Wassap, comunicación 2.0

What’s up? En castellano, algo parecido a ¿qué pasa?, es la expresión de origen que da nombre a uno de los sistemas de comunicación más utilizados en nuestros días. Muy pocas personas se mantienen aún al margen de su influencia y no lo utilizan.

En nuestra comunidad escolar, casi todas las familias, cualquiera de nosotras, nosotros, nuestras hijas e hijos, pertenecen a varios grupos de WhatsApp, tanto del Colegio como de otros entornos, de amistad, laboral u otros.

Es difícil determinar el punto exacto de prudencia o implicación adecuado para participar en estos grupos, pero, de vez en cuando, debemos pararnos a reflexionar sobre lo que nos aportan, qué les aportamos y cuáles son los objetivos que perseguimos con esta forma de comunicación.

Por supuesto, las respuestas serán diversas, pero además de mostrar nuestra opinión e intereses, debemos prestar atención a las de otras madres y padres, que pueden o no buscar lo mismo, y con quienes hemos de conciliar este espacio común de encuentro.

Su uso más correcto pasa por saber y compartir tareas de clase, quedar con amigos y amigas, intercambiar impresiones sobre lo que ocurre en el colegio, compartir actividades, eventos, opiniones políticas, celebrar cumpleaños, pedir ayuda para recoger a nuestro hijo o hija, comentarios como “mi hija cuenta que la profesora ha dicho…”. Debemos reflexionar sobre cuantos temas y opiniones podemos encontrar en los grupos, cuáles pertenecen al ámbito escolar y cuáles perjudican o benefician a nuestros hijos e hijas, a otras madres y padres, al profesorado, e incluso aquellos contenidos que hacen más complejas nuestras relaciones personales.

Todo desarrollo tecnológico es bienvenido, más aún en la medida que signifique una forma facilitadora de diálogo y comunicación. WhatsApp ha supuesto la inmediatez en las relaciones, algo que hace unos años era absolutamente insólito. Pero de lo inmediato a lo espontáneo y con frecuencia poco racional, hay un límite muy difuso que puede generar confusión e incluso conflicto. La valentía de interactuar desde un espacio físico íntimo, en soledad, desde una habitación u otro espacio personal, nos hace olvidar que WhatsApp es un lugar social, en el que de inmediato se proyectan nuestras palabras y repercuten sobre otras personas y nuestras relaciones, transformándolas y confrontando las más complejas formas de comunicación, superando lo exclusivamente presencial. La realidad y nuestro entorno social ya es 2.0, más complejo; y en el que se entremezclan situaciones presenciales y físicas con virtuales, a la par que se combina toda la información que llega por diferentes cauces, que a su vez interpretamos e influencian nuestro comportamiento y el de nuestras y nuestros interlocutores. Añadir que, por lógica, a más participantes, más interpretaciones impregnadas de subjetividad y más influencia en el comportamiento grupal.

Queda claro que en este mar, casi océano de redes relacionales multidimensionales, cabe el temor lógico de padres y madres de ciertas amenazas como el ciberacoso o ciberbuying. Es una preocupación coherente e inmersa en una realidad que supera veloz nuestra propia capacidad de adaptación a la misma. Nuestros hijos e hijas dominan las tecnologías, más que las y los adultos de sus familias. Nacieron con un ratón bajo el brazo. Las madres y los padres, no. Aunque con el tiempo se irá cerrando esta brecha tecnológica generacional.

Cabe preguntarse ¿qué uso hacemos las personas adultas de WhatsApp?, ¿y de las redes sociales?, ¿les dedicamos tiempo?, ¿mucho o poco?, ¿su utilización dificulta nuestra comunicación con las y los demás o, por el contrario, la facilita? Permítannos indicar que en ello estamos, en hacer un uso constructivo de las nuevas tecnologías, que si es un reto para adultos y adultas ¿en qué medida no lo es para nuestros hijos e hijas?

Valoremos serena y sinceramente, sin críticas ni defensas preconcebidas, el uso que hacemos de estos grupos, que pueden ser infinitamente útiles o terriblemente perjudiciales. Pero, sobre todo, valoremos a las personas que los conforman, respetemos el entorno y finalidad para los que se crearon, mantengamos una actitud constructiva e intentemos realizar un uso positivo y sincero, encontrando entre todos y todas su utilización más adecuada, práctica, enriquecedora y serena. En definitiva, hagamos todo aquello que queremos que nuestros hijos e hijas aprendan y respeten.

Nuestra forma de relacionarnos cambia, no temamos las consecuencias, sino afrontemos la educación en todas sus dimensiones. Hablemos de ello con nuestros hijos e hijas, dediquemos el tiempo a comprender las nuevas tecnologías, compartamos su uso en familia e incorporémoslas de forma positiva a la edad más adecuada para que las entendamos y aporten a nuestras vidas. No vivamos para consumir redes o WhatsApp, si no tiene sentido su utilización. El conocimiento e innovación tecnológica deben facilitar y no dificultar. Y como el resto de cuestiones educativas y formativas, afrontémoslo de la forma más coherente y ética. Dejémonos asesorar y apoyemos la formación de nuestros hijos e hijas como personas críticas a todos los niveles, entre estos el relacional que en esta sociedad tiene complejas vertientes y a veces aristas. Identifiquemos en familia los posibles riesgos y elaboremos soluciones conjuntas a los problemas y dificultades a superar en torno a un uso adecuado de las nuevas tecnologías.

Y, en caso de duda, contemos siempre con el apoyo de profesionales de educación, de la psicología e incluso de organizaciones como Pantallas Amigas o nuevos proyectos como el de @FUHEM Click, que nos ofrecen información y apoyo para resolver nuestras dudas, preocupaciones y problemas. No estamos solos ni solas en esta aparentemente “inabordable” realidad virtual.