Palestina: La tragedia permanente (1947-2024)

En la región mediterránea, el conflicto palestino-israelí es el más antiguo y el más difícil de resolver. Personifica a la perfección la dinámica colonial de asentamientos que ha tenido lugar en Palestina desde 1897 hasta nuestros días, y los efectos dominó del conflicto afectan a la estabilidad y la seguridad de todo Oriente Medio y la zona euromediterránea.

Bichara Khader, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina y fundador del Centro de Estudios e Investigación sobre el Mundo Árabe Contemporáneo escribe para la sección ENSAYO del número 165 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, el artículo «Palestina: La tragedia permanente (1947-2024)», donde repasa las raíces fundamentales de la tragedia palestina y los acontecimientos más inmediatos, principalmente desde 2017 hasta octubre de 2023.

En cierto sentido, el conflicto palestino-israelí es la madre de la mayoría de los conflictos de la región. Y como sabiamente comenta Stephen Calleya, «la estabilidad en Oriente Medio y en toda la zona euromediterránea depende de la resolución del conflicto israelo-palestino».

Si todas las conferencias de paz, las diplomacias itinerantes y los esfuerzos de mediación han fracasado patéticamente a la hora de lograr una solución justa y duradera, se debe principalmente a la terrible incomprensión de las causas profundas del conflicto, su centralidad en la región e incluso su importancia global, magníficamente analizada por John Collins en su libro Palestina global. El letal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la desgarradora devastación de Gaza son un ejemplo de libro de este malentendido.

El 7 de octubre se produjo un horrible atentado con muchos israelíes inocentes muertos, heridos o secuestrados. Pero este no es el comienzo de la historia: es el resultado de una larga trayectoria de negación, desposesión y humillación del pueblo palestino. Es la historia de 76 años de cero responsabilidad y total inmunidad para Israel.

La contextualización del 7 de octubre es, por tanto, de vital importancia: no es antisemitismo ni justificación de la violencia, como argumenta Israel. Es más bien una revelación: la violencia no surge en el vacío, como recordó sabiamente Antonio Guterres, secretario general de la ONU.

El 7 de octubre ha hecho añicos muchas ilusiones, entre ellas la de que la cuestión palestina no es un tema central o que Israel puede proseguir su despiadada ocupación y su expansión desenfrenada disfrutando al mismo tiempo de seguridad y paz.

El 7 de octubre ha demostrado la incoherencia de la diplomacia occidental, que durante décadas repitió como un loro el mantra del proceso de paz y la solución de los dos Estados, mientras protegía a Israel y afianzaba su ocupación.

Esperemos que el trauma producido en Israel por el 7 de octubre y la devastación generalizada y el grave sufrimiento en Gaza sirvan de llamada de atención. La hoja de ruta para la paz presentada por Josep Borrell, jefe de la diplomacia comunitaria, durante la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la UE el 22 de enero de 2024, va en la dirección correcta, ya que propone celebrar una conferencia preparatoria y poner en marcha no otro proceso de paz, sino un «proceso de solución de dos Estados» que «debería conducir a un Estado palestino independiente que conviva con Israel».

Lo que temo es que se repitan los marcos ya agotados: conferencias, grupos de trabajo, dilaciones y negociaciones interminables. La comunidad internacional no debería repetir la farsa del Proceso de Oslo, ya que la escalofriante situación de Gaza requiere un remedio urgente y una solución duradera. Como ya advirtió Philippe Lazzarini, Comisario de la UNWRA, la difícil situación de Gaza y la tragedia de sus niños muertos, mutilados, huérfanos, traumatizados y privados de educación «manchan nuestra humanidad común».

Mi propósito aquí no es reescribir otra historia de la tragedia palestina de 2024, sino explicar la pertinencia de la afirmación de Antonio Guterres de que el 7 de octubre no se produjo en un vacío. En otras palabras, analizaré las raíces fundamentales de la tragedia palestina y los acontecimientos más inmediatos, principalmente desde 2017 hasta octubre de 2023.

 

El origen del problema (1897-1948)

Ningún analista ha captado mejor la quintaesencia de la cuestión palestina que Edward Said. Para él, la cuestión de Palestina es la pugna entre una afirmación y una negación. La afirmación quedó consagrada en la Declaración del Primer Congreso Sionista que tuvo lugar en Basilea, Suiza, del 29 al 31 de agosto de 1897, en la que se establecían los objetivos del movimiento sionista: «El sionismo aspira a establecer para el pueblo judío un hogar pública y legalmente asegurado en Palestina». La reunión fue presidida por Theodor Herzl (1860-1904), considerado el fundador del sionismo político desde la publicación de su memorándum titulado Judensstaat (El Estado de los judíos) en 1896. El sionismo fue teorizado como una respuesta al «antisemitismo europeo», y como «un retorno a la tierra prometida», con el objetivo de crear un Estado «exclusivamente judío».

Esta afirmación iba acompañada de una negación: la narrativa sionista argumentaba que Palestina no es un Estado independiente, ya que es una provincia del Imperio otomano, que está ocupada por «extranjeros» y que es «atrasada». Peor aún, es un «desierto vacío». De ahí el lema de los sionistas, formulado por Israel Zangwill a finales del siglo XIX, «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Los palestinos fueron condenados a la invisibilidad y su causa quedó relegada a la no cuestión.

La habilidad del movimiento sionista y de sus patrocinadores coloniales, principalmente Gran Bretaña, consistió en transformar una realidad en una no-realidad. Palestina era vista como un territorio vacío que había que llenar, ya que «la naturaleza aborrece el vacío». Theodor Herzl señaló en sus diarios: «Tanto el proceso de expropiación como la eliminación de los pobres deben llevarse a cabo con discreción y circunspección» para hacer sitio a los judíos. El primer presidente israelí, Chaim Weizmann, calificó el éxodo árabe de «limpieza milagrosa de la tierra». Más tarde, en 1969, Moshe Dayan reconoció con franqueza: «Hemos venido a este país que fue colonizado por árabes y estamos construyendo un Estado judío».

Esta es la quintaesencia del colonialismo de asentamientos personificado, como subraya Patrick Wolfe, por el deseo de crear una sociedad completamente nueva en lugar de, o sobre las ruinas de, una ya existente: el colonialismo de asentamientos «destruye para reemplazar» .

En un memorándum del 18 de julio de 1917 que Lord Rothschild envió al Gobierno británico, aconsejaba que «Palestina debería ser reconstituida como el Hogar Nacional para el Pueblo Judío».

En respuesta a las demandas sionistas, el 2 de noviembre de 1917, el Gobierno británico emitió su famosa Declaración Balfour, en forma de una carta del ministro de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, a Lord Lionel Walter Rothschild. El segundo párrafo de la carta es bastante revelador: «El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías de Palestina…».

