Responder al monólogo

La publicidad se ha instaurado como el principal canal ideológico del consumismo, a
la vez que vertebra el ideal del crecimiento productivo ilimitado y la libertad de mercado como una fuente inagotable para la satisfacción de las necesidades humanas. Su capacidad seductora termina por desmaterializar los objetos anunciados y transformarlos, simbólica y psicológicamente, en un conjunto de atributos intangibles, espejo de aquellos anhelos y aspiraciones que interesan al mercado.

El reino del consumo low-cost, la tiranía del beneficio económico a corto plazo y la ambición de la clase empresarial no sólo han construido una amplia clase consumidora pasiva, hedonista y acrítica, sino que también han puesto en jaque la viabilidad de su propia materia prima fundamental: el planeta Tierra.

Esta educación para el consumo que la publicidad lleva haciendo desde hace décadas
carece de mecanismos de control reales: ¿quién juzga a las empresas por mentir en sus anuncios?, ¿quién regula sus contenidos ya que cumplen un incuestionable papel educativo?

Este artículo aborda cómo la contrapublicidad puede cumplir el papel de visibilizar y denunciar las actividades que las empresas esconden detrás de la publicidad, combinando el sustento ideológico que le brindan los distintos movimientos y colectivos sociales con una experimentación gráfica y lingüística heredada del mundo artístico, utilizando el espacio público como lienzo expresivo.

Según la autora, el análisis crítico de los anuncios es una herramienta transversal en tanto que permite abordar temas tan diversos como los que aborda la propia publicidad (relaciones de género, roles de poder, estereotipos de éxito social, exclusión y marginación, sostenibilidad ambiental…), a la vez que es un método para profundizar en las contradicciones de la empresa sentimental, cotejando la veracidad de la imagen de marca que se ofrece a los consumidores y consumidoras.

El texto acaba con una invitación a la movilización pues, según María González Reyes, estamos en un momento en el que no vale decir que no sirve de nada movilizarse, ni quedarse sentado esperando a ver qué pueden hacer otros por mí. No caben las excusas para no hacer. Para generar un movimiento político y social amplio no hay atajos, hay que construir con la lentitud necesaria pero sin grandes pausas. Y, en este proceso, la contrapublicidad puede servir para buscar otros mecanismos de acción que muestren nuevas estrategias comunicativas más directas, más provocadoras, más llamativas