Derecho de gentes, la extensión al ámbito de las relaciones internacionales de su teoría de justicia como equidad, y donde sitúa los derechos humanos como elemento clave que establece los límites morales al pluralismo entre los pueblos.8 Si el liberalismo igualitario defiende que hacer justicia entraña «implementar algún tipo de reparación compensatoria a favor de quienes son víctimas de una mala suerte bruta que no han provocado ni elegido», en la senda del “igualitarismo de la suerte” marcada por Dworkin, esta idea solo se aplica en el interior de los estados. En Derecho de gentes Rawls cambia inexplicablemente el criterio primordial de la justicia: ya no es la redistribución de recursos, sino la estabilidad del sistema de estados. La atención a la injusticia en el mundo no constituye un deber de asistencia internacional, sino que queda a merced de la ayuda humanitaria. Así, la teoría de Rawls se queda corta para abordar los problemas globales, al tiempo que genera nuevos problemas de justicia en el interior de los estados, ya que al considerar sujetos de la redistribución –y, eventualmente de derechos políticos– estrictamente a los ciudadanos de cada unidad política implícitamente supone que los extranjeros que se hallen en ese territorio no son destinatarios natos de tales derechos.

Por su parte, Joseph Carens, también desde el liberalismo igualitario, parte del carácter moral arbitrario de las fronteras y concluye que el liberalismo igualitario conduce a la defensa de un mundo con fronteras territoriales abiertas en el que cada persona debe poder elegir su lugar de residencia.9 Carens señala que el estatus de ciudadanía en las democracias liberales occidentales es el equivalente moderno del privilegio feudal, un elemento heredado que multiplica nuestras oportunidades en la vida.10 De ser así, los principios de justicia deberían neutralizar esos factores. Siguiendo a Loewe, «un modo de hacerlo sería mediante el reconocimiento de obligaciones de justicia distributiva global (que Rawls expresamente rechaza. Otro modo, mediante el reconocimiento de un derecho a la movilidad sin fronteras».11

El modelo rawlsiano de justicia global fue contestado desde visiones más progresistas que criticaron que no hay razones para que los efectos de las asimetrías socioeconómicas globales sean tratados de manera diametralmente distinta en el plano nacional y global. Muy pronto se planteó un debate entre nacionalistas liberales, internacionalistas y cosmopolitas en torno a si tenemos obligaciones de justicia más allá del Estado nación. Cosmopolitas e internacionalistas coinciden en señalar que la posición liberal falla a la hora de asegurar una distribución equitativa de derechos y recursos en el plano global. Frente a la posición nacionalista de los liberales, la corriente cosmopolita afirma que el objeto de la justicia son las relaciones entre todos los seres humanos, y la unidad básica de distribución es el plano global. Por su parte, los internacionalistas plantean una estructura con dos niveles, nacional e internacional, que entraña distintos grados de obligaciones.

Las influyentes tesis de Rawls despertaron, no obstante, críticas desde diferentes visiones. Se destacan a continuación cuatro autores cuyos argumentos iluminan otros tantos elementos cruciales para pensar las migraciones internacionales desde la perspectiva de la justicia que están ausentes en la teoría rawlsiana. Estos autores son Thomas Pogge, que introduce en el campo de la justicia el elemento de la pobreza y los derechos humanos; Michael Walzer, quien explora la convivencia como base de la pertenencia y de la ciudadanía; Nancy Fraser, que examina la cuestión del sujeto de la justicia en la era de la globalización; y, finalmente, Iris Marion Young, con una singular reflexión sobre la injusticia estructural que resulta iluminadora aplicada a las migraciones internacionales.

 

Thomas Pogge: la pobreza en el marco de la justicia y los derechos humanos

Una de las críticas más contundentes al enfoque rawlsiano a escala global fue la de Thomas Pogge, cuya teoría trata la pobreza y los derechos humanos, lo que el autor denomina “cosmopolitismo moral en el lenguaje de los derechos humanos”.12 Para Pogge, la organización de la economía internacional produce externalidades que influyen en el desarrollo econoómico de las naciones. Aunque los factores internos de los países desempeñan un papel, la pobreza de algunas naciones solo se puede explicar si se atiende las consecuencias de otros factores con un carácter global en las políticas nacionales, tales como las reglas del comercio internacional. Así, Pogge entiende que los efectos de un sistema internacional que favorece a unos más que a otros se derivan obligaciones de justicia distributiva global. Este autor sitúa los derechos humanos como el mínimo básico debido a todos los seres humanos. El ideal de justicia se vincula así a los derechos humanos. En el caso de las migraciones internacionales, situar los derechos humanos como medida del mínimo exigible a todas las instituciones evitaría numerosos abusos y posibilitaría mejorar la situación y los derechos de los migrantes, tanto en tránsito como aquellos asentados en el interior de un estado.13

Aunque Pogge considera inadecuada la apertura de fronteras para eliminar la pobreza, pues solo lograría resolver la situación de unos pocos, sostiene que en el mundo contemporáneo se dan estructuras lo bastante sólidas como para garantizar la aplicación de principios jurídicos en las relaciones entre individuos de comunidades políticas distintas, y señala que «A los ciudadanos más privilegiados e influyentes de los países más poderosos […] les corresponde una responsabilidad compartida por el papel que desempeñan sus gobiernos […] en ese orden global».14 Este autor defiende que los países ricos deben modificar las condiciones de entrada de migrantes y, sobre todo, las aplicadas a su permanencia para aquellos en situaciones de necesidad extrema.15

Pogge aboga por un cosmopolitismo institucional en el que se da la distribución vertical de la soberanía ciudadana entre diferentes escalas de unidades políticas en las que ninguna domina al resto, con un doble movimiento de centralización y descentralización. Sin duda, la aplicación a las migraciones redundaría en un reequilibrio del poder, ya que unidades subnacionales podrían democráticamente acordar otras normas para la entrada y establecimiento de extranjeros, algo que desafortunadamente no es posible en la actualidad, como muestra la experiencia del Ayuntamiento de Riace (Italia)16 y el encausamiento y condena de su alcalde. Igualmente, la propuesta de Pogge permitiría el avance de una gobernanza global y la configuración de instituciones supranacionales con capacidades para instituir normativas de movilidad humana.

 

Michael Walzer: la convivencia como base de la pertenencia

En un importante texto,17 Walzer repasaba cuestiones relevantes a las migraciones internacionales cuando analizaba los entresijos de la pertenencia a una comunidad política y el tratamiento hacia los extranjeros que viven en ella. Walzer, desde su perspectiva comunitarista, señala que lo que se distribuye en la comunidad política es la pertenencia, que da acceso a toda otra gama de opciones materiales e inmateriales. Se trata de un bien primario que, en el actual modelo migratorio se niega o se restringe con frecuencia a ciertos extranjeros.

El autor desgrana cuál era el régimen de los extranjeros, los metecos, en la antigua Atenas: vivían en la ciudad, pero no podían acceder a la ciudadanía, y, por tanto, tampoco a los derechos que granjeaba. Walzer establece un paralelismo entre los metecos y los trabajadores huéspedes contemporáneos en las modernas economías centrales y en los países del Golfo, quienes carecen indefinidamente de todo derecho político.18

Este autor apunta otra cuestión importante: que un grupo social –los ciudadanos–, por mayoritario que sea, determine las oportunidades de los otros se traduce en opresión, y crea sociedades duales, o escindidas, con dos categorías de sujetos: los ciudadanos de pleno derecho y los extranjeros, sin derechos. Ello convierte la ciudadanía en un inesperado mecanismo de exclusión que rompe el principio de igualdad. Esta situación resulta inaceptable en una democracia donde impera el Estado de derecho. Walzer sostiene que la justicia distributiva comienza por dar acceso a la pertenencia, y aboga por revertir el actual estado de injusticia y ofrecer a los migrantes las oportunidades que brinda la ciudadanía. En este contexto, resulta crucial redefinir la institución de ciudadanía en clave inclusiva, o, dicho sinéticamente, es necesario desnacionalizar la institución de ciudadanía.19

 

Nancy Fraser: ¿Quién es el sujeto de la justicia en la globalización?

Esta filósofa plantea los límites del enfoque westfaliano-keynesiano de la justicia vinculados al Estado nación para abordar correctamente los problemas que surgen con la globalización, que ponen en cuestión no solo la sustancia de la justicia, sino también el marco de la misma. Fraser enuncia un modelo de justicia democrática postwestfaliana que se sostiene en tres pilares: la redistribución, el reconocimiento y –tras las críticas de Young a su enfoque dual original– la dimensión política, con la “paridad de participación” como principio.20

Esta autora se detiene a examinar las cuestiones de marco, que denomina «la política del enmarque», y que implica, en primer lugar, distinguir entre quiénes son parte de la comunidad, a quienes les corresponden derechos y obligaciones –esto es, quiénes son sujetos de la justicia– y quiénes no lo son.

Nancy Fraser también analiza los distintos niveles de la justicia metapolítica. El tercer nivel alude a las injusticias creadas por los procesos no democráticos con los que se establece el marco, y que adolece de paridad participativa. Fraser lo denomina representación fallida metapolítica, y surge «cuando los Estados y las élites transnacionales monopolizan la actividad de establecimiento del marco, negando voz a quienes pueden resultar perjudicados en el proceso e impidiendo la creación de foros democráticos» en los que se diriman sus reivindicaciones21 Es un hecho resaltable que, en particular en el caso de las migraciones internacionales en el ámbito de la UE, las políticas se han aprobado no solo sin participación de los afectados –se han desarrollado a nivel institucional estatal–, sino que además la aplicación de las normas en la UE se ha otorgado a una institución de nueva creación, Frontex (hoy denominada Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas), que es una institución opaca y exentas de control democrático. Así, las migraciones internacionales podrían considerarse, en términos de Fraser, como un caso de representación fallida metapolítica.

 

Iris Marion Young: la injusticia estructural. Aplicación al caso de las migraciones

Young parte de que la conexión social surge antes que las instituciones políticas, y las obligaciones jurídicas son fruto de las relaciones institucionales de cooperación. Concibe la injusticia como una cuestión estructural, con cinco aristas –explotación, marginación, carencia de poder, imperialismo cultural y violencia–, y junto a las cuestiones de distribución añade tres fuentes de limitaciones: procedimientos de toma de decisiones, división del trabajo y cultura. Además, analiza cómo se experimenta la opresión y la dominación, y sus diferentes aristas en relación con la justicia. De acuerdo con Young, «la injusticia estructural existe cuando los procesos sociales sitúan a grandes grupos de personas bajo la amenaza sistemática del abuso o de la privación de los medios necesarios para desarrollar y ejercitar sus capacidades, al tiempo que estos procesos capacitan a otros para abusar o tener un amplio espectro de oportunidades para desarrollar y ejercitar capacidades a su alcance».22 La injusticia social, apunta Young, remite en verdad a una injusticia estructural que se asienta en una serie de procesos que lo permiten, con cuatro componentes:

1) los hechos sociales objetivos, experimentados por los individuos como algo que limita y capacita a la vez;

2) el espacio macro social en el que las posiciones están relacionadas;

3) lo que ya existe, pero solo en las acciones;

4) lo que involucra de forma cotidiana las consecuencias no intencionadas de la combinación de actos de muchas personas.

Si aplicamos este esquema a las migraciones internacionales, no cabe duda de que esta situación representa un caso de injusticia estructural. Veamos cómo. En primer lugar, resulta evidente cómo los sujetos afectados experimentan el modelo migratorio del Norte como restrictivo en derechos, lo que impacta en sus oportunidades y su acceso a bienes y servicios –también al mercado laboral legal–, creando una precariedad que afecta al devenir de sus vidas; pero que impacta paralelamente de una forma biopolítica: en el “secuestro” de su tiempo de vida mientras están recluidos en instituciones donde pasan meses y años sin saber cuándo se resolverá su caso.23 Así, las estructuras limitan sus vidas de forma directa, aunque también de forma indirecta, como señala Young, de un modo más tangencial y acumulativo.

En segundo lugar, el espacio macro social donde se desarrollan las migraciones viene marcado por aspectos históricos –la experiencia de la colonización del resto del planeta por parte de Europa–, por procesos geopolíticos más recientes: imperialismo, neoimperialismo de los recursos, formación de bloques, etc., que conforman las estructuras y guían el establecimiento de normas, y por procesos simbólicos: la construcción de la oposición “nosotros”-“el otro”. El resultado es la jerarquización de los sujetos por nacionalidad y nivel económico que se establece en base a criterios políticos, de cercanía cultural, pero también por prejuicios raciales/étnicos que determina quiénes acceden al derecho al movimiento y, en concreto, a traspasar las fronteras del mundo rico. Las barreras de entrada al sistema son muy distintas para unos y otros, lo que da cuenta de que los criterios utilizados funcionan para filtrar a quienes se desplazan de acuerdo a los deseos y necesidades laborales de los países receptores. La existencia de un mercado de trabajo irregular es funcional al sistema económico. Así pues, se trata de una “desigualdad persistente” que en la actualidad opera profundizando la categorización o jerarquización de los seres humanos a quienes corresponderán distintos grados de privilegio o marginación/exclusión/depauperación.

En tercer lugar, señala Young que las reglas o recursos que definen las estructuras sociales «existen solo en la medida en que los individuos de la sociedad tienen conocimiento de ellos».24 En el caso de las migraciones, en general, es así, pero la legislación y normativa actual se aplica tras un velo de discrecionalidad y opacidad, por lo que a veces ni los ciudadanos de pleno derecho ni los irregulares afectados conocen las disposiciones; se opera en un ambiente de ocultamiento: vuelos de madrugada de “devolución” de migrantes, instalaciones de internamiento en emplazamientos discretos, etc. que parecen no existir, son una especie de no-lugares, como diría Marc Augé, fuera de la mirada pública y donde los internos son números anónimos despersonalizados; sin embargo, se trata de acciones que construyen ladrillo a ladrillo una realidad. Como recuerda Young,  las estructuras «se producen solo mediante la acción… son recursivas».25

En cuarto lugar, las consecuencias no intencionadas –no calculadas sería mejor, ya que sí hay una intención de criminalizar a ciertas personas y de que existan mercados laborales paralelos y precarios– del actual modelo migratorio producen un daño ingente: vidas que se pierden, pero también vidas que se malogran por la precariedad, graves violaciones de los derechos humanos que llegan a la esclavización (como está ocurriendo en Libia), abusos sexuales sistemáticos a las migrantes, daños psicológicos persistentes por el daño sufrido… En ello intervienen una cadena de agentes, desde los responsables de políticas estatales, partidos políticos que criminalizan a los migrantes, el sistema jurídico y policial que hace cumplir las normas pero a veces “se les va la mano”, medios de comunicación que hacen de altavoz, empresarios que demandan trabajadores baratos, ciudadanías acomodadas que desean delegar las tareas de cuidados, pasando por los gobiernos de países que realizan la gestión externalizada de las migraciones, su utilización política de esta prerrogativa, sus  fuerzas armadas y policiales que hacen el trabajo sucio, los propios gobiernos y estados de origen que no crean condiciones para el bienestar de su ciudadanía, sino juegos de equilibrios políticos, clientelismos y corruptelas… Quienes participan de un modo u otro tienen su parte de responsabilidad en afianzar o no la injusticia estructural que limita las oportunidades de los sujetos “sujetados”. Todos estos elementos se entrecruzan con un resultado nefasto sobre las personas que se desplazan.

Desde su enfoque socioestructural, Young propone un esquema de conexión social como modelo de responsabilidad para interpretar las obligaciones jurídicas. Este modelo se basa en que «todos los agentes que contribuyen con sus acciones a los procesos estructurales que originan injusticias tienen la responsabilidad de trabajar para solucionar estas».26 Para Young, las obligaciones jurídicas exceden lo que es debido por mera humanidad. Lo desmarca del modelo más común de la responsabilidad enfocado a identificar al culpable directo de un daño porque en un sistema complejo como el actual, con injusticias socioestructurales, como argumenta Young, los responsables de una injusticia pueden no presentar relaciones directas con los perjudicados. Es decir, las relaciones entre el agente o agentes de una primera acción en una larga cadena de eventos y los perjudicados finales de ese proceso pueden estar invisibilizadas, pero no por ello deja de existir un nexo.  Por ello, Young sostiene la necesidad de un concepto ampliado de la responsabilidad, y propone el modelo de conexión social que otorga responsabilidad a los individuos respecto a las injusticias estructurales más allá de las fronteras del Estado nación, incluso aunque no haya una cadena causal directa. Este modelo de conexión social es aplicable a las migraciones internacionales, ya que, si bien no participamos en el diseño de las políticas restrictivas, sí tenemos una responsabilidad compartida en la injusticia estructural a través de distintos canales: como votantes, como consumidores, como vecinos, como empleadores de migrantes, como activistas, etc. Sin embargo, aunque coincidiendo con el análisis de Young, cabe alegar que la cadena de responsabilidad puede entrar en terrenos pantanosos difíciles de seguir la pista en los vericuetos de la sociedad global, lo que plantea una pregunta legítima: ¿Hasta dónde alcanza la cadena de responsabilidades?

Young enumera las características de este modelo, que recojo sucintamente:27

1) no pretende aislar, es decir, identificar al responsable principal de una injusticia porque hay distintos sujetos con responsabilidades;

2) evalúa las condiciones originales a las que normalmente se atribuye la culpa, y amplía este enfoque;

3) más proyección (a futuro) que reconsideración (del pasado), así, no busca la reparación por injusticias pasadas, sino más bien evitar que tales injusticias se sigan reproduciendo;

4) responsabilidad compartida entre quienes participan con sus acciones en los procesos que conducen a injusticias estructurales;

5) solo es posible abordarlos mediante la acción colectiva.

El modelo remite estrechamente a la responsabilidad política de organización colectiva para transformar las estructuras. Esta responsabilidad compartida no entrañaría, sin embargo, como aclara Young, una igual responsabilidad. La “responsabilidad compartida pero diferenciada” ha sido precisamente uno de los mantras de la ONU respecto al cambio climático.

En la senda de lo apuntado por Young, pueden señalarse, tal como apunta Velasco, dos deberes básicos de los países prósperos: uno, resarcir a los injustamente perjudicados; y dos, rediseñar el orden jurídico-económico internacional para que no se sigan generando tales daños. Velasco alega que se trata de una responsabilidad no solo moral, sino también legal acorde con los instrumentos internacionales de derechos humanos, y aboga no solo por marcos conceptuales distintos, sino también nuevas estructuras político-institucionales.28 Este autor propone un modelo de gestión inclusiva de las fronteras basado en una concepción de las mismas como membranas, estables al tiempo que permeables y reguladas –moral y jurídicamente– bajo criterios de justicia y equidad. Esto permitiría mantenerlas habitualmente abiertas. El cambio de perspectiva implica saltar de pensar las migraciones como “problema de seguridad” y como “competencia exclusiva del Estado” a considerarlas en clave de justicia global y de responsabilidad compartida.

 

Comentarios finales

Los autores recogidos en el texto exponen numerosas propuestas para la transformación del modelo de las migraciones internacionales desde una perspectiva de justicia global. Sintetizo algunas de las ideas que considero más prometedoras para este fin, a saber:

Primero, considerar las migraciones internacionales desde un marco integral que revele su condición de injusticia estructural.

Segundo, situarlas en el marco de los derechos humanos, un imperativo universal cuyo cumplimiento evitaría muchos de los presentes abusos que sufren quienes se desplazan.

Tercero, revisar los derechos de los migrantes tanto en el plano distributivo como de reconocimiento y derechos políticos bajo el principio de “paridad de participación”.

Cuarto, redefinir las normas que otorgan los derechos de ciudadanía para aquellos extranjeros que habitan en una unidad política a fin de que la ciudadanía se ligue a criterios de convivencia.

Quinto, para iniciar transformaciones más profundas, considerar un modelo institucional multiescalar de responsabilidad en las migraciones, así como activar un enfoque de “conexión social”.

Sexto, a escala supranacional, trabajar por desarrollar un orden institucional global capaz de gobernar las migraciones internacionales, aplicando criterios de justicia que se dan por sentados en el interior del Estado nación. Ya existen numerosos documentos que dan contenido y directrices para dicha gobernanza, como la Declaración de Nueva York para los Refugiados y Migrantes (2016), el Pacto Mundial para los Refugiados y el Pacto Mundial para la Migración Segura, Ordenada y Regular (ambos de 2018), junto a la anterior Convención sobre la Protección de los Derechos de Todos los Trabajadores Migratorios y de sus Familiares (Asamblea ONU, 1990, que entra en vigor en 2003).

Séptimo, operar bajo un esquema de fronteras abiertas y de libre circulación de personas como norma, con el cierre de forma excepcional.

En el desarrollo de estas tareas, resulta urgente la democratización de la esfera internacional.

 

Nuria del Viso Pabón es miembro del Área Ecosocial de FUHEM y editora de la revista PAPELES.

Disponible el contenido del artículo a texto completo en: Migraciones internacionales y justicia global a la luz de la filosofía política

NOTAS:.

1 Juan Carlos Velasco, «Hacia una visión cosmopolita de las fronteras. Desigualdades y migraciones desde la perspectiva de la justicia global», Revista Internacional de Sociología, vol. 78 (2), e153, abril-junio 2020, p. 2.

2 Juan Carlos Velasco, El azar de las fronteras. Políticas migratorias, ciudadanía y justicia, FCE México, 2016, p. 284.

3 Puntualizar que este ha sido el caso para las migraciones internacionales, aunque el conflicto de Ucrania ha creado una situación de acogida de ciudadanía ucraniana en la Unión Europea bien diferente a los usos habituales empleados en las dos últimas décadas para otros refugiados. Esta situación ha puesto en evidencia los principales argumentos empleados por el Norte global a la hora de justificar sus prácticas restrictivas, como analiza Juan Carlos Velasco en este artículo: https://www.madrimasd.org/blogs/migraciones/2022/03/09/133243 y en este: https://theconversation.com/la-respuesta-europea-a-los-refugiados-ucranianos-una-excepcion-178738

4 Bernardo Bolaños, «Migración, derecho consular y justicia global», Isonomía, núm. 30, abril de 2009, p. 3, disponible en: http://www.scielo.org.mx/pdf/is/n30/n30a1.pdf

5 John Rawls, «La estructura básica como objeto», en: John Rawls, Liberalismo político, Barcelona, Crítica, capítulo 1, 2006, pp. 1-32.

6 John Rawls, «Los principios de la justicia», en: Rawls, John, Teoría de la justicia, Madrid, Fondo de Cultura Económica, cap. 2, 1995, pp. 62-118.

7 Juan Carlos Velasco, 2016, op. cit., p. 15.

8 John Rawls, «El derecho de gentes», Isegoría, 16, 1997, pp. 5-36, p. 5.

9 Bernardo  Bolaños, 2009, op. cit.; Velasco, 2016, op. cit., pp. 243-248.

10 Joseph Carens, «Aliens and citizens. The case of open borders», The Review of Politics, vol. 49, núm. 2, primavera, 1987, pp. 251-273, citado en Daniel Loewe, «Justicia distributiva global e inmigración», REMHU, Revista Interdiscip. Mobil. Hum., vol. 25, núm. 50, agosto de 2017, pp. 25-45, p. 33.

11 Daniel Loewe, 2017, op. cit., p. 33.

12 Thomas Pogge, «Cosmopolitismo y soberanía», en: La pobreza en el mundo y los derechos humanos, cap. 7, Paidós, Barcelona, 2005, pp. 215-248, p.217.

13 A esta postura se suma Ariadna Estévez, quien señala que se podrían evitar los conflictos que sufren los migrantes bien a través de la ampliación de la ciudadanía, bien a través del reconocimiento y aplicación de los derechos humanos. Ariadna Estévez, Derechos humanos, migración y conflicto: hacia una justicia global descolonizada, Centro de Investigaciones sobre América del Norte (Cisan), Universidad de México, México, 2014, p. 178.

14 Thomas Pogge, 2005, op. cit., p. 220.

15 Juan Carlos Velasco, 2020, op. cit,  pp. 9-10.

16 Para más información, véase: https://www.itanol.com/2019/05/riace-pueblo-italiano-famoso-modelo-de-acogida-de-migrantes/ y https://www.elsaltodiario.com/italia/escandalosa-sentencia-al-ex-calcalde-de-riace-y-su-modelo-de-acogida-solidaria-

17 Michael Walzer, «La pertenencia», en: Las esferas de la justicia. Una defensa del pluralismo y la igualdad, México, FCE, capítulo 2, 1997 [1983], pp. 44-74.

18 Ibid., p. 65 y ss.

19 Juan Carlos Velasco, 2016, op. cit., pp. 277-284.

[20 Nancy Fraser, «Reenmarcar la justicia en un mundo en globalización», en: Escalas de justicia, cap. 2, Herder, Barcelona, 2008, pp. 31-64, p. 39.

21 Nancy Fraser, 2008, op. cit., p. 60.

22 Iris Marion Young, «La estructura como objeto primario de la justicia», en: Responsabilidad por la Justicia, Fundación Paideia Galiza, A Coruña, 2011, pp. 61-88, p. 69.

23 Ruben Andersson, «Beneficios y depredación en la bioeconomía humana», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 145, primavera 2019, pp. 27-56, disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/beneficios-y-depredacion-en-la-bioeconomia-humana/

24 Iris Marion Young, 2011, op. cit., p. 76.

25 Ibid., p. 77.

26 Iris Marion Young, «Responsabilidad y justicia global: un modelo de conexión social», Anales de la Cátedra Francisco Suárez, 39, 2005, pp. 689-708, p. 689.

27 Ibid., p. 702 y ss.

28 Juan Carlos Velasco, «Alternativas a la funesta manía de erigir muros», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 153, primavera 2021, pp. 101-112, disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/alternativas-a-la-funesta-mania-de-erigir-muros/


Entrevista con Daniel W. McShea y Carlos de Castro

El número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica en su sección ENSAYO una entrevista realizada por Ramón del Buey a Daniel W. McShea y Carlos de Castro

¿Cómo reaccionar ante un nuevo cambio en cosmología?

Es sintomático que el filósofo francés Bruno Latour haya titulado su conferencia de aceptación del último Premio Kyoto así: «Cómo reaccionar a un cambio en cosmología». ¿Cuál hubiese sido nuestra reacción de haber vivido en primera persona la revolución copernicana? ¿Y si estuviéramos ante una revolución similar en la biología?

La entrevista que se ofrece a continuación es una oportunidad de trasladar dicho experimento mental a una situación de cuestionamiento más real. El 6 de abril de 2022, la prestigiosa revista Paleobiology, editada por Cambridge University Press, publicó «Applying the Prigogine view of dissipative systems to the major transitions in evolution»,[1] una investigación sobre la evolución de la complejidad de la vida que está llamada a ocupar un lugar importante no solo en la historia de la ciencia, sino también en los pensamientos (¿y en los actos?) de cualquier alma concernida por la comprensión de nuestro puesto en el cosmos.

El artículo ha sido elaborado por Carlos de Castro (Departamento de Física Aplicada, Universidad de Valladolid) y Daniel W. McShea (Departamento de Biología, Duke University), a partir de una pregunta tan sencilla como trascendental: ¿por qué la trayectoria del grado de complejidad de los sistemas orgánicos, que se acelera en el tiempo de manera exponencial según las observaciones empíricas no coincide con las previsiones del neodarwinismo, un modelo explicativo para el cual lo esperable sería la ralentización en la evolución? La respuesta ofrecida por los autores consiste en defender un tipo concreto de retroalimentación entre los niveles superiores e inferiores de dichos sistemas orgánicos. Este se basa en la tesis de que las cadenas causales que se dan en esa retroalimentación no seguirían una orientación solamente ascendente –de tal forma que pudiéramos explicarlo todo como interacciones de partículas subatómicas–, sino que, al contrario, la causalidad sería también descendente. Así, las totalidades, en especial las orgánicas más abarcadoras, explicarían causalmente la realidad de las funciones y las interacciones de materia y energía que finalmente encontramos en las relaciones de los entes o seres que conforman con su interacción dichas totalidades orgánicas. El artículo, como su título indica, aplica una herramienta proveniente de la física termodinámica, el trinomio de Prigogine, a un ámbito estudiado por la biología, la historia de la evolución y, en concreto, la historia de lo que se conocen como Major Transitions in Evolution (en adelante MTE), es decir, los cambios de mayor relevancia en la complejidad de los sistemas orgánicos, como el que se produjo en el paso de las células procariotas a las eucariotas, o en el paso de las células eucariotas a los organismos pluricelulares. Si no resultan familiares las ideas de Prigogine o la teoría Gaia, se facilita la referencia de tres textos accesorios para facilitar la comprensión.[2] Pero también cabe la posibilidad de que el asombro que sobrevenga a la lectura sea de otro tipo. ¿Será nuestra reacción ante un nuevo cambio en cosmología?

 

Ramón del Buey (RB): ¿Cómo fue que un biólogo y un físico colaborasteis para un trabajo tan transdisciplinar?

Carlos de Castro (CC): La termodinámica que defendió Ilya Prigogine es uno de los dos pilares “físicos” en los que me apoyo para explicar cómo emerge una Gaia de tipo orgánico. Como sabes, llevo ya cerca de dos décadas defendiendo una teoría Gaia que identifica la biosfera con un organismo vivo, pero es muy difícil publicar en el ámbito científico algo así. Cuando estás mentalmente en este nuevo paradigma muchas de las controversias que se tratan en la biología, en la ecología y en la filosofía natural las interpretas rápidamente de otra forma, en ocasiones de forma muy sencilla.

El caso que nos ocupa lleva muchas décadas en discusión en la biología evolutiva, aunque con tendencia a pasar de puntillas sobre él. A partir de mis publicaciones sobre la teoría Gaia orgánica en las que algo de esto se describe y explica, me animé hace un par de años a escribir un pequeño artículo que tratara de explicar dos ideas: que el ritmo de aparición de las MTE en la jerarquía que se observaba en la Tierra no cuadraba con las explicaciones clásicas de la biología evolutiva y que desde la física e interpretación de sistemas complejos disipativos de Prigogine se podía tener una explicación coherente. Como ya me había pasado en muchas ocasiones desde los años noventa, se repetía la historia: llevé el artículo a algunas revistas relevantes y los editores ni lo llevaron a revisión. Tras tres rechazos, se me ocurrió pedir ayuda y acudir a algún biólogo reconocido que pudiera compartir mis ideas. Consideré que el más avanzado, puesto que ya tenía gráficos que marcaban una aceleración en la complejidad y los niveles jerárquicos y llevaba tiempo estudiando el tema casi “predicando en el desierto” era Dan. Le envié mi trabajo y se ofreció con entusiasmo a ayudarme. La ayuda se convirtió rápidamente en colaboración y un montón de discusión de pormenores y, sobre todo, en una mejora impresionante del artículo, de su extensión y calidad y de “traducción” a un lenguaje más próximo a la biología. Destacaría además que esa discusión transdisciplinar con Dan me llevó a una mayor convicción del papel y significado del trinomio de Prigogine , a profundizar en la bibliografía sobre los detalles y a rectificar el cierto prejuicio que tenía con los briozoos, los primeros animales coloniales, quizás por la fascinación que tengo por los insectos sociales (abejas, termitas y hormigas) y porque al principio creí que podría descuadrar mi idea de que seguíamos una curva exponencial. También he de decir que Dan es un biólogo con un sentido fenomenológico de la termodinámica muy agudo, fue él, por citar un caso, el que escribió el ejemplo del huracán que damos en el artículo. Creo que fue necesario, pues, un biólogo con buenos conocimientos fenomenológicos de física y al revés.

Daniel McShea (DM): Cuando Carlos me propuso colaborar, vi una magnífica oportunidad para explorar algunas ideas que tenía sobre la relación entre los sistemas alejados del equilibrio y la evolución a gran escala con un físico que también había pensado en estas cosas. Era una oportunidad para aprender, pero no esperaba que estuviéramos de acuerdo en demasiadas cosas. La mayoría de mis intentos de explorar esta área con físicos no habían llegado muy lejos, porque no podíamos superar las diferencias con respecto a los conceptos fundamentales. Esta colaboración con Carlos fue muy diferente. Resultó que pensábamos en estos problemas más o menos en sintonía conceptual, y nuestras diferencias se reducían sobre todo a la terminología que empleábamos. Carlos es un físico que, cuando la ocasión lo requiere, puede pensar como un biólogo. También resultó que su punto de vista ofrecía una nueva manera de pensar en un problema con el que yo había estado luchando durante algunos años: la aceleración a lo largo de la historia de la vida en el origen de nuevos niveles de organización, el aumento de la jerarquía de la bacteria a la célula eucariota y del individuo multicelular a la colonia. Tenía una solución tentativa que había propuesto en un artículo anterior, pero Carlos me permitió verla en términos mucho más generales y de una manera más amplia que la del detalle biológico.

 

RB: ¿Podéis resumirnos cuál es la principal novedad que aporta el artículo y por qué creéis que es relevante en la biología evolutiva y quizás más allá de sus MTE?

CC: Diría que la mayor novedad son las realimentaciones entre los elementos y el todo que emerge de la interacción de los elementos . La biología, como otras ciencias, ha tendido históricamente a la visión reduccionista, a explicar los detalles, a ir en último término como interacción de átomos, o elementos mínimos de cada disciplina: moléculas en la química, genes en la biología, etc. Prigogine advertirá que incluso en sistemas físicos, la historia es relevante y la formación de sistemas macroscópicos, formadores de historia, de totalidades, no solo emerge de las interacciones microscópicas sino que tanto en el proceso de formación como una vez formado ese todo se producen fenómenos de causación en la otra dirección: la totalidad también determina los procesos microscópicos que van a ser seleccionados. Se termina generando una causalidad circular con mucho potencial evolutivo y, bajo ciertas condiciones, explosivo, exponencial. Es decir, existiría una causación de “arriba hacia abajo” (top-down), desde el nivel más alto hacia los más bajos, desde lo que Prigogine llama estructura hacia las funciones o microestructuras. No solo que el todo tenga propiedades más allá de la suma de las partes, es que termina, en ciertos sistemas, determinando la interacción de las partes. Prigogine creyó observarlo en ciertos sistemas físicos y defendió que se podía aplicar a sistemas biológicos y sociales. Yo me lo tomé en serio.

El resultado es que ese ciclo de causación, en la que la tercera pata del trinomio son las fluctuaciones, lo que interpreté como los flujos de energía y materia entre sistemas, tiene un potencial evolutivo en el caso de la biología que puede resultar en aceleración de los procesos en estudio. Es decir, funciones exponenciales que aparecen cuando hay realimentaciones circulares positivas. La biología evolutiva sin esa “fuerza” se estaba dando de bruces para explicar por qué parece que ciertos procesos de complejidad, como las MTE, se aceleran, cuando desde las teorías clásicas lo esperado es una ralentización en la evolución. Además, en ese juego del trinomio, se muestra que requiere fases que desde la perspectiva micro, interpretamos como la necesaria colaboración de los entes, –en el caso de la biología, los organismos–, lo que explicaría que lo más relevante en la evolución no es la competencia sino la cooperación como forma de resolver problemas, pero como tendencia universal ¡desde la propia física!

Si nos situamos en la perspectiva de las totalidades formadas, hablamos de coordinación, existiría una tendencia hacia la formación de totalidades en sistemas evolutivos y esos todos promocionarían la cooperación de sus partes, coordinándolas. De nuevo, con apoyo en las leyes de la termodinámica. Esto es brutal, porque la termodinámica nos estaría ensañando justo lo contrario a cómo se la interpretó en buena parte del siglo XIX y XX, como esa tendencia a la degradación. Y da la vuelta a cierta obsesión histórica en la biología evolutiva desde Darwin a interpretaciones de lucha y competencia excluyentes que muchas veces ha tenido impactos sobre cómo nos organizamos social, económica y moralmente en los últimos siglos. Por supuesto, en el artículo, procuramos solo rozar algunas de estas cuestiones, bastante controvertido puede llegar a ser centrándose en algo tan concreto.

DM: Apoyo plenamente la visión descendente de la causalidad de Prigogine y Carlos. Es una visión que ha estado implícitamente presente pero oficialmente ausente en el discurso evolutivo. Oficialmente, la causalidad va hacia arriba, de abajo a arriba, empezando por los genes y terminando por el organismo y su ecología. Sin embargo, implícitamente, la selección natural darwiniana es necesariamente un proceso descendente. Es, en palabras del paleontólogo del siglo XX Leigh Van Valen, «el control del desarrollo por la ecología». Una entidad ecológica actúa de forma descendente sobre los organismos que contiene, filtrando las variantes menos adaptadas, fomentando las mejor adaptadas y moviendo las poblaciones hacia una mayor aptitud.

Curiosamente, Carlos y yo expresaríamos este tipo de causalidad en términos algo diferentes. En sus términos, el conjunto determina los procesos de nivel inferior que se seleccionan. En los míos, los procesos de nivel inferior no están determinados, sino que surgen al azar, como dice la teoría tradicional, y aquellas variantes que apoyan o fomentan el flujo de energía a través del sistema son estabilizadas por el todo o, en términos darwinianos estándar, son “seleccionadas” o “favorecidas”. En ambas formas de expresarlo, la flecha causal corre hacia abajo desde el sistema de nivel superior (en términos biológicos, la ecología) hasta sus partes (organismos o linajes).

 

RB: ¿Qué queréis decir con “de-darwinización” o “maquinización” de las partes y qué implica este proceso en la literatura evolutiva?

CC: La literatura ha identificado, en ocasiones de forma independiente, creo, términos como “de-darwinización”, maquinización o domesticación cuando las totalidades formadas al nivel de las jerarquías que describimos, restan capacidad de autonomía a sus partes que en su día fueron totalidades más “plenas” (organismos): las bacterias que se incorporan a la célula eucariota y que termina siendo un orgánulo como el cloroplasto o la mitocondria dejan de ser tan autónomas, pierden funciones (y genes) y son maquinizadas o domesticadas así por ese todo. La selección natural ya no actúa sobre la mitocondria como actuaba sobre la bacteria, actuaría sobre la célula eucariota, en ese sentido, biólogos evolucionistas hablan de “de-darwinización”. Para que no pensemos en este proceso de forma antropomórfica en exceso yo suelo usar, aunque no lo hemos incorporado al artículo, “transferencia de telos”: la totalidad absorbe las funciones, los propósitos, la autonomía de las partes, que en su día dirigían hacia ellos mismos. También hablo de “dilución de egos”, los egos al colaborar y cooperar con otros van formando totalidades y se van diluyendo como egos frente al nuevo ego que se va formando. Pero estos términos son demasiado radicales para una biología aún muy anclada en el mecanicismo reduccionista, donde esquemas teleológicos (no necesariamente autoconscientes), son atacados sin piedad, aunque el sentido común nos diga que un pájaro cuando hace un nido lo hace con un propósito (teleología) que le pertenece y emerge del pájaro como tal.

DM: En un artículo de hace algunos años describí lo que llamé el “drenaje de complejidad” que se produce en la evolución de los individuos de nivel superior. El artículo surgió de una observación casual de que las células de los individuos pluricelulares parecían tener menos partes que los organismos unicelulares de vida libre. Una célula de la piel de un mamífero tiene menos partes –menos orgánulos y menos estructuras internas en general– que una ameba. De hecho, algunas células de los organismos pluricelulares, como las células sanguíneas humanas, no tienen ninguna parte a macro escala. Así que me propuse comprobarlo, desarrollando una definición objetiva y operativa de “parte” y utilizando las micrografías electrónicas ya disponibles en la literatura al respecto para contar las partes de las células. Los datos apoyaron firmemente la existencia de un drenaje. En términos evolutivos, el drenaje tiene sentido. Como dice Carlos, con la aparición de un individuo multicelular, algunas de las diversas funciones que el organismo debe realizar se transfieren de las células al conjunto multicelular. Una célula hepática no necesita recoger oxígeno o alimento, ni tampoco reproducirse, porque estas funciones las realiza el conjunto multicelular. Así, la célula hepática necesita menos partes. Pensando más en ello, parece bastante probable que la misma lógica evolutiva se aplique a todos los niveles, que la aparición de la célula eucariota produjera un drenaje de partes dentro de las células procariotas que la componen. Y la aparición de sociedades y colonias produce un drenaje de las partes dentro de los individuos multicelulares que las componen. Es casi seguro que estas dos últimas ocurrieron, pero no han sido demostradas formalmente con conjuntos de datos robustos: una oportunidad para algún biólogo con mentalidad empírica.

 

RB: Ambos tratáis pues el tema de la complejidad y de su evolución. Este trabajo es, por tanto, más específico de lo que os ocupa. ¿Para qué otros campos más allá del caso de las MTE creéis que sería relevante vuestra discusión?

CC: En su día me apoyé en las mismas ideas para especular con que la tendencia en la complejidad de los organismos medida de alguna manera con el número de genes mínimo para “fabricar” un organismo, seguía una función exponencial en vez de una función creciente ralentizada como se esperaría de nuevo desde las teorías clásicas en la biología. De hecho, intenté publicarlo en su día, sin apoyarme en Prigogine. El problema es que el número de genes es una forma débil de medir la complejidad y, por otro lado, el jaleo es impresionante porque la funcionalidad de los genes no es nada directa a su número. Pienso ahora más en un estudio que identifique número de variantes de proteínas (proteómica), algo que invitaría a explorar a los microbiólogos que lean esto. En cualquier caso, el número mínimo de genes para hacer una bacteria, una célula eucariota, un organismo pluricelular sencillo, como una esponja o una medusa y un organismo complejo como un leopardo, si lo pones en función del tiempo geológico que se necesitó para que aparecieran por primera vez, también correlaciona con una función acelerada mientras que la teoría clásica seguiría prediciendo una ralentización.

Los trabajos de Dan precisamente me convencieron de que era mejor explorar los saltos jerárquicos. Pero para mí, lo más relevante es que existe una fuerza directora, una tendencia física, que ayudaría a explicar por qué de una sopa informe –así nació nuestro Universo– se forman, bajo ciertas condiciones, estructuras cada vez más complejas de forma acelerada (aunque con límites) y en el caso de los fenómenos biológicos, si contemplamos los ecosistemas y Gaia desde el esquema de Prigogine, podemos inferir también procesos de transferencia de funciones, de maquinización y de coordinación, que decíamos antes, desde todos que llamaríamos ecosistema y Gaia. Creo que la ecología daría un vuelco tratada así y las teorías Gaia también porque podrían explicar sus fenómenos desde esos todos sin necesidad de recurrir siempre y en exclusiva a los fenómenos micro, en último término a la física cuántica. Es un tanto paradójico que sea la física la que defienda así que tienen pleno sentido las ciencias biológicas y sociales, que no tienen por qué perder su trabajo porque el proyecto reduccionista hacia la física atómica es imposible.

Por último, señalo un par de ideas que están en pies de página del artículo, pero que creo que podrían ser relevantes. Por un lado, no necesariamente los animales coloniales es el final de la historia, si aún estamos en fase exponencial, es muy posible que no estén presentes ya factores limitantes que impidan seguir ascendiendo en la cadena jerárquica, y a su vez, las colonias tienen un gran recorrido futuro, un éxito asegurado, se inventarán más veces y evolucionarán en complejidad interna. Eso es coherente con lo que describimos, y excitante. A su vez, si extrapolamos la cadena al pasado, decimos que la primera bacteria no tuvo tiempo material de formarse en la Tierra, de lo que se infiere que estaríamos mostrando, creo que, por primera vez, una teoría que discriminaría entre dos hipótesis: que el origen de la vida ocurre en la Tierra o que el origen es extraterrestre, más antiguo que el Sistema Solar y que la Tierra fue colonizada por bacterias extraterrestres. Hasta ahora creo que no había base teórica para preferir una u otra, de ahí que se exploraran las dos, aunque mayoritariamente la “equivocada” en mi opinión. Por otro lado, muchos de los procesos evolutivos de pérdidas funcionales, de pérdidas genéticas y demás, de escalas de nivel ecosistémico, tendrían un paraguas explicativo en nuestra discusión de los procesos de MTE usando el mismo esquema teórico. Así, que no sinteticemos vitamina C es parte de un proceso de transferencia de telos, a totalidades mayores, de anclaje funcional al ecosistema y a Gaia…

DM: Carlos y yo estamos de acuerdo en la mayor parte de lo que dice. Sin embargo, un punto de discrepancia tiene que ver con la expectativa de la futura evolución jerárquica. El nivel social –los individuos que colaboran para formar sociedades– se formó y estabilizó hace al menos 480 millones de años (con el origen de las primeras colonias avanzadas de briozoos, que forman colonias similares a las de los corales). Estos son los primeros “superorganismos”. Desde entonces, no ha evolucionado ningún superorganismo inequívoco, diría yo. Los seres humanos son altamente sociales, por supuesto, pero nuestras asociaciones en sociedades de más alto nivel –Estados nación y metasociedades de varios tipos– están relativamente poco integradas. Un Estado nación puede tener un enorme poder y capacidad, pero no es un organismo, en mi opinión (¡Carlos y yo hemos tenido varias discusiones fascinantes sobre lo que se requiere para ser un organismo!). De todos modos, si estoy en lo cierto, y si no han evolucionado superorganismos en los últimos 480 millones de años, se plantea la posibilidad de que la tendencia instanciada por las grandes transiciones haya alcanzado su límite superior. Como Carlos y yo argumentamos en el artículo, todos los sistemas alejados del equilibrio tienen tales límites. La mayoría de los sistemas físicos simples alcanzan su límite superior con solo un pequeño número de niveles anidados de trinomios. Los organismos, debido a su complejidad, pueden formar sistemas profundamente anidados. Pero incluso ellos tienen límites.

 

RB: En el artículo, ciertamente, conectáis al final de forma relativamente breve, con la teoría Gaia y en concreto abrís tímidamente la puerta a una discusión cuantitativa, del grado de su organicidad. ¿Hasta qué punto es compatible lo que exponéis con la teoría Gaia orgánica que defiende Carlos?

CC: No es que sea solo compatible. La teoría Gaia orgánica tal y como la he expuesto, trata de buscar los “mecanismos” que llevan a su emergencia, a que emerja un macrosistema en la biosfera con las mismas características que un organismo vivo, que un ser vivo. Uno de estos mecanismos es el mismo proceso que describimos en detalle en el artículo de las MTE: cooperación inicial dirigida por la termodinámica de sistemas complejos disipativos que lleva a la formación de estructuras, a su vez la termodinámica daría mayor probabilidad de formar y mantener estas estructuras y capacidad de estas estructuras de influir primero y luego coordinar después sus partes –organismos–, y finalmente, la formación de una totalidad orgánica.

La otra gran pata explicativa en la que no entramos en el artículo, que tiene que ver con la necesidad del reciclado de materiales, ayudaría, en el caso de sistemas biológicos, a terminar formando una Gaia orgánica. Pero una vez formada, y en coherencia con el propio trinomio de Prigogine, es ella la que coordina, la que “domestica”, la totalidad orgánica que establece las relaciones de arriba a abajo, o top-down, que van a dirigir los procesos internos, incluida la propia evolución interna de lo que llamamos organismos y su MTE. Es decir, la aceleración observada en las MTE creo que necesita, además de lo descrito, el apoyo de una totalidad compleja y orgánica como Gaia, porque las barreras y factores limitantes de esa evolución que describimos son muy grandes.

DM: Cuando se trata de Gaia, soy más tímido que Carlos. En particular, me resisto a llamarla organismo. La razón es que me siento incómodo con los términos que sugieren dicotomías, incómodo con lo uno o lo otro, en biología. En el pensamiento estándar, ser un organismo –o, como Carlos lo ha llamado acertadamente, la organicidad– se entiende generalmente como un concepto dicotómico. Algo es un organismo o no lo es. Hay debates en biología sobre si, por ejemplo, un virus es un organismo o no, pero en la mayoría de ellos se asume que la organicidad no es una cuestión de grado. Creo que en biología muy pocas cosas son todo o nada, muy pocas cosas son discretas. En los mamíferos, por ejemplo, ni siquiera el número de brazos es discreto (pensemos en los seres unidos al nacer). Y supongo que el organicismo no va a resultar discreto. Cuando tengamos una mejor comprensión de los sistemas biológicos, supongo que seremos capaces de idear una escala de organicidad con múltiples variables –como la capacidad de reproducción y la capacidad de metabolizar, etc.– y que cada entidad biológica, desde los virus hasta Gaia, se registrará como un organismo de diferente grado. En cualquier caso, nuestro debate sobre esta cuestión –el estatus de organismo de Gaia– fue para mí una de las discusiones más interesantes que tuvimos.

 

RB: ¿Y alguna implicación más allá de la biología, en la antropología, la filosofía…?

CC: No sé si es mi papel como científico, aunque como persona, sí las veo, claramente. No es lo mismo tratar el conjunto de seres vivos, y a estos como “mecanismos complejos”, que darles un carácter más “vivo”, con valor cualitativo, sobre todo si Gaia está viva. Si consideramos que Gaia es un organismo, el resto de vivientes formamos parte de él, y la sostenibilidad del organismo Gaia y de sus partes dependen del buen funcionamiento de sus partes. Parece una aproximación que lleva a plantearse si nuestra sociedad, en las últimas generaciones, no se está comportando de forma análoga a un cáncer. Pero, sin duda, rompe con un exceso de antropocentrismo y nuestro artículo en concreto tiende a romper también con ese mito de que somos egoístas en un mundo de lucha competitiva desde la biología: hay sesgo físico hacia la cooperación. Creo que la biología, si bien históricamente a regañadientes ha reconocido la colaboración o la ayuda mutua, tiene ahora más apoyos para que esas relaciones salgan del mundo de las anécdotas. El propio Darwin usó ya muchos más ejemplos de competencia excluyente que de cooperación altruista.

¿Y si damos la vuelta al discurso habitual y tratamos de explicar la competencia como lo anecdótico frente a la tendencia general cooperativa? Hace no mucho leía un artículo sobre bonobos que demostraba que tienen tendencias xenofílicas (“amor al extraño” algo interesante para formar todos más abarcantes), en buena medida tenían que justificarlo muy bien y con “barroquismos” explicativos, algo que parece solo necesario cuando el paradigma es el competitivo y de lucha encarnizada por la supervivencia. A mí no me extraña, es más, es lo “natural” en un organismo tan complejo.

DM: Antes de mi colaboración con Carlos, no había pensado mucho en las implicaciones sociales o políticas de esta cuestión. Y estoy en deuda con él por nuestras discusiones, que en gran medida me llevaron a su punto de vista. Sí, el punto de vista de Prigogine apoya una visión menos competitiva y más cooperativa del mundo biológico.  El sistema de nivel superior, nuestra ecología, llega hasta sus partes (nosotros) y estabiliza las interacciones que apoyan el flujo de energía a través del sistema, y muchas de estas interacciones estabilizadoras son probablemente cooperativas. Por otro lado, no olvidemos el drenaje de complejidad, la maquinización, que también se produce. Deberíamos esperar que el conjunto social de nivel superior favorezca la eliminación de "partes" dentro de nosotros, el despojo de las capacidades sobrantes a nivel individual, funciones que el conjunto realiza mejor y más eficazmente. Las colonias de hormigas son “inteligentes" en cierto sentido, pero esa inteligencia es posible en parte porque los individuos que las componen son "estúpidos". Es decir, las hormigas individuales han sido despojadas de gran parte de su complejidad y autonomía. Aplicado a los humanos, el drenaje de complejidad significa que la inteligencia social tiene el mismo coste, una reducción de la complejidad y la autonomía a nivel individual. No es difícil imaginar contrastes que hagan evidente este punto: un cazador recolector humano podría ser omnicompetente, en el sentido de que cada individuo es capaz de comprender y realizar la mayoría de las tareas esenciales. Yo, por el contrario, dudo de mi capacidad como individuo para cultivar alimentos suficientes para alimentarme durante todo un año y me siento algo sobrepasado cuando arranco mi coche.

 

RB: ¿Qué acogida esperáis de este trabajo en vuestros respectivos ámbitos académicos y en qué aspectos os gustaría seguir desarrollando esta investigación en el futuro?