El contenido de la carta es espantoso: una potencia europea (Gran Bretaña) promete transformar un territorio no europeo (Palestina) en «un hogar nacional» para el pueblo judío. A los palestinos, que representaban el 93 % de los habitantes, se les califica de «comunidades no judías» sin derechos políticos, pero solo con «derechos civiles y religiosos». Mientras que los judíos de Palestina (apenas un 7 % de la población) y las diásporas judías dispersas son considerados un «pueblo» que necesita un «hogar nacional».

La Declaración fue llevada a cabo por el Mandato Británico en Palestina (1922-1948) alterando el curso de la historia. El desequilibrio demográfico que existía a favor de los árabes palestinos (en 1922, había unos 663 893 palestinos y solo 83 794 judíos) se ha transformado en una «asimetría europea» a favor del sionismo. De hecho, el Mandato Británico en Palestina fomentó el establecimiento de instituciones sionistas, mientras reprimía sistemáticamente la realidad y la resistencia árabes en Palestina, allanando el camino para la creación de Israel.  Entre 1922 y 1948, la población judía en Palestina pasó del 7% al 30% de la población total. Pero la base territorial era pequeña y desconectada (los judíos poseían solo el 6,59% del total de la tierra palestina). Había que invertir esta asimetría territorial. Esto se hará entre 1947 y 1949.

 

Creación de Israel y la primera Nakba palestina (1947-1949)

Dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, una resolución de la Asamblea General de la ONU (29 de noviembre de 1947) dividió Palestina en tres segmentos: 56% para un Estado judío, 43% para un Estado palestino y 1% que quedaría bajo estatuto internacional.

Los sionistas se alegraron: se les daba lo que no poseían. Pero en el territorio propuesto para constituir el Estado judío había unos 498 000 judíos y 497 000 palestinos. Había que invertir esta simetría demográfica, ya que los sionistas querían un «Estado exclusivamente judío», y no binacional.

Antes de la creación de Israel, el 14 de mayo de 1948, las organizaciones paramilitares sionistas (Stern e Irgun) −que los británicos consideraban organizaciones terroristas− protagonizaron una oleada de terror. El 9 de abril de 1948 (un mes antes de la proclamación del Estado de Israel) un comando del Irgún masacró a la población de Deir Yassin, un pueblo situado a solo 5 km de Jerusalén. Le siguió una serie de otras masacres destinadas a aterrorizar a la población y expulsar a los palestinos de su tierra ancestral. En 1949, más de 500 pueblos palestinos y casi una docena de barrios urbanos fueron vaciados de sus habitantes y aproximadamente dos tercios de la población palestina (750 000) fueron convertidos en refugiados.

Tras expulsar a los palestinos del territorio, Israel impondrá su propia narrativa, expulsando a los palestinos de la historia

Esta política bien planificada de limpieza étnica se llevó a cabo con gran celeridad y ha sido ampliamente documentada por historiadores palestinos e israelíes, principalmente Ilan Pappe y Benny Morris. Mientras Ilan Pappe se opone a la limpieza étnica por motivos morales, Benny Morris utiliza la retórica de la necesidad para justificar las masacres y expulsiones palestinas, «sin las cuales Israel no podría haberse creado como Estado de mayoría judía». En los países occidentales, durante mucho tiempo, estos hechos han sido negados o considerados como daños colaterales.

Para los palestinos, fue la Primera Nakba, (catástrofe): una tragedia humana, una derrota política y un terremoto geopolítico. Se ha desencadenado una dinámica conflictiva. Tras expulsar a los palestinos del territorio, Israel impondrá su propia narrativa, expulsando a los palestinos de la historia. «Hasta hoy −comenta Edward Said− es un hecho sorprendente que la mera mención de los palestinos o de Palestina en Israel, o para un sionista convencido, es nombrar lo innombrable».

La creación de Israel se convirtió no solo en una cuestión palestina, sino también árabe. Los ejércitos de cuatro Estados árabes lanzaron una ofensiva contra el naciente Estado judío, pero fueron derrotados. Se ocuparon y anexionaron nuevos territorios: en 1949, Israel amplió su base territorial ocupando el 78 % de la Palestina histórica. Sin duda, la lógica del desplazamiento y la desposesión funciona en tándem con una lógica de expansión territorial y estructura el colonialismo de asentamientos. «Más que una ubicación fija −escribe John Collins− la frontera colonial de los asentamientos se concibe mejor como una estructura en movimiento». A día de hoy, en 2024, Israel es el único país del mundo con fronteras en constante movimiento.

 

Sentimiento de culpa

Europa ha sido parte integrante de la cuestión palestina al externalizar «la cuestión judía» en detrimento del pueblo palestino, desposeído y exiliado. De hecho, es el antisemitismo europeo, el Mandato Británico y principalmente el horrible genocidio de judíos en Europa lo que dio origen a Israel.  No es de extrañar que la Shoah, calificada por Viviane Forester de «crimen occidental», haya producido en Europa un inmenso sentimiento de culpabilidad. La opinión oficial y popular europea en general, sintió que tenía una «deuda moral»con Israel y los judíos. Por el contrario, los acontecimientos en el mundo árabe, en un contexto de descolonización, se percibían en gran medida como hostiles a Occidente.

Europa ha sido parte integrante de la cuestión palestina al externalizar «la cuestión judía» en detrimento del pueblo palestino, desposeído y exiliado

En ese contexto, la relevancia estratégica de Israel se vio reforzada: muchos europeos percibían a Israel no solo como un refugio seguro para los judíos, sino también como un escudo frente a un turbulento entorno antioccidental y un baluarte que protegía los intereses europeos. En miles de libros, documentales, películas, etc. Israel fue visto desde 1948 hasta 1967 como parte integrante de Occidente, un aliado, un bastión de la democracia occidental, un paradigma de valentía y un símbolo de modernidad (esta percepción permanece casi intacta en 2024). La cuestión palestina pasó a un segundo plano. La difícil situación de los refugiados se consideró una «cuestión humanitaria».

 

La guerra de 1967:  De la ocupación a la colonización

En 1967 se produjo otra guerra que desembocó en la ocupación por Israel del Sinaí egipcio, los Altos del Golán sirios y Cisjordania bajo dominio jordano y la Franja de Gaza administrada por Egipto. La guerra trajo consigo una Segunda Nakba, ya que 430 000 palestinos fueron expulsados de sus tierras o alentados a hacerlo. Ya el 29 de septiembre de 1967, Yossef Weitz, antiguo director del Fondo Nacional Judío, escribió un artículo en Davar en el que pedía el traslado de la población árabe: «Entre nosotros, debe quedar claro que no hay sitio para ambos pueblos en el país… con el traslado de los árabes, el país quedará abierto para nosotros… No debe quedar ni un solo pueblo ni una sola tribu».

La ocupación cambió la geografía del conflicto y alarmó a la comunidad internacional. La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada el 22 de noviembre de 1967, pedía la «retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados en el reciente conflicto».

