Me refugio entre Papeles

Me refugio entre PAPELES

Durante los meses de julio y agosto el Círculo de Bellas Artes llevará a cabo una iniciativa llamada Refugio Climático, un espacio abierto para la ciudadanía, en pleno centro de Madrid.

Refugio Climático se articula en torno a la idea de socializar y compartir un confort térmico que, generalmente, nuestras sociedades reservan solo para lugares de ocio asociados al consumo o para aquellos que pueden pagarlo. Además de un lugar donde estar, será un espacio de oportunidad para visibilizar propuestas y generar alianzas entre actores sociales que desean actuar en un ámbito que afecta a la sociedad y quieran hacer posible un futuro sostenible.

Tiene un triple objetivo: ser un espacio aglutinador de iniciativas en torno a la acción climática; generar sinergias y alianzas entre empresas, proyectos, colectivos y agentes sociales; y poner el foco no solo en la reflexión y el pensamiento, sino también en la acción.

En el marco del refugio climático, se desarrollarán actividades culturales orientadas a divulgar la emergencia climática y a fomentar imaginarios de futuro sostenibles, incluyendo encuentros, talleres, conciertos, performances y actividades para familias.

FUHEM Ecosocial participará en esta iniciativa organizando la actividad Me refugio entre PAPELES: Circulo de lecturas y reflexiones ecosociales.

Esta actividad pretende ser un espacio de lectura, reflexión y debate compartido en línea con las pretensiones y el marco crítico que vertebra la propuesta del Refugio Climático, que promueve y fomenta precisamente el pensamiento crítico hacia estrategias de acción y cambio colectivas que inspiren la construcción de un escenario social plural más justo, democrático y sostenible, en definitiva, un nuevo modelo ecosocial de convivencia.

¿Qué temáticas vamos a abordar?

Hablaremos sobre cómo las grandes amenazas globales que se derivan de la crisis ecosocial actual ponen de manifiesto la preocupante envergadura de la gran crisis que estamos viviendo.

¿Estamos dispuestos a cuestionarnos, como ciudadanía activa, crítica y consciente, el orden social, económico y político que determina nuestras sociedades y nuestros estilos de vida?

¿Estamos dispuestos a repensar una nueva realidad en la que sepamos interiorizar cuáles son nuestros límites como especie y lo que eso implica?

¿Estamos dispuestos a pensar qué es lo verdaderamente importante para las personas y las sociedades?

Estas preguntas son sólo algunos ejemplos de las reflexiones que la Revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global de FUHEM Ecosocial quiere suscitar con el fin de fortalecer un entorno crítico que recapacite sobre las grandes tendencias y cuestiones que atañen a nuestro tiempo.

Programación:

Jueves, 18 de julio

Morir de calor. Salud y cambio climático: aspectos clave para la adaptación.

Dinamizado por Pedro L. Lomas, FUHEM Ecosocial

Martes, 23 de julio

Crisis ecosocial y modo de vida: una relación insostenible.

Dinamizado por: Monica Di Donato, FUHEM Ecosocial.

Miércoles, 28 de agosto

Nos envenenan la vida. Contaminantes y tóxicos en nuestro entorno.

Dinamizado por: José Bellver, FUHEM Ecosocial.

Horario: 18-19h.
Sala: Salón de Baile
Precio: Entrada libre previa inscripción

En las diferentes sesiones, el equipo coordinador de FUHEM Ecosocial se encargará de facilitar todos los materiales necesarios para su desarrollo. Los y las asistentes recibirán además un ejemplar gratuito de la Revista PAPELES.

¡Inscríbete y no te lo pierdas!

Nos refugiaremos de las altas temperaturas y pasaremos un buen rato conversando.

Organizan: 


Principales amenazas en salud asociadas al cambio climático y aspectos clave para la adaptación

Principales amenazas en salud asociadas al cambio climático y aspectos clave para la adaptación

El número 164 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, dedicado a la Inteligencia Artificial, publica en su sección Actualidad el artículo titulado Principales amenazas en salud asociadas al cambio climático y aspectos clave para la adaptación de Julio Díaz y Cristina Linares codirectores de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano del Instituto de Salud Carlos III de Madrid.

En este artículo se evalúa cómo ha sido este verano de 2023 a nivel global y en España desde el punto de vista de los fenómenos extremos acontecidos. Este relato sirve de base para posteriormente profundizar en cómo el cambio climático afecta a la salud humana y cuáles son los principales riesgos asociados, algunos de ellos poco conocidos. También se aborda la necesidad de la adaptación como medida para reducir los impactos en la salud y se analiza el caso concreto de la adaptación al calor en España.

Los meses de verano de 2023 trajeron una gran cantidad de fenómenos meteorológicos extremos como los devastadores incendios forestales en Canadá o las inundaciones ocurridas en la costa este de Estados Unidos. Un «comienzo inusualmente temprano y agresivo» de la temporada de huracanes en el Atlántico.

Un devastador incendio forestal en la isla hawaiana de Maui, alimentado por el calor y los vientos ciclónicos, que prácticamente destruyó una ciudad histórica. En Grecia, las olas de calor, la sequía, los incendios forestales demoledores y unas históricas inundaciones mortales han dejado el país devastado.1 En Libia, las muertes por las inundaciones producidas por el ciclón Daniel arrojan un balance provisional de más de 11.000 muertes y se teme por brotes de enfermedades infecciosas que podrían hacer aumentar esta cifra. En España, una Depresión Aislada en Niveles Altos de la atmósfera (DANA) ha provocado grandes daños en la zona central y varias muertes.

Según el Servicio de Cambio Climático Copernicus, los meses junio-julio-agosto de 2023 la temperatura en el planeta fue de 16,77 °C, lo que supone un 0,66 °C por encima de la media. En Europa, los datos son un poco peores: 19,63 °C de temperatura media, con un 0,83 °C de aumento. Según Copernicus, la temperatura media global del planeta en 2023 ha sido 1,48 ºC más alta que los valores preindustriales, es decir, a 0,02 ºC de llegar al límite marcado por el Acuerdo de París para 2100.

Un nuevo análisis de la organización sin ánimo de lucro Climate Central ha trazado una línea directa entre esas temperaturas y el cambio climático, argumentando que casi la mitad de la población mundial –3.900 millones de personas– experimentó 30 o más días entre junio y agosto con temperaturas que se hicieron al menos tres veces más probables por el cambio climático.

En España, el verano de 2023 ha sido el tercero más cálido desde que hay registros, solo superado por los de 2022 y 2003. En su transcurso, se registraron cuatro olas de calor, con un total de 24 días en esa situación. La temperatura media del verano en España fue de 1,3 ºC superior al promedio norma.2 Evidentemente, estas anomalías tienen una consecuencia directa en la salud como recuerda la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por ejemplo, las altas temperaturas que se registraron en Europa en el verano de 2022 conllevaron asociada una mortalidad atribuible a la temperatura de 61.000 personas, de las cuales 11.000 se produjeron en España. El verano de 2023 ha dejado una mortalidad atribuible a las olas de calor en España de 1.834 muertes.

En este punto quizá haya que remarcar que cuando se producen temperaturas extremas en España,3 en particular en la zona centro, suele deberse a dos situaciones meteorológicas claramente definidas. Una de ellas, es una situación de bloqueo anticiclónico que impide los movimientos verticales y horizontales del aire, lo que conlleva a un calentamiento progresivo debido a la alta insolación. En esa situación meteorológica, se produce un incremento importante en los niveles de ozono troposférico. La segunda situación meteorológica que puede estar presente en una ola de calor es la advección de polvo cálido y seco procedente del Sahara. En este caso, además de subir la temperatura también lo hacen las concentraciones de contaminantes como las partículas (PM10), el dióxido de nitrógeno (NO2) y el ozono (O3).

En algunas causas específicas de mortalidad como son las muertes por causas circulatorias y respiratorias el efecto de la contaminación es superior al de la propia temperatura. Por tanto, la atribución exclusiva a la temperatura del aumento de mortalidad en olas de calor debe de analizarse en mayor detalle, tanto desde un punto de vista cuantitativo como cualitativamente a la hora de introducir la contaminación atmosférica como otro elemento básico en los planes de prevención ante altas temperaturas. Hay que recordar que la contaminación atmosférica se relaciona en España a corto plazo con 10.000 muertes al año.4

Por otra parte, las mismas situaciones meteorológicas que provocan esas altas temperaturas han incidido en la exacerbación de una sequía en nuestro país como no se recordaba desde 1995, condiciones que han conducido a nuestros pantanos a contar con un volumen embalsado de tan solo el 36,8% de su capacidad total, según datos de 18 de septiembre 2023. Lo que es menos conocido es que las sequías, además de sus evidentes impactos directos en el sistema agrícola y ganadero, también tienen consecuencias a corto plazo sobre la salud. Las sequías aumentan la morbilidad a corto plazo por causas circulatorias, respiratorias, renales e incluso enfermedades mentales aumentando también las enfermedades de transmisión hídrica, originadas por la falta de agua y su menor calidad.5

Las sequías aumentan la morbimortalidad a corto plazo por causas circulatorias, respiratorias, renales e incluso enfermedades mentales, además de las enfermedades de transmisión hídrica.

Los dos fenómenos anteriores, altas temperaturas y sequía, sin duda, han contribuido de forma relevante a los incendios forestales incontrolables que hemos sufrido durante este verano especialmente en el sur de Europa, como se citaba anteriormente. En España, con 254.000 hectáreas de territorio arrasadas en el año 2022 –el peor dato del decenio–, la superficie quemada multiplica casi 5 veces a la superficie del récord registrado en 2012.6 En 2023 esta cifra ha bajado cerca de 88.000 hectáreas quemadas. Al igual que ocurría con la sequía, los incendios forestales también tienen un efecto en la salud a corto plazo hasta ahora no monitorizado adecuadamente por la vigilancia en salud pública. Investigaciones realizadas en nuestro país indican que los incendios forestales inciden en la mortalidad por causas cardiovasculares y respiratorias, en los partos prematuros y en el bajo peso al nacer en lugares alejados hasta cientos de kilómetros del foco del incendio.7

Por otro lado, y no solo en verano, el cambio climático modifica las condiciones ambientales de humedad y temperatura que hacen que se redistribuyan e incrementen enfermedades como son dengue, chikunguya, zika o virus del Nilo transmitidas por vectores como mosquitos (Aedes aegypti, Aedes Albopictus, Culex spp), o de enfermedades vinculadas a las garrapatas como la enfermedad de Lyme y el virus hemorrágico Crimea-Congo.

Los cambios a nivel climático están modificando también los procesos de polinización, alterando sus estacionalidades y concentraciones con el consiguiente impacto sobre los procesos alérgicos. Las enfermedades alérgicas son sensibles al clima: condiciones más cálidas favorecen la producción y liberación de alérgenos transportados por el aire (pólenes, esporas, etc.) que tienen efecto sobre las enfermedades respiratorias alérgicas y que pueden inducir asma, dolencia que ya afecta a unos 300 millones de personas a nivel mundial.

Por si esto fuera poco, a nivel global, el número de desastres naturales relacionados con la meteorología se ha más que triplicado desde los años sesenta del siglo XX. Cada año, estos fenómenos causan más de 60.000 muertes, sobre todo en los países en desarrollo. El aumento del nivel del mar y unos eventos meteorológicos cada vez más intensos y/o frecuentes destruyen hogares, servicios médicos y otros servicios esenciales. Más de la mitad de la población mundial vive a menos de 60 km del mar y, en España, la población residente en municipios costeros supera los 15 millones de personas, en torno a un tercio del total lo que supone que muchas personas pueden verse obligadas a desplazarse, acentuando a su vez el riesgo de efectos en salud, desde trastornos mentales hasta enfermedades transmisibles.8

También están aumentando la frecuencia y la intensidad de las inundaciones y se prevé que siga incrementándose la frecuencia y la intensidad de precipitaciones extremas a lo largo de este siglo. La creciente variabilidad de las precipitaciones afectará probablemente al suministro de agua dulce, y la escasez de esta puede poner en peligro la higiene y aumentar el riesgo de enfermedades diarreicas (cada año provocan a nivel mundial aproximadamente 760.000 defunciones de menores de cinco años). En los casos extremos, la escasez de agua causa sequías y hambrunas. En 2020, hasta un 19% de la superficie terrestre mundial se vio afectada por sequías extremas.9

La incidencia del cambio climático en la producción de alimentos y en las enfermedades que se transmiten por esta vía10 es un tema importante en los países desarrollados, pero es vital en los países menos favorecidos. La sinergia entre todos estos factores, especialmente en los países o zonas geográficas más desfavorecidas, está provocando la aparición de los migrantes climáticos, más de 2 millones en la actualidad, de los que cerca de 900.000 son desplazados dentro de los propios países. Se estima que en el año 2050 habrá cerca de 200 millones de desplazados a nivel global.

 

Mitigación, proyecciones y adaptación

Desde el punto de vista de la reducción de emisiones, parece que los compromisos actuales de mitigación serán insuficientes para lograr el objetivo del Acuerdo de París de mantener la temperatura media del planeta por debajo de un incremento de 1,5 ºC en relación al periodo preindustrial. Los datos actuales indican que en los próximos cinco años (2023-2027), se prevé que la temperatura media global en superficie sea entre 1,44 y 1,55 ºC más alta que la de los niveles preindustriales, según las modelizaciones realizadas por el centro Barcelona Supercomputing Center y que los 2 ºC se alcanzarán en la década de 2050, de hecho, 2023 ha sido el más cálido desde que hay registros con una temperatura media del planeta de 1,48 ºC como se ha citado en la introducción.

Según la Agencia Europea Copernicus, al ritmo actual de emisiones llegaremos a un escenario en el que se alcanzará un incremento de 3 ºC en la temperatura media global en el horizonte del 2100.

Parece evidente, por tanto, que además de redoblar los esfuerzos en la mitigación –los impactos asociados a una subida de 2 ºC no son los mismos que a 3 ºC– hay que efectuar políticas encaminadas hacia la adaptación a la nueva realidad asociada al cambio climático si queremos minimizar la vulnerabilidad de las personas a los impactos anteriormente descritos.

Un ejemplo exitoso de estos procesos de adaptación lo tenemos en el caso de las olas de calor y puede servir de ejemplo de cómo, aunque aumente la temperatura, los impactos en salud no tiene que incrementarse al mismo ritmo, como se expone a continuación.