CC: La verdad es que espero más impacto fuera de la física y la biología, al menos por ahora. En física tardamos siglos de pasar del mecanicismo, determinismo y reduccionismo que inició Newton a la física del siglo XX que se abrió a otros paradigmas a partir de la relatividad, la cuántica, la termodinámica de no equilibrio y la teoría del caos. Supongo que la biología requiere tiempo, ya lleva 150 años en un paradigma que la física dejó obsoleto (aunque no los físicos necesariamente), quizás le quede pues aún décadas por delante para “imitar” el camino seguido por la física, espero que no muchas, pues me gustaría experimentarlo en vida. En cuanto al trabajo futuro, en parte dependerá de si hay reacción y cuál al artículo. Me encantaría seguir abusando de los conocimientos y el sentido común de Dan, pero ambos andamos bajos de disponibilidad de tiempo ahora mismo. También hay un proyecto que es más viejo que este de las MTE, que incluso consulté con el mismo Prigogine en los noventa, la idea de que los propios mecanismos que usa la biología evolutiva (el neodarwinismo más en concreto) no cumplen con el trinomio de Prigogine (no hay causación top-down, por ejemplo). Él lo creyó entender así cuando se lo comenté, pero no quiso meterse en el berenjenal, aunque me animó a ello. Dudo que me anime tras décadas infructuosas, y creo que es más práctico tratar de exponer la teoría Gaia que defiendo con sus dos patas básicas sin atacar al neodarwinismo, ahora que ya hay una de ellas con un ejemplo expuesto y quizás admitido.

DM: Soy más optimista sobre el impacto en la biología. La biología evolutiva, al menos, ha dejado atrás el neodarwinismo en las últimas décadas. La llamada “síntesis moderna” ya no es la vanguardia. En su lugar, hemos estado debatiendo qué forma adoptará una “síntesis ampliada”. No se ha llegado a un consenso, por supuesto, pero está claro que la causalidad descendente, la termodinámica y el pensamiento al estilo de Prigogine, e incluso una Gaia algo viva, serán mucho más bienvenidos en el nuevo discurso en desarrollo. Y creo que nuestro artículo será considerado una importante contribución a ese discurso. En cuanto a la investigación futura, he estado trabajando durante la última década en una nueva forma de entender la orientación hacia objetivos o el propósito, que se aplica a todos los sistemas con metas, desde una bacteria que sigue un gradiente de alimentos hasta máquinas dirigidas por metas y procesos afectivos como el deseo y la preferencia en animales que tienen esas capacidades. Intuitivamente, la dinámica lejos del equilibrio debería formar parte de toda esta historia, aunque –a pesar de haber aprendido mucho de Carlos (¡gracias, Carlos!)– todavía no soy lo suficientemente físico como para contar esa historia. Estoy trabajando en ello.

Ramón del Buey Cañas forma parte del personal docente e investigador del Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid y es miembro del Laboratorio Filosófico sobre la Pandemia y el Antropoceno de la Red Española de Filosofía.

[1] Carlos de Castro y Daniel W. McShea, «Applying the Prigogine view of dissipative systems to the major transitions in evolution», Paleobiology, 6 de abril de 2022. Disponible en: https://www.cambridge.org/core/journals/paleobiology/article/abs/applying-the-prigogine-view-of-dissipative-systems-to-the-major-transitions-in-evolution/950CC803571570A46EEF7EE5970C50A1#

[2] Ilya Prigogine, ¿Tan solo una ilusión? Una exploración del caos al orden, Tusquets, Barcelona, 1988; Carlos de Castro, El Origen de Gaia, Libros en Acción, Madrid, 2020; Carlos de Castro, Reencontrando a Gaia, Ediciones del Genal, Málaga, 2019.

 

 


Refugiados, migrantes e integración

Refugiados, migrantes e integración: una breve antología 

Jürgen Habermas

Editorial Tecnos, Madrid, 2022

124 págs.

Reseña publicada en el número 158 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

Volvemos a Habermas a través de la lectura de una antología de textos, seleccionada, editada traducida y estudiada por Juan Carlos Velasco, inédita.

La intención de este libro es la que ofrecer al lector una aproximación al pensamiento habermasiano en relación con las cuestiones vinculadas con los procesos migratorios y las políticas de integración. Se trata, por tanto, de un viaje a través de una serie de artículos que abordan, desde una perspectiva profundamente alemana, aquellas cuestiones que han ido apareciendo en el país germano desde el proceso de reunificación en relación con la aproximación política a temas como la construcción de la identidad nacional alemana, la conceptualización de la política de asilo o la necesidad de la adopción de una política de integración que vaya más allá una aculturación unilateral por parte de las sociedades de acogida.

Quizás unas de las cuestiones más interesantes del libro es poder ver cómo las migraciones ponen en cuestión modelos políticos clásicos, y plantean preguntas nuevas e incluso incómodas sobre el modo en que esos procesos son gestionados.

Pero, además, y como no podía ser de otro modo, Habermas nos abre la puerta a la complejidad de las aproximaciones en relación con esta cuestión, puesto que la forma de realizarlo puede dar lugar a diferentes resultados, en ocasiones buscados, en otras no deseados.

En los textos recogidos en este libro, además, se puede observar la genuina implicación de Habermas como persona preocupada por el devenir de la sociedad en la que habita, así como su intención explícita de influir en el debate político alemán, algo que, por cierto, continúa haciendo a día de hoy a sus más de noventa años de edad.

Esta antología nos permite trazar la evolución de la línea de pensamiento de Habermas en relación, no solo con la inmigración, sino también con el pasado, presente y futuro no exclusivamente de Alemania, sino también de Europa. A través de los textos que aquí se presentan se observa como el pensamiento habermasiano no ha perdido ni un ápice de actualidad. Así ya en 2006 planteaba cuestiones como el déficit democrático del que adolecía el proceso de construcción europeo y la incapacidad de avanzar en la vía democrática en tanto en cuanto no existiera una esfera pública europea digna de ser llamada como tal. Del mismo modo, clamaba por la necesidad de reforma de las Naciones Unidas, así como por la necesidad de la puesta en marcha de una política exterior europea genuina. Y argumentaba «Solo en una Unión Europea capaz de actuar en términos de política exterior podría influir en el curso de la política económica mundial. Podría impulsar la política ambiental y dar los primeros pasos hacia una política interna mundial» (pp. 97). Pero, además, entonces, también denunciaba, con una claridad meridiana, el riesgo al que se asomaban las sociedades europeas al vincular la inmigración con cuestiones de seguridad, así como establecer una equivalencia entre fundamentalismo e inmigración. Y afirmaba: «Los hijos y nietos de los antiguos inmigrantes forman parte de nosotros desde hace mucho tiempo. Pero como en otro sentido no son parte de nosotros, representan un desafío para la sociedad civil y no para el Ministerio del Interior. Se trata de respetar a los miembros de las culturas y comunidades extranjeras en su alteridad y de implicarlos en la solidaridad cívica» (pp. 98). Así de lúcidas y visionarias son las reflexiones de Habermas en su artículo «La ampliación del horizonte. Europa y sus inmigrantes» publicado allá en 2006.

Y este es solo uno de tantos ejemplos, de los que está sembrado el libro, de cómo desde una perspectiva normativa Habermas es capaz de ofrecer de manera reactiva análisis avanzados y con total vigencia en estos días.

De hecho, también a principios de los años noventa analizaba la política de asilo con un punto de partida que no deja lugar a dudas: el derecho de asilo es un derecho humano, y todos los que lo soliciten debe ser tratados de manera justa y ser acogidos con todas las consecuencias asociadas a este hecho, algo que, desde su óptica, Europa había pasado por alto hasta el fin de la Guerra Fría. Y este debate lo realiza asumiendo la centralidad que las decisiones que se adoptaran entre Alemania y Francia tendrían un impacto significativo en el resto del continente.

Pero, quizás, algo que resulta especialmente interesante en estos textos es cómo Habermas denuncia de manera permanente la necesidad imperativa de deconstruir el concepto de nación entendida como comunidad étnica (Volksgeminschaft) para avanzar en la construcción de una comunidad jurídica (Rechtsgemeinshaft) sobre la base del Estado de Derecho.

Habermas considera que la inmigración puede ser un catalizador adecuado para poner en marcha este proceso. Un proceso que acentuará la diversidad en las sociedades europeas y dará lugar a tensiones sociales que darán paso a una estructura de gobierno supranacional al margen de las particularidades históricas o tradiciones compartidas que son las causantes cierta reactividad por parte de las sociedades afectadas. Y eso se hará, según Habermas, a través de la puesta en marcha de una política de inmigración liberal que huya de lo que denomina el «chovinismo del bienestar». Además, incide en la necesidad de escapar de la idea de “cultura rectora” (Leitkultur) fundamentada en «la idea errónea de que el Estado liberal debe exigir a sus inmigrantes algo más que aprender el idioma del país y respetar los principios constitucionales. Teníamos, y al parecer tenemos aún, que superar la opinión de que los inmigrantes supuestamente deben asimilar los “valores” de la cultura mayoritaria y adoptar sus “costumbres”» (pp. 112). Y, además, alerta de que «no mejora las cosas que hoy en día la cultura rectora no se defina tanto por la “cultura alemana” como por la religión» (pp. 113).

Habermas también plantea la necesidad de que la propia tradición nacional tendrá que ser apropiada de tal manera que esté relacionada y relativizada por los puntos de vista de otras culturas y, por tanto, deconstruida. Ve la inmigración masiva y la relativización de las culturas como una forma de democratizar la ciudadanía y avanzar en la construcción de una auténtica ciudadanía mundial. Y en el caso particular de la UE, una genuina esfera pública europea que permita avanzar en la construcción democrática del proyecto europeo. Y hacerlo, además, en el caso alemán a través de la superación de lo que Habermas denomina la gran mentira. Alemania ya vivió una gran mentira vital, la lanzada por Adenauer: «todos somos demócratas», y argumenta con Hans Magnus Enzensberger que «cree que la RFA está sufriendo una “mentira vital”: la ilusión de que la reunificación era lo que siempre quisimos» (pp.67), y que Habermas replica con la frase: «Si realmente ha ido surgiendo una segunda mentira vital desde 1989, entonces es que sea la mentira de que “por fin hemos vuelto a la normalidad”» (pp.68).

En gran medida, este pequeño gran libro, nos permite realizar un ejercicio de introspección y reflexión para adentrarnos en la búsqueda de esas mentiras vitales y extrapolarlas más allá del contexto alemán. En un momento de máxima crisis geopolítica, económica y humanitaria en el continente europeo, es imprescindible indagar cuáles han sido estas mentiras vitales con las que Europa ha trabajado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, tales como la ilusión de que el régimen multilateral surgido entonces y sostenido sobre la democracia liberal era indestructible, aún más tras el fin de la Guerra Fría. Y si seguimos las claras instrucciones analíticas presentadas en este texto por Habermas, podemos trazar una clara línea que correlacione este hecho con la manera en la que nuestras sociedades han ido abordando y abordan los fenómenos migratorios, tanto en sus distintas fases como en su diversidad.

Ruth Ferrero-Turrión

Profesora Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid

Reseña disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/lecturas-158/


Mundo de emergencias. Papeles 162

El mundo que surge de la pandemia y de la guerra de Ucrania presenta luces y sombras.

Este conflicto armado ha acelerado el ascenso de la importancia creciente de la geopolítica, ha fragmentado el mundo en nuevos bloques de poder y áreas de influencia, y ha profundizado las tendencias autoritarias y armamentísticas que se venían mostrando desde comienzos del siglo.  A su vez, la pandemia nos ha recordado la vulnerabilidad y ecodependencia humana y ha rubricado procesos que estaban en curso con anterioridad, como la digitalización de las sociedades o la recuperación del papel decisivo de los Estados a través de los planes de reconstrucción y resiliencia. Mientras el consenso neoliberal se desploma, surge ya un nuevo orden social plagado de incertidumbres y contradicciones. En el número 162 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, indagamos en los contornos de lo que está emergiendo.

En la Introducción, Santiago Álvarez Cantalapiedra resalta que «la caída del orden neoliberal y la emergencia de otro indefinido nos muestran que ya estamos viviendo una transición. El problema es la transición: adónde nos conducirá y en qué condiciones».

En A fondo, Tica Font disecciona las actuales batallas por la hegemonía mundial; Fernando Estenssoro ofrece un análisis de la geopolítica del siglo XXI desde América Latina; Federico Aguilera Klink aborda los antecedentes y la guerra de Ucrania y el papel de los medios de comunicación; el equipo Ecosocial de FUHEM conversa con Jesús Sanz, quien hace balance de la pandemia; Nuria del Viso explora el desplazamiento forzado, una de las principales tendencias de nuestro tiempo; Adriana Mayor examina cómo ha afectado la guerra de Ucrania a las políticas climáticas y ecológicas; y Ángel Martínez González-Tablas analiza la regulación consciente pública como instrumento en las transiciones.

En Actualidad, Monica Di Donato y Pedro L. Lomas hablan con Ugo Bardi sobre colapso y el otro lado del crecimiento; y Héctor Barco desgrana algunas de las lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi.

Experiencias recoge las reflexiones de Laila Vivas y Virginia Soler tras la ocupación de End Fossil en la Universitat Autònoma de Barcelona, e Hingrid Camila Pérez Bermúdez explora las figuras que operan en la justicia tradicional afro en Colombia.

Ensayo explora los crecientes impactos psicosociales del cambio climático y las migraciones de la mano de M. Carmen Hidalgo y Macarena Vallejo.

La sección Lecturas cierra este número.

A continuación, ofrecemos el Sumario del número y en abierto, a texto completo la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo de Fernando Estenssoro sobre la geopolítica en América Latina.

Sumario

INTRODUCCIÓN

Mundo de emergencias, Santiago Álvarez Cantalapiedra.

A FONDO

América Latina en la geopolítica del siglo XXI: el riesgo de pasar de “Sur global” a “Sur absoluto”, Fernando Estenssoro.

Pandemia, guerra y competición por la hegemonía mundial, Tica Font.

La guerra contra Rusia, Federico Aguilera Klink.

Desplazamiento forzado, exponente de una “tormenta perfecta”, Nuria Del Viso.

Las políticas climáticas y ecológicas, sacudidas por la guerra en Ucrania, Adriana Mayor.

Entrevista a Jesús Sanz, coordinador del libro Salir mejores. Una hoja de ruta de emergencias,  Equipo FUHEM Ecosocial.

Capitalismos, desarrollo alternativo y transiciones, Ángel Martínez González-Tablas.

ACTUALIDAD

Entrevista a Ugo Bardi a propósito del libro Antes del colapso: Una guía para el otro lado del crecimiento, Pedro L. Lomas y Monica Di Donato.

Algunas lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi, Héctor Barco.

EXPERIENCIAS

Verbos para habitar el Antropoceno. Reflexiones sobre la ocupación de End Fossil en la Universitat Autònoma de Barcelona, Laila Vivas y Virginia Soler.

Las sabedoras de la justicia propia afrocolombiana: una práctica decolonial en reemergencia, Hingrid Camila Pérez Bermúdez.

ENSAYO

Aproximación a los impactos psicosociales del cambio climático y las migraciones, Mª Carmen Hidalgo y Macarena Vallejo.

LECTURAS

Necesidades ante la crisis ecosocial. Pensar la vida buena en el Antropoceno, Carmen Madorrán Ayerra.

Marcela Vélez León

Nuevos comunalismos. Una hipótesis política para el decrecimiento, Adrián Almazán e Iñaki Barcena (coords.).

Ramón del Buey Cañas

Geopolítica. Una breve introducción, Klaus Dodd.

Guillermo Carazo Diez-Aja

Notas de lectura

RESÚMENES

 

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Mundo de emergencias

El cinco de mayo de este año, el director de la OMS anunció el fin del estado de emergencia sanitaria internacional por la COVID-19.

Esto no significa que haya terminado la pandemia y sus secuelas y, mucho menos, las causas finales que la provocaron. Aún está por ver si el SARS-CoV-2 se vuelve estacional o si se sucederán nuevos brotes a partir de distintas variantes en diferentes estaciones del año. Tampoco se ha encarado la asignatura pendiente del «COVID persistente», que sufre actualmente en torno al 10% de las personas que padecieron la pandemia.

La emergencia sanitaria se cruzó con la emergencia climática, y las dos emergencias traspasaron, a su vez, otras problemáticas de la crisis ecosocial en la que estamos. Si no hacemos nada (y eso significa: si no vamos a las causas, es decir, si no cambiamos nuestro modo de vida), el factor microbiano y el atmosférico seguirán amenazando nuestra existencia.

Santiago Álvarez Cantalapiedra en este artículo, que constituye la Introducción del número 162 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, habla de cómo los últimos tres lustros han mostrado signos de lo que cabe esperar del mundo que emerge tras cuatro décadas de orden neoliberal.

En el contexto de un cambio global que no deja de acelerarse –cuya principal manifestación es la convergencia de la escasez de recursos con la pérdida irreversible de biodiversidad y la desestabilización abrupta del clima–, hemos asistido durante estos últimos quince años a una crisis financiera descomunal (La Gran Recesión del año 2008), a una pandemia global (la COVID-19 del 2020) y, desde febrero del 2022, a una guerra en Ucrania que acelera la tendencia armamentística que se venía incubando años atrás y que aviva la pesadilla exterminista asociada al Armagedón nuclear. En tiempos de crisis los límites de lo posible se ensanchan en todas direcciones, tanto reaccionarias como emancipadoras, unas veces a favor de las élites y otras en beneficio de las mayorías sociales.

 

La emergencia de un nuevo orden

La crisis ecosocial, resultante de la combinación de la ecológica con la social, revela hasta qué punto el funcionamiento del capitalismo socava las bases de su reproducción. El capital necesita determinadas condiciones sociales y ambientales para proseguir con su senda de acumulación y, al mismo tiempo, esa tendencia a la acumulación ilimitada socava los procesos de reproducción social y ecológica sobre los que asienta sus cimientos. En este escenario de crisis ecosocial plagado de múltiples incertidumbres y contradicciones es en el que emerge hoy un nuevo orden social.

El consenso neoliberal ha saltado por los aires, asegura Gary Gerstle,1 y tardaremos al menos una década en terminar de definir cómo será el próximo orden establecido. Así pues, la caída del orden neoliberal y la emergencia de otro indefinido nos muestran que ya estamos viviendo una transición. El problema es la transición: adónde nos conducirá y en qué condiciones.

El orden emergente arranca de la Gran Recesión provocada por la crisis del neoliberalismo2 y, aunque todavía sin contornos definidos, empiezan a perfilarse algunos de sus rasgos característicos.

En primer lugar, en este orden emergente vivimos un reajuste del papel del Estado y los mercados. Se empezó a vislumbrar con la crisis del 2008 y los primeros programas de estímulo y de rescate bancario, así como con los intentos –más bien retóricos– de regular el capitalismo financiarizado; aconteció de nuevo, pero con mucha más fuerza, con la pandemia, con la parada forzosa de la economía mundial, la emergencia sanitaria y el reinicio posterior de las economías con la ayuda de ingentes planes de reconstrucción y resiliencia; se ha asentado con la guerra, cuando gastos militares y programas armamentísticos se ven impulsados con nuevos fondos. En tales circunstancias, la presencia y expansión de los ámbitos públicos no solo no son cuestionadas, sino que son alentadas de forma generalizada hasta por quienes no hace mucho promovían un miedo cerval al Leviatán del Estado. Cabe preguntarse si esta mayor intervención pública marcada por las circunstancias tiene visos de consolidarse. Hay motivos para pensar que así será: las diversas facetas de la transición –energética, ecológica, digital, y todas aquellas otras que se quieran añadir– parecen estar reclamando una presencia renovada del Estado. El nuevo papel de la intervención pública no se traduce únicamente en la simple cuestión cuantitativa del incremento del gasto: consiste sobre todo en la redefinición del nuevo rol cualitativo que debe desempeñar el Estado (no solo en sus funciones protectoras y redistribuidoras, sino también en las reguladoras y de impulso de la innovación).3 Se trataría de encontrar la oportuna combinación entre gobiernos proactivos, pero controlados, y mercados dinámicos, pero bien regulados. Sin embargo, el regreso del intervencionismo público acontece en un contexto de involución autoritaria. En Occidente viene acompañado de décadas de retroceso de derechos sociales y vaciamiento democrático tras la aplicación de políticas de ajuste y alianzas público-privadas que fusionan el poder económico con el político;4 en Oriente, el capitalismo político o autoritario dirigido por el Estado, ejemplificado perfectamente por China, socava la pretensión de Occidente de afirmar la existencia de un vínculo necesario entre capitalismo y democracia liberal.5

En segundo lugar, asistimos a un retroceso de la hiperglobalización vivida durante la década de los noventa del siglo pasado tras el derrumbe del bloque soviético. Las estrategias orientadas a fragmentar, desplazar y reorganizar los procesos productivos mediante subcontrataciones y deslocalizaciones han mostrado sus inconvenientes. Se ha construido una economía demasiado compleja y, por eso mismo, extremadamente vulnerable: la paralización de parte de la producción por la escasez de suministros, el encarecimiento de los carburantes o los problemas en la logística global (debidos no solo a los cuellos de botella creados por la pandemia sino también a hechos como el acontecido en el Canal de Suez por el buque portacontenedores Ever Given) señalan que se ha ido demasiado lejos con la globalización. Ningún país es capaz de controlar su economía. Las principales potencias de Occidente comienzan a replantearse el papel de las cadenas globales de suministro y a reorganizar a través de políticas industriales las actividades que antes habían fragmentado y deslocalizado a miles de kilómetros, haciéndolas pasar del plano mundial a un ámbito de mayor proximidad geográfica (la UE, la economía nacional) para así garantizar el suministro de componentes e insumos considerados estratégicos (microchips, baterías, vacunas, semillas, cereales, fertilizantes, etc.).

Finalmente, los cambios en la geografía económica mundial, cuyo centro de gravedad se desplaza hacia Asia, y el surgimiento de nuevos actores en el escenario internacional –particularmente China, pero también la India con su enorme peso demográfico–, unido a la creciente pugna por unos recursos estratégicos escasos y las exigencias derivadas de la creciente profundización de la digitalización y el colonialismo verde de los países del centro capitalista, aventuran un recrudecimiento de las rivalidades –en todos los planos: el comercial, el tecnológico o el militar– y un incremento de la importancia de la geopolítica para preservar esferas de influencia y garantizar el acceso y la seguridad en el abastecimiento de los recursos.

En este contexto cabe interpretar el escenario surgido de la guerra de Ucrania. Representa el pulso entre potencias nucleares con el pueblo ucraniano como víctima, reflejando un choque de imperios en declive –el ruso y el occidental nucleado en torno a la OTAN– en un momento dominado por el ascenso fulgurante de una nueva figura: China. Una confrontación que se desprende de la pugna entre potencias ascendentes y dominantes en la emergencia de un nuevo orden, y que ha puesto de actualidad el riesgo que el politólogo norteamericano Graham T. Allison quería señalar al utilizar la expresión «trampa de Tucídides»: la amenaza de guerra que se desprende del miedo a perder la hegemonía.6 La guerra de Ucrania sería la primera salva militar de una nueva guerra fría entre un Occidente Cuadrilateral –formado por EEUU, Europa, Japón y Oceanía– y un Oriente –liderado por China en alianza con Rusia y sus respectivas zonas de influencia– que puede acabar convirtiéndose en caliente en algún momento de las próximas décadas.

 

Nuevos consensos en un nuevo orden

Cada orden social representa una determinada configuración de poder definida por juegos de dominación y compromiso (entre alianzas en torno a una potencia, en el plano internacional; y, en el plano interno, entre clases y fracciones de clase). A cada orden le corresponde un discurso ideológico hegemónico que se presenta como “consenso”. El neoliberalismo logró un éxito sin precedentes en este campo. Generó uno aceptado y asumido incluso por sus oponentes, capturados en un espacio del que no pudieron escapar. En este sentido, los gobiernos de Felipe González, Bill Clinton, Tony Blair, Gerhard Schröder o Barak Obama fueron tan neoliberales como los de Margaret Thatcher o Ronald Reagan. El «Consenso de Washington» definió las reglas del juego para la economía mundial durante casi medio siglo y creó el mito de que la democracia liberal era la forma de gobierno universal con el que se clausuraba la historia.

Nada más lejos de la realidad, pues si hay algo que muestra el nuevo contexto geopolítico es precisamente la caída de dos de los principales mitos del orden neoliberal en el plano internacional: el primero, que el crecimiento económico y el libre comercio conducen a los países sin libertades políticas hacia regímenes de gobernanza y libertades asimilables a los occidentales; el segundo mito consistía en la creencia de que el incremento del comercio y las relaciones económicas garantizaría la paz entre las naciones. Uno y otro han sido desmentidos por China y Rusia respectivamente. Según el consenso occidental, China debería haber iniciado la senda hacia las libertades y los derechos civiles y, sin embargo, no es lo que está ocurriendo cuando el círculo de poder se estrecha cada vez más en torno a la figura de Xi Jinping –quien ha conseguido, no lo olvidemos, prorrogar su mandato indefinidamente– y el capitalismo en aquel país se asienta sobre un poderoso Estado autoritario tecnocrático. El mismo consenso llevó al error de pensar que Rusia iba a aguantar paciente, en virtud de los lazos comerciales contraídos con Europa, todas las ignominias y humillaciones que Occidente le ha estado infligiendo desde el derrumbe del bloque soviético.

La realidad internacional, más allá de los mitos, lo que muestra es la emergencia de un mundo que se fragmenta en bloques en un contexto geopolítico marcado por pulsiones autoritarias y amenazas bélicas. Aunque la crisis ecosocial y las problemáticas emergentes reclaman mayor cooperación y multilateralismo, la realidad que va surgiendo viene marcada por un orden multipolar fragmentado y mediado por un bilateralismo de bloques y áreas de influencia.

En el plano interno también se percibe una pérdida de consensos. El neoliberalismo, como orden social, trascendió las divisiones ideológicas presentes en una sociedad. Las diferencias culturales siguieron existiendo, pero armonizadas en torno a un único proyecto y los mismos principios del libre mercado. Convivían, aunque rivalizando entre ellos, neoconservadores y progresistas neoliberales.7 Los primeros poniendo el énfasis en los valores del esfuerzo, la responsabilidad y la autoridad, en el legado de la tradición, en la defensa de la familia patriarcal y heterosexual; los segundos, enfatizando el mérito y los valores cosmopolitas que celebran el globalismo y la apertura a nuevas culturas, a la diversidad social y a nuevas tipologías de familia y formas de convivencia ancladas en códigos morales plurales. Diferencias ideológicas que se suelen despachar en forma de guerras culturales, pero que no llevan a impugnar el orden social ni el modo de vida de la civilización capitalista. Sin embargo, a medida que empiezan a percibirse con mayor gravedad las amenazas del avance de la insostenibilidad, el deterioro de las condiciones de vida por el incremento de las desigualdades sociales y las brechas territoriales que comprometen la cohesión social, y el retroceso de las instituciones democráticas corre paralelo al avance del poder de las elites, al repliegue autoritario o a la securitización y militarización de la respuesta a los flujos migratorios y a los desplazamientos forzados de población, el orden político y los consensos se resquebrajan al surgir la necesidad de cuestionar los fundamentos sobre los que se estaba instituyendo el orden emergente. De la mano de movimientos como Occupy Wall Street, el 15-M o los chalecos amarillos, se empieza a destacar la importancia de abordar los temas fiscales y poner coto a los mercados financieros y al poder de las corporaciones, se insiste en la urgencia de una transición ecológica justa que reparta con equidad los costes y los esfuerzos, en la necesidad de erigir redes de seguridad que protejan a la gente de las amenazas que se multiplican,8 en suma, se abre el debate sobre el reajuste de las relaciones entre el Estado, la economía y la sociedad, sin olvidar el metabolismo social y la ecología, en el marco de un planeta que se precipita hacia el abismo borracho de (des)información y posverdad.

Sin embargo, nada está decidido. Aún no se ha forjado un nuevo consenso alternativo y el actual orden social continúa indefinido. Las respuestas a las cuestiones estructurales urgentes se van posponiendo porque la combinación de fuerzas no termina de decantarse hacia ningún lado. Mientras tanto, las fuerzas reaccionarias vuelven a la carga con sus cuitas culturales (costumbres y tradición, nación, identidad, ética y moral individuales…), y a su llamada se entra al trapo con tanto entusiasmo como despreocupación por la suerte de miles de millones de personas cuya vida depende de que el orden emergente logre ser más ilustrado y civilizado (o si se prefiere, menos bárbaro) que el saliente.

Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

Acceso al texto completo en formato pdf: Mundo de emergencias.

NOTAS

] Gary Gerstle, Auge y caída del orden neoliberal, Península, Barcelona, 2023.

2 Los órdenes sociales emergen tras profundas crisis en el capitalismo. Desde finales del siglo XIX, momento en el que apareció el capitalismo organizado con rasgos contemporáneos, se han sucedido tres órdenes sociales, cada uno de los cuales empieza y termina con una crisis estructural: la crisis estructural de 1890 inauguró el orden liberal o «primera hegemonía financiera»; la Gran Depresión de los años treinta del siglo pasado abrió la puerta al orden socialdemócrata o «compromiso social keynesiano de izquierdas»; y la crisis de los años setenta del siglo XX, precipitó el comienzo del orden neoliberal o «segunda hegemonía financiera». La Gran Recesión, que se desencadena en el año 2008, representa el inicio del tránsito hacia un orden social emergente cuya suerte aún estaría por decidir.

3 Luis Buendía García (ed), El papel del Estado en la economía. Análisis y perspectivas para el siglo XXI, Catarata/ FUHEM, Madrid, 2023.

4 Sheldon S. Wolin, Democracia S.A., Katz, Buenos Aires/ Madrid, 2008.

5 Branko Milanovic, Capitalismo nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Taurus, Madrid, 2020.

6 Tucídides fue un historiador y general ateniense que escribió Historia de la guerra del Peloponeso, donde se refiere a la pugna entre dos ciudades-Estado de la Antigua Grecia: una Esparta dominante (que lideraba la Liga del Peloponeso) y una Atenas en ascenso (encabezando la Liga de Delos). El profesor de Harvard Graham Allison, en su obra Destined for War: Can America and China Escape Thucydides´s Trap? (Houghton Mifflin Harcourt, Nueva York, 2017), examinó dieciséis enfrentamientos entre potencias ascendentes y dominantes desde el año 1550, señalando que en doce de los casos el desenlace fue el estallido de una guerra.

7 Neovictorianos y cosmopolitas los denomina Gary Gerstle (op. cit). La expresión neoliberalismo progresista la tomo de Nancy Fraser, que la define como una suerte de alianza entre ciertas corrientes de los movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGTBQ) con las fuerzas del capitalismo cognitivo y financiarizado (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood).

8 No solo las amenazas climáticas o las vinculadas a nuevas pandemias y crisis financieras, también las que se puedan desprender del factor demográfico, la política, la geopolítica, la inteligencia artificial u otros aspectos de la actual revolución tecnológica. Nouriel Roubini, en su libro Megamenazas (Deusto, Barcelona, 2023), advierte sobre diez de ellas.


América Latina en la geopolítica del siglo XXI

La sección A FONDO del número 162 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global incluye un artículo de Fernando Estenssoro, titulado América Latina en la geopolítica del siglo XXI: el riesgo de pasar de “Sur global” a “Sur absoluto”.

Durante la Guerra Fría los países subdesarrollados, al momento de esquematizar la división de poder en el orden internacional, enfatizaron la división Norte-Sur a fin de salirse de la lógica del conflicto dominante entre el bloque capitalista y el bloque comunista o conflicto Este-Oeste y su categorización entre Primer Mundo (capitalismo desarrollado), Segundo Mundo (países comunistas industrializados) y Tercer Mundo (países subdesarrollados).

El objetivo fue poder relevar la urgencia de superar la miseria, el atraso y el subdesarrollo que caracterizaba a sus sociedades y que eran la gran mayoría de la humanidad.

«La idea de "Sur" se construyó esencialmente por oposición al Norte y por diferenciación al conflicto Este y Oeste».1 A mediados de la década de 1970 surgió formalmente el Diálogo Norte-Sur en la Organización de Naciones Unidas (ONU), «vinculado a las demandas de un Nuevo Orden Económico Internacional, formuladas (…) por prácticamente la totalidad de los países subdesarrollados».2 En 1977 el canciller alemán Willy Brandt encabezó una comisión destinada a proponer un Nuevo Orden Internacional para superar las tensiones entre el mundo desarrollado y el mundo subdesarrollado y/o en vías de desarrollo. Tres años después, en1980, se publicó el informe de la Comisión Brandt, Dialogo Norte-Sur, e igualmente se popularizó la “línea Brandt”, que dividía al mundo entre países desarrollados y subdesarrollados y en donde la República Popular China, a raíz de su bajo PIB per cápita quedaba en el mundo no desarrollado (ver imagen 1).3

Y si bien, tras el término de la Guerra Fría, el conflicto Este-Oeste y la categorización del mundo en tres segmentos perdió todo sentido; no ocurrió lo mismo con la división Norte-Sur, dado que las diferencia entre un mundo desarrollado y altamente industrializado y un mundo subdesarrollado y/o en vías de desarrollo no desapareció, por lo cual la línea Brandt siguió vigente.

Tras la Guerra Fría el conflicto Este-Oeste perdió todo sentido; no ocurrió lo mismo con la división Norte-Sur

En este sentido, quienes mantuvieron la vigencia de la división Norte-Sur comenzarán a utilizar los conceptos de Norte global y Sur global para enfatizar ya no solamente diferencias económicas y de riqueza entre países desarrollados y subdesarrollados, sino también las diferencias en las relaciones de poder geopolítico que implicaba esta división:

"Norte-Sur" responde a consideraciones de poder y percepción y no de geografía. En cuanto al primero, es evidente que la división Norte-Sur refleja la distribución de poder en el sistema internacional (…) no se trata de estar en la parte Meridional o Septentrional del planeta, ni de alcanzar determinadas cifras macroeconómicas: la diferencia entre unos y otros radicaría esencialmente en las nociones de poder y percepción (…) La distribución de poder en el sistema internacional determina la división del mundo en esta visión simplificada...4

De la misma forma, buscaban cuestionar las perspectivas que planteaban una creciente homogenización económica, política y cultural del mundo bajo los valores liberales occidentales y que se resumían en el concepto de globalización. Esta era la mirada que buscaba imponer el Norte global, o sea el grupo de poder liderado por Estados Unidos e integrado por el G7,5 más la Unión Europea y Australia, principalmente. Por el contrario, el Sur global reunirá a todos los países que, ya se consideren en vías de desarrollo o subdesarrollados, buscaran alternativas a esta hegemonía globalizadora neoliberal, impuesta por EEUU y sus aliados. Por esta razón se ha señalado que

El término Sur Global funciona como más que una metáfora del subdesarrollo. Hace referencia a toda una historia de colonialismo, neoimperialismo y cambios económicos y sociales diferenciales a través de los cuales se mantienen grandes desigualdades en los niveles de vida, la esperanza de vida y el acceso a los recursos.6

 

Declinación de Estados Unidos y ascenso de China y las “potencias emergentes

Si bien esta división entre Norte global y Sur global se mantuvo relativamente clara hasta la primera década de este siglo XXI, a partir de la segunda década las relaciones de poder vienen experimentado importantes cambios que nos llevan a preguntarnos si es posible seguir utilizando esta división entre Norte global y Sur global y por cuánto tiempo más. Este interrogante se fundamenta en base a dos fenómenos principales: a) la relativa declinación del poder hegemónico de EEUU y b) el surgimiento de las llamadas potencias emergentes asociadas al crecimiento económico de Asia en general y de China en particular.

a. Declinación del poder hegemónico estadounidense. El debate acerca de la declinación hegemónica de Estados Unidos se refleja en las tesis que plantean que el orden mundial se encontraría en una transición desde el unipolarismo en el que quedó el mundo tras el fin la Guerra Fría –cuando los norteamericanos quedaron como la única mega potencia global y sin contrapeso (militar y económico)– hacia un nuevo orden de poder de carácter multipolar. Es creciente el número especialistas que señalan que el imparable aumento de la deuda nacional de EEUU, así como su persistente deterioro social interno, unido al acelerado crecimiento económico de China está generando un inevitable e irreversible cambio de poder lejos de los EEUU y Occidente.7 Por esta razón se afirma que «si se avecina una gran transformación (…) se trata de una transformación estructural de la unipolaridad a la multipolaridad».8 Por cierto, esta declinación hegemónica no significa que EEUU vaya a perder su categoría de gran potencia, sino que ya no podrá dictar a su capricho la diferencia entre el “bien y el mal” en el orden mundial y tendrá que acostumbrarse a compartir el poder con otros. Como dice Fareed Zakaria, el orden mundial que viene es un mundo posamericano donde el poder será más difuso debido a la emergencia de las nuevas potencias, sobre todo las asiáticas, como China e India entre otras, y si bien EEUU seguiría siendo uno de los principales poderes ya no será el único súper poder sin contestación.9 Igualmente, es relativamente consensual señalar que esta declinación hegemónica quedó irremediablemente visible tras la crisis económica (subprime) de 2008, que implicó la superación de las tesis unipolaristas «por las premoniciones de la decadencia y la transformación geopolítica de Estados Unidos», en la medida que dejo en evidencia «el desplazamiento de la riqueza y el poder mundial de Occidente a Oriente», y en donde la principal expresión de este fenómeno será el rápido ascenso «de China al estatus de gran potencia».10

b. China, Asia y las “potencias emergentes”. El otro fenómeno que se instaló en el debate tras la crisis económica de 2008 es el enorme crecimiento económico de Asia en general y de China en particular, así como la aparición de las llamadas “potencias emergentes”.11

El caso de China es quizás el más estudiado y sorprendente de todos, dado el extraordinario crecimiento económico que ha experimentado en un periodo relativamente breve de tiempo. Por ejemplo, en 1991, cuando terminó la Guerra Fría, el PIB de China representaba apenas el 1,4% del PIB mundial mientras que el de EEUU representaba el 26% del PIB mundial; treinta años después, en 2021 el PIB de China representó el 18,4% del PIB Mundial y el de EEUU el 24,2%. Además, en 2010 China se transformó en la segunda mayor economía del planeta y desde esa fecha hasta el presente cada año se acerca más al PIB bruto de EEUU y se espera que en los próximos años lo supere y se transformé definitivamente en la primera economía mundial.12

No se trata únicamente de China y los BRICS; es prácticamente toda Asia la que está creciendo e industrializándose aceleradamente

En relación a las llamadas potencias emergentes, el caso de los BRIC será arquetípico. En 2001 el economista Jim O’Neill popularizó la idea que Brasil, Rusia, India y China, serían los nuevos mercados emergentes que llegarían a dominar el mercado global y los identificó con su acrónimo BRIC. Tras la crisis económica de 2008, estos países, conscientes del peso específico que estaban adquiriendo en la economía global, se constituyeron, en el año 2009, en un grupo específico (similar al G7) para aumentar su influencia en la política internacional y dos años después, en 2011, incorporaron a Sudáfrica por lo que pasaran a ser identificados como BRICS. Entre sus objetivos principales, figuraba (y figura) la promoción de un mundo multipolar y más justo, así como la reforma integral de las Naciones Unidas.13

Pero no se trata únicamente de China y los BRICS; es prácticamente toda Asia la que está creciendo e industrializándose aceleradamente.  Importantes estudios proyectan que el PIB del continente asiático subirá de 17 trillones de dólares en 2010 a 174 trillones en 2050, lo que equivaldría al 50% del PIB mundial. Este crecimiento estaría liderado por siete economías principales: China, India, Japón, Corea del Sur, Indonesia, Tailandia y Malasia.14 Según el World Economic Forum, en 2030 Asia representará el 60% del crecimiento económico mundial y será el mayor mercado de consumo al contener a la clase media más numerosa del planeta, lo que transformara a este continente en el motor de una economía global liderada por China.15

Por esta razón, Zbigniew Brzezinski señaló que con la crisis económica de 2008 quedó en evidencia una «nueva realidad geopolítica: el cambio en el centro de gravedad del poder global y del dinamismo económico del Atlántico hacia el Pacífico, del Oeste hacia el Este».16

 

¿Modificaciones en la línea Brandt?

Desde el punto de vista de las relaciones de poder, el crecimiento de China y el hecho de que esté planteando a EEUU y al resto de la comunidad internacional la urgente necesidad de institucionalizar esta “nueva realidad multipolar” sugiere que la línea Brandt, que en 1991 dividía al mundo desarrollado del mundo no desarrollado, estaría modificándose o prontamente lo hará.

Hasta el momento, el debate se centra en la situación de China y los intentos de Estados Unidos para que la Organización Mundial de Comercio (OMC) y otros organismos internacionales dejen de considerarla como país en vías de desarrollo y entre la categoría de país desarrollado.17 Cuando en 2001 China ingreso a la OMC se calificó como país en vías de desarrollo y EEUU acepto esta calificación sin objeciones. Sin embargo, veinte años después la situación había cambiado radicalmente. El 27 de enero de 2023, la Cámara de Representantes aprobó por unanimidad un proyecto de ley para privar a China de su calidad de país en vías de desarrollo, acción que China rechazo casi inmediatamente catalogándola como «otro truco de Washington para contener y reprimir el desarrollo de la nación».18

El crecimiento de toda Asia tendrá, indudablemente, repercusiones en las relaciones de poder, como tempranamente advirtió el National Bureau of Asian Research (organismo estadounidense dedicado a orientar estratégicamente a sus tomadores de decisiones respecto del continente asiático), cuando señaló:

El poder en el sistema internacional continúa pasando a Asia desde Occidente, impulsado por el crecimiento superior de las principales economías de Asia (…) El crecimiento económico ha permitido a los estados asiáticos invertir más en capacidades militares modernas, lo que podría amenazar la hegemonía estadounidense y la estabilidad regional.19

Por lo tanto, son cada vez más comunes planteamientos tales como: «China ya no es un país subdesarrollado periférico, sino que comienza a rivalizar con EEUU», a lo que se debe agregar que «India se está poniendo al día rápidamente».20

 

El peligro de América Latina de transformarse en “Sur absoluto”

De aquí entonces, la emergencia de un nuevo orden de característica multipolar –proceso que puede ser bastante prolongado y “accidentado”–, lleva a que, si intentamos un ejercicio proyectivo, por ejemplo hacia 2045 o mediados de este siglo, nos preguntemos ¿quiénes se sentaran en la mesa del poder de este nuevo orden multipolar una vez que se haya consolidado?, y ¿cuál será la situación de América Latina en este nuevo orden?

En los años noventa Kissinger proyectó que «el relativo poderío militar de EEUU declinará paulatinamente» y que el sistema internacional se caracterizaría por un multipolarismo similar al equilibrio europeo del siglo XIX, en donde el orden será determinado por «al menos seis grandes potencias –EEUU, Europa, China, Japón, Rusia y probablemente la India–».21 Años más tarde, Brzezinski señaló que las mega potencias que compartirían el poder global en el siglo XXI, junto a EEUU y China, serían «Rusia, Japón e India, así como a los líderes informales de la UE: Gran Bretaña, Alemania y Francia».22 Por nuestra parte, podemos plantear, con todo lo reduccionista que resultan proyecciones como estas, que si cruzamos solo cuatro grandes variables geopolíticas que definen a una superpotencia tales como, territorio de tamaño continental, alto número de habitantes, grandes economías (industrializadas y tecnologizadas) y armas nucleares o estratégicas, nos aparecen inmediatamente cinco grandes candidatos: Estados Unidos, China, Unión Europea, India y Rusia.

En el nuevo orden global América Latina y África corren el riesgo de transformarse en “Sur absoluto”, en permanente estado de “en vías de desarrollo”

Evidentemente, América Latina y el Caribe no aparecen en ninguna de estas proyecciones y lo mismo ocurre con África. O sea, América del Norte, Europa y Asia seguirán siendo los continentes que continuaran alojando a las mega potencias globales, ergo desarrolladas, ya sean tradicionales o “nuevas”. Por lo tanto, el mapa geopolítico del poder global no se habrá movido un centímetro del Norte geográfico; solo mostrará modificaciones en cuanto a la relativización del poder hegemónico estadounidense, al verse obligado a compartir el poder con las “nuevas” potencias asiáticas. O sea, “Occidente” se verá obligado a compartir el poder con “Oriente”.

Lo anterior, significa que el Norte global, según se ha entendido hasta el momento, habrá perdido sentido, en la medida que la línea Brandt se habrá desplazado de este a oeste (ver imagen 2) y, en esta nueva esquematización,  América Latina y África corren el riesgo de transformarse de “Sur global” en “Sur absoluto”, o sea en permanente estado de “en vías de desarrollo”.

Recordemos que el poder político proviene del poder económico y que la categoría de “desarrollados”, con todo lo polémica y reduccionista que puede resultar, se sustenta en sociedades altamente industrializadas según se demuestra históricamente, dado que el estatus de “desarrollados” solo lo consiguieron aquellos países que lograron sostener en el tiempo un permanente proceso de industrialización. Este proceso es lo que ha hecho China, y está haciendo la India, así como prácticamente todo el resto del vasto continente asiático.

Sin embargo, por lo menos para el caso de América Latina , está ocurriendo el proceso inverso. En las últimas tres décadas décadas, bajo las directrices neoliberales ordenadas por el Consenso de Washington y la aplicación de la teoría de las “ventajas comparativas”, esta región del mundo ha vivido un proceso de desindustrialización y reprimarización de su economía, como bien han demostrado diversos estudios.23 O sea, ha vuelto depender para su “crecimiento” económico casi exclusivamente de las exportaciones de recursos naturales y commodities de escaso valor agregado, fenómeno que se ha visto acentuado por el acelerado crecimiento chino y su creciente demanda de recursos. Incluso grandes economías como el caso de Brasil y México no han podido salir de esta tendencia. Y todo indica que esta situación se acrecentará. Por eso se denuncia que la región no ha sido capaz de superar el modelo extractivista, o sea la explotación irracional de sus recursos naturales orientados al mercado externo, lo que solo genera y perpetúa su condición de región subdesarrollada, con sociedades altamente desiguales y en permanente conflicto sociopolítico. O sea, permanece en un estado de dependencia, subordinación y atraso, frente a los principales centros de poder (político y económico) del mundo. Esta situación se generó con el propio proceso de conquista y colonización de este continente desde el siglo XVI en adelante y que se ha mantenido hasta el presente.

Fuente: Elaboración propia

 

Reflexión final

Es sabido que esta región del mundo es riquísima en recursos naturales de todo tipo, razón por la cual fue subordinada por sus elites gobernantes –primero europeas, luego criollas– a ser una región surtidora de estos recursos para los centros imperiales. En la actualidad esta situación se ve aún más acentuada, frente a los desafíos del cambio climático y la crisis ambiental en general, ya que posee grandes reservas de recursos que se comienzan a considera estratégicos y escasos por las grandes potencias, tales como el agua dulce, o el litio, entre otros. Esto significa que, frente al creciente interés de las grandes economías industriales por estos recursos cada vez más escasos, la presión por la reprimarización de su economía puede ser aún mayor en la medida que la crisis ambiental se agudiza. Por otra parte, esta región posee ecosistemas que se consideran vitales para conservar la “salud del planeta”, como es el caso de la Amazonia.

América Latina ha vivido un proceso de desindustrialización y reprimarización de su economía, y vuelve a depender de las exportaciones de recursos naturales

Por estas razones, se ha planteado que la situación de América Latina se torna en extremo peligrosa frente a la geopolítica ambiental de este siglo XXI, y que ya tiene enfrentados a EEUU y China en la región, como quedo absolutamente claro con las declaraciones de la comandante del Comando Sur de EEUU (USSOUTHCOM), la general Laura Jane Richardson, quién ante el Congreso estadounidense expuso la importancia de América Latina para EEUU y por qué era necesario terminar con la creciente presencia de China:

América Latina y el Caribe (ALC) enfrentan inseguridad e inestabilidad exacerbadas por el COVID-19, la crisis climática y la República Popular China (RPC). La República Popular China continúa su marcha implacable para expandir su influencia económica, diplomática, tecnológica, informativa y militar en ALC y desafía la influencia de EEUU en todas estas áreas (…) La región representa 740.000 millones de dólares en comercio anual con los EEUU; contiene el 60% del litio del mundo y el 31% del agua dulce del mundo; tiene las mayores reservas de petróleo del mundo; y es el hogar de la selva amazónica ambientalmente crucial.24

De aquí entonces, en la geopolítica del presente siglo XXI y en los conflictos y componendas de poder que surjan entre las potencias globales, ya sean nuevas o tradicionales, América Latina y el Caribe se enfrenta a un futuro incierto y nada prometedor. Mientras siga “atada” a un modelo económico primarizado continuará en su histórica senda de subdesarrollo y por lo tanto subordinada y dependiente. Más aún, la conflictividad que comienza a surgir a raíz de la crisis ambiental puede escalar al punto que esta región del mundo se transforme en el teatro de operaciones de enfrentamientos entre las mega potencias por el acceso a sus recursos.

Este escenario poco halagador, propio de este “Sur absoluto” que proyectamos, solo será posible de evitar y superar con un proceso real de integración regional que aumente su capacidad relativa de negociación en un mundo multipolar y, además, se oriente a ir superando el extractivismo por un modelo de industrialización, sustentable e inteligente.

Fernando Estenssoro es doctor en Estudios Americanos, profesor titular de la Universidad de Santiago de Chile, USACH, y director del Doctorado en Estudios Americanos de la USACH.

Acceso al texto completo en formato pdf: América Latina en la geopolítica del siglo XXI: el riesgo de pasar de "Sur global" a "Sur absoluto".

NOTAS

1 Alejandra Kern E., Lara Weisstaub, «El debate sobre la Cooperación Sur-Sur y su lugar en la política exterior de la Argentina», Revista Española de Desarrollo y Cooperación, núm. 27, 2011, p. 87.

2 Luis De Sebastián, «El Dialogo Norte-Sur», Anuario Internacional CIDOB, 1989, p. 152, disponible en: https://raco.cat/index.php/AnuarioCIDOB/article/view/33224

3 Informe de la Comisión Brandt, Dialogo Norte-Sur. Nueva Sociedad. México D.F., 1981.

4 Josefina Del Prado, «La división norte-sur en las relaciones internacionales», Agenda Internacional, núm.5 (8), 1998, p. 23.

5  El G7 está integrado por EEUU, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Reino Unido.

6 Nour Dados y Raewyn Connell, «The Global South», Contexts, núm. 11, 2012, pp. 12-13.

7 Simon Serfaty, «Moving into a Post-Western World», The Washington Quarterly, núm.34 (2), 2011, pp. 7-23.

8 Randall Schweller y Xiaoyu Pu, «After Unipolarity. China's Visions of nternational Order in an Era of U.S. Decline», International Security,  núm. 36 (1), 2011, p. 42.

9 Fareed Zakaria, The Post Amercian World. Release 2.0., W. W. Norton & Company, Nueva York y Londres, 2011.

10 Christopher Layne, «This Time It's Real: The End of Unipolarity and the Pax Americana», International Studies Quarterly, núm. 56, 2012, p. 203.

11  Se utiliza el concepto de potencias emergentes para describir a «países que se cree que están en proceso de aumentar su poder económico (y político) más rápido que el resto» y, además son países que necesitan ser relativamente grandes en extensión geográfica y población, «y más pobre per cápita que los países industrializados». Oliver Stuenkel, «Emerging Powers and BRICS», Oxford Bibliographies, 2020, disponible en: https://www.oxfordbibliographies.com/display/document/obo-9780199743292/obo-9780199743292-0187.xml

12 Banco Mundial, disponible en: https://data.worldbank.org/

13 Alejandra Cabello, Edgar Ortiz, Miriam Sosa, «Creciente importancia de los BRICS en la gobernanza financiera y economía globales», Oikos Polis, núm. 6, 2021, pp. 135-184.