Más tarde, en 1977, la CEE declaró su «oposición a la política de establecimiento de colonias», y a «cualquier intento de modificar unilateralmente el estatuto de Jerusalén». Israel hizo oídos sordos a las resoluciones del Consejo de Seguridad y a la oposición europea a la política israelí en los territorios ocupados.

En 1987, veinte años después del inicio de la ocupación de los territorios palestinos, proliferaron los asentamientos judíos y la ocupación militar se hizo más dura. La situación en los territorios ocupados empeoró considerablemente. En este contexto de ocupación desenfrenada, estalló la Primera Intifada pacífica palestina como un acto de resistencia pacífica y desafío. Fue «seguramente una de las mayores insurrecciones anticoloniales del periodo moderno», comenta Edward Said. Es en ese mismo año de 1987 cuando se crea Hamás, acrónimo del Movimiento de Resistencia Islámica. Mientras Yasser Arafat, envalentonado por los acontecimientos en los territorios ocupados, declaraba en Argel (12-15 de noviembre de 1988) la «independencia de Palestina». La UE reaccionó a la declaración el 21 de noviembre de 1988: «La decisión de los palestinos refleja la voluntad del pueblo palestino de afirmar su identidad nacional». La OLP en el exilio fue rehabilitada para gran disgusto de Israel.

Lamentablemente, la invasión iraquí de Kuwait (2 de agosto de 1990) produjo un daño colateral: la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) fue condenada al ostracismo por no condenar abierta e inequívocamente la invasión iraquí.

Los pueblos árabes saludaron la liberación de Kuwait, pero se escandalizaron de que la ocupación israelí de los territorios palestinos y árabes quedara impune. Florecieron las acusaciones de doble rasero. Dirigiéndose al Congreso el 11 de marzo de 1991, el presidente Bush anunció que ya era hora de resolver la cuestión palestina y presionó para que se convocara la Conferencia de Paz de Madrid (30 de octubre de 1991). El primer ministro israelí, Shamir, aceptó a medias participar, pero impuso sus condiciones: ninguna participación de una delegación palestina separada, ninguna presencia de miembros de la OLP y ningún representante de Jerusalén Este. En la reunión de Madrid se puso en marcha un Proceso de Paz para Oriente Próximo (PPOM), pero pronto se demostró que era una farsa y que estaba condenado al fracaso.

Es probablemente la razón por la que la OLP −que fue excluida de la Conferencia de Madrid− entabló conversaciones secretas con una delegación israelí en Oslo que desembocaron en el Acuerdo Provisional, conocido como Acuerdo de Oslo, anunciado oficialmente el 13 de septiembre de 1993, en la Casa Blanca. En el intercambio de cartas de 1993 entre Rabin y Arafat, la OLP reconoció «el derecho del Estado de Israel a existir en paz y seguridad» y aceptó la resolución 242 de la ONU. Israel solo reconoció a la OLP «como representante legítima del pueblo palestino». No es de extrañar que el reconocimiento del derecho de Israel a existir por parte de los palestinos fuera aclamado por el escritor israelí Amos Os como «la segunda victoria en la historia del sionismo».

A día de hoy Israel no ha reconocido el derecho de los palestinos a la autodeterminación, como comunidad nacional, y no se ha retirado de un solo acre de territorio. Hoy en día, Israel sigue siendo el único país del mundo que nunca ha declarado internacionalmente sus fronteras y nunca ha reconocido los Altos del Golán, Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este como territorios ocupados. En su lugar, afirma que son «territorios liberados». Esta distorsión del lenguaje revela la asimetría estructural de poder entre Israel y los palestinos, y explica por qué todo el proceso de paz se ha «convertido de hecho en un mecanismo para afianzar la ocupación militar de Israel».

 

La Segunda Intifada (2000) y sus consecuencias

Las negociaciones de Camp David (julio de 2000) entre Ehud Barak, Arafat y Clinton estaban condenadas al fracaso desde el principio. Un eminente escritor palestino, Fayez Sayegh, resumió la oferta de Barak-Clinton a Yasser Arafat: «A una fracción del pueblo palestino… se le promete una fracción de sus derechos… en una fracción de su patria… y esta promesa se cumplirá dentro de varios años, mediante un proceso gradual en el que Israel ejercerá un poder de veto decisivo sobre cualquier acuerdo».

Tras el fracaso de las negociaciones de Camp David, la provocadora visita de Sharon a Haram al Sharif, el 29 de septiembre de 2000, pretendía reivindicar su derecho como israelí a visitar el lugar sagrado musulmán. Desencadenó una explosión de ira palestina. La Segunda Intifada estalló en los territorios ocupados. Duró cuatro años en los que el ejército israelí mató a cientos de palestinos y decenas de israelíes murieron o resultaron heridos en atentados suicidas. Israel hizo gala de una enorme preponderancia del poder militar y de su total desprecio por el derecho internacional.

 

El colapso del proceso de paz: una historia anunciada

El artículo 31 (cláusula 7) de la Declaración de Oslo establecía explícitamente: «Ninguna de las partes iniciará ni adoptará medida alguna que modifique el estatuto de Cisjordania y la Franja de Gaza a la espera del resultado de las negociaciones sobre el estatuto permanente». Sin embargo, con el paso de los años, los palestinos fueron desposeídos, expulsados, expropiados ilegalmente y confinados en enclaves desconectados. Y mientras Israel construía asentamientos, las excavadoras israelíes arrasaban bloques de apartamentos y casas enteras de palestinos. Todas estas medidas y muchas otras subvertían abiertamente la Declaración de Oslo. Si Israel pudo violar tan fácilmente la Declaración de Oslo es porque «las negociaciones de Oslo fueron mediadas por el más parcial de los intermediarios, Estados Unidos».

El fallecimiento de Arafat (en noviembre de 2004) se percibió en Estados Unidos como la eliminación de un «engorroso obstáculo». Cuando Mahmoud Abbas le sustituyó, la OLP y la Autoridad Palestina quedaron totalmente rehabilitadas. El nuevo Presidente palestino es invitado a la Casa Blanca y, en una conferencia de prensa conjunta, el presidente Bush defiende la idea de «una solución viable de dos Estados» que «garantice la contigüidad de Cisjordania» y una «vinculación significativa entre Cisjordania y Gaza». (En 2024, Biden repite el mismo mantra).

Coincidiendo con esta visita, en enero de 2006, se celebraron las elecciones palestinas. La rotunda victoria de Hamás supuso un duro golpe no solo para Al Fatah, sino también para los partidarios occidentales de la Autoridad Palestina en funciones.  La UE, en total contradicción con su proclamado principio de promoción de la democracia, se puso del lado de Estados Unidos para imponer a Hamás condiciones sin precedentes (reconocimiento de la existencia de Israel, renuncia a la violencia y respaldo a los Acuerdos de Oslo). Nunca se impusieron condiciones similares a ningún gobierno israelí. Hamás tomó el control de la Franja de Gaza en represalia por lo que consideraba un atraco electoral, expulsó a los combatientes de Al Fatah de la Franja y estableció un gobierno dirigido por Hamás. Desde entonces, no solo se ha impuesto un drástico asedio a Gaza, sino que Israel ha atacado este territorio densamente poblado en cuatro ocasiones: en 2008-2009, 2012, 2014 y 2021, matando a miles de palestinos (el 70% de ellos niños y mujeres) y destruyendo numerosas instalaciones, como escuelas, hospitales e infraestructuras, algunas de ellas financiadas por la UE y sus Estados miembros. Esta política se denominó «segar la hierba», cortar las alas a Hamás pero dejarlo vivo ya que afianza la división palestina y, por tanto, la ocupación israelí. La elección del presidente Trump en 2017 fue la gota que colmó el vaso.

 

El «Acuerdo del siglo» (28 de enero de 2020): la «Declaración Balfour» estadounidense a favor de Israel

El 28 de enero de 2020, el presidente Trump ha anunciado la parte política de su plan para resolver el conflicto palestino-israelí, apodado el «Acuerdo del siglo». Urdido por un trío sionista radical –Jared Kushner, yerno de Trump; David Friedman, embajador estadounidense en Israel; y Jason Greenblatt, enviado especial estadounidense para Oriente Próximo–-, el plan es una versión actualizada y revisada de la visión de Shimon Peres de un «Nuevo Oriente Próximo» que pretende una próspera región de Oriente Próximo con Israel como corazón.

De hecho, todo el plan se centra en la preocupación israelí por la seguridad y el reconocimiento de Israel como «Estado judío». Propone una serie de enclaves palestinos rodeados por un Israel ampliado, estipula que el valle del Jordán permanecerá bajo soberanía israelí absoluta y que Israel será responsable de todos los pasos fronterizos internacionales hacia el Estado palestino propuesto. En violación de la resolución de la ONU de 1949, el Plan rechaza el derecho al retorno de los refugiados palestinos e incluso contempla la posibilidad de una transferencia de territorio de las comunidades árabes de los triángulos que reduciría la «carga» demográfica árabe en Israel. El Plan estipula que Jerusalén seguirá siendo la capital unificada de Israel. Y, por último, el Plan no excluye un «Estado palestino» desarmado y no contiguo en el 13% de los territorios palestinos ocupados, pero propone una capital palestina en Abu Dis, en la periferia al este de Jerusalén, y no en Jerusalén Este, la vieja ciudad palestina anexionada por Israel.

Presentado en la Casa Blanca el 28 de enero de 2020, el Plan es el más belicista con el que podrían soñar los sionistas más radicales. No es de extrañar que Benjamin Netanyahu, que fue el único anfitrión de la ceremonia en la Casa Blanca, aplaudiera a su amigo Donald calificando la ceremonia de «día histórico».

Después de la Declaración Balfour de 1917 que prometía una patria en Palestina para el pueblo judío, el Trato del Siglo de Trump, es simplemente una versión estadounidense de la Declaración Balfour y una sentencia de muerte a la solución de Dos Estados.

 

Los Acuerdos de Abraham (15 de agosto de 2020)

El «Acuerdo del siglo» eliminó todos los derechos palestinos de la mesa. Los Acuerdos de Abraham entre Israel y algunos países árabes sacaron a la luz las relaciones de Israel con ellos y cambiaron el paradigma del conflicto árabe-israelí. Los Acuerdos de Normalización entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos se anunciaron el 15 de agosto de 2020.  Bahréin se unió a los Acuerdos el 11 de septiembre y la ceremonia de firma en la Casa Blanca tuvo lugar el 15 de septiembre. Así pues, los Acuerdos de Abraham constituyen otro importante logro de la política exterior de Israel, ya que la doctrina de Netanyahu de «paz por paz y paz mediante la fuerza» ha dado sus frutos. Los Acuerdos no están condicionados a ningún cambio en la política israelí respecto a los territorios ocupados.

Aclamados por Israel como un avance histórico, los Acuerdos de Abraham levantan un tabú en la política árabe (tratar con Israel), abren nuevas vías de cooperación, desplazan el centro de gravedad de la región hacia los Estados árabes del Golfo, desvían la atención hacia la amenaza iraní y reducen la relevancia de la cuestión palestina. En resumen, los Acuerdos de Abraham han creado una dinámica peligrosa que puede conducir a un desastre estratégico con un aumento de la tensión en el Golfo, guerras por poderes (en Irak, Yemen y Líbano), un aumento de la fricción entre Argelia y Marruecos, la parálisis total de la Unión del Magreb Árabe y la continua agitación en Sudán.

Una vez más, la cuestión central palestina queda relegada a un segundo plano para gran satisfacción de Israel. Sin embargo, es una mera falacia creer que el problema puede archivarse para siempre. El ataque mortal de Hamás del 7 de octubre y el feroz asalto israelí a Gaza, desde entonces, ofrecen amplias pruebas del efecto dominó de la cuestión palestina sin resolver.

 

Las elecciones israelíes del 1 de noviembre de 2022 arrojan un claro ganador: un «Gobierno israelí abiertamente racista»

Las elecciones israelíes del 1 de noviembre de 2022 han devuelto a Netanyahu como primer ministro con el apoyo de 14 escaños obtenidos por los partidos racistas de Bezalel Smotrich (Sionismo Religioso) e Itamar Ben-Gvir (Poder Judío-Otzmat Yehudit), lo que ha provocado consternación y preocupación. El influyente periodista del New York Times, Thomas Friedman, que no es conocido por ser un feroz crítico de Israel, escribió un duro artículo titulado «El Israel que conocíamos ha desaparecido», en el que acusaba a la coalición de Netanyahu de incluir a «extremistas judíos antiárabes y abiertamente racistas». Una opinión tan dura de un periodista que durante tantos años se esforzó por embellecer la imagen de Israel fue una «divina sorpresa».

El problema de la expresión de preocupación de Friedman es que sugiere que el «Israel que él conocía era mejor» que la Coalición extremista de Netanyahu, olvidando que todas las políticas israelíes, antiguas y nuevas, respecto a los palestinos de los territorios ocupados, han sido ilegales y denunciadas por Human Rights Watch, Amnistía Internacional e incluso la israelí B’Tselem, tachándolas de apartheid.

Israel empezó a derivar hacia la derecha radical con la elección de Menachem Begin, como primer ministro de Israel, el 17 de mayo de 1977. Pero no cabe duda de que todos los gobiernos del Partido Laborista, desde 1948 hasta 1977, fueron progresistas para los israelíes, pero represivos para los palestinos, tanto para los que tenían la ciudadanía israelí (la llamada minoría árabe) como para los que vivían en los territorios ocupados. Sin embargo, está claro que con Netanyahu el giro a la derecha se ha hecho más evidente. La aprobación de la Ley Básica, que afirma que el Estado nación es del pueblo judío, es una prueba de fuego del cambio de política.