En España, en el periodo 1983-2018 la temperatura máxima diaria ha subido, de media, 1,4 ºC , es decir, a un ritmo de 0,41 ºC por década. En un escenario desfavorable de emisiones (RCP8.5) este ritmo de aumento de temperatura en el periodo 2051-2100 será de 0,66 ºC por década. Por lo tanto, las olas de calor aumentarán tanto en frecuencia como en intensidad y, consecuentemente, la mortalidad asociada a las olas de calor también lo hará. En concreto, se pasará de las 428 olas de calor al año (definiendo ola de calor desde el punto de vista de su impacto en salud y sumando todas las que se producen a nivel provincial en España) registradas en el periodo 2000-2009 a unas 557 olas de calor al año en el periodo 2021-2050 y a 2.269 olas de calor al año en el periodo 2051-2100. La mortalidad atribuible a las olas de calor pasará entonces de 1.310 muertes/año que se produjeron en el periodo 2000-2009  a cerca de 13.000 muertes/año en el periodo 2051-2100.11

Los datos anteriormente descritos se han obtenido suponiendo que el impacto que tiene el calor sobre la mortalidad diaria se ha mantenido constante en el tiempo. Pero a través de diferentes investigaciones epidemiológicas se conoce que esto no es así. Diversos estudios realizados en España y en otros países, indican que el impacto del calor está disminuyendo de forma clara . En nuestro país, de un incremento de la mortalidad atribuible a las olas de calor cercano al 14% por cada ºC en el que se superaba la temperatura de definición de ola de calor para el periodo 1983-2003 se ha pasado a un impacto de menos del 2% en el periodo 2004-2013.12

Diversos estudios realizados en España y en otros países, indican que el impacto del calor en la mortalidad está disminuyendo.

Esto indica que, si el impacto del calor ha disminuido sobre la población, se está produciendo un proceso de adaptación al calor, aunque para justificar con mayor rigor esta afirmación, hay que aclarar previamente varios conceptos.

En primer lugar, indicar que la mortalidad atribuible a las olas de calor muy pocas veces se debe al denominado golpe de calor, sino que al igual que ocurre con la contaminación atmosférica o el ruido, el efecto de las altas temperaturas es, principalmente, agravar patologías previamente existentes. Es decir, personas con enfermedades respiratorias, cardiovasculares, renales, neurológicas o endocrinas de base que, frente a una ola de calor, ven agravados sus síntomas de manera importante e ingresan en un hospital o si la descompensación no es controlada, fallecen. Un ejemplo, en el año 2003 en España en los primeros quince días de agosto se registró un exceso de mortalidad atribuible a una ola de calor muy intensa de 6.600 personas, de estas solo 141 fallecieron por golpe de calor.

Otro concepto es el referente a lo que se denomina temperatura de mínima mortalidad (TMM). Si se representa en un sistema de ejes X-Y la relación existente entre la temperatura y la mortalidad, en el eje Y se registra la mortalidad diaria que se produce en un determinado lugar en un tiempo fijo y en el eje X se representa la temperatura máxima diaria a la que se produce esa mortalidad, esta relación tiene una forma de “V” de forma universal. La rama izquierda de la “V” es más alargada que la rama derecha. El vértice de esa “V” es el valor que indica la temperatura a la cual la mortalidad analizada tiene su valor mínimo. Ese punto es lo que se denomina TMM. La mortalidad que queda representada a la izquierda de la TMM es la mortalidad atribuible al frío, a la derecha de TMM se representa la mortalidad atribuible al calor.  Esta TMM es variable de un lugar a otro, por ejemplo, en Madrid está en torno a los 30 ºC, en Barcelona a los 26 ºC o en Córdoba a los 32 ºC.

Más a la derecha de esa TMM, hay otra temperatura clave que es aquella a partir de la cual la mortalidad registrada atribuible al calor se dispara de forma brusca, a esta temperatura se le denomina temperatura umbral de definición de ola de calor (Tumbral); es a partir de esa temperatura cuando se define una ola de calor desde el punto de vista de la salud. Por supuesto, esta Tumbral también varía de unos lugares a otros y en tiempo, es 36 ºC para la provincia de Madrid, 31 ºC para Barcelona o en 41,5 ºC para Córdoba.

 

¿En qué consiste la adaptación al calor? ¿Está ocurriendo?

 Tanto la TMM como la Tumbral además de ser diferente de unos lugares a otros, ambas también varían o evolucionan en el tiempo de forma más o menos simétrica. Si la Tumbral o la TMM son cada vez mayores (se incrementan), significa que cada vez hacen falta temperaturas más altas para que aumente la mortalidad por calor, es decir, la variación de la TMM o la Tumbral constituiría un indicador de la adaptación poblacional al calor. Si la TMM o la Tumbral se incrementan más rápido del ritmo al que suben las temperaturas por el calentamiento global podremos decir que nos estamos adaptando al calor desde el punto de vista del impacto en salud. Teniendo en cuanta este proceso de adaptación, en el periodo 2050-2100 no habrá 13.000 muertes atribuibles al calor, sino que estaremos en valores próximos a las 1.000 muertes/año, valores incluso inferiores a las 1.300 muertes/año del periodo 2000-2009.

Para responder a si esta adaptación está ocurriendo realmente se ha de comparar si las temperaturas máximas diarias en un determinado lugar están incrementándose a un ritmo más o menos rápido que lo está haciendo la TMM. Si suben más rápido que las TMM no habrá adaptación, si crecen de forma más lenta que las TMM entonces sí hablaremos de un proceso de adaptación.

A nivel global, las temperaturas máximas diarias en España en el periodo 1983-2018 han subido a un ritmo de 0,41 ºC/década, mientras que la TMM lo ha hecho a un ritmo de 0,64 ºC/década por lo que de forma general podemos decir que España se está adaptando al calor. Si examinamos las provincias de forma individual, hay provincias que se están adaptando muy bien, con un crecimiento de TMM a un ritmo de casi 1,5 ºC/década, como es el caso de Córdoba, Huelva o Lugo, mientras que, en otras, esta TMM no está incrementándose, sino que está decreciendo como puede ser el caso de Ciudad Real o Valladolid.

Es clave conocer qué factores posibilitan la adaptación para poder modificar aquellos en los que se puede intervenir.

Los factores que pueden explicar estas heterogeneidades geográficas se está investigando en la actualidad. Parece ser que el carácter predominantemente urbano o rural de la provincia juega un papel importante, así como que en ese lugar se den altas temperaturas de forma habitual; también influyen otros factores como el nivel de renta, la pirámide de población, el estado de las viviendas. Es clave conocer qué factores posibilitan esta adaptación para poder modificar aquellos en los que puede intervenir con objeto de conseguir esta adaptación al calor y, por tanto, disminuir la vulnerabilidad de la población a las temperaturas extremadamente altas.

Según la OMS, los estudios sobre la vulnerabilidad a las olas de calor deben de realizarse a escala local ya que son los factores locales los que hacen que unas poblaciones sean más vulnerables al calor que a otras. Por ejemplo, un estudio realizado en los diferentes distritos de Madrid13 concluye que el nivel de renta, la existencia o no de aire acondicionado y el porcentaje de población mayor de 65 años puede explicar por qué unos distritos son más vulnerables al calor que otros, y entre estos el que resulta más importante respecto al riesgo atribuible es el nivel de renta. Por tanto, son los distritos más pobres los que más sufren las consecuencias de las olas de calor. En la misma línea de estudios de carácter local, otro estudio realizado en España concluye que las provincias urbanas son hasta seis veces más vulnerables al calor que las rurales.14 Entre las variables que influyen en esa vulnerabilidad se encuentra como factores de riesgo, el índice de pobreza, el porcentaje de personas mayores de 65 años y como factores de protección aparecen significativos el número de licencias de rehabilitación y la calidad de la edificación. También es un factor de protección la habituación al calor, es decir, que en ese lugar ocurran olas de calor de forma frecuente.

 

Aspectos para la adaptación

Aunque ya se ha citado anteriormente que la calidad de la vivienda y su rehabilitación, así como la posibilidad de acceso al aire acondicionado, o la disminución de la pobreza energética son factores que influyen en una menor vulnerabilidad al calor y una mejor adaptación, factores de carácter urbanístico también pueden contribuir, una mayor proporción de construcciones bioclimáticas con cubiertas y muros vegetales y un mejor aislamiento en paredes y ventanas. Se trata de medidas que han de implementarse a nivel local, determinando con anterioridad cuáles son más eficientes en cada zona geográfica.

Desde el urbanismo de la ciudad se recomienda plantar árboles y construir parques y fuentes, así como reducir en lo posible el asfalto y materiales no permeables. Todos estos factores disminuirían en el efecto de isla térmica que en las ciudades costeras especialmente influye en la mortalidad y en los ingresos hospitalarios que se producen en olas de calor.15  También desde la ciudad se contribuye mediante el transporte de forma importante a las emisiones de gases de efecto invernadero, por tanto, una movilidad sostenible es otro factor clave que puede contribuir a una disminución del problema y, por tanto, a una mejor adaptación.

Otro factor que ha resultado ser muy relevante en los procesos de adaptación al calor es la existencia de planes de prevención ante las altas temperaturas. Desde el año 2004 de junio a septiembre cada verano se ponen en funcionamiento estos planes de prevención que han resultado tener un importante efecto en la disminución del impacto al calor especialmente en el grupo de mayores de 65 años.16 Una medida clave sería mejorar esos planes de prevención detectando grupos especialmente vulnerables (trabajadores al aire libre, personas con enfermedades renales, neurológicas, respiratorias, circulatorias) y articular protocolos de actuación para estos grupos.

Los planes de prevención han de diseñarse a nivel local teniendo en cuenta las características socioeconómicas, urbanísticas, sanitarias y demográficas de cada lugar.

Esto conduce a mejorar la gestión de los riesgos derivados del calor y, por tanto, a una disminución de los impactos en salud. Estos planes han de diseñarse a nivel local como ya se ha comentado, teniendo en cuenta las características socioeconómicas, urbanísticas, sanitarias y demográficas de cada lugar.

Por último, tener en cuenta que el cambio climático no solo se reduce a la mayor exposición a las altas temperaturas, sino que se relaciona con un aumento de la contaminación atmosférica, la exacerbación de los procesos de sequías, una mayor frecuencia de incendios forestales, una mayor probabilidad de enfermedades trasmitidas por el agua y los alimentos, el aumento de enfermedades transmitidas por vectores como mosquitos y garrapatas. Lo ideal sería poder diseñar planes que integren todos estos factores.17 De esta forma se daría respuesta a un problema global como es el de los impactos en salud derivados del cambio climático.

Como conclusión, parece claro que ante el panorama actual y futuro que nos presenta los riesgos en salud derivados del cambio climático, las actuaciones no deben dirigirse únicamente hacia la mitigación de emisiones. Es necesario un esfuerzo mayor en adaptación que minimice la vulnerabilidad de las personas. Son necesarios sistemas de alerta temprana y vigilancia epidemiológica centrados en salud ambiental y en especial aquellos que permitan gestionar los riesgos asociados al cambio climático. Mitigación, adaptación y gestión del riesgo son las herramientas en salud pública para afrontar el mayor reto ambiental y social al que se enfrenta la humanidad.

 

Julio Díaz Jiménez es profesor de investigación y codirector de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, Instituto de Salud Carlos III, Madrid.

Cristina Linares Gil es científica titular y codirectora de la Unidad de Referencia en Cambio Climático, Salud y Medio Ambiente Urbano, Instituto de Salud Carlos III, Madrid.

NOTAS

[1] Kieran Mulvaney, «El histórico clima extremo de este verano podría ser una señal de lo que está por venir», 11 de septiembre de 2023, National Geographic, disponible en: https://www.nationalgeographic.es/medio-ambiente/2023/09/clima-extremo-verano-historico-senal-futuro-viene

[2] El verano de 2023 fue el tercero más cálido desde que hay registros, Ministerio de Transición Ecológica y el reto Demográfico,14 de septiembre de 2023, disponible en: https://www.miteco.gob.es/es/prensa/ultimas-noticias/2023/09/el-verano-de-2023-fue-el-tercero-mas-calido-desde-que-hay-regist.html

[3] Raquel Ruiz-Páez et al., «Does the meteorological origin of heat waves influence their impact on health? A 6-year morbidity and mortality study in Madrid (Spain)», Science of the Total Environment, vol. 855, 2023, 158900.

[4] Manuel Ansede, «La contaminación ha matado a 93.000 personas en España en una década», El País, 22 de junio 2018, disponible en: https://elpais.com/elpais/2018/06/21/ciencia/1529592814_225910.html

[5] Coral Salvador, «Implicaciones de la sequía en la salud», aemetblog, 19 marzo de 2022, disponible en: https://aemetblog.es/2022/03/19/implicaciones-de-la-sequia-en-la-salud/ 

[6] Europa Press, «Los incendios forestales arrasan más 250.000 hectáreas en 2022, el peor de la década con diferencia», Europa Press, 17 Septiembre 2022, disponible en: https://www.europapress.es/sociedad/medio-ambiente-00647/noticia-incendios-foresrales-arrasan-mas-250000-hectareas-2022-peor-decada-diferencia-20220917114449.html

[7] Cristina Linares et al., «Impact on mortality of biomass combustion from wildfires in Spain: A regional analysis», Science of the Total Environment, vol. 622-623, 2018, pp.547-555.

[8] Katie Hayes y Blake Poland, «Addressing Mental Health in a Changing Climate: Incorporating Mental Health Indicators into Climate Change and Health Vulnerability and Adaptation Assessments», Int J Environ Res Public Health, 2018, 15 (9), 1806.

[9] Marina Romanello et al., «The 2021 report of the Lancet Countdown on health and climate change: code red for a healthy future», The Lancet, vol 398, 2021, pp.1619-1662.

[10] Isidro Juan Mirón et al., «The influence of climate change on food production and food safety», Environmental Research, 216, 2023, 114674.

[11] Julio Díaz et al., «Mortality attributable to high temperatures over the 2021–2050 and 2051–2100 time horizons in Spain: Adaptation and economic estimate», Environmental Research, 172, 2019, pp.475-485.

[12] Julio Díaz et al., «Time trend in the impact of heat waves on daily mortality in Spain for a period of over thirty years (1983–2013)», Environment International, 116, 2018, pp. 10-17.

[13]José Antonio López-Bueno et al., «Analysis of the impact of heat waves on daily mortality in urban and rural areas in Madrid», Environmental Research, 195, 2021, 110892.

[14] José Antonio López-Bueno et al., «Analysis of vulnerability to heat in rural and urban areas in Spain: What factors explain Heat’s geographic behavior?», Environmental Research, 207, 2022, 112213.

[15] Teresa Cuerdo-Vilches et al., «Impact of urban heat islands on morbidity and mortality in heat waves: Observational time series analysis of Spain’s five cities», Science of the Total Environment, 890, 2023, 164412.

[16] Miguel Ángel Navas-Martín et al., «Heat Adaptation among the Elderly in Spain (1983–2018)», International Journal of Environmental Research and Public Health, 20, 2023, 1314.

