Posesiones perecederas

La relación entre el despilfarro de alimentos en los países ricos y la pobreza alimentaria en otros lugares del mundo no es ni sencilla ni directa, pero es sin duda real. El autor desgrana en este texto argumentos que la ponen en evidencia y muestra hasta qué punto nuestra cultura del despilfarro resulta inaceptable

En una cadena de suministro de alimentos globalizada, las personas que dependen de la misma «provisión común» de recursos no son ya necesariamente nuestros vecinos, ni siquiera nuestros compatriotas. Aunque vivan a miles de kilómetros de distancia, muchas personas de Asia y África siguen dependiendo del mercado global para procurarse sus alimentos. ¿Cómo respondemos del hecho de que la mayoría de los países de Europa y EE UU desperdicien, en el proceso que va de la tierra a la mesa, la mitad del total de su suministro de alimentos?

Los residuos que todos vemos a diario en nuestras casas, todo ello representa tierra, agua y otros recursos que podrían destinarse a un uso mejor que el de llenar de alimentos los vertederos de basura.

Los escépticos dirán que no existe relación alguna entre el desperdicio de alimentos en los países ricos y la falta de alimentos en el otro extremo del planeta, pero esta relación existe, y la crisis alimentaria de 2007-2008 y las escaladas de precios más recientes, causadas en parte por la escasez global de cereales, han permitido que esto sea más evidente. No cabe la menor duda de que las fluctuaciones del consumo en los países ricos afectan a la disponibilidad de alimentos en el mundo, y que esto repercute directamente en la capacidad de las personas pobres para comprar alimentos en cantidades suficientes para sobrevivir.
Según el autor, dado que el suministro de alimentos se ha convertido en un fenómeno global, y especialmente cuando la demanda es mayor que la oferta, tirar alimentos al cubo de la basura equivale verdaderamente a detraerlos del mercado mundial y quitárselos de la boca a quienes pasan hambre.

Esta situación persiste al tiempo que los supermercados tiran a la basura millones de toneladas de alimentos de calidad. En este caso, una posible solución es donar los excedentes alimentarios a organizaciones como los bancos de alimentos o los centros de redistribución, para que los entreguen a personas que los necesitan mientras están todavía frescos y son aptos para el consumo.

El volumen de alimentos que se tiran a la basura no sólo representa un despilfarro masivo de recursos naturales sino que tiene un considerable coste monetario para las familias y para la industria alimentaria.