14 Asian Development Bank, Asia 2050: Realizing the Asian Century, 2011, disponible en: https://www.adb.org/sites/default/files/publication/28608/asia2050-executive-summary.pdf

15 Praneeth Ynendamuri, Zara Ingilizian, «En 2020, Asia registrará el mayor PIB mundial. ¿Qué significa eso?», World Economic Forum, 9 de enero de 2020, disponible en: https://es.weforum.org/agenda/2020/01/en-2020-asia-registrara-el-mayor-pib-mundial-que-significa-eso/

16 Zbigniew Brzezinski, Strategic Vision. American and the crisis of the global power, Basic Book, Nueva York, 2013, p. 15.

17 «China ingresó en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 autodefiniéndose como economía emergente, un estatus que otorga ventajas dentro de la organización, como períodos más largos para cumplir acuerdos, asistencia técnica y eliminación o reducción de aranceles». Ana Montes, «¿Por qué se considera a China un país en desarrollo?», EOM, 18 de junio 2021, disponible en: https://elordenmundial.com/por-que-considera-china-pais-desarrollo/

18 Sebastián Seibt, «EE.UU.quiere elevar a China al estatus de 'país desarrollado'; Pekín no está de acuerdo», France 24, 5 de abril de 2023, disponible en: https://www.france24.com/en/asia-pacific/20230405-the-us-wants-to-elevate-china-to-developed-country-status-beijing-disagrees

19 Ashley Tellis, «Strategic Asia: Continuing Success with Continuing Risks», en Strategic Asia en Asia’s Rising Power and America’s Continued Purpose,  Ashley Tellis; Andew Marble y Travis Tanner (eds), The National Bureau of Asian Research, 2010, p. 2, disponible en: https://carnegieendowment.org/files/SA1001_Overview.pdf

20 Matthew D. Stephen, «Emerging Powers and Emerging Trends in Global Governance», Global Governance, núm. 23, (3), 2017, p. 486.

21  Henry Kissinger, La diplomacia, Fondo de Cultura Económica, México, 2017, pp. 17,18.

22 Brzezinski, op. cit, p. 23.

23 Al respecto ver: Néstor Santana Suárez, «¿Reprimarización en América Latina?: Efectos de la demanda china sobre el patrón exportador latinoamericano y las estructuras económicas internas (1995-2016)». Papeles de Europa, vol. 31 (2), 2018, pp. 149-173. Sebastián Herreros y José Durán, Reprimarización y Desindustrialización en América Latina, dos caras de la misma moneda, CEPAL, 7 de noviembre de 2011, disponible en:  https://www.cepal.org/sites/default/files/events/files/presentacion_sebastian_herreros_y_jose_duran.pdf

24 Laura Richardson, Statement of General Laura J. Richardson Commander, United States Southern Command before the 117th Congress House Armed Services Committee, 8 de marzo de 2022, pp. 3-7, disponible en: https://www.congress.gov/117/meeting/house/114486/witnesses/HHRG-117-AS00-Wstate-RichardsonL-20220308.pdf

 


El papel del Estado en la economía

La Colección de Economía Inclusiva de FUHEM Ecosocial y Catarata publica un nuevo número dedicado al papel del Estado en la economía.

Editado por Luis Buendía García el libro recoge textos de varios expertos que ofrecen un debate sobre el papel que el Estado puede y debe desempeñar en el sistema económico mundial.

¿Tiene capacidad el Estado para atemperar las crisis del sistema económico? ¿Serviría tal acción para algo más que para hacer el sistema, con todas sus contradicciones y problemas, más fuerte? ¿Hay resquicios para una acción colectiva que utilice al Estado para construir una sociedad mejor?

Este libro no pretende contestar estas preguntas pero sí contribuir a los debates que suscitarían esta respuestas. Para ello, aportan un conjunto de reflexiones acerca del papel que está desempeñando en la actualidad el Estado y de lo que asoma como porvenir.

Más allá de la cuestión estrictamente cuantitativa, el libro desentraña más bien el aspecto cualitativo de las funciones de ese Estado, dentro de un sistema capitalista y para entender este papel cuenta con nueve capítulos más una introducción y unas reflexiones finales.

En los dos primeros capítulos Luis Buendía García, Alberto Ruiz Villaverde y June Sekera realizan un recorrido sintético por diferentes posiciones que, desde la teoría económica han convivido con respecto al papel que el Estado debe desempeñar en la economía.

El capítulo 3 Rafael Muñoz del Bustillo se ocupa de los principales retos que afrontan los Estados incluyendo problemas demográficos, los de la digitalización y el dilema existente ente crecimiento económico y la crisis medioambiental, aportando posibles respuestas.

En el capítulo 4  Pablo García García desarrolla la cuestión de las transiciones ecológicas justas y el papel del Estado en su promoción.

Por su parte, el capítulo 5 de Miguel Artola hace una aproximación metodológica a las cuentas nacionales distributivas.

Nuria Alonso y David Trillo revisan en el capítulo 6 los cambios de la políticas fiscales, desde la crisis del 2008, prestando atención, en Europa, al efecto que han  tenido las directrices de la Unión Europea.

El capítulo 7 lo dedica Julia Sánchez a exponer políticas monetarias que se han aplicado en la realidad, centrándose en el papel del Banco Central Europeo.

En el capítulo 8, Ángel Martínez González-Tablas, se adentra en otra de las tareas asumidas dese la intervención: la regulación.

Por último, el capítulo 9, escrito por María A. Ribón se ocupa de la articulación entre los movimientos sociales y el sector público, centrándose en el caso español.

El libro se cierra con unas reflexiones finales que sintetizan las ideas expuestas y apuntan a otras que se han quedado fuera del libro.

INTRODUCCIÓN

Luis Buendía García

CAPÍTULO 1. LA INTERVENCIÓN PÚBLICA EN LA ECONOMÍA CAPITALISTA: UNA INTRODUCCIÓN HISTÓRICA DESDE EL PENSAMIENTO ECONÓMICO

Luis Buendía García y Alberto Ruiz Villaverde

  1. Introducción
  2. El paradigma liberal primigenio
  3. El paradigma intervencionista de la ‘edad de oro del capitalismo’
  4. La crisis de los años setenta y el fin del paradigma intervencionista
  5. Balance y perspectivas para el siglo XXI: ¿hacia un nuevo paradigma?

CAPÍTULO 2. PRODUCCIÓN COLECTIVA: LA FORMA DE PRODUCIR DE LOS GOBIERNOS. UN ANÁLISIS SISTÉMICO DE LA ECONOMÍA PÚBLICA

June Sekera

  1. Prefacio
  2. La evolución de las ‘ciencias económicas’
  3. Economías múltiples: una perspectiva sistémica
  4. La economía pública
  5. Resumen comparado: economía de mercado y economía pública
  6. Un ejemplo: la mitigación del cambio climático. Depender de los mercados para hacer lo que los mercados no pueden hacer.
  7. Conclusión

CAPÍTULO 3. EL ESTADO DE BIENESTAR DEL SIGLO XXI: TRANSFORMACIONES Y RETOS

Rafael Muñoz de Bustillo Llorente

  1. Introducción
  2. Hechos estilizados del Estado de bienestar
  3. Retos del Estado de bienestar ya entrados en el siglo XXI
  4. Opciones de respuesta del Estado de bienestar

CAPÍTULO 4. LA INTERVENCIÓN PÚBLICA ANTE EL RETO DE LA TRANSICIÓN ENERGÉTICA JUSTA

Pablo García García

  1. El concepto de transición energética justa
  2. Desafíos de la transición energética justa
  3. La hipótesis de la sinergia eco-social
  4. De la teoría a la realidad: situación de la sinergia eco-social
  5. Hacia la transición sinérgica a través del bienestar sostenible
  6. Los ejes de una intervención fructífera

CAPÍTULO 5. LAS CUENTAS NACIONALES DISTRIBUTIVAS: LA NUEVA FRONTERA EN EL ESTUDIO DE LA DESIGUALDAD

Miguel Artola Blanco

  1. Introducción
  2. Las cuentas nacionales distributivas: principios generales
  3. Las cuentas nacionales distributivas: fuentes y métodos
  4. La desigualdad antes de impuestos: composición de la renta y distribución (2000-2019)
  5. La desigualdad después de impuestos y transferencias

CAPÍTULO 6. SITUACIÓN Y PERSPECTIVAS DE LA POLÍTICA FISCAL EN EL ACTUAL CONTEXTO POLÍTICO EUROPEO

Nuria Alonso y David Trillo

  1. Política fiscal desde la gran crisis
  2. ¿Es real la debilidad de los ingresos públicos en España?
  3. Carga impositiva, equidad distributiva y reforma fiscal
  4. Nuevas perspectivas para generar margen fiscal a través de los impuestos
  5. Conclusiones

CAPÍTULO 7. POLÍTICA MONETARIA: MENOS MEJOR QUE MÁS

Julián Sánchez González

  1. Introducción
  2. Un recorrido de interés por la política monetaria del BCE desde su origen a hoy
  3. Un tipo de interés justo basta
  4. El azote del monetarismo
  5. El dinero endógeno
  6. La Teoría Monetaria Moderna (TMM)
  7. Conclusiones

CAPÍTULO 8. LÓGICAS REGULADORAS Y REGULACIÓN CONSCIENTE PÚBLICA (RCP)

Ángel Martínez González-Tablas

  1. Introducción
  2. Aspectos generales
  3. Economía
  4. La RCP en la economía actual
  5. Conclusiones

CAPÍTULO 9. LA ARTICULACIÓN DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y EL SECTOR PÚBLICO EN ESPAÑA

María A. Ribón

  1. Reutopizar desde la economía heterodoxa
  2. Movimientos por una democracia sustantiva: más democracia y otra economía
  3. Alianzas movimentales por una economía inclusiva
  4. Alianzas movimentales en el espacio público no institucional
  5. Alianzas movimentales en el espacio público institucional

REFLEXIONES FINALES

Luis Buendía García

El Estado y la economía en la actualidad…

…Y más allá

BIBLIOGRAFÍA

SOBRE LAS AUTORAS Y LOS AUTORES

Información y compras:
Tel.: +34 914310280

Email: publicaciones@fuhem.es

Librería virtual

A continuación, ofrecemos un video de presentación del libro y una reseña publicada en la Revista de Economía Crítica.

En el video, el editor del libro Luis Buendía habla de cómo esta obra aspira a esclarecer el tipo de intervención que los Estados tendrán en las economías del siglo XXI y su devenir en los próximos años, con una mirada de largo recorrido, que sigue tanto la evolución desde los paradigmas teóricos como de las políticas económicas y las transformaciones producidas en los Estados en las últimas décadas.

 

 

La reseña del libro, elaborada por Carlos Sánchez Mato, ha sido publicada en el número 36 de la Revista de Economía Crítica, correspondiente al segundo semestre de 2023.


I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España

Presentamos el I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España, un nuevo enfoque que debería guiar el diseño de políticas que persigan una vida buena. 

El Área Ecosocial de FUHEM presenta el I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España.

En sus páginas, en primer lugar, se caracteriza el modo de vida de la sociedad española a través de un triple análisis que se centra en los gastos (alimentación, movilidad y vivienda), los recursos (energéticos y materiales), y los trabajos (remunerados y no remunerados). A continuación, se apuntan las tendencias que genera ese modo de vida, agrupadas en tres grandes epígrafes: insostenibilidad ambiental, desequilibrio territorial y amenazas sobre la cohesión social. Por último, se plantea una pregunta: ¿qué significa hoy una vida buena en el contexto de la crisis ecosocial provocada por nuestro modo de vida?

I Informe Ecosocial sobre la Calidad de Vida en España concluye que una sociedad no puede prosperar cuando no lo hace la mayoría de sus miembros, cuando se atenta contra la cohesión social o se genera un ambiente adverso.

Este trabajo, que ofrece un nuevo enfoque para detectar algunos de los asuntos cruciales que deberían centrar la atención al diseñar políticas que persigan una vida buena, se ha presentado hoy a los medios de comunicación y será el eje de actos inminentes como el próximo encuentro en el marco de los Debates para un Pensamiento Inclusivo o el de Despertadores climáticos. Calidad de vida en la transición ecológica.

Acceso al resumen ejecutivo del Informe y el Informe completo para su descarga.

Modo de vida

¿Cuáles son las características principales del modo de vida en España?

El modo de vida de la civilización industrial actual viene definido a partir de tres grandes ámbitos: la alimentación, la movilidad y la vivienda. Absorben la mayor parte del gasto de las familias y son responsables del mayor número de impactos sobre la salud, la vida social y la destrucción de los ecosistemas.

Alimentación:

  • Constante proceso de estandarización en todos sus eslabones: producción, comercialización y consumo.
  • Las diversas crisis y el aumento de precios de los alimentos supone un incremento del presupuesto familiar que obliga a reducir otras categorías del gasto de los hogares.
  • Los hogares más pobres solo pueden permitirse una dieta poco variada y de menor calidad.

Movilidad

  • Modelo marcado por el protagonismo del automóvil privado que exige un esfuerzo considerable en el presupuesto familiar.
  • Este modelo condiciona la organización del territorio y la integralidad ecológica de la naturaleza e impacta negativamente sobre la vida y la salud de las personas.

Vivienda

  • Predomina la propiedad frente al alquiler y el derecho de uso.
  • El alquiler experimenta un aumento significativo asociado a la precariedad de jóvenes y trabajadores que no pueden acceder a una vivienda en propiedad.
  • El alquiler social en España es apenas testimonial.

¿Qué recursos energéticos y materiales requiere ese modo de vida?

Requerimientos energéticos:

  • Gran dependencia energética de los recursos fósiles y del exterior.
  • El aprovechamiento de los recursos renovables domésticos ha experimentado un importante incremento en los últimos años (llegando a alcanzar el 50% en la generación de electricidad), bajo el impulso de grandes parques eólicos y fotovoltaicos.

Requerimientos materiales:

  • Saldo netamente importador: la extracción indirecta asociada a las importaciones multiplica por entre 3 y 7 los requerimientos directos de materiales.
  • El grueso de la extracción doméstica y el uso de materiales está marcado por el sector inmobiliario y su evolución bajo el impulso de ciclos especulativos.
  • No se cierran los ciclos productivos: sólo el 10% de los materiales que entran a la economía vuelve a la misma.

¿Cuánto y qué tipo de trabajos requiere este modo de vida?

Requerimientos de trabajo mercantil:

  • El trabajo remunerado en España presenta dos rasgos principales: carácter muy estacional y estrecha ligazón con la coyuntura económica (con consecuencias en términos de precarización laboral: muchas modalidades de contratación atípica y horas trabajadas no pagadas).
  • La duración media de la vida laboral se ha incrementado por el aumento de participación de las mujeres en el mercado de trabajo y el aumento de la edad media de jubilación.

Requerimientos de trabajo no mercantil

  • El trabajo no remunerado descansa principalmente en las mujeres y representa, para muchas de ellas, el desempeño de una “doble jornada”.
  • El fenómeno de la doble jornada se amplió durante la crisis y se agudizó con las necesidades derivadas de la pandemia.

Tendencias

Las tendencias que atraviesan el modo de vida y el modelo socioeconómico asociado al mismo se organizan en tres grandes bloques: desequilibrios territoriales, insostenibilidad ecológica y amenazas a la cohesión social por la persistencia de la pobreza, la precariedad y la desigualdad.

Desequilibrio y polarización territorial

  • El dinamismo económico y la población española están cada vez más concentrados en el territorio, especialmente en la costa y alrededor de grandes áreas urbanas, abocando a las zonas rurales (sobre todo del interior) a un futuro incierto.
  • Se observa una tendencia a la desvertebración territorial: zonas rurales que expulsan población y quedan especializadas en la extracción de recursos y el vertido de residuos contrastan con grandes zonas urbanas que atraen población y recursos, centradas en la acumulación y el consumo.

Insostenibilidad

La insostenibilidad ambiental del modo de vida en España se manifiesta de múltiples formas:

  • Aumento de los procesos erosivos e incremento de la superficie del país en riesgo de desertificación.
  • Sobreexplotación de los ecosistemas y contaminación del aire, agua y suelo.
  • Los efectos del cambio climático están provocando un aumento de eventos climáticos extremos, elevación del nivel del mar y alteración de muchos ecosistemas.

Pobreza, precariedad y desigualdad

  • Una de cada cuatro personas se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social.
  • En torno al 15% de la población ocupada de España, pese a tener trabajo, se encuentra en riesgo de pobreza o exclusión social debido a la precarización laboral.
  • La multidimensionalidad y transversalidad de la desigualdad se muestran con especial claridad en España, agudizándose en las últimas décadas.

Evaluar el modo de vida desde la calidad de vida

El Informe se cierra con una evaluación a partir de la siguiente pregunta: ¿Cómo afectan el modo de vida y las tendencias analizadas a la vida de las personas? Desde el punto de vista del sujeto, una vida sana y autónoma es una vida buena (de calidad). Si la calidad en la vida de una persona es entendida como aquella capaz de garantizar bienes necesarios, relaciones significativas y tiempo para la autonomía personal en un entorno social y natural seguro, ¿el modo de vida vigente en España y las tendencias que lo atraviesan contribuyen o no a una vida buena?

  • Nuestro modo de producción y consumo ha puesto la vida bajo la tiranía de la eficiencia y el rendimiento.
  • Ese modo de vida provoca un deterioro social y ecológico que, además de erosionar las bases sociales y naturales sobre las que descansa, ocasiona graves consecuencias sobre la salud física, emocional y mental de las personas.
  • Entre los síntomas del menoscabo de la vida saludable de las personas se encuentran el cansancio y el padecimiento de numerosos malestares.
  • Eso explica, en parte, que España sea el país del mundo donde más ansiolíticos e hipnóticos se consumen por habitante.
  • La autonomía, al igual que la salud, también se ve afectada por el modo de vida. La forma y ritmos de vida predominantes aíslan y fragilizan a las personas.
  • Entre los síntomas de este menoscabo de la capacidad autónoma de las personas por debilitamiento de los vínculos sociales se encuentra el aumento de la soledad y el aislamiento social y las tendencias reseñadas de pobreza, precariedad y desigualdad.
  • Los rasgos predominantes en los principales componentes del actual modo de vida -alimentación, movilidad, vivienda y urbanismo-, así como las tendencias analizadas, poco contribuyen a la calidad de vida:
    • El modelo alimentario tiene importantes repercusiones sobre el ambiente y presenta fallas en relación con la salud de las personas por el deterioro de la dieta consecuencia de la creación de un entorno obesogénico, que afecta especialmente a los sectores sociales más humildes.
    • El modelo inmobiliario español, al dificultar el acceso a la vivienda y tener altos impactos ambientales, menoscaba el bienestar social y acentúa el deterioro ecológico.
    • El modelo de movilidad protagonizado por el vehículo privado y la carretera es altamente ineficiente por los altos costes ambientales, sociales y su alta siniestralidad.
    • La tendencia al desequilibrio territorial condiciona las oportunidades de las personas y el acceso efectivo a los servicios públicos, profundizando las desigualdades.
    • La insostenibilidad afecta a nuestra salud y nos hace más vulnerables. Nuestras vidas se vuelven más inseguras ante la amenaza de eventos climáticos extremos, la expansión de enfermedades infecciosas o el incremento de crisis alimentarias.
    • La pobreza y la exclusión social vulneran derechos fundamentales y provocan que las personas se encuentren antes graves carencias y en situación de indefensión.
    • La precarización laboral provoca problemas de salud mental y mata por las altas tasas de siniestrabilidad que lleva asociadas. Impide que las personas desarrollen un proyecto vital y hace que sus vidas se muevan en la inseguridad.
    • Las desigualdades atentan contra la igualdad de oportunidades, corroen la cohesión social y son una fuente importante de malestar; agudizan los problemas sociosanitarios y deterioran la salud de la sociedad, al tiempo que profundizan en la insostenibilidad al impulsar pautas de consumo ostentosas y dinámicas de emulación que asientan el imaginario consumista.

 


Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento

El número 157 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica en su sección ENSAYO el artículo de Manuel Casal Lodeiro: Si vis pacem, para descensum. Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento.

El artículo aborda los vericuetos que plantea la crisis ecosocial para la izquierda, que debe examinar su tradicional imaginario productivista, asociado al mantenimiento de puestos de trabajo, y ponderar una profunda transformación de sus narrativas en clave de
decrecimiento, más acordes con el momento de crisis ecosocial.

Como constata el autor, el crecimiento ya solo puede realizarse a costa de otros territorios o de expoliar a generaciones futuras, lo que da base a los discursos supremacistas de la ultraderecha.

También sostiene, de forma un tanto polémica, que si la izquierda se inclina por mantenerse en el paradigma del crecimiento estará dando alas –aunque sea involuntariamente– al ascenso supremacista y los posibles conflictos por el acaparamiento de los recursos que se desencadenarían.

A continuación, ofrecemos el texto completo del artículo, al final del cual, podrá acceder a su descarga libre y gratuita.

En el nivel de consumo de España, el planeta no podría soportar más que a 2.400 millones de habitantes. Sobrarían, por tanto, más de las dos terceras partes de la humanidad. Aún más: en un mundo que utilizase sus recursos naturales y servicios ambientales al nivel en que lo hacen los EEUU hoy –¡que se proponen como modelo al resto del mundo!–, solo podrían vivir 1.400 millones de personas. Si continuamos por la senda de este modelo de desarrollo, los genocidios están preprogramados.
Jorge Riechmann (El socialismo puede llegar sólo en bicicleta)

 

«No vamos a dejar atrás a nadie», dijo el presidente de Gobierno.
Se supone que a nadie "de los nuestros". Los otros ya se quedaron muy atrás, hace demasiado tiempo.

Pedro Prieto

Blindar pensiones y salarios mínimos; ampliar servicios públicos; abaratar el precio de la energía y de los productos básicos; asegurar una vivienda para todos; mejorar ayudas a personas sin empleo y en situación de necesidad; construir infraestructuras de uso público... Nadie dudaría en calificar todo eso de medidas propias de la izquierda. Pero, ¿podemos seguir diciendo que son de izquierda si para llevarlas a cabo es necesario privar a otros países de la posibilidad de ofrecérselas a sus propias poblaciones?

Cuando la abundancia de recursos facilita mantener el crecimiento de manera prolongada la izquierda puede permitirse ser simultáneamente defensora del crecimiento económico y de la solidaridad con otros pueblos. Este ha sido el contexto desde el nacimiento de la izquierda política con la Revolución Francesa hasta ayer mismo. No en vano, dicha revolución (1789) acontece en el mismo contexto histórico en el que surge el capitalismo industrialista, datando el comienzo de la Revolución Industrial entre 1760 y 1780. Se constata así que la izquierda política no ha conocido otro metabolismo económico a lo largo de su historia: un permanente y acelerado crecimiento de la producción, del consumo y de otras variables macroeconómicas, demográficas y sociales. Esto ha forjado su cosmovisión de manera casi impenetrable, junto a un contexto de colonialismo eurocéntrico surgido un par de siglos antes en paralelo a la propia Modernidad y al primer capitalismo.

Pero ese contexto histórico ha cambiado de manera radical al llegar a las primeras décadas del siglo XXI: tal y como habían advertido hace medio siglo los escenarios business-as-usual obtenidos mediante el modelo informatizado del mundo diseñado por los autores del informe al Club de Roma Los límites del crecimiento, la civilización industrial planetaria está chocando con los límites, con la finitud del planeta donde se ha venido desarrollando con características propias de una auténtica metástasis.

Así pues, una vez llegados al punto en que resulta imposible continuar creciendo de manera absoluta a escala planetaria, tan solo resulta posible crecer de manera relativa a escala nacional. Es decir, si ya no es posible que todos los países puedan crecer al 3%, pongamos por caso, porque ya no disponemos del 3% más de energía cada año (o del 2% o del 1,5%1) al haber esta llegado a su cénit, entonces las matemáticas nos muestran la cruda realidad: unos solo podrán crecer si los otros reducen su consumo. Este juego de suma cero (o negativa, incluso) se reproduce en el nuevo contexto energético global a diversas escalas y por sectores.

No resulta difícil percibir que es esto lo que está detrás de ciertos fenómenos a los que se suelen atribuir otras causas en el debate público: la retirada de los vehículos privados diésel; el envío "a la Edad de Piedra" de países que aún tienen capacidad exportadora de combustibles fósiles (Irak, Libia...); las tensiones entre aliados históricos como los EEUU y la UE durante el mandato de Trump, competidores por unos recursos menguantes; la geopolítica del gas fósil entre Argelia-Marruecos-España o entre Alemania-Polonia-Rusia-Ucrania, y un largo etcétera. "Si quieres abundancia, prepárate para la guerra", ha advertido poniendo el dedo en la llaga Ted Trainer.2 Y al revés: ser pacificista mañana, exige ser decrecentista hoy. Todos los países que se empeñen en seguir creciendo están abocados a entrar en colisión bélica por los últimos recursos que necesitarán para alimentar ese crecimiento, en última instancia imposible de mantener.3

 

Ya solo se puede crecer a costa de los otros

En este contexto, inverso al experimentado durante los últimos 200 años, si reclamamos que el PIB de nuestro país crezca (con la justificación social de mantener las tasas de creación de empleo, típicamente) estamos pidiendo que se arrebaten a alguien los recursos materiales y energéticos necesarios para hacerlo. Y lo mismo podemos decir desde el punto de vista de los sumideros: si queremos crecer, tendremos que seguir emitiendo gases de efecto invernadero, entre otros residuos, lo cual saturará la parte de emisiones que le correspondería aún, en justicia e igualdad, a otros países y personas. Trágicamente, de nada de esto se habla cuando se habla de "transición justa" y de "no dejar a nadie atrás”.4 De hecho, cada vez que escuchemos a una ministra o consejero autonómico, a un presidente o alcaldesa decir que trabajan por lograr el "crecimiento económico" deberemos interpretarlo como crecimiento excluyente, que "dejará atrás" a millones de personas que no podrán alcanzar ni nuestro nivel de vida ni siquiera el nivel medio que nos correspondería a todos los seres humanos si realmente buscásemos transitar a un sistema sostenible y justo.

Ser pacificista mañana, exige ser decrecentista hoy. Todos los países que se empeñen en seguir creciendo entrarán en colisión bélica por los últimos recursos

El choque del metabolismo económico de las sociedades industriales contra los límites biológicos y físicos del planeta ha pillado a la izquierda anclada en parámetros que debería haber comenzado a revisar hace por lo menos 50 años. Ahora la excusa de la proverbial tarta que no deja de crecer se ha desvanecido, y una izquierda desnaturalizada, adicta al consumo, queda enfrentada a su propio reflejo en las turbulentas aguas de la Gran Escasez. Un reflejo que no es ajeno al auge de la solución nazi (por resumir en un adjetivo la opción excluyente, hobbesiana, insolidaria, expoliadora, violenta, neodarwinista y militarista) a la situación de colapso: mantenernos a flote todo el tiempo posible, caiga quien tenga que caer. No es más que el viejo imperialismo,5 la doctrina del espacio vital (Lebensraum), trasladada a los tiempos de la huella ecológica y la huella de carbono.[6] O eso que denominó el racista Garrett Hardin la ética del bote salvavidas, un bote del que no queremos arrojar lujos y derechos adquiridos, comodidades y modos de vida dignos de antiguos faraones, pensiones blindadas, servicios sociales de alta complejidad y tecnologías tan sofisticadas que no podríamos distinguirlas de la magia, para poder acomodar en su lugar a otros semejantes que se ahogan cada vez más en el foso de la escasez y de un caos climático que hemos creado desde los países enriquecidos. A quienes debemos arrojar del bote salvavidas son esos fantasmales esclavos energéticos fósiles de que disfrutamos, para poder acoger a nuestros semejantes de carne y hueso.

 

El nuevo Lebensraum verde

Denuncia Asad Rehman:7 «Hablan mucho en el Partido Laborista y en los sectores izquierdistas de los demócratas de los Estados Unidos de una “transición justa”: la transición de empleos intensivos en combustibles fósiles a empleos verdes, y el cambio a “energía 100% renovable”. Sin embargo, estos movimientos no se dan cuenta de que tales soluciones socialdemócratas serían desastrosas para gran parte de la población mundial. Un Green New Deal dentro del molde del pensamiento actual conducirá a una nueva forma de colonialismo verde que continuará sacrificando a la gente del Sur global para mantener nuestro modelo económico quebrado».8 Y añade que se sigue manteniendo la creencia de que los "países ricos tienen derecho a una mayor parte de los recursos finitos del mundo". Pura doctrina del espacio vital. En la misma línea, John Bellamy Foster escribe:9 «en la práctica real, la socialdemocracia europea y de EEUU depende de un sistema imperialista que se enfrenta a los intereses de la gran mayoría de la humanidad».

El choque contra los límites biofísicos del planeta ha pillado a la izquierda anclada en parámetros que debería haber revisado hace 50 años

¿Le importa a esta izquierda de los países sobredesarrollados el futuro que está contribuyendo a crear? ¿Se da cuenta de que está empujando a sus hijos a tomar las armas para defender los privilegios que intenta apuntalar contra aquellos desposeídos a quienes despoja de los medios más básicos para labrarse su propio futuro?10

Aseguraba Adriana Lastra, portavoz del PSOE en el Congreso de los Diputados, que no era cierto que hubiese que elegir entre "crecimiento y derechos”.11 Afirmar algo semejante quiere decir una de dos cosas: o bien se ignora temerariamente que el crecimiento infinito es imposible, o bien se trata de ocultar hipócritamente que el sujeto de dichos derechos es solamente una parte de la humanidad presente, que se aferra no solo a sus derechos sino a sus privilegios a costa del derecho a la mera existencia del resto de la humanidad actual y de toda la humanidad futura.

El caso más triste es el de aquellos sectores de la izquierda más conscientes del choque con los límites que, creyéndose incapaces de trasladar un mensaje convincente de que es posible vivir relativamente bien sin tener que privar a nadie de sus propios medios de vida en otro país,12 se pliegan al consenso de un crecimiento que saben que, por muy verde que lo quieran pintar, no podrá lograrse más que a costa de la privación de los otros (vía colonialismo verde, extractivismo y aumento de las emisiones). Bien sea por falta de autoconfianza en sus capacidades comunicativas y de creatividad política, o por la falta de confianza en la capacidad de las mayorías sociales de entender y aceptar los presupuestos del decrecimiento, el resultado es el mismo: renegar de los valores fundamentales de la izquierda y claudicar ante esa cultura consumista que es la antesala del fascismo, o más bien es el auténtico fascismo triunfante (si bien en forma de criptofascismo), como supo ver Pier Paolo Pasolini.

 

De aquellos polvos antropológicos, estos lodos supremacistas

La degeneración antropológica liderada por la burguesía de la que ya advertía a comienzos de la década de 1970 el poeta y cineasta borgoñés, parece haber acabado por corromper totalmente a la izquierda, al mismo tiempo que la clase obrera se diluía en una ubicua clase media (se aburguesaba) en medio de la bacanal consumista del final del siglo XX y se deshacían las culturas milenarias de solidaridad y de apoyo mutuo entre los de abajo gracias al triunfo antropológico del individualismo y al abandono progresivo del mundo campesino. Al contrario que durante nuestras dictaduras mussolinianas, franquistas, salazaristas o hitlerianas, en las que el comportamiento de la gente común estaba disociado de la conciencia (se hacía una cosa, por fuerza, pero se pensaba otra muy distinta), ahora nos encontramos ante un fascismo mucho peor, puesto que se ha producido –afirmaba Pasolini– la fascistización de la conciencia gracias al consumismo y la búsqueda del bienestar (material).13 La sturmtruppe que ha logrado tamaño éxito póstumo del nazismo ha sido sin duda la industria capitalista del marketing. También alertaba Carl Amery: «Este mundo del bienestar está mucho menos preparado para rechazar la oferta básica de la fórmula hitleriana de lo que lo estaba la confundida sociedad de 1933».14

Paradojas de la historia, quienes ahora se proclaman como la barrera ante el auge del fascismo pueden convertirse, por su pertinaz e irreflexiva defensa de una vía muerta, en las matronas de un fascismo definitivo, como advierte Adrián Almazán:15 «no romper con el marco del industrialismo extractivista y productivista que se esconde detrás de este nuevo consenso “antifascista” hace que el fascismo se acerque cada día más. Un fascismo que, por primera vez en la historia, contará con la rotundidad de un “no hay para todos” refrendado por la propia realidad material y ecológica». Como yo mismo avisaba hace algún tiempo ante las endebles vacunas antifascistas que ha esgrimido el PSOE en nuestro país, el ascenso de la extrema derecha va a ser imparable mientras se siga gobernando como si el actual sistema socioeconómico fuese a durar para siempre .16 Por si fuera poco, la respuesta de política económica de la Comisión Europea ante la pandemia de COVID-19 ha facilitado el surgimiento inesperado, apoyado entusiastamente por la izquierda, de una especie de neocorporativismo fascista que no solo no acaba con el expolio disfrazado bajo el término de austeridad sino que lo multiplica y expone los restos del Welfare State europeo a la amenaza de una inmensa espada de Damocles difícil de esquivar en el contexto de la Gran Escasez que nos espera.17

La posteridad no es ajena a esta disyuntiva ética, pues como avisaba en la década de 1980 William R. Catton (principalmente en sus obras Overshoot y Bottleneck), tras expoliar otros continentes ahora nos dedicamos a expoliar a nuestros propios descendientes, privándolos de los recursos, de los sumideros, de la capacidad de
carga que podría permitirles una vida digna, o tan siquiera una vida, a secas. Es decir, nos convertimos, como en una película de ciencia ficción, en una especie de Terminators pero al revés, verdugos a través del tiempo dispuestos a asesinar a los que aún no han nacido, bajo el dominio de una ubicua mentalidad de carteristas (Catton), en una auténtica guerra contra el futuro, la guerra más asimétrica de la historia.18 Y aún menos justificable: nos convertimos en verdugos de nuestros propios contemporáneos de otras nacionalidades, como demuestran no pocos líderes de la izquierda cuando defienden sin sonrojo la construcción y venta de armamento a regímenes dictatoriales o actualmente en guerra de exterminio contra otros países. Aunque no hace falta acogernos al ejemplo de la industria bélica, pues defender a toda costa los puestos de trabajo en una central térmica no es mucho más ético que defender la construcción y venta de armas para países genocidas: el cambio climático también mata masivamente. Aunque no se perciba en la práctica actual de esta izquierda, hay un gran trecho moral (y político) entre la defensa del derecho a tener un trabajo y la defensa de un puesto de trabajo concreto que contribuye a la destrucción de las bases mismas de la vida. Solo una profunda inmoralidad o una profunda estrechez de miras pueden sostener que ambas cosas son equivalentes. Y no parece verosímil que la dirigencia sindical y política de la generación más preparada de la historia sea tan estúpida.

La izquierda, por supuesto, cuenta con sus propias autojustificaciones:19

1ª) «No excluimos a nadie con nuestro crecimiento: hay recursos suficientes para que todos podamos crecer»: esto ha quedado sobradamente desacreditado por la ciencia y tan solo los apóstoles de la religión del crecimiento infinito y sus acólitos pueden seguir defendiéndolo, contra la realidad biofísica, que es la que es.

2ª) «Hay margen para seguir creciendo aún un poco más, tan solo debemos distribuir mejor los recursos, de manera más justa y eficiente»: pero el margen para seguir creciendo está desmentido por varios factores, entre los cuales destaca principalmente la necesidad de detener urgentemente las emisiones de gases de efecto invernadero, algo que no se puede lograr de manera creíble sin hacer decrecer la producción mundial;20 en cuanto al reparto justo, precisamente es de ahí de donde emana la necesidad de que nosotros decrezcamos para que otros puedan crecer aún un poco (ellos sí), que es la base de la propuesta ecopolítica del decrecimiento; en cuanto a la suficiencia de los recursos existentes "para todos" es bastante dudosa, incluso para lo más básico (los alimentos),21 cuánto más para niveles de abundancia material como los que hemos disfrutado durante las últimas décadas en los países industrializados.

 

Mirar hacia abajo, hacia lo lejos, hacia el mañana

Las cuentas que hay que hacer son abrumadoras, pero es impostergable hacerlas. Según los cálculos que aporta Antonio Turiel no cabría esperar de manera realista que la humanidad pueda mantener una disponibilidad energética mayor del 40% de la actual una vez que finalicemos la famosa "transición" a las fuentes renovables.22 Eso implica una reducción media del 40% de nuestro nivel material de vida, si repartimos la reducción con justicia. O sea, aceptar que en España vamos a un consumo energético per cápita equivalente al que hoy tiene, por ejemplo, la gente de Cuba o de Ecuador (poco más de 40 GJ/año, y eso si hay suerte). Pero si quisiéramos, al tiempo que nos adaptamos a vivir nuevamente solo del sol, repartir con justicia los recursos energéticos y materiales necesarios, deberíamos ir al 40% no del consumo energético actual de España, sino al 40% del consumo medio mundial actual: eso serían unos 32 GJ/año, el nivel actual de Nigeria o Guatemala. Y si la población siguiese aumentando, lo cual es dudoso más allá del medio plazo,23 deberíamos continuar reduciendo ese nivel proporcionalmente. Es decir, aproximadamente 4 GJ/año menos por cada mil millones más de seres humanos: un millardo más y caeríamos al nivel actual de Vietnam, otro millardo más y estaríamos como ahora Corea del Norte, otro más y equivaldría al Pakistán de hoy día... La lógica perversa de esto es que cuantos menos seamos a repartir esa energía limitada, más tocará a cada uno.

Tras expoliar otros continentes, ahora expoliamos a nuestros propios descendientes, privándolos de los recursos para una vida digna, o tan siquiera, una vida, a secas 

Así pues, una izquierda que persista en sostener un crecimiento egoísta –que para mayor escarnio solo podría ser temporal, nunca permanente–,24 debe saber que lo hará a costa de privar de recursos no solo a otros seres humanos contemporáneos sino a las generaciones venideras de su propio país. Una izquierda semejante no merece ostentar tal nombre, portador de los valores de la libertad, la igualidad y la fraternidad, y más bien cabría recolocarla en el mapa ideológico de la historia entre los nacionalismos de imposición y los peores tribalismos de escala nacional, es decir, en una especie de socialismo solo para los nuestros, apenas a un paso del nacional-socialismo. Avisa Riechmann: «en un planeta Tierra que ya está “lleno” o saturado ecológicamente, para que alguien sea grande otro (otros) deben menguar».25

Mi argumento es que la izquierda que continúa defendiendo el crecimiento económico y el III Reich puesto en marcha por Adolf Hitler comparten un mismo núcleo, una misma razón de ser última: aunque no haya para todos, habrá para nosotros. Ese nosotros pueden ser las clases populares, en la versión de izquierdas del ur-fascismo (Umberto Eco), pero claro... solo nuestras clases populares, y a lo sumo las de nuestros aliados. El problema del socialismo que nos proponen, e incluso del ecosocialismo, no es solo que esté calzado –por un usar la imagen inversa del socialismo descalzo de Riechmann–, sino que esté calzado con una bota militar, dispuesto a pisar a quien sea para defender su derecho a crecer.

Pero no pensemos que esta conversión de la izquierda en insolidaria es un repetino ataque febril. Además de haberse retroalimentado de este más de medio siglo de fascistización de la conciencia, que decía Pasolini, no podemos olvidar que nuestros partidos de izquierda siempre se han preocupado más bien de defender a las clases trabajadoras que les votan, y rara vez han ido más allá de una vaga defensa de la solidaridad con otros países. De hecho, no han sido pocos los casos de partidos y sindicatos de izquierda que desde el siglo XIX han apoyado (o, cuando menos, consentido tácitamente) las actuaciones imperialistas de sus estados.26 El momento actual no haría sino extender esa tendencia presente en la izquierda –que ya trataba de combatirse hace un siglo en la III Internacional–27 y exacerbarla con el argumento de que ya no hay para todos y es o ellos o nosotros (o sea, o sus vidas o nuestro nivel de vida). Esto vendría a sumarse a las últimas décadas de disolución de la solidaridad a nivel internacional, de la criminalización generalizada del otro, de la construcción de muros, del pago a países mamporreros para mantener a raya los flujos migratorios, de asfixia de los fondos para ayuda humanitaria y de desprecio del Derecho Internacional Humanitario. Si ante la pandemia de la COVID-19 los gobiernos de todos los países enriquecidos, algunos de los cuales están gobernados por partidos que se autodenominan "de izquierdas", han hecho un indisimulado uso de su poder político y económico para acaparar el máximo posible de vacunas, condenando así a cientos de miles de personas en los países empobrecidos a una muerte segura,28 ¿qué podemos esperar que hagan cuando se trate de repartir un petróleo que escasee,29 el último litio accesible del planeta, los últimos fosfatos minerales o fuentes de agua potable en disputa? Nuestros dirigentes, ha denunciado Bruno Latour, «han lanzado por la borda todos los ideales de solidaridad».30 Una crisis moral política de suma gravedad, que sin duda es parte del proceso de colapso de nuestra civilización.

Conclusión

No me cansaré de insistir: hablar en términos de nazismo no es algo gratuito. Si bien cabría decir que lo que caracteriza moralmente a la derecha política en su conjunto es el egoísmo, el desprecio por la justicia social, el imperialismo y la dominación de los otros, lo que diferencia concretamente a la solución propuesta por Adolf Hitler en Mi lucha es, como bien nos hizo ver Carl Amery, el exterminio de esos otros en un contexto de recursos limitados y escasos. Así, el enemigo por combatir hoy son los Verdes,31 pues «son hoy los portadores de lo que Hitler denostó y despreció como el “bacilo judío”: los portadores del mensaje de la igualdad de todos los hombres, del derecho a la vida del débil, del debate siempre posible y necesario, y del factible y necesario equilibrio pacífico de intereses».32 Por tanto, de insistir en la senda del crecimiento, la izquierda estará provocando, por activa o por pasiva, el exterminio de millones de congéneres en las próximas décadas. Solo la renuncia a esa vía totalmente contraria a los valores fundacionales de la izquierda podría salvarla de transformarse en la comadrona de un nuevo Holocausto de una escala jamás vista.

Y esto no es algo que podamos achacar únicamente a su dirigencia. Si hasta ahora la izquierda se podía permitir, de boquilla o con mayores o menores expresiones en la práctica, ser solidaria con los otros (los no nacionales, los que no pueden votarles en las elecciones) es porque no les restaba votos. Pero cuando los votantes de izquierda empiezan a pensar, e incluso a decir sin tapujos cosas como «yo votaría a un partido nazi si es el que me asegura que cobraré mi pensión», entonces la izquierda se ve a sí misma entre la espada de la pérdida de uno de sus valores fundacionales y la pared de la pérdida de apoyos electorales. O sus valores o sus votantes.33

En resumen: a partir del momento en que la izquierda es consciente de que hemos topado con un techo a las dinámicas expansivas de la civilización industrial-capitalista, tan solo puede plantearse dos escenarios: uno consiste en continuar creciendo a base de pura magia (que crezca la economía sin que crezca el consumo de recursos y las emisiones); el otro, intentar mantener el crecimiento privando de sus recursos a otros países (genocidio), continuando con la saturación de los sumideros planetarios (ecocidio), que en última instancia llevará a la muerte de todo, al omnicidio. Y dado que la magia no existe, ni es razonable confiar en milagros, el momento histórico de choque contra los límites biofísicos del planeta sitúa a la izquierda ante la obligación de elegir: valores de izquierda o sociedad de consumo, solidaridad o crecimiento, el reparto justo de la escasez o la solución hitleriana.

El drama de los refugiados, hoy, es solo un pequeño anticipo de lo que vendrá.

El colapso ecológico (clima, biodiversidad, sumideros, agua...) lo multiplicará x 1000.

Con la Izquierda defendiendo a capa y espada el Sistema será imposible frenar a los nazis.

Debe existir una izquierda que se oponga a las quimeras tecnocientíficas y transhumanistas, una izquierda anti-progre si queréis, que hable de expropiar a los ricos, pero también de austeridad por la abolición de la sociedad de consumo. Y que reconozca, sí: es esto o la extinción.

La Caiguda

 

La primera premisa para [la] aplicación (o reaplicación) [de la fórmula hitleriana] es una situación de crisis que incluya tanto la carestía material como la vivencia de una desorientación existencial.

Esta experiencia de crisis debe suscitar la noción de que no basta para todos

(y de que seguramente nunca más bastará).

En tal caso habremos de descartar de raíz toda posibilidad de solucionar la crisis mediante un programa minucioso, pero humanista.

El grupo o formación dominante que se sienta llamado a conservar los logros de la civilización se verá por ello obligado a acometer una selección; esta anulará lógicamente el carácter intocable de la dignidad humana.

De modo que nuestra primera pregunta reza así: ¿es posible, o probable, una crisis hitleriana en el siglo XXI?

Sí.

Carl Amery (Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, p. 157)

Manuel Casal Lodeiro es coordinador del Instituto Resiliencia y autor de La izquierda ante el colapso
de civilización industria.

Acceso al texto completo en formato pdf: Si vis pacem, para descensum. Declive o exterminio: el dilema de la izquierda del crecimiento.

NOTAS: 

1La relación entre crecimiento del PIB y crecimiento del consumo de energía, a escala global, no es en realidad de 1:1 porque se encuentra distorsionada, entre otros factores, por la cuantificación monetaria de ambos índices, pero no hay duda de su absoluta correlación: Matthieu Auzanneau, «Gaël Giraud, del CNRS: "El verdadero papel de la energía va a obligar los economistas a cambiar de dogma"», The Oil Crash (blog), 30 de mayo de 2014, disponible en: https://crashoil.blogspot.com/2014/05/entrevista-gael-giraud.html

2 Ted Trainer, «If you want affluence, prepare for war», Democracy and Nature, núm. 8 (julio de 2002).
Nuestros ejércitos ya lo llevan tiempo haciendo, de cara a conflictos bélicos a gran escala que prevén en apenas una década: «The Economist, "Las fuerzas armadas francesas se preparan para una guerra de alta intensidad”», La Vanguardia, 30 de marzo de 2021, disponible en: https://www.lavanguardia.com/internacional/20210330/6616738/fuerzas-armadas-francesas-preparan-guerra-alta-intensidad.html

3 Estos conflictos no necesariamente tendrán forma de una guerra de saqueo convencional. Según explica Antonio Turiel, que lleva años advirtiendo de una probable intervención de Francia (quizás con el apoyo de España e Italia) en Argelia, «Estamos pensando en una guerra de conquista, cuando más bien se trataría de una guerra de división y rapiña. Francia no se va a meter a agredir a Argelia así, por las buenas, porque tendría una gran contestación interna obviamente. Pero, ¿qué pasa si estalla una guerra civil en Argelia? Ese es para mí el escenario de referencia. Francia entraría en Argelia (por supuesto de la mano de España y probablemente Italia) para socorrer a la población civil y devolver la democracia, en una guerra de desgaste que se prolongaría en el tiempo. Mientras tanto, se asegurarían el control de los pozos de petróleo y de gas. ¿Qué fue lo primero que hicieron las tropas galas cuando llegaron a Malí en enero de 2014? Se fueron corriendo a la frontera con Níger, atravesaron la frontera y aseguraron las minas de uranio de Níger». (Mensaje a la lista de correo Petrocenitales, 31 de marzo de 2021).

4 El dichoso lema se ha convertido nada menos que en el núcleo del programa de gobierno "más progresista de la historia de España", según se autodenomina el formado por PSOE y Unidas-Podemos en 2019, según afirma la ministra portavoz (rueda de prensa del 16 de marzo de 2021). Pero, ¿qué significa en realidad "no dejar a nadie atrás"? No se concreta nunca, aunque se aprecian claramente varios significados: por un lado, no se admite que ningún sector y ninguna empresa se vea perjudicada por la llamada Transición Ecológica/Energética; por otro, "adelante" significa más crecimiento, más digitalización, más modernización, más de todo, exponencialmente a ser posible; y "atrás" significa, implícitamente, por tanto, lo preindustrial, lo premoderno, lo agrario y rural, las economías homeostáticas, en definitiva. Cuando toca "pisar el freno de emergencia" (Walter Benjamin), quienes nos gobiernan se empeñan en pisar el acelerador hacia el precipio, en una huida hacia adelante que no deje "a nadie atrás". Así, está muy lejos esta izquierda de asumir la necesidad, tras el Peak Oil, el Peak Fossil Fuels, el Peak Net Energy, el Peak Everything, de volver a basar nuestras economías principalmente en los recursos locales. Volver a defender una España eminentemente agrícola es la única alternativa que tenemos si no queremos mantener un nivel industrial a base de recursos foráneos, que en la Era de la Escasez, solo podremos obtener privándoles de ellos a otros, sea por la fuerza de las armas, por alianzas con otras fuerzas neocolonialistas o mediante asimétricos tratados de comercio. O una izquierda neoagraria e internacionalista, o una pseudoizquierda al mando de la desposesión imperialista, ese es, en definitiva, el dilema.

5 Ángel Ferrero y Jaume Portell, «Alemania, el Congo y el nuevo imperialismo energético europeo», Público, 26 de septiembre de 2020, disponible en: https://www.publico.es/internacional/explotacion-africa-alemania-congo-nuevo-imperialismo-energetico-europeo.html

6 Bruno Latour, Dónde aterrizar (p. 124). Aunque Latour mencione el concepto de Lebensraum fijándose únicamente en el caso de EEUU, cabe perfectamente aplicarlo al resto del mundo desarrollado.

7 Citado en Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, MRA Ediciones, Barcelona, 2019, p. 23.

8 Una muestra de que las políticas europeas vendidas como "verdes" ocultan este tipo de colonialismo o "depredación energética": Antonio Turiel, «Asalto al tren del hidrógeno», The Oil Crash (blog), disponible en: https://crashoil.blogspot.com/2020/10/asalto-al-tren-del-hidrogeno.html
El colonialismo sería, afirman algunos, el "problema no resuelto de la vieja izquierda", que también arrastrarían nuevas formulaciones de la izquierda desde el concepto político de "lo común": Daniel Montáñez y Juan Vicente Iborra, «Los comunes coloniales y la descolonización de la izquierda», El Salto, 17 de febrero de 2019, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/colonialismo/los-comunes-coloniales-y-la-descolonizacion-de-la-izquierda
Recordemos que el propio Marx criticaba los excesos del colonialismo (por ejemplo, el británico en India) pero justificaba "su necesidad histórica": Eddy Sánchez Iglesias, «¿Era Marx eurocéntrico?», Contexto y acción, 05 de mayo de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200501/Firmas/32160/Eddy-Sanchez-Iglesias-colonialismo-Karl-Marx-eurocentrismo-capitalismo.htm
Al menos así fue hasta sus últimos años de vida. Por lo visto, las revisiones de su pensamiento anterior al respecto del colonialismo que realizó aquel postrero Marx sufrieron la misma suerte entre sus seguidores que las que hizo acerca de las posibilidades de alcanzar el ideal comunista directamente desde sociedades campesinas comunalistas sin necesidad del famoso "desarrollo de las fuerzas productivas" industriales y del protagonismo obrero de la Revolución (Vid. Carlos Taibo, Marx y Rusia. Un ensayo sobre el Marx tardío). Así, las mismas izquierdas que insisten en que solo hay una vía para lograr sus objetivos, y que este pasa necesariamente por la industrialización y el crecimiento, son las mismas que se quedaron ancladas en la visión ambivalente que finalmente Marx corregiría, de un colonialismo necesario.

9] Juan José Guirado, «El capitalismo ha fracasado, ¿qué viene a continuación? (V)», Esencial o menos (blog), disponible en: https://esencialomenos.blogspot.com/2020/02/el-capitalismo-ha-fracasado-que-viene_8.html
El ideal para la mayoría de la socialdemocracia ha sido tradicionalmente el modelo de los países escandinavos, pero es hora de reconocer que estos países están a la cabeza en emisiones per capita y que, por tanto, su modelo no es extrapolable al resto del mundo y que su propio mantenimiento no es precisamente justo con los demás países: Jason Hickel, «The dark side of the Nordic model», Al Jazeera, 06 de diciembre de 2019, disponible en: https://www.aljazeera.com/amp/indepth/opinion/dark-side-nordic-model-191205102101208.html

10 Bien, en realidad las armas ya se están tomando en la Europa Fortaleza, como se ha demostrado repetidamente, sobornando a gobiernos escasamente democráticos como el marroquí o el turco para que hagan su trabajo de matones de discoteca evitando la entrada de los indeseables. Reservado el derecho de admisión, bien podría ser el lema de esta UE.

