Los problemas que plantea el capitalismo de las economías centrales vienen de lejos. Tienen que ver básicamente con dos cosas: con las dificultades crecientes de valorización del capital en esos espacios y con el deterioro del clima cultural que había legitimado socialmente hasta entonces al capitalismo. Ambos problemas empiezan a manifestarse de forma clara en Estados Unidos y en la vieja Europa a partir de la década de los setenta del siglo pasado, activando tres procesos a modo de respuesta: la contraofensiva neoliberal, la profundización de la globalización y, finalmente, el impulso a la financiarización de la economía.
El neoliberalismo debe ser interpretado –como señala Harvey– como un proyecto político orientado, por un lado, a restablecer las condiciones para la acumulación de capital y, por otro, a restaurar el poder de las élites económicas. Al final sólo ha servido para lo segundo: «Esto es la lucha de clases –se encargó de recordarnos el multimillonario Warren Buffet–, y la mía, la de los ricos, la está ganando». La mundialización, a su vez, fue el tema estrella en los debates económicos de los noventa. Es un fenómeno complejo que no se presta a veredictos inequívocos, aunque bajo la convocatoria a la internacionalización y a la competitividad de las empresas, reiterada una y otra vez por las instituciones internacionales y los países ricos, se desliza la esperanza de que con la extensión de relaciones sociales capitalistas por todo el orbe sea posible contrarrestar las dificultades de valorización del capital en las economía centrales.
El impulso a la financiarización de la economía se relaciona profundamente con los dos procesos recién mentados. El inicio de la expansión de los mercados monetarios y financieros arranca de las transformaciones del sistema monetario internacional de principios de los setenta (generalización de un sistema de tipos de cambio flexible), de la liberalización de los movimientos internacionales de capitales y de la desregulación paralela de los tipos de interés. En esas circunstancias, las operaciones en los circuitos financieros dejaron de ser la contrapartida de los intercambios de bienes y servicios para convertirse, básicamente, en el espacio de la innovación de nuevos productos con el propósito de obtener, bien beneficios derivados de la volatilidad de los tipos de interés y/o de cambio, bien cobertura de los riesgos asociados a esas variaciones. Poco después, la explotación de las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información, la emergencia de nuevos operadores y agentes conformando un grupo social en el que convergen intereses comunes (inversores institucionales, agencias de calificación, consultores, auditores, burocracia de las instituciones financieras internacionales, etc.), junto a los cambios en la regulación inducidos por el neoliberalismo (independencia de los bancos centrales, disolución de las diferencias entre banca comercial y de inversión, rebajas impositivas y exenciones fiscales al patrimonio y a las rentas del capital, ausencia de controles a la colusión entre actividades de supervisión, calificación y consultoría en empresas auditoras y de rating, etc.) y las dificultades propias de valoración en el espacio productivo, terminaron de asentar el primado mundializado de las finanzas.
Esta evolución de las finanzas ha implicado cambios importantes en el funcionamiento del capitalismo de nuestros días. Transformaciones que aparentemente han incidido menos en las posibilidades de restablecimiento de una nueva senda de acumulación (al menos en los países centrales) que en la redefinición de la hegemonía mundial y las relaciones de poder entre grupos y clases sociales en el interior de cada una de las economías.
Ángel Martínez González-Tablas y Valpy FitzGerald conversan sobre estas cuestiones en un diálogo conducido por Santiago Álvarez Cantalapiedra, publicado en el número 114 de Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.
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