Entrevista a José Luis Moreno Pestaña

Entrevista a José Luis Moreno Pestaña publicada en el número 137 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

Monica Di Donato, FUHEM Ecosocial

José Luis Moreno Pestaña1 es profesor de Filosofía en la Universidad de Cádiz. Filósofo y sociólogo formado en la tradición de Pierre Bourdieu y reconocido experto en la obra de Michel Foucault. Es especialista en filosofía política, sociología de trastornos alimentarios y salud mental, elementos que aborda, entre otros, en una de sus más recientes publicaciones La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios, editado por Akal.2 Este libro ha inspirado el contenido de esta entrevista, en la que señalamos y reflexionamos sobre los puntos más interesantes y novedosos de su investigación y de su teorización del cuerpo como capital.

Monica Di Donato (MDD): La cara oscura del capital erótico es un libro a medias entre trabajo de investigación científico-académico (por rigor en la selección de la muestra, elección de una metodología ad hoc, diseño y análisis de la información de las entrevistas y su representatividad, etc.) y ensayo de carácter más divulgativo, que resulta atractivo para un público amplio, interesado en profundizar en las causas e implicaciones de los cánones estéticos en términos de género, clase social, mercado de trabajo, etc. ¿Podría comentarnos cómo nace la idea de este estudio, y cuáles son sus hipótesis de partida?

 

José Luis Moreno Pestaña (JLM): Es cierto que el libro no transmite hechos que se conocieran, sino que presenta hechos e interpretaciones que, hasta donde me alcanza, se desconocían completamente. Y es cierto también que intenta reducir los costes de recepción del texto por parte del lector, intentando ser claro.

Pero sí considero que también es un libro académico, que combina reflexión cualitativa y cuantitativa y que no es un reportaje periodístico ni tampoco una especulación exclusivamente teórica. Reivindico ese modelo de escritura con claridad sobre las fuentes empíricas y teóricas –citar convenientemente es algo tristemente en desuso: es mejor plagiar, saquear textos y referencias ajenas y esconderlo– intentando articular lógicamente las teorías que analizan lo empírico. El lector puede asumir los datos y rechazar las teorías, considerar que las segundas tienen más fuerza que los primeros, imaginar otras investigaciones posibles… Me gusta esa disciplina mental y creo que ayuda a discutir racionalmente.

Hace tiempo que escribo sobre cuerpo y trastornos alimentarios. Mi primer libro fue Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social3 resultado de mi habilitación en Sociología en Francia y que se ha publicado en francés este año.4 En ese libro trabajaba sobre los trastornos alimentarios y la ruptura de los hábitos alimentarios en grupos sociales humildes o de clases más acomodadas. También proponía un análisis de cómo el campo terapéutico pugnaba por el tratamiento y era, a la par, utilizado por las personas afectadas según sus recursos. En aquel libro aparecían personas que manifestaron sus trastornos alimentarios tras entrar a trabajar, pero no había un análisis preciso.

En general, el análisis de la cultura somática de los individuos me ayuda a comprender las dimensiones más íntimas de la identidad de clase y género. En esa identidad, el trabajo juega un papel de primer orden, pero ¿cómo acceder al terreno? Las administraciones no quieren cuestionar el reclutamiento de la fuerza de trabajo y vincularlo con enfermedades, los sindicatos no se centran en el asunto y en la academia uno cuenta con escasa compañía. Tampoco hay registros de la vinculación de trastornos alimentarios y trabajo: las estadísticas dependen de dispositivos de visualización política y los prototipos psiquiátricos, no se concentran en las tiendas de moda o en el periodismo. Hice, con la colaboración de un colega, un estudio por grupos profesionales utilizando el IMC (Índice de Masa Corporal) según la Clasificación Nacional de Ocupaciones, pero eso sirve para lo que sirve: como un indicador posible de la distribución de la delgadez en los empleos. Quedaba un trabajo cualitativo, como el que me enseñaron mis maestros y maestras, con métodos artesanales y dificultades de captación, pero intentando articular un corpus razonado: buscar lo que confirma y lo que no, describir secuencias vinculando sistemas de organización del trabajo y hábitos personales, intentando reconstruir los casos dentro de un espacio de posibilidades lógicas y preguntándose cómo éstas tienen más o menos pertinencia empírica. Varios amigos y amigas me ayudaron muchísimo. Notablemente, Francisco Carballo pero también Adriana Razquin y Margarita Huete me echaron una mano valiosa, así como una persona del medio que me apoyó en contactar para entrevistas y grupos de discusión.