[17] Crinstina Linares et al., «A new integrative perspective on early warning systems for health in the context of climate change», Environmental Research, 187, 2020, 109623.

 

Acceso al artículo completo en formato pdf: Principales amenazas en salud asociadas al cambio climático y aspectos clave para la adaptación


Riesgo climático, condiciones sociales y acciones de adaptación y respuesta ante eventos extremos

Riesgo climático, condiciones sociales y acciones de adaptación y respuesta ante eventos extremos

El presente dosier se sitúa en la realidad presente de la desestabilización del clima, y las condiciones de agravamiento previstas medidas por la ciencia para los próximos años y décadas. En este marco, su objetivo es examinar las posibilidades de la acción social y la organización de las instituciones públicas para paliar, en la medida de lo posible, los impactos más duros del cambio climático y, a la vez, evaluar las bases organizativas que mejor pueden contribuir a una estructura social que afronte de la mejor manera posible los retos por venir.

En este sentido, el dosier se abre con un artículo general que examina los riesgos y realidades de los eventos climáticos extremos en España, a cargo de Camilo Ruiz y Rafael Suárez, de la Universidad de Salamanca.

La segunda parte del dosier, entra a examinar en primer lugar, desde un plano más teórico, los posibles modos de organización institucional y social, explorando el papel del Estado en las estrategias de adaptación al cambio climático, y la necesidad de un Estado Ecosocial, que propone Santiago Álvarez Cantalapiedra, director del Área Ecosocial de FUHEM. Por su parte, Luis Lloredo y Javier Zamora, de la Universidad Autónoma de Madrid, examinan las posibilidades de los comunes y de la acción comunitaria para hacer frente a los retos de la desestabilización del clima y de la crisis ecosocial en general.

Riesgo climático

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Los siguientes dos artículos con los que se completa el dosier analizan estrategias concretas para responder a los retos climáticos. Ana Sanz Fernández, Carmen Sánchez Guevara y Miguel Núñez Peiro exploran, desde la dimensión local, la adaptación de las ciudades a los extremos térmicos estivales y, en concreto, exponen el caso de la intervención realizada en Getafe (Madrid) entre el Ayuntamiento y la Universidad Politécnica para adaptar la ciudad a tales eventos.

Finalmente, Irene Rubiera y Jaime Doreste, miembros del equipo legal de los Juicios por el Clima en España, examinan las posibilidades que ofrece la vía judicial como medio para la acción de la sociedad civil ante los incumplimientos de los compromisos climáticos y, en concreto, la experiencia de los Juicios por el Clima en España.

AUTORES/AS:

Camilo Ruiz Méndez es doctor en doctor en Física y profesor de Didáctica de las matemáticas y ciencias experimentales de la Universidad de Salamanca.

Rafael Suárez López es profesor de Didáctica de las ciencias experimentales de la Universidad de Salamanca.

Santiago Álvarez Cantalapiedra es director del Área Ecosocial de FUHEM y director de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

Luis Lloredo Alix es doctor en Filosofía legal y profesor e investigador en la Universidad Autónoma de Madrid.

Javier Zamora García es licenciado en Derecho y Ciencias Políticas (UAM), master en Pensamiento Social y Político (University of Sussex) y doctor en Derecho, Gobierno y Políticas Públicas (UAM). Fue investigador FPU en el departamento de Ciencia Política de la UAM.

Ana Sanz Fernández, Carmen Sánchez-Guevara Sánchez, Miguel Núñez Peiró, Daniel Torrego Gómez y Patricia San Nicolás son investigadoras de la Universidad Politécnica de Madrid.

Puedes consultar nuestros anteriores Dosieres Ecosociales.

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD)El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.

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Estudio preliminar sobre indicadores alimentarios

Los alimentos representan unas de las palancas más potentes para mejorar la salud humana, impulsar la justicia social y alcanzar la sostenibilidad ambiental.

Al mismo tiempo, sin embargo, amenazan actualmente tanto a las personas como al planeta. En ese sentido, vemos que la humanidad debe enfrentarse al inmenso desafío de proporcionar dietas saludables a una población mundial en continuo crecimiento a través de sistemas alimentarios sostenibles. Si bien, de alguna manera, la producción mundial de calorías procedente de alimentos ha seguido generalmente el ritmo de crecimiento de la población, más de 800 millones de personas todavía carecen de alimentos suficientes (con una clara tendencia al alza), y muchos más consumen dietas de baja calidad o basadas en alimentos no adecuados desde un punto de vista nutricional y/o saludable.

Por el otro, cada vez más estudios apuntan que la producción mundial de alimentos amenaza también a la estabilidad climática y la resiliencia de los ecosistemas puesto que constituye, como se desprende de la literatura especializada, uno de los mayores impulsores de la degradación ambiental y transgresión de los límites planetarios.

Los sistemas alimentarios, en su conjunto, tienen impactos ambientales en toda la cadena de suministro, desde la producción hasta el procesamiento, la distribución y el consumo final, y además van más allá de la salud humana y ambiental al afectar también a la sociedad, la cultura, la economía, así como a la salud y el bienestar de los animales.

Ahora bien, si bien existe una amplia literatura sobre los impactos ambientales de la producción de alimentos, resulta más difícil disponer de información robusta y homogénea sobre los efectos ambientales de las elecciones y el consumo individuales de alimentos (también en términos de manejo, cuando la hay), sobre todo en lo que respecta a los productos y las cantidades físicas de los mismos, más allá del dato meramente monetario. Esta información es importante porque los consumidores pueden ser una palanca útil para orientar o impulsar cambios en los patrones productivos, aunque, sin duda, haya que impulsar una acción más amplia en distintos sectores y a diferentes niveles, que debe incluir también mejoras en las prácticas de producción y distribución, reducciones en la pérdida y desperdicio de alimentos, etc.

Esta revisión sistemática de los antecedentes en la literatura especializada ha sido útil para detectar las lagunas, innovaciones y problemas ligados tanto a los indicadores, así como a las fuentes estadísticas disponibles y utilizadas en los estudios relativas a los flujos físicos clave que intervienen en el metabolismo del hogar.

Para concluir, parece relevante citar aquí un trabajo que, a partir de esa amplia revisión bibliográfica realizada y descrita sintéticamente en los apartados anteriores de este texto, ha intentado colmar algunas lagunas detectadas y presentar una propuesta original sobre el metabolismo de los hogares (también por lo que a la dimensión alimentaria respecta y en la cual nos centraremos aquí) en España y a escala regional. En concreto, el trabajo al que nos referimos (Di Donato, 2022) ha permitido describir y analizar las tendencias, diferencias asociadas y cambios intervenidos relativos al metabolismo de los hogares regionales en España para diferentes categorías de consumo identificadas, constituyendo así además la primera estimación en la literatura española e internacional del metabolismo económico de los hogares españoles en términos físicos y desagregados a nivel regional, y que incluye entre sus objetivos contabilizar los impactos y las huellas asociadas a los patrones metabólicos de las unidades de consumos hogares y, finalmente, con carácter absolutamente novedoso y en fase de profundización, persigue una primera aproximación a las desigualdades físicas de los hogares a escala regional.[1]

Por lo que aquí interesa recalcar, realiza además una explotación directa de los datos físicos de la Encuesta de Presupuestos Familiares asociados a 13 categorías de alimentos consumidas en el hogar y la posibilidad de cruzar hogar por hogar esta información con los factores determinantes de carácter socioeconómico. Otro elemento a mencionar es que supone una aproximación de abajo hacia arriba (bottom-up) con representatividad a nivel regional que ha permitido la construcción de un esquema de entradas y salidas de flujos físicos consistente con el funcionamiento del hogar. El trabajo ofrece también una primera estimación de las huellas de carbono e hídrica de la alimentación de los hogares a nivel regional sobre la base de información de carácter físico.

Para concluir, es interesante subrayar que de la perspectiva empleada en ese estudio sugiere varias dimensiones de profundización y mejora de los indicadores en el ámbito alimentario, entre las cuales cabe mencionar:

  • La posibilidad de desarrollar un marco conceptual y metodológico que, a partir de la contabilidad de flujos física ligada al metabolismo de los hogares y de naturaleza directa, permita la construcción de indicadores de carácter biofísico para el análisis de los fenómenos de la pobreza e inseguridad alimentaria.
  • La inclusión en la contabilidad de la variable del consumo doméstico de agua en el balance de sustancias que constituyen los insumos del modo de vida de los hogares, así como la elaboración de indicadores metabólicos que lo tengan en cuenta en el ámbito alimentario (más allá de las huellas hídricas).
  • La profundización en el estudio de los patrones de consumo de alimentos ecológicos y su extensión dentro de los hogares españoles, con el fin de sondear sus efectos ambientales y en términos de salud (mejora de la dieta).
  • El desarrollo del análisis físico y monetario con una contabilidad del uso del tiempo en el hogar español, con interés potencial en términos de género o desigualdad (tareas domésticas ligadas a las compras de alimentos, la manipulación, etc.).
  • Complementar el análisis del consumo material y de los impactos asociados a la dimensión alimentaria con análisis de tipo energético-nutricional.

[1] Este elemento es importante ya que permitiría ampliar el ámbito de análisis económico-ecológico de los hogares vinculado a los aspectos distributivos del metabolismo de los hogares en términos físicos.

Autora:

Monica Di Donato: Investigadora de FUHEM Ecosocial. Doctora en Economía por la Universidad de Valladolid (UVa). Desde la perspectiva de la economía ecológica, trabaja principalmente con índices e indicadores de sostenibilidad fuerte aplicados a sistemas complejos, en particular al sistema alimentario. Su ámbito de investigación especifico se centra en el análisis de los flujos físicos de los hogares, a través del enfoque del metabolismo socioeconómico.

Acceso al texto completo: Estudio preliminar sobre indicadores alimentarios.

 

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.

 

 


El presente y el futuro de la seguridad alimentaria en el contexto de la multicrisis

El presente y el futuro de la seguridad alimentaria  en el contexto de la multicrisis

El año 2023 ha batido nuevamente los récords y se ha inscrito en los anales de la historia climática como el más cálido registrado en los últimos 174 años, afectado por episodios extremos de inundaciones, tormentas, fuertes sequías, incendios forestales, brotes de plagas y enfermedades.

Así, a medida que se extienden los efectos de la crisis climática, también están aumentando la frecuencia y la intensidad de esos desastres relacionados y no extraña que la agricultura sea uno de los sectores más expuestos y vulnerables bajo ese contexto de riesgo, dada su gran dependencia de los recursos naturales y la estabilidad de las condiciones climáticas.

Los desastres recurrentes pueden menoscabar también los logros en materia de seguridad alimentaria y nutrición de las poblaciones, a través de la reducción de la disponibilidad de alimentos en los mercados locales, así como socavar la sostenibilidad de los sistemas agroalimentarios, ocasionando niveles sin precedentes de daños y pérdidas en la agricultura en todo el mundo, dando también lugar a situaciones de desempleo en las zonas rurales, provocando una disminución de los ingresos de los agricultores y trabajadores agrícolas, el desplazamiento y la emigración de determinadas zonas rurales, etc.

El presente y el futuro de la seguridad alimentaria en el contexto de la multicrisis

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En definitiva, la suma de factores naturales unidos a condiciones sociales y económicas (aumento de la desigualdades, precariedad laboral, falta de acceso a servicios básicos, etc.) pueden impactar en la salud del sistema alimentario hasta desembocar en situaciones de inseguridad alimentaria más o menos intensas.

Este dosier tiene como objetivo contribuir a profundizar en las implicaciones que el escenario de grave multicrisis ecológica (cambio climático, pérdida de biodiversidad, aumento de las temperaturas, etc., que se manifiestan, como hemos visto, a través de fenómenos extremos cada vez más recurrentes) puede llegar a tener sobre la seguridad alimentaria (pensada en términos de producción, pero también de disponibilidad, adecuación, suficiencia, inocuidad y sostenibilidad)  y sus escenarios para los próximos años, sin olvidar el mecanismo perverso por el cual el sistema agroindustrial resulta, a su vez, el principal impulsor de estos fenómenos.

Lo haremos de la mano de expertos y expertas que nos ayudarán a componer las piezas para entender el presente y el futuro de la seguridad alimentaria, respondiendo a cuatro grandes preguntas:

¿Cómo y cuánto nuestro sistema alimentario (en particular en su dimensión productiva) y la trasformación a lo largo de la historia de sus relaciones con los ecosistemas ­-en términos de transformaciones sociometabolicas- contribuye a la crisis ecológica y puede generar impactos para la seguridad alimentaria presente y futura de España?

¿Cuáles serán las consecuencias y riesgos que cabe esperar a medio-largo plazo sobre la producción agrícola en España y, en consecuencia, sobre su seguridad alimentaria, desde la perspectiva agroclimatologica?

¿Qué repercusiones y qué riesgos podemos esperar para la dimensión nutricional y dietética, más en concreto (por ejemplo, por la pérdida de nutrientes, o los cambios en patrones dietéticos, etc.), así como para la salud de las personas, teniendo en cuenta el marco de la seguridad alimentaria entendida en sentido amplio?

En el plano de las alternativas, ¿podemos considerar y en qué términos la agroecología una apuesta fiable –frente al modelo productivo actualmente dominante, insostenible e injusto- para la seguridad alimentaria en España de cara al futuro?

 

AUTORES/AS:

Monica Di Donato investigadora de FUHEM Ecosocial. Es doctora en Economía por la Universidad de Valladolid (UVa). Desde la perspectiva de la economía ecológica, trabaja principalmente con índices e indicadores de sostenibilidad fuerte aplicados a sistemas complejos, en particular al sistema alimentario. Su ámbito de investigación especifico se centra en el análisis de los flujos físicos de los hogares, a través del enfoque del metabolismo socioeconómico.

Noelia Parajuá es investigadora postdoctoral en el Departamento de Historia Económica, Instituciones, Política y Economía Mundial de la Universidad de Barcelona, y miembro del Food Action and Research Observatory (FARO) de la misma universidad. Su línea de investigación principal es la transformación de los sistemas alimentarios desde una perspectiva transdisciplinar

María Luz Hernández Navarro es profesora Titular de Análisis Geográfico Regional de la Universidad de Zaragoza. Investiga sobre climatología agrícola, desarrollo rural en general y sobre la situación de las mujeres rurales.

Carlos A. Gonzalez Svatetz es Médico epidemiólogo y especialista en Medicina Preventiva y Salud Pública. Ex jefe de la Unidad de Nutrición y Cáncer del Instituto Catalana de Oncología (ICO) y fue el coordinador en España del Estudio Prospectivo Europeo de Nutrición y Cáncer (EPIC).