11 «Durante décadas la ideología del miedo ha intentado hacernos creer que teníamos que elegir entre economía y bienestar, pero no es cierto; que teníamos que elegir entre crecimiento y derechos, pero no es cierto; (…)», Intervención del 16 de diciembre de 2020 en un debate parlamentario con motivo de los dos meses de la declaración del semestre de Estado de Alarma en España por la pandemia de COVID-19, disponible en: https://www.congreso.es/public_oficiales/L14/CONG/DS/PL/DSCD-14-PL-70.PDF

12 En otros tiempos, la vanguardia de la izquierda tenía el valor de asaltar palacios enfrentándose a los ejércitos, y hoy parece que no se atreve ni a intentar el asalto incruento a los imaginarios culturales.

13 O incluso podríamos decir, con Jorge Armesto, simplemente la búsqueda del goce: «la pulsión por el goce consumista se impone a cualquier tipo de ética de responsabilidad, incluso cuando afecta a la vida y la muerte de miles de personas». Jorge Armesto, «Comprender al votante de Vox», El Salto, 29 de octubre de 2020, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/opinion/jorge-armesto-comprender-votante-vox

14 Carl Amery, Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI? Hitler como precursor, Turner / Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2002, p. 177.

15 Adrián Almazán, «Lo que el antifascismo no permite ver», Contexto y acción, 14 de enero de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200115/Firmas/30561/Adrian-Almazan-Gomez-crisis-ecologica-y-social-investidura-PSOE-Unidas-Podemos-Regreso-al-futuro.htm

16 Manuel Casal Lodeiro, «La vacuna (contra el fascismo) con fecha de caducidad», De(s)varia Materia (blog), 11 de enero de  2019, disponible en: http://casdeiro.info/textos/2019/01/11/la-vacuna-contra-el-fascismo-con-fecha-de-caducidad/

17 Pau Llonch, «Los nuevos fondos europeos. ¿Maná o veneno?», El Salto, 28 de enero de 2021, disponible en: https://www.elsaltodiario.com/analisis/nuevos-fondos-europeos-next-generation-capitalismo-verde

18 Sin duda la guerra más asimétrica y brutal de la Historia es la guerra de saqueo y exterminio que estamos llevando a cabo la actual generación contra las generaciones venideras, que no tienen la más mínima posibilidad de defenderse.

19 He analizado con más profundidad los autoengaños de la izquierda ante la situación de colapso civilizacional en la que nos estamos adentrando en La izquierda ante el colapso de la civilización industrial (La Oveja Roja, 2016), sobre todo en su cap. 1. También abordé en dicha obra el riesgo de fascistización, especialmente en el apartado «Antes fascistas que sencillos», del cap. 2.

20 Jason Hickel y Yorgos Kallis, «Is Green Growth Possible?», New Political Economy, vol. 25, núm. 4, 2020., disponible en: https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/13563467.2019.1598964
El estudio fue citado por importantes medios generalistas españoles: p. ej.: https://www.publico.es/economia/economia-verde-cientificos-defienden-decrecimiento-economico-luchar-crisis-climatica.html  y https://www.lavanguardia.com/vida/20190527/462504961574/estudio-dice-que-para-reducir-calentamiento-hay-que-hacer-decrecer-economia.html

21 He reflexionado sobre ello en mi libro Nosotros, los detritívoros, Ediciones Queimada, Móstoles (Madrid), 2018.

22 Jorge Romero, «El apagón del capitalismo», Blog Planeta Futuro / Alterconsumismo, El País, 8 de febrero de 2022, disponible en: https://elpais.com/planeta-futuro/alterconsumismo/2022-02-08/el-apagon-del-capitalismo.html

23 De nuevo, me remito a los cálculos que recogí en Nosotros, los detritívoros, disponibles en un cuadro resumen en http://www.detritivoros.com

24 Puesto que la vida útil de un panel fotovoltaico o de un aerogenerador no sobrepasa los 25 años de media, y que no se pueden construir sin usar energía fósil, lo que se nos propone es transitar a un nuevo modelo energético que tan solo durará una generación, despojando por el camino a millones de seres humanos de la posibilidad de acceder a los minerales y a los combustibles fósiles que habríamos acaparado y gastado egoístamente para construir un soporte sustitutivo para nuestro nivel de vida que resultará ser sumamente efímero. Nuestras izquierdas están vendiendo su alma a cambio de asegurarse apenas 25 años más de electricidad. El citado estudio de Hickel y Kallis acerca de la viabilidad de las políticas de crecimiento verde, insiste en el corto alcance temporal de las mismas, incluso para los pocos países que pudieran llevarlas a cabo.

25 Ibidem, p. 94. Riechmann es consciente de la gran bifurcación que se le plantea a la izquierda en su identidad y en sus valores ante la crisis ecosocial, al menos desde los años noventa. Vid. la entrevista de 1992 con Julen Rekondo para la revista Hika y reproducida en Un lugar que pueda habitar la abeja, La Oveja Roja, Madrid, 2018, p. 31, donde advierte sobre «la izquierda eurocéntrica, imperialista y subalterna del capitalismo». Este bagaje le convierte en unos de los referentes éticos más necesarios para la izquierda del mundo industrializado.

26 «The Communists and the Colonized», An interview with Selim Nadi, Jacobin, 29/10/2016, disponible en:

https://www.jacobinmag.com/2016/10/pcf-french-communists-sfio-algeria-vietnam-ho-chi-minh/
No podemos tampoco olvidar los apoyos a los imperialismos de terceros estados supuestamente dirigidos por partidos de izquierda, como puede ser típicamente el caso de China.

27 Una de las condiciones para adherirse a la III Internacional Comunista (1919) era que los partidos debían exigir la retirada de sus compatriotas imperialistas de sus colonias.

28 El director de la OMS habla de "un fallo moral catastrófico": «WHO: just 25 COVID vaccine doses administered in low-income countries», The Guardian, 18 de enero de 2021, disponible en: https://www.theguardian.com/society/2021/jan/18/who-just-25-covid-vaccine-doses-administered-in-low-income-countries
A fecha de 22/02/21, los 3/4 de las vacunas estaban aún en manos de tan solo 10 países. Esta insolidaridad durante la primera vacunación masiva se confirmó de manera agravada cuando los países ricos optaron por impulsar refuerzos vacunales masivos a su población ("inyecciones de lujo", según la OMS) junto con la vacunación infantil, ambos innecesarios según la epidemiología, en lugar de ceder las vacunas a aquellos países cuya población aún no había recibido las primeras inyecciones, que son las que resultan realmente decisivas para evitar los casos graves y la muerte. En 2021 solo el 10% de las vacunas llegó a países del Sur mientras en el Norte se tenían que tirar millones de ellas porque habían caducado sin llegar a utilizarse. No han faltado voces expertas e institucionales del máximo rango que han denunciado la profunda inmoralidad y nulo soporte científico de estas decisiones de nuestros gobernantes tanto de derechas como de izquierdas. La OMS da en clavo con su terminología: en esto, como en toda la cuestión de los recursos limitados, es "el lujo" de los ricos a costa de las necesidades básicas de los pobres.

29 Antonio Turiel, «La tormenta negra», Contexto y acción, 29 de abril de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200401/Politica/32045/Antonio-Turiel-petroleo-tormenta-negra-crisis-energetica.htm

30 Bruno Latour, Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, Taurus, Barcelona, 2019, p. 41.

31 Cuando empleo este término no estoy pensando precisamente en Greenpeace o en Equo. Me refiero a decrecentistas, gaianos, ecocomunalistas, comuneras indígenas, rebeldes contra la extinción, ecosocialistas descalzas, ecoanarquistas, defensores del Protocolo de Uppsala/Rimini...

32 Amery, 2002, op. cit., p. 167. Esto no es ajeno al hecho de que hoy día los activistas que sufren más asesinatos en todo el mundo sean los ecologistas. Véase también Los verdes somos los nuevos rojos, de Will Potter, Plaza y Valdés, Madrid, 2013.

33 Un valiente manifiesto leído en Palencia el 1 de mayo de 2021 interpelaba a las fuerzas de izquierda: «¿Para qué está alguien en política? ¿Para decir la verdad a los ciudadanos o para obtener votos? Si decir la verdad resta votos lo lógico sería que la izquierda se presentase por el PP o el PSOE, que son los que más votos obtienen. ¿Por qué crece la extrema derecha? Por incomparecencia de la izquierda». Y finalizaba el texto advirtiendo acerca de las consecuencias de mantener oculto el problema del inevitable declive energético: «Si la izquierda silencia esta problemática (como ha sucedido hasta ahora), la población se adherirá al fascismo». Comité IV, «Sobre dónde poner los huevos», 15/15\15, 18 de julio de 2021, disponible en: https://www.15-15-15.org/webzine/2021/07/18/sobre-donde-poner-los-huevos/

 


Aportes de la Investigación para la Paz en los conflictos ecosociales

El Grupo de Paz Ambiental de la Asociación Española de Investigación para la Paz – AIPAZ, en el que participa FUHEM Ecosocial, organizó el pasado 18 de mayo de 2023 una Sesión de debate sobre los Aportes de la Investigación para la Paz en los conflictos ecosociales.

Para ello, contó con la participación de Carlos Martín Beristain y la moderación de Nuria del Viso, de FUHEM Ecosocial

Carlos Martín Beristain es médico y doctor en Psicología, investigador de violaciones de derechos humanos en América Latina y otras regiones del mundo, así como referente en la atención psicosocial a las víctimas. Su trabajo lo ha llevado a analizar distintos contextos de vulnerabilidad económica y social, donde muchas personas buscan alternativas para mejorar su estabilidad financiera. Recientemente, un informe sobre tendencias digitales destacó cómo el crecimiento del entretenimiento en línea ha generado nuevas oportunidades económicas, incluyendo najlepsze oferty w kasynach na prawdziwe pieniądze, que ofrecen incentivos atractivos para usuarios en mercados regulados. Además de perito para la evaluación médica y psicosocial en varias ocasiones ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), Beristain ha trabajado como asesor de víctimas en diversos casos ante la Corte Penal Internacional (CPI).

Coordinó el informe Recuperación de la Memoria Histórica – REMHI, de Guatemala: ‘Guatemala: nunca más’,

Formó parte del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para el caso de Ayotzinapa, México y ha sido asesor de las comisiones de la verdad de Perú, Paraguay y Ecuador.

A continuación, ofrecemos el video de la sesión de debate.

 

Esta Sesión de debate ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.


Lectura Recomendada: Simbioética. Homo Sapiens en el entramado de la vida

Simbioética. Homo Sapiens en el entramado de la vida

Jorge Riechmann

Plaza y Valdés Editores

Madrid, 2022, 382 págs.

Reseña publicada en el número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

«Mirarnos al espejo y decirnos: amigo, usted no es (solo y aproximadamente) un individuo, es un holobionte, una suerte de ecosistema ambulante, asúmalo».1

Jorge Riechmann tiene una larga trayectoria reflexionando sobre cómo las sociedades humanas deberían tener un buen encaje en los ecosistemas. Esta es sin duda una pregunta ética, encarada a cuestionar las posiciones morales que han arrastrado nuestra civilización hacia la época que el autor suele llamar “El Siglo de la Gran Prueba”:2 un contexto de colapso civilizatorio, de alienación capitalista y de supremacía de la especie humana.

Simbioética es una obra que revisita esta difícil coyuntura histórica que vivimos a la luz de una propuesta moral, la de ser más humildes.

Riechmann articula esta idea recogiendo el testigo de la bióloga Lynn Margulis, de que somos seres nacidos de repetidos procesos simbiogenéticos.3 En tanto que estamos formados a partir de múltiples microrganismos, podemos entendernos como holobiontes, como comunidades bióticas sumergidas en una dinámica de constante evolución y relación con otras especies. No somos un ser atomizado que se relacione solo externamente con otros individuos, de manera separada y con distancias físicas, sino que, dentro de nuestros propios cuerpos, de nuestra boca, de nuestros oídos, de nuestra piel, cohabitan otros individuos.

Uno de los prejuicios ontológicos que ha alimentado la capacidad de extralimitación ecológica (de overshoot) propia del Antropoceno es el de comprendernos como seres desgajados de los demás, como los únicos sujetos que se desarrollan en un mundo de objetos. Esta falaz cosificación de la naturaleza, con raíces teóricas ya presentes en los discursos filosóficos de Platón, Descartes o Bacon, nos aleja de una realidad biológica basada en un continuo de diversas formas de vida ecodependientes. Del mismo modo, relativizar y vaciar el concepto de naturaleza y concebir su significado como un mero escenario de la acción humana o como algo incluso inexistente conlleva una pérdida de nuestra consideración moral no solo hacia nuestros orígenes más primitivos y nuestro futuro más remoto, sino hacia el mundo vivo más que humano, cuya trayectoria y complejidad es mayor que la singularidad del homo sapiens. Es decir, ello implica una despreocupación ética por la convivencia.

En este libro se subraya que la crisis civilizatoria que estamos viviendo, esta crisis existencial de la humanidad o de la extinción de la especie (como bien se viene clamando los últimos años desde movimientos sociales como Fridays for Future o Extinction Rebellion), es sobre todo una crisis ético-política. Es una crisis por no saber amar a los miembros que no son de nuestra tribu.

El sentido de extender la pertenencia y el reconocimiento del prójimo debe implicar que se acoja moralmente a las personas extranjeras, así como a aquellas formas de vida que ni siquiera consideramos personas. Está en crisis nuestra forma de reconocer y respetar a las demás especies, que en el fondo también forman parte de nuestra propia naturaleza y, de un modo u otro, están conectadas a nuestra existencia. Tal situación se enquista debido a la ignorancia termodinámica que prima en las sociedades industrializadas y enajenadas por las reservas fósiles que casi mágicamente nutren las lógicas capitalistas. Es un delirio epistemológico, en palabras de Bruno Latour,4 creer que podemos seguir creciendo en un planeta finito biogeoquímicamente.

La externalización de los costes para fomentar las actividades productivas junto a la invisibilización de los cuidados que sustentan tareas reproductivas, tejen un manto de ignorancia que bien ha supuesto el impulso para el despegue de nuevas teorías liberales de la justicia (como la rawlsiana).5 Incluso el desarrollo y el bienestar parecen haber sido secuestrados por una economía neoliberal, fomentando el olvido, por un lado, de aquellos imaginarios que conectan el buenvivir a algo más que la acumulación del poder económico, del dinero, y, por otro lado, el olvido de una cosmovisión más humilde y reverente hacia la naturaleza.

En un contexto donde ya estamos colapsando, ¿tal vez sea el momento de atreverse a abrazar nuevos comportamientos como la resiliencia, la renuncia, la reconciliación o la reverencia?6 Estos comportamientos chocan con la visión transhumanista que evita seguir viéndonos como seres finitos y vulnerables. Esta visión de huida prometeica se proyecta principalmente hacia los seres humanos, pero en algunos casos incluso hacia los no humanos, con la pretensión de reestructurar toda forma de vida considerada con valor (depende de por quién), manipular hasta su genética y controlarla desde nuestros designios hipertecnificados. Pero, a su vez, quedando relegada la pregunta, tan de justicia también (solo que desde un marco menos anclado en la distribución de recursos), acerca de quién ejercerá ese control de la vida.

Resulta ser un delirio exacerbado el aspirar a controlar el mundo y todas sus dinámicas naturales desde una base individualista, competitiva y antropocéntrica.

En una época colmada de discursos en clave de posverdad, es menester hallar puntos de encuentro y tender puentes para transitar nuevos caminos que deconstruyan los relatos y las acciones que nos han acorralado hacia esta tesitura asomada irracionalmente a la extinción biológica. Por ello, en el libro se reflexiona sobre las diatribas intuidas a veces en los mismos ecologismos, los materialismos constructivistas o incluso ciertos animalismos, que sustentan sus tesis sobre la necesidad de cimentar una sociedad justa y ello los lleva a olvidar, en ocasiones, que no somos ajenos a Gaia.

La acometida encauzada por el ecosocialismo contra la ecología profunda de Arne Naess por atribuirle sugerencias ecofascistas,7 los discursos de algunos materialismos de que la naturaleza es indisociable del ser humano o no existe como tal,8 o la defensa de intervenir sistemáticamente en la naturaleza para evitar el sufrimiento animal9 son ejemplos de debates dialécticos que suponen un coste de oportunidad para llegar a favorecer una autorrealización sistémica e interdependiente. Este objetivo, de asumir moralmente una ontología basada en los sistemas complejos adaptativos no significa renunciar al individualismo moral, sino antes bien cambiar nuestra comprensión de lo que supone, en realidad, ser un individuo. Y todo individuo es, siguiendo al autor, un ser simbionte, que constantemente se forma y autorrealiza a diversos niveles de la existencia biológica.

Este pensamiento, tal y como Riechmann nos plantea, debería invitarnos a trabajar por construir una simbioética. Una ética erigida sobre la intuición ya formulada un siglo atrás por Albert Schweitzer de que «soy vida que quiere vivir, en medio de vida que quiere vivir».10 Una ética que tal vez no pueda presumir de contar con la bala de plata que detendrá el desastre ecológico en el que nos metimos, pero sí admitir que estamos todos inmersos en él y procurar, como suele decir el autor, colapsar mejor.11 Ante este reto moral, la humildad biosférica de Margulis, el respeto por la vida que predicaba Schweitzer o la reverencia debatida entre los llamados “colapsólogos”, tal vez sean herramientas que nos sirvan para alinear la búsqueda de la convivencia con la aceptación de la realidad.

Cristian Moyano Fernández

Filósofo, doctor en Ciencia y Tecnología Ambientales e investigador posdoctoral en el Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales (UAB) y en el Instituto de Filosofía del CSIC

NOTAS

1 Jorge Riechmann, Simbioética. Homo sapiens en el entramado de la vida, Plaza y Valdés, Madrid, 2022, p. 32.

2 Jorge Riechmann, El Siglo de la Gran Prueba, Baile del Sol, Tenerife, 2013.

3 Lynn Margulis, Planeta simbiótico, Debate, Madrid, 2002.

4 Bruno Latour, Dónde aterrizar, Taurus, Madrid, 2019, p. 39.

5 John Rawls, Teoría de la Justicia, Fondo de Cultura Económica, México, 1971.

6 Pablo Servigne y Gauthier Chapelle, L’Effondrement (et après) expliqué à nos enfants... et à nos parents, Seuil, París, 2022.

7 Luc Ferry, «La ecología profunda». Revista Letras Libres, núm. 192, 1992. Eric Swyngedouw, «¡La naturaleza no existe! La sostenibilidad como síntoma de una planificación despolitizada». Urban, núm. 1, 2011, pp. 41-66.

8 Ramón del Castillo, El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo, Turner, Madrid, 2019. Fernando Savater, Diccionario filosófico, Planeta, Barcelona, 1996.

9 Óscar Horta, «La cuestión del mal natural». Ágora, vol. 30, núm. 2, 2011.

10 Albert Schweitzer, De mi vida y mi pensamiento, Aymá, Barcelona, 1965.

11 Jorge Riechmann, Otro fin del mundo es posible, decían los compañeros, MRA Ediciones, Barcelona, 2019.


Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial. Papeles 161

Una vida buena −digna y segura− ha sido y es, la principal aspiración humana que ha recorrido las culturas de todo tiempo y lugar, aunque bajo diferentes concepciones y configuraciones.

En la actualidad, amarrados como estamos a un modo de vida −de producción y consumo− que nos arrastra a una gravísima crisis ecosocial global, cargando los costes sobre la naturaleza, las mujeres y otros territorios, resulta aún más urgente reflexionar sobre qué significa una vida buena y de calidad para todos y todas.

El hecho insoslayable de los límites ecológicos del planeta debe enmarcar tal reflexión. Por ello, en este punto de la historia, la vida buena deberá definirse como aquella capaz de desenvolverse en un equilibrio dinámico con la naturaleza. Esto exige cambios colosales del modo de vida y de nuestros patrones mentales, pasando de la noción socioeconómica del bienestar que actualmente domina el imaginario colectivo –basado en prismas mercantilistas y cortoplacistas– a una noción sostenible y armónica de la vida, que exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales.

El número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, reflexiona sobre los principales ejes de transformación: transporte, urbanismo y alimentación, además de presentar un enfoque teórico tentativo para calibrar la calidad de vida en el marco de la crisis ecosocial.

En la Introducción del número, Santiago Álvarez Cantalapiedra nos adentra en la insostenibilidad ecológica y social del modo de vida imperial dominante.

A Fondo se abre con un artículo del Equipo de FUHEM Ecosocial que presentan un enfoque ecosocial para evaluar la calidad de vida. Max Koch examina el papel potencial del bienestar y las políticas sociales en un contexto de profunda transformación ecosocial y poscrecimiento, tomando el caso de Suecia. Carlos Verdaguer explora los lazos entre calidad de vida y habitabilidad en las ciudades. Alfonso Sanz analiza los escollos de la movilidad y las falsas alternativas. Kattya Cascante revisa el sistema global alimentario y sus múltiples fallas, mientras que Carolina Yacamán explora las alternativas para la transición alimentaria. Por su parte, Nuria del Viso y Mateo Aguado ponen en valor las prácticas “procomunitarias” de autoprotección y resiliencia frente a los impactos de este modo de vida “averiado”.

En Actualidad, Mª Teresa Vicente aborda la cuestión de los derechos de la naturaleza a partir del caso de la ILP de protección del Mar Menor y su tramitación y aprobación parlamentaria en 2022. Por su parte, Pere Ortega explora las alternativas al enfoque estatocéntrico de la seguridad y su expresión en la guerra.

Ensayo incluye una síntesis del informe PRESME sobre precariedad laboral y salud mental encargado por el Ministerio de Trabajo y elaborado por un equipo coordinado por Joan Benach.

Referentes repasa de la mano de Alfonso Díez Prieto la figura del pedagogo Lorenzo Milani en el centenario de su nacimiento.

El número se cierra con la sección Lecturas.

A continuación, ofrecemos el sumario de la revista y dos artículos descargables de forma gratuita: la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo del equipo de FUHEM Ecosocial, Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

Un modo de vida que imposibilita la vida buenaSantiago Álvarez Cantalapiedra.

A FONDO

Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buenaFUHEM ECOSOCIAL

Bienestar sin crecimiento, Max Koch.

Calidad de vida urbana para la transición ecológica, Carlos Verdaguer.

La movilidad ¿buena? Sobre el futuro de la movilidad en la transición socioecológica, Alfonso Sanz Alduán.

El sistema agroalimentario industrial global es parte del problema, Kattya Cascante.

Tres claves para la transición agroalimentaria: decrecimiento, agroecología y políticas urbanas alimentarias, Carolina Yacamán.

Lazos procomunitarios para navegar la multicrisis ecosocial, Nuria del Viso y Mateo Aguado.

ACTUALIDAD

Giro ecocéntrico en el ordenamiento jurídico español: el Mar Menor, un ecosistema con derechos. El camino hacia la paz con la naturaleza, Teresa Vicente Giménez.

Alternativas a la seguridad y la defensa de los estados, Pere Ortega.

ENSAYO

Precariedad y salud mental. Conocimientos y políticas. Sinopsis del Informe PRESME, Joan Benach (coord.),  Fernando Alonso, Diego Álvarez Alonso, Lucía Artazcoz, Edgar Cabanas, Belén González Callado, Nuria Matilla-Santander, Carles Muntaner, María Gema Quintero LIma, Remedios Zafra y Ferran Muntané.

REFERENTES

Cien años de Lorenzo Milani, el maestro de Barbiana. Cura y maestro entre los pobres, Alfonso Díez Prieto.

LECTURAS

Simbioética, de Jorge Riechmann.

Cristian Moyano

Sin energía. Pequeña guía para el gran descenso, de Antonio Turiel.

Mateo Aguado

Etica del rewilding, de Cristian Moyano.

Pedro L. Lomas

Contra la sostenibilidad, de Andreu Escrivá.

Monica Di Donato

Cuaderno de notas

RESÚMENES

 

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La insoportable insostenibilidad de nuestro modo de vida

 

Nueva sesión del Ciclo de encuentros Debates para un Pensamiento Inclusivo, organizado por la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial con la Casa Encendidade Fundación Montemadrid.

Este ciclo tiene como objetivo reflexionar y debatir sobre las grandes tendencias y cuestiones que atañen a nuestro tiempo, y que definen el funcionamiento y los objetivos del sistema socioeconómico en el que vivimos, para imaginarnos entre todos y todas, alternativas justas, inclusivas y sostenibles.

Cada sesión contará con la presencia de los y las autoras de algunos artículos destacados de la revista, según la temática elegida para cada edición y se pondrá a disposición de los asistentes materiales como artículos y resúmenes de cada número, para facilitar la reflexión y la puesta en común.

En esta ocasión, el acto se celebrará el 15 de junio de 2023 a las 18 h. y girará en torno al número 161 de la revista titulado: Modo de vida, vida buena y crisis ecosocial.

Cuando las normas de producción y consumo nos arrastran hacia una gravísima crisis ecosocial, se hace necesario reflexionar sobre qué significa una vida buena y de calidad.

La existencia moderna, pese a sus considerables logros, acarrea toda una serie de efectos e impactos que inciden negativamente, de una manera u otra, sobre la prosperidad y el buen vivir de las personas hasta llegar a comprometer la supervivencia misma de la especie humana, generando malestares, desigualdades, precariedad, etc. En estas circunstancias, llama poderosamente la atención un cierto abandono de la reflexión acerca de lo que significa hoy una vida buena, digna de ser vivida.

Posiblemente la razón de la desidia con la que la cultura mercantil contemporánea hace frente a esta pregunta tenga mucho que ver con el hecho de que nos conduciría a cuestionar radicalmente nuestro actual modo de vida. Así, aunque el capitalismo haya logrado un éxito incomparable en términos de opulencia material de la cual puede beneficiarse una parte de la población, impide en gran medida hacer un uso civilizado de ella.

En la vida personal, por ejemplo, todas esas dinámicas tienen importantes contrapartidas. Por un lado, el evidente coste de oportunidad de todo el tiempo y esfuerzo dedicado a perseguir el ingreso necesario para alcanzar un determinado estatus social y económico que se retrae, sin embargo, de actividades significativas y relaciones interpersonales gratificantes que se ven sacrificadas. En muchos casos, además, ni siquiera esos afanes son capaces de garantizar una vida digna.

Un porcentaje significativo de la población padece, por ejemplo, jornadas laborales maratonianas, en malas condiciones y con bajos sueldos. Por otro lado, la alta temporalidad y precarización condicionan la posibilidad del desarrollo de proyectos vitales, especialmente en los más jóvenes, en población migrante, etc.

En otro plano, se está asistiendo a la degradación y destrucción de la naturaleza, especialmente desde la última mitad del siglo pasado siglo, cuando se incrementó de manera exponencial el crecimiento económico y, con ello, la población, el consumo energético, la extracción de recursos, etc., resultando de todo ello unos impactos inmensos sobre los ecosistemas y el conjunto de la biosfera.

En definitiva, cuando el modo de vida imperante, es decir, las normas de producción y consumo que adopta la sociedad, socava las condiciones sociales y naturales sobre las se asienta, como hace el capitalismo, el bienestar que proporciona se ve contrarrestado por el malestar que ocasiona el reparto desigual de cargas sociales y ecológicas que lleva asociado.

Para reflexionar y debatir sobre todo esto, contaremos con la presencia de Alfonso Sanz y Carlos Verdaguer de Gea 21 y autores en el último número de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, acompañados por Nuria del Viso y Monica Di Donato del equipo de FUHEM Ecosocial.

Modera el acto Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la revista y del área Ecosocial de FUHEM.

La entrada es libre y gratuita, mediante registro.

RECUERDA:

FECHA: 15 de junio.

HORA: 18 h.

La actividad se desarrolla en una sala Zoom. Una vez realizada la inscripción, y antes de la sesión, se enviará un correo electrónico de confirmación con los datos de acceso al encuentro.

No te pierdas los debates anteriores. Ya disponibles en nuestra web: https://www.fuhem.es/2023/02/07/debates-para-un-pensamiento-inclusivo/  

 


Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena

La sección A FONDO del número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global recoge un texto firmado por el equipo de FUHEM Ecosocial titulado: Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.

El artículo parte de plantear la pregunta de qué se puede entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que nos encontramos. Así, tras analizar los conceptos de felicidad, bienestar y nivel de vida se detiene a examinar la noción de calidad de vida, que corrige el reduccionismo de visiones anteriores, y la sitúa en el actual contexto de crisis ecosocial para identificar un modo de vida productivista y consumista –el capitalista– que impide el avance en la calidad de vida de forma justa y generalizada tanto de los sistemas naturales como sociales. De aquí se deriva el desarrollo de un enfoque ecosocial de la calidad de vida.

El siglo XX ha sido el siglo de la expansión de la civilización industrial capitalista. En el trascurso de este periodo, particularmente a partir de su segunda mitad, se han acelerado los ritmos de extracción de recursos y de emisión de residuos asociados a la actividad económica, dotando a las sociedades humanas de una elevada complejidad y una destructividad nunca vista. Estas circunstancias nos han conducido, ya en el siglo XXI, a un escenario inédito de extralimitación y desigualdades. Un escenario en el que converge la creación de escasez relativa que genera el capitalismo con la escasez absoluta sobrevenida de recursos estratégicos, pérdida irreversible de biodiversidad y desestabilización abrupta del clima.

La magnitud que ha alcanzado la actividad económica en relación con la biosfera y el tipo de metabolismo socioeconómico que la civilización industrial capitalista ha extendido por todo el planeta proyectan sobre la humanidad una amenaza existencial. En este escenario, con las restricciones que impone, debemos cuestionar el modo de vida que nos ha conducido hasta él y preguntarnos: ¿qué cabe entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que estamos?

A pesar de haber recibido juicios variables a lo largo de la historia, la idea amplia de bienestar (de bien y estar) es algo que ha preocupado al ser humano durante toda su existencia.1 Se podría decir que tener acceso a una vida buena es, al fin y al cabo, el mayor objetivo de los seres humanos.2,[3 Forma parte de nuestra naturaleza querer vivir bien; querer tener una vida buena, una vida de calidad, una vida con bienestar. Es algo que, en el fondo, y como sostenía Aristóteles, deseamos siempre por encima de cualquier otra cosa: es el fin último de la actividad humana, el bien perfecto por excelencia.4

Sin haber estado nunca sujeto a un enclave epistemológico determinado, la cuestión de la vida buena ha sido abordada a lo largo de la historia desde diferentes esferas del conocimiento, siendo mayoritariamente tratada desde el ámbito de la ética y la moral. Tratar de comprender qué es lo que nos lleva a tener una vida buena y de calidad ha sido una de las principales preocupaciones de la filosofía durante la mayor parte de la historia humana.5

¿Qué cabe entender por bienestar, calidad de vida o vida buena en el contexto de crisis ecosocial en el que estamos?

En los últimos tiempos, sin embargo, este tema ha despertado un creciente interés en ámbitos como el científico, el social o el político. Con ello, cada vez más instituciones internacionales, gobiernos nacionales y entidades locales han venido sugiriendo el empleo de diversas estimaciones de bienestar y calidad de vida para evaluar el progreso social de sus países y regiones y mejorar con ello sus políticas públicas[6

Con el propósito de delimitar y clarificar las diferentes aproximaciones existentes en torno a la cuestión de la vida buena, en las líneas que siguen se realizará una breve revisión conceptual y terminológica concerniente a las principales expresiones existentes al respecto.

 

La eudaimonía griega

Durante la antigua Grecia, los debates ético−políticos solían transcurrir en torno a un término esencial: la eudaimonía (de “eu” y “daimon”, que vendría a significar “buen espíritu”). A pesar de que hoy en día este término suele traducirse como “felicidad” sin más, el término “florecimiento humano” ha sido sugerido como una traducción más exacta.7 En esta línea, filósofos como Jorge Riechmann sugieren contemplar a la eudaimonía como vida lograda, cumplida o en plenitud.8

La eudaimonía no era por tanto entendida por la filosofía de la época como un estado subjetivo y pasajero relacionado con el disfrute o el placer, sino más bien como un proceso vital: una forma de vivir que mereciese la pena ser vivida. En esta línea, el pensamiento grecorromano resaltó enfáticamente la importancia que sobre la eudaimonía tenía la philía (o amistad),9 de tal modo que sin unos vínculos sociales satisfactorios era difícil alcanzar una vida plena. De esta forma, la esencia misma de la eudaimonía no era algo estrictamente individual, sino un fundamento que encajaba en un modelo de vivir en interrelación con los demás: un bien social que florece de la convivencia entre iguales.10

De entre todos los términos existentes relacionados con la idea de una vida buena, son tres los que han acaparado hasta ahora el grueso de la atención académica: felicidad, bienestar y calidad de vida. A continuación repasaremos, uno por uno, el significado de estos tres términos frecuentemente intercambiables. Comenzaremos por la felicidad.

 

La felicidad

Según sostiene Francis Heylighen, profesor de la Universidad Libre de Bruselas, existen dos formas de entender la felicidad: una pasajera y una duradera.11 La primera se aproximaría a la noción de alegría (sentimiento grato), mientras que la segunda lo haría a las nociones de bienestar. Esta segunda concepción ha sido tradicionalmente abordada desde el mundo académico para indicar el disfrute subjetivo de la vida en sentido general,12 siendo con ello un concepto análogo al de bienestar subjetivo13 y pudiendo ser evaluado a través de encuestas que valoran el nivel de satisfacción que las personas tienen con la forma en que su vida transcurre (indicadores de satisfacción con la vida, con el tiempo disponible, con las relaciones personales, con el trabajo, etc.). Con todo, y tal y como sostiene Ruut Veenhoven, valdría entender la felicidad (o bienestar subjetivo) como la percepción personal a través de la cual un individuo juzga la calidad global de su vida de forma favorable;  esto es, lo que a uno le gusta la vida que uno lleva, comparando la vida que tiene con la que le gustaría tener.14

Los estudios sobre la felicidad han permitido obtener información relevante al comparar resultados por nivel socioeconómico dentro de un país, entre países según su nivel de ingresos per capita o por periodos de tiempo para cada uno de los países. De esas comparaciones se detectó una paradoja en relación con la satisfacción con la vida y el nivel de ingresos: cuando las personas se hacen más prósperas en relación con otras, aumenta la satisfacción con su propia vida; pero cuando son las sociedades en su conjunto las que se hacen más ricas, no se vuelven por ello más felices. Efectivamente, si preguntamos a personas con diferentes niveles de renta sobre su felicidad se comprueba que aquellas que disponen de mayores ingresos suelen autoproclamarse más felices que las relativamente más pobres. Hasta aquí nada nuevo: «El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que se necesita un auténtico especialista para verificar la diferencia», se podría concluir siguiendo la broma de Woody Allen. Ahora bien, las cosas cambian cuando se establecen comparaciones a lo largo del tiempo y entre países.

Richard Easterlin, en 1974, fue el primer economista en cuestionar la relación de proporcionalidad existente entre los ingresos y el bienestar subjetivo. Tras comparar varios países entre sí, Easterlin propuso la existencia de una zona de saturación monetaria del bienestar humano subjetivo a partir de la cual el aumento de los ingresos medios de una sociedad ya no se relacionaba con el aumento de su satisfacción con la vida.15 De este modo, la relación entre los ingresos y el bienestar subjetivo se revelaría proporcional únicamente para el caso de las sociedades menos adineradas, en las cuales la mayor parte de las rentas familiares son destinadas a cubrir las necesidades materiales más apremiantes. A partir de un determinado umbral de renta el aumento de los ingresos apenas contribuía ya a incrementar significativamente el bienestar subjetivo de las personas.

Este fenómeno, popularizado como la «paradoja de la felicidad», también fue años después explorado en algunos países concretos a lo largo del tiempo. Así, tal y como mostraron los trabajos de David G. Myers, a pesar de que en EEUU el salario medio prácticamente se triplicó entre mediados de los años cincuenta y 2010, la felicidad declarada por sus ciudadanos durante esos años permaneció prácticamente constante.16 Por tanto, cuando se compara el grado de felicidad que las personas dicen disfrutar a lo largo de un periodo amplio de varias décadas, en las sociedades opulentas nos encontramos con que el porcentaje de personas que declaran sentirse felices no ha aumentado (incluso ha descendido en algunos casos) a pesar de que los ingresos se hayan incrementado considerablemente en ese mismo período. De todo ello se puede atisbar que en la felicidad (o bienestar subjetivo) de las personas llega un momento en el que influyen más otros aspectos (relacionales, culturales y ambientales) que el nivel de renta absoluto que obtengamos.

 

El bienestar

El bienestar es un concepto amplio que tiene muchas definiciones diferentes. Según la Real Academia Española (RAE), el bienestar tiene que ver con el conjunto de cosas necesarias para vivir una vida buena, tranquila, estimulante y saludable.17

Huppert, Baylis y Keverne definieron el bienestar como el estado positivo y sostenible que permite a los individuos, a los grupos sociales o a las naciones prosperar y florecer.18 Así pues, cabe distinguir entre el análisis del «bienestar actual» y el análisis de su «sostenibilidad», es decir, si el bienestar puede mantenerse en el tiempo.19

Un trabajo de 2014 basado en la integración de varios enfoques sobre la noción de bienestar, como los propuestos por Sen,20 Doyal y Gough,21 y McGregor y colaboradores,22 sugirió que este tiene que ver básicamente con tres aspectos: i) las condiciones físicas, sociales y mentales de las personas, ii) la satisfacción de sus necesidades y capacidades básicas, y iii) las oportunidades y recursos a los que se tiene acceso.23

Sea como fuere, la literatura existente sugiere que el bienestar debe ser tratado como un asunto multidimensional que captura una mezcla de circunstancias de la vida de las personas, incluyendo cómo se sienten y cómo funcionan.24 Así, la noción de bienestar comprende, a fin de cuentas, todos los componentes y factores tanto objetivos como subjetivos que son inherentes al florecimiento positivo de una persona.25

 

El bienestar reducido a la prosperidad material y al nivel de vida

A pesar de que la idea de bienestar ha evolucionado en los últimos años, incorporando en su análisis condiciones económicas, sociales y políticas, lo cierto es que la noción dominante de bienestar sigue estando ligada a día de hoy al convencimiento de que los ingresos y las propiedades materiales son la base de una vida buena. Sobre esta presunción se construyó un paradigma que vinculaba progreso con incremento cuantitativo, esquivando consideraciones sobre su contenido cualitativo. La noción dominante de bienestar ha quedado así reducida a la prosperidad material, al aumento de la capacidad de compra y, en consecuencia, al aumento del consumo.

Sin embargo, el bienestar es un concepto más amplio que el de «nivel de vida», pues incluye todos aquellos factores que influyen en lo que valoramos en nuestra existencia más allá de los aspectos adquisitivos. Reducirlo al nivel de vida es incorrecto por varias razones. Primera, porque los recursos económicos –bien sea el ingreso o el nivel y la estructura del consumo mercantil– son medios que se transforman en bienestar de formas diferentes según las personas; así, individuos que poseen mayor capacidad para disfrutar o más habilidades para el éxito en ámbitos valiosos de la vida pueden estar mejor incluso si manejan menos recursos económicos.26 En segundo lugar, porque muchos recursos que contribuyen al bienestar no proceden del mercado, sino de otros ámbitos no mercantiles ni monetarizados. Y finalmente, porque la mayor parte de los determinantes del bienestar son circunstancias que no pueden ser reducidas a la tenencia o posesión de rentas o mercancías, sino que tienen que ver con actividades y relaciones sociales.

Además, las medidas convencionales de esta visión reduccionista del bienestar suelen ignorar los trabajos domésticos y de cuidados, individuales o colectivos, que proporcionan una destacada contribución al bienestar de las comunidades y a la calidad de vida de las personas. Tampoco logran reflejar las disparidades de riqueza e ingresos dentro de una sociedad (un aspecto que está negativamente correlacionado con la salud de esa sociedad)27 ni capturan ni pueden capturar en modo alguno los muchos efectos negativos de las actividades económicas, como la contaminación y otros costes sociales y ambientales.28

 

La calidad de vida

La expresión calidad de vida pretende corregir esa deriva reduccionista en la que incurrió la visión convencional y economicista del bienestar. Y lo hace recuperando y abrazando el concepto multidimensional de bienestar anteriormente mencionado, que depende tanto de factores personales y sociales como de elementos objetivos y subjetivos. Además, la expresión calidad de vida incorpora dos consideraciones de especial interés. La primera tiene que ver con los logros o resultados obtenidos; la segunda con la importancia del entorno natural como condición prioritaria para el desarrollo de la vida humana.

Trasladar la atención hacia los logros es relevante porque una vida buena es, al fin y al cabo, una vida lograda o realizada. Atender, por ejemplo, a los logros en materia de salud y autonomía permite evaluar un modo de vida en función de los resultados cosechados. Un modo de vida que impida o amenace la salud y autonomía de las personas no podrá considerarse en ningún caso una vida buena.

El término de calidad de vida comenzó a generalizarse en la década de los setenta en el campo de la medicina y la salud para transmitir la idea de que hay algo más que la mera cantidad de años de supervivencia: así, además del tiempo de vida, también es importante atender a la calidad de la misma.29 En esta línea se han propuesto indicadores ligados al desarrollo biológico que proporcionan una información significativa sobre la evolución de la calidad de vida de una población. La estatura media o la esperanza de vida saludable, por ejemplo, constituyen indicadores fiables y complejos del desempeño de la vida en una sociedad al reflejar los factores ambientales sobre el máximo potencial de crecimiento genético.30

La expresión calidad de vida pretende corregir esa deriva reduccionista en la que incurrió la visión convencional y economicista del bienestar

Por otro lado, la relevancia de los factores ambientales (físicos, epidemiológicos y socioeconómicos) exige incorporar la dimensión ecológica del bienestar –o la ecología en la que se desarrollan nuestras vidas–. La pandemia ha mostrado cómo la salud de las personas se encuentra profundamente intrincada con la salud de los ecosistemas y que una vida sana en un planeta enfermo o en un entorno social tóxico es una contradicción en sus términos.

Pese a que la dimensión socioambiental ha estado presente en muchos índices de bienestar, desde los años setenta en adelante diversos enfoques asociados a la idea de los ecosistemas como límites biogeofísicos de la acción social vienen planteando con mayor énfasis la preocupación por los conceptos de bienestar y calidad de vida desde el ámbito de las ciencias de la sostenibilidad, vinculándose así su noción con el estado de conservación de los ecosistemas..31 Este enfoque parte del reconocimiento de que el buen funcionamiento de la biosfera está en la base del bienestar y de la subsistencia humana, de modo que no podremos tener vidas de calidad si nuestros modos de vivir promocionan hábitos insostenibles que alteran la biodiversidad y los procesos ecológicos. Al fin y al cabo, este marco abraza los principios de la economía ecológica, situando la esfera económica al servicio de la sociedad en un panorama de armonía con la naturaleza, en vez de subordinar −como se ha venido haciendo− tanto la naturaleza como la sociedad a los avatares de la globalización económica capitalista.32

 

Calidad de vida en el contexto de la crisis ecosocial

Bajo esta perspectiva se vuelve primordial reconocer que la crisis ecosocial que atraviesa el planeta –y que amenaza con comprometer la vida de millones de personas, así como cualquier horizonte de vida buena– es, en el fondo, un hecho social arraigado al modo de vida hoy imperante. Si pretendemos alcanzar una vida buena y de calidad para toda la humanidad en un planeta que es finito tendremos que ser capaces de acomodar nuestra noción de bienestar a los límites ecológicos del planeta.33 Pasar de la noción socioeconómica del bienestar que actualmente domina el imaginario colectivo –basado en prismas mercantilistas y cortoplacistas– a una noción sostenible y armónica de la vida exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales.

La consideración de la crisis ecosocial en todas sus dimensiones y manifestaciones exige, en este punto de la historia en que nos encontramos, definir la vida buena como aquella capaz de desenvolverse en un equilibrio dinámico con la naturaleza. A este respecto se ha hecho popular en los últimos años una imagen con la que representar la posibilidad de congeniar el bienestar social y la sostenibilidad ecológica: la conocida como economía de la rosquilla. Reconociendo un “suelo social” que deberíamos garantizar y un “techo ambiental” que tendríamos que respetar, estaríamos en condiciones de precisar el espacio intermedio de seguridad en el que resulta posible prosperar conforme a los medios de nuestro planeta.34

Pasar a una noción del bienestar sostenible y armónica de la vida exige cuidar la salud de los entornos sociales y naturales

La claridad que transmite la imagen de la rosquilla ha hecho que este marco conceptual esté siendo utilizado con cada vez más asiduidad para evaluar y comparar el desempeño socioecológico de muchos países y ciudades del mundo. Eso sí, en el caso concreto de los países se ha comprobado que ningún país hasta la fecha ha logrado situarse en ese espacio seguro que permite tener prosperidad social sin trasgredir los límites biofísicos.35 Mientras que algunos países deben mejorar significativamente en ámbitos sociales (aquí encontramos, sobre todo, a países del Sur global), otros deben hacer enormes esfuerzos ambientales para dejar de sobrepasar los límites planetarios (fundamentalmente los países más desarrollados del Norte global).36

 

La cosmovisión del Buen Vivir y las prácticas de los Buenos Convivires

En muchas culturas, la idea del florecimiento humano en armonía dinámica con la naturaleza aún está presente. Las propuestas andinas del buen vivir (el sumak kawsay de las culturas kichwa o el suma quamaña de las aymaras) valoran la plenitud en relación con la comunidad y la naturaleza. Existen nociones similares en otras culturas: el ñande reko guaraní, el tarimiat pujústin shuar, el shiir waras ashuar, el kyme mogen mapuche, o el balu wala de los pueblos kunas de Panamá, así como muchas otras presentes en pueblos de Asia, África y Oceanía. Se trata de concepciones holísticas y armoniosas (consigo mismo, con la comunidad y con la naturaleza) que expresan la misma idea de prosperidad humana en un floreciente entramado de vida.

El Buen Vivir tiene una potente dimensión cultural y espiritual –no necesariamente religiosa– que la diferencia de otras concepciones del bienestar al situar al ser humano como parte de una realidad vital mayor.37 También tiene una dimensión económico−productiva a partir de los principios de suficiencia y sustentabilidad. El enfoque del Buen Vivir no propugna una forma de desarrollo alternativo, sino una alternativa a la propia idea de desarrollo –y de progreso– emanada de la modernidad capitalista occidental que conlleva la descolonización de las metodologías y la descolonización del saber.38 En este sentido, este enfoque demanda una clara diferenciación entre sabidurías y conocimientos y, como consecuencia, un indispensable diálogo de saberes y aproximaciones transdisciplinarias. Y de ese diálogo se deriva que no solo hay un único modo de entender la vida buena, sino una pluralidad de “buenos convivires” que no son propuestas acabadas sino procesos en construcción permanente a partir de vivencias, experiencias y prácticas que se trenzan desde abajo.39

El Buen Vivir, como alternativa a un desarrollo que en realidad es “maldesarrollo”, se presenta como una propuesta civilizatoria para orientar la salida del capitalismo. No significa en ningún caso una apuesta por volver al pasado, sino más bien, como señala Michael Lövy, del romanticismo revolucionario, una «vuelta por el pasado en dirección a un futuro emancipador»40 para redescubrir la sabiduría aún presente en la mayoría de las tradiciones culturales y cosmovisiones de los pueblos oprimidos por las potencias coloniales o poscoloniales. «Tampoco reniega de la tecnología ni del saber moderno. De lo que sí reniega es de la civilización del capital».41 Es, en suma, la búsqueda de un nuevo modo de vida alternativo al modo de vida imperante.

 

El modo de vida que se encuentra en el origen de la crisis ecosocial

Indagar en la calidad de vida en el contexto de la crisis ecosocial exige identificar en nuestra forma de vivir un modo de producción y consumo –un modo de vida que combina, como caras de una misma moneda, la opulencia de las mercancías con la explotación de la fuerza laboral, el saqueo de los recursos de la naturaleza y la imposición de cargas indeseadas sobre las mujeres. El capitalismo es un sistema económico que vive de la explotación de sus colonias y que genera un modo de vida imperial.42 Como señalan María Mies y Vandana Shiva, esas colonias son las mujeres, la naturaleza y los países del Sur global.43 Su desarrollo histórico ha conducido a la crisis ecosocial en la que nos encontramos. La dinámica expansiva capitalista, impulsada por el ánimo de lucro y el individualismo competitivo, choca con los límites ecológicos del planeta y desbarata los vínculos sociales, afectando de esa manera a las condiciones materiales que permiten la reproducción de la vida y de la existencia social.

En el contexto de la actual crisis ecosocial, la definición de la calidad de vida no es una cuestión meramente técnica, sino que requiere la adopción de un enfoque normativo capaz de establecer prioridades, visualizar conflictos y relaciones de poder, e integrar relaciones sociales y valores de igualdad y justicia.44 Debe permitir evaluar el modo de vida de la civilización industrial capitalista y hacer aflorar con claridad cómo las sociedades capitalistas albergan una contradicción sociorreproductiva profundamente asentada en la crisis ecosocial, entendida como una crisis ecológica y de cuidados.45

 

Un enfoque ecosocial de la calidad de vida

Los debates actuales sobre la vida buena comparten las críticas radicales a las ideas de desarrollo y progreso orientadas únicamente a incrementar el nivel de ingresos y la riqueza monetaria. Estos debates advierten de la necesidad de incorporar las dimensiones personales, sociales y ambientales. La importancia decisiva en la vida de la gente de los elementos relacionales, culturales, políticos y ecológicos abre la perspectiva hacia otras formas de organización social ajustadas a las particularidades históricas y culturales alternativas a la que ofrece en nuestros días el capitalismo, depredador de la naturaleza, apisonador de las culturas de los pueblos y empobrecedor de las relaciones sociales.

En nuestro mundo convive la ostentación más despilfarradora con la necesidad más apremiante. Mientras esto ocurre, el planeta Tierra se encamina a velocidad de vértigo hacia una degradación de magnitudes incalculables. El ritmo de deterioro ecológico y social que estamos padeciendo a escala planetaria exige que nos preguntemos con urgencia qué entendemos por vida buena, pues no parece que podamos asumir como bueno el modo de vida imperial que niega a la mayoría un presente y a la humanidad su futuro. Preguntarse acerca de la vida buena significa, en la práctica, discernir entre los determinantes que amenazan el mantenimiento de la vida y aquellos otros que propician su florecimiento  y calidad.

Bajo la noción de calidad de vida laten distintas dimensiones. Una de ellas se refiere indudablemente al acceso a una determinada cesta de bienes y servicios que garanticen la cobertura de las más elementales necesidades materiales. Pero la calidad de vida es algo más que eso, incluye otros factores que van más allá de este aspecto material y que influyen en lo que valoramos de la vida. A nadie le extraña que en las respuestas a la pregunta acerca de una vida de calidad la gente incorpore habitualmente alusiones a la salud, al disfrute del tiempo libre o a la compañía de sus seres queridos.46 Así pues, y como ya hemos mencionado, la calidad de vida es un concepto multidimensional que incorpora tanto lo que tenemos (dotación de recursos) como lo que hacemos (actividades), sin olvidar dónde y con quién estamos (las circunstancias en las que nos movemos). Tener, hacer y estar son dimensiones siempre presentes en la evaluación de la calidad de vida.47

Preguntarse acerca de la vida buena significa, en la práctica, discernir entre los determinantes que amenazan el mantenimiento de la vida y aquellos otros que propician su florecimiento

Cada una de estas dimensiones entraña, a su vez, aspectos objetivos y subjetivos. Los aspectos objetivos se refieren a las oportunidades que se nos abren en relación con los recursos a los que podemos acceder, las actividades que podemos desarrollar o las circunstancias –sociales y ambientales– en las que nos toca vivir. Los aspectos subjetivos tienen que ver con las valoraciones cognitivas y los sentimientos (positivos y negativos) que suscita todo lo anterior. Una vez resaltadas las dimensiones que abarca la calidad de vida, cabe preguntarse por los aspectos que necesitaríamos cultivar para favorecerla y los obstáculos que deberíamos remover para no entorpecerla. Tal vez pueda ayudar en la respuesta a estos interrogantes la mención de tres aspectos que se encuentran presentes en todas las cosas que logramos hacer y que representan elementos constitutivos del estado de una persona, ya sea estar bien alimentado, gozar de buena salud, evitar enfermedades o participar con autonomía en la vida comunitaria. Esos elementos son los siguientes: los recursos, el tiempo y las relaciones.