MDD: ¿Podría señalar brevemente los resultados y las tendencias más destacadas que muestra el estudio?

JLM: Desde el punto de vista teórico propongo una teoría del capital erótico como una especie particular de capital cultural, una especie dominada históricamente atribuida a mujeres. Propongo también una historia de cómo se articula ese capital, ofreciendo una horquilla histórica precisa y señalando los componentes que convierten a la delgadez en una suerte de equivalente de salud, belleza y responsabilidad. Eso en lo que toca al aspecto más teórico del libro.

El estudio de los trastornos alimentarios me sirve para comprender cómo cada entorno de trabajo permite más o menos la introducción del capital erótico. En ese sentido, no muestro una sociedad dominada por una forma de capital todopoderosa: hay circuitos donde es necesario valorizar el cuerpo, otros donde hacerlo es muy problemático y te aboca a graves descalificaciones y otros donde es ambiguo porque se reclama sin permitir que se reivindique explícitamente: así las tasas de delgadez entre los artistas son muy altas y en el libro muestro el impacto de estudiar Bellas Artes entre personas de cultura somática heterodoxa. Nadie, sin embargo, dice que el arte hoy requiera capital erótico, aunque en privado hay gente que insiste en el rendimiento que proporciona. Algo menos sucede en la universidad o el mundo intelectual.

MDD: En el apéndice metodológico de su libro, usted hace referencia a los primeros momentos del trabajo de investigación y a la conformación de un grupo de expertos reunidos por la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, con el objetivo de abordar, desde el campo de la salud pública, los trastornos de la conducta alimentaria. ¿Cómo se concilian visiones y posiciones a veces muy distintas –por ejemplo, la visión de los psicólogos y los sociólogos– con res- pecto a un problema como el citado anteriormente? ¿Se ha tenido que alterar el diseño de la investigación original?
¿Cuál es el papel de un sociólogo en ese sentido?

JLM: La sociología se pregunta por cuáles son nuestras ideas de normalidad, de dónde proceden, y por los conflictos que acarrean en según qué contextos. Y, muy importante, sobre la enfermedad mental: en qué contextos no generan problema alguno. La misma práctica puede ser alabada en un lugar y penalizada en otro: en un punto del espacio social cavilar sobre calorías es sín- toma de anorexia, en otro testimonio de salud. El arte en sociología de la enferme- dad mental consiste, básicamente, en ser capaz de aplicar ese postulado con preci- sión: describir, como explicó Erving Goffman, «la locura en el lugar». La psico- logía hace su trabajo en otros planos. No comparto el antipsicologismo de muchos sociólogos: me parece que es un camino sin sentido. Otra cosa es que asumamos como evidentes los retratos tipológicos con los que trabajan muchos psicólogos. Yo he sido muy crítico en mis dos libros, y obvia- mente no me ha ayudado a hacerme ami- gos entre bastantes especialistas. Pero creo que podemos entendernos y colaborar.

En ese sentido, el apéndice es un intento de epistemología situada. Cuando se hace epistemología se cita a teóricos y eso sirve para poco. Meditaciones sobre el saber y el poder hay miles y sirven a menudo para no decir nada comprometido, eso sí: quedando muy radical. No soy partidario de ese tipo de literatura. Es mucho mejor mostrar qué fuerzas condicionan lo que escribes, cómo asumes la demanda o intentas reformularla, cuáles son los obstáculos específicos para la producción de datos. Tuve un encargo que me permitió hacer ciertas entrevistas y grupos y luego completé mi investigación con mis propios medios, grabadoras y transcripciones. En el camino anoté qué me facilitaba acceder a espacios sociales y qué me impedía acceder a ellos, intentaba interpretar qué fuerzas estaban en liza en tales situaciones. También lo hacía en Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social. Foucault tuvo la intuición de hacer una etnografía epistemológica de los universos de la salud mental. Intento tomármela en serio.