Markos Gamboa es Consultor/Formador en Agroecología/Permacultura, especializado en Diseño Integral de Sistemas Alimentarios Agroecológicos. Técnico en Agricultura Ecológica, Contabilidad y Logística/Distribución. Jornalero del sector primario (México, Francia y diversas zonas de España): horticultura, fruticultura, ganadería extensiva carne/leche y transformación alimentaria.

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Bienestar sin crecimiento

El artículo Bienestar sin crecimiento firmado por Max Koch, profesor de Política Social y Sostenibilidad, Universidad de Lund, Suecia, examina el papel del bienestar y las políticas sociales dentro de transformaciones ecosociales más amplias en un contexto de poscrecimiento aplicando los conceptos de bienestar sostenible y «espacio operativo seguro y justo».

Publicado en la sección A FONDO del número 161 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global proporciona también un análisis empírico de la popularidad de las políticas ecosociales diseñadas para dirigir la economía y la sociedad hacia este espacio: ingresos máximos y básicos, impuestos sobre la riqueza y comida, así como una reducción de los tiempos de trabajo.

Estudios comparativos, como los llevados a cabo por Parrique y colaboradores o Haberl y colaboradores indican que los intentos de desacoplar en términos absolutos el crecimiento del PIB del uso de materiales y las emisiones de gases de efecto invernadero o bien han fallado completamente o bien no han alcanzado la dimensión necesaria, en términos de extensión o rapidez de reducción de esos parámetros, como para cumplir los objetivos climáticos acordados en París. El corolario es que «el desacoplamiento tiene que ser complementado con estrategias de suficiencia orientadas y por un refuerzo estricto de los objetivos de reducción absoluta»,1 así como con el definitivo abandono de la prioridad del crecimiento del PIB como objetivo último de las políticas.2 El objetivo de este artículo es entender mejor el papel del bienestar y las políticas sociales dentro de transformaciones ecosociales más amplias en un contexto de poscrecimiento.3

Dado que las analogías históricas pueden servir para entender las posibles características de futuros patrones de cambio, se comenzará con la coyuntura política y económica del período de posguerra tras la Segunda Guerra Mundial, que ensayaron cómo la política social y el estado llegaron a regular el crecimiento capitalista. A esto le sigue un esquema teórico de los roles del Estado de bienestar y la política social dentro de una estrategia de "bienestar sostenible" destinada a garantizar que las prácticas económicas y sociales se desarrollen dentro de un «espacio operativo seguro y justo».4 Todo esto  se complementa en la sección siguiente con el examen de políticas ecosociales concretas que investigaciones previas sugirieron como respetuosas de los límites superior e inferior de este espacio, y se discute sobre su popularidad en Suecia. En las conclusiones se resumen y se reflejan los principales resultados, identificando además algunas posibles vías de investigación futura.5

 

Regulación socioeconómica en la estrategia de crecimiento de la posguerra

En gran parte de Europa occidental, el vínculo entre bienestar y trabajo entró en la agenda tras la Segunda Guerra Mundial. El nexo fordista entre bienestar y trabajo descansaba en el reconocimiento del sindicalismo y una negociación colectiva más o menos centralizada.6 Como resultado, los salarios se ligaron al crecimiento de la productividad, mientras que las políticas fiscales y de crédito se orientaron a la creación de una demanda efectiva en las economías nacionales. Los sindicatos respetaban el poder de la dirección para controlar los procesos de trabajo (con frecuencia taylorizados). El Estado apoyaba este “compromiso de clase” mediante políticas diseñadas para integrar los circuitos de las industrias de bienes de capital y de consumo, así como mediando en los conflictos entra capital y trabajo, especialmente en los relativos a los salarios individuales y sociales. Este acuerdo permitió que las normas sobre producción y consumo evolucionasen en paralelo –particularmente en el caso de bienes de consumo de producción masiva como frigoríficos, televisores, coches o viviendas estándar– conduciendo a tasas de crecimiento del PIB y salarios reales sin precedentes, especialmente entre los años cincuenta y sesenta. El Estado podía usar la creciente recaudación de impuestos de los ingresos primarios de los participantes del mercado laboral para crear y/o expandir los sistemas de bienestar con el objetivo de cubrir riesgos como la vejez, la enfermedad o el desempleo.

La regulación del crecimiento económico asumió distintas formas según los países. Los “regímenes” del bienestar variaban, sobre todo, en términos de la división del trabajo social entre el mercado y las esferas públicas a las cuales correspondían distintas formas y niveles de imposición, y que estaban asociadas a distintos patrones de estratificación.7 El enfoque del régimen de bienestar ha sido retomado posteriormente en los discursos de modernización ecológica. De acuerdo con Dryzek,8 los países socialdemócratas como Suecia están mejor preparados que los países liberales, por ejemplo, en la gestión de la interrelación entre políticas sociales y ambientales. Esto se debe a que en los países socialdemócratas hay un mayor apoyo a la idea de que las políticas ambientales pueden ser buenas para los negocios, así como para sus aparatos estatales y regímenes de gobernanza en funcionamiento más desarrollados, que son entendidos como una precondición para trayectorias de “crecimiento verde”. El resultado sería una «integración tanto de las preocupaciones igualitarias como de las ambientales». 9 Aún así, si se toman indicadores ambientales clave como el de emisiones de CO2 per cápita o las huellas ecológicas de la producción y el consumo, una investigación comparativa no respalda la “hipótesis de la sinergia” en la cual los países socialdemócratas se comportarían mejor que los liberales, los conservadores o los países del Mediterráneo.10 Lo que afectaría más al cumplimiento de los objetivos ambientales no sería tanto su pertenencia a un régimen de bienestar determinado sino su nivel de PIB per cápita: en general, cuanto más rico es un país, peor es su comportamiento en términos de indicadores ambientales .11

En general, cuanto más rico es un país, peor es su comportamiento en términos de indicadores ambientales

La evolución reciente no ha conducido a una situación en la que se haya reducido la fuerte relación entre crecimiento económico y actividad del estado de bienestar, sino a una transición entre el énfasis sobre la demanda hacia una gestión más ligada a la oferta en el contexto de la transnacionalización y financiarización de la producción y la inversión. Las instituciones de bienestar se modificaron y recibieron nuevas funciones dentro de la estructural general del “Estado competitivo”.12 Diseñado para dar soporte a los actores nacionales y/o locales de la economía global, la política social llegó a ser considerada como una "inversión". Sin embargo, hasta ahora, las estrategias de regulación socioeconómica de "demanda" y "oferta" han tenido en común ignorar en gran medida los aspectos ambientales del desarrollo capitalista del bienestar. En cuanto a las huellas ecológica y de carbono, los estándares de bienestar material occidentales tras la Segunda Guerra Mundial no fueron de ningún modo generalizables al resto del planeta –a pesar del hecho de que fueron culturalmente celebrados, ideológicamente reforzados y exportados a otras muchas partes del mundo–. De hecho, si los ciudadanos de todas las naciones hubieran llevado estilos de vida similares a los occidentales, el planeta habría terminado en una emergencia climática aguda mucho antes.

 

Un "espacio operativo seguro y justo" y el bienestar sostenible

El marco de un "espacio operativo seguro y justo" puede servir como punto de partida para conceptualizar la actividad de un Estado de bienestar y la toma de decisiones políticas ecosociales en contextos de poscrecimiento, dado que considera tanto los límites planetarios como los sociales. La economía y la sociedad se desenvuelven dentro de un espacio en forma de dónut, donde el uso de recursos está por debajo del nivel de los límites planetarios críticos (el límite superior o espacio ecológicamente sostenible y seguro), pero por encima del nivel de suficiencia requerido para satisfacer las necesidades básicas de las personas (el límite inferior o el espacio socialmente seguro). No solo se conceptualiza aquí a la economía como un subsistema de los sistemas biofísicos y sociales, sino que los sistemas de bienestar serían considerados como partes dentro de un contexto ecológico y entendidos como "sistemas de abastecimiento"13 para satisfacer necesidades de modo sostenible. Teniendo en cuenta el techo ambiental, la actividad del Estado de bienestar y las políticas sociales no asumirían ya más la forma simplista de crecientes impuestos redistribuidos –como en el período de la posguerra–, sino que implicarían decisiones controvertidas enfocadas a los recursos de poder de grupos de ricos y personas influyentes.

El marco de un espacio operativo seguro y justo puede servir como punto de partida para conceptualizar la actividad de un Estado de bienestar

El concepto de “bienestar sostenible”,14 en general, y las teorías de las necesidades humanas, en particular, podrían servir como contexto teórico para una nueva generación de políticas sociales y de bienestar.15 Comenzando con la “doble injusticia” –que las responsabilidades y los impactos del cambio climático con frecuencia trabajan en direcciones opuestas, dado que los grupos que tienen más posibilidades de ser afectados por estos últimos son aquellos con menos responsabilidad de haberlos causado–, el bienestar sostenible considera el hecho de que las políticas sociales necesitarán tener en cuenta las desigualdades y los conflictos que es probable que surjan  como consecuencia de la descarbonización de los patrones de producción y consumo, y que se harán cada vez más necesario formularlas en formas que creen sinergias con los objetivos ambientales, pero también de modo aceptable para el electorado. Esto incluye el reconocimiento de los umbrales y límites críticos del bienestar material, una revisión paralela de los sistemas de bienestar y la idea de que en un mundo limitado no todos los “deseos” de –con frecuencia– bienes “posicionales” pueden ser apoyados políticamente en nombre de la soberanía del consumidor. Algunos seguramente tendrán que ser restringidos. Otros debates en los círculos de bienestar sostenible y decrecimiento/poscrecimiento han dado lugar a la adopción de sistemas de cuentas basados en las necesidades frente a aquellos otros basados en las cuentas hedónicas, utilitarias y subjetivas del bienestar.16

La metodología del Desarrollo a Escala Humana introdujo en término “satisfactor” para subrayar las formas culturales específicas –y más o menos ecológicamente sostenibles– en las cuales se satisfacen las necesidades en la práctica.17 Desde la perspectiva de una mayor transformación ecosocial, las idea políticas que funcionan como lo que Max-Neef llamó satisfactores de necesidades “sinérgicos” son particularmente relevantes dado que tienen el potencial de satisfacer de modo más que justo una necesidad en contextos diferentes y, por tanto, podrían servir como punto de inicio para comenzar un «círculo virtuoso de políticas de bienestar sostenible».18 Las discusiones académicas y políticas acerca de sistemas de generación de bienestar dentro de un «espacio operativo seguro y justo» han intentado más bien identificar los niveles máximos y mínimos de la satisfacción de necesidades, así como los instrumentos políticos ecosociales con potencial para orientar la economía y la sociedad respetando estos «techos y suelos».19

Utilizando el ejemplo de Suecia, se discutirán ahora ciertos datos cuantitativos sobre algunas de las propuestas políticas ecosociales que la investigación previa ha identificado como capaces de dirigir la economía y la sociedad hacia el «espacio operativo seguro y justo» mencionado anteriormente, subrayando tanto límites superiores como inferiores: renta máxima, impuestos a la riqueza, renta básica, reducción de las horas de trabajo e impuestos a la carne (Tabla 1).

Tabla 1: Apoyo a las políticas ecosociales en Suecia 2020 (porcentajes)

Ideas de políticas ecosociales A favor En contra Indeciso
Límites a la renta (n=1274) 24,8 61,1 14,1
Impuestos a la riqueza (n=1372) 42,5 42,7 14,8
Renta básica (n=1303) 17,6 71,1 11,3
Reducción del tiempo de trabajo (n=1353) 51,6 31,4 17,0
Impuestos al consume de carne (n=1396) 30,3 52,7 17,1

Fuente: Encuesta representativa llevada a cabo dentro del proyecto “The New Urban Challenge: Models of Sustainable Welfare in Swedish Metropolitan Cities”. Se pidió a los encuestados que evaluasen las políticas mencionadas y contestasen sobre una escala de Likert de 5 puntos que contenía las siguientes categorías: muy bien y bastante bien (“a favor”), muy mal y bastante mal (“en contra”), ni bien ni mal (“indeciso”).

En el debate sobre el papel del Estado de bienestar en la salvaguarda de la satisfacción de las necesidades a un nivel suficiente –el límite inferior del "espacio justo y seguro"–, los proponentes de un Estado de bienestar sostenible o ecosocial apoyan la creación de una renta básica universal e incondicional (RBU),20 la expansión/creación de unos servicios básicos universales (SBU),21 un sistema de cupones22 o una combinación de los tres. Cuando nos fijamos en las variedades nacionales de dichas combinaciones, los regímenes de bienestar y la dependencia del camino institucional previo pueden ser factores importantes a la hora de determinar la mezcla concreta de RBU, SBU y cupones en cada país. Puede ser más fácil extender estos sistemas allí donde ya existe una fuerte tradición universal en servicios de bienestar, como es el caso de los países nórdicos, mientras que sería menor el papel de una RBU. Esta hipótesis estaría apoyada por el hecho de que, de acuerdo con nuestra encuesta, algo más del 17% están a favor y un 71% en contra de la introducción de una RBU en Suecia. De este modo, en ese país, la SBU supondría una base institucional más apropiada para una transformación ecosocial, posiblemente extendida y complementada selectivamente con algún esquema de renta mínima (más o menos testado). Allí donde la SBU existe en formas muy rudimentarias y la tradición del bienestar liberal predomina, la RBU podría ser la forma más fácil y rápida de proceder. Esto es debido a que la construcción de sistemas universales de bienestar lleva bastante tiempo y, con toda probabilidad, solo podría llevarse a cabo con una perspectiva de medio-largo plazo.

En cuanto al límite superior del espacio operativo seguro y justo, se han presentado muchas menos propuestas. Si embargo, existen aproximaciones filosóficas que defienden el limitarianismo en un mundo ecológicamente limitado,23 al cual los académicos de las políticas sociales podrían volver, y propuestas económicas más concretas,24 que proponen la definición de rentas máximas como una proporción de las rentas mínimas (10:1, 20:1 etc.). No hay, sin embargo, un acuerdo sobre cuál sería el nivel al que habría que poner el límite (a partir del cual la imposición sería del 100%) y tampoco sobre si todas las formas de riqueza tendría que ser limitadas.25

El bienestar sostenible considera el hecho de que las políticas sociales necesitarán tener en cuenta las desigualdades y los conflictos que es probable que surjan

Dada la novedad de la propuesta política, por cuya introducción ningún gran partido político hace campaña actualmente, no supone una gran sorpresa que no haya más que un cuarto de la población sueca que apoya una renta máxima de aproximadamente 145.000 euros anuales. Sin embargo, no es inconcebible que el apoyo a una política como esta se incrementaría si se promoviese más activamente y fuese objeto de debates políticos en la población. Así que nadie se llamará a sorpresa si el apoyo a un –comparativamente moderado pero más conocido– impuesto a la riqueza es bastante mayor (42,5%). Los participantes en la encuesta mencionaban la última propuesta con más frecuencia, aunque muchos no eran conscientes del reciente debate académico sobre los límites a la riqueza y/o a la renta.

