Diálogo: Juan Carlos Monedero y Paolo Ferrero

Después de Grecia, Portugal, Francia y Austria, también en España comienzan a vacilar los podridos pilares de las viejas fuerzas de gobierno, que hasta ahora se alternaban en el poder y que viven el momento más crítico de su consenso electoral. Eso sí, tanto a la derecha como a la izquierda, si quisiéramos seguir usando estas categorías, que algunos ponen en duda. Es decir, tanto Podemos, en contra de la austeridad, como Ciudadanos, en nombre de una derecha renovada, han sacado- especialmente en el primer turno electoral- los dividendos de este proceso de cambio. Esta es una fotografía, todavía precaria, de la España post-electoral, que resulta incierta después de muchos años en los que los ciudadanos han sido golpeados por una crisis tremenda, han visto aniquilados los restos del Estado del bienestar y han sido espectadores casi incrédulos de una corrupción prácticamente sistémica.

Los resultados de las distintas citas electorales han dejado la geografía del voto de cara a la formación de gobierno incierta y compleja, tanto que los números y los equilibrios rotos de este escenario no han derivado en ningún pacto para la gobernabilidad. Sin embargo, un elemento sí ha quedado bien claro: que las fuerzas políticas que ahora tienen que jugarse el partido parece que ya no son dos, sino que son cuatro, o al menos cuatro.

Monica Di Donato y Riziero Zaccagnini (MDD y RZ): Empecemos por aquí: un panorama muy inédito para la joven democracia española, muy habitual sin embargo en el panorama político italiano. ¿España tendrá en un futuro no muy lejano, un parlamento a la italiana? ¿Qué reflexiones le merece este escenario?

Juan Carlos Monedero (JCM): Yo creo que una de las cosas positivas que marca la diferencia de Podemos con otras fuerzas políticas es que partimos de un diagnóstico diferente a las fuerzas tradicionales de la izquierda, porque nosotros hemos entendido que hay que reinventar ese espacio. Igual que Prince, que en su momento pasó a llamarse «El artista antes llamado Prince”, también hay que reinventar “el lugar antaño llamado izquierda”. Las preguntas que dan origen al socialismo, que son las preguntas de la Ilustración, de la Revolución Francesa, las preguntas de la libertad, de la igualdad y la fraternidad siguen vigentes, pero las respuestas tienen que cambiar.

Es muy importante entender que durante el siglo XX la izquierda tradicional ha ido sumando cinco grandes problemas. El primero de ellos es un análisis teórico erróneo que ya no sirve, que ha seguido siendo muy deudor de análisis leídos como catecismo de textos de Marx, y que hoy ya no dan respuesta. No porque no analicen bien el metabolismo del capital, sino que la clase obrera ya no es un sujeto que se pueda representar, que la estatalización de los medios de producción no tiene sentido, que intercambiar libertad por ética no es algo asumible ya por nuestras sociedades. En segundo lugar, es muy importante entender que la izquierda fracasó en la gestión, tanto en la socialdemocracia, con un paternalismo que desempoderó a la ciudadanía, como en la izquierda comunista, porque desconfió del pueblo. Eso ha hecho que Margaret Thatcher hablase de una “revolución conservadora” sobre ese fracaso de la gestión tradicional de la izquierda. En tercer lugar, los valores propios comunitarios han sido arrumbados y arrasados por un sentido común neoliberal, es decir, un sentido común afín a una sociedad donde todos nos comportemos como empresarios de nosotros mismos. Eso hace que el egoísmo venza como sentido común a la solidaridad, lo privado a lo público, las empresas al Estado, una concepción antropológica pesimista frente a una concepción antropológica optimista, es decir, el homo homini lupus vence a una concepción más rousseauniana de bondad del ser humano. Todas esas cosas son esenciales para entender que hay que partir de un nuevo lugar. Y dos cosas más. Por un lado, como dice algún autor italiano, somos hombres y mujeres endeudadas, es decir, que llevamos treinta años siendo rehenes de nuestra relación con los bancos que ha construido una dictadura financiera donde somos todos indirectamente parte de la fuerza de nuestro verdugo. Y, por último, vivimos en sociedades saturadas audiovisualmente que tienen como destino tenernos entretenidos y tenernos poco dispuestos a profundizar en un análisis realista de lo que nos pasa.