Desde la formación del nuevo Gobierno de extrema derecha, a finales de 2022, la situación en Cisjordania se ha vuelto insoportable

Esta ley se considera un triunfo de la derecha ultranacionalista israelí, que confiere el derecho de autodeterminación exclusivamente a los judíos israelíes y a todos los inmigrantes judíos en Israel y convierte a los ciudadanos palestinos de Israel en ciudadanos de segunda clase de iure. David Rothkopf, de la Universidad John Hopkins, no se anduvo con rodeos: «Israel se está convirtiendo en una matocracia antiliberal, y se me están acabando las formas de defenderla».

Lo que diferencia al actual Gobierno de Netanyahu (desde 2022) de los gobiernos laboristas del pasado es el hecho de que los racistas israelíes de hoy no tienen inhibiciones a la hora de hablar alto y claro para que todos los oigan. Ben-Gvir, por ejemplo, considera con orgullo al fallecido extremista Meir Kahane como su héroe y maestro, amenaza con deportar a los «ciudadanos desleales», pide una Ley de deportación contra los que tiran piedras a los soldados, insta a la institución de la pena de muerte, aboga por el desmantelamiento de la Autoridad Palestina y la anexión de Cisjordania.

Desde la formación del nuevo Gobierno de extrema derecha, a finales de 2022, la situación en Cisjordania se h vuelto insoportable: ha aumentado el número de asentamientos, han proliferado los puestos de control, se ha llevado a cabo la anexión de facto de grandes franjas de tierra palestina, se han destruido hogares palestinos, se han desplazado comunidades enteras, se ha reprimido el activismo palestino, se ha acosado y asesinado constantemente a palestinos en Cisjordania, se ha «encerrado» y bombardeado con frecuencia a palestinos en Gaza y se ha devastado la economía palestina. Se llevó a cabo una Nakba silenciosa con total impunidad. Ninguna administración estadounidense, demócrata o republicana, ha estado dispuesta hasta ahora a ejercer ninguna influencia sobre Israel, lo que envalentona a la extrema derecha judía, sin miedo a ninguna resistencia por parte del Gobierno estadounidense. La UE, paralizada por sus divisiones internas, fue a remolque de Estados Unidos, mostró preocupación por las políticas israelíes, pero rehuyó cualquier sanción significativa. En vísperas del atentado del 7 de octubre, los territorios palestinos estaban al borde de la explosión.

 

El 7 de octubre de 2023 y la destrucción de Gaza

El mortífero atentado de Hamás, llamado «el diluvio de Al-Aqsa», ha sido la chispa que inició un incendio geopolítico. El ataque cogió a todo el mundo desprevenido. En un día murieron 1200 israelíes y unos 240 rehenes fueron secuestrados. Las vallas y barreras fueron fácilmente derribadas. La tecnología de vigilancia israelí fue ridiculizada. Para el actual Gobierno de Israel, dirigido por Netanyahu, aquel ataque supuso un fracaso personal y estratégico, ya que Netanyahu se enorgullecía de ser «señor seguridad» y a menudo se jactaba de que Israel nunca había conocido una época más pacífica, protegido por un poderoso ejército y blindado por el sistema Cúpula de Hierro, capaz de interceptar cohetes procedentes de Gaza y otros lugares.

El postulado de Israel se basaba en una serie de ilusiones, que Joshua Leifer resumió acertadamente: que los palestinos y sus aspiraciones de libertad podían ocultarse tras barreras de hormigón e ignorarse; que cualquier resistencia restante podía gestionarse mediante una combinación de tecnología y potencia de fuego abrumadora, y que el mundo, y especialmente los Estados árabes suníes, se habían cansado de la cuestión palestina, que podía eliminarse de la agenda mundial, y, en consecuencia, que los gobiernos israelíes podían hacer lo que quisieran y no sufrir consecuencias. El ataque de Hamás echó por tierra estos postulados, hirió a la sociedad israelí hasta la médula y desacreditó la visión de Netanyahu sobre el futuro de Israel.

Sin embargo, los políticos israelíes y la mayoría de los comentaristas hicieron la vista gorda ante los propios motivos del ataque de Hamás. Para ellos, el ataque de Hamás está impulsado por «el odio antisemita asesino contra los judíos» y procede de una «mentalidad similar a la nazi». Para ellos, la historia comienza el 7 de octubre. El contexto histórico más amplio es simplemente ignorado o descartado: 57 años de ocupación tiránica, negociaciones fallidas, anexión desenfrenada, criminalización de la resistencia no violenta, cuatro ofensivas israelíes en Gaza desde 2008 hasta 2021, complicidad estadounidense, complacencia europea y una desilusión general con un sistema internacional que permitió la desposesión palestina y erosionó la capacidad palestina de emplear medios no violentos para cambiar el statu quo y lograr la autodeterminación.

El Ministro de Asuntos Exteriores jordano, Ayman Safadi, resume así el debate: «Es el conflicto el que hizo a Hamás, no Hamás el que hizo el conflicto». Para Israel, esta suposición es una blasfemia. Peor aún, contextualizar es antisemitismo. No solo no se puede criticar a Israel, sino que la mera alusión al sufrimiento del pueblo palestino ocupado o un simple llamamiento al alto el fuego se consideran apología del terrorismo. El primer ministro belga, Alexander De Croo, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, han sido acusados de «apoyar el terrorismo» solo por pedir un alto el fuego humanitario. Incluso el Papa ha sido reprendido por Israel. Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, enfureció a Israel solo porque reconoció que los atentados de Hamás (que condenó vehementemente) «no se produjeron en el vacío».

Al día siguiente, Israel exigió que Guterres se disculpara y presentara su dimisión. Para Netanyahu, Hamás es el Isis y la política de Israel es una «política antiterrorista». Pero el mismo Netanyahu afirmó en 2019: «Los que quieren frustrar la creación de un Estado palestino deben apoyar el fortalecimiento de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás». Para él, esta es la garantía de que no surja un movimiento palestino unificado.  Al recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Valladolid, el 19 de enero de 2024, Borrell no se anduvo por las ramas y afirmó que «Hamás fue financiada por el Gobierno de Israel en un intento de debilitar a la Autoridad Palestina liderada por Al Fatah».