Dos sugerencias más de reforma ecosocial, con frecuencia subrayadas como satisfactores sinérgicos de necesidades universales tan diferentes como protección, participación, ocio, creación y libertad (siguiendo la terminología de Max-Neef), son una reducción de las horas de trabajo (especialmente para desactivar el círculo trabajo-gasto-consumo), y un impuesto sobre el consumo de carne (para apoyar a la agricultura ecológica, una nutrición más vegetariana y una transición general a un modo de vida poscarbono). De lejos, la reducción de las horas de trabajo es el instrumento político más popular de los seleccionados aquí: cerca del 52% de los participantes verían bien una semana de trabajo de 30 horas en Suecia (como opuesta a las 40 horas semanales actuales). A pesar de esto, solamente el Partido de la Izquierda Sueca (Vänster) hace campaña en este sentido. El apoyo a un impuesto a la carne se situó en un 30%, con casi un 53% de personas que se oponían a esta política. Sin embargo, un 17% de “indecisos” indican un mayor potencial estructural de popularidad futuro.

Los resultados del relativamente alto apoyo a un impuesto a la riqueza y a la reducción de las horas de trabajo parecen sugerir que los gobiernos, particularmente en contextos de bienestar socialdemócrata como el sueco, podrían ser más ambiciosos de lo que son actualmente a la hora de implementar políticas ecosociales. Pero también el atractivo de Nuevos Pactos Sociales Verdes, cada vez más amplios, indica que la movilización de la sociedad civil, los partidos políticos y las agencias gubernamentales pueden, de hecho, reforzarse entre sí en la creación del impulso necesario para las transformaciones socioecológicas en contextos de poscrecimiento .26 Eckersley subraya que los gobiernos son todavía capaces de llevar a cabo cambios de gran calado utilizando el ejemplo de la crisis actual de la COVID-19: después de varias décadas de retroceso del Estado de bienestar, la reacción inmediata de los gobiernos occidentales fue una expansión de la actividad del Estado –desde restricciones sobre la movilidad a través de nuevos tipos de pagos hasta paquetes de estímulo para empresas–. En cuanto a una posible salida conjunta de las crisis climática y de la COVID-19, ella sugiere un «estímulo a través del gasto en infraestructura verde con un abandono secuencial de la industrias más intensivas en emisiones y dañinas desde el punto de vista ecológico» para permitir una restructuración ecológica de la economía después de la crisis pandémica.27

Aunque, en general, los resultados empíricos apuntan a una diferencia considerable entre las medidas de largo alcance que los científicos consideran necesarias para afrontar de modo significativo la emergencia climática y la sobrecapacidad ecológica (ver Introducción) y las medidas que los ciudadanos de los estados de bienestar avanzados, como Suecia, están preparados a dar apoyo actualmente. Las explicaciones de esta gran diferencia incluyen la inculcación del modo de pensar del crecimiento en las mentes de las personas o la consolidación de las prácticas sociales e individuales habituales, que con frecuencia aparecen como el modo “natural” de hacer las cosas.28 Dado que la idea de que todo un rango de instituciones como los sistemas legal, educativo y de bienestar, que han demostrado ser cruciales para los relativos altos estándares de bienestar con los que se califica a las sociedades occidentales, históricamente se desarrollan en paralelo con el crecimiento económico y actualmente están acoplados al mismo, cualquier movimiento político más allá del crecimiento económico capitalista necesitaría tener en cuenta la preocupación que surgiría por una posible pérdida de bienestar, anomia o exclusión social.29

Una forma de desactivar estas preocupaciones es expandir los espacios ya existentes, donde se han testado formas alternativas, sostenibles y cooperativas de trabajo y vida comunitaria. Con este propósito, sería necesario llevar a cabo ejercicios participativos, como seminarios, consultas o foros de debate.30 Tal y como sugiere el ejemplo irlandés,31 los gobiernos podrían apoyar este proceso mejorando el estatus de los foros ciudadanos y dándoles un carácter consultivo. Esto estaría en línea con los argumentos de los teóricos de ciencias políticas de que una respuesta adecuada a la crisis ecológica requiere aumentar las instituciones de representatividad democrática a través de mecanismo de democracia directa y deliberativa que tengan el potencial de la “deliberación disruptiva”.32

 

Conclusiones

Frente a un marco de fondo de emergencia climática, transgresión de otros límites planetarios y el fallo de las respuestas políticas del “crecimiento verde”, este artículo afronta el papel potencial del bienestar y las políticas sociales en un contexto de profunda transformación ecosocial y poscrecimiento. Se revisa la literatura previa relevante, los conceptos teóricos de bienestar sostenible y "espacio operativo seguro", así como las ideas de políticas ecosociales diseñadas para dirigir a la economía y la sociedad hacia un funcionamiento dentro de este espacio, y se discuten los datos cuantitativos para Suecia y un contexto de bienestar socialdemócrata.

La revisión teórica y de la literatura sugieren que cualquier cambio hacia estados de bienestar sostenible requeriría, independientemente del punto de partido institucional y de la pertenencia a un determinado régimen de bienestar, una transformación profunda y fundamental33 desde la lógica expansionista que viene caracterizando el bienestar occidental desde el período de la posguerra a uno que considere seriamente los límites sociales y ambientales (aquí considerados como "espacio operativo seguro y justo"). Sin embargo, los resultados empíricos indican que la pertenencia a un determinado régimen de bienestar podría ser un factor importante a la hora de identificar las trayectorias concretas de cada país dentro de esta línea general de cambio. La investigación comparativa previa demuestra que los ciudadanos de los países nórdicos son más propensos a apoyar el bienestar sostenible,34 este estudio aumenta la evidencia sobre el apoyo a políticas concretas diseñadas para dirigir la economía y la sociedad hacia un espacio operativo seguro y justo. En cuanto al límite inferior, en los países como Suecia, de la tradición socialdemócrata del bienestar, son más posibles medidas como la SBU, mientras que el RBU sería más relevante para los países liberales. En cuanto al límite superior, el apoyo es mucho mayor a impuestos a la riqueza que a límites sobre la renta/riqueza. Sin embargo, este resultado podría estar influido también por cierta falta de conocimiento de esta última propuesta política.

El futuro desarrollo conceptual de la aproximación del bienestar sostenible debería incentivar el diálogo entre el decrecimiento, el limitarianismo filosófico y la política social para mejorar nuestra comprensión del bienestar dentro de los límites planetarios. Políticamente, será crucial no solo discutir y estudiar las sugerencias políticas individuales, sino también desarrollar modelos de cómo se podrían reforzar unas a otras en un nuevo círculo político virtuoso. El apoyo para este tipo de estrategia política así como para determinadas políticas individuales puede aumentar cuando se codesarrolla entre investigadores, activistas y ciudadanos en distintos tipos de foros de deliberación. Este conocimiento sería crucial para la formación de alianzas políticas que permitan generar el tipo de cambio social que requiere una respuesta efectiva y socialmente inclusiva a la emergencia climática.

Max Koch es profesor de Política Social y Sostenibilidad, Universidad de Lund, Suecia.

NOTAS

1 Helmut Haberl et al., «A systematic review of the evidence on decoupling of GDP, resource use and GHG emissions, part II: Synthesizing the insights», Environmental Research Letters, 15(6), 2020, pp. 065003.

2 Tim Parrique et al., Decoupling debunked. Evidence and arguments against green growth as a sole strategy for sustainability, Brussels: European Environment Bureau 2019.

3 Para una revision general de la literature al respecto, ver Tuuli Hirvilammi et al., «Social policy in a Climate Emergency Context», Journal of Social Policy, 52(1), 2023, pp. 1-23.

4 Kate Raworth, Doughnut Economics: Seven Ways to Think Like a 21st-Century Economist, Random House, Londres, 1997.

5 Una parte del contenido de este artículo se basa en Max Koch, «Social policy without growth: Towards sustainable welfare states», Social Policy and Society, 21(3), 2022, pp. 447-459. El autor quiere agradecer expresamente a los editores de esta revista por el permiso para tomar ciertos contenidos del artículo.

6 Michel Aglietta, A Theory of Capitalist Regulation: The US Experience, Verso, Londres, 1987.

7 Gøsta Esping-Andersen, The Three Worlds of Welfare Capitalism, Polity, Cambridge, 1990.

8 Ian Gough et al., «JESP symposium: climate change and social policy», Journal of European Social Policy, 18(4), 2008, pp. 25–44.

9 Ibidem.

10 Max Koch y Martin Fritz, «Building the eco-social state: do welfare regimes matter?» Journal of Social Policy 43(4), 2014, pp. 679–703.

11 Martin Fritz y Max Koch, «Economic development and prosperity patterns around the world: structural challenges for a global steady-state economy», Global Environmental Change 38, 2016, pp. 41–48.

12 Philip G. Cerny, «The competition state today: from raison d’etat to raison du monde», Policy Studies, 31(1), 2010, pp. 5-21.

13 Andrew Fanning, Daniel O'Neill y Milena Büchs, «Provisioning systems for a good life within planetary boundaries», Global Environmental Change, 64, 2020, p. 102135.

14 Max Koch y Oksana Mont (eds), Sustainability and the Political Economy of Welfare, Routledge, Londres, 2016.

15 Max Koch, «The state in the transformation to a sustainable postgrowth economy», Environmental Politics, 29(1), 2020, pp. 115–133.

16 Milena Büchs y Max Koch, Postgrowth and Wellbeing: Challenges to Sustainable Welfare, Palgrave Macmillan, Basingstoke, 2017.

17 Manfred Max-Neef, Human Scale Development: Conception, Application and Further Reflections, Zed Books, Nueva York, 1991.

18 Tuuli Hirvilammi, «The virtuous circle of sustainable welfare as a transformative policy idea», Sustainability, 12(1), 2020, p. 391.

19 Ian Gough, «Defining floors and ceilings: The contribution of human needs theory», Sustainability: Science, Practice and Policy, 16(1), 2020, pp. 208-219.

20 Philippe Van Parijs y Yannick Vanderborght, Basic Income: A Radical Proposal for a Free Society and a Sane Economy, Harvard University Press, Cambridge, 2017.

21 Anna Coote y Andrew Percy, The Case for Universal Basic Services, Polity, Cambridge, 2020.

22 Katharina Bohnenberger, «Money, vouchers, public infrastructures? A framework for sustainable welfare benefits», Sustainability, 12(2), 2020, p. 596.

23 Ingrid Robeyns, «What, if anything, is wrong with extreme wealth?», Journal of Human Development and Capabilities, 20(3), 2019, pp. 251-266.

24 Sam Pizzigatti, The Case for a Maximum Wage, Polity, Cambridge, 2018.

25 Hubert Buch-Hansen y Max Koch, «Degrowth through income and wealth caps?», Ecological Economics, 160, 2019, pp. 264–271.

26 Max Koch, «State-civil society relations in Gramsci, Poulantzas and Bourdieu: Strategic implications for the degrowth movement», Ecological Economics, 193, 2022, p. 107275.

27 Robyn Eckersley, «Greening states and societies: From transitions to great transformations», Environmental Politics, 30 (1-2), 2021, pp. 245-265.

28 Max Koch, «The naturalisation of growth: Marx, the regulation approach and Bourdieu», Environmental Values, 27(1), 2018, pp. 9–27.

29 Milena Büchs y Max Koch, «Challenges to the degrowth transition: The debate about wellbeing», Futures, 105, 2019, pp. 155–165.

30 Mònica Guillén-Royo, «Applying the fundamental human needs approach to sustainable consumption corridors: Participatory workshops involving information and communication technologies», Sustainability: Science, Practice and Policy, 16(1), 2020, pp. 114-127; Max Koch, Jayeon Lindellee y Johanna Alkan-Olsson, «Beyond growth imperative and neoliberal doxa: expanding alternative societal spaces through deliberative citizen forums on needs satisfaction», Real-world Economics Review, 96, 2021, pp. 168-183.

31 Clodagh Harris, «Democratic innovations and policy analysis: climate policy and Ireland’s citizens assembly», en John Hogan y Mary Murphy (eds.), Policy analysis in Ireland, Policy Press, Bristol, 2021, pp. 221-35.

32 Marit Hammond, «Democratic deliberation for sustainability transformations: between constructiveness and disruption», Sustainability: Science, Practice and Policy, 16(1), 2020, pp. 220-230.

33 Hubert Buch-Hansen, Max Koch e Iana Nesterova, Deep Transformations: A Theory of Degrowth, Manchester University Press (en prensa), Manchester, 2023.

34 Martin Fritz y Max Koch, «Public support for sustainable welfare compared: Links between attitudes towards climate and welfare policies», Sustainability, 11(15), p. 4146.

 

Acceso al artículo completo en formato pdf: Bienestar sin crecimiento.


Palestina: La tragedia permanente (1947-2024)

Palestina: La tragedia permanente (1947-2024)

En la región mediterránea, el conflicto palestino-israelí es el más antiguo y el más difícil de resolver. Personifica a la perfección la dinámica colonial de asentamientos que ha tenido lugar en Palestina desde 1897 hasta nuestros días, y los efectos dominó del conflicto afectan a la estabilidad y la seguridad de todo Oriente Medio y la zona euromediterránea.

Bichara Khader, profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina y fundador del Centro de Estudios e Investigación sobre el Mundo Árabe Contemporáneo escribe para la sección ENSAYO del número 165 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, el artículo «Palestina: La tragedia permanente (1947-2024)», donde repasa las raíces fundamentales de la tragedia palestina y los acontecimientos más inmediatos, principalmente desde 2017 hasta octubre de 2023.

En cierto sentido, el conflicto palestino-israelí es la madre de la mayoría de los conflictos de la región. Y como sabiamente comenta Stephen Calleya, «la estabilidad en Oriente Medio y en toda la zona euromediterránea depende de la resolución del conflicto israelo-palestino».

Si todas las conferencias de paz, las diplomacias itinerantes y los esfuerzos de mediación han fracasado patéticamente a la hora de lograr una solución justa y duradera, se debe principalmente a la terrible incomprensión de las causas profundas del conflicto, su centralidad en la región e incluso su importancia global, magníficamente analizada por John Collins en su libro Palestina global. El letal ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023 y la desgarradora devastación de Gaza son un ejemplo de libro de este malentendido.

El 7 de octubre se produjo un horrible atentado con muchos israelíes inocentes muertos, heridos o secuestrados. Pero este no es el comienzo de la historia: es el resultado de una larga trayectoria de negación, desposesión y humillación del pueblo palestino. Es la historia de 76 años de cero responsabilidad y total inmunidad para Israel.

