Las democracias y los indignados

Este texto recorre algunas de las principales características, y por tanto, diferencias de las tradiciones democráticas liberal y republicana. Para el liberalismo la coerción empieza cuando las decisiones de “otros” recaen sobre uno y, por eso mismo, el grado de libertad aumenta cuantos más ámbitos de la vida queden excluidos: la privacidad es el reino de la libertad, frente a la opresión de “lo público”, de la política. El ideal democrático hubo de ajustarse a este criterio. ¿Cabe otra idea de democracia en la que los “intereses” de los votantes no nos alejen de las mejores decisiones ni la voluntad de los más se vea como una amenaza para la libertad? No hay ley justa sin deliberación y ponderación de opiniones a la luz de razones imparciales, basadas en la virtud ciudadana.

Según palabras del autor, la democracia no es el problema sino –la vía para– la solución: las demandas justas y, por ende, las interferencias arbitrarias se determinan a través de procesos de pública deliberación. Someterse a la voluntad colectiva no es una forma de dominación, y por tanto no cabe pensar en “protegerse” frente a ella cuando esa voluntad está conformada a través de procesos de participación y deliberación en donde ciudadanos comprometidos con el interés general ponderan las propuestas con criterios imparciales y se comprometen en las decisiones que adoptan.

La democracia deliberativa y participativa asegura un razonable vínculo entre las decisiones y la justicia, y muestra la voluntad de participar en la gestión de la vida compartida, la disposición a informarse y a informar a razonar y escuchar razones y a pedir explicaciones.