Sin embargo, el contexto más amplio del atentado no debe eclipsar las motivaciones inmediatas. Sin ser exhaustivo, puedo sugerir lo siguiente:

  1. El asedio de Gaza, que se convirtió en una prisión al aire libre, y las ofensivas israelíes regulares, desde 2007, han convencido a Hamás de que la situación se volvió insoportable y Gaza, inhabitable. En su primer informe de 16 páginas sobre los ataques del 7 de octubre, hecho público el 20 de enero de 2024, Hamás justificó los ataques afirmando que eran un «paso necesario» para «hacer frente a todas las conspiraciones israelíes contra el pueblo palestino».
  2. Hamás estaba perdiendo popularidad al empezar a ser percibido como otra autoridad gobernante y no como un movimiento de resistencia. Al lanzar el ataque, Hamás quería demostrar que sigue siendo la «verdadera resistencia» y el guardián de la Mezquita Sagrada de Jerusalén.
  3. Hamás consideraba que los acuerdos de normalización entre Israel y algunos Estados árabes dejaban de lado la cuestión palestina e ignoraban la terrible situación que se vive bajo la ocupación. El atentado pretendía socavar un acuerdo israelí-saudí.
  4. Hamás es consciente de la asimetría militar estructural, ya que Israel sigue siendo la potencia militar dominante en la región. Pero al tomar a Israel desprevenido, Hamás quería enviar un mensaje a los palestinos y a los Estados árabes de que Israel no es invencible, como pretende. Hamás quería romper este mito diciendo que no es porque Israel sea fuerte por lo que los palestinos y los árabes no se atreven, es porque ellos no se atreven por lo que Israel es fuerte.
  5. El ataque de Hamás pretende también mostrar, a los ojos de los palestinos, la ineptitud e incompetencia de la Autoridad Palestina de Ramala. Y, por tanto, Hamás pretende que se cuente con ella en futuras negociaciones.
  6. El nuevo Gobierno israelí, que es el más extremista y racista de la historia de Israel, no solo dividió a la sociedad israelí, sino que animó al ejército israelí y a los colonos judíos de Cisjordania a acosar e incluso matar a los palestinos (más de 300 palestinos muertos desde el 7 de octubre y unos 4.500 encarcelados), mientras que ministros de extrema derecha, como Ben Gvir y Smotrich, impulsaron la expansión de los asentamientos y la anexión formal de grandes franjas de territorio de Cisjordania. Hamás quería incendiar Cisjordania.

En pocas palabras, Hamás quería demostrar, aunque fuera cruelmente, la crueldad de una ocupación desenfrenada, la complicidad de Occidente, la traición de algunos Estados árabes y el fracaso de la Autoridad Palestina, aunque eso desencadenara una guerra devastadora.

Y de hecho, la respuesta de Israel al ataque de Hamás fue devastadora: actuando en «defensa propia» sus ofensivas aéreas y terrestres se salieron de las proporciones: en 120 días después del 7 de octubre, más de 26 550 gazatíes han muerto, dos tercios de ellos niños y mujeres, 66 000 han resultado heridos, miles están atrapados, probablemente muertos, bajo los escombros, familias enteras han sido aniquiladas, el 75% de las viviendas han sido destruidas, casi 2 millones de habitantes (el 85% de la población) desplazados. En ninguna parte hay un refugio seguro. Los bombardeos incesantes y los ataques indiscriminados contra escuelas, mezquitas, iglesias, hospitales, panaderías, conducciones de agua, redes de alcantarillado y electricidad han provocado un sufrimiento atroz a la población de Gaza. La falta de alimentos y agua potable y la proliferación de enfermedades son otro «genocidio en el genocidio». En su intervención en el Foro Económico Mundial de Davos, Antonio Guterres habló alto y claro: «Las operaciones militares de Israel han sembrado la destrucción masiva y han matado a civiles a una escala sin precedentes durante mi mandato como secretario general». En una entrevista en el diario español El País (19 de enero de 2023), Francesca Albanese, relatora especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, dio una cifra desgarradora: 1000 niños han sido amputados sin anestesia.

Es una ironía de la historia que casi el 80% de los habitantes de Gaza sean hijos y nietos de refugiados palestinos que fueron expulsados de sus hogares en la Primera Nakba de 1947-1949.

Los líderes occidentales viajaron a Israel para mostrar su compasión y solidaridad tras el ataque del 7 de octubre. Pero la implacable embestida de Israel contra Gaza hizo saltar las alarmas en Estados Unidos y en Europa, y provocó una gran indignación en el Sur global. Sin embargo, en un alarde de hipocresía, Estados Unidos votó en contra de las resoluciones que pedían un alto el fuego. La votación de la Asamblea General de la ONU, el 12 de diciembre de 2023, pidió un alto el fuego humanitario en Gaza, devastada por la guerra. En lo que parece ser un reproche a Estados Unidos e Israel, la resolución fue aprobada abrumadoramente por 153 votos, 23 abstenciones y 10 votos en contra. Entre los que votaron en contra estaban Israel y Estados Unidos. Los Estados miembros de la UE, una vez más, estuvieron divididos: dos países votaron en contra de la resolución (Austria y Chequia), 16 votaron a favor y 8 se abstuvieron.

Escudado por Estados Unidos, Israel continuó con su embestida inhumana, que «es única», en palabras de Raz Segal, profesor asociado israelí-estadounidense de estudios sobre el genocidio y el Holocausto, en el sentido de que es un genocidio, «porque la intención está articulada muy claramente. Y se articula a través de los medios de comunicación, la sociedad y la política israelíes». De hecho, ha habido una oleada de incitaciones genocidas por parte de funcionarios israelíes deshumanizando a los palestinos de Gaza. Isaac Herzog, presidente de Israel, declaró sin pudor: «es toda una nación la responsable: no es cierta esta retórica sobre civiles no conscientes, no implicados». Yoav Gallant, ministro de Defensa, fue aún más lejos al pedir «un asedio total a la Franja de Gaza», añadiendo que «no habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible», y que «estamos luchando contra animales humanos». Amihai Eliyahu sugirió bombardear Gaza con armas nucleares. La asesora del ministro de Defensa, Giorna Eiland, exigió que se dejara a los gazatíes «dos opciones: quedarse y morir de hambre o marcharse». Hay innumerables ejemplos más. El documento de Sudáfrica, en el que se expone el caso de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, dedica nueve páginas a las declaraciones genocidas de funcionarios israelíes.

Un documento del 13 de octubre de 2023 del Ministerio de Inteligencia israelí recomienda una transferencia total de la población gazatí sin esperanza de retorno

Obviamente, ni la alarma mundial ni los llamamientos al alto el fuego parecen disuadir al Gobierno israelí. La masacre continúa. Israel pide a los habitantes que se marchen: ¿Pero, adónde? ¿Es esto «defensa propia»? ¿Es una represalia proporcionada? se preguntan muchos comentaristas. ¿O se trata de una Tercera Nakba en ciernes: expulsar a los palestinos de su territorio?  Un documento de diez páginas, fechado el 13 de octubre de 2023 y con el logotipo del Ministerio de Inteligencia, recomienda una transferencia total de población sin esperanza de retorno. El presidente Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, advirtieron a Israel sobre el traslado forzoso de palestinos, calificándolo de imposible. Pero si la historia sirve de guía, cabe dudar de la sinceridad y eficacia de Estados Unidos como constructor de la paz en Oriente Próximo.

