El reto de un mundo sostenible

El impacto humano por el medio ambiente viene determinado, en términos generales, por el número de habitantes del planeta y por su forma de vida. La ecuación que relaciona estilo de vida y medio ambiente es sencilla, hay pocas formas de disminuir el impacto humano sobre el medio ambiente: o cambiamos nuestra forma de vida, o desarrollamos tecnologías más eficientes o reducimos la población del planeta.

El tamaño de la población es un aspecto crucial, uno de los factores que multiplica exponencialmente el impacto de la humanidad sobre el planeta. Otro factor es el de las aspiraciones y expectativas de la población y será sobre este factor sobre el que haga incidencia el capítulo.

Según la teoría económica convencional, el bienestar humano se alcanza a través del consumo. Si se analizan detenidamente las motivaciones de los consumidores se descubren un gran número de factores relacionados con la felicidad, la familia, la salud, la aprobación del grupo, la pertenencia a la comunidad, el sentido de la vida. Se consume creyendo que eso proporcionará amigos, una comunidad, un sentido.
La búsqueda de la autoestima a través de la riqueza material no conduce a ninguna parte, pero la necesidad constante de mejorar y de conseguir aprobación sólo sirve para atrincherar a algunos es una espiral de consumo casi neurótica. Una consecuencia de esta esquiva búsqueda de la felicidad es que las sociedades industriales están hipotecando las posibilidades del resto de la gente de llevar una vida satisfactoria.

Esta paradoja del bienestar plante una cuestión: ¿por qué seguimos consumiendo? ¿por qué no gastar menos y dedicarle más tiempo a la familia? ¿no podríamos así vivir mejor, de manera más justa, reduciendo a la vez el impacto humanos sobre el medioambiente?.
Frente a las instituciones de la sociedad de consumo que parecen fomentar cada vez más el individualismo y la competición y reprimir los comportamientos sociales, está surgiendo una reacción contra el consumismo, una contracultura que reconoce los límites de la sociedad de consumo, y que está intentando superarla. Estas iniciativas de decrecimiento y de apuesta por la sencillez, la reacción contra el consumismo, el creciente interés por las iniciativas a la sociedad de consumo, pueden quedarse sólo en buenas intenciones si no cambian las infraestructuras físicas, las instituciones y las estructuras sociales. Según el autor, para llevar a cabo estos cambios deberán implicarse las empresas, los consumidores, los medios de comunicación, las comunidades, pero sobre todo, los gobiernos.