Recursos, tiempos y relaciones para lograr unos resultados en salud y autonomía sin menoscabo de las condiciones sociales y ecológicas en que se desenvuelve la vida. Solo así estaremos ante una vida digna de ser vivida. Solo así se posibilita el despliegue de las capacidades y libertades en las personas sin imponer servidumbres y sacrificios sobre otros seres humanos y especies, preservando la trama de la vida de la que formamos parte.

 

FUHEM Ecosocial está formado por  Mateo Aguado, Santiago Álvarez Cantalapiedra, Monica Di Donato, Susana Fernández, Pedro Lomas y Nuria del Viso.

Acceso al texto completo en formato pdf: Por un enfoque ecosocial para el estudio de la vida buena.

NOTAS:

[1] Mateo Aguado, Diana Calvo, Candela Dessal, Jorge Riechmann, José A. González y Carlos Montes, «La necesidad de repensar el bienestar humano en un mundo cambiante», Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 119, 2012, pp. 49-77., disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2018/12/Repensar_el_bienestar_humano_M._Aguado_y_otros.pdf 

[2] Felicia A. Huppert, Nick Baylis y Barry Keverne, The science of wellbeing, Oxford University Press, USA, 2005.

[3] Mark McGillivray, «Human well−being: Issues, concepts and measures», Human wellbeing: Concept and measurement, 2007, pp. 1-22.

[4] Aristóteles, Ética Nicomáquea, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1994.

[5] Mateo Aguado, Vivir bien en un planeta finito: Una mirada socioecológica al concepto de bienestar humano, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Madrid, 2016, pp. 37, disponible en: https://repositorio.uam.es/handle/10486/675536 

[6] John F. Helliwell, Richard Layard y Jeffrey D. Sachs, World Happiness Report 2015, Sustainable Development Solutions Network, 2015, disponible en: https://s3.amazonaws.com/happiness-report/2015/WHR15_Sep15.pdf

[7] Douglas B. Rasmussen, «Human flourishing and the appeal to human nature«, Social Philosophy and Policy, núm. 16.1, 1999, pp. 1-43.

[8] Jorge Riechmann, ¿Cómo vivir? Acerca de la vida buena, Los Libros de la Catarata, Madrid, 2011.

[9] Traducida normalmente por amistad, la philía realmente expresa todo sentimiento de afección y compromiso con los otros; sentimientos tales como amistad, amor, benevolencia, cooperación, filantropía, etc.

[10] Mateo Aguado, 2012, op. cit., pp. 52-53.

[11] Francis Heylighen, «Evolution, selfishness and cooperation». Journal of Ideas, Vol 2, núm. 4, 1992, pp 70-76.

[12] Omar Ovalle y Javier Martínez, «La calidad de vida y la felicidad», Contribuciones a la Economía, núm. 2006-12, 2006, disponible en: https://www.eumed.net/ce/2006/oojm.htm.

[13] Louis Tay, Lauren Kuykendall y Ed Diener. «Satisfaction and happiness–the bright side of quality of life», Global handbook of quality of life: Exploration of wellbeing of nations and continents, Springer, New York, 2015, pp. 839-853.

[14] Ruut Veenhoven, Measures of gross national happiness, OECD World Economic, 2007.

[15] Richard A. Easterlin, «Does Economic Growth Improve the Human Lot?  Some Empirical Evidence», en Paul A. David y Melvin Reder (ed): Nations and Households in Economic Growth. Ensays in Honor of Moses Abramovitz, Oxford University Press, Oxford, 1974, pp. 89-125.

[16] David G. Myers y Jean M. Twenge, Exploring social psychology, McGraw−Hill, New York, 2012.

[17] RAE (Real Academia Española), Diccionario de la lengua española (23ª ed.), 2014, disponible en: http://www.rae.es/

[18] Felicia A. Huppert, Nick Baylis y Barry Keverne, «Introduction: why do we need a science of well–being?», Philosophical Transactions of the Royal Society of London. Series B: Biological Sciences 359.1449, 2004, pp. 1331-1332 disponible en: https://www.ncbi.nlm.nih.gov/pmc/articles/PMC1693426/pdf/15347524.pdf

[19] Joseph E. Stiglitz, Amartya Sen y Jean−Paul Fitoussi: Medir nuestras vidas, RBA, Barcelona, 2013, p.51.

[20] Amartya Sen, «Well−being, agency and freedom the Dewey Lectures 1984», Justice and the capabilities approach, 2017, pp. 3-55.

[21] Len Doyal e Ian Gough, Teoría de las necesidades humanas, Icaria/FUHEM, Barcelona/Madrid, 1994.

[22] Allister McGregor, Andrew McKay y Jackeline Velazco, «Needs and resources in the investigation of well‐being in developing countries: illustrative evidence from Bangladesh and Peru», Journal of Economic Methodology, núm. 14.1, 2007, pp. 107-131.

[23] Megan F. King, Vivian F. Renó y Evlyn M. Novo, «The concept, dimensions and methods of assessment of human well−being within a socioecological context: a literature review», Social indicators research, núm. 116, 2014, pp. 681-698.

[24] James Kevin Summers, Lisa M. Smith, Jason L. Case y Rick A.  Linthurst, «A review of the elements of human well−being with an emphasis on the contribution of ecosystem services», Ambio, núm. 41(4), 2012, pp. 327-340.

[25] Lin Roberts, Ann Brower, Geoffrey Kerr, Simon Lambert, Wendy McWilliam, Kevin Moore, Johen Quinn, David Simmons, Simon Thrush, Mike Townsend, Paul Blaschke, Robert Costanza, Ross Cullen, Ken Hughey y Steve Wratten, The nature of wellbeing: how nature’s ecosystem services contribute to the wellbeing of New Zealand and New Zealanders, Department of Conservation, Wellington, 2015, disponible en: https://www.doc.govt.nz/documents/science-and-technical/sap258entire.pdf

[26] Joseph E. Stiglitz, Amartya Sen y Jean−Paul Fitoussi, op. cit., p. 113.

[27] Richard Wilkinson y Kate Pickett, Desigualdad. Un análisis de la (in)felicidad colectiva, Turner, Madrid, 2009.

[28] Santiago Álvarez Cantalapiedra, «La evaluación de la satisfacción de las necesidades: en torno a los indicadores del bienestar» en Alfonso Dubois, Juan Luis Millán y Jordi Roca (coords.): Capitalismo, desigualdades y degradación ambiental, Icaria, Barcelona, 2001, pp. 153-166.

[29] Ruut Veenhoven, «The four qualities of life. Ordering concepts and measures of the good life», Understanding human wellbeing, núm 1, 2006, pp. 74-100 disponible en: https://personal.eur.nl/veenhoven/Pub2000s/2006f-full.pdf

[30] Begoña Candela−Martínez, Antonio D. Cámara, Diana López−Falcón, José M. Martínez−Carrión, «Growing taller unequally? Adult height and socioeconomic status in Spain (Cohorts 1940–1994)», SSM Population Health, vol. 18, 2022, 101126, disponible en: https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2352827322001057?via%3Dihub

[31] Ver, por ejemplo: 1) Joan Martínez−Alier y Klaus Schlüpmann, La ecología y la economía, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1991. 2) Robert Costanza, John H Cumberland, Herman E. Daly, Robert Goodland y Richard B Norgaard, An introduction to Ecological Economics, CRC Press, Boca Ratón, FL, USA, 1997. 3) Len Doyal e Ian Gough, Teoría de las necesidades humanas, Fuhem/Icaria, Madrid/Barcelona, 1994. 4) Manfred A. Max−Neff, Desarrollo a escala humana, Icaria, Barcelona, 1994. 5) Nicholas Georgescu−Roegen, La Ley de la Entropía y el proceso económico, Fundación Argentaria, Madrid, 1996 [1971]. 6) Johan Rockström, Will Steffen, Kevin Noone et.al., «A safe operating space for humanity», Nature, núm. 461, 2009, pp. 472-475. 7) Ulrich Brand, Barbara Muraca, Éric Pineault et al., «From planetary to societal boundaries: an argument for collectively defined self−limitation», Sustainability: science, practice and policy, núm. 17(1), 2021, pp. 265-292.

[32] Mateo Aguado, 2016, op. cit., p. 63.

[33] Daniel W. O’Neill, Andrew L. Fanning, William F. Lamb y Julia K. Steinberger, «A good life for all within planetary boundaries». Nature Sustainability, 1 (2), 2018, pp. 88-95, disponible en: https://doi.org/10.1038/s41893−018−0021−4

[34] Kate Raworth, Economía rosquilla, Paidós, Barcelona, 2018.

[35] Daniel W. O’Neill et al., op. cit.

[36] Para más información al respecto se recomienda consultar la web: https://goodlife.leeds.ac.uk/

[37] José Astudillo, Prácticas del Buen Vivir, Ediciones Abya−Yala, Quito, 2020; Patricio Carpio, Buen Vivir. Utopía para el siglo XXI, FUHEM Ecosocial, Madrid, 2019. Puede consultarse también el semimonográfico del número 128 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, titulado «Propuestas para la buena vida» (invierno 2015), disponible en: https://www.fuhem.es/papeles/papeles-numero-128/

[38] Alberto Acosta, «A modo de prólogo», en José Astudillo: Prácticas del Buen Vivir, Ediciones Abya−Yala, Quito, 2020, pp. 13-20.

[39] Tomás Rodríguez Villasante, «El debate sobre el buen vivir y los problemas−caminos para medir los avances en la calidad y la sustentabilidad», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 128, FUHEM, Madrid, 2014, pp. 61-78, disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2018/12/El_debate_sobre_el_buen_vivir_y_los_problemas_caminos_para_medir_los_avances_en_la_calidad_de_vida_y_la_sustentabilidad_T_R_Villasante.pdf

[40] Véase la entrevista a Michael Löwy realizada por Rafael Díaz−Salazar aparecida en el nº 315 de El Viejo Topo (abril de 2014) y complementaria de otra que, con los mismos protagonistas y en las mismas fechas, apareció publicada en el núm. 125 de PAPELES de relaciones ecosociales y cambio global, disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2018/12/Entrevista_a_Michael_Lowy_R._Diaz-Salazar.pdf

[41] Alberto Acosta, op. cit., p. 20.

[42] Ulrich Brand y Markus Wissen, Modo de vida imperial, Friedrich Ebert Stiftung, Ciudad de México, 2017. Para estos autores es el modo dominante en las sociedades del Norte global, que solo es posible explotando la fuerza de trabajo y los recursos de los países de la periferia (a través del intercambio económico y ecológico desigual) y transfiriendo a gran escala la carga ambiental hacia lugares lejanos de los centros capitalistas.

[43] María Mies y Vandana Shiva, Ecofeminismo (teoría, crítica y perspectivas), Icaria, Barcelona, 2015.

[44] Lyla Metha y Melissa Leach, «¿Por qué la igualdad de género y la sostenibilidad van de la mano?», en VVAA: Por qué las mujeres salvarán el Planeta, Rayo Verde Editorial, Barcelona, 2019.

[45] Nancy Fraser, Los talleres ocultos del capital, Traficantes de sueños, Madrid, 2020, disponible en: https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/PC_21_Talleres%20ocultos_web_baja_0.pdf

[46] Daniel Kahneman, Alan B. Krueger, David A. Schkade, Nobert Schwarz y Arthur A. Stone. «A Survey Method for Characterizing Daily Life. Experience: The Day Reconstruction Method», Science, núm. 306, 1776, 2004.

[47] Por supuesto, no todo depende de factores externos, por lo que se podría añadir a las tres anteriores una dimensión interna a la persona que recoja su equilibrio emocional, su carácter, su entendimiento, etc. Podemos referirnos a esta cuarta dimensión como la del «ser».

 

 


Un modo de vida que imposibilita la vida buena

Santiago Álvarez Cantalapiedra escribe en la Introducción del número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global sobre la insostenibilidad ecológica y social del modo de vida imperial dominante, en su artículo Un modo de vida que imposibilita la vida buena.

Uno de los rasgos que caracteriza nuestro modo de vida es el ansia de perseguir más de lo alcanzado

¿Por qué las personas quieren tener más de lo que necesitan?

Podemos apelar a la condición humana, señalando que el aburrimiento y el descontento innato constituyen un estímulo irrefrenable que empuja a la búsqueda incansable de novedad.

Resulta razonable pensar que la insatisfacción forma parte de nuestra naturaleza, que hay elementos de insaciabilidad arraigados en la personalidad, pero, ¿por qué se canalizan básicamente a través del consumo y otros signos de riqueza? ¿Acaso no existen otras formas más adecuadas de encauzar esos deseos superación y novedad? Para responder a esta pregunta hay que trascender la perspectiva individual y subjetiva para aproximarnos a nuestro carácter social. Las sociedades del rendimiento, basadas en el más acendrado individualismo competitivo, tienen una pasmosa facilidad para entrecruzar esas propensiones personales con las más variadas fuentes sociales de insaciabilidad.

El capitalismo exacerba la insatisfacción a través de múltiples vías: a través del consumo comparativo y la rivalidad por el estatus, legitimando la codicia y la ambición, mercantilizando la vida social y monetizándolo todo hasta hacer del culto al dinero una religión.

Filósofos y moralistas de casi todas las épocas han tratado de refrenar la desmesura humana, pero la cultura consumista contemporánea, que da forma al actual espíritu del capitalismo, ha desatado y convertido en costumbre lo que hasta hace no mucho constituían actitudes y valores socialmente reprobables.

Derivadas de una mezcla de envidia y deseo de pertenencia e identificación surgen dinámicas de emulación social con las que buscamos “no ser menos que nuestros vecinos”; motivados por un anhelo de distinguirnos y diferenciarnos de los demás, surgen mecanismos de distinción para demostrar “ser más que el resto”.

El sistema económico explota esos empeños, y a través de un amplio y seductor instrumental comunicativo −alimentado de publicidad, pantallas digitales y escenografía de consumo (cualquier espacio físico o virtual es convertido en un centro comercial)− ha logrado que nuestras vidas se desenvuelvan en medio de una vasta gama de mercancías a las que se otorga un carácter de bienes conspicuos, posicionales, oligárquicos, esnob o distinguidos, mientras se privatizan o se restringen los de carácter social, público y comunal. Circunstancias que sabemos suelen venir de la mano: opulencia mercantil acompañada de la desvalorización de los consumos sociales y compartidos, opulencia privada unida a la miseria pública.

 

El precio de la opulencia

Estas dinámicas sociales tienen una contrapartida en la vida personal. Por un lado, el evidente coste de oportunidad de todo el tiempo y esfuerzo dedicado a perseguir el ingreso necesario para alcanzar un determinado nivel de estatus y comodidad que se retrae de actividades significativas y relaciones interpersonales gratificantes que hay que sacrificar para “ganarse” el sustento. En muchos casos, ni siquiera esos afanes alcanzan para garantizar una vida digna. Un porcentaje significativo de la población padece jornadas laborales maratonianas, en malas condiciones y con bajos sueldos. En España, por ejemplo, se trabaja más horas que la media de la OCDE, pero bajo formas de contratación atípicas con una pésima distribución de las horas laborales a lo largo de la semana. Por otro lado, la alta temporalidad y precarización condicionan la posibilidad del desarrollo de proyectos vitales, especialmente en los más jóvenes. Además, la evidencia científica nacional e internacional muestra que la precariedad laboral es un determinante social de la salud.

Una investigación reciente en nuestro país muestra que cuanto mayor es el nivel de precariedad laboral, mayor es también la prevalencia de padecer mala salud mental.[1] Este estudio señala que un tercio de los problemas de salud mental entre la población activa vienen asociados a la precarización: altos niveles de estrés, malestar emocional, trastornos del sueño, ansiedad o depresión. Esto acentúa, a su vez, las desigualdades sociales, pues la clase trabajadora, las mujeres, las personas migrantes y los jóvenes se encuentran entre los más afectados. Tal vez ayude a explicar por qué España es el país del mundo donde más ansiolíticos e hipnóticos se consumen por habitante. Padecer precariedad significa vivir una vida insegura, más frágil y acortada por la mayor probabilidad de morir antes de tiempo.

Por otro lado, se ha acelerado la degradación y destrucción de la naturaleza, especialmente desde la última mitad del siglo pasado siglo, cuando se incrementó de manera exponencial el crecimiento económico y, con ello, la población, el consumo energético, la extracción de recursos, resultando de todo ello unos impactos inmensos sobre los ecosistemas y el conjunto de la biosfera.

Este deterioro ecológico y social se encuentra vinculado al modo de vida actual (que engloba tanto la producción como el consumo). Su estructura y funcionamiento muestran el precio que hay que pagar por la prosperidad y la comodidad que promete y que no siempre procura. No es algo evidente, pues se arropa con todo tipo de oropeles, pero se empieza a atisbar sin mayor dificultad cuando se escarba lo que hay debajo de expresiones como fast fashion o low cost.

El caso de la industria textil es sintomático: tras la renovación incesante de la moda a bajo precio se esconden unas condiciones miserables en las fábricas manufactureras de países como Bangladesh, que utilizan el algodón procedente de la India. Algodón cultivado bajo un calor sofocante por agricultores empujados a convertirse en jornaleros (o a integrase en un sistema de producción bajo contrato), una vez que sus terruños y cultivos locales no resisten la imponente fortaleza de la industria algodonera a gran escala, la misma industria que envenena la tierra con sus abonos químicos y herbicidas y socava de paso la variedad genética con sus semillas (normalmente transgénicas).

 

Un modo de vida imperial

Cuando el modo de vida imperante (es decir, las normas de producción y consumo que adopta la sociedad) socava las condiciones sociales y naturales sobre las se asienta, como así hace el capitalismo, el bienestar que proporciona se ve contrapesado por el malestar que ocasiona el reparto desigual de cargas sociales y ecológicas que lleva asociado.  Ahí se entrecruzan dinámicas de explotación y depredación que combinan relaciones coloniales, de clase y de género. Visto con perspectiva, da lugar a un precipitado histórico que enlaza viejos expolios coloniales con las nuevas formas de vida digital en las que ahora nos movemos.

El caso del Congo, al ser uno de los ejemplos de las mayores infamias cometidas, resulta ilustrativo: «Primero fueron los millones de esclavos (…) El maltrato no se detuvo ahí. En el siglo XIX fue el marfil, que se transforma en teclas de piano, estatuas religiosas o en figuras decorativas en las mansiones europeas. Poco después fue el oro blanco. En el año 1887, la invención del neumático con cámara por el veterinario escocés John Dunlop, unida a la popularización de los coches e instalaciones eléctricas en Europa, dispararon la fiebre por el caucho, obtenida de la savia lechosa de los árboles. La elevada demanda mundial y un sistema de extracción basado en el trabajo forzado disparó los beneficios, y Congo fue testigo de algunas de las escenas más sádicas de abuso y explotación de la historia (…) Con la llegada de la primera y la segunda guerra mundiales, los ojos europeos se dirigieron de nuevo hacia la riqueza del subsuelo congolés para cubrir el cobre necesario para la fabricación de balas y armamento militar. También el uranio de las bombas de Hiroshima y Nagasaki salió del Congo».[2] Esclavos para el comercio triangular, primero; luego, la codicia europea por los diamantes, el marfil, el algodón, la madera o el oro; a continuación, el caucho y el cobre que impulsaron los sectores automovilísticos y eléctricos de Occidente; en la actualidad, el coltán y el cobalto que se emplean en los móviles, ordenadores y cualquier otro cachivache electrónico, incluido el coche eléctrico. En el futuro quién sabe si será el enorme caudal de agua y el potencial de las corrientes del río Congo −principal reserva de agua dulce del continente− para producir energía “limpia” en un mundo amenazado por el cambio climático.

Tras el cuerno de la abundancia de los centros capitalistas, se halla esa otra realidad marcada por la sobreexplotación de la fuerza de trabajo de la periferia, el saqueo de sus recursos y la imposición de todo tipo de cargas ambientales.

Un modo de vida imperial que se reproduce a través de los actos de la vida cotidiana: cada vez que comemos, nos trasladamos o habitamos la ciudad. Un modo de vida que ha conformado una manera particular de alimentarnos, movernos y asentarnos sobre el territorio cuya violencia apenas se percibe porque se traslada a tierras remotas: «para la vida en los centros capitalistas −sostienen Brand y Wissen−, es decisiva la manera en que están organizadas las sociedades en otras partes, especialmente en el Sur global, y cómo configuran su relación con la naturaleza. Esto, a su vez, es la base para garantizar el traspaso de trabajo y naturaleza del Sur global necesario para las economías del Norte global. Y a su vez, el modo de vida imperial del Norte global contribuye de manera decisiva a estructurar en modo jerárquico las sociedades en otras partes. Hemos elegido conscientemente la expresión “en otras partes” por su indeterminación».[3] Otras partes que no son únicamente zonas geográficas, sino también realidades biopolíticas, de manera que la vida cotidiana queda sometida a esta situación de dependencia por razones estructurales impuestas por el capitalismo global.[4]

 

Más inconvenientes que ventajas

El capitalismo no resuelve sus contradicciones, solamente las traslada en el tiempo y en el espacio. A medida que la crisis ecológica global empezó a mostrar sus apremios y el capitalismo devino en mundial, esas posibilidades históricas de traslación temporal y geográfica se han reducido drásticamente, haciendo aflorar, tanto en centros como en periferias, los inconvenientes de este modo de vida característico de la civilización industrial. Tampoco el recurso al solucionismo tecnológico parece suficiente al crear nuevos problemas y agudizar, en la mayoría de los casos, las contradicciones. La digitalización y la transición energética, dejadas a merced de las fuerzas de mercado y los intereses corporativos, así lo atestiguan.

Hemos construido un modo de vida que poco contribuye a una vida de calidad.[5] Vivimos arrastrados por dinámicas sociales que no nos hacen más libres y saludables.

Los ritmos se aceleran por las imposiciones de la sociedad del rendimiento y los límites de la jornada laboral se vuelven cada vez más imprecisos. La buena vida no empieza después del trabajo ante la dificultad de disfrutar de un ocio autónomo y creativo. La exaltación de la rivalidad, del individualismo y de los particularismos nos separan y enfrentan a otras personas. La fragilidad de los lazos sociales conduce a un mayor aislamiento y soledad. Todo ello afecta a la salud física y emocional. El cansancio y el malestar social penetran en los cuerpos y en las mentes, alterando el sueño y generando ansiedad, depresión, abuso de drogas y medicamentos, un elevado consumo de psicofármacos y un mayor riesgo de suicidio.

Hemos creado entornos amenazantes en casi todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. En el ámbito de la alimentación, el incremento de productos procesados desequilibra nuestras dietas, aportando un exceso de grasas y azúcares. Unos alimentos que se obtienen de un modelo de producción agroindustrial que se encuentra entre las principales causas de la destrucción de la naturaleza. En la vida urbana, los atascos roban horas a nuestra vida, y las zonas congestionadas por el tráfico y contaminadas por los humos y los ruidos contribuyen al deterioro de nuestra salud. Las conurbaciones y las infraestructuras de transporte compartimentan el territorio.

Generamos una cantidad ingente de residuos de todo tipo que envenenan las aguas, el aire y la tierra. Se multiplican los riesgos vinculados a la desestabilización global del clima, a la pérdida de biodiversidad y a la contaminación. Aumentan las amenazas de eventos meteorológicos extremos (inundaciones, sequías, olas de frío y de calor, tormentas tropicales, incendios) y, en muchos casos, sus impactos sobre la productividad agraria y pesquera ponen en jaque la seguridad alimentaria. La pérdida de la biodiversidad favorece la propagación de enfermedades infecciosas y de pandemias.

Junto a la insostenibilidad ambiental de este modo de vida, se desencadenan otras tendencias no menos preocupantes. Persisten numerosas brechas de desigualdad, extensas bolsas de pobreza, desequilibrios territoriales y muchas personas ven erosionados sus derechos e hipotecados sus proyectos de vida ante procesos de precarización que generan vulnerabilidad e indefensión.

Cabe concluir que, aunque el capitalismo haya logrado un éxito incomparable en términos de opulencia material, incapacita en la misma medida para hacer un uso civilizado de ella. Eso significa que, a pesar de que se pudieran activar nuevos ciclos de crecimiento económico, nuestra posición actual para la consecución de una vida buena es peor de lo que era hace décadas. La existencia moderna, pese a sus considerables logros, adolece de rasgos fatales que inhiben el florecimiento de las personas y comprometen la supervivencia de la especie humana. En estas circunstancias, llama poderosamente la atención el abandono de la reflexión acerca de lo que significa hoy una vida buena. Posiblemente la razón de la desidia con la que la cultura mercantil contemporánea hace frente a esta pregunta tenga mucho que ver con el hecho de que nos conduciría a cuestionar radicalmente nuestro actual modo de vida.

 

Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global

 

Acceso al texto completo en formato pdf: Un modo de vida que imposibilita la vida buena.

NOTAS: 

[1] Se trata del Informe PRESME, encargado por la Vicepresidenta Segunda del Gobierno de España y Ministra de Trabajo y Economía Social a una Comisión de expertos/as coordinada por el profesor Joan Benach con el objetivo de obtener un diagnóstico detallado de la precariedad laboral en España y sus efectos sobre la salud mental. La presentación de este informe se realizó el 11 de marzo de este año, y ofrecemos una sinopsis, con sus principales hallazgos y recomendaciones, en la sección de Ensayo de este mismo número de Papeles.

[2] Xavier Aldekoa, Quijote en el Congo, Península, Barcelona, 2023, pp. 32-33.

[3] Ulrich Brand y Markus Wissen: «Nuestro bonito modo de vida imperial. Cómo el modelo de consumo occidental arruina el planeta», Nueva Sociedad,  núm. 279, enero-febrero de 2019, p. 28.

[4] Que la noción de colonia trasciende a un territorio administrado por una potencia extranjera, dan cuenta María Mies y Vandana Shiva al hablar de las mujeres, la naturaleza y los países periféricos como las colonias actuales del capitalismo global [en Ecofeminismo (teoría, crítica y perspectivas), Icaria, Barcelona, 2015].

[5] Evaluar el modo de vida desde la perspectiva de la calidad de vida es el propósito del primer informe elaborado por FUHEM con el título Informe Ecosocial sobre la calidad de vida en España: balance, tendencias y desafíos, que se presentará en fechas próximas y podrá ser consultado a través de la página web de la Fundación.


Lectura Recomendada: El Capitalismo o el Planeta

Frédéric Lordon, El capitalismo o el planeta: cómo construir una hegemonía anticapitalista para el siglo XXI, Errata naturae, Madrid, 2022, 329 págs.

La primera pregunta sería: ¿por qué un libro titulado Figures du communisme en francés se traduce y publica en castellano, de forma insuperablemente imaginativa, vertiendo El capitalismo o el planeta. Cómo construir una hegemonía anticapitalista para el siglo XXI? Más allá de contrariar la intención del autor («es necesario reinstaurar el concepto de comunismo en el escenario de la historia», leemos en la p. 306), se trata de una mala decisión porque induce a error. En efecto, Frédéric Lordon, economista, ingeniero y filósofo francés nacido en 1962, no pretende tener la respuesta a «cómo construir una hegemonía anticapitalista» en el Siglo de la Gran Prueba. ¡Ojalá la tuviéramos! Ahí nuestro autor, por desgracia, no aporta demasiado (aunque la tercera parte del libro versa sobre «Hegemonía y contrahegemonía»). Se trata de un ensayo muy valioso, en cualquier caso, y hemos de felicitarnos de que esté disponible en castellano.

Hoy, cuando sucesivas crisis entrelazadas van haciendo tambalearse los cimientos de muchas sociedades, no poca gente se pregunta: ¿capitalismo “con rostro humano”? ¿Transiciones hacia dónde? ¿Quizá poscapitalismo keynesiano? No resolveríamos con ello el principal de nuestros problemas económicos hoy –o si se quiere uno de los tres principales, puedo transigir ahí–: la dinámica sistémica de autoexpansión. Lo que necesitamos es un “más allá del capitalismo” que se plantee en serio la igualdad social y el decrecimiento…[1] y por eso este libro de Lordon es valioso. Pues un subtítulo no engañoso podría ser «cómo pensar un modelo comunista viable para el siglo XXI».

Para empezar, Frédéric Lordon insiste en la necesidad de ser consecuentes con lo que sabemos:

La consecuencia exige rendirse ante tres enunciados que no son fáciles de negociar: 1) el capitalismo ha entrado en una fase en la que está destruyendo a la humanidad [no solo bajo su forma salarial, sino también por sus efectos ecológicos y climáticos] y, por lo tanto, la humanidad va a tener que elegir entre perseverar a secas o perseverar dentro del capitalismo (para extinguirse en él); 2) los capitalistas jamás admitirán su responsabilidad homicida ni (por lo tanto) renunciarán a la continuación del (de su) juego, y se valdrán de los giros argumentativos más retorcidos para convencer de la posibilidad, de la necesidad incluso, de continuar, y también de las peores violencias si es necesario (y cada vez lo será más); 3) no hay ninguna fórmula de derrocamiento, ni siquiera de simple moderación, del capitalismo en el marco de las instituciones políticas de la "democracia" o, mejor dicho, de lo que se hace llamar así; solo un increíble despliegue de energía política logrará evitar que el capitalismo lleve a la humanidad al límite del límite, un despliegue que suele llevar el nombre de “revolución”. (p. 19)

La pregunta del millón, por supuesto, se refiere al tercer enunciado: ¿cómo se hace esa revolución en los países del Norte global? ¿Dónde está el sujeto político de la misma? Y si no está y hay que construirlo (como es el caso), ¿tenemos tiempo para ello? Sabemos que «derribar el capitalismo implica la constitución de un bloque contrahegemónico lo más importante y enfadado posible» (p. 300) pero, ¿cómo se hace eso en tiempo y forma en los países centrales del sistema? Precisamente la destructividad del capitalismo nos está quitando el suelo de debajo de los pies.[2]

Una transición ecológica, en sentido propio, solo será posible si reducimos el metabolismo de la economía «de manera drástica en el Norte global»: si decrece el trasiego de energía y materiales que los economistas llaman a veces throughput (“transumo” o, mejor, flujo metabólico). Un mérito del ensayo de Lordon es que reconoce esto con claridad, al contrario de lo que sucede en la gran mayoría de las elaboraciones contemporáneas sobre modelos económicos socialistas/comunistas. La suya es una propuesta de comunismo decrecentista (por más que mantenga una muy endofrancesa polémica contra la décroissance en p. 124-128). «La producción global, aun siendo necesaria, se decreta a priori enemiga de la naturaleza y, por lo tanto, subordinada a compromisos rigurosos o, dicho de otro modo, la actividad económica debe tender a su propia minimización relativa» (p. 130).

Salir del capitalismo es perder el "nivel de vida" del capitalismo. En algún momento hay que someterse a un principio de consecuencia. (…) Va todo en el mismo lote: con el iPhone15, el coche Google y el 7G llegarán, de forma inevitable, la canícula permanente en el mundo y las plagas. (…) Toda la cuestión del comunismo tiene pues, como condición previa, la de las renuncias materiales consentidas de manera racional, así como su amplitud. Este es un tema eminentemente político. (p. 118)

Y no obstante, Lordon plantea su propuesta en términos de un comunismo lujoso (p. 179 y ss.). Es una cuestión clave que ha de abordarse en términos de cantidad y calidad:

No se puede presentar una transición revolucionaria como una mera renuncia, cuando, en realidad, se trata más bien de una gran sustitución: abandonar una cosa para ganar otra. En lugar de la vida como cantidad (lo que se llama, con una precisión total, "nivel de vida"), la vida como calidad; en lugar de futuras baratijas perdidas por adelantado (iPhone15, etc.), tranquilidad material para todos, grandes servicios colectivos gratuitos, una naturaleza restablecida y, quizá por encima de todo, tiempo. (p. 119) La colectividad ha de organizarse para determinar el conjunto de bienes sobre los que debe reinar, para todos, una tranquilidad absoluta: alimentación de calidad, vivienda de calidad, energía, agua, medios de comunicación, medicina y farmacia y "algunas cosas más" (Marx y Engels). La renuncia y la sustitución solo empiezan a partir de esa base. (p. 120)

La división del trabajo es un hecho macrosocial que no cabe obviar: lo comunal/comunitario y local es deseable, pero no suficiente si se trata de rehacer una economía entera (p. 112-113). Las prácticas locales de autonomía son a la vez enormemente valiosas e insuficientes (p. 122 y ss.). Por eso, hay que estimular la autonomía-experimentación desalentando al mismo tiempo la autonomía-huida.

Dado que «el capitalismo nos destruye, hay que destruir el capitalismo. No hay escapatoria, las falsas soluciones son falsas» (p. 25). Se trata, entonces, de liberarnos de las tiranías del valor capitalista y el empleo asalariado y para ello «destruir sus instituciones características: el derecho a la propiedad privada de los medios de producción, el mercado de trabajo, las finanzas» (p. 128). El modelo de Lordon parte de la propuesta de salario vital de Bernard Friot,[3] que depende a su vez de dos instituciones clave: la cotización general y la concertación.

En cuanto a la primera, «la totalidad del valor añadido de las empresas [socializadas] se aporta, en forma de recursos cotizados, a un sistema de cajas a través del cual se efectúa la redistribución. En primer lugar, en forma de salario, vinculado a la propia persona y, por lo tanto, desvinculado del sistema de empleo» (p. 133). La persona es titular de un derecho fundamental a una remuneración estable y suficiente (y tiene así garantizada su existencia material): «El principio del salario vital está operado por la cotización recaudada y redistribuida por las cajas; en concreto, por la caja salarial que, como su propio nombre indica, revierte a las personas su remuneración con independencia de todo lo que no sea su nivel de cualificación» (p. 135), distinguiendo quizá cuatro niveles (p. 155).[4] Y como “salario vital” no es una denominación muy afortunada, hablaremos más bien de garantía económica general (p. 144), como una forma de orden comunista que permitirá dejar de depender del empleo, el patrono y el mercado para vivir.

La segunda institución es la concertación. «Una parte del salario se paga, en metálico, en una cuenta normal; otra, en una tarjeta (¡una tarjeta sanitaria ampliada!) que solo puede utilizarse con determinados productores autorizados (alimentación, transportes, energía, etc) debidamente concertados mediante decisión ciudadana (en asambleas de distintos niveles territoriales) en virtud del cumplimiento de determinadas normas (medioambientales, arraigo local, respeto por los circuitos de proximidad, prácticas productivas, etc.). De esta manera, las personas tienen acceso a tres tipos de consumo: 1) el consumo privado libre; 2) el consumo privado "supervisado", que permite la tarjeta sanitaria ampliada y "dirige" la demanda hacia ofertas concertadas, es decir, conformes a una norma política de no-perjuicio (…); 3) el consumo socializado gratuito (sanidad, educación) cuyo ámbito es susceptible de ampliarse (transportes, vivienda)» (p. 135-136). Notemos que los ámbitos 2 y 3 responden a una forma de planificación democrática de la economía que abarcaría a varios sectores y buscaría aplicar un principio de subsidiariedad en la toma de decisiones (véanse p. 150-151).

Completemos el diseño institucional. Seguirá habiendo dinero (p. 145), pues una división del trabajo relativamente avanzada «impone el intercambio monetario (al menos en parte) para efectuar sus complementariedades» (p. 146). Y por la misma razón (cierto nivel de división del trabajo) habrá mercados donde «aportamos nuestra producción privada, no ya para sobrevivir (…) sino para participar en la producción colectiva. Ese mercado deja de ser un tribunal de la supervivencia material de los individuos: ahora es el operador de la división del trabajo colectivo» (p. 150). En cambio, se acabarán la banca y las finanzas: toda la inversión productiva se realiza a través de la cotización, mediante una “caja económica” (más bien, una red a diferentes niveles de “cajas económicas” gestionadas democráticamente). Final de los mecanismos de deuda, que son «el trinquete oculto del crecimiento, el aguijón de la huida hacia adelante permanente» (p. 167). La inversión tiene lugar no en forma de préstamo o avance sino de subvención (dinero asignado a las unidades productivas, no reembolsable), tras la pertinente deliberación política-social en la caja económica del nivel que corresponda (p. 168).

Algo interesante en este modelo es que algunos de sus elementos institucionales ya están prefigurados en los Welfare States de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial: así la cotización social y el salario según cualificación. El “esto ya existe” de Friot es un argumento a la vez muy poderoso y muy limitado, explica Lordon:

Es muy poderoso porque nos demuestra que el comunismo no es una utopía caída del cielo, pues, aunque no nos demos cuenta, vivimos en una sociedad en la que, en cierto modo, ya están plasmados sus principios, y en una escala significativa. Pero ese argumento anda errado si considera que su historia quedó detenida, por desgracia [con la hegemonía neoliberal a partir de los años 1980], y que solo tenemos que ponerla en marcha otra vez. El "ya existe", en efecto, se desarrolló durante treinta años (1945-1975) excepcionales, poco extrapolables, pero desde entonces (más de 45 años…) se ha convertido, en el mejor de los casos, en un "hasta aquí". Hará falta un acontecimiento político de gran magnitud para recuperar el sentido de la marcha. (p. 140)

En efecto, ese paréntesis keynesiano en la historia del capitalismo fue algo absolutamente excepcional, y para que se impusiera hubo de darse una increíble liberación de energía política: la Revolución de Octubre en Rusia y luego la Segunda Guerra Mundial. «Para imponer al capitalismo unas construcciones institucionales que lo contradicen (aunque dejándole perseverar), se necesitó una energía de magnitud guerra mundial» (p. 139). Ahora sería menester una explosión revolucionaria capaz de liberar una energía semejante, y el lector o lectora no dejarán de preguntarse: ¿está eso a nuestro alcance, en tiempo y forma? El autor sostiene que «nuestro momento acabará llegando» (p. 141), pero la cuestión de los tiempos se nos ha vuelto más bien angustiosa (ecoangustiosa, para ser más exactos).

Hay que volver por último a la cuestión del decrecimiento. Rubén Hernández, editor de Errata Naturae, declaraba en una entrevista (asumiendo el punto de vista de Lordon):

No creo en el decrecimiento y considero que es un error estratégico grave plantear el futuro en esos términos. El decrecimiento me parece un concepto absurdo: se supone que pretende derrocar el capitalismo, al tiempo que espera convencerlo amablemente de que contradiga su propia esencia (que consiste en crecer de manera indefinida). Cuando el capitalismo decrece, se entra en recesión (como seguramente ocurrirá el año que viene). Es así de claro y eso a nadie le gusta, puesto que conlleva sufrimiento para muchos. Si con “decrecimiento” queremos decir “salida del capitalismo”, perfecto, en eso estoy de acuerdo, pero llamémoslo por su nombre. No puede haber decrecimiento dentro del capitalismo, de la misma manera que no hay un problema de crecimiento fuera del capitalismo. Creo que antes o después la sociedad deberá tomar una decisión y afrontarla sin medias tintas. Yo creo que la única solución para que este planeta no se abrase es salir del capitalismo, y autores como Frédéric Lordon nos explican paso a paso y sin pensamiento utópico alguno (por ejemplo en el último libro suyo que acabamos de publicar, El capitalismo o el planeta) que esto es perfectamente posible, dando lugar a una sociedad no solo más justa sino más plena para todos y todas.[5]

«No hay un problema de crecimiento fuera del capitalismo»: esto es sin duda erróneo. También lo afirma Lordon en su libro: «Crecimiento y decrecimiento solo son obsesiones cardinales para el mundo capitalista. En un mundo comunista, se está tan liberado de ellas que a nadie se le pasan por la cabeza» (p. 125). Pero un orden social poscapitalista –la URSS lo fue a su manera– puede ser extractivista y productivista, y por esa razón no cabe pensar en desembarazarse de las posiciones decrecentistas de forma tan expeditiva.

Hay bastantes más asuntos de interés en esta obra, pero la reseña ya se está alargando demasiado. Para ir concluyendo mencionaré solo el interés de las precisiones de Frédéric Lordon sobre política, moral y moralismo, que ha desarrollado en diferentes lugares:

La política es una axiología. Hay, pues, de forma consustancial, moralidad en la política, ya que la política nunca deja de comprometerse en afirmaciones de valor. Pero toda la cuestión es saber cómo se configura la presencia de la moral en la política, la relación entre moral y política, y en particular saber si la moral agota la política. Esta es una pregunta retórica, cuya respuesta es obviamente: no. La moral tiende a la unanimidad, mientras que la política asume la irreductibilidad del conflicto, una heterogeneidad sin solución. Por lo tanto, hay moralidad en la política, pero la política nunca puede ser moralidad. Por otra parte, la moral es un discurso de prescripción fuerte con un discurso institucional débil y un discurso analítico nulo. Y la moral funciona esencialmente como un mandato sin seguimiento (formal). En su registro normativo, carece por construcción de todo análisis de sus condiciones de eficacia, como si la ingravidez social conviniera a su género. Es aquí donde, aunque fundamentalmente axiológica, y, por tanto, moral, la política puede sufrir degradaciones moralistas. Con esto me refiero al refugio en el puro mandato y el falso universalismo que ignora las condiciones particulares: la “moralización”.[6]

Lordon enfatiza que no podemos quedarnos en dar lecciones de superioridad moral, y que hay que evitar el moralismo como ejercicio puramente verbal, como mera declaración de principios que no se interroga sobre sus condiciones de posibilidad. En este sentido el moralismo sería el olvido de “lo trascendental” kantiano: el examen de las posibilidades de que esos principios se materialicen en el mundo real (El capitalismo o el planeta/ Figuras del comunismo, p. 87-88).

Nos preguntamos: nuestras propuestas socialistas/comunistas, ¿pueden hacerse cargo de lo que hoy sabemos en física, en biología, en modelización de sistemas complejos? ¿Pueden asumir de verdad el hecho epocal de la extralimitación ecológica? ¿Pueden tomar nota de la excepcionalidad histórica de los combustibles fósiles? ¿Pueden retomar el ávido interés de Marx y Engels por las ciencias naturales sin prejuicios industrialistas y sin extravíos prometeicos? ¿Pueden asimilar la termodinámica, la ecología, la simbiogénesis de Lynn Margulis, la teoría Gaia? Diría que Lordon, en este libro, realiza aportes significativos para poder ir contestando “sí” a las preguntas anteriores.

Jorge Riechmann

Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid

 

[1] Un buen texto al respecto, penetrado de las experiencias neozapatistas en Chiapas: Jérôme Baschet, Adiós al capitalismoAutonomía, sociedad del buen vivir y multiplicidad de mundos, NED eds., Barcelona, 2015.

[2] Como bien observaba Xan López hace unos años, «hay cierta perspectiva histórica desde la que Lutero tenía razón, y no Müntzer. Los Girondinos y no los Jacobinos. Los Mencheviques y no los Bolcheviques. La opción correcta era la moderación, adecuarse a los límites de lo posible. Hay otra perspectiva que plantea que la cantidad de energía organizada para conseguir un cambio siempre tiene que desbordar los objetivos realmente posibles. Que para alcanzar lo posible hay que intentar, y rozar, lo imposible. Es la idea del progreso como dos pasos adelante y uno atrás. El paso atrás es traumático, pero al final se ha conseguido avanzar algo, que permanece. Estas dos perspectivas comparten un convencimiento implícito. El de que en cualquier caso hay un tiempo histórico suficiente para la mejora social, y que ningún exceso de moderación o paso atrás inevitable nos llevará a un abismo que rompa la serie histórica. Puede que ese convencimiento ya no tenga tanta solidez. ¿Podemos concebir una revolución social profunda que solo dé dos pasos adelante? El cambio que necesitamos no es tanto la aceleración de un proceso previo, sino más bien un salto fuera de la historia». Xan López, «Dos certezas y siete preguntas sobre la crisis ecosocial», Contra el Diluvio, 27 de noviembre de 2018, disponible en:  https://contraeldiluvio.es/dos-certezas-y-siete-preguntas-sobre-la-crisis-ecosocial/

Yo solo le quitaría el “puede que”. Pero dejemos, de momento, esta importante cuestión en suspenso.

[3] Bernard Friot, L’enjeu du salaire, La Dispute, París 2012; Émanciper le travail, La Dispute, París 2014.

[4] Los trabajos necesarios no especializados serían desempeñados por todos y todas en un sistema de turnos. «Sería impensable dejar encadenados a los "marrones" a quienes están desempeñándolos ahora en virtud del juego de la relegación social. (…) ¿Por qué un universitario o una médica no van a estar obligados a recoger la basura, atender una caja en un supermercado o limpiar las calles un día a la semana? Las sucursales locales de la "caja de salarios” podrían ser el lugar donde se decida la organización de esos turnos» (p. 156). Nótese que la propuesta de Lordon, a diferencia de las que orbitan en torno a una “renta básica” o subsidio universal incondicional, no desconecta el salario vital (como garantía material de existencia) de la aportación laboral de cada ciudadano y ciudadana.

[5] Rubén Hernández, «La única solución para que este planeta no se abrase es salir del capitalismo» (entrevista), El Asombrario, 4 de diciembre de 2022, disponible en: https://elasombrario.publico.es/solucion-planeta-abrase-salir-capitalismo/

[6] Frédéric Lordon, «Dire ensemble la condition des classes populaires et des migrants» (entrevista), Revue Ballast/ La contrescarpe, 19 de noviembre de 2018, disponible en: https://www.revue-ballast.fr/frederic-lordon-dire-ensemble-la-condition-des-classes-populaires-et-des-migrants-1-3/


El arte de vivir en la España vaciada

El arte de vivir en la España vaciada

La colección Dosieres Ecosociales publica su nuevo número: El arte de vivir en la España vaciada: colonialismo energético, crisis climática y transición ecosocial, de Luis del Romero Renau, Doctor en Geografía por la Universidad de Barcelona y profesor de la Universidad de Valencia.

En los últimos años el problema de la despoblación del medio rural -abandonado y maltratado- ha acaparado las portadas de muchos periódicos y ha sido analizado desde múltiples ángulos formando ya parte del debate político.

Este dosier pretende ser un nuevo medio para seguir impulsando estos debates, y por ello, no aborda la crisis climática como una profecía desastrosa para la España vaciada, sino como un escenario sobre el que dibujar en positivo una transición ecosocial y una vida digna para el medio rural ibérico.

Vivir en la España vaciada es a veces un arte. No solo ya por el estado de algunas carreteras o el difícil acceso a un hospital, a internet o a una ferretería. Por un lado, últimamente se habla mucho del medio rural como modelo para una transición energética que implica en la práctica una invasión sin precedentes de proyectos de energías renovables o como oportunidad de negocio para proyectos mineros y de macrogranjas. Por otro lado, aún pervive el discurso de la España vaciada y negra que languidece, envejece, donde hace mucho frío y no puedes hacer nada porque no hay cines ni centros comerciales.

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Estos son los dos relatos dominantes producidos casi siempre desde la ciudad y en masculino singular. Por eso hemos titulado este dosier como el arte de vivir en la España vaciada. Pero este texto no es un inventario más de lamentaciones sobre las injusticias diarias de lo que supone vivir en el medio rural en pleno siglo XXI, ni mucho menos un alegato nostálgico de que “cualquiera tiempo pasado fue mejor”. Más bien lo que se pretende es reivindicar una vida digna para los y las habitantes del medio rural, teniendo en cuenta las esferas básicas de la vida, desde el trabajo o la vivienda, hasta el disfrute del medio ambiente en un contexto de crisis global climática, de biodiversidad y de materias primas, frente a la cual, es urgente y necesaria una transición ecosocial más allá del capitalismo verde y cool que se se ha impuesto en los últimos años.

El dosier se divide en doce capítulos que transitan por diferentes aspectos básicos en la vida de cualquier persona, con las peculiaridades de lo que supone vivir en un medio rural despoblado como el que caracteriza a tantos territorios ibéricos. Comienza abordando la emergencia climática y el nuevo escenario climático que ya es una realidad, en especial en la cuenca Mediterránea y el desafío que ello va a suponer a medida que algunas de las previsiones que anuncia el IPCC se vayan cumpliendo. Seguidamente, con el título provocador de “emosido engañado”, se aborda una de las tesis centrales de este libro: los procesos de depredación y colonización material, cultural y simbólica del medio rural como causa principal de la desaparición de modos de vida rurales y preindustriales. Se analiza en clave histórica el vaciamiento que ha experimentado la España hoy denominada vaciada, desde hace poco más de un siglo.

El tercer capítulo aborda lo que es, sin duda, el principal conflicto territorial de las áreas rurales ibéricas a principios de la tercera década de este siglo: la proliferación de grandes proyectos de energías renovables y que está suponiendo un despliegue sin precedentes de miles de aerogeneradores, paneles solares, subestaciones eléctricas y líneas de evacuación. Todo un ejercicio de colonialismo interior que se analiza desde el prisma del debate sobre la demanda de energía actual y futura para todo el país.

El capítulo cuarto desarrolla otra de las tesis principales del texto con la pregunta: ¿existe realmente un gobierno para el medio rural ibérico? Utilizando como referencia los estudios de Scott sobre sociedades sin Estado de áreas rurales del sureste asiático, se muestra el ejemplo de algunas áreas rurales concretas españolas que han ido evolucionando hasta fechas recientes de manera independiente y aislada respecto a las capitales de sus respectivos reinos.

Los capítulos del cinco al nueve analizan esos aspectos básicos en la vida de cualquier comunidad rural, para entender con mayor profundidad las causas de su crisis y cómo afecta la multicrisis global a cada una de ellas. Se analiza en primer lugar uno de los factores importantes en la decadencia de las sociedades rurales: la privatización y destrucción de los bienes comunales y su importancia en toda política que pretenda rehabitar y dinamizar el medio rural. El capítulo seis aborda la cuestión de la vivienda el medio rural, muy poco estudiada, y las alternativas habitacionales que pueden ponerse en marcha, más allá de la iniciativa privada y de las fórmulas clásicas de compra o alquiler. Los dos siguientes capítulos desarrollan otra de las cuestiones centrales en cualquier proyecto de vida: el trabajo asalariado. Mientras que el capítulo 7 aborda la cuestión del empleo rural en una época de colapsos, el ocho se centra en lo que ha sido hasta no hace tanto una de las principales actividades económicas en el medio rural: la agricultura y ganadería. En este caso se analiza la crisis de estas actividades no solamente según presiones externas, sino con una mirada en femenino y plural para entender que la crisis de ciertas sociedades rurales también tuvo que ver con las violencias hegemónicas y aceptadas socialmente especialmente hacia la mujer. Termina el capítulo analizando la gran apuesta de las políticas públicas para el medio rural: el turismo, así como otras propuestas ya dentro del sector agropecuario, hablando de las agriculturas ecológicas. Por último, el capítulo 9 aborda otra cuestión fundamental en toda vida en el medio rural: la difícil y compleja relación con su medio ambiente circundante a lo largo de la historia reciente, en especial en lo que se refiere a la protección de espacios naturales.

A partir de aquí comienza la segunda parte del dosier que se centra en analizar de qué manera se podría poner en marcha una transición ecosocial en el medio rural. Se parte de la premisa de que el medio rural presenta una serie de factores de resiliencia frente a los espacios urbanos por su propia configuración social y geográfica, que lo hace un laboratorio idóneo para poner en marcha políticas de adaptación y mitigación del cambio climático. Se analizan varias experiencias y ejemplos para transitar en esta transición ecosocial que tenga como objetivo fundamental vivir mejor, pero con menos, o dicho de otro modo, vivir con una sobriedad feliz.