La contextualización del 7 de octubre es, por tanto, de vital importancia: no es antisemitismo ni justificación de la violencia, como argumenta Israel. Es más bien una revelación: la violencia no surge en el vacío, como recordó sabiamente Antonio Guterres, secretario general de la ONU.

El 7 de octubre ha hecho añicos muchas ilusiones, entre ellas la de que la cuestión palestina no es un tema central o que Israel puede proseguir su despiadada ocupación y su expansión desenfrenada disfrutando al mismo tiempo de seguridad y paz.

El 7 de octubre ha demostrado la incoherencia de la diplomacia occidental, que durante décadas repitió como un loro el mantra del proceso de paz y la solución de los dos Estados, mientras protegía a Israel y afianzaba su ocupación.

Esperemos que el trauma producido en Israel por el 7 de octubre y la devastación generalizada y el grave sufrimiento en Gaza sirvan de llamada de atención. La hoja de ruta para la paz presentada por Josep Borrell, jefe de la diplomacia comunitaria, durante la reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la UE el 22 de enero de 2024, va en la dirección correcta, ya que propone celebrar una conferencia preparatoria y poner en marcha no otro proceso de paz, sino un «proceso de solución de dos Estados» que «debería conducir a un Estado palestino independiente que conviva con Israel».

Lo que temo es que se repitan los marcos ya agotados: conferencias, grupos de trabajo, dilaciones y negociaciones interminables. La comunidad internacional no debería repetir la farsa del Proceso de Oslo, ya que la escalofriante situación de Gaza requiere un remedio urgente y una solución duradera. Como ya advirtió Philippe Lazzarini, Comisario de la UNWRA, la difícil situación de Gaza y la tragedia de sus niños muertos, mutilados, huérfanos, traumatizados y privados de educación «manchan nuestra humanidad común».

Mi propósito aquí no es reescribir otra historia de la tragedia palestina de 2024, sino explicar la pertinencia de la afirmación de Antonio Guterres de que el 7 de octubre no se produjo en un vacío. En otras palabras, analizaré las raíces fundamentales de la tragedia palestina y los acontecimientos más inmediatos, principalmente desde 2017 hasta octubre de 2023.

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El origen del problema (1897-1948)

Ningún analista ha captado mejor la quintaesencia de la cuestión palestina que Edward Said. Para él, la cuestión de Palestina es la pugna entre una afirmación y una negación. La afirmación quedó consagrada en la Declaración del Primer Congreso Sionista que tuvo lugar en Basilea, Suiza, del 29 al 31 de agosto de 1897, en la que se establecían los objetivos del movimiento sionista: «El sionismo aspira a establecer para el pueblo judío un hogar pública y legalmente asegurado en Palestina». La reunión fue presidida por Theodor Herzl (1860-1904), considerado el fundador del sionismo político desde la publicación de su memorándum titulado Judensstaat (El Estado de los judíos) en 1896. El sionismo fue teorizado como una respuesta al «antisemitismo europeo», y como «un retorno a la tierra prometida», con el objetivo de crear un Estado «exclusivamente judío».

Esta afirmación iba acompañada de una negación: la narrativa sionista argumentaba que Palestina no es un Estado independiente, ya que es una provincia del Imperio otomano, que está ocupada por «extranjeros» y que es «atrasada». Peor aún, es un «desierto vacío». De ahí el lema de los sionistas, formulado por Israel Zangwill a finales del siglo XIX, «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Los palestinos fueron condenados a la invisibilidad y su causa quedó relegada a la no cuestión.

La habilidad del movimiento sionista y de sus patrocinadores coloniales, principalmente Gran Bretaña, consistió en transformar una realidad en una no-realidad. Palestina era vista como un territorio vacío que había que llenar, ya que «la naturaleza aborrece el vacío». Theodor Herzl señaló en sus diarios: «Tanto el proceso de expropiación como la eliminación de los pobres deben llevarse a cabo con discreción y circunspección» para hacer sitio a los judíos. El primer presidente israelí, Chaim Weizmann, calificó el éxodo árabe de «limpieza milagrosa de la tierra». Más tarde, en 1969, Moshe Dayan reconoció con franqueza: «Hemos venido a este país que fue colonizado por árabes y estamos construyendo un Estado judío».

Esta es la quintaesencia del colonialismo de asentamientos personificado, como subraya Patrick Wolfe, por el deseo de crear una sociedad completamente nueva en lugar de, o sobre las ruinas de, una ya existente: el colonialismo de asentamientos «destruye para reemplazar» .

En un memorándum del 18 de julio de 1917 que Lord Rothschild envió al Gobierno británico, aconsejaba que «Palestina debería ser reconstituida como el Hogar Nacional para el Pueblo Judío».

En respuesta a las demandas sionistas, el 2 de noviembre de 1917, el Gobierno británico emitió su famosa Declaración Balfour, en forma de una carta del ministro de Asuntos Exteriores, Arthur Balfour, a Lord Lionel Walter Rothschild. El segundo párrafo de la carta es bastante revelador: «El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible para facilitar la consecución de este objetivo, quedando claramente entendido que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías de Palestina…».

El contenido de la carta es espantoso: una potencia europea (Gran Bretaña) promete transformar un territorio no europeo (Palestina) en «un hogar nacional» para el pueblo judío. A los palestinos, que representaban el 93 % de los habitantes, se les califica de «comunidades no judías» sin derechos políticos, pero solo con «derechos civiles y religiosos». Mientras que los judíos de Palestina (apenas un 7 % de la población) y las diásporas judías dispersas son considerados un «pueblo» que necesita un «hogar nacional».

La Declaración fue llevada a cabo por el Mandato Británico en Palestina (1922-1948) alterando el curso de la historia. El desequilibrio demográfico que existía a favor de los árabes palestinos (en 1922, había unos 663 893 palestinos y solo 83 794 judíos) se ha transformado en una «asimetría europea» a favor del sionismo. De hecho, el Mandato Británico en Palestina fomentó el establecimiento de instituciones sionistas, mientras reprimía sistemáticamente la realidad y la resistencia árabes en Palestina, allanando el camino para la creación de Israel.  Entre 1922 y 1948, la población judía en Palestina pasó del 7% al 30% de la población total. Pero la base territorial era pequeña y desconectada (los judíos poseían solo el 6,59% del total de la tierra palestina). Había que invertir esta asimetría territorial. Esto se hará entre 1947 y 1949.

 

Creación de Israel y la primera Nakba palestina (1947-1949)

Dos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, una resolución de la Asamblea General de la ONU (29 de noviembre de 1947) dividió Palestina en tres segmentos: 56% para un Estado judío, 43% para un Estado palestino y 1% que quedaría bajo estatuto internacional.

Los sionistas se alegraron: se les daba lo que no poseían. Pero en el territorio propuesto para constituir el Estado judío había unos 498 000 judíos y 497 000 palestinos. Había que invertir esta simetría demográfica, ya que los sionistas querían un «Estado exclusivamente judío», y no binacional.

Antes de la creación de Israel, el 14 de mayo de 1948, las organizaciones paramilitares sionistas (Stern e Irgun) −que los británicos consideraban organizaciones terroristas− protagonizaron una oleada de terror. El 9 de abril de 1948 (un mes antes de la proclamación del Estado de Israel) un comando del Irgún masacró a la población de Deir Yassin, un pueblo situado a solo 5 km de Jerusalén. Le siguió una serie de otras masacres destinadas a aterrorizar a la población y expulsar a los palestinos de su tierra ancestral. En 1949, más de 500 pueblos palestinos y casi una docena de barrios urbanos fueron vaciados de sus habitantes y aproximadamente dos tercios de la población palestina (750 000) fueron convertidos en refugiados.

Tras expulsar a los palestinos del territorio, Israel impondrá su propia narrativa, expulsando a los palestinos de la historia

Esta política bien planificada de limpieza étnica se llevó a cabo con gran celeridad y ha sido ampliamente documentada por historiadores palestinos e israelíes, principalmente Ilan Pappe y Benny Morris. Mientras Ilan Pappe se opone a la limpieza étnica por motivos morales, Benny Morris utiliza la retórica de la necesidad para justificar las masacres y expulsiones palestinas, «sin las cuales Israel no podría haberse creado como Estado de mayoría judía». En los países occidentales, durante mucho tiempo, estos hechos han sido negados o considerados como daños colaterales.

Para los palestinos, fue la Primera Nakba, (catástrofe): una tragedia humana, una derrota política y un terremoto geopolítico. Se ha desencadenado una dinámica conflictiva. Tras expulsar a los palestinos del territorio, Israel impondrá su propia narrativa, expulsando a los palestinos de la historia. «Hasta hoy −comenta Edward Said− es un hecho sorprendente que la mera mención de los palestinos o de Palestina en Israel, o para un sionista convencido, es nombrar lo innombrable».

La creación de Israel se convirtió no solo en una cuestión palestina, sino también árabe. Los ejércitos de cuatro Estados árabes lanzaron una ofensiva contra el naciente Estado judío, pero fueron derrotados. Se ocuparon y anexionaron nuevos territorios: en 1949, Israel amplió su base territorial ocupando el 78 % de la Palestina histórica. Sin duda, la lógica del desplazamiento y la desposesión funciona en tándem con una lógica de expansión territorial y estructura el colonialismo de asentamientos. «Más que una ubicación fija −escribe John Collins− la frontera colonial de los asentamientos se concibe mejor como una estructura en movimiento». A día de hoy, en 2024, Israel es el único país del mundo con fronteras en constante movimiento.

 

Sentimiento de culpa

Europa ha sido parte integrante de la cuestión palestina al externalizar «la cuestión judía» en detrimento del pueblo palestino, desposeído y exiliado. De hecho, es el antisemitismo europeo, el Mandato Británico y principalmente el horrible genocidio de judíos en Europa lo que dio origen a Israel.  No es de extrañar que la Shoah, calificada por Viviane Forester de «crimen occidental», haya producido en Europa un inmenso sentimiento de culpabilidad. La opinión oficial y popular europea en general, sintió que tenía una «deuda moral»con Israel y los judíos. Por el contrario, los acontecimientos en el mundo árabe, en un contexto de descolonización, se percibían en gran medida como hostiles a Occidente.

Europa ha sido parte integrante de la cuestión palestina al externalizar «la cuestión judía» en detrimento del pueblo palestino, desposeído y exiliado

En ese contexto, la relevancia estratégica de Israel se vio reforzada: muchos europeos percibían a Israel no solo como un refugio seguro para los judíos, sino también como un escudo frente a un turbulento entorno antioccidental y un baluarte que protegía los intereses europeos. En miles de libros, documentales, películas, etc. Israel fue visto desde 1948 hasta 1967 como parte integrante de Occidente, un aliado, un bastión de la democracia occidental, un paradigma de valentía y un símbolo de modernidad (esta percepción permanece casi intacta en 2024). La cuestión palestina pasó a un segundo plano. La difícil situación de los refugiados se consideró una «cuestión humanitaria».

 

La guerra de 1967:  De la ocupación a la colonización

En 1967 se produjo otra guerra que desembocó en la ocupación por Israel del Sinaí egipcio, los Altos del Golán sirios y Cisjordania bajo dominio jordano y la Franja de Gaza administrada por Egipto. La guerra trajo consigo una Segunda Nakba, ya que 430 000 palestinos fueron expulsados de sus tierras o alentados a hacerlo. Ya el 29 de septiembre de 1967, Yossef Weitz, antiguo director del Fondo Nacional Judío, escribió un artículo en Davar en el que pedía el traslado de la población árabe: «Entre nosotros, debe quedar claro que no hay sitio para ambos pueblos en el país… con el traslado de los árabes, el país quedará abierto para nosotros… No debe quedar ni un solo pueblo ni una sola tribu».

La ocupación cambió la geografía del conflicto y alarmó a la comunidad internacional. La resolución 242 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada el 22 de noviembre de 1967, pedía la «retirada de las fuerzas armadas israelíes de los territorios ocupados en el reciente conflicto».

Más tarde, en 1977, la CEE declaró su «oposición a la política de establecimiento de colonias», y a «cualquier intento de modificar unilateralmente el estatuto de Jerusalén». Israel hizo oídos sordos a las resoluciones del Consejo de Seguridad y a la oposición europea a la política israelí en los territorios ocupados.

En 1987, veinte años después del inicio de la ocupación de los territorios palestinos, proliferaron los asentamientos judíos y la ocupación militar se hizo más dura. La situación en los territorios ocupados empeoró considerablemente. En este contexto de ocupación desenfrenada, estalló la Primera Intifada pacífica palestina como un acto de resistencia pacífica y desafío. Fue «seguramente una de las mayores insurrecciones anticoloniales del periodo moderno», comenta Edward Said. Es en ese mismo año de 1987 cuando se crea Hamás, acrónimo del Movimiento de Resistencia Islámica. Mientras Yasser Arafat, envalentonado por los acontecimientos en los territorios ocupados, declaraba en Argel (12-15 de noviembre de 1988) la «independencia de Palestina». La UE reaccionó a la declaración el 21 de noviembre de 1988: «La decisión de los palestinos refleja la voluntad del pueblo palestino de afirmar su identidad nacional». La OLP en el exilio fue rehabilitada para gran disgusto de Israel.

Lamentablemente, la invasión iraquí de Kuwait (2 de agosto de 1990) produjo un daño colateral: la OLP (Organización para la Liberación de Palestina) fue condenada al ostracismo por no condenar abierta e inequívocamente la invasión iraquí.

Los pueblos árabes saludaron la liberación de Kuwait, pero se escandalizaron de que la ocupación israelí de los territorios palestinos y árabes quedara impune. Florecieron las acusaciones de doble rasero. Dirigiéndose al Congreso el 11 de marzo de 1991, el presidente Bush anunció que ya era hora de resolver la cuestión palestina y presionó para que se convocara la Conferencia de Paz de Madrid (30 de octubre de 1991). El primer ministro israelí, Shamir, aceptó a medias participar, pero impuso sus condiciones: ninguna participación de una delegación palestina separada, ninguna presencia de miembros de la OLP y ningún representante de Jerusalén Este. En la reunión de Madrid se puso en marcha un Proceso de Paz para Oriente Próximo (PPOM), pero pronto se demostró que era una farsa y que estaba condenado al fracaso.

Es probablemente la razón por la que la OLP −que fue excluida de la Conferencia de Madrid− entabló conversaciones secretas con una delegación israelí en Oslo que desembocaron en el Acuerdo Provisional, conocido como Acuerdo de Oslo, anunciado oficialmente el 13 de septiembre de 1993, en la Casa Blanca. En el intercambio de cartas de 1993 entre Rabin y Arafat, la OLP reconoció «el derecho del Estado de Israel a existir en paz y seguridad» y aceptó la resolución 242 de la ONU. Israel solo reconoció a la OLP «como representante legítima del pueblo palestino». No es de extrañar que el reconocimiento del derecho de Israel a existir por parte de los palestinos fuera aclamado por el escritor israelí Amos Os como «la segunda victoria en la historia del sionismo».