 

El día después

«Si en Gaza hay 100 000 o 200 000 árabes, y no dos millones, toda la conversación sobre el día después será diferente», dijo el ministro israelí de extrema derecha Smotrich. En un artículo publicado en el Jerusalem Post, Gila Gamliel, ministra israelí de Inteligencia, se mostró de acuerdo con Smotrich: «En lugar de canalizar dinero para reconstruir Gaza… la comunidad internacional puede contribuir a sufragar los costes del reasentamiento, ayudando a la población de Gaza a construir una nueva vida en sus nuevos países de acogida». Los ministros Ben Gvir y Smotrich propusieron despoblar Gaza y reasentar a judíos en la Franja. Se les ha reprendido no porque su propuesta sea inmoral e ilegal, sino porque empaña la imagen de Israel en el extranjero.

El 4 de enero de 2024, Yoav Galant, ministro israelí de Defensa, dio a conocer su plan para el día después. Rechazó la expulsión de los habitantes de Gaza, no por inmoral e ilegal, sino por impracticable. Para él, después de la guerra, Hamás no gobernará Gaza. En su lugar, «organismos» palestinos –comités civiles locales– estarán al mando, a condición de que no sean hostiles a Israel. Israel establecerá bases militares y puestos de control y se reservará el derecho a operar dentro de la Franja de Gaza. Las fronteras estarán bajo control efectivo israelí.

Se expresaron muchas otras ideas: imposición de «zonas tampón significativas» dentro de Gaza, trocear el territorio en pequeños enclaves desconectados como en Cisjordania, negación de cualquier papel para una Autoridad Palestina reformada en Gaza, «desradicalización» de la sociedad palestina, la «desmilitarización» de la Franja de Gaza. «La seguridad en Gaza será responsabilidad exclusiva de Israel», martillea Netanyahu. Para él, cualquier fuerza de mantenimiento de la paz dirigida por la ONU no es bienvenida. Todas estas ideas demuestran la creciente normalización de opiniones extremas y poco realistas dentro de la política y la sociedad israelíes.

Gran parte de las especulaciones sobre el día después se basan en el supuesto de que Hamás desaparecerá pronto política y militarmente

Gran parte de la especulaciones sobre el día de  después se basan en el supuesto de que Hamas desaparecerá pronto política y militarmente, de que los palestinos aceptarán vivir en Gaza bajo el dominio efectivo israelí, de que la Autoridad Palestina no tendrá voz ni voto, de que los Estados árabes seguirán de brazos cruzados, de que la comunidad internacional dará la espalda a los derechos legítimos de los palestinos y de que Estados Unidos seguirá dando un cheque en blanco a Israel.

Es cierto que Israel bombardea Gaza con munición estadounidense, que Estados Unidos siempre estuvo detrás de Israel y aceptó su derecho a defenderse. Pero Israel ha ido demasiado lejos en su inhumana embestida contra Gaza, con consecuencias negativas no solo para el propio Israel, sino también para las diásporas judías en Europa y Estados Unidos.

Por eso, la postura de Estados Unidos sobre el día después empieza a chocar con los planes de Israel. En muchas ocasiones, el presidente Biden rechazó el plan de Israel denunciando la expulsión prevista de palestinos, la reocupación de la Franja por el ejército israelí, el traslado de colonos o el «adelgazamiento» del territorio de Gaza.

A medida que la ofensiva israelí se cobraba un enorme número de vidas humanas, la UE empezó a manifestar su gran preocupación. En numerosas declaraciones, Josep Borrell, Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, condenó los bombardeos indiscriminados israelíes y la matanza de inocentes.

 

Un Estado, dos Estados, un Estado de apartheid o ningún Estado

En francés, hay un dicho que reza: A quelque chose malheur est bon, que a grandes rasgos significa que toda nube tiene su lado bueno. De hecho, el 7 de octubre y la despiadada devastación de Gaza han echado por tierra muchas falsas suposiciones sobre la cuestión de Palestina, como la falacia de que la cuestión de Palestina es marginal, que el injusto statu quo es manejable, que Israel tiene un «derecho bíblico» sobre Palestina, rebautizada como Eretz Israel,  que significa «un país que busca la paz», que «es excepcional», que no hay ningún socio palestino, que a los árabes no les importa el destino de los palestinos, que el Norte global se retuerce las manos condenando, lamentando, denunciando la ocupación y la expansión de Israel, pero no hace nada. Hay algo de verdad en el último punto: de hecho, existe un sentimiento creciente de que Occidente ha fallado a los palestinos y ha ofrecido un apoyo generalizado, cuando no legitimidad, a la política de Israel en los territorios ocupados, lo que ha llevado al colapso del Proceso de Oslo.

Los demás supuestos han demostrado su vacuidad y absurdo: Palestina, como bien señala Maha Yahya, ha sido «puesta de nuevo en el centro del discurso público y ha revigorizado los llamamientos en favor de una solución política al problema palestino». Millones de manifestantes salieron a las calles, en las capitales del Norte y del Sur global coreando «Palestina libre». Daniel Levy explica esta protesta mundial: «Palestina ocupa ahora este tipo de lugar simbólico: es una especie de avatar de una rebelión contra la hipocresía occidental, contra el orden mundial inaceptable y contra el orden poscolonial». Bahrein, que normalizó sus relaciones con Israel, llamó de vuelta a su embajador, como hicieron algunos Estados latinoamericanos. Los Acuerdos de Normalización se denuncian abiertamente y el debate sobre la normalización entre Israel y Arabia Saudí se ha congelado. El statu quo israelí en los territorios palestinos ocupados de demostrado ser insostenible. Toda la región se encuentra la borde del abismo, con crecientes riesgos de escalada. EEUU y la UE repiten ahora una verdad que hace tiempo que no se cumple: Israel no gozará de seguridad ni de paz si se sigue oprimiendo e ignorando a los palestinos y hay que prever (EEUU) o incluso imponer (Josep Borrell, de la UE) una solución basada en dos Estados.

El problema con la solución de los dos Estados es que su posibilidad y viabilidad han disminuido considerablemente. En una encuesta, publicada en enero de 2023, solo el 34% de los judíos israelíes y el 33% de los palestinos apoyaban la solución de los dos Estados, un resultado probablemente debido a su viabilidad. De hecho, un Estado palestino soberano y contiguo se ha convertido en una imposibilidad geográfica. Sin embargo, no hay otra opción que la solución de los dos Estados. La solución de un Estado es rechazada con vehemencia por Israel, el Estado de apartheid es rechazado con vehemencia por los palestinos y la solución del no Estado, es decir, la expulsión de más de cinco millones de palestinos de Gaza y Cisjordania es imposible.