MDD: Antes ha señalado que en el libro llega a generar una teoría del cuerpo como capital. ¿Cuáles son las influencias intelectuales y las visiones históricas que se dejan entrever en esta teorización? Y ¿es La cara oculta del capital erótico, en relación con lo dicho anteriormente, el “punto final”, más robusto, de un trabajo ya empezado con Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social?

JLM: La parte sobre la inclusión del capital erótico en el cultural es una discusión interna dentro del modelo teórico de Bourdieu, pero la historia de la capitalización del cuerpo es de inspiración marxista y juegan un papel importante Juan Carlos Rodríguez y David Harvey. Presumo que el conjunto es algo no teorizado hasta ahora; más inmodestamente: es original mío.

En cuanto a si culmina el trabajo anterior, sí y no. Sí, porque creo que es mi último libro tras dieciséis años investigando y escribiendo. Es hora de que otras personas escriban e investiguen si el tema les interesa. No es bueno –es bueno académicamente, pero no intelectualmente– luchar por el monopolio de los terrenos y, tras tanto tiempo, es inevitable tender a eso. Así que mejor decir: con mis escasas fuerzas he producido esto, ojalá se mejore.

Y no es una culminación: el primero de mis libros fue muy importante para mí. No solo porque tuve la suerte de que lo aceptase el Centro de Investigaciones Sociológicas y que la versión francesa me sirviera como tesis de habilitación en sociología; eso, para un académico, importa, y mucho. Pero hay más: la teoría de los nichos ecológicos de los trastornos alimentarios –adaptada del filósofo canadiense Ian Hacking– que utilizo en mi último libro no podría sostenerse sin todo lo que muestro en el primero. Algo tan importante como mis observaciones sobre los dispositivos de visualización de las patologías (¿por qué se busca la anorexia entre la llamada cultura adolescente y no entre ciertas culturas empresariales particularmente despóticas?) exigía toda la familiarización con el medio terapéutico presente en el primer libro.

MDD: Me gustaría profundizar sobre un aspecto de la teoría del cuerpo como capital. Como hemos visto, el cuerpo ya no es un “artefacto” biológico del que disponemos, que es como es independientemente de la clase social de pertenencia, sino que se trasforma en capital. ¿Por qué erótico, y qué lo diferencia de “otros” capitales? ¿Y, sobre todo, es institucionalizable?

JLM: Erótico es el término que acuñó Catherine Hakim, una socióloga inglesa de la London School of Economics que, así, añadía una cuarta categoría a las tres categorías de capital de Bourdieu. En todo caso, señalar también que existen otros términos. En ciencias sociales y en filosofía cada libro nos exige una terminología nueva. Yo podía haberme inventado un nuevo concepto, pero es una dinámica –quizá inevitable– que exaspera mi idea del científico social como trabajador –artesanal– de la prueba.

El capital erótico, como ya he dicho anteriormente, es un tipo de capital cultural, con sus dimensiones incorporadas (morfología, ropa, prácticas de maquillaje, salud, deporte) y sus dimensiones objetivadas: descifrar el valor de una compleja oferta corporal exige una enorme familiarización, tanto o más que mantenerse al día en las tendencias políticas de moda. Ahora bien, y esa es la diferencia: no tenemos credenciales institucionalizadas de capital erótico. Y eso es lo que nos muestra su inestabilidad y la precariedad de la capitalización del cuerpo. Es esta cuestión la que hace que mi modelo de análisis no cuadre bien del todo. El capital erótico es un capital cultural, bien, pero, ¿y las credenciales que lo acreditan? Lo mejor de una teoría no es solo lo que explica sino también aquello en lo que no cuadra y te incita a más análisis. En ese análisis intento dilucidar qué es lo que impidió que se estableciesen equivalentes generales respecto del cuerpo en dos momentos clave: la crítica intelectual, y en parte democrática, en el mundo griego antiguo y el ataque cristiano al cuerpo. Ese asunto cambia en el siglo XIX y empiezan a generalizarse prototipos corporales que conquistan cada vez más espacios y unifican las apreciaciones del cuerpo. Pero tampoco pueden establecer credenciales institucionalizadas porque la legitimidad de ese modelo corporal no ha logrado apoyo científico. ¿La razón? Los debates que se establecen en las ciencias de la salud sobre la posibilidad y deseabilidad de transformar el cuerpo.