Todos estos elementos se resumen en un problema de fondo que afecta a España, que afecta a Italia, que afecta a Francia: es la despolitización. Es decir, que uno estudia la evolución del papel de los partidos políticos, de las elecciones, de la participación ciudadana, y nos encontramos con que la despolitización es un lugar común que es muy afín a las necesidades de la derecha neoliberal. […]

Paolo Ferrero (PF): En primer lugar, considero muy positivo que se haya roto el bipartidismo que ha caracterizado a la democracia española hasta hoy. El bipartidismo ha servido en las últimas décadas para mantener fuerte la dirección neoliberal del Estado, independientemente de qué partido venciese las elecciones. Socialistas y populares no son iguales, pero en lo que se refiere a políticas económicas y sociales, los distintos gobiernos populares y socialistas han llevado, básicamente, la misma dirección política de fondo, la neoliberal. En el bipartidismo entre partidos tan parecidos, el voto de los ciudadanos puede hacer cambios dentro de la clase dirigente pero no cambia las elecciones políticas de fondo: el pueblo puede sólo escoger cuál de los dos partidos neoliberales hacer vencer. El bipartidismo es la máxima expresión de la reducción de la política a una representación teatral en la que la personalización y la pesadez del enfrentamiento verbal esconden una completa identidad en los principios fundamentales del liberalismo. Sobre esta base ha crecido la desconfianza en la política porque todas las expectativas de cambio social que en estos últimos veinte años se han confiado al voto han desilusionado sistemáticamente a los votantes. La ruptura del bipartidismo en España es, por tanto, la ocasión para romper la hegemonía del neoliberalismo y abrir en un plano popular y mayoritario un camino hacia la alternativa. Para que esta alternativa se constituya como fuerza material, como movimiento real que permita abolir el estado actual de las cosas, desde mi punto de vista se necesitan dos condiciones fundamentales.

La primera es la participación popular y la construcción consciente de una subjetividad política participada. Romper la atomización social y los subsecuentes sentidos de impotencia y desarraigo, trabajando en la construcción de una subjetividad social densa, participada, consciente, orgullosa de sí misma es un elemento decisivo. No basta la delegación pasiva del poder para cambiar las cosas, no basta el consenso, sino que se necesita el protagonismo de las masas. Desde este punto de vista me parece que la experiencia española está muy avanzada porque a un éxito electoral relevante se une un extenso protagonismo de los movimientos sociales y de las ciudades rebeldes, a partir de Barcelona y Madrid. En España están creciendo múltiples formas de subjetividad, incluso auténticas instituciones de movimiento, que son capaces de relacionarse entre ellas y de dar vida a un verdadero movimiento político de masas que va mucho más allá de la adhesión a un partido o del consenso sobre un líder. Antonio Gramsci hablaba de la conquista de espacios de influencia como punto de partida de un proceso de transformación y me parece que en España este camino se ha iniciado positivamente. La tarea de la izquierda política – es decir, de aquellos que tratan de representar a las instancias populares contra la oligarquía que manda – será la de encontrar la forma y los modos de aumentar el consenso electoral a su alrededor, pero sobre todo la de mantener y reforzar la unidad sobre la cual pueda crecer este movimiento político de masas.

La segunda condición para que la alternativa de propuesta política pueda transformarse en realidad, es la construcción de un imaginario adecuado. El actual imaginario público está completamente colonizado por una idea fuerza completamente falsa: se dice que estamos en una situación de escasez (de dinero, de trabajo, etc.). En este escenario, para sobrevivir es necesario competir y ser más competitivos que los otros. Esta posición, con todo lo que implica, caracteriza al complejo de las fuerzas políticas de centro izquierda, derecha y centro derecha. El paradigma, basado en la escasez y la competencia es el paradigma ampliamente hegemónico, y el racismo fascistoide de la extrema derecha no es sino una variante de éste: «¡si no hay para todos, primero para los nacionales!» es el eslogan. Este paradigma, que transforma la presunta escasez en una especie de “estado de excepción” une a todos los países del sur de Europa y justifica cualquier barbaridad, desde la destrucción del estado del bienestar a la destrucción del medio ambiente, que hay que “valorar”. […]

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