Josep Borrell anunció una hoja de ruta de diez puntos para allanar el camino hacia una solución global. El documento expone una serie de ideas relativas a un nuevo proceso, denominado «Proceso para la solución de dos Estados», que se pondrá en marcha. El documento afirma explícitamente que el objetivo «es un Estado palestino independiente» que viva «codo con codo con Israel», y «la plena normalización entre los Estados árabes e Israel». También propone celebrar una Conferencia de Paz preparatoria con ministros de Asuntos Exteriores y directores de organizaciones internacionales.

Si el objetivo último de la Conferencia es afirmar que no hay otra opción que la solución de los dos Estados, y que el objetivo último es la creación de un Estado palestino independiente, creo que existe un consenso general al respecto, con una excepción: Israel. ¿Cuáles son las herramientas diplomáticas (persuasión, incentivos, presiones, etc.) que pueden utilizarse para implicar a Israel en el debate sobre el día después y sobre la solución de los dos Estados?

Para evitar cualquier obstrucción, dilación o negociación interminable, propongo una línea de acción complementaria:

  1. Que la Asamblea General de las Naciones Unidas reconozca a Palestina como miembro de pleno derecho.
  2. Que el Consejo de Seguridad adopte una resolución que consagre un acuerdo de paz basado en la solución de los dos Estados.
  3. EEUU y la UE deben reconocer sin demora al Estado de Palestina y unirse a los 139 países (72% de los Estados miembros de la ONU) que ya lo han hecho. Esta es «la única manera de avanzar en la solución de los dos Estados», escriben Daniel Harden y Larry Garber en un artículo publicado en el New York Times.

El reconocimiento del Estado de Palestina por parte de EEUU y de los Estados miembros de la UE demostrará al pueblo palestino que Estados Unidos y Europa están finalmente acompañando sus palabras de paz con acciones significativas. Además, el reconocimiento conferiría legitimidad nacional al pueblo palestino. Sería un incentivo importante para mejorar la imagen y reforzar la credibilidad de Occidente en el Sur global y reducir el abismo entre Occidente y el resto del mundo. La presencia de embajadores estadounidenses y europeos en Palestina garantizaría que los palestinos de Cisjordania y Gaza tuvieran línea directa con la Casa Blanca y con las capitales europeas. El reconocimiento tendría otros dos beneficios: reforzaría el capital político de la Autoridad Palestina y enviaría un mensaje claro al actual Gobierno israelí de que Estados Unidos y la UE no consienten más sus políticas en los territorios ocupados.

Hay opositores a la medida en la UE –principalmente entre los partidos de derecha y extrema derecha y los regímenes populistas– y en Estados Unidos, principalmente entre los grupos de presión sionistas y en el Congreso y el Senado. Los funcionarios de la UE deberían dejar claro que este reconocimiento no solo allana el camino para una solución duradera de la cuestión palestina, sino que también contribuye a la paz y la estabilidad en toda la región mediterránea y refuerza el papel geopolítico de Europa en su Vecindad Meridional. Desde 1999, la UE y sus Estados miembros han declarado en repetidas ocasiones que reconocerán el Estado palestino «a su debido tiempo». Ha llegado el momento de cumplir las promesas.

En un futuro inmediato, Estados Unidos y los países europeos deberían pedir un alto el fuego en Gaza y la liberación de los rehenes israelíes y los prisioneros palestinos. La renuencia a hacerlo está dañando su credibilidad y es un flaco favor a su aliado israelí.

El fallo de la Corte Internacional de Justicia, el 26 de enero de 2024, sobre un caso presentado por Sudáfrica contra Israel es una llamada de atención. Israel no está a salvo de ser procesado. La sentencia de la CIJ obliga a Israel a tomar medidas para prevenir actos de genocidio en Gaza, prevenir y castigar la incitación al genocidio, facilitar la entrada de ayuda humanitaria e informar sobre todas las medidas adoptadas en el plazo de un mes.

Esta sentencia histórica es crucial: no solo tiene implicaciones significativas para la credibilidad del orden internacional basado en normas, sino que también aumenta la presión sobre Israel, a quien se pide que «tome todas las medidas a su alcance» para desistir de matar palestinos contraviniendo la Convención sobre el Genocidio. Indirectamente, la sentencia aumenta la presión sobre los aliados estadounidenses y europeos de Israel. Curiosamente, aunque Estados Unidos se burló del caso contra Israel calificándolo de carecer de fundamento, fue la juez estadounidense Joan Donoghue quien leyó la orden.

¿Acatará Israel la sentencia de la CIJ?  No es tan seguro, ya que Netanyahu prometió anteriormente que «nadie nos detendrá, ni La Haya».

 

Conclusión

Desde 1948 hasta 2024, la cuestión de Palestina ha sido un tema central en la política regional y mundial. El conflicto generado por la creación de Israel en tierras palestinas en 1948 y su expansión territorial desde entonces, ha sido la madre de casi todos los conflictos interestatales e intraestatales de la región y un factor decisivo en la inestabilidad regional. Los palestinos han sufrido una tragedia permanente. En 76 años, han vivido una triple Nakba con un primer éxodo forzoso en 1948 , un segundo éxodo en 1967, una Nakba silenciosa en los territorios ocupados desde 1967 hasta hoy, y una Nakba en curso en Gaza desde 2007 y especialmente desde el 7 de octubre de 2023. En resumen, Europa externalizó la cuestión judía en detrimento del pueblo palestino, que pagó el precio de un crimen europeo.

En vísperas del 7 de octubre, se hizo evidente que el statu quo en los territorios ocupados no era sostenible, ya que la interminable ocupación en Cisjordania y el asedio de Gaza asfixiaban a los palestinos.

El Norte global, principalmente EEUU y la UE, hicieron oídos sordos a las frecuentes advertencias de que la situación se había convertido en una bomba de relojería, de que sus políticas declaratorias estaban afianzando y perpetuando la ocupación israelí y de que deberían salirse del camino trillado e imponer una solución a la cuestión palestina porque es una causa justa y una búsqueda moral de dignidad igualdad y humanidad.

El horror del atentado del 7 de octubre y el subsiguiente ataque a Gaza han proporcionado una prueba convincente de que no existe una solución militar para el conflicto, de que existe un apoyo generalizado al derecho palestino a la autodeterminación y una condena internacional de las políticas de Israel en Cisjordania y de sus devastadores bombardeos en Gaza, calificados por un antiguo funcionario de la ONU como «un caso de genocidio de manual» y, por último, de que solo una solución justa y duradera puede evitar otro 7 de octubre y otra tragedia palestina.

 

Bichara Khader es profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina y fundador del Centro de Estudios e Investigación sobre el Mundo Árabe Contemporáneo.  Actualmente es profesor visitante en varias universidades árabes y europeas. Ha publicado una treintena de libros sobre el mundo árabe, las relaciones euroárabes, euromediterráneas y europalestinas.

 

Acceso al texto del artículo completo en formato pdf: Palestina: la tragedia permanente (1947-2024)