MDD: Dentro del capitalismo, ¿la servi- dumbre estética del cuerpo para el mercado laboral ha sido más o menos parecida, o ha evolucionado de manera diferente? Si es así, ¿qué elementos (roles, funciones, etc.) han determinado estos cambios en relación con el capital erótico?

JLM: Camareros, vendedores y profesores son algunas de las categorías más pobladas en la fuerza de trabajo. Son también espacios feminizados donde existen fuertes estímulos a capitalizar el cuerpo según la ortodoxia de delgadez dominante, cada uno con matices importantes en cuanto a morfología, ropa, etc. Pero el acontecimiento fundamental se produjo a finales del XIX. Entonces, se estandariza un modelo de delgadez que, primero, asocia belleza, salud y responsabilidad moral y, segundo, invita a los sujetos a adquirirla por medio del esfuerzo individual ya que se les dice que está al alcance de cuantos se esfuercen en adquirirla. Sin este último punto, el juego no funcionaría. La delgadez comienza a funcionar cuando desaparecen las grandes hambrunas en Occidente (salvo catástrofe, claro) y la gordura (ya muy atacada en la estética de la distinción cortesana) deja de ser un símbolo de distinción de clase.

MDD: Partimos de una reflexión: a través del concepto de capital erótico, Hakim, exhorta las mujeres a utilizar la belleza, el reclamo sexual, el vestir de un determinado modo, la seducción, etc. para conseguir trabajo, mejoras en el ámbito laboral y, en ese sentido, critica duramente tanto el papel de las feministas como del patriarcado, que inhiben el aprovechamiento de este capital. ¿Qué opina de esta formulación? ¿Cuál es el papel del movimiento feminista en todo esto? Este capital erótico, ¿sería una característica específica del género femenino o también lo podríamos encontrar en el masculino?

JLM: Lo cierto es que existe un feminismo crítico con el capital erótico y otro que lo reivindica. Ambos proporcionan argumentos a considerar. Yo me siento más cercano del primero, pero escucho con atención al segundo.

No creo, en lo referente a Hakim, que haya descubierto un capital nuevo, como también decía antes. El trabajo estético, lo que llamo, siguiéndola, capital erótico es un tipo específico de capital cultural domi- nado, en el sentido de que no tiene un reconocimiento claro y sin ambigüedad. En ese punto, pienso que Hakim tiene razón al señalar que el patriarcado celebra la belleza femenina sin dejar de arrumbarla como un signo de frivolidad: es decir, el patriarcado exige un trabajo que no siempre premia.

Otra cosa es que Hakim caiga en otro mito: la idea de que el cuerpo puede ser modulable sin costes, que pueden llegar a ser enormes. Es la parte injusta de su crítica al feminismo. Podemos pensar, aunque cabe discutirlo, que la estigmatización del trabajo estético supone asumir un desdén arbitrario a una parte de la experiencia humana. Lo que no cabe discutir es que la compulsión a la capitalización del cuerpo, que se basa en la idea de cuerpos disponibles al manejo racional, produce enormes estragos porque las personas carecen de tiempo y dinero para modificarse y mantenerse según la norma: los trastornos alimentarios son un síntoma importantísimo de tales estragos.

En cuanto al último punto que se señalaba en la pregunta, ciertamente el capital erótico puede ser femenino o masculino y debería investigarse, algo que no he hecho, cuál es su configuración en el mercado de trabajo.

MDD: ¿Cuál es, entonces, la cara oscura de este capital erótico? ¿Dónde se insinúan las discriminaciones, las perversiones? ¿Las redes sociales podrían ser un altavoz?