A día de hoy Israel no ha reconocido el derecho de los palestinos a la autodeterminación, como comunidad nacional, y no se ha retirado de un solo acre de territorio. Hoy en día, Israel sigue siendo el único país del mundo que nunca ha declarado internacionalmente sus fronteras y nunca ha reconocido los Altos del Golán, Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este como territorios ocupados. En su lugar, afirma que son «territorios liberados». Esta distorsión del lenguaje revela la asimetría estructural de poder entre Israel y los palestinos, y explica por qué todo el proceso de paz se ha «convertido de hecho en un mecanismo para afianzar la ocupación militar de Israel».

La Segunda Intifada (2000) y sus consecuencias

Las negociaciones de Camp David (julio de 2000) entre Ehud Barak, Arafat y Clinton estaban condenadas al fracaso desde el principio. Un eminente escritor palestino, Fayez Sayegh, resumió la oferta de Barak-Clinton a Yasser Arafat: «A una fracción del pueblo palestino… se le promete una fracción de sus derechos… en una fracción de su patria… y esta promesa se cumplirá dentro de varios años, mediante un proceso gradual en el que Israel ejercerá un poder de veto decisivo sobre cualquier acuerdo».

Tras el fracaso de las negociaciones de Camp David, la provocadora visita de Sharon a Haram al Sharif, el 29 de septiembre de 2000, pretendía reivindicar su derecho como israelí a visitar el lugar sagrado musulmán. Desencadenó una explosión de ira palestina. La Segunda Intifada estalló en los territorios ocupados. Duró cuatro años en los que el ejército israelí mató a cientos de palestinos y decenas de israelíes murieron o resultaron heridos en atentados suicidas. Israel hizo gala de una enorme preponderancia del poder militar y de su total desprecio por el derecho internacional.

 

El colapso del proceso de paz: una historia anunciada

El artículo 31 (cláusula 7) de la Declaración de Oslo establecía explícitamente: «Ninguna de las partes iniciará ni adoptará medida alguna que modifique el estatuto de Cisjordania y la Franja de Gaza a la espera del resultado de las negociaciones sobre el estatuto permanente». Sin embargo, con el paso de los años, los palestinos fueron desposeídos, expulsados, expropiados ilegalmente y confinados en enclaves desconectados. Y mientras Israel construía asentamientos, las excavadoras israelíes arrasaban bloques de apartamentos y casas enteras de palestinos. Todas estas medidas y muchas otras subvertían abiertamente la Declaración de Oslo. Si Israel pudo violar tan fácilmente la Declaración de Oslo es porque «las negociaciones de Oslo fueron mediadas por el más parcial de los intermediarios, Estados Unidos».

El fallecimiento de Arafat (en noviembre de 2004) se percibió en Estados Unidos como la eliminación de un «engorroso obstáculo». Cuando Mahmoud Abbas le sustituyó, la OLP y la Autoridad Palestina quedaron totalmente rehabilitadas. El nuevo Presidente palestino es invitado a la Casa Blanca y, en una conferencia de prensa conjunta, el presidente Bush defiende la idea de «una solución viable de dos Estados» que «garantice la contigüidad de Cisjordania» y una «vinculación significativa entre Cisjordania y Gaza». (En 2024, Biden repite el mismo mantra).

Coincidiendo con esta visita, en enero de 2006, se celebraron las elecciones palestinas. La rotunda victoria de Hamás supuso un duro golpe no solo para Al Fatah, sino también para los partidarios occidentales de la Autoridad Palestina en funciones.  La UE, en total contradicción con su proclamado principio de promoción de la democracia, se puso del lado de Estados Unidos para imponer a Hamás condiciones sin precedentes (reconocimiento de la existencia de Israel, renuncia a la violencia y respaldo a los Acuerdos de Oslo). Nunca se impusieron condiciones similares a ningún gobierno israelí. Hamás tomó el control de la Franja de Gaza en represalia por lo que consideraba un atraco electoral, expulsó a los combatientes de Al Fatah de la Franja y estableció un gobierno dirigido por Hamás. Desde entonces, no solo se ha impuesto un drástico asedio a Gaza, sino que Israel ha atacado este territorio densamente poblado en cuatro ocasiones: en 2008-2009, 2012, 2014 y 2021, matando a miles de palestinos (el 70% de ellos niños y mujeres) y destruyendo numerosas instalaciones, como escuelas, hospitales e infraestructuras, algunas de ellas financiadas por la UE y sus Estados miembros. Esta política se denominó «segar la hierba», cortar las alas a Hamás pero dejarlo vivo ya que afianza la división palestina y, por tanto, la ocupación israelí. La elección del presidente Trump en 2017 fue la gota que colmó el vaso.

 

El «Acuerdo del siglo» (28 de enero de 2020): la «Declaración Balfour» estadounidense a favor de Israel

El 28 de enero de 2020, el presidente Trump ha anunciado la parte política de su plan para resolver el conflicto palestino-israelí, apodado el «Acuerdo del siglo». Urdido por un trío sionista radical –Jared Kushner, yerno de Trump; David Friedman, embajador estadounidense en Israel; y Jason Greenblatt, enviado especial estadounidense para Oriente Próximo–-, el plan es una versión actualizada y revisada de la visión de Shimon Peres de un «Nuevo Oriente Próximo» que pretende una próspera región de Oriente Próximo con Israel como corazón.

De hecho, todo el plan se centra en la preocupación israelí por la seguridad y el reconocimiento de Israel como «Estado judío». Propone una serie de enclaves palestinos rodeados por un Israel ampliado, estipula que el valle del Jordán permanecerá bajo soberanía israelí absoluta y que Israel será responsable de todos los pasos fronterizos internacionales hacia el Estado palestino propuesto. En violación de la resolución de la ONU de 1949, el Plan rechaza el derecho al retorno de los refugiados palestinos e incluso contempla la posibilidad de una transferencia de territorio de las comunidades árabes de los triángulos que reduciría la «carga» demográfica árabe en Israel. El Plan estipula que Jerusalén seguirá siendo la capital unificada de Israel. Y, por último, el Plan no excluye un «Estado palestino» desarmado y no contiguo en el 13% de los territorios palestinos ocupados, pero propone una capital palestina en Abu Dis, en la periferia al este de Jerusalén, y no en Jerusalén Este, la vieja ciudad palestina anexionada por Israel.

Presentado en la Casa Blanca el 28 de enero de 2020, el Plan es el más belicista con el que podrían soñar los sionistas más radicales. No es de extrañar que Benjamin Netanyahu, que fue el único anfitrión de la ceremonia en la Casa Blanca, aplaudiera a su amigo Donald calificando la ceremonia de «día histórico».

Después de la Declaración Balfour de 1917 que prometía una patria en Palestina para el pueblo judío, el Trato del Siglo de Trump, es simplemente una versión estadounidense de la Declaración Balfour y una sentencia de muerte a la solución de Dos Estados.

 

Los Acuerdos de Abraham (15 de agosto de 2020)

El «Acuerdo del siglo» eliminó todos los derechos palestinos de la mesa. Los Acuerdos de Abraham entre Israel y algunos países árabes sacaron a la luz las relaciones de Israel con ellos y cambiaron el paradigma del conflicto árabe-israelí. Los Acuerdos de Normalización entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos se anunciaron el 15 de agosto de 2020.  Bahréin se unió a los Acuerdos el 11 de septiembre y la ceremonia de firma en la Casa Blanca tuvo lugar el 15 de septiembre. Así pues, los Acuerdos de Abraham constituyen otro importante logro de la política exterior de Israel, ya que la doctrina de Netanyahu de «paz por paz y paz mediante la fuerza» ha dado sus frutos. Los Acuerdos no están condicionados a ningún cambio en la política israelí respecto a los territorios ocupados.

Aclamados por Israel como un avance histórico, los Acuerdos de Abraham levantan un tabú en la política árabe (tratar con Israel), abren nuevas vías de cooperación, desplazan el centro de gravedad de la región hacia los Estados árabes del Golfo, desvían la atención hacia la amenaza iraní y reducen la relevancia de la cuestión palestina. En resumen, los Acuerdos de Abraham han creado una dinámica peligrosa que puede conducir a un desastre estratégico con un aumento de la tensión en el Golfo, guerras por poderes (en Irak, Yemen y Líbano), un aumento de la fricción entre Argelia y Marruecos, la parálisis total de la Unión del Magreb Árabe y la continua agitación en Sudán.

Una vez más, la cuestión central palestina queda relegada a un segundo plano para gran satisfacción de Israel. Sin embargo, es una mera falacia creer que el problema puede archivarse para siempre. El ataque mortal de Hamás del 7 de octubre y el feroz asalto israelí a Gaza, desde entonces, ofrecen amplias pruebas del efecto dominó de la cuestión palestina sin resolver.

 

Las elecciones israelíes del 1 de noviembre de 2022 arrojan un claro ganador: un «Gobierno israelí abiertamente racista»

Las elecciones israelíes del 1 de noviembre de 2022 han devuelto a Netanyahu como primer ministro con el apoyo de 14 escaños obtenidos por los partidos racistas de Bezalel Smotrich (Sionismo Religioso) e Itamar Ben-Gvir (Poder Judío-Otzmat Yehudit), lo que ha provocado consternación y preocupación. El influyente periodista del New York Times, Thomas Friedman, que no es conocido por ser un feroz crítico de Israel, escribió un duro artículo titulado «El Israel que conocíamos ha desaparecido», en el que acusaba a la coalición de Netanyahu de incluir a «extremistas judíos antiárabes y abiertamente racistas». Una opinión tan dura de un periodista que durante tantos años se esforzó por embellecer la imagen de Israel fue una «divina sorpresa».

El problema de la expresión de preocupación de Friedman es que sugiere que el «Israel que él conocía era mejor» que la Coalición extremista de Netanyahu, olvidando que todas las políticas israelíes, antiguas y nuevas, respecto a los palestinos de los territorios ocupados, han sido ilegales y denunciadas por Human Rights Watch, Amnistía Internacional e incluso la israelí B’Tselem, tachándolas de apartheid.

Israel empezó a derivar hacia la derecha radical con la elección de Menachem Begin, como primer ministro de Israel, el 17 de mayo de 1977. Pero no cabe duda de que todos los gobiernos del Partido Laborista, desde 1948 hasta 1977, fueron progresistas para los israelíes, pero represivos para los palestinos, tanto para los que tenían la ciudadanía israelí (la llamada minoría árabe) como para los que vivían en los territorios ocupados. Sin embargo, está claro que con Netanyahu el giro a la derecha se ha hecho más evidente. La aprobación de la Ley Básica, que afirma que el Estado nación es del pueblo judío, es una prueba de fuego del cambio de política.

Desde la formación del nuevo Gobierno de extrema derecha, a finales de 2022, la situación en Cisjordania se ha vuelto insoportable

Esta ley se considera un triunfo de la derecha ultranacionalista israelí, que confiere el derecho de autodeterminación exclusivamente a los judíos israelíes y a todos los inmigrantes judíos en Israel y convierte a los ciudadanos palestinos de Israel en ciudadanos de segunda clase de iure. David Rothkopf, de la Universidad John Hopkins, no se anduvo con rodeos: «Israel se está convirtiendo en una matocracia antiliberal, y se me están acabando las formas de defenderla».

Lo que diferencia al actual Gobierno de Netanyahu (desde 2022) de los gobiernos laboristas del pasado es el hecho de que los racistas israelíes de hoy no tienen inhibiciones a la hora de hablar alto y claro para que todos los oigan. Ben-Gvir, por ejemplo, considera con orgullo al fallecido extremista Meir Kahane como su héroe y maestro, amenaza con deportar a los «ciudadanos desleales», pide una Ley de deportación contra los que tiran piedras a los soldados, insta a la institución de la pena de muerte, aboga por el desmantelamiento de la Autoridad Palestina y la anexión de Cisjordania.

Desde la formación del nuevo Gobierno de extrema derecha, a finales de 2022, la situación en Cisjordania se h vuelto insoportable: ha aumentado el número de asentamientos, han proliferado los puestos de control, se ha llevado a cabo la anexión de facto de grandes franjas de tierra palestina, se han destruido hogares palestinos, se han desplazado comunidades enteras, se ha reprimido el activismo palestino, se ha acosado y asesinado constantemente a palestinos en Cisjordania, se ha «encerrado» y bombardeado con frecuencia a palestinos en Gaza y se ha devastado la economía palestina. Se llevó a cabo una Nakba silenciosa con total impunidad. Ninguna administración estadounidense, demócrata o republicana, ha estado dispuesta hasta ahora a ejercer ninguna influencia sobre Israel, lo que envalentona a la extrema derecha judía, sin miedo a ninguna resistencia por parte del Gobierno estadounidense. La UE, paralizada por sus divisiones internas, fue a remolque de Estados Unidos, mostró preocupación por las políticas israelíes, pero rehuyó cualquier sanción significativa. En vísperas del atentado del 7 de octubre, los territorios palestinos estaban al borde de la explosión.

 

El 7 de octubre de 2023 y la destrucción de Gaza

El mortífero atentado de Hamás, llamado «el diluvio de Al-Aqsa», ha sido la chispa que inició un incendio geopolítico. El ataque cogió a todo el mundo desprevenido. En un día murieron 1200 israelíes y unos 240 rehenes fueron secuestrados. Las vallas y barreras fueron fácilmente derribadas. La tecnología de vigilancia israelí fue ridiculizada. Para el actual Gobierno de Israel, dirigido por Netanyahu, aquel ataque supuso un fracaso personal y estratégico, ya que Netanyahu se enorgullecía de ser «señor seguridad» y a menudo se jactaba de que Israel nunca había conocido una época más pacífica, protegido por un poderoso ejército y blindado por el sistema Cúpula de Hierro, capaz de interceptar cohetes procedentes de Gaza y otros lugares.

El postulado de Israel se basaba en una serie de ilusiones, que Joshua Leifer resumió acertadamente: que los palestinos y sus aspiraciones de libertad podían ocultarse tras barreras de hormigón e ignorarse; que cualquier resistencia restante podía gestionarse mediante una combinación de tecnología y potencia de fuego abrumadora, y que el mundo, y especialmente los Estados árabes suníes, se habían cansado de la cuestión palestina, que podía eliminarse de la agenda mundial, y, en consecuencia, que los gobiernos israelíes podían hacer lo que quisieran y no sufrir consecuencias. El ataque de Hamás echó por tierra estos postulados, hirió a la sociedad israelí hasta la médula y desacreditó la visión de Netanyahu sobre el futuro de Israel.