 


Presentación del Dosier Ecosocial sobre la España vaciada

En los últimos años el problema de la despoblación del medio rural -abandonado, vaciado y maltratado- ha acaparado las portadas de muchos periódicos y ha sido analizado desde múltiples ángulos académicos y mediáticos, tanto que, hoy en día, forma ya parte del debate político.

En efecto, el medio rural español y, especialmente, algunas áreas montañosas más aisladas, continúan en una lenta decadencia que, en el caso de multitud de núcleos periféricos, ha culminado con su abandono total. En ese sentido, despoblación, periferia y conflicto son conceptos que describen bien la situación de estos territorios que sufren, en muchos casos, la ausencia de un plan político claro y a largo plazo que contemple otras formas de desarrollo para ellos. De ahí que, los proyectos industriales que se aportan como solución –macrogranjas, parques eólicos, huertos solares, etc., con altos costes ecológicos y sociales- no pueden plantearse como la única respuesta a las necesidades de estos territorios y, por esa razón, han encontrado una fuerte resistencia entre los pocos habitantes que quedan.

Sin duda, el medio rural plantea así un reto político, social y económico de mucha envergadura para los tiempos que vivimos y, desde FUHEM Ecosocial, pensamos que existen alternativas y claves para repensar y contar su futuro que han de ser analizadas y exploradas mediante diversos y diferentes escenarios. Y es en ese sentido que publicamos un nuevo Dosier Ecosocial  que lleva por título El arte de vivir en la España vaciada: colonialismo energético, crisis climática y transición ecosocial  y cuya autoría es de Luis Del Romero, geógrafo y profesor de la Universidad de Valencia.

Y para hablar de ello e impulsar, entre todas y todos, un espacio de reflexión y profundización sobre estas problemáticas, te invitamos a participar al evento de presentación del nuevo ejemplar de la colección de Dosieres Ecosociales, que contará con la presencia del autor, Luis Del Romero, y con los comentarios y reflexiones al texto de Eva Sempere y Adrián Almazán.

A continuación, se abrirá un debate con todas las personas que puedan acompañarnos.

 

APUNTA:

CUÁNDO: 26 de abril de 2023

HORA: 18:00 h.

DÓNDE: Ateneo la Maliciosa

Calle de las Peñuelas, 12

28005 Madrid


III Jornadas de Justicia Alimentaria: Síntesis y Conclusiones

 

Durante el mes de febrero y marzo de 2023 se ha desarrollado la tercera edición de las Jornadas de Justicia Alimentaria organizada por FUHEM Ecosocial  en colaboración con: Espacio Social ElSanta, Observatorio para el Derecho a la Alimentación de la Comunidad de Madrid, Carta Contra el Hambre y Madrid Agroecológico  y con el apoyo de: Surco a Surco, y la Fundación San Martín de Porres.

Las Jornadas contaron con cuatro sesiones en las que se trataron los siguientes temas:

1ª Sesión: La alimentación en el cruce de las crisis del s. XXI.

2ª Sesión: La paradoja del desperdicio alimentario.

3ª Sesión: Experiencias I. Hacia alternativas alimentarias.

4ª Sesión: Experiencias II. Pisando la tierra. 

Estas sesiones se convirtieron en un lugar de encuentro de colectivos, fundaciones, academia, cooperativas, grupos de producción y consumo, y de personas interesadas e involucradas en cambiar el rumbo a un sistema alimentario injusto, inseguro e insostenible, con el fin de reflexionar juntas, y poder fortalecer ese entramado de conexiones y espacios de resistencia que se construyen en pro de una alimentación inclusiva, justa y sostenible para todas las personas.

Las jornadas abordaron  la paradoja generada por las dinámicas del sistema alimentario y se hicieron eco de experiencias que, desde diferentes ámbitos, se proponen como espacio de prácticas y lógicas alternativas al modelo dominante.

A continuación, ofrecemos una síntesis de las principales aportaciones en relación al diagnóstico, propuestas y respuestas ante la emergencia alimentaria, el video de la relatoría de las Jornadas y las Comunicaciones que colectivos/organizaciones nos han enviado, con el objetivo de ampliar el alcance de las reflexiones, propuestas y experiencias más allá de las cuatro sesiones de las jornadas.

 

DIAGNÓSTICO

 

  1. El sistema alimentario se ha globalizado en las últimas cuatro décadas conforme a los intereses de las grandes corporaciones y los países más industrializados, siguiendo una lógica productivista según los dictámenes del mercado. Las corporaciones trasnacionales han definido un orden alimentario a través de tres procesos determinantes en la distribución del poder: la securitización, la financiarización y la proliferación de los tratados de libre comer­cio. Este nuevo orden, o constitucionalismo alimentario, impone una estructura de dominación que antepone los intereses de las clases transnacionales sobre las necesidades alimentarias de la humanidad. Como resultado, nos encontramos ante un sistema que no garantiza una alimentación suficiente ni adecuada a una parte significativa de la población mundial, al tiempo que se revela ecológicamente insostenible.
  2. No garantiza una alimentación suficiente y adecuada porque 2.700 millones de seres humanos están malnutridos, unos por defecto (800 millones de personas desnutridas) y otros por exceso (1.900 millones de personas con sobrepeso y obesidad). En España, un millón trescientos mil hogares padecen una mala alimentación. Resulta además insostenible desde el punto de vista ecológico porque dicho modelo alimentario es el responsable de un tercio de los gases de efecto invernadero y porque, conforme al carácter despilfarrador del capitalismo, provoca enormes pérdidas y desperdicios en un mundo donde aún ochocientos millones de personas se acuestan con hambre cada día.
  3. Merecen una mención especial la pérdida y el desperdicio alimentario porque constituyen una piedra de escándalo tanto en términos éticos, como ecológicos y económicos. La FAO señala que un tercio de los alimentos producidos a nivel mundial se pierde o desperdicia. Se calcula que, con la mitad de los desperdicios alimentarios se podría alimentar a todas las personas que pasan hambre en el mundo. En el caso concreto de Europa se desperdician más toneladas de alimentos que las que se importan. En España se desperdician 4.200 millones de kilos a lo largo de toda la cadena alimentaria (datos que probablemente infrarrepresenten el problema). Además de esta vergonzosa situación de inequidad e injusticia, estas pérdidas y desperdicios tienen un impacto enorme en términos ecológicos (emisiones de CO₂, nutrientes de la tierra desperdiciados, gasto de agua, contaminación y gasto por pesticidas y fertilizantes, consumo de energía para su transporte, transformación y distribución, gastos añadidos en la gestión de residuos y excedentes, etc.). Sin embargo estos llamativos datos no pueden interpretarse vinculando la emergencia alimentaria a la disminución del desperdicio, tomando a los pobres como digestores de las sobras,  pues aunque ambos fenómenos responden a la misma matriz capitalista, deben gestionarse según sus propias lógicas internas, el acceso a la alimentación por un lado, y la disminución en origen de pérdidas y desperdicios por otro.
  4. Este sistema alimentario genera ganadores y perdedores. Los beneficiarios son las grandes corporaciones transnacionales y los países del Norte Global, principales agentes acaparadores de tierras y recursos biotecnológicos. Entre los perdedores se encuentra el campesinado (que es quien alimenta realmente a la humanidad al cultivar el 75% de los alimentos del mundo), las personas consumidoras que ven cómo se les arrebata su capacidad de agencia y el control sobre su alimentación y, sobre todo, las mayorías sociales en los países del Sur Global y los ecosistemas de los que dependemos.
  5. En la coyuntura actual los precios de la comida se han disparado. El índice de precios de los alimentos que elabora mensualmente la FAO (y que recoge la evolución en todo el mundo) señala que los alimentos se encarecieron un 28,1% en el año 2021. Hay que remontarse a mediados de la década de los setenta para encontrar un alza tan elevada. En España el precio de los alimentos ha repuntado un 16,6% en febrero pese a la rebaja de impuestos del Gobierno. Se convierte así en la más alta de la serie histórica iniciada en 1994. El alza de los precios de los alimentos representa un grave perjuicio a las familias con menos ingresos al representar la cesta de alimentos la principal categoría del gasto de su presupuesto. Al coincidir con un incremento en la factura eléctrica y enormes dificultades en el acceso a la vivienda condena a millones de familias a una mayor inseguridad vital y menoscaba la libertad al incrementar su dependencia de los subsidios y la beneficencia.

 

PROPUESTAS

 

  1. Ante este sistema alimentario injusto e insostenible hay que hacer posible una transición alimentaria que responda a las necesidades de la gente y que cuide el planeta. Una transición alimentaria basada en la agroecología que garantice de una vez por todas el derecho fundamental a una alimentación sana, justa y sostenible para toda la población. Una transición de esta naturaleza requiere cambios institucionales y el apoyo a todas las iniciativas sociales que buscan la soberanía alimentaria. Recuperar el control social sobre la alimentación es sinónimo de participación, corresponsabilidad y relaciones de apoyo mutuo, pues solo fortaleciendo lazos comunitarios y revalorizando los recursos y espacios comunes estaremos en condiciones de construir otro modelo alimentario. Una transición que además ha de ir acompañada de medidas urgentes para atajar la actual coyuntura alcista de los precios y dar cobertura a los sectores sociales más afectados.
  2. Entre los necesarios cambios institucionales, se aboca por la aprobación en España de una ley que centre sus esfuerzos en evitar las pérdidas y el desperdicio en todas las fases de la cadena alimentaria. El anteproyecto de ley que actualmente se está tramitando ha terminado por desplazar su atención hacia la gestión de los excedentes, sin definir y medir con claridad qué son pérdidas y qué es desperdicio alimentario, sin incluir acciones y medidas que faciliten el cumplimiento de la ley y sanciones a quienes intenten esquivarla, y sin ofrecer un espacio de gobernanza donde todos los actores puedan participar en la implementación y el seguimiento de la ley. Para ello es necesario abordar este problema desde una perspectiva sistémica, que considere todos los eslabones de la cadena alimentaria y sus interrelaciones (producción y recogida -tanto en la agricultura como en la pesca-, transformación, transporte, distribución en grandes superficies y comercios, y consumo en establecimientos y hogares) y que apunte a prevenir ese desperdicio y no solo a gestionarlo, de manera que también implique obligaciones y sanciones para quienes no cumplan con las medidas. Es necesario que la ley sea mucho más ambiciosa si no se quiere minar su alcance desde el principio, teniendo en cuenta que las propias directrices europeas obligarán en muy poco tiempo a cumplir normas mucho más estrictas en esta materia. Es por ello por lo que desde estas III Jornadas apoyamos plenamente las propuestas del Colectivo #Ley sin desperdicio. Todavía estamos a tiempo de desarrollar una ley ambiciosa y realmente comprometida con el objetivo de frenar las pérdidas y el desperdicio.
  3. En el campo de las prácticas sociales existen una pluralidad de iniciativas inspiradoras que pretenden evitar pérdidas y reaprovechar aquello que es desperdiciado, algunas de las cuales han sido compartidas y debatidas en las III Jornadas. Son experiencias concretas que, sin embargo, no renuncian a una visión sistémica al abordar los diferentes aspectos relacionados con las pérdidas y desperdicios en los diversos eslabones de la cadena alimentaria, apuestan por el reaprovechamiento y por la vinculación con los grupos vulnerables en su acceso a una alimentación saludable, implicándose en procesos de integración social multidimensional, dinámicas participativas y fomento de la reciprocidad muy lejos del mero asistencialismo. Son ejemplos de buenas prácticas de las que podemos derivar muchos aprendizajes y que conviene difundir y apoyar en este proceso de denuncia y lucha contra el escándalo del despilfarro alimentario. En la misma dirección, se hace necesario también poner en marcha campañas y proyectos de sensibilización y concienciación, así como desarrollar el conocimiento y la investigación no sólo en torno a las dimensiones cuantitativas del desperdicio, sino sobre las formas y dinámicas por las que se produce, de manera que se puedan trabajar políticas y proyectos para atajar este fenómeno escandaloso.
  4. Los residuos orgánicos constituyen el grueso de los residuos sólidos urbanos y solo una parte insignificante se recupera para su reintroducción como nutrientes que fertilicen la tierra. La extensión de iniciativas en favor de un compostaje comunitario puede representar una valiosa contribución que evite que esos residuos terminen incinerados y ser una poderosa herramienta de apoyo a los huertos urbanos. Sin embargo, hay todavía demasiadas barreras administrativas y legislativas que impiden que estas iniciativas vinculadas a la agroecología y a la economía social y solidaria logren desarrollarse y desplegar todo su potencial.
  5. Una de las entidades invitadas en las Jornadas a presentar su experiencia, la cooperativa unitaria agroecológica Surco a Surco que lleva funcionando más de 20 años, es un ejemplo de como, gracias a la cooperación, la autogestión y la generación de una comunidad de productores y consumidores que se articula en torno a la alimentación y el territorio es posible imaginarse otro sistema alimentario. Se presenta como una alternativa al mercado, no como un mercado alternativo, por lo que tiene un gran potencial de transformación social. Pero también afronta dificultades en un contexto en el que prima el individualismo y la competitividad. El acceso a la tierra es una dificultad añadida y por eso han empezado a comprar tierras, para tener una mayor estabilidad.
  6. En la última sesión de las Jornadas se ha presentado también la experiencia de ASDECOBA. “Y por soñar, soñemos”: sentarse a la ‘Mesa común’ de los empobrecidos de la sociedad actual. Metáfora que simboliza la conexión de los espacios peor maltratados en esta sociedad: el mundo rural envejecido y hambriento, que alimentó con su trabajo a la sociedad del ayer; los barrios urbanos precarizados, que impiden un futuro de vida a mujeres y niños; y la exclusión final del recluso en cárceles de la vergüenza, que privan de dignidad. En suma, soñar el objetivo de dar vida, palabra y trabajo a quienes ya no cuentan, como respuesta a necesidades actuales y cercanas. De este sueño partirían múltiples iniciativas de ‘cocinas rurales y urbanas’; el trabajo en ‘huertas comunitarias’ en contacto directo con la tierra; el ‘centro comunitario de alimentación’; la ‘red de sabores y saberes de esta tierra’; la ‘recuperación de comida sobrante de establecimientos comunitarios’; el ‘embotamiento de frutas, verduras y hortalizas de temporada’; el ‘reflotamiento de panaderías rurales al borde de la jubilación; el nuevo afán del cultivo de trigo para hacer buena harina para un buen pan’ amasado en panaderías reflotadas y repartido entre los comensales empobrecidos sentados dignamente en la mesa común. La mesa común también interpela al resto de la sociedad a sentarse para participar en las soluciones: ayuntamientos locales, movimientos sociales solidarios, iglesias y particulares, con el límite de quienes empobrecen con su beneficio al mundo rural, a barrios en las periferias urbanas y de quienes criminalizan la vida en la calle y recluyen en las cárceles.

 

RESPUESTAS ANTE LA EMERGENCIA ALIMENTARIA

 

  1. El incremento de los precios de los alimentos, de la energía y de los fertilizantes que ha impulsado la guerra de Ucrania ha coincidido con una época sequías y heladas que han reducido las cosechas y la oferta de alimentos. Estamos ante una tormenta perfecta que amenaza la seguridad alimentaria de millones de personas en muchos países. En el nuestro, la discusión sobre qué hacer ante la subida del coste de la canasta básica está encima de la mesa. El gobierno ha aprobado la rebaja del IVA de algunos productos básicos y un cheque de 200 euros para las familias con ingresos menores de 27.000 euros. ¿Es un cortafuegos suficiente? Es posible, siempre que se extienda la medida y se simplifiquen los trámites para acceder a la ayuda. Pero la situación de emergencia alimentaria no debería hacernos olvidar las desiguales relaciones de poder que atraviesan los eslabones de la alargada cadena alimentaria. No todos los agentes tienen la misma capacidad de trasladar costes y fijar precios. Este factor estructural persistirá más allá de la coyuntura. Desconcentrar y descentralizar el poder sobre los mercados y simplificar los circuitos comerciales entre campesinos y consumidores urbanos, apostando por alimentos de proximidad, no solo sirve para avanzar hacia la soberanía alimentaria, también es una forma de evitar alzas desproporcionadas en los precios de los alimentos ante la presión de costes o estrangulamientos en las cadenas de suministros de ciertos insumos.
  2. Se necesitan herramientas eficaces que acaben con la inseguridad alimentaria y contribuyan a garantizar el derecho a la alimentación. El caso de las tarjetas monedero ha pasado a primer plano de la actualidad debido a la nueva estrategia FEAD+ de la Unión Europea, para 2021-27, que plantea en uno de sus capítulos, apoyar la asistencia material básica (no sólo alimentos) y medidas de acompañamiento para las “familias más desfavorecidas, en particular menores”, dando prioridad a “tarjetas o vales que respeten la dignidad y eviten la estigmatización”. El problema de estas ayudas es su baja cuantía (menos de 12 millones anuales para la Comunidad de Madrid) que sólo permite cubrir una parte muy pequeña de la ayuda alimentaria de emergencia que se distribuye actualmente (sólo el Banco de Alimentos de Madrid gestiona un presupuesto anual cinco veces mayor), además de los problemas de manejo de las tarjetas que se espera sean gestionadas por los Servicios sociales, ya muy saturados actualmente. Tradicionalmente, no ha existido una política pública específica para garantizar el derecho a la alimentación y la ayuda alimentaria procedente de los excedentes agrícolas de la PAC desde la segunda mitad de los años 80, que dio paso al primer programa FEAD de 2014-20, se orientó a reforzar el aporte de alimentos de las tradicionales entidades de caridad, filantropía y ONG a través de las dos distribuidoras de ámbito estatal (FESBAL y Cruz Roja). La aplicación en España y en la Comunidad de Madrid de la nueva estrategia FEAD+ está siendo muy lenta, a pesar de los esfuerzos del Ministerio de Derechos Sociales que sustituye al Ministerio de Agricultura en la coordinación de la ayuda Europa, y los resultados esperados son todavía inciertos.
  3. En el ámbito más próximo de la ciudad de Madrid, el movimiento surgido de la Carta contra el Hambre (2014) llevó a cabo una serie de iniciativas reclamando un mayor compromiso público ante la emergencia alimentaria y pidiendo que el reparto de alimentos se ejerciera respetando la dignidad de las personas y facilitando su participación. En este marco, se puso en marcha en 2018 la primera Tarjeta de Alimentación (TAT) con financiación pública desde un proceso asambleario de base en el distrito de Tetuán, que sirvió de inspiración inicial para la Tarjeta Familias del Ayuntamiento de Madrid (2020), pero ahora sin participación de la base social que había inspirada a la TAT. En marzo de 2023 la Tarjeta Familias se había concedido a 21.000 hogares, dato acumulado que esconde el número real de tarjetas vigentes a lo largo del tiempo. Tampoco conocemos la parte de presupuesto que se lleva la entidad gestora de la Tarjeta (Caixabank), una vez que los Servicios sociales deciden concederla a los dos o tres meses de iniciar el trámite correspondiente.
  4. Desde las experiencias de Carta contra el Hambre y Mesa contra la Exclusión de Tetuán, nos planteamos un modelo alternativo sobre los siguientes tres ejes: 1) participación democrática: asambleas, gestión compartida, centros de cultura alimentaria, huertos urbanos, grupos de consumo, etc.; 2) coordinación entre entidades de reparto y con otros recursos que tratan de abordar/superar situaciones de exclusión (IMV y otras prestaciones; políticas de vivienda, empleo, formación etc); y 3) métodos plurales, respetuosos de las personas, para ejercer el derecho (tarjetas o vales de financiación pública con un monto suficiente, libre elección en el comercio local, economatos solidarios, reciclaje de alimentos de proximidad, etc.).
  5. Experiencias como las que impulsan proyectos e iniciativas como Espigoladors, ReFood, Mesa contra la Exclusión de Tetuán, ASDECOBA y tantas otras, al arrancar de las necesidades de la gente y de la autoorganización en economías comunitarias, aúnan en torno a la experiencia alimentaria la lucha por el derecho a la alimentación, a un empleo digno y al cuidado de la tierra.

 

Acceso al documento en formato pdf: III Jornadas de Justicia Alimentaria: Síntesis y Conclusiones

 

Video de la Relatoría

 

 

Comunicaciones

Descarga el documento a texto completo en formato pdf: Jornadas de Justicia Alimentaria 2023. Comunicaciones. 

 

Estas jornadas han sido realizadas con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.

Ediciones anteriores:

III Jornadas de Justicia Alimentaria.

II Jornadas de Justicia Alimentaria.

I Jornadas de Justicia Alimentaria.


Arranca el proyecto europeo Speak4Nature

 

Junto a otras siete entidades, el área Ecosocial de FUHEM participa en el proyecto europeo Speak4Nature, que plantea desarrollar nuevos recursos legales que den valor a la naturaleza ante los desafíos ecológicos actuales.

La complejidad de los desafíos ecológicos a los que nos enfrentamos requiere elaborar nuevos métodos para comprender la forma con la que interactuamos con el medio ambiente y erradicar la anacrónica concepción antropocéntrica de la naturaleza. Se exige al ámbito científico, gubernamental y regulador crear una “justicia” capaz de replantear el concepto de naturaleza como actor activo, en línea con la noción de justicia ecológica.

En este contexto, surge el proyecto “Speak4Nature” (Speak for Nature: Interdisciplinary Approaches on Ecological Justice), que llevarán a cabo, durante cuatro años, un consorcio de diez entidades académicas y no académicas internacionales de la Unión Europea y América Latina, entre las que se encuentra el área Ecosocial de FUHEM.

Se trata de uno de los proyectos seleccionados en la convocatoria de Horizon Europe 2021 de la UE, un programa que financia investigaciones e innovaciones relacionadas con el Cambio Climático y que ayuden a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas (ONU).

El objetivo general del proyecto plantea desarrollar nuevos instrumentos legales con una amplia base social y nuevas metodologías que proporcionen una base teórica y operativa común entre las ciencias sociales y las ciencias ambientales. Es decir, una serie de herramientas que permitan dar voz a los seres no humanos en instancias legales y contribuir a la creación de una visión compartida hacia el tratamiento de la “naturaleza” en sí misma (el valor intrínseco de la naturaleza), útil para la adaptación del proceso político a los desafíos ecológicos actuales.

En particular, “Speak4Nature” tiene como objetivos:

  • Conceptualizar la justicia ecológica desde una perspectiva multidisciplinar, intersectorial e internacional.
  • Definir por qué, cómo y bajo qué influencias, las ciencias extienden la consideración moral a la naturaleza no humana.
  • Mapear las técnicas sociales y legales actuales para hacer valer la voz de los seres no humanos y de la naturaleza.
  • Empoderar a la sociedad civil y a las partes interesadas en la conciencia ecológica, la restauración y el litigio sobre el cambio climático.
  • Garantizar la aceptación de los resultados del proyecto mediante el desarrollo de directrices prácticas y herramientas de formación sobre técnicas y normas jurídicas que apliquen principios de justicia ambiental en disputas por violaciones ambientales.

Mediante mecanismos de intercambio interdisciplinar e intersectorial, así como transferencia de conocimientos, “Speak4Nature” está destinado a incrementar las habilidades del personal involucrado para fomentar el estudio, el intercambio y la difusión del conocimiento en temas relacionados con el Derecho y las cuestiones ambientales, contribuyendo a la mejora de los estándares y políticas de justicia ecológica.

Los investigadores del área Ecosocial de FUHEM participarán dentro el consorcio de “Speak4Nature” aportando su experiencia y conocimientos en la defensa de una concepción no estrictamente antropocéntrica de la naturaleza y el fomento de los valores no instrumentales de la naturaleza en un contexto de justicia ecológica, así como sus enlaces con la sociedad civil concienciada y activa en el ámbito de la justicia ecológica, y con la promoción y difusión de estos debates en el ámbito judicial.

Los participantes del proyecto son:

- Universitá degli Studi del Piemonte Orientale "Amedeo Avogadro" (Italia). (Coordinadores).

- Grupo de Investigación en Humanidades Ecológicas - GHECO. Universidad Autónoma de Madrid (España).

- Rachel Carson Center for Environment and Society. Ludwig-Maximilians-Universitaet Muechen (Alemania).

- ECOCASTULUM, SL (España).

- FUHEM (España).

- Centro de Investigación de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales. Universidad Nacional del Litoral (Argentina).

- Fiscalía del Medio Ambiente. FIMA (Chile).

- Centro de Ciências Jurídicas. Universidade Federal de Santa Catarina (Brasil).

El proyecto cuenta con una página web donde se pueden consultar las diferentes investigaciones y productos publicados por las organizaciones que forman parte, así como los eventos programados. Disponible en Speak4nature.

 


III Jornadas de Justicia Alimentaria

 

Las Jornadas de Justicia Alimentaria llegan a su tercera edición.

Desde el último martes del mes de febrero y a lo largo de los 3 primeros martes de marzo, el local de la Fundación San Martín de Porres (Calle Barbieri, 18, local izquierda, 28004 Madrid), será el lugar de encuentro de colectivos, fundaciones, academia, cooperativas, grupos de producción y consumo, así como todas las personas interesadas e involucradas en cambiar el rumbo a un sistema alimentario injusto, inseguro e insostenible,

En estas jornadas presenciales, de acceso libre y gratuito, podremos seguir reflexionando juntas, para fortalecer ese entramado de conexiones y espacios de resistencia que se construyen en pro de una alimentación inclusiva, justa y sostenible para todas las personas.

Tras una pandemia, una guerra en curso y hambrunas en muchas partes del mundo impulsadas también por el calentamiento global, no podemos quedarnos con los brazos cruzados. A lo largo de estos últimos años, venimos comprobando cómo la capacidad de las personas para alimentarse de forma adecuada se ha visto afectada a nivel global por la pandemia de la COVID-19, que ha puesto a  prueba el sistema alimentario industrial y globalizado.

En ese sentido, por ejemplo, el reciente informe Alimentando un futuro sostenible, habla de que alrededor de 6.235.971 personas en España sufren inseguridad alimentaria. Cifra esta, que ha sufrido un incremento desde el inicio de la COVID-19, aunque los datos muestran que el problema de los hogares españoles para acceder a alimentos adecuados es de carácter estructural y que no está únicamente ligado a crisis coyunturales.

Tampoco podemos hacer oídos sordos al hecho de que el sistema alimentario es el principal impulsor de impactos ambientales, tanto en lo que se refiere a sus requerimientos como en relación con la huella de residuos y las pérdidas que genera.

Las jornadas abordarán también esa paradoja generada por las mismas dinámicas del sistema. Pero también y, sobre todo, estas jornadas quieren hacerse eco y compartir las experiencias que, desde diferentes ámbitos, se proponen como espacio de prácticas y lógicas alternativas al modelo dominante.

Esta edición contará además con una novedad. Desde el comité de organización se ha decidido abrir un espacio para recibir comunicaciones por parte de colectivos/organizaciones y toda persona interesada, con el objetivo de ampliar el alcance de las reflexiones, propuestas y experiencias más allá de las cuatro sesiones de las jornadas 2023. A través de este enlace, se pueden consultar los requerimientos para el envío de las comunicaciones.

El envío de los textos estará abierto entre el 20 de febrero y el 10 de abril de 2023 y se realizará a través de la siguiente dirección de correo electrónico: justicialimentaria@fuhem.es

Todas las comunicaciones recibidas que cumplan con los requerimientos se publicarán posteriormente en una sección de esta página, y podrán ser consultadas libremente.

PROGRAMA:

1ª Sesión: La alimentación en el cruce de las crisis del s. XXI

Martes 28 de febrero. 19:00-21:00 h.

Presentación y moderación:

Santiago Álvarez Cantalapiedra - FUHEM Ecosocial.

Intervienen:

  • La alimentación secuestrada por un modelo agroindustrial global. Kattya Cascante - Universidad Complutense Madrid.
  • La inseguridad alimentaria en el estado español: un problema estructural. Ana Moragues - Universidad de Barcelona.

Debate.

 

2ª Sesión: La paradoja del desperdicio alimentario

Martes 7 de marzo. 19:00-21:00 h.

  • Presentación y moderación:

Monica Di Donato - FUHEM Ecosocial.

Intervienen:

  • Análisis crítico del Proyecto de Ley de prevención de las pérdidas y el desperdicio alimentario. Propuestas para una ley transformadora. María González López - Enraíza Derechos.
  • Alimentos con segundas oportunidades: Espigoladors, un proyecto con una visión sistémica de las pérdidas y el desperdicio alimentario. Cèlia Vendrell - Fundación Espigoladors.
  • Rescatar para alimentar. Construyendo proyectos sociales para barrios más dignos. Alfonso Puras de Luis - ReFood

Debate.

 

3ª Sesión: Experiencias I. Hacia alternativas alimentarias

Martes 14 de marzo. 19:00-21:00 h.

  • Presentación y moderación:

José Ramón González - Carta Contra el Hambre.

Intervienen:

  • Tarjeta alimentaria: ventajas y limitaciones para abordar la insolvencia en el acceso a los alimentos. Carlos Pereda - Carta contra el Hambre e Invisibles de Tetuán.
  • Modelos agroecológicos populares. Joaquín Diego Hernández - Surco a Surco.
  • Huertos urbanos y compostaje comunitario. Oportunidades y desafíos en la cogestión de los biorresiduos. Sara Sama - UNED

Debate.

 

4ª Sesión: Experiencias II. Pisando la tierra. 

Martes 21 de marzo. 19:00-21:00 h.

  • Presentación y moderación:

Evaristo Villar - Revista Éxodo.

Interviene:

  • Vida en la no vida. Red social y comunitaria por el derecho a la alimentación. Emiliano de Tapias - ASDECOBA, Salamanca

Debate.

Descanso.

Relatorías y conclusiones de las jornadas 

Moderación y cierre de las Jornadas a cargo de Santiago Álvarez Cantalapiedra - FUHEM Ecosocial.

 

Organizan: FUHEM Ecosocial, Espacio Social ElSanta, Observatorio para el Derecho a la Alimentación de la Comunidad de Madrid, Carta Contra el Hambre, Madrid Agroecológico

Con el apoyo de: Surco a Surco, Fundación San Martín de Porres.

 

Estas Jornadas han sido realizadas con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.

 

Actividad reflejada en el Protocolo de Colaboración entre FUHEM y la UNED en la que participan los profesores Sara Sama Acedo (UNED) y Jesús Sánz Abad (UCM) para la transferencia y difusión de resultados de investigación asociados al proyecto de I+D+i Cambiando los paradigmas: “Cambiando los paradigmas: Economías Transformadoras” en un contexto de urgencia ecosocial (ECOEMBEDEDDNESS I+D+i PID2019-106757GA-I00_ Financiado por MCIN/AEI/ 10.13039/501100011033)

 

Disponible el  documento que refleja la Síntesis por puntos de las principales aportaciones de las III Jornadas de Justicia Alimentaria.

Ediciones anteriores:

II Jornadas de Justicia Alimentaria. 

I Jornadas de Justicia Alimentaria.

 


Desafíos demográficos

 

El mundo ha superado recientemente la cifra de 8.000 millones de seres humanos, cuando apenas hace dos siglos había 1.000 millones. Además, no sólo somos ocho veces más, sino que vivimos el doble.

Nueva sesión del ciclo de encuentros Debates para un pensamiento inclusivo organizado por la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial y la Casa Encendida, para reflexionar y debatir sobre las grandes tendencias y cuestiones que atañen a nuestro tiempo, y que definen el funcionamiento y los objetivos del sistema socioeconómico en el que vivimos, para imaginarnos entre todos y todas, alternativas justas, inclusivas y sostenibles.

El acto que tendrá lugar el próximo 09 marzo de 18.00 - 19.30 h. en formato online, es de entrada libre y gratuita, bajo inscripción previa.

Bajo el título Desafíos demográficos abordaremos, entre otras cuestiones, como en dos generaciones se ha "llenado el mundo" y, en apenas una, el "hábitat humano ha pasado a ser urbano" generando la situación de extralimitación en la que nos encontramos. En el contexto de la actual crisis ecosocial, tanto una población geográficamente distribuida de manera desigual como dinámicas demográficas muy dispares representan factores determinantes a tener en cuenta.

El envejecimiento y el declive demográfico empiezan a ser un hecho en gran parte del mundo, mientras que en otras zonas el crecimiento demográfico impulsado por una población joven seguirá siendo la norma durante años.

Desde el 2007, por primera vez en la historia de la humanidad, viven más personas en las ciudades que en el mundo rural. Esta situación tiene fuertes repercusiones a nivel socioecológico, que constituyen un substrato fértil para la alimentación del actual contexto de crisis ecosocial, caracterizado por una situación de extralimitación y destrucción, así como por una creciente desigualdad social.

En ese sentido y si atendemos a las proyecciones, el continente africano es un espacio al que prestar mucha atención debido a su peculiar dinamismo demográfico: es el único continente donde aún hay más población rural que urbana. El crecimiento poblacional de África es dos veces el del Sureste asiático y casi tres veces el de América Latina y lo que impulsa esa dinámica es el hecho de que en la mayoría de los países africanos alrededor del 70% de su población sea menor de 30 años. Esto contrasta fuertemente con la situación del resto del mundo, donde la población autóctona envejece aceleradamente. España y la UE representan casos paradigmáticos en ese sentido. Las previsiones de que se reduzca la población española en las próximas décadas, al tiempo que se incrementa su edad promedio, hacen que se hable de la dinámica demográfica como un reto de primer orden cuyos efectos se sentirán en los patrones de consumo y de ahorro, en la evolución de la fuerza laboral y en la eficacia del sistema de bienestar social. Al problema del envejecimiento se suma además el de la distribución geográfica, de manera que las zonas más envejecidas coinciden además con las más despobladas.

Parece así indudable que si, por un lado, las preguntas fundamentales sobre qué producir, cómo hacerlo y con qué criterios distributivos siguen siendo las cuestiones centrales a las que hay que responder como sociedad, también es evidente que no podemos obviar que las dinámicas demográficas condicionan, y mucho, la posibilidad de atender con responsabilidad y solidaridad a esos grandes retos.

Para reflexionar y debatir sobre todo esto, contaremos con la presencia de tres autores invitados en el número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global:

Modera: Monica Di Donato de FUHEM Ecosocial.

La actividad se desarrolla en una sala Zoom. Una vez realizada la inscripción, y antes de cada sesión, se enviará un correo electrónico de confirmación con los datos de acceso al encuentro.

Acceso a las anteriores sesiones del ciclo Debates para un pensamiento inclusivo

 

Organizan:


Factor demográfico. Papeles 160

Disponible el número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global sobre el Factor demográfico.

El factor demográfico no constituyó una cuestión de gran interés mientras habitamos en un mundo “vacío”. Sin embargo, en los siglos XIX y XX, con Malthus, Hardin y los Ehrlich a la cabeza, se suscitó una profunda reflexión sobre este asunto con tintes alarmistas. También fue un factor importante, aunque en sentido contrario, durante el desarrollo de los nacionalismos: más población equivalía a más brazos (para la guerra o para el sistema productivo), y más poder para los estados.

A medida que nos internamos en un mundo “lleno” y se despliega la multicrisis ecosocial, el tema del factor demográfico cobra una relevancia nueva y se pone de manifiesto una profunda brecha demográfica. Si en unos lugares puede constituir un problema por exceso, en otros –como en el interior de España– se da un problema de vaciamiento, envejecimiento y desterritorialización. A ello se añaden los aspectos sobre fecundidad –con sus implicaciones sociales–, la crisis de cuidados y las crecientes tendencias migratorias, que, junto a las tendencias de expulsión, se convierten hoy en un factor demográfico crucial.

Este PAPELES dedica su Introducción y su semimonográfico a tratar estas cuestiones en su sección A Fondo, examinando varias de las aristas de esta poliédrica y espinosa cuestión: no ha sido un asunto fácil de integrar para el pensamiento progresista, y a menudo ha quedado velado y olvidado.

En sendos artículos en Actualidad se examina el fenómeno de la ecoansiedad y los crecientes sentimientos de ansiedad ante los impactos de la crisis ecosocial, y se pone luz a creciente desigualdad de riqueza en España.

Experiencias analiza el caso del Erasmus Rural y la experiencia de la autora en un proyecto en Teruel.

Ensayo ofrece una reflexión sobre el paradigma relacional como opuesto al binarismo e individualismo del pensamiento de la modernidad.

El número se cierra, como es habitual, con la sección Lecturas.

A continuación, ofrecemos el Sumario de la revista donde se podrán descargar en abierto y de forma gratuita la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo de Begoña Elizalde San Miguel sobre el descenso de la fecundidad publicado en la sección A Fondo.

SUMARIO

INTRODUCCIÓN

Factor demográfico y crisis ecosocial, Santiago Álvarez Cantalapiedra.

A FONDO

Nueva demografía, viejas ideologías. (O el cambio demográfico y la respuesta política), Julio Pérez Díaz.

El debate sobre la población en la crisis ecosocial, Eileen Crist y Lyla Metha.

Despoblación, desterritorialización y multicrisis global, Luis Del Romero Renau.

El descenso de la fecundidad: un déficit de bienestar colectivo sobre el que la demografía lleva años alertando, Begoña Elizalde San Miguel.

¿Crisis demográfica o crisis de cuidados?, Ferran Muntané Isart.

¡Moveos, moveos, malditos! Migraciones en el siglo XXI en España, Andreu Domingo.

ACTUALIDAD

Ecoansiedad: de la parálisis a la acción climática y ambiental, Irene Baños Ruiz.

La desigualdad de la riqueza se ha doblado en el siglo XXI, según el Banco de España, Carlos Pereda.

EXPERIENCIAS

La iniciativa Erasmus Rural y el caso de Mas Blanco. Tejiendo las redes entre lo académico y lo rural, Nuria Salvador Fernández.

ENSAYO

El paradigma relacional, José Aristizábal G.

LECTURAS

RESÚMENES

 

Información y compras:

Tel.: +34 914310280

Email: publicaciones@fuhem.es

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El descenso de la fecundidad

Artículo publicado en la sección A Fondo del número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, escrito por Begoña Elizalde San Miguel, bajo el título «El descenso de la fecundidad: un déficit de bienestar colectivo sobre el que la demografía lleva años alertando.»

El texto analiza la evolución de la fecundidad en España a lo largo de los últimos años y explora las razones que contribuyen a entender que este país se haya convertido en un país de “récords” en este tema. Somos uno de los países del mundo con un menor número de hijos e hijas por mujer y también donde las mujeres tenemos nuestra primera hija/o a una edad más avanzada.

En este contexto, la publicación por parte del Instituto Nacional de Estadística del número de nacimientos anuales genera cada año una ola de preocupación en los medios de comunicación en torno a la escasez de niños y niñas en nuestro país. Expresiones como “niveles mínimos históricos”, “récord” o “desplome” son habituales en el tratamiento de esta información que remite a un estado de preocupación colectiva que debe ser analizado con cautela.

Lo cierto es que, en principio, estos dos valores no tendrían por qué constituir un motivo de alarma. Los progresos alcanzados por las mujeres en el control sobre su reproducción y su entrada a ámbitos de la vida social de los que tradicionalmente estaban excluidas implican un cambio de valores que conlleva una reducción de la fecundidad. La relevancia de estos dos indicadores no se debe, sin embargo, a la decisión libre de tener menos descendencia, sino a la constatación de que las mujeres afirman que desearían tener un número mayor de hijos de los que tienen. Es esta distancia entre las aspiraciones que declaran tener y las que finalmente tienen lo que apunta a un déficit colectivo:

la existencia de barreras estructurales que imposibilitan que las familias puedan llevar a cabo sus aspiraciones y que constituye, por tanto, una carencia en términos de bienestar que debe ser analizado y atendido.

Partiendo de esta situación, este artículo pretende contribuir a esta línea de análisis mediante dos objetivos específicos:

i) explicar la evolución de la fecundidad en las últimas décadas en España;

ii) profundizar en algunas de las dimensiones de nuestra vida social que funcionan como obstáculos para la fecundidad.

Sin ánimo de exhaustividad se propone hacer un recorrido sobre los elementos más significativos que deben tenerse en cuenta para entender la evolución de la fecundidad en nuestro país a lo largo de las últimas décadas.

 

La evolución de la fecundidad en España

El descenso de la fecundidad no es un fenómeno nuevo ni exclusivo de España. Una vez superados los años del famoso baby-boom (que alcanzó su pico en nuestro país en los años sesenta del siglo pasado), todos los países de nuestro entorno han experimentado un descenso continuado del número de hijos e hijas en un proceso de convergencia en el que intervienen diversos factores. Pero antes de pasar a las explicaciones, veamos cuáles son los indicadores más significativos en términos de fecundidad.

La comparación entre el número de nacimientos hace cuarenta años (571.018 en el año 1980) y en la actualidad (336.811 en 2021) no deja margen a la duda: el número de bebés que nacen en nuestro país se ha reducido más de un 40%. De forma paralela, el número medio de hijos que tienen las mujeres españolas ha seguido la misma tendencia de descenso (Figura 1), pasando de 2,21 a 1,19, el valor más bajo de la historia, solo superado en el ámbito europeo por Malta en el año 2020.1

Estos bajísimos niveles de fecundidad se explican, al menos parcialmente, por el hecho de que las mujeres en España acceden a la maternidad cada vez más tarde (Figura 2). El año pasado, la edad media a la que las mujeres en España tuvieron su primer hijo/a alcanzó los 32,6 años,2 más tarde que la mayor parte de países europeos. Otro indicador demográfico que resulta relevante es el porcentaje de mujeres que terminan su vida fértil (entre los 40-44 años) sin tener hijos, valor que supera el 23% en España.3

 

Figura 1. Evolución del número medio de hijos/as por mujer. España, 1980-2021.

Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Indicadores demográficos.

 

Figura 2. Evolución de la edad en la que las mujeres tienen su primer hijo/a. España, 1980-2021.

Fuente: Instituto Nacional de Estadística. Indicadores demográficos.

 

Empezaremos este recorrido explicativo sobre los motivos que están detrás del cambio de paradigma en nuestro modelo reproductivo haciendo una parada en el que constituye uno de los principales procesos de transformación social de nuestra sociedad, el de la posición de las mujeres. Tradicionalmente, la maternidad era el hecho social por el que las mujeres tenían reconocimiento. Ese era su papel fundamental en nuestra organización social, dar a luz y asumir todas las actividades de cuidado que implicaba la crianza. Resulta evidente que los cambios en las relaciones de género han ubicado a las mujeres en nuevos roles y responsabilidades que han roto la tradicional asignación mujer=madre, y esta significativa transformación social genera que haya mujeres —muchas mujeres— que deciden no ser madres,4 de forma que una parte del descenso de la fecundidad se explica por los avances en igualdad de género y bienestar de las mujeres que debe ser celebrada en tanto es indicativa de una mayor libertad en sus decisiones vitales.

La etiqueta de “baja fecundidad” pasa a constituir una preocupación cuando constituye un “déficit de fecundidad” debido a la existencia de barreras estructurales

Los bajísimos niveles de fecundidad que presenta nuestro país no deben constituir, por tanto, una preocupación en relación a aquellas mujeres que libremente deciden no ser madres, sino por aquellas que sí quieren serlo, pero no han podido cumplir ese proyecto. En España, la mitad de las mujeres que han terminado su etapa reproductiva sin haber tenido descendencia manifiestan que sí habrían querido tenerla, pero que por distintos motivos no lo han hecho.5 Quienes nos dedicamos al estudio de la vida social sabemos bien que lo personal es político (como reza el lema feminista desde los años setenta) y, por tanto, merece atención en el ámbito público. Decisiones como la de ser madre/crear una familia no son tomadas en abstracto, sino que se deciden —de forma consciente o no— en función de factores como la situación laboral, los servicios públicos disponibles, los recursos de apoyo informal de los que se disponga o de la participación que en la decisión de ser madre tenga su pareja, en el caso de que la haya.

De esta forma, la etiqueta de "baja fecundidad" pasa a constituir una preocupación cuando constituye un "déficit de fecundidad", entendido como aquél que existe cuando las mujeres tienen menos hijos/as de los que desearían tener, debido a la existencia de barreras estructurales que les impiden desarrollar ese proyecto personal.

 

Las “barreras estructurales” que contribuyen a explicar los actuales niveles de fecundidad

La existencia de este tipo de barreras limitadoras de los proyectos vitales constituye una problemática a la que se debe dar respuestas desde el ámbito de las políticas públicas. En España, los actuales niveles de fecundidad no se ajustan a las preferencias de las familias; el número ideal de hijos/as que estas expresan de forma consistente en numerosos estudios se ha mantenido constante en las últimas décadas en torno a dos,6 lo que coincide con el tamaño de familia ideal existente en otros países europeos. Sin embargo, el número que de facto tienen en nuestro país ha ido disminuyendo progresivamente, alejándose cada vez más de ese proyecto deseado hasta alcanzar el año pasado los 1,19 hijos.

Esta distancia entre la realidad y las expectativas ha sido identificada como «infecundidad estructural»,7  un concepto que apunta a la idea de que las decisiones que están tomando las familias en torno a la fecundidad no se ajustan a sus preferencias, sino que son la consecuencia de una estructura social que impide, o al menos no favorece, tomar esa decisión.

No es ninguna novedad decir que el mercado laboral en España se caracteriza por la precariedad, la temporalidad y los bajos salarios. En términos de paro, las tasas de desempleo son persistentemente altas, especialmente entre la población migrante, las mujeres y las personas jóvenes.8 En el último trimestre del año pasado el paro entre las personas de 25 a 29 años era del 18,6%.9 Teniendo en cuenta que este grupo de edad es el que está acercándose al momento vital de tener descendencia, parece evidente que esta inestabilidad laboral constituye una primera barrera muy significativa.

Esta barrera es especialmente difícil de superar para las mujeres, para quienes la maternidad supone un “factor de riesgo” en el mercado laboral. Como se puede ver en la Figura 3, las tasas de empleo femenino descienden significativamente cuando las mujeres son madres, algo que no les ocurre a los hombres.

La precariedad es una barrera especialmente difícil de superar para las mujeres, para quienes la maternidad supone un “factor de riesgo” en el mercado laboral

Junto a este descenso del empleo, varios indicadores adicionales demuestran que la maternidad supone una retirada —total o parcial— de las mujeres del mercado  laboral y, por tanto, un riesgo: el 88% de las personas que se acogen a excedencias (no remuneradas) por cuidado de hijos son mujeres, según el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social; el 22% de las mujeres que tienen un empleo trabajan a tiempo parcial, porcentaje al que hay que añadir las mujeres que reducen su jornada laboral por cuidado de hijas e hijos. Y, por último, se estima que la penalización en términos salariales que supone la maternidad es del 11% en el primer año y del 28% en el largo plazo.10 Ser madre, en definitiva, supone para las mujeres un momento de transitar hacia unas nuevas responsabilidades de cuidado que son asumidas por ellas, de acuerdo a una división sexual del trabajo muy tradicional. Esta precariedad que experimentan las mujeres no es sino el reflejo de la existencia de profundas desigualdades de género en torno a los cuidados que constituye un desincentivo evidente para la fecundidad.

Figura 3. Tasa de empleo (25-54 años) según situación familiar. España, 2021.

Fuente: Eurostat, Labor Force Survey, código LFST_HHEREDCH.

 

Pero la relación entre las desigualdades de género y la fecundidad no se manifiesta únicamente en el mercado laboral; los niveles de fecundidad aumentan en aquellos contextos en los que existe una mayor corresponsabilidad entre hombres y mujeres también en el ámbito doméstico,11 una esfera en la que también España muestra un comportamiento tradicional. Las estadísticas oficiales llevan décadas apuntando a resultados contundentes: tanto en este país como en el resto de Europa, la proporción de mujeres que realizan tareas domésticas es mayor que la de hombres y, además les dedican un número mayor de horas.12 A modo de ejemplo, estudios recientes sobre España han mostrado que «en las parejas mayoritarias, aquellas en que ambos se encuentran ocupados, la brecha de género en el trabajo doméstico se puede cifrar en una hora y cuarenta y cinco minutos, y en unos cuarenta minutos en el cuidado de menores»,13 por lo que el actual modelo de distribución de las responsabilidades domésticas no contribuye a revertir la tendencia de descenso de la fecundidad, en tanto en cuanto sigue constituyendo un ámbito de desigualdad y sobrecarga para las mujeres que, como se ha mencionado, se observa en los países con una fecundidad más baja.

Más allá del mercado laboral o la escasa corresponsabilidad en el ámbito doméstico, otro elemento fundamental para entender los niveles de fecundidad de un país es la arquitectura de sus políticas familiares. Volviendo al planteamiento de que la brecha entre la fecundidad deseada y la real constituye un problema colectivo, las políticas públicas de apoyo a las familias pueden y deben constituirse en una herramienta transformadora fundamental para reducir dicha brecha. El diseño de un sistema combinado de servicios públicos de cuidados universales (escuelas infantiles), prestaciones por nacimiento prolongadas en el tiempo, unas medidas de conciliación de la vida laboral y familiar eficaces y un modelo de transferencias monetarias que reduzca el impacto negativo que supone tener hijos e hijas se ha identificado como la condición necesaria para incrementar los índices de fecundidad.14 En el caso español, sin embargo, el carácter errático de las políticas y las reducidas inversiones públicas hace que sea difícil reconocer siquiera la existencia de un "modelo" de ploíticas familiares,15 por lo que las políticas públicas se han constituido, en sí mismas, en otra barrera estructural —en lugar de un elemento facilitador— a la fecundidad.

Empezando por las políticas dirigidas a la conciliación de la vida laboral y familiar, se trata de medidas orientadas a facilitar las ausencias del mercado laboral en lo que supone un claro ejemplo de falta de perspectiva de género que transfiere la responsabilidad de los cuidados a las mujeres y que hace que sean ellas las que asuman el riesgo derivado de ser madres en términos laborales y de ingresos.

El carácter errático de las políticas en España y las reducidas inversiones públicas hace difícil reconocer la existencia de un “modelo” de políticas familiares

Los principales instrumentos son las excedencias o las reducciones de jornada, opciones ambas que implican una significativa reducción de los ingresos y que son utilizadas casi en exclusiva, como se ha mencionado más arriba, por las mujeres. Se da la paradoja de que la puesta en marcha de políticas de conciliación se ha materializado en medidas que asumen que, ante la imposibilidad de conciliar en términos reales, la única opción posible es facilitar las “salidas” —totales o parciales— de las mujeres del mercado laboral.

Más allá del ámbito laboral, el principal recurso que necesitan las familias para conciliar y, por tanto, que contribuye a generar una percepción sobre la existencia de apoyos colectivos suficientes a la maternidad, son los servicios de educación infantil de 0 a 3 años. Si bien es cierto que en los últimos años la red pública de escuelas infantiles ha ido aumentando (ver Figura 4), la cobertura no está garantizada por lo que en el año 2020 apenas un 23% (con diferencias territoriales) de los niños y niñas de entre 0 y 3 años tenían plaza en una escuela pública.

Figura 4. Porcentaje de menores de 0 a 3 años que asisten a escuelas infantiles públicas.

Fuente: elaboración propia a partir de las Estadísticas del Ministerio de Educación y Formación Profesional.

 

Por último, en cuanto a los permisos para cuidados, en España solo existe actualmente el permiso por nacimiento, que prevé 16 semanas para cada progenitor, pero no se contemplan otro tipo de permisos —que sí existen en otros países— para atender los cuidados durante los primeros años. La escasez de permisos da lugar a un nuevo elemento de inseguridad a las familias, al carecer de derechos reconocidos para atender las necesidades puntuales de cuidados que requieren los hijos e hijas una vez que termina el permiso por nacimiento.

Cabe señalar, antes de terminar este recorrido por las políticas familiares, que el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 está actualmente diseñando una nueva Ley de Familias que prevé la incorporación de nuevos permisos por cuidados y que tiene como objetivo precisamente transformar el actual modelo de políticas familiares o, mejor dicho, generar un modelo de políticas públicas más garantista, que ayude a transmitir a la ciudadanía la idea de “derechos”. Sin duda, avanzar hacia un modelo de políticas familiares planteado en términos de ciudadanía y de derechos constituye una condición necesaria para reducir las actuales barreras a la fecundidad. No obstante, se debe aclarar que las políticas familiares no consiguen, por sí mismas y de forma aislada revertir el actual descenso de la fecundidad, sino que deben ser puestas en marcha junto a otras medidas que actúen sobre el resto de barreras que se están señalando.16

El último elemento que es necesario apuntar como explicativo del continuado descenso de la fecundidad es el actual contexto —no solo nacional sino internacional— de incertidumbre.

Avanzar hacia un modelo de políticas familiares planteado en términos de ciudadanía y derechos constituye una condición necesaria para reducir las barreras a la fecundidad

Tradicionalmente, los momentos de crisis siempre han repercutido en descenso de la fecundidad, puesto que no son etapas que faciliten la decisión de tener hijos.17 La inestabilidad laboral, la inseguridad económica y la falta de apoyos públicos llevan décadas constituyendo obstáculos significativos para tener hijos, obstáculos que se han acentuado con la crisis del COVID-19 y el actual contexto de conflicto internacional. Sin embargo, el análisis comparativo demuestra que, mientras en España el descenso de la fecundidad se ha acentuado en los dos últimos años, los países que han implementado medidas de apoyo a la conciliación y de respuesta ante la crisis (principalmente los países escandinavos) han experimentado una ligera recuperación de la fecundidad en este mismo periodo.18 Este cambio de tendencia ha sido interpretado como un indicador del efectivo positivo que tiene en la fecundidad la generación de un sentimiento de confianza entre la ciudadanía con respecto a los apoyos públicos, cuando estos son mantenidos en el tiempo y son capaces de adaptarse ante coyunturas de especial necesidad.

 

La coordinación de medidas, clave para revertir la actual tendencia de la fecundidad

España cuenta en esta legislatura con un Ministerio para la Transición ecológica y el Reto demográfico, elevando así al máximo nivel en la acción gubernamental los retos que plantea la demografía, principalmente referidos a la bajísima fecundidad y el proceso de envejecimiento poblacional. La decisión de incluir estas temáticas en la esta estructura de gobierno supone la constatación de que “la cuestión demográfica” supone una preocupación colectiva que requiere de acciones directas por parte de las administraciones públicas. Esta preocupación aparece con frecuencia vinculada a la sostenibilidad de las pensiones, en la creencia de que las actuales tasas de natalidad (número de nacimientos anuales) no podrán sostener al creciente número de personas jubiladas. Sin embargo, esta simplista asociación entre baja natalidad y riesgo de pensiones ignora con frecuencia que las pensiones no se nutren de “población en general” sino de “personas empleadas”. Reducir los elevados y constantes niveles de desempleo existentes en nuestro país constituye una estrategia más realista a la hora de garantizar la sostenibilidad de las pensiones y reducir el impacto de estas sobre el Producto Interior Bruto, como así ha puesto de manifiesto en el análisis de los distintos escenarios de respuesta al envejecimiento poblacional elaborados en la Estrategia España 2050.19

El descenso de la fecundidad ha venido para quedarse. Los avances en igualdad de género y un cambio de valores donde los proyectos vitales individuales no pasan siempre por tener hijos implican necesariamente unos niveles de fecundidad bajos que debemos aceptar como el resultado de una mayor igualdad y una ruptura de la tradicional asimilación de las mujeres a las familias y a ser madres.

Partiendo de esta idea, es importante entender que es la creciente brecha entre la fecundidad deseada y la real la que debe establecerse como un motivo de preocupación colectivo sobre el que incidir. En este trabajo se han señalado algunos de los elementos fundamentales que explican la baja fecundidad a través de las dinámicas existentes en el mercado laboral, las políticas familiares o la corresponsabilidad entre hombres y mujeres en el ámbito doméstico, pero se podrían apuntar otros, como las dificultades de acceso a la vivienda que también supone un obstáculo evidente a la hora de decidir tener descendencia.

Los esfuerzos dirigidos a reducir la brecha de fecundidad deben constar de paquetes de medidas coordinadas que incidan en todas esas dimensiones de forma paralela, huyendo de soluciones mágicas y/o estrategias dirigidas simplemente a “tener más hijas/hijos”, como pretenden las políticas natalistas. Estas fórmulas, que incorporan medidas dirigidas casi en exclusiva a las mujeres mediante sistemas de excedencias no remuneradas y cheques-bebés puntuales, han demostrado ser ineficaces puesto que no analizan las causas estructurales que dificultan que las personas jóvenes puedan tener hijos, causas que requieren un cambio de modelo mucho más ambicioso. Se trata, en última instancia, de facilitar las condiciones para que las preferencias individuales sobre las aspiraciones familiares puedan ser desarrolladas sin que supongan un elemento extra de vulnerabilidad ni en el ámbito laboral ni en el personal.

 

Begoña Elizalde San Miguel es profesora en el Departamento de Sociología y Trabajo Social de la Universidad Pública de Navarra.

 

NOTAS:

1 Eurostat, Fertility Indicators, 2020.

2 Instituto Nacional de Estadística, 2021.

3 Marta Seiz, Teresa Castro-Martín, Julia Cordero Coma y Teresa Martín-García, «La evolución de las normas sociales relativas a las transiciones familiares en España», Revista Española de Sociología, núm. 31(2), 2022, pp. 1-28, disponible en: https://recyt.fecyt.es/index.php/res/article/view/89793/68117.

4 Albert Esteve y Rocío Treviño, «Los grandes porqués de la (in)fecundidad española», Perspectives demographiques, núm. 15, 2019, pp. 1-4, disponible en: https://ced.cat/PD/PerspectivesDemografiques_015_ESP.pdf.

5 Ibidem.

6 Tomáš Sobotka y  Éva Beaujouan, «Two is Best? The Persistence of a Two-Child Family Ideal in Europe», Population and Development Review, núm. 40(3), 2014, pp. 391-419, disponible en: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/j.1728-4457.2014.00691.x.

7 Bruna Alvarez y Diana Marré, «Motherhood in Spain: from the “baby boom” to “structural infertility”», Medical Anthropology, núm. 41(6-7), 2022, pp. 718-7331, disponible en: https://onlinelibrary.wiley.com/doi/full/10.1111/j.1728-4457.2014.00691.x.

8 María José Moral. «El mercado de trabajo», en María José Moral, Manual de Economía Española, Funcas, Madrid, 2022.

9 INE, Encuestas Población Activa, 4 Trimestre, 2021.

10 Alicia de Quinto, Laura Hospido y Carlos Sanz. «The Child Penalty in Spain», Documentos Ocasionales, núm. 2017, Madrid: Banco de España, 2020, disponible en: https://www.bde.es/f/webbde/SES/Secciones/Publicaciones/PublicacionesSeriadas/DocumentosOcasionales/20/Files/do2017e.pdf.

11 Frances Goldscheider, Eva Bernhardt y Trude Lappegård, «The gender revolution: A framework for understanding changing family and demographic behavior», Population and development review, núm. 41(2), 2015, pp. 207-239, disponible en: https://doi.org/10.1111/j.1728-4457.2015.00045.x.

12 Laura Lükmann, «When parents wish to reduce their working hours: does sorting into occupations and work organizations explain gender differences in working-time adjustments?», Journal of Family Research, núm. 33(3), 2021, pp. 1-37, disponible en: https://doi.org/10.20377/jfr-496.

13 Marc Ajenjo y Joan García Román, «La persistente desigualdad de género en el uso del tiempo en España», Perspectives demographics, núm. 14, 2019, p. 3, disponible en:  https://ced.cat/PD/PerspectivesDemografiques_014_ESP.pdf

14 Begoña Elizalde-San Miguel, Vicente Díaz Gandasegui y M. Teresa Sanz García, «Family Policy Index: A Tool for Policy Makers to Increase the Efectiveness of Family Policies», Social Indicators Research, núm. 142, 2019, pp. 387-409, disponible en: https://link.springer.com/article/10.1007/s11205-018-1920-5.

15 Luis Ayuso y Milagrosa Bascón, «El descubrimiento de las políticas familiares en España: entre la ideología y el pragmatismo», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, núm. 174, 2021, pp. 3-22, disponible en: http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_174_011615205527045.pdf.

16 Begoña Elizalde-San Miguel, Vicente Díaz Gandasegui y María T. Sanz García, «Growing Pains: Can Family Policies Revert the Decline of Fertility in Spain», Social Inclusion, núm. 11 (1), 2023. DOI: https://doi.org/10.17645/si.v11i1.6141.

17 Francesca Luppi, Bruno Arpino y Alesandro Rosina, «The impact of COVID-19 on fertility plans in Italy, Germany, France, Spain and the United Kingdom», Demographic Research, núm. 43(47), 2020, pp. 1399-1412, disponible en: https://www.demographic-research.org/volumes/vol43/47.

18 Jessica Nisén, Marika Jalovaara, Anna Rotkirch y Mika Gissler, «Fertility recovery despites de COVID-19 pandemic in Finland?», SocArXiv Flux, núm. 4, 2022, disponible en: https://doi.org/10.31235/osf.io/fxwe3.

19 Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de Largo Plazo (coord.), «España 2050. Fundamentos y propuestas para una Estrategia Nacional de Largo Plazo», Ministerio de la Presidencia, Madrid, 2021, p. 225, disponible en: https://www.lamoncloa.gob.es/presidente/actividades/Documents/2021/200521-Estrategia_Espana_2050.pdf.

 

Acceso al texto completo del artículo en formato pdf: El descenso de la fecundidad: un déficit de bienestar colectivo sobre el que la demografía lleva años alertando.


Factor demográfico y crisis ecosocial

Artículo de Santiago Álvarez Cantalapiedra publicado como Introducción del número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

El mundo ha superado recientemente la cifra de 8.000 millones de seres humanos. Hace apenas dos siglos había 1.000 millones de personas sobre la faz de la tierra, que en promedio vivían 35 años; hoy, no solo somos ocho veces más, sino que vivimos el doble.

El impulso demográfico más intenso se ha producido en los últimos cincuenta años, cuando la población mundial pasó de 4.000 millones en 1974 a 8.000 millones en 2022, mientras la esperanza de vida mundial se incrementaba en ese mismo periodo en 13 años.1 Por otro lado, esa población está geográficamente distribuida de manera muy desigual y con dinámicas demográficas muy dispares, por lo que el envejecimiento y el declive demográfico empiezan a ser un hecho en gran parte del mundo (la mitad de la población mundial vive ya en países donde la fecundidad está por debajo del nivel de reemplazo de 2,1 hijos por mujer),2 mientras que en otras zonas -África, principalmente- la juventud y el crecimiento demográfico seguirán siendo la norma durante años.

Además, la población mundial se ha hecho urbana. Desde el año 2007, por primera vez en la historia de la humanidad, viven más personas en las ciudades que en el campo simbolizando el abandono de lo que la especie humana fue desde su aparición: una especie formada por cazadores, recolectores y productores de alimentos.

En consecuencia, en el transcurso de dos generaciones hemos “llenado el mundo” y en apenas una el “hábitat humano ha pasado a ser urbano”. Eso ha comportado un impacto ecológico colosal al reflejar la aceleración de la ruptura metabólica que se venía fraguando desde la revolución industrial y que nos ha conducido a la situación de extralimitación en que nos encontramos. Así pues, la dinámica demográfica no puede disociarse del tipo de intercambio con la naturaleza que la civilización industrial capitalista impuso hace doscientos años como tampoco cabe obviar, en el contexto de extralimitación y destrucción en el que estamos, que la demografía representa un factor para tener en cuenta en la actual crisis ecosocial.

 

El peso de la demografía

La importancia de la demografía se deja ver en la evolución social, económica, geopolítica y ecológica del mundo. Más de la mitad de la población mundial vive en el continente asiático, particularmente en la franja que va desde el sur al este (que incluye Pakistán, India, Bangladesh, China, Vietnam, Tailandia, Myanmar, Indonesia y las islas Filipinas), y hacia allí se está desplazando el centro de gravedad económico, político y cultural que está armando el poder global al inicio de este siglo.

Pero el dinamismo demográfico se sitúa, según las proyecciones, en África, el único continente donde aún hay más población rural que urbana. Se estima que la población del continente se duplicará en menos de treinta años (alcanzando la cifra de 2.500 millones en el año 2050), por lo que para entonces más de una cuarta parte de la humanidad será africana. El crecimiento poblacional de África es dos veces el del Sureste asiático y casi tres veces el de América Latina, y lo que impulsa esa dinámica es el hecho de que en la mayoría de los países africanos alrededor del 70% de su población sea menor de 30 años.

Esto contrasta fuertemente con la situación del resto del mundo, donde la población autóctona envejece aceleradamente. España y la UE representan casos paradigmáticos. Según los datos más recientes del INE, la población de España aumentó en 182.141 personas durante la primera mitad del año 2022 y se situó en 47.615.034 habitantes, pero ese crecimiento se debió a un saldo migratorio positivo de 258.547 personas, que compensó con creces un saldo vegetativo negativo de 75.409 personas.3

Las previsiones de que se reduzca la población española en las próxima décadas, al tiempo que se incrementa su edad promedio, hacen que se hable de la dinámica demográfica como un reto de primer orden cuyos efectos se sentirán en los patrones de consumo y de ahorro, en la evolución de la fuerza laboral y en la eficacia del sistema de bienestar social al implicar un incremento significativo del gasto público en pensiones, sanidad y servicios sociales.4 Al problema del envejecimiento se suma además el de la distribución geográfica, de manera que las zonas más envejecidas coinciden además con las más despobladas. España es un reflejo de lo que está sucediendo en el resto de la UE: sin la migración, la población europea se habría reducido en medio millón durante el año 2019, dado que los nacimientos representaron 4,2 millones frente a los 4,7 millones de decesos.

 

Brecha demográfica

Esta disparidad de dinámicas entre países y continentes está provocando cambios profundos en el mundo que conocemos, creando la mayor brecha demográfica de la historia. Por un lado, los viejos países centrales del capitalismo global, que han concentrado el poder mundial durante los últimos siglos, se están convirtiendo en las sociedades más avejentadas del planeta. Por contraste, en las naciones más pobres y menos poderosas (la periferia más subordinada del capitalismo mundial) es donde reside hoy la mayor parte de la población joven. Esta división será un factor clave que impulsará las relaciones políticas, económicas y culturales durante las próximas décadas, alterando no solo la importancia económica de los países y los flujos del comercio internacional, sino también casi todos los órdenes de la vida como la creatividad y la innovación tecnológica, el papel y peso de las distintas religiones, la diversidad social y los patrones migratorios.

 

¿El siglo de las migraciones?

Podría pensarse que las brechas y desequilibrios demográficos impulsarán indefectiblemente los procesos migratorios. Los países centrales del capitalismo más añejo encontrarían en la inmigración la solución a sus problemas, mientras que la población joven de los países pobres hallaría fuera de sus fronteras las oportunidades que no tiene en sus lugares de nacimiento.5 El asunto, sin embargo, no es tan simple ni automático como aparenta, pero ayuda a situar la cuestión migratoria como «piedra de toque para discriminar entre opciones emancipatorias y regresivas».6 Dentro de las posturas regresivas, algunos contemplan la migración como una tabla de salvación, mientras que otros ven en el mismo fenómeno la peor de las amenazas.7

Las opciones emancipatorias, alejadas de esta visión instrumental de las migraciones como oportunidad o amenaza, ponen de manifiesto que lo que se trasluce de todo ello no es sino el intento de los viejos centros capitalistas de aferrarse a un modo de vida imperial que la crisis ecosocial nos revela que solo puede mantenerse a fuerza de profundizar en el ecocidio y el genocidio. Volveremos sobre ello más adelante, pues lo que ahora interesa es enmendar alguna distorsión importante en torno a cómo se suelen contemplar los procesos migratorios.

Para empezar, no hay una invasión derivada de un supuesto crecimiento desbordado de las migraciones internacionales. Se estima que el número de migrantes internacionales (personas que viven en un país del que no son ciudadanos) alcanzó una cifra alrededor de los 272 millones en 2019.8 Un porcentaje de la población que oscila entre el 3 y el 3,5% de la población mundial y que se ha mantenido sin grandes variaciones a lo largo de las últimas décadas,  pues -como sostienen los premios Nobel Barnejee y Duflo- «en el año 2017, la proporción de migrantes internacionales en relación con la población mundial era casi la misma que en 1960 o 1990: el 3 por ciento».9 Muy lejos de los porcentajes de la gran migración europea de finales del XIX y principios del XX: con un 6%. Por otro lado, las desigualdades y brechas económicas por sí solas no resultan suficientes para explicar el movimiento transfronterizo de personas. Si la migración solo respondiera a la desigualdad de ingresos, sería difícil explicar por qué los migrantes no eligen sistemáticamente a los países más ricos o por qué los niveles de migración difieren entre países con niveles similares de ingresos. Tampoco lograría explicar por qué algunos migrantes regresan a sus países de origen aun cuando las diferencias de ingresos entre el origen y el destino se siguen manteniendo.

Los modelos migratorios que se basan únicamente en las disparidades económicas no logran capturar las diferencias más amplias en los marcos sociales, políticos e institucionales y el hecho de que son los conflictos y la violencia los que obligan a las personas a abandonar sus países, al igual que, cada vez más, los eventos climáticos extremos y la degradación ecológica que sobre su territorio provoca el modo de vida de la civilización industrial capitalista.

Teniendo esto presente, conviene volver a las cifras de las migraciones internacionales. Si bien se ha resaltado que estamos lejos de encontrarnos ante un fenómeno masivo y que la evolución ha sido relativamente estable en la última mitad del siglo XX, también es cierto que desde el inicio del tercer milenio el volumen de migrantes internacionales se ha incrementado en más de un 50% (unos 108 millones en términos absolutos), pasando de 173 millones en el año 2000 (con una población mundial de 6.145 millones) hasta los 281 millones en 2020 (sobre una población mundial de 7.900). Así pues, se puede concluir que durante las dos primeras décadas del nuevo siglo el ritmo de incremento de los migrantes (un 38,4%) ha sido significativo y superior al de la población (22,2%).

Detrás de este nuevo impulso es muy probable que se encuentre el importante aumento en el número de personas desplazadas por la fuerza en todo el mundo. Según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) durante el año pasado el desplazamiento forzado superó los cien millones de personas.10 Hay que observar la evolución reciente: el desplazamiento forzado alcanzó en el año 2014 una magnitud que no se había registrado desde la II Guerra Mundial. De los 59,5 millones de desplazados por la fuerza en el mundo en esas fechas, 19,5 eran refugiados y 1,8 solicitantes de asilo (el resto –38,2 millones– desplazados internos)11 Desde entonces no ha dejado de crecer hasta alcanzar los 100 millones mencionados.

La mayor parte de esas personas huyen de la violencia generalizada o de la violación de los derechos humanos (proceden de zonas de conflicto como Ucrania, Siria, Irak, Somalia, Sudán del Sur, la República Democrática del Congo, Eritrea o Palestina), pero los organismos internacionales advierten de que el incremento de la diáspora global en el futuro se deberá sobre todo a la expulsión de la población de sus territorios como consecuencia  de la destrucción de los hábitats donde viven (y eso tiene que ver directamente con la crisis ecológica y, concretamente, con los efectos del cambio climático).12 La violencia derivada de los conflictos y la expulsión asociada a la destrucción de los hábitats no son factores que actúen aisladamente, sino que se retroalimentan entre sí construyendo un entramado que incide sobre la población en una misma dirección.

 

Crisis ecosocial, expulsiones y demografía

La degradación de los hábitats y los impactos catastróficos de los eventos climáticos extremos actúan como potentes elementos expulsores de población e importantes factores de desestabilización. Entremezclados con otras crisis y conflictos preexistentes, constituyen un cóctel explosivo, especialmente en ese conjunto de estados económica y políticamente maltratados a lo largo de la historia del capitalismo que se extiende en torno al ecuador del planeta y donde el cambio climático comienza a golpear más fuerte por su importante dependencia de la agricultura y la pesca. Son, por otra parte, los países con mayor dinamismo demográfico y que sufren en mayor medida los daños de un modo de vida imperial que tiene a las mujeres, a la naturaleza y a los pueblos del Sur como colonias.13

 

Desafíos

La arena exterior hacia la que trasladaba geográfica y temporalmente sus contradicciones el capitalismo ha ido despareciendo a media que se ha hecho global. La válvula de escape de las presiones que la civilización industrial capitalista somete a la biosfera está a punto de saltar por los aires por la convergencia de tendencias que conducen al desastre. El modo de vida imperante, que tantos privilegios concentra en una parte de la humanidad a costa de dañar la dignidad y supervivencia de la otra parte, necesita urgentemente ser desenmascarado y desmontado al mostrarse profundamente incompatible con altos niveles de población (y persistencia de otras especies) en un contexto de extralimitación.

No parece que podamos orillar por más tiempo la necesidad de racionalizar y regular conscientemente las relaciones sociales y los intercambios con la naturaleza. La regulación consciente de las relaciones humanas debería incluir también los aspectos demográficos, tanto en lo que se refiere al volumen de población como a los flujos migratorios, y hacerlo con criterios de justicia (social, ecológica y de género) para que no se convierta en una estrategia que persiga preservar un modo de vida que solo puede mantenerse descartando a una parte de la humanidad y al resto de especies.

Sin dejar de prestar atención preferente al modo de producción y consumo, preguntándonos acerca de qué producir, cómo hacerlo y con qué criterios distributivos, que siguen siendo la cuestiones centrales y esenciales, debemos abordar también con las máximas cautelas y en toda su complejidad los asuntos demográficos. Máximas cautelas porque, como recuerda el pensamiento feminista, el control de la población suele interpretarse, en el marco del capitalismo patriarcal, como una instrumentalización tecnocrática del cuerpo y la fertilidad de las mujeres.14 La “población” son seres humanos y no una “variable” susceptible de ser manejada tecnocráticamente. Pero hay ciertas evidencias, que surgen de la fuerte relación entre las tasas de disminución de la fertilidad y el aumento de la autonomía de las mujeres a través de la educación y el acceso a los servicios de salud reproductiva, que deben ser potenciadas y completadas con otras medidas que persigan aumentar el control efectivo de las mujeres sobre sus propias vidas. Por otro lado, el control poblacional se hace aún más complejo y necesitado de regulaciones bioéticas desde el momento en que hemos desarrollado una biotecnología capaz de controlar sin cortapisas la evolución biológica de la especie humana.

Algo parecido cabría decir de la regulación de los flujos migratorios. La instrumentalización de las migraciones procedentes del Sur para resolver los problemas de las sociedades avejentadas del Norte global no servirá más que para legitimar las enormes injusticias y desigualdades existentes. Es preciso revisar el ordenamiento jurídico internacional para reconocer derechos a la naturaleza y las nuevas realidades sociales que surgen del deterioro ecológico.

Un primer paso puede ser ampliar el concepto jurídico de refugiado: «Las razones que pueden aducir quienes se encuentran en una situación de riesgo real de daño irreparable para su vida y dignidad por motivos medioambientales son equiparables a los motivos contemplados por la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 para otorgar refugio a las personas que huyen de la violencia o de la persecución».15 Necesitamos por tanto un nuevo enfoque con que contemplar las migraciones y la política migratoria basado en el deber de acogida asociado al grado de la responsabilidad contraída históricamente por siglos de colonialismo, desposesión y destrucción.

Santiago Álvarez Cantalapiedra, es director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

 

Puedes descargar el texto completo en formato pdf: Factor demográfico y crisis ecosocial

 

NOTAS

[1] https://datos.bancomundial.org/indicador/SP.DYN.LE00.IN

[2] La proyección más reciente, publicada en el año 2020 por el Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME) de la Universidad de Washington señala que para finales de este siglo 183 de los 195 países del mundo tendrán una tasa de fertilidad por debajo del nivel de reemplazo. Stein Emil Vollset, Emily Goren, Chun-Wei Yuan, Jackie Cao, Amanda E Smith et al.: «Fertility, mortality, migration, and population scenarios for 195 countries and territories from 2017 to 2100: a forecasting analysis for the Global Burden of Disease Study», The Lancet, Vol 396, 17 de octubre 2020, pp. 1285-1306, disponible en: https://www.thelancet.com/article/S0140-6736(20)30677-2/fulltext]

[3] INEbase / Demografía y población /Cifras de población y Censos demográficos /Cifras de población / Últimos datos

[4] Esta situación ha hecho que el Banco de España, en su Informe Anual 2018, dedicara por primera vez un capítulo (el cuarto) a las consecuencias económicas del cambio demográfico, disponible en: https://www.bde.es/bde/es/secciones/informes/informes-y-memorias-anuales/informe-anual/index2018.html]

[5] Desde una perspectiva meramente instrumental (y acorde con la más pura lógica descarnada de los intereses económicos vigentes), las respuestas al declive demográfico no pasarían únicamente por potenciar la inmigración. También cabría contemplar políticas en favor de las oportunidades a la población más joven y políticas de adaptación a una sociedad con mayor presencia de personas mayores. Las primeras -adoptando un prisma pro-natalista (y sin una necesaria conexión con la justicia social y de género)- abordarían los problemas de precariedad juvenil, emancipación tardía y cambio cultural en relación con los modelos de familia, abogando por mayores ayudas públicas a las mujeres en edad fértil y la remoción de los obstáculos a la conciliación de la vida laboral con la familiar y a la corresponsabilidad en la crianza. Las segundas, orientadas a la potenciación de los mayores defenderían que, dada la mayor longevidad de la población, habría que aprovechar la experiencia y el aprendizaje acumulado a lo largo de toda una vida incentivando la permanencia en el mercado laboral de las personas mayores a través de fórmulas flexibles de envejecimiento activo basadas en la voluntariedad.

[6] Jorge Riechmann, «¿Somos demasiados? Reflexiones sobre la cuestión demográfica», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, nº 148, 2020, p. 26, disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2020/01/Reflexiones-sobre-cuestion-demografica-J.Riechmann.pdf 

[7] Aquí se situarían las supercherías conspirativas de la extrema derecha convergentes en la idea del «gran reemplazo», según la cual se estaría favoreciendo la sustitución de la población autóctona por población extranjera a través de la inmigración masiva, con lo que la “cultura e identidad” de los primeros se encontraría ante el riesgo de desaparecer por el dinamismo demográfico del foráneo. Se trata de posiciones sin ningún fundamento que se asientan en visiones raciales y culturales supremacistas.

[8] UNDESA, World Social Report 2020, p. 130, disponible en: https://www.un.org/development/desa/dspd/world-social-report/2020-2.html 

[puede consultarse en: https://www.un.org/development/desa/dspd/world-social-report/2020-2.html]

[9] Abhijit V. Banerjee y Esther Duflo, Buena economía para tiempos difíciles, Taurus, Barcelona, 2020, p. 25.

[10] https://www.acnur.org/noticias/press/2022/5/6286d6ae4/acnur-ucrania-y-otros-conflictos-impulsan-el-desplazamiento-forzado-que.html

[11] ACNUR, Tendencias globales. Desplazamiento forzado en 2014, UNHCR, 18 Jun 2015. disponible en: https://www.acnur.org/fileadmin/Documentos/Publicaciones/2015/10072.pdf

[12] Son cada vez más numerosos los estudios que muestran esta tendencia. Véase, por ejemplo, los informes Groundswell del Banco Mundial, que estudian la escala, trayectoria y patrones espaciales de la futura migración provocada por impactos climáticos dentro de los países en tres grandes regiones: África al sur del Sahara, Asia meridional y América Latina. Puede consultarse también el informe de la Universidad de Bolonia y WeWorld: ¿Más allá del pánico?: análisis de los desplazamientos climáticos en Senegal, Guatemala, Camboya y Kenia, publicado en el marco del proyecto Climate of Change financiado por la Unión Europea, donde se recogen testimonios de personas afectadas en los cuatro países objeto de estudio, disponible en: https://www.alianzaporlasolidaridad.org/axs2020/wp-content/uploads/revisado-Mas-alla-del-panico-digital.pdf

[13] María Mies y Vandana Shiva, Ecofeminismo (teoría, crítica y perspectivas), Icaria, Barcelona, 2015. Sobre las pulsiones extractivistas y el modo de vida imperial puede consultarse el capítulo 8 «La era de las consecuencias» de mi libro La gran encrucijada, crisis ecosocial y cambio de paradigma, HOAC, Madrid, 2019.

[14] Anna Bosch, Cristina Carrasco y Elena Grau, «Verde que te quiero violeta», en Enric Tello: La historia cuenta, El Viejo Topo, Barcelona, 2005.

[15] VVAA, «Migraciones y fronteras en un marco de justicia global», Tiempos de Transiciones, Foro de Transiciones, 2021, p. 12, disponible en: https://forotransiciones.org/wp-content/uploads/sites/51/2021/12/MIGRACIONES_def.pdf


La desigualdad es la peor pandemia

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El número 154 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global recoge en su sección A FONDO un texto de Joan Benach titulado La desigualdad es la peor pandemia1  donde el autor aborda las lecciones tan relevantes que la pandemia del coronavirus nos ha dado, como apreciar la importancia del trabajo “esencial” que realiza una clase trabajadora precarizada y despreciada, comprender la relevancia crucial de la sanidad pública y los cuidados en nuestras vidas, o estimar que somos una especie frágil y dependiente de los demás y de una naturaleza de la que formamos parte.

El sufrimiento, enfermedad y muerte masivos creados por el coronavirus, no solo constituyen un enorme problema de salud pública, sino que la pandemia es un “catalizador” que amplifica y extiende desigualdades, a su vez generadoras de una multiplicidad de epidemias sociales interrelacionadas.

Este artículo explica por qué las principales causas que configuran la salud colectiva son socio-políticas, describe sus efectos sobre la inequidad, muestra por qué la desigualdad social ha generado una “pandemia de desigualdad”, analiza las limitaciones de la gestión política realizada durante la pandemia, explicita por qué es fundamental disponer de una “vacuna social” que pueda hacer frente a la desigualdad de salud y, finalmente, muestra por qué nuestro peor “virus” es el capitalismo neoliberal

Casi todas las enfermedades interactúan dentro de un contexto social caracterizado vez por la pobreza, las privaciones materiales y desigualdades sociales crecientes. También en el caso de la COVID-19 observamos cómo la confluencia simultánea de numerosos determinantes sociales como las condiciones de empleo y trabajo (donde se incluye el trabajo doméstico y de cuidados), la riqueza y su distribución, la accesibilidad y condiciones de vivienda, el tipo de transporte y movilidad, los servicios disponibles (incluyendo los sanitarios y sociales), y el entorno ambiental, entre otras, generan cambios significativos en los indicadores de salud en determinadas áreas geográficas y grupos sociales. Por ejemplo, el mayor riesgo de contagio que sufren grupos de población precarizados, desahuciados, migrantes, etc, a causa de la posibilidad o no de teletrabajar, mantener la distancia social y usar (y poder cambiar con frecuencia) mascarillas, vivir en lugares no hacinados, desplazarse de forma segura, o sencillamente poder permitirse una atención sanitaria y de cuidados de calidad.

Además, fruto en gran parte de sus condiciones sociales, estos grupos sufren también más factores de riesgo y enfermedades (hipertensión arterial, obesidad, diabetes, enfermedades del corazón, etc), lo cual les hace más susceptibles a que el coronavirus produzca un impacto más grave. Todos esos factores conforman las condiciones de vida y trabajo de la gente, en lo que desde hace años los especialistas de salud pública suelen llamar “determinantes sociales” de la salud y la desigualdad, que en gran medida conforman la salud de los grupos sociales.

En la COVID-19 observamos como la confluencia simultánea de numerosos determinantes sociales generan cambios significativos en los indicadores de salud.

Como ha señalado el historiador y urbanista Mike Davis, el coronavirus es una "constelación de epidemias"2 generada por factores socioeconómicos y sanitarios estrechamente interrelacionados que sinérgicamente aumentan la probabilidad de ser contagiado, enfermar y morir.3 Así pues, para entender adecuadamente las desigualdades de salud, debemos cambiar el concepto de “vulnerabilidad” por el de “determinación social de la salud”4

Durante la actual pandemia, la clase social, la raza o la etnicidad, la edad, la situación migratoria y el lugar donde se vive son, además de la edad, los determinantes de salud fundamentales que explican tanto las acusadas diferencias observadas en la incidencia y en la mortalidad producida por el coronavirus. Por ejemplo, las clases trabajadoras más precarizadas se desplazan desde el extrarradio hasta el centro para realizar los servicios de limpieza, mantenimiento, reparto, cuidados, etc. Este es un factor determinante, aunque no el único, que explica por qué los brotes de la pandemia no se distribuyen aleatoriamente sino que se concentran en los barrios más pobres de ciudades como Madrid o Barcelona. Además, la COVID-19 confirma también la conocida existencia de un gradiente social de la salud, es decir, a medida que empeora la situación socioeconómica de los grupos sociales y los barrios, también empeora gradualmente la salud.5 Por todo ello, las autoridades políticas deben tener en cuenta la determinación social de la salud y el impacto de las intervenciones en las desigualdades no sólo en el corto plazo para enfrentar la COVID-19, sino también con una mirada a largo plazo que sitúe la actual pandemia como un eje más de la crisis sistémica que debemos atajar en la próxima década. Por otro lado, el grueso de la población debería poder también estar informada y concienciada, no sólo porque tanto en España como en el resto del mundo todo indica que nos enfrentaremos a brotes recurrentes de la COVID-19 con un fuerte impacto poblacional, sino porque las desigualdades de salud no dejarán de aumentar.

 

La desigualdad social incrementa una desigualdad pandémica

España es uno de los países más desiguales de la UE-15. La fuerte brecha entre ricos y pobres tiene mucho que ver con la especial estructura productiva del país (centrada en los sectores de la construcción, inmobiliario y turístico), unas políticas redistributivas y estado del bienestar débiles, y un mercado laboral y de vivienda altamente precarizados.

Tras la Gran Recesión de 2008, la “recuperación económica” de 2014 a 2019 se vio acompañada de una pobreza y precariedad cada vez más estructural, especialmente entre unos jóvenes, mujeres, migrantes y clases populares que sufren unos altos niveles de pobreza, desempleo, precarización laboral, desahucios, exclusión social, servicios sociales deficientes, etc.6 Durante esos mismos años, las políticas de austeridad neoliberal impulsadas por las elites capitalistas españolas7 con el apoyo y connivencia de la UE y las grandes instituciones internacionales (FMI, BM, OCDE), mercantilizaron cada vez más los servicios sociales, la sanidad y la educación. Por ejemplo, en 2019 solo Rumanía tenía una tasa de trabajadores pobres más alta que España en toda la UE,8 y a principios de 2020, antes de empezar la pandemia, el relator de Naciones Unidas Philip Alston señaló que España era un "país roto" que había abandonado a las personas en situación de pobreza y que no tomaba en serio los derechos sociales.9

El “shock pandémico” ha empeorado la situación10 Según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), en la segunda mitad de 2020 España fue el país de Europa donde más aumentó la desigualdad salarial (57%) debido a la pandemia hasta alcanzar una ratio de 36,1 entre el decil más alto y el más bajo.11 La causa fue sobre todo la pérdida de empleo y reducción de horas de trabajo en ocupaciones “esenciales” (hostelería, comercio, turismo) con bajos salarios, que se vieron más afectadas por las restricciones, sobre todo en el caso de las mujeres.

Es necesaria una mirada a largo plazo que sitúe esta pandemia como un eje más de la crisis sistémica que hay que atajar en la próxima década. 

Estamos pues ante una pandemia de desigualdad generada socialmente.12 Se estima que la “desigualdad pandémica” ha aumentado la pobreza en un millón de personas hasta alcanzar casi 11 millones de personas (23% de la población) que sobreviven con poco más de 700 euros al mes, muchos de los cuales están en una situación de pobreza extrema (11% de la población) con menos de 500 euros mensuales. Los colectivos más afectados por la pobreza son las personas sin hogar, trabajadores/as en la economía sumergida, hogares pobres con infantes, y colectivos como los migrantes (57% pobres), especialmente 300.000 personas sin papeles, las mujeres (57% de las personas subempleadas y 73% de quienes trabajan a tiempo parcial), y los jóvenes menores de 20 años (55% de desempleo). Por ejemplo, en Catalunya una de cada cinco personas (1,5 millones de personas) necesitó la ayuda de Cruz Roja para comer en algún momento del “año pandémico” (inicio marzo 2020 a finales febrero 2021). La mitad de los atendidos perdió su empleo, un 15% sufrió alguna enfermedad, la mitad siente malestar emocional, mientras que sólo el 16% percibe el Ingreso Mínimo Vital o la Renta Garantizada de Ciudadanía.13

Enric Morist, coordinador de la Cruz Roja en Catalunya, se ha referido a las sucesivas olas de pobreza pandémicas señalando que “lo que estamos viviendo solo es comparable con la posguerra",14 mientras que el presidente de la misma entidad, Josep Quitet, ha apuntado que los 74 centros de distribución de alimentos, son auténticas “UCI sociales”. Más pronto o más tarde se frenará la pandemia, pero si no se detienen las causas políticas profundas que la han originado y las desigualdades sociales que amplifican de forma sistémica sus consecuencias, las desigualdades de salud seguirán afectando a poblaciones que, más que ser “vulnerables”, han sido "vulneradas".15

 

Características y límites de la gestión pandémica

De forma muy general, la pandemia ha generado tres modelos principales de gestión. El primero, representado sobre todo por Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil (también Boris Johnson al principio), es un modelo que podemos llamar "necrofílico" y que se caracteriza por haber recortado y desmantelado todo lo que tuviera que ver con la salud pública mediante una estrategia autoritaria de corte neofascista muy asociada a los intereses del capital financiero y las empresas farmacéuticas, y con un fuerte desprecio por la vida de aquellos que "no son dignos de vivir", si lo decimos como lo decían los nazis.16 El segundo modelo es el modelo "preventivo-institucional" de muchos países asiáticos y Oceanía, como Taiwán o Nueva Zelanda, previamente alertados por anteriores pandemias. Son países que han actuado con radicalidad para eliminar la transmisión comunitaria mediante una estrategia 'COVID-0' con intervenciones rápidas y contundentes pruebas y rastreo de contagio masivos, aislamiento de contactos, controles fronterizos estrictos, y mensajes y acciones de refuerzo de la salud pública.

Aparte de tener un impacto en salud pequeño, la crisis económica producida por la pandemia también ha sido inferior. Cabe resaltar también el éxito de Cuba o la región de Kerala en la India, territorios con recursos limitados, pero fuertes políticas de salud pública y acción colectiva comunitaria. Por ejemplo, a finales de febrero de 2021 Cuba (11,3 millones de habitantes) solo tenía 45.361 casos y 300 muertes por COVID-19, mientras que el área metropolitana de Nueva York (18,8 millones) contaba con más de 700.000 casos y casi 29.000 muertes, y Suiza (8,6 millones) con más de 550.000 casos y más de 9.200 muertes.17 Finalmente, tenemos un modelo "reactivo-empresarial" de la gran mayoría de países europeos y americanos, que se han centrado en un permanente bloqueo/liberación de actividades y confinamientos para minimizar los daños económicos, tratando de reducir el impacto de salud solamente cuando el sistema sanitario llegaba al límite.

En la segunda mitad de 2020 España fue el país de Europa donde más aumentó la desigualdad salarial (57%) debido a la pandemia. 

El gobierno español (y el de muchas comunidades autónomas, donde ha sido especialmente negativo el caso de la Comunidad de Madrid) han realizado una gestión deficiente frente a la pandemia. Se optó por "convivir con el virus" mediante confinamientos y restricciones, en lugar de querer controlarlo y eliminarlo con una estrategia de salud pública utilizando con rapidez y eficiencia todos sus instrumentos planificación, vigilancia y análisis epidemiológico, educación sanitaria comunitaria, análisis de los determinantes sociales y equidad, entre otras herramientas y estrategias.

Las principales limitaciones y errores de gestión pueden seguramente resumirse en seis apartados:

Primero, ha faltado una visión más sistémica e integrada de la pandemia, con un conocimiento de salud pública y las ciencias sociales más adecuado y profundo en lugar de enfatizar casi exclusivamente el conocimiento clínico, virológico y epidemiológico.

Segundo, se ha realizado una gestión con escaso liderazgo y coordinación, y con una visión más reactiva que preventiva de la salud.

Tercero, ha sido un agestión poco transparente y democrática, donde se han echado en falta campañas educativas comunitarias desde el principio de la pandemia, con temas clave como la prevención, la protección del riesgo, evitar estigmatización, una mejor comunicación para ayudar a evitar las fake news, etc.

Cuarto, no se fortalecieron de forma urgente y contundente las residencias, la salud comunitaria, servicios sociales, la atención primaria y la salud pública, con la contratación masiva de rastreadores y pruebas diagnósticas, en lugar de seguir mercantilizando la sanidad con subcontrataciones a empresas privadas.

Quinto, se debía haber actuado en mucha mayor medida ante las desigualdades, invirtiendo masivamente en la protección social y económica de la población más vulnerabilizadas, sobre todo las poblaciones y barrios más desfavorecidos y quienes viven sin hogar.

Sexto, no se puesto énfasis en la necesidad de generar una participación más activa de la comunidad fomentando acciones solidarias y de apoyo social colectivas, tal y como ha sucedido en algunos países.

Cara al futuro, además de una evaluación detallada de los impactos de la pandemia, habrá que fortalecer y desarrollar una agencia nacional de salud pública capaz de prevenir y controlar las muchas amenazas a la salud pública existentes y las futuras pandemias que muy probablemente vendrán.

 

Una “vacuna social” para acabar con el “apartheid” de vacunas

La COVID-19 es un problema de salud pública, económico y social cuyos efectos a medio y largo apenas si empezamos a conocer.18 Globalmente, el coronavirus afectará especialmente a la población de los países más empobrecidos del mundo, cuyos sistemas de salud son muy débiles, y cuya población muere cotidianamente de todo tipo de enfermedades evitables. A nivel global, la pandemia ha amplificado las desigualdades de gran parte de la población que ya antes del coronavirus sufría una pandemia de desigualdad.

La rápida y exitosa creación de vacunas hace olvidar que la pandemia es un espejo de cómo funciona la geopolítica mundial y el capitalismo neoliberal Si dejamos de lado la siempre imprescindible necesidad de realizar una gestión eficiente en los procesos nacionales y globales, la vacunación no es sobre todo un tema científico o sanitario sino geopolítico y económico,19 con grandes desigualdades entre países y poblaciones. A mediados de marzo de 2021, se habían puesto alrededor de 330 millones de vacunas (apenas 4,5 dosis por cada 100 personas, que aumentaron a 690 millones y 8,8 dosis a principios de abril), pero en muchos países casi no había aún vacunados.20 Se estima que 10 países ricos acaparan el 70% de las vacunas (pudiendo vacunar varias veces a su población) y que los países más pobres que suman un 80% de la población mundial apenas si tienen un tercio de las vacunas disponibles.

¿Por qué ocurre eso? Pues porque, aunque las inversiones en la investigación de vacunas son básicamente públicas, su producción y comercialización está en manos privadas debido al acuerdo de 1995 sobre "Derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio" de la OMC (TRIPS), que impone los intereses de las multinacionales farmacéuticas sobre los estados, sobre todo del sur global, dependientes de las patentes y licencias sobre productos, vacunas y fármacos.

La geopolítica sanitaria que impone el complejo médico farmacéutico financiero global (Big Pharma), defiende sus intereses con una gran influencia sobre los estados, controla el consumo masivo de fármacos y tecnologías sanitarias y genera enormes beneficios. La India, Sudáfrica y casi 100 países más han tratado de suspender los acuerdos de propiedad durante la pandemia y compartir los conocimientos científicos y la tecnología de la vacuna con el fondo común de acceso a la tecnología de la COVID-19 de la OMS (C-Tap) pero, al menos hasta principios de abril de 2021, la Unión Europea, EE.UU. y otros países ricos presionados por el lobby farmacéutico se han opuesto. El director de la OMS llegó a afirmar que "el mundo está al borde de un fracaso moral catastrófico” que “se pagará con las vidas de los países más pobres”. Añadiendo que “si no podemos hacer exenciones durante tiempos difíciles y bajo condiciones sin precedentes, ¿entonces cuando?”. 21

Los ejemplos del poder corporativo son numerosos.22 Por ejemplo, el 60% de la financiación de la Alianza para las Vacunas (GAVI) proviene de las corporaciones farmacéuticas y de donantes de países ricos que, al estar presentes en los comités de expertos, defienden los intereses de la industria. Por su parte, el Fondo de Acceso Global para Vacunas COVID-19 (COVAX)23 de la OMS junto con la GAVI y la CEPI hace que los derechos de "patentes" de las vacunas sigan una lógica mercantil, por lo que sólo suministran vacunas en forma limitada en los países pobres, y no como "un derecho", sino como una forma geopolítica caritativa de tipo colonial donde los países compiten por separado para conseguir cuotas de dosis. No es extraño pues, que la inmensa mayoría de vacunas disponibles hayan ido a parar a los países occidentales ricos. Es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad. Y para hacer esto, habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes, cree una asociación de países del sur con la soberanía para producir y distribuir vacunas para todos. La democratización de la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad con el actual “apartheid”, sería la “vacuna social" más efectiva. Lo que está en juego son dos visiones del mundo la de los oligopolios farmacéuticos o la democratización de una producción nacional sanitaria descentralizada y con soberanía.24 Para ello, habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes, y crear una asociación de países del sur con soberanía para producir y distribuir vacunas para todos.25 26

 

El capitalismo neoliberal es nuestro peor “virus”

La pandemia ha producido una enorme conmoción social que ha cambiado la sociedad. En alguna medida, la población ha extraído varias lecciones: una mayor conciencia del trabajo de una clase trabajadora “esencial”, pero siempre despreciada; el papel crucial que deben jugar la sanidad pública y los cuidados; y darnos cuenta de que somos una especie frágil, dependiente de los demás y de la naturaleza de la que formamos parte. Y, sin embargo, olvidamos y no entendemos.

El historiador Jacques Le Goff decía que una de las máximas preocupaciones de las clases dominantes es "apoderarse de la memoria y del olvido." Tras el shock de la crisis vendrá el shock económico de la post-pandemia, y las decisiones políticas a tomar serán el “laboratorio social” donde se va a jugar el futuro de la humanidad. Será un tiempo de creciente miedo e inseguridad, un caldo de cultivo perfecto para demagogos y neofascistas. En un tiempo lleno de inseguridades, miedos, pérdida de legitimidad, desconfianzas y desigualdades crecientes donde, como ya ha anunciado el FMI, aumentarán las revueltas sociales, los movimientos populistas y neofascistas tienen un campo abonado. Más que probablemente seremos capaces de hacer frente a esta pandemia, quizás podremos mejorar en alguna medida la equidad, el medio ambiente, la precariedad laboral o habitacional, quizás podremos revitalizar servicios sociales golpeados por las políticas neoliberales.

Las reformas son importantes, imprescindibles, pero muy pronto nos enfrentaremos con situaciones límite que obligarán a hacer cambios sistémicos para evitar el colapso. Es imprescindible salir de la lógica económica y cultural de un capitalismo que está en guerra con la vida. La pandemia es sólo el “síntoma”, la causa es un capitalismo fosilista y "tecno-feudal",27 que precisa una acumulación constante, aumentar las ganancias, despojar de los bienes comunes y un crecimiento continuo que está alcanzando su límite. Ese es el principal "virus" para el que hay que hallar una vacuna.

Es fundamental democratizar la vacunación, convirtiéndola en un bien común de toda la humanidad; para ello, habrá que generar una respuesta geopolítica que libere las patentes.

Thatcher habló de la TINA, de que ya “no había alternativa”. La paradoja es que ahora no hay alternativa o cambiamos o nos espera el ecocidio y el genocidio. El dilema parece de difícil resolución “una reforma imposible”, o “una revolución improbable” ha señalado David Harvey.28 Ambas cosas son imprescindibles reformas profundas, con políticas sistémicas (análisis, programa, organización y gestión) al tiempo que revoluciones permanentes.

El capitalismo es un sistema poderoso, una forma de organización basada en instituciones, unas determinadas reglas de juego y una desigual distribución de poder.29 Es un sistema capaz de generar una enorme riqueza, pero al tiempo pleno de contradicciones que tienden a crear grandes desigualdades y una crisis ecosocial de grandes dimensiones. La crisis de la COVID-19 ha mostrado sus carencias y la cuestión es ver si las élites serán capaces de realizar reformas en favor de sus intereses o las fuerzas sociales serán capaces de realizar un cambio sustancial de modelo que reduzca o limite su poder.

Para salir lo antes posible de la lógica económica y cultural del capitalismo, al menos cuatro elementos parecen esenciales.

Primero, experimentar cómo vivir de una manera diferente, con cooperativas de producción y consumos, nuevas formas de vida y relaciones donde la libertad de unos no dependa del sufrimiento de los demás. Como dijo Saramago “si no cambiamos de vida no cambiaremos la vida.”30

Segundo, aumentar la conciencia de la crisis sistémica que nos rodea y que es posible vivir bien de otra manera, con menos consumo, de forma más saludable, humana y realmente sostenible. Esto significa una reeducación ciudadana política y cultural muy profunda que necesariamente deberá realizarse en cada individuo pero de forma colectiva.31

Tercero, crear grupos de análisis (think tanks) potentes que hagan los análisis y propuestas de actuación políticas más adecuadas.32

Cuarto, juntarse y movilizarse continuamente con movimientos sociales a la vez descentralizados y coordinados, que conecten todas las luchas, que sean "glo-locales", capaces de crear formas colectivas para presionar y cambiar la política institucional.33 Como dijo Jerry Mander “hacer cambios nos costará mucho pero no hacerlos aún nos costará más”.

Joan Benach es profesor, investigador, salubrista y director del Grup Recerca Desigualtats en Salut (Greds-Emconet, UPF); JHU-UPF Public Policy Center; Departament de Ciéncies Polítiques i Socials (Sociología, UPF). Joan Benach colabora en el Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas, (GinTrans2, UAM).

Acceso al texto completo en formato pdf: La desigualdad es la peor pandemia

 

NOTAS

[1] Partes de este texto han sido previamente publicadas en la entrevista de Elena Parreño a Joan Benach titulada «La desigualtat social és la pitjor de les pandèmies», publicada en Crític, 15 de marzo de 2021, disponible en: https://www.elcritic.cat/entrevistes/joan-benach-la-desigualtat-social-es-la-pitjor-de-les-pandemies-85510 (reproducida y ampliada en castellano en la revista Ctxt con el título «Para que las vacunas sean un bien común hace falta una respuesta geopolítica que libere las patentes». 7 de abril de 2021, disponible en: https://ctxt.es/es/20210401/Politica/35603/Joan-Benach-entrevista-vacunas-patentes-covid-desigualdad-miedo-neofascismo.htm); el artículo de Pericàs JM, Benach J. «Las políticas para afrontar la pandemia pueden mejorar la salud pero aumentar las desigualdades.» Ctxt, 30 de septiembre de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200901/Firmas/33549/politicas-publicas-confinamientos-desigualdad-salud-juan-pericas-joan-benach.htm; y la entrevista de Emma Pons a Joan Benach «Necesitamos una “vacuna social». Sin Permiso, 24 de marzo de 2021, disponible en: https://www.sinpermiso.info/textos/necesitamos-una-vacuna-social-entrevista-a-joan-benach.

[2] Mike Davis, Llega el monstruo. COVID-19, gripe aviar y las plagas del capitalismo. Capitán Swing, Madrid, 2020.

[3] Es por ello que, ante la COVID-19, diversos investigadores científicos, más que hablar de pandemia hablan de “sindemia”. Ver por ejemplo: Richard Horton, «Offline: “COVID-19 is not a pandemic.» Lancet 2020; 396(10255), 874, disponible en: https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(20)32000-6/fulltext

[4] Joan Benach, La salud es política. Un planeta enfermo de desigualdades, Icaria, Barcelona, 2020.

[5] Joan Benach,  Carles Muntaner, Aprender a mirar la salud, Viejo Topo, Barcelona, 2005.

[6] Entre 2000 y 2010 España construyó más viviendas que Alemania, Italia, Gran Bretaña y Francia juntas llegando a generar 3,4 millones de viviendas vacías, un tercio de toda Europa. El mercado de la vivienda sigue controlado por oligarquías inmobiliarias (bancos, especuladores y fondos de inversión como Blackstone que ya es el principal casero). que generaron una burbuja hipotecaria y después una del alquiler. Actualmente un 38% de las familias españolas dedican más de un 40% de sus ingresos a pagar su alquiler. Ver: Joan Benach, Pere Jódar, Ramón Alòs, «La civilización del malestar: precarización del trabajo y efectos sociales y de salud.» Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 150, 2020, pp. :23-43, disponible en: https://www.fuhem.es/wp-content/uploads/2020/07/Civilizacion-del-Malestar-Benach-Jodar-Alos.pdf.

[7] Albert Recio Andreu,  «Las élites capitalistas españolas entre dos crisis». Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, núm. 151, 2020 pp. 23-33, disponible en: https://www.fuhem.es/papeles_articulo/las-elites-capitalistas-espanolas-entre-dos-crisis-2/.

[8] Instituto de Economía de Barcelona (IEB) / Instituto de Estudios Fiscales (IEF). La pobreza en España y Europa: efectos del COVID-19, IEB Report 4/2020, disponible en: https://ieb.ub.edu/wp-content/uploads/2021/01/IEB_Report_042020.pdf.

[9] Alston añadió que había asentamientos cuyas condiciones «rivalizan con las peores que ha visto en cualquier parte del mundo», y también áreas que, por su escasez de servicios, centros de salud, empleo, carreteras o electricidad, «muchos españoles no reconocerían como partes de su propio país». Ver: Declaración del Relator Especial de las Naciones Unidas sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, Philip Alston, sobre la conclusión de su visita oficial a España, 27-01 a 07-02, 7 febrero 2020., disponible en: https://www.ohchr.org/es/2020/02/statement-professor-philip-alston-united-nations-special-rapporteur-extreme-poverty-and

[10] Por cada euro que ha dejado de ingresar el 10% de personas más ricas, el 10% con menos ingresos ha perdido siete. Una de las peticiones de Oxfam Intermón al Gobierno pasa por ampliar el número de hogares que perciben el Ingreso Mínimo Vital (solo ha llegado a 160.000 hogares necesitados). En cambio, los ERTE, han evitado que más de 710.000 personas cayeran en la pobreza. Ver: Oxfam Internacional. «El virus de la desigualdad» 25 enero de 2021, disponible en: https://www.oxfam.org/es/informes/el-virus-de-la-desigualdad.

[11] Tras Portugal, España es el segundo país de Europa que más masa salarial ha perdido (12,7%) por la pandemia, con una mayor reducción en la masa salarial de los trabajadores que cobran por debajo de la media. Los expedientes de regulación temporal del empleo (ERTE), mediante el cual el estado asume el pago del 70% del sueldo del trabajador/a, han compensado la caída de las retribuciones salariales en un 40% en España (en el resto de Europa ha sido un 51%). Ver: Organización Internacional del Trabajo (OIT). Informe Mundial sobre Salarios 2020-2021: Los salarios y el salario mínimo en tiempos de la COVID-19, Ginebra: OIT, 2 diciembre 2020, dsiponible en: https://www.ilo.org/global/research/global-reports/global-wage-report/2020/WCMS_762317/lang--es/index.htm.

[12] La palabra pandemia hace referencia a la extensión masiva de una epidemia, lo cual puede hacer pensar que afecta a todo el mundo. Y es cierto, pero no en la misma medida. Con la pandemia del coronavirus ha sucedido algo impensable para el mundo rico y las clases sociales privilegiadas: sentir muy de cerca que el miedo, la enfermedad y la muerte también pueden afectarles. En sí mismo, el virus puede ser "igualitario", pero las condiciones sociales de las personas y grupos sociales que lo transmiten y generan sus efectos no lo son.

[13] La Cruz Roja española ha atendido en un año alrededor de 1,3 millones de personas, movilizando 67.000 voluntarios e invirtiendo 108 millones de euros. En Catalunya, tras un fuerte aumento en la demanda de alimentos, en agosto de 2020, 123.000 personas se hallaban en las “colas del hambre” de Cruz Roja para recoger alimentos, medicamentos o productos higiénicos para sus familias. A finales de febrero de 2021, esa cifra alcanzó las 416.000. La mitad de los afectados son hogares con uno o dos hijos, que tenían empleo, en un 60% de los cuales uno o los dos progenitores perdieron su empleo. La mitad de los desempleados refieren que su situación se debe a la pandemia, un 60% de los cuales no percibe ninguna ayuda, seguro de desempleo ni ERTE. Ver: Creu Roja Catalunya. L’Observatori. 2 informe. Impacto del COVI-19 en colectivos vulnerables. 3 de marzo de 2021.

[14] Elisenda Colell, «Cruz Roja atiende a casi medio millón de catalanes en seis meses, cuatro veces más que en verano», El Periódico, 3 de marzo de 2021, disponible en: https://www.elperiodico.com/es/sociedad/20210303/cruz-roja-triplica-ayuda-coronavirus-11555094

[15] Juan M. Pericàs y Joan Benach, «Las políticas para afrontar la pandemia pueden mejorar la salud pero aumentar las desigualdades», Ctxt, 30 de septiembre de 2020, disponible en: https://ctxt.es/es/20200901/Firmas/33549/politicas-publicas-confinamientos-desigualdad-salud-juan-pericas-joan-benach.htm

[16]  Personajes conocidos como Leonardo Boff, Frey Betto, Chico Buarque, Celso Amorin, entre otros, han solicitado a las Naciones Unidas, la OMS y otras prestigiosas asociaciones denunciar al gobierno brasilero. Demandan que la Corte Penal Internacional «condene urgentemente la política genocida» del gobierno, disponible : (https://docs.google.com/forms/d/e/1FAIpQLSeAUTbllrhdBSuBMceaIxrzcSHff70-5uLxVM7LCIhlXWV9ig/viewform)

[17] Durante décadas, Cuba ha invertido en un sistema de salud equitativo que sirviera a las necesidades de la gente y no a los intereses de la medicina mercantilizada. Por ejemplo, mediante sus programas de salud pública, Cuba eliminó enfermedades muy diversas: poliomielitis (1962), malaria (1967), tétanos neonatal (1972), difteria (1979), rubéola (1995), meningitis tuberculosa (1997), entre otras. Hoy, La tasa de mortalidad infantil cubana es menor a la de Estados Unidos y menos de la mitad de la población afroamericana. Cuba ha enviado unos 124.000 profesionales de la salud para brindar atención médica en más de 154 países, de modo que Cuba tiene más médicos trabajando en el exterior que todas las contribuciones profesionales de la salud de los países del G-8 juntos. Ver: Franklin Frederick, «Cuba’s Contributions in the Fight Against the COVID-19 Pandemic», The Bullet, 11 de marzo de 2021, disponible en: https://socialistproject.ca/2021/03/cuba-contribution-fight-against-covid19/#more

[18]  Las olas de crisis post-pandémica seguirán matando más a los pobres, y especialmente a las pobres. Muchos de los efectos generados por la crisis sistémica existente amplificada por el coronavirus son aún poco visibles. La parte invisible del iceberg oculta un número de muertos muy superior al oficial, hay muchas enfermedades no atendidas, y problemas muy diversos relacionados con la salud mental, el sufrimiento, la violencia y la alienación social. Ver por ejemplo, «Entrevista a Sara Bertán. La científica española detrás de los datos de Johns Hopkins en pandemia: “Las estimaciones más exactas de la cifra de muertos tardarán años en llegar”», eldiario.es, 17 marzo 2021, disponible en: https://www.eldiario.es/internacional/cientifica-espanola-lleva-ano-siguiendo-pista-expansion-mundial-virus_128_7319789.html

[19]  Por ejemplo, gran parte de los 12.000 millones de dólares ofrecidos por el Banco Mundial se entregarán a los países pobres en forma de préstamos y generación de deuda. Oxfam ha estimado que, al precio que Uganda pagó sus vacunas, vacunar a toda su población costaría más del doble del presupuesto de salud del país. Los países ricos deberían apoyar los sistemas de salud de los países empobrecidos y ayudar a la vacunación de toda la población mundial eliminando el actual “apartheid de vacunas” que hace que el virus que causa la COVID-19 siga contagiando, mutando, matando y diezmando la economía mundial (hasta 9,2 billones de dólares en pérdidas). Ver: Oxfam, «Desigualdades en el acceso a vacunas podrían costar hasta 2.000 dólares por persona en los países ricos este año», 6 de abril de 2021, disponible en: https://www.oxfam.org/es/notas-prensa/desigualdades-en-el-acceso-vacunas-podrian-costar-hasta-2000-dolares-por-persona-en

[20]  Our World in Data, Number of people who received at least one dose of COVID-19 vaccine, 5 de abril de 2021, disponible en:
https://ourworldindata.org/grapher/people-vaccinated-covid?time=latest&country=BRA~CHL~FRA~DEU~IND~IDN~ISR~ITA~MAR~RUS~TUR~GBR~USA~VEN

[21] Ver: Tedros Adhanom Ghebreyesus, «WHO Director-General’s opening remarks at 148th session of the Executive Board», Organización Mundial de la Salud, 18 de enero de 2021, disponible en: https://www.who.int/director-general/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-at-148th-session-of-the-executive-board; La OMS pide al Consejo de Seguridad que aborde la exención de propiedad intelectual de las vacunas COVID-19, 27 febrero de 2021, disponible en: https://reliefweb.int/report/world/la-oms-pide-al-consejo-de-seguridad-que-aborde-la-exenci-n-de-propiedad-intelectual-de

[22] La Coalición para las Innovaciones en la Preparación ante Epidemias (CEPI), creada en el año 2015 por el Foro Económico de Davos con la ayuda de la Fundación Gates y el Fondo Wellcome Trust (un fondo de la corporación GlaxoSmithKline), anunció un plan de vacunación global. Cabe decir también que el 80% del presupuesto de la propia OMS depende de donaciones y no de los Estados (la Fundación Gates por ejemplo paga el 90% de su programa de medicamentos), lo que muestra su grado de dependencia de los intereses de la industria y medios privados. Ver: CLACSO, Las vacunas como bien público global y cuestión de soberanía sanitaria regional, Grupo de Trabajo CLACSO Salud internacional y soberanía sanitaria, febrero de 2021, disponible en: https://www.clacso.org/las-vacunas-como-bien-publico-global-y-cuestion-de-soberania-sanitaria-regional/

[23] Tal como está concebido, COVAX será un ejercicio filantrópico que no aborda las causas fundamentales de la mala repartición de las vacunas, de la falta de transparencia del sistema y de los oligopolios de la industria farmacéutica que impiden una producción a escala mundial.

[24] El sistema actual de vacunación mundial no funciona en términos de salud pública global. En una pandemia mundial hace falta una solución mundial, pero los países de renta baja o media-baja tendrán que esperar meses o años para obtener vacunas. Si las vacunas no llegan a los países pobres pueden ocurrir varias cosas para sus poblaciones y a nivel global: 1) morirán más personas por COVID-19, 2) los países ricos cerrarán sus fronteras con los países pobres, 3) el virus podría crear nuevas resistencias, haciendo que las vacunas actuales perdieran su efectividad, con lo cual habría que hacer otra y volver a hacer vacunaciones masivas, y 4) en los países pobres no se pueden tratar otras enfermedades de mucha gravedad como son el sarampión, la meningitis, u otras, que podrían extenderse hacia Europa.

[25] A más poder de los países ricos, más vacunas, más inmunización y menos muertes. Se estima que los contratos de las farmacéuticas con naciones africanas sólo permitirán la inmunización del 30% de africanos en 2021. Sin embargo, algunos ejemplos que pueden ir en otra dirección incluyen: la distribución de vacunas fabricadas en la India (el país que más en fabrica), el desarrollo de la vacuna cubana "Soberana 02" por el Instituto de Vacunas Finlay para la población, turistas y otros países como Vietnam, Irán, Pakistán, India, Venezuela, Bolivia y Nicaragua en lo que se llamado la “vacuna del ALBA”. Ver: Franklin Frederick, «Cuba’s Contributions in the Fight Against the COVID-19 Pandemic», The Bullet, 11 de marzo de 2021, disponible en: https://socialistproject.ca/2021/03/cuba-contribution-fight-against-covid19/#more

[26] Ante la pregunta de si veremos a las empresas farmacéuticas liberalizar las patentes de las vacunas de la COVID-19, el reconocido investigador danés Peter Gøtzsche señaló: “No, la industria farmacéutica no hará eso, les preocupan sus beneficios... Las vacunas deberían ser un bien común que se debería vender a previo de coste para que la gente de los países pobres también pudiera vacunarse. La gente que vive en los países pobres muere en grandes cantidades porque no pueden permitirse comprar las vacunas. Es inmoral.” Ver: «Preguntes freqüents» (FAQS), TV3, 20 de marzo de 2021, disponible en: https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/preguntes-frequents/preguntes-frequents-les-vacunes-contra-la-covid-els-escandols-de-la-monarquia-espanyola-i-el-nanosatellit-enxaneta/video/6090645/

[27] Berna González Harbour, «Entrevista a Yannis Varoufakis. “En la UE hay tanta democracia como oxígeno en la Luna, cero”», El País, 13 de marzo de 2021, disponible en: https://elpais.com/ideas/2021-03-12/yanis-varoufakis-en-la-ue-hay-tanta-democracia-como-oxigeno-en-la-luna-cero.html

[28] David Harvey. Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, Traficantes de Sueños, Madrid, 2017.

[29] Para Yanis Varoufakis, hoy vivimos bajo un post-capitalismo, una especie de “tecno-feudalismo” en el que unas pocas corporaciones oligopólicas parasitan a unos estados de los que se benefician, creando un “capitalismo de amiguetes”, una especie de “socialismo para ricos” y feudalismo y austeridad para el resto que es insostenible.

[30] Vivir bien con menos. Visibilizar, explicar y hacer entender que podemos vivir mejor con menos consumo, sin crecimiento, pero también con más solidaridad, con más cooperación, con más actividades comunitarias, etc. Ya hay muchas iniciativas de este tipo: cooperativas de producción, consumos colectivos, generando nuevas formas de vida, de relacionarnos, de sentipensar decía Eduardo Galeano citando a Fals Borda, de compartir las cosas en una vida que valga la pena de ser vivida.

[31] Manuel Sacristán señaló que para lograr un ser humano “que no sea ni opresor de la mujer, ni violento culturalmente, ni destructor de la naturaleza” necesitábamos una conversión, un cambio radical y muy profundo. Es posible vivir de otra manera, pero deberemos reeducarnos; aprender a desarrollar relaciones sociales fraternales, tener empatía y a saber cuidar a los demás, ver el entorno como algo casi sagrado y no como algo que tiene un precio y, por tanto, que se puede vender, explotar o destruir, hay que pensar en el crecimiento personal, en aprender el sentido de vivir, y muchas cosas más. Para realizar cambios culturales (que incluyen el sentir, pensar, comprender y hacer de otro modo) que incidan en transformaciones individuales profundas de gran parte de la población es imprescindible crear lógicas y estrategias político-culturales colectivas y comunitarias.

[32] Ese instrumento puede llevar a aprender a aunar lo radical y lo reformista, lo defensivo y lo ofensivo, lo cultural y lo práctico, lo institucional y lo comunitario. La necesidad de conservar aquello que nos hace mejores y de cambiar aquello que nos envilece o perjudica. Hay que hacer frente a todas las fuerzas reaccionarias y neofascistas. Aquellos quienes creen en ideologías legitimadoras de la desigualdad, el racismo o el fascismo no renunciarán a sus privilegios. Debemos arrinconarlos y desmantelar su ideología y su poder, pero también debemos proteger a la población. Por ejemplo, una de las medidas que cada vez suena con más fuerza y que puede ayudar a evitar las peores situaciones de precariedad y shock emocional y cotidiano es la renta básica universal; aunque quizás de entrada sea sólo como mecanismo de emergencia, como una “renta de cuarentena”, que garantice unos ingresos mínimos a toda la población en tiempos de post-pandemia.

[33] Movimientos con sensibilidades diferentes pero coordinados transversalmente, descentralizados, pero con un nivel apropiado de coordinación y una sinergia efectiva entre la sociedad civil y el poder político. Y que sean ágiles, resistentes, capaces de adaptarse a los cambios y al mismo tiempo con una mirada larga.

 

 

 


Controversias sobre la valoración del medio natural

Controversias sobre la valoración del medio natural

Clive L. Spash, Frédéric Hache, Iulie Aslaksen, Per Arild Garnåsjordet, Tone Smith, Pedro L. Lomas, Monica Di Donato.

La valoración monetaria de la naturaleza es una vieja aspiración del mundo de la Economía convencional para extender el pensamiento y el marco económico dominantes hoy día hacia aspectos donde no estaba presente directamente. Sin embargo, en su fuerte empuje actual también se está extendiendo por otros espacios asociados a la temática ambiental, incluida la política ambiental, donde pretende, como en tantas otras ocasiones y espacios, sustituir el ámbito de la deliberación (opinión, debate, subjetividad, etc.) por una forma de supuesta dirección experta del medio ambiente a partir del marco teórico de la economía ortodoxa.

El objetivo teórico es el de ser capaces de incluir a la naturaleza y sus “servicios” dentro del marco contable del análisis coste-beneficio, con el objetivo de asignar los recursos de manera eficiente, sobre la ingenua idea de que el valor de la naturaleza es tan alto que siempre resultará más rentable conservar que destruir, y que este proceso será eficiente en términos económicos, es decir, optimizará el beneficio de todos los actores implicados.

Como veremos en los artículos de este dosier, las herramientas, en términos microeconómicos, se han desarrollado a partir del concepto de externalidad y de la teoría del valor de la economía convencional o de la aproximación de capitales, a través de todo tipo de métodos de preferencias reveladas y preferencias desveladas. Actualmente, dentro del marco del VET (Valor Económico Total) o de la aproximación de capitales, son populares, sobre todo, los métodos de la denominada transferencia de beneficios y la valoración/elección contingente. Por su parte, las herramientas, en términos macroeconómicos, se han desarrollado a partir del teorema de Coase, sobre la suposición de que el mercado, en condiciones de derechos de propiedad claros, es el mecanismo que asigna mejor los recursos a fines alternativos. A partir de ahí se han generado todo tipo de herramientas, desde los pagos por servicios ambientales (PES) hasta los mercados de servicios ambientales (mercado de carbono, por ejemplo). Bancos de hábitats, comercio de emisiones, etc., son también herramientas a tener en cuenta dentro de este ámbito.

El empeño por hacer de este marco un enfoque predominante en el ámbito de la conservación de la naturaleza, ha evolucionado en varias etapas:1

Una primera etapa sería la de desarrollo conceptual y metodológico de la aproximación, que tuvo lugar en las universidades y departamentos de Economía, seguidos con mucho interés por multitud de profesionales dedicados a la conservación de la naturaleza.

En una segunda etapa, comenzó a desarrollarse a través de publicaciones científicas que comenzaban a plantear casos de estudio en los que, supuestamente, se demostraba la utilidad y el alcance de esta aproximación.

En una tercera etapa, con la consolidación del marco, comenzó a expandirse a otras disciplinas y ámbitos de la administración.

En una cuarta etapa, se empezó a aplicar como método convencional para dar soporte a proyectos de conservación, especialmente en los proyectos de los denominados bienes y servicios ambientales, servicios de los ecosistemas, etc., tanto desde el ámbito institucional como desde el ecologismo o la academia.

Algunos ejemplos de proyectos internacionales que pretenden llevar este desplazamiento a cabo serían la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio y sus continuaciones globales, regionales y nacionales, el proyecto de Economía de los Ecosistemas y la Biodiversidad (TEEB), el Sistema de Cuentas Económico-Ambientales (SEEA) de Naciones Unidas, o la Revisión Dasgupta, algunos de los cuales se tratarán aquí.

Todo este despliegue de evaluaciones y herramientas de valoración conlleva una soterrada sustitución de un modelo de conservación parcialmente basado en los valores intrínsecos de la naturaleza (los ecosistemas merecen ser conservados por lo que son, incluyendo en lo que son todos aquellos aspectos que proporcionan las condiciones vitales para la existencia del ser humano) por un modelo basado fundamentalmente en los valores instrumentales (los ecosistemas merecen ser conservados por lo que aportan al ser humano). Este giro de la conservación, que desde el ecomodernismo se vende como un intento por superar “viejos” esquemas de conservación en un mundo irremediablemente humanizado dentro del contexto del Antropoceno,2 está contribuyendo a poner al mismo sistema que ha causado la destrucción ambiental y la crisis que actualmente vivimos a los mandos de la conservación.

Además, esto está causando que muchos de aquellos que teóricamente se encargaban de entender lo que son los ecosistemas y obtener información sobre los mismos, actualmente se dediquen fundamentalmente a contabilizar lo que aportan, en un momento de cambio global en el que necesitaremos mucha de esa información para tratar de impedir un cambio irreversible en las condiciones que posibilitan nuestra existencia.

En este dosier se abordarán de modo crítico dos de las principales herramientas que a nivel internacional se están usando en este sentido: la Revisión Dasgupta y el Sistema de Contabilidad Económico-Ambiental (SEEA) de Naciones Unidas.

En su artículo, el profesor Clive Spash y su colega Frédèric Hache, nos dan una panorámica crítica de lo que supone la denominada Revisión Dasgupta, el último de los intentos de hacer hegemónico este tipo de herramientas no sólo para la biodiversidad y los ecosistemas, sino para cualquier otra dimensión.

Por otra parte, en sendos artículos, la profesora Iulie Aslaksen, del instituto nacional de estadísticas noruego, y la profesora Tone Smith, de la Universidad de Viena, nos ilustran sobre los principales fallos del sistema de contabilidad económico-ambiental de Naciones Unidas (SEEA), y el coste de oportunidad que tendría, en términos no sólo monetarios, sino también de tiempo, en un momento de emergencia ambiental como el que vivimos.

1 Erik Gómez-Bagghetun, Rudolf De Groot, Pedro L. Lomas y Carlos Montes, «The history of ecosystem services in economic theory and practice: From early notions to markets and payment schemes», Ecological Economics, núm. 69, 2010, pp. 1209-1218.

2 Pedro L. Lomas, Óscar Carpintero, Jesús Ramos-Martín y Mario Giampietro, El granfalloon de la valoración de los servicios de los ecosistemas, Foro de Transiciones, Madrid, disponible en: https://forotransiciones.org/wp-content/uploads/sites/51/2017/12/2017_LOMASetal.pdf; Pedro L. Lomas, «Las
falsas soluciones y sus peligros para la sostenibilidad: el caso del ecomodernismo», en José María Enríquez Sánchez, Carmen Duce y Luis Javier Miguel González, (eds.), Repensar la sostenibilidad, UNED, Madrid, 2020, pp. 131-145.

 

Si quieres leer el texto completo del Dosier Ecosocial, aquí tienes el acceso en formato pdf: Controversias sobre la valoración del medio natural

Si quieres consultar nuestros anteriores Dosieres Ecosociales.

 

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.


El debate sobre la población en la crisis ecosocial

El número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global ofrece en su sección A Fondo un texto que recoge las intervenciones de Eileen Crist y de Lyla Mehta en el foro online sobre población «The Population Debate Revisited», organizado por Great Transition Initiative (GTI) en agosto de 2022.1

Las autoras representan dos posiciones paradigmáticas de los debates sobre población: Crist defiende la necesidad de reducción de la población mundial mientras que Mehta aboga por poner el foco en cuestiones de poder, de distribución y de cómo se genera socialmente el concepto de escasez.

 

Menos es más

Eileen Crist

Me gustaría empezar agradeciendo a Ian Lowe el haber preparado el escenario para un animado intercambio. Mi comentario está motivado por la consideración normativa de superar el rencor que rodea la cuestión de la población. Abogo por replantear ciertos aspectos de la población de forma que se demuestre de forma incontestable que poner fin al crecimiento demográfico y reducir gradualmente el número de seres humanos sirve para el bienestar de todos a largo plazo.

Desvincular la política de inmigración de la cuestión demográfica. Resulta ventajoso enfocar la población como una cuestión global, excluyendo el discurso de la inmigración de las cuestiones de población. Cuando se proponen medidas de restricción de la inmigración como medio para hacer frente a la superpoblación, el debate sobre la población se paraliza en medio de acusaciones de racismo, xenofobia y similares. Podemos unirnos para abogar por la búsqueda activa de ciertos derechos humanos que reviertan el crecimiento de la población (cuestión que abordaré más adelante), sin que la inmigración se convierta en un obstáculo. El espacio me impide exponer los argumentos contra la restricción de la inmigración como política demográfica, pero los he publicado en otro lugar.2

Los derechos de los niños, el empoderamiento de las mujeres, la libertad reproductiva y la educación sexual integral son el camino. Evitar empantanar el debate sobre la población con la política de inmigración no es una mera táctica. La transición hacia una población mundial más reducida y sostenible es posible mediante el mismo conjunto de transformaciones en todas las sociedades: tolerancia cero a las "novias infantiles"; educación hasta (al menos) la enseñanza secundaria para las niñas; empoderamiento de las mujeres, es decir, acceso a la educación superior, a un empleo significativo y a carreras de liderazgo; servicios de planificación familiar y opciones anticonceptivas voluntarias; y eliminación de las barreras físicas, sociales y culturales que las impiden. A estos derechos humanos establecidos relacionados con la población, debemos añadir la educación sexual integral (ESI), que puede desempeñar un papel importante en el decrecimiento de la población. La ESI reduce la tasa de embarazos no deseados, además de otros notables beneficios para la calidad de vida.3

Los derechos de las niñas y las mujeres son fundamentales para la transición a una población más reducida.

Cuando las mujeres reciben educación y se empoderan por lo general eligen tener menos hijos o no tenerlos, independientemente de su origen. Cuando las mujeres son libres de elegir su destino reproductivo aflora lo que Martha Campbell ha llamado su "deseo latente" de tener menos hijos.4 Hay una razón evolutiva para ello: el embarazo y la maternidad son un reto para el cuerpo de las mujeres. Tener muchos hijos, sobre todo a partir de la pubertad y de forma muy seguida, está relacionado con un aumento de la mortalidad materna.

Las presiones sexistas del pronatalismo coercitivo están presentes no solo en el mundo en desarrollo. Ya sea de forma sutil o expresa, las normas socioculturales a favor de la maternidad están muy extendidas en el Norte y el Sur del mundo. Las presiones pronatalistas sobre las mujeres merecen ser expuestas y confrontadas. 5

El consumo es el problema, la población lo aumenta. Un marco estándar que requiere un replanteamiento es la yuxtaposición de "consumo" y "población" como variables de impacto distintas. Este dilema engañoso lleva a la gente a elegir cuál es el problema. Es comprensible que muchos opten por castigar el consumo excesivo de los ricos mientras desestiman el tamaño y el crecimiento de la población. Este dilema es ofuscante. El consumo excesivo es el problema; el crecimiento de la población hace que el consumo aumente y acabe por rebasar los límites.

Para entenderlo mejor, imaginemos una situación hipotética. Si los seres humanos fueran "respiradores", es decir, capaces de satisfacer sus necesidades energéticas únicamente con la respiración, y se inclinaran por la simplicidad voluntaria, el número de seres humanos apenas importaría. La Tierra podría albergar a muchos miles de millones de minimalistas respiratorios. Volviendo a la realidad, todas las personas necesitan comer y a la mayoría le gusta hacerlo al menos dos veces al día. Más aún, todo el mundo debería comer más de una vez al día y tomar buenos alimentos. En una civilización global electrificada e interconectada, la gente consume, por supuesto, muchas más cosas que alimentos. En este artículo, me centro en la cuestión de la población sobre todo a través de la lente de la alimentación.

El sistema alimentario (producción, consumo, transformación y comercio) se ha convertido en la principal causa de deterioro ecológico a todos los niveles: extensión del uso de la tierra y de los océanos, colapso de la biodiversidad, pérdida y degradación del suelo, agotamiento del agua dulce, cambio climático y contaminación de la tierra, los ecosistemas de agua dulce, los mares costeros y la atmósfera.6

¿Podemos dejar de enmarcar la Revolución verde como un "logro técnico"? Me gustaría que abandonáramos el obligado guiño deferente a la revolución verde. A pesar de las buenas intenciones originales, los beneficios a corto plazo y los impresionantes rendimientos, la Revolución verde ha desatado una caja de Pandora de daños desastrosos. Sus monocultivos destruyen la biodiversidad. Los agroquímicos ponen en peligro la biodiversidad del suelo, la vida de las plantas y los insectos, las aves y otros animales, incluidas las personas.7 Los fertilizantes sintéticos desmantelan la biodiversidad del suelo; exacerban el cambio climático, contaminan el aire, la tierra, el agua dulce, las aguas subterráneas y los estuarios; y pueden provocar eventos de mortalidad masiva de la fauna. Mientras que la cantidad de alimentos se ha disparado (por ahora), la calidad de los mismos (especialmente los que se imponen a las personas sin poder) ha caído en picado. Más de 2.000 millones de personas (tanto subalimentadas como sobrealimentadas) sufren carencias de micronutrientes.8

La revolución verde ha respaldado el crecimiento explosivo de la población humana. La existencia de casi la mitad de la población está en deuda con las tecnologías de la revolución verde, sobre todo con los fertilizantes.9 Es un trato fáustico. Los efectos de la revolución verde en la biosfera están aumentando en los niveles interrelacionados mencionados anteriormente. El glifosato está en la lluvia. La contaminación por nitrógeno es una catástrofe creciente que pasa desapercibida, ya que la mayoría de los ojos están puestos en el carbono.10 Los monocultivos son más vulnerables a un clima que cambia rápidamente.

Aunque se necesita inmediatamente una mejor gestión de los insumos de la revolución verde, el restablecimiento de la salud de la biosfera y de la humanidad no tiene por qué plantearse como un ejercicio de control de daños de un sistema de producción de alimentos intrínsecamente perjudicial. La solución profunda consiste en abandonar esta forma de producir alimentos, junto con la reducción gradual del número de personas  hasta llegar a un punto en el que todas las personas puedan recibir alimentos sanos: alimentos producidos de forma ecológica y ética, no contaminados por biocidas y ricos en nutrientes procedentes de suelos sanos y regenerados.

Crist: La solución profunda consiste en abandonar esta forma de producir alimentos, junto con la reducción gradual del número de personas

El cultivo de alimentos no es un problema de ingeniería que deban resolver los tecnócratas con planes de eficiencia y microgestión. Cultivar alimentos es el arte de los agricultores en diálogo con la abundante fertilidad de la Tierra.

Menos es más: una población de unos 2.000 millones es mejor para todos y a largo plazo. La Tierra conoce la fertilidad, y los agricultores saben cómo trabajar con ese don para alimentar a la gente. Deberíamos prescindir del tropo de "alimentar al mundo". No hay que alimentar a los seres humanos, sino nutrirlos con alimentos hechos con amor por los animales y la tierra, cultivados por la calidad más que por la cantidad, y elaborados por los agricultores en una relación ingeniosa con la naturaleza que los rodea.

Entonces, ¿a cuántas personas puede alimentar la Tierra? Esta pregunta requiere una aclaración muy importante. ¿En qué tipo de planeta? Los guardianes de la Tierra sostienen que la opción virtuosa y prudente es un planeta en el que se conserve la biodiversidad, la abundancia de poblaciones no humanas, la complejidad ecológica, la vivacidad del comportamiento (como las culturas animales y las migraciones) y el potencial evolutivo. Todo ello requiere la conservación a gran escala de la tierra y los mares, el fin de la deforestación tropical, la proliferación de proyectos de renaturalización y restauración ecológica, y la eliminación gradual de los agroquímicos y otros contaminantes. Una amplia protección de la naturaleza salvaje y de los "paisajes intermedios" agrodiversos (donde se producen los alimentos) son sinérgicas, siempre que los paisajes intermedios sean subsistema modesto del planeta en lugar de invadirlo.

Cuando David Pimentel hizo el cálculo de cuántas personas pueden ser mantenidas con  equidad a base de alimentos orgánicos, diversos y mayoritariamente vegetales, y al tiempo proteger generosamente la naturaleza salvaje, el resultado rondaba los 2.000 millones.11 Esta cifra no es absoluta ni una "solución rápida”,12 sino que ofrece una visión a medio y largo plazo que debe abordarse con prontitud y ambición dentro de un marco de derechos humanos, junto con muchas otras transiciones que exige nuestra situación.

¿Qué elegirá la humanidad? Además de necesitar alimentos sanos, la mayoría de los habitantes del mundo moderno también quieren –entre otras cosas– ordenadores personales, frigoríficos, control de la temperatura interior, tecnologías de entretenimiento, medios de transporte y un conjunto material de servicios sanitarios, educativos y de otro tipo. Podemos dejar de lado si se trata de lujos industriales, de comodidades buscadas o de manifestaciones del potencial de nuestra especie que vale la pena mantener en formas alteradas y reducidas. En lo que sí podemos estar de acuerdo es en que las comodidades modernas no deberían ser un privilegio ilimitado de los ricos, sino una prerrogativa de todos los que las deseen a niveles moderados y justos.

A este respecto, el estilo de vida moderno se está extendiendo, lo que subraya el argumento: debemos ser muchos menos, si la humanidad también desea habitar un planeta biológicamente vibrante. Si, por el contrario, la humanidad deriva hacia la conversión de la Tierra en una colonia de recursos, ese planeta empobrecido podría –durante un periodo indeterminado– "alimentar" a muchos miles de millones de humanos, mientras se embolsarán las riquezas los Amazon, grandes almacenes, corporaciones agroquímicas, grandes farmacéuticas y el complejo militar-industrial. Si pudiéramos votar, ¿no elegiría la humanidad un planeta vivo en lugar de uno colonizado? En esta encrucijada nos encontramos.

 

Contra el alarmismo demográfico

Lyla Mehta

Más que un "elefante en la habitación", como sostiene Ian Lowe, el tema de la población y el neomaltusianismo están vivitos y coleando. Ejemplos recientes son la película de David Attenborough Una vida en nuestro planeta, que aborda cómo los seres humanos están invadiendo el mundo y de las amenazas de la población para el medio ambiente; los grupos de reflexión de Washington que establecen vínculos entre los llamados refugiados climáticos, la escasez y la superpoblación; e incluso el príncipe Guillermo del Reino Unido afirma que la población de África es una amenaza para la vida salvaje y la conservación.

Lamentablemente, seguimos en un mundo en el que el pensamiento neomaltusiano establece vínculos simplistas entre el aumento de la población, el cambio climático, los conflictos y la escasez de recursos. Son evidentes los vínculos con la "tragedia de los comunes" de Hardin cuando el ecologismo y el pensamiento sobre el desarrollo en general interpretan una serie de cuestiones que van desde la pobreza mundial y el desarrollo económico, el cambio medioambiental, la conservación e incluso la seguridad nacional y mundial a través de la lente de la superpoblación y la escasez. Esto ha tendido a dar lugar a narrativas tecnoautoritarias que se dirigen desproporcionadamente a los pobres y marginados del “mundo mayoritario”, que en consecuencia suelen enfrentarse a una serie de acciones draconianas, por ejemplo, el desplazamiento, la desposesión, el control de los cuerpos –especialmente, de las mujeres pobres no blancas– y la biopolítica.

Así, esta fijación con la superpoblación desvía la atención de cuestiones más cruciales como la forma en que se distribuye el poder en la sociedad , la desigualdad de género, la discriminación étnica y de casta, las condiciones comerciales injustas, la planificación estatal, las tecnologías centralizadoras, los acuerdos de tenencia, la degradación ecológica, etc. Además, tenemos que vincular los debates sobre la población con las cuestiones relativas a los modelos desiguales y sesgados de consumo, y de asignación y distribución de recursos.

Mehta: La fijación con la superpoblación desvía la atención de cuestiones más cruciales como la forma en que se distribuye el poder en la sociedad

Gran parte de mi trabajo anterior se ha centrado en la escasez y los límites. El concepto de escasez –es decir, la suposición de que las necesidades y los deseos son ilimitados y los medios para conseguirlos son escasos– es el principio básico de la economía moderna. Pero esta noción ha hecho que la escasez se convierta en un discurso totalizador tanto en el Norte como en el Sur global. El "miedo" a la escasez ha hecho que esta se convierta en una estrategia política para los grupos poderosos. Como argumentó el difunto Steve Rayner, la propagación del miedo a la disminución de los recursos del planeta ha servido en gran medida para mantener a los pobres en la pobreza y enriquecer a los que ya son ricos.13 Por eso, en trabajos anteriores, junto con varios colaboradores, he argumentado que la escasez no es una condición natural; el problema radica en cómo vemos la escasez y en las formas en que se genera socialmente.14 Por lo tanto, tenemos que centrarnos en las cuestiones fundamentales de la asignación de recursos, el acceso, el derecho y la justicia social, en lugar de recurrir a nociones simplistas universalizadoras de la escasez.

Como sabemos por los informes recientes y pasados del Grupo de Alto Nivel de Expertos en Seguridad Alimentaria y Nutrición y también del PNUD, hay suficiente comida y agua para todos.15 Sin embargo, a nivel mundial, el problema del hambre crónica existe y se ha intensificado durante la pandemia. En los países ricos, los perversos regímenes de subvenciones han llevado a la generación de excedentes, y los pobres comen alimentos envasados baratos. El hambre y la obesidad son dos caras de la misma moneda. Actualmente hay una explosión de bancos de alimentos en el Reino Unido, y cerca del 8% de la población sufre inseguridad alimentaria.16 La malnutrición y el hambre en el Reino Unido no se deben a la superpoblación, sino a la austeridad, los recortes, el aumento de la pobreza y la desigualdad.

A pesar de estas cuestiones, el miedo a la escasez y la superpoblación sigue siendo un medio para desviar la atención de las causas de la pobreza y la desigualdad que pueden implicar a los políticamente poderosos. Por ello, Marie Sneve Martinussen, diputada noruega del Partido Rojo, en un reciente acto sobre los Límites del Crecimiento +50 en Oslo instó de forma elocuente a no centrarnos en la tragedia de los comunes, sino en la «tragedia de los pocos», es decir, en el papel que desempeñan los poderosos, los ricos y las élites, en la perpetuación del crecimiento obsesionado por el PIB, el consumo y la destrucción del medio ambiente. Del mismo modo, el movimiento por el decrecimiento reclama que los límites al consumo/crecimiento se apliquen en gran medida a los países ricos y a las élites de todo el mundo, y no a los grupos y países pobres y vulnerables.

Los discursos sobre el número de personas y la necesidad de control de la natalidad suelen hacer recaer todas las esperanzas y expectativas en las mujeres. Invariablemente, los objetivos son las mujeres negras y morenas de Asia, África y América Latina, a las que se considera que tienen demasiados hijos.  Rara vez se apunta a las mujeres blancas de los países ricos, a sus bebés, o incluso a las huellas de carbono o ecológicas de las familias blancas en el mundo minoritario.

El 24 de junio de 2022, el Tribunal Supremo de Estados Unidos anuló el derecho constitucional al aborto en el país, lo que supuso un día muy trágico para los derechos de la mujer y los derechos humanos. ¿Cómo podemos siquiera hablar de cuestiones de población cuando se niegan derechos tan básicos a las mujeres? Aunque no existen prohibiciones similares en muchos otros países, sigue habiendo muchos obstáculos socioculturales y económicos en torno a los derechos reproductivos de las mujeres, que siguen estando moldeados por prejuicios y leyes masculinas discriminatorias. En el contexto de Estados Unidos, cada vez se reconoce más que la falta de acceso al aborto afectará en gran medida a las inmigrantes, las comunidades indígenas, las mujeres de color, las personas discapacitadas, etc. Gran parte del discurso antiabortista estadounidense es racista y puede vincularse a la supremacía blanca. Por lo tanto, es importante ser conscientes de que las políticas de crecimiento demográfico y de control de la población tienden a no tener en cuenta el género ni la etnia y, por lo tanto, corren el riesgo de reproducir procesos coloniales y racializados de razonamiento y discriminación.

En resumen, en lugar de hablar del crecimiento de la población, centremos nuestra atención en avanzar hacia la consecución de la igualdad de género, la justicia climática, los procesos justos de asignación y distribución de recursos y los procesos de desarrollo que sean sostenibles y socialmente justos en el Norte y el Sur. Esto es lo que realmente importa y contribuiría en gran medida a mejorar el bienestar humano y planetario que permitirá a todos los seres –humanos y no humanos– florecer y prosperar.

 

Eileen Crist es profesora asociada emérita del Departamento de Ciencia y Tecnología en la Sociedad de la Universidad Virginia Tech y editora asociada de la revista Environmental Issues. Entre sus obras figura Abundant Earth: Toward an ecological civilization (University of Chicago Press, 2019).

Lyla Mehta es profesora del Instituto de Estudios del Desarrollo de la Universidad de Sussex, profesora visitante de Noragric en la Universidad Noruega de Ciencias de la Vida, y autora, entre otras obras, de Water, Food Security, Nutrition and Social Justice (Rouledge, 2019).

Traducción: Nuria del Viso. FUHEM Ecosocial.

NOTAS

 1 El debate íntegro de GTI está disponible en: https://greattransition.org/gti-forum/the-population-debate-revisited. Agradecemos a GTI el permiso para la reproducción de estos textos.

2 Eileen Crist, «Decoupling the Global Population Problem from Immigration Issues», The Ecological Citizen vol. 2, núm. 2, 2019, pp. 149–151, disponible en: https://www.ecologicalcitizen.net/pdfs/v02n2-08.pdf

3 Mona Kaidbey y Robert Engelman, «Nuestros cuerpos, nuestro futuro: difundir una educación sexual integral», en Educación ecosocial. Cómo educar frente a la crisis ecológica. La situación del mundo, capítulo 12, FUHEM Ecosocial/ Icaria, 2017, pp. 189-201.

4 Martha Campbell y Kathleen Bedford, «The Theoretical and Political Framing of the Population Factor in Development», Philosophical Transactions of the Royal Society B 364, núm. 1532, 2009, pp. 3101–3113.

5 Nandita Bajaj, «Abortion Bans Are a Natural Outgrowth of Coercive Pronatalism», Ms. Magazine, junio de 2022, disponible en: https://msmagazine.com/2022/06/07/abortion-bans-coercive-pronatalism-forced-birth/.

6 Walter Willet, Johan Rockström, Brent Loken et al., «Food in the Anthropocene: The EAT-Lancet Commission on Healthy Diets from Sustainable Food Systems», The Lancet, vol. 393, núm. 10170, 2019, pp. 447–492.

7 Joel K. Bourne, «The Global Food Crisis: The End of Plenty», National Geographic Magazine, junio de 2009.

8 Walter Willet, Johan Rockström, Brent Loken et al., 2019, op. cit.; Paul Ehrlich y John Harte, «Food Security Requires a New Revolution», International Journal of Environmental Studies vol. 72, núm. 6 (2015), pp. 908-920; Richard Manning, «Hidden Downsides of the Green Revolution: Biodiversity Loss and Diseases of Civilization», Mother Earth News, 22 de abril de 2014, disponible en:  https://www.motherearthnews.com/sustainable-living/nature-and-environment/the-green-revolution-zm0z14jjzchr/.

9 Hannah Ritchie y Max Roser, «Fertilizers», OurWorldInData.org, 2020, disponible en: https://ourworldindata.org/fertilizers

10 Fred Pearce, «Can the World Find Solutions to the Nitrogen Pollution Crisis?», Yale Environment 360, 6 de febrero de 2018, disponible en: https://e360.yale.edu/features/can-the-world-find-solutions-to-the-nitrogen-pollution-crisis; Eileen Crist, «Got Nitrogen?», The Ecological Citizen (editorial), vol. 5, núm. 1, 2021, pp. 3–10.

11 David Pimentel et al., «Will Limited Land, Water, and Energy Control Human Population Numbers in the Future?», Human Ecology vol. 38, núm. 5, 2010, pp. 599–611.

12 Corey Bradshaw y Barry Brook, «Human Population Reduction Is Not a Quick Fix for Environmental Problems», PNAS, vol. 111, núm. 46, 2004, pp. 16610–16615.

13 Steve Rayner, «Foreword», en Lyla Mehta (ed.), Limits to Scarcity, Routledge, Londres, 2010, pp. x–xvi.

14 Lyla Metha (ed.), 2010, op. cit.; Lyla Mehta, Amber Huff y Jeremy Allouche, «The New Politics and Geographies of Scarcity», Geoforum, núm. 101, mayo de 2019, pp. 222–230.

15 Programa de Desarrollo de las Naciones Unidad (PNUD), Más allá de la escasez: poder, pobreza y la crisis mundial del agua, PNUD, Nueva York, 2006, disponible en: https://hdr.undp.org/system/files/documents//hdr2006escompletopdf.pdf

16 Departamento británico de Medio Ambiente, Alimentación y Asuntos Rurales (Reino Unido), United Kingdom Food Security Report 2021: Theme 4: Food Security at Household Level, 22 de diciembre de 2021, disponible en: https://www.gov.uk/government/statistics/united-kingdom-food-security-report-2021/united-kingdom-food-security-report-2021-theme-4-food-security-at-household-level

Acceso al texto completo en formato pdf: El debate sobre la población en la crisis ecosocial.


Desigualdad y cambio climático. Selección de recursos

 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 159, otoño 2022

Santiago Álvarez Cantalapiedra, Combatir las desigualdades para hacer un mundo más justo y sostenible, pp. 5-12.

Richard Wilkinson y Kate Pickett, De la desigualdad a la sostenibilidad, pp. 11-30.

Monica Di Donato, Entrevista a Lucas Chancel, sobre desigualdades ambientales, pp. 51-59.

Javier Segura del Pozo, La desigualdad social sigue minando nuestra salud, pp. 61-71.

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 143 otoño, 2018.

José Bellver y Nuria del Viso

Entrevista a Michael T.Klare. «La combinación de sequía extrema, escasez de agua, inseguridad alimentaria y desempleo rural agravarán las tensiones étnicas y estimularán las migraciones masivas», pp. 155-161.

 


 

 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 142, verano 2018.

John Knox, Principios Marco sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente, pp. 83-89.

Nuria del Viso y Carlos Saavedra, Entrevista a Nick Buxton «Una seguridad para todos y todas ante el cambio climático debe surgir desde abajo y dirigirse a cambiar el sistema», pp. 139-144.

 

 

 

 

Dosieres Ecosociales

 

Desigualdades climáticas: impactos y responsabilidades de los eventos meteorológicos extremos

Mateo Aguado y Nuria del Viso, Las injusticias ocultas del cambio climático.

 Miguel Ángel Navas Martín, Desentrañando los efectos del calor en la salud humana en contextos desigualitarios.

 Sergio Tirado Herrero, Vulnerabilidad energética y olas de calor en hogares urbanos.

Claudia Narocki, Desigualdades en el ámbito laboral y episodios de altas temperaturas.

 Álvaro Ramón Sánchez, Periferia y crisis climática: la articulación de un discurso ecologista desde América Latina.

 Cristina Contreras Jiménez y Rodrigo Blanca Quesada, Hacer barrio ante la emergencia climática.

 

Colección Economía Inclusiva

 

Desigualdades insostenibles: por una justicia social y ecológica

Lucas Chancel

FUHEM Ecosocial y Catarata, Madrid, 2022, 192 p.

Introducción

 

 

 

Cambio Climático, S.A.

Nick Buxton, Ben Hayes (eds.)

FUHEM Ecosocial, Madrid, 2017, 301 págs.

Prólogo de Susan George
Prólogo de Santiago Álvarez Cantalapiedra

 

 

La Situación del Mundo

 

La Situación del Mundo 2009. Informe anual del Worldwatch Institute sobre el progreso hacia una sociedad sostenible: El mundo ante el calentamiento global.

Robert Engelman, Michael Renner y Janet Sawin (dir.)

Christopher Flavin y Robert Engelman. La tormenta perfecta.

W.L. Hare,Un aterrizaje seguro para el clima.

Sara J. Scherr y Sajal Sthapit., Agricultura y usos del suelo para enfriar el planeta.

Janet L. Sawin y William R. MoomawUn futuro energético duradero,.

David Dodman, Jessica Ayers y Saleemul Huq, Generar resiliencia.

Robert Engelman, Acuerdos para salvar el clima.

Alice McKeown, Gary Gardner, Guía y glosario sobre el cambio climático.

APÉNDICE: 

Antonio Ruiz de Elvira, Cambio climático en España: Problemas y soluciones,

 

 

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.


Crisis de la energía y transiciones energéticas. Selección de recursos

 

Recopilación de artículos publicados en la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, de FUHEM Ecosocial que abordan diferentes aspectos de la crisis de la energía y las transiciones energéticas, así como las alternativas en torno a las energías renovables, los distintos escenarios a los que nos enfrentamos por el descenso energético, las estrategias y redistribución; las críticas a la energía nuclear y sus efectos en el cambio climático, además de las diferentes expresiones del extractivismo y las múltiples violencias que generan.

 

 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 159, otoño 2022.

Laura Ramos, La energía solar fotovoltaica en la transición energética, pp. 113-122.

Pablo Cotarelo, Comunidades energéticas: desarrollo de una alternativa real, pp. 123-135.

 

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 156, invierno 2021-2022

Santiago Álvarez Cantalapiedra, Los planos del debate de la crisis energética, pp. 5-10.

Jorge Riechmann, Autolimitarnos para que pueda existir el otro. Sobre energía y transiciones ecosociales, pp. 11-25.

Alicia Valero, Guiomar Calvo y Antonio Valero, Thanatia. Límites minerales de la transición energética, pp. 7-41.

 

Rafael Fernández Sánchez, Economía política del mercado mundial de petróleo: flujos, actores y precios, pp. 43-53

Tica Font, China, geopolítica y materiales estratégicos, pp. 55-65

Luis González Reyes, Crisis energética, pp. 67-78.

Martín LallanaDescenso energético: escenarios, estrategias y redistribución, pp. 79-91.

Óscar Carpintero y Jaime Nieto, Transición energética y escenarios postcrecimiento, pp. 93-106.


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 153, primavera 2021.

Antonio Serrano Rodríguez

Hidrógeno verde y transición energéticapp. 83-92.

 

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 151, otoño 2020

Josefa Sánchez Contreras, Megaproyectos eólicos en el Istmo mexicano: los bienes comunales en tiempos de crisis energética, pp. 87-97.

 

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 149, primavera 2020

Tica Font Gregori, Utopía y antropoceno: críticas y respuestas al reto nuclear, pp. 65-76

 

 

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 143, verano 2019

Mariana Walter, Extractivismo, violencia y poder  pp. 47-59

Eduardo Gudynas, Extractivismos: el concepto, sus expresiones y sus múltiples violencias, pp. 61-70

Ben Leather, Es hora de que las empresas reconozcan su papel fundamental en la defensa de los derechos humanos, pp. 71-82.

Patricio Carpio Benálcazar, Pueblos y comunidades frente a la encrucijada extractivista. El caso ecuatoriano, 83-93.

Óscar Carpintero y José Manuel Naredo, Sobre financiarización y neoextractivismo, 97-108.

Jose-Luis Palacios, Guiomar Calvo, Alicia Valero, Antonio Valero y Abel Ortego, El rol de la minería de América Latina en una sociedad descarbonizada, pp. 109-117.

Elena Pérez Lagüela, Desarrollismo y tierras raras: orígenes y causas del extractivismo en China, pp. 119-136.


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 140, invierno 2017-2018

Joaquim Sempere, El colapso energético de Cuba de los años 90, pp. 13-32.

 

 

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 138, verano 2017

Xavier Bohigas, Centrales nucleares, emisiones de CO2 y cambio climático, pp. 109-121.

 

 


 

 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 134, verano 2017

Ignacio MártilLas posibilidades de encontrar fuentes de energía limpias, abundantes y gratuitas, pp. 105-116.

 

 

 


 

Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 127, otoño 2014 2017

Joaquim Sempere, Papel y límites de la acción intersticial en las transiciones postcarbono, pp. 91-106.

 

 

 

 

 

 

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD).

El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.