JLM: Existe un círculo virtuoso, desde el punto de vista de la carrera profesional, y vicioso, desde el punto de vista de la salud. La combinación de ambos produce la hecatombe psicológica y corporal. El virtuoso: la exigencia de encarnar ciertos prototipos de belleza permite ingresar, mantenerse y avanzar en bastantes espacios profesionales. El vicioso: esto conlleva modificaciones importantísimas de la propia morfología, que no pueden ser mantenidas sin esfuerzos enormes y a menudo fácilmente reversibles. Pero sigues avanzando y siendo premiada por tu ortodoxia corporal, porque luces la ropa más exclusiva, porque conviertes las interacciones alrededor de las partes de tu cuerpo en el centro de tu vida… Para lo cual haces demasiado ejercicio, contabilizas las calorías obsesivamente, vomitas cuando has faltado a tu compromiso –¡por tu progreso en el trabajo, no porque seas frívola!– o acabas completamente famélica y sin fuerzas, necesitando atención psiquiátrica y generando dinámicas alrededor de ti que no pueden vivir tus próximos.

El IMC juega un papel enorme en ese autocontrol de los individuos: en primer lugar, ofrece, como destacó el filósofo Ian Hacking, un parámetro objetivado con el que podemos calibrarnos continuamente. En segundo lugar, se encuentra legitimado por las administraciones de salud, que suelen utilizarlo, no siempre con precauciones, como barómetro del avance de un sobrepeso y una obesidad considerados indiscutiblemente mórbidos. El IMC es una suerte de “moneda” de la belleza: nos asegura la delgadez, testimonia la salud y el símbolo del individuo que se mide y se cuida diariamente.

En todo esto, las redes sociales, por su parte, permiten ampliar el público del exhibicionismo corporal y presionan a los individuos para que adapten sus cuerpos a la norma. Buena parte de la interacción de los individuos en las redes sociales consiste en testarse a sí mismos y en chequear a los demás respecto del capital erótico.

MDD: Es patológico considerar excelente una morfología estética producida por una enfermedad. Es patológica la “gordofobia”. Es peligroso, y contrario a cualquier ética, utilizar el término y el paraguas de la salud para vender la delgadez y el culto al cuerpo perfecto (y más como símbolo de autocontrol). ¿Es posible frenar todo esto? ¿Cómo se reconvierten estos imperativos y estas servidumbres estéticas? ¿Y qué papel cabe esperar, en ese sentido, tanto de los departamentos de salud pública como de la propia política?

JLM: Al final del libro propongo alternativas políticas y un dilema de carácter filosófico dentro de una perspectiva republicana, que es la mía. Debe discutirse si los balances expertos de la relación entre gordura y morbilidad son creíbles o terriblemente sesgados a la luz de la literatura científica. Conflicto pues en la legitimación de las ciencias de la salud. Cabe discutir si las morfologías corporales que se exigen son consustanciales o no a ciertas culturas profesionales o si, por desgracia, tienden a degradar lo mejor de las mismas: ¿seguro que necesitamos barman o vendedores muy ortodoxos? ¿O gente que cumple su papel con eficacia? Este debate es de política sindical. Debemos ver hasta qué punto y cómo podemos revertir dos siglos de glorificación del cuerpo. Nada nos obliga a seguir con ello, pero tampoco a abandonarlo. Si lo abandonamos porque lo consideramos lesivo y arbitrario debemos perseguir su imposición laboral. Si lo admitimos como parte de nuestra condición debemos facilitar el acceso racional al mismo enseñando cómo puedes, de manera razonable, cultivar tus recursos eróticos. Ideológicamente me siento cercano a lo primero. Tras años investigando, me parece más realista lo segundo. Es un debate donde otros, y sobre todo otras, deben tomar la palabra, si es que, como creo, es un debate importantísimo.

Notas:

1  Autor del blog Hexis. filosofía y sociología http://moreno-pestana.blogspot.com.es/.

2 J. L. Moreno Pestaña, La cara oscura del capital erótico. Capitalización del cuerpo y trastornos alimentarios, Akal (Pensamiento Crítico), Madrid, 2006.

3 J. L. Moreno Pestaña, Moral corporal, trastornos alimentarios y clase social, CIS, Madrid, 2010.

4 J. L. Moreno Pestaña, La classe du corps. Morale corporelle et troubles alimentaires, PULIM, Limoges, 2016.

Entrevista realizada por Monica Di Donato, Investigadora de FUHEM Ecosocial

Acceso al texto completo de la Entrevista a José Luis Moreno Pestaña.

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