Sin embargo, los políticos israelíes y la mayoría de los comentaristas hicieron la vista gorda ante los propios motivos del ataque de Hamás. Para ellos, el ataque de Hamás está impulsado por «el odio antisemita asesino contra los judíos» y procede de una «mentalidad similar a la nazi». Para ellos, la historia comienza el 7 de octubre. El contexto histórico más amplio es simplemente ignorado o descartado: 57 años de ocupación tiránica, negociaciones fallidas, anexión desenfrenada, criminalización de la resistencia no violenta, cuatro ofensivas israelíes en Gaza desde 2008 hasta 2021, complicidad estadounidense, complacencia europea y una desilusión general con un sistema internacional que permitió la desposesión palestina y erosionó la capacidad palestina de emplear medios no violentos para cambiar el statu quo y lograr la autodeterminación.

El Ministro de Asuntos Exteriores jordano, Ayman Safadi, resume así el debate: «Es el conflicto el que hizo a Hamás, no Hamás el que hizo el conflicto». Para Israel, esta suposición es una blasfemia. Peor aún, contextualizar es antisemitismo. No solo no se puede criticar a Israel, sino que la mera alusión al sufrimiento del pueblo palestino ocupado o un simple llamamiento al alto el fuego se consideran apología del terrorismo. El primer ministro belga, Alexander De Croo, y el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, han sido acusados de «apoyar el terrorismo» solo por pedir un alto el fuego humanitario. Incluso el Papa ha sido reprendido por Israel. Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, enfureció a Israel solo porque reconoció que los atentados de Hamás (que condenó vehementemente) «no se produjeron en el vacío».

Al día siguiente, Israel exigió que Guterres se disculpara y presentara su dimisión. Para Netanyahu, Hamás es el Isis y la política de Israel es una «política antiterrorista». Pero el mismo Netanyahu afirmó en 2019: «Los que quieren frustrar la creación de un Estado palestino deben apoyar el fortalecimiento de Hamás y la transferencia de dinero a Hamás». Para él, esta es la garantía de que no surja un movimiento palestino unificado.  Al recibir el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Valladolid, el 19 de enero de 2024, Borrell no se anduvo por las ramas y afirmó que «Hamás fue financiada por el Gobierno de Israel en un intento de debilitar a la Autoridad Palestina liderada por Al Fatah».

Sin embargo, el contexto más amplio del atentado no debe eclipsar las motivaciones inmediatas. Sin ser exhaustivo, puedo sugerir lo siguiente:

  1. El asedio de Gaza, que se convirtió en una prisión al aire libre, y las ofensivas israelíes regulares, desde 2007, han convencido a Hamás de que la situación se volvió insoportable y Gaza, inhabitable. En su primer informe de 16 páginas sobre los ataques del 7 de octubre, hecho público el 20 de enero de 2024, Hamás justificó los ataques afirmando que eran un «paso necesario» para «hacer frente a todas las conspiraciones israelíes contra el pueblo palestino».
  2. Hamás estaba perdiendo popularidad al empezar a ser percibido como otra autoridad gobernante y no como un movimiento de resistencia. Al lanzar el ataque, Hamás quería demostrar que sigue siendo la «verdadera resistencia» y el guardián de la Mezquita Sagrada de Jerusalén.
  3. Hamás consideraba que los acuerdos de normalización entre Israel y algunos Estados árabes dejaban de lado la cuestión palestina e ignoraban la terrible situación que se vive bajo la ocupación. El atentado pretendía socavar un acuerdo israelí-saudí.
  4. Hamás es consciente de la asimetría militar estructural, ya que Israel sigue siendo la potencia militar dominante en la región. Pero al tomar a Israel desprevenido, Hamás quería enviar un mensaje a los palestinos y a los Estados árabes de que Israel no es invencible, como pretende. Hamás quería romper este mito diciendo que no es porque Israel sea fuerte por lo que los palestinos y los árabes no se atreven, es porque ellos no se atreven por lo que Israel es fuerte.
  5. El ataque de Hamás pretende también mostrar, a los ojos de los palestinos, la ineptitud e incompetencia de la Autoridad Palestina de Ramala. Y, por tanto, Hamás pretende que se cuente con ella en futuras negociaciones.
  6. El nuevo Gobierno israelí, que es el más extremista y racista de la historia de Israel, no solo dividió a la sociedad israelí, sino que animó al ejército israelí y a los colonos judíos de Cisjordania a acosar e incluso matar a los palestinos (más de 300 palestinos muertos desde el 7 de octubre y unos 4.500 encarcelados), mientras que ministros de extrema derecha, como Ben Gvir y Smotrich, impulsaron la expansión de los asentamientos y la anexión formal de grandes franjas de territorio de Cisjordania. Hamás quería incendiar Cisjordania.

En pocas palabras, Hamás quería demostrar, aunque fuera cruelmente, la crueldad de una ocupación desenfrenada, la complicidad de Occidente, la traición de algunos Estados árabes y el fracaso de la Autoridad Palestina, aunque eso desencadenara una guerra devastadora.

Y de hecho, la respuesta de Israel al ataque de Hamás fue devastadora: actuando en «defensa propia» sus ofensivas aéreas y terrestres se salieron de las proporciones: en 120 días después del 7 de octubre, más de 26 550 gazatíes han muerto, dos tercios de ellos niños y mujeres, 66 000 han resultado heridos, miles están atrapados, probablemente muertos, bajo los escombros, familias enteras han sido aniquiladas, el 75% de las viviendas han sido destruidas, casi 2 millones de habitantes (el 85% de la población) desplazados. En ninguna parte hay un refugio seguro. Los bombardeos incesantes y los ataques indiscriminados contra escuelas, mezquitas, iglesias, hospitales, panaderías, conducciones de agua, redes de alcantarillado y electricidad han provocado un sufrimiento atroz a la población de Gaza. La falta de alimentos y agua potable y la proliferación de enfermedades son otro «genocidio en el genocidio». En su intervención en el Foro Económico Mundial de Davos, Antonio Guterres habló alto y claro: «Las operaciones militares de Israel han sembrado la destrucción masiva y han matado a civiles a una escala sin precedentes durante mi mandato como secretario general». En una entrevista en el diario español El País (19 de enero de 2023), Francesca Albanese, relatora especial sobre la situación de los derechos humanos en los territorios palestinos ocupados desde 1967, dio una cifra desgarradora: 1000 niños han sido amputados sin anestesia.

Es una ironía de la historia que casi el 80% de los habitantes de Gaza sean hijos y nietos de refugiados palestinos que fueron expulsados de sus hogares en la Primera Nakba de 1947-1949.

Los líderes occidentales viajaron a Israel para mostrar su compasión y solidaridad tras el ataque del 7 de octubre. Pero la implacable embestida de Israel contra Gaza hizo saltar las alarmas en Estados Unidos y en Europa, y provocó una gran indignación en el Sur global. Sin embargo, en un alarde de hipocresía, Estados Unidos votó en contra de las resoluciones que pedían un alto el fuego. La votación de la Asamblea General de la ONU, el 12 de diciembre de 2023, pidió un alto el fuego humanitario en Gaza, devastada por la guerra. En lo que parece ser un reproche a Estados Unidos e Israel, la resolución fue aprobada abrumadoramente por 153 votos, 23 abstenciones y 10 votos en contra. Entre los que votaron en contra estaban Israel y Estados Unidos. Los Estados miembros de la UE, una vez más, estuvieron divididos: dos países votaron en contra de la resolución (Austria y Chequia), 16 votaron a favor y 8 se abstuvieron.

Escudado por Estados Unidos, Israel continuó con su embestida inhumana, que «es única», en palabras de Raz Segal, profesor asociado israelí-estadounidense de estudios sobre el genocidio y el Holocausto, en el sentido de que es un genocidio, «porque la intención está articulada muy claramente. Y se articula a través de los medios de comunicación, la sociedad y la política israelíes». De hecho, ha habido una oleada de incitaciones genocidas por parte de funcionarios israelíes deshumanizando a los palestinos de Gaza. Isaac Herzog, presidente de Israel, declaró sin pudor: «es toda una nación la responsable: no es cierta esta retórica sobre civiles no conscientes, no implicados». Yoav Gallant, ministro de Defensa, fue aún más lejos al pedir «un asedio total a la Franja de Gaza», añadiendo que «no habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible», y que «estamos luchando contra animales humanos». Amihai Eliyahu sugirió bombardear Gaza con armas nucleares. La asesora del ministro de Defensa, Giorna Eiland, exigió que se dejara a los gazatíes «dos opciones: quedarse y morir de hambre o marcharse». Hay innumerables ejemplos más. El documento de Sudáfrica, en el que se expone el caso de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia, dedica nueve páginas a las declaraciones genocidas de funcionarios israelíes.

Un documento del 13 de octubre de 2023 del Ministerio de Inteligencia israelí recomienda una transferencia total de la población gazatí sin esperanza de retorno

Obviamente, ni la alarma mundial ni los llamamientos al alto el fuego parecen disuadir al Gobierno israelí. La masacre continúa. Israel pide a los habitantes que se marchen: ¿Pero, adónde? ¿Es esto «defensa propia»? ¿Es una represalia proporcionada? se preguntan muchos comentaristas. ¿O se trata de una Tercera Nakba en ciernes: expulsar a los palestinos de su territorio?  Un documento de diez páginas, fechado el 13 de octubre de 2023 y con el logotipo del Ministerio de Inteligencia, recomienda una transferencia total de población sin esperanza de retorno. El presidente Biden y su secretario de Estado, Antony Blinken, advirtieron a Israel sobre el traslado forzoso de palestinos, calificándolo de imposible. Pero si la historia sirve de guía, cabe dudar de la sinceridad y eficacia de Estados Unidos como constructor de la paz en Oriente Próximo.

 

El día después

«Si en Gaza hay 100 000 o 200 000 árabes, y no dos millones, toda la conversación sobre el día después será diferente», dijo el ministro israelí de extrema derecha Smotrich. En un artículo publicado en el Jerusalem Post, Gila Gamliel, ministra israelí de Inteligencia, se mostró de acuerdo con Smotrich: «En lugar de canalizar dinero para reconstruir Gaza… la comunidad internacional puede contribuir a sufragar los costes del reasentamiento, ayudando a la población de Gaza a construir una nueva vida en sus nuevos países de acogida». Los ministros Ben Gvir y Smotrich propusieron despoblar Gaza y reasentar a judíos en la Franja. Se les ha reprendido no porque su propuesta sea inmoral e ilegal, sino porque empaña la imagen de Israel en el extranjero.

El 4 de enero de 2024, Yoav Galant, ministro israelí de Defensa, dio a conocer su plan para el día después. Rechazó la expulsión de los habitantes de Gaza, no por inmoral e ilegal, sino por impracticable. Para él, después de la guerra, Hamás no gobernará Gaza. En su lugar, «organismos» palestinos –comités civiles locales– estarán al mando, a condición de que no sean hostiles a Israel. Israel establecerá bases militares y puestos de control y se reservará el derecho a operar dentro de la Franja de Gaza. Las fronteras estarán bajo control efectivo israelí.

Se expresaron muchas otras ideas: imposición de «zonas tampón significativas» dentro de Gaza, trocear el territorio en pequeños enclaves desconectados como en Cisjordania, negación de cualquier papel para una Autoridad Palestina reformada en Gaza, «desradicalización» de la sociedad palestina, la «desmilitarización» de la Franja de Gaza. «La seguridad en Gaza será responsabilidad exclusiva de Israel», martillea Netanyahu. Para él, cualquier fuerza de mantenimiento de la paz dirigida por la ONU no es bienvenida. Todas estas ideas demuestran la creciente normalización de opiniones extremas y poco realistas dentro de la política y la sociedad israelíes.

Gran parte de las especulaciones sobre el día después se basan en el supuesto de que Hamás desaparecerá pronto política y militarmente

Gran parte de la especulaciones sobre el día de  después se basan en el supuesto de que Hamas desaparecerá pronto política y militarmente, de que los palestinos aceptarán vivir en Gaza bajo el dominio efectivo israelí, de que la Autoridad Palestina no tendrá voz ni voto, de que los Estados árabes seguirán de brazos cruzados, de que la comunidad internacional dará la espalda a los derechos legítimos de los palestinos y de que Estados Unidos seguirá dando un cheque en blanco a Israel.

Es cierto que Israel bombardea Gaza con munición estadounidense, que Estados Unidos siempre estuvo detrás de Israel y aceptó su derecho a defenderse. Pero Israel ha ido demasiado lejos en su inhumana embestida contra Gaza, con consecuencias negativas no solo para el propio Israel, sino también para las diásporas judías en Europa y Estados Unidos.

Por eso, la postura de Estados Unidos sobre el día después empieza a chocar con los planes de Israel. En muchas ocasiones, el presidente Biden rechazó el plan de Israel denunciando la expulsión prevista de palestinos, la reocupación de la Franja por el ejército israelí, el traslado de colonos o el «adelgazamiento» del territorio de Gaza.

A medida que la ofensiva israelí se cobraba un enorme número de vidas humanas, la UE empezó a manifestar su gran preocupación. En numerosas declaraciones, Josep Borrell, Alto Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, condenó los bombardeos indiscriminados israelíes y la matanza de inocentes.

 

Un Estado, dos Estados, un Estado de apartheid o ningún Estado

En francés, hay un dicho que reza: A quelque chose malheur est bon, que a grandes rasgos significa que toda nube tiene su lado bueno. De hecho, el 7 de octubre y la despiadada devastación de Gaza han echado por tierra muchas falsas suposiciones sobre la cuestión de Palestina, como la falacia de que la cuestión de Palestina es marginal, que el injusto statu quo es manejable, que Israel tiene un «derecho bíblico» sobre Palestina, rebautizada como Eretz Israel,  que significa «un país que busca la paz», que «es excepcional», que no hay ningún socio palestino, que a los árabes no les importa el destino de los palestinos, que el Norte global se retuerce las manos condenando, lamentando, denunciando la ocupación y la expansión de Israel, pero no hace nada. Hay algo de verdad en el último punto: de hecho, existe un sentimiento creciente de que Occidente ha fallado a los palestinos y ha ofrecido un apoyo generalizado, cuando no legitimidad, a la política de Israel en los territorios ocupados, lo que ha llevado al colapso del Proceso de Oslo.

Los demás supuestos han demostrado su vacuidad y absurdo: Palestina, como bien señala Maha Yahya, ha sido «puesta de nuevo en el centro del discurso público y ha revigorizado los llamamientos en favor de una solución política al problema palestino». Millones de manifestantes salieron a las calles, en las capitales del Norte y del Sur global coreando «Palestina libre». Daniel Levy explica esