Las implicaciones de la desigualdad en la sostenibilidad, la cohesión social y la democracia

El texto habla sobre el incremento de la desigualdad que se ha producido desde el año 2007 marcado por el inicio de esta crisis civilizatoria, y cómo se ha producido un aumento de una brecha social, no sólo entre naciones sino también entre clases sociales dentro de cada país.

La mundialización, el capitalismo globalizado, y las políticas de ajuste llevadas a cabo en Europa, han tenido como consecuencia una crisis del euro y de la deuda soberana, lo cual ha tenido un efecto en la distribución primaria de la renta y una redistribución regresiva del ingreso disponible, reforzando estas tendencias de fondo de la desigualdad.

Las clases medias de los países emergentes y de los países desarrollados han tenido una diferente evolución, con una trayectoria ascendente de la primera, que representará una presión adicional sobre la maltrecha salud de un planeta ya muy deteriorado por los estilos de vida occidentales; mientras que el estancamiento de las clases medias y bajas de los países desarrollados conlleva una reestructuración del aparato productivo y una urgencia por reactivar el crecimiento económico con reivindicaciones centradas en la defensa del empleo o del nivel de ingreso. Esto tiene graves consecuencias en la sostenibilidad ya que las políticas de protección medioambiental queden relegadas en la agenda.

La desigualdad también tiene sus efectos en la cohesión social y en la democracia, debido a que la concentración de la riqueza y el poder en pocas manos produce un estancamiento en las mayorías, y una marcada brecha social, escenario en el que la que la práctica democrática se convierte en una auténtica plutocracia, y en el que aparecen opciones populistas como consecuencia del vaciamiento y la deslegitimación de la democracia.

El autor constata que para esquivar estos procesos de deterioro deberían ponerse acento en la redistribución y en la transición económica con parámetros más sostenibles, y sin embargo, y por el contrario, las políticas económicas adoptadas por Europa profundizan esta desigualdad en lugar de combatirla y crean la figura del trabajador pobre, el que a pesar de tener unos ingresos más o menos regulares no consigue cubrir las necesidades de su familia.

Dichas políticas, concluye el autor, están consiguiendo que la desigualdad estructural se haga más profunda en los países del centro y de la periferia de Europa, al tiempo que incrementa la brecha de la desigualdad interna en cada nación, comprometiendo con ello la sostenibilidad, la cohesión social y la democracia en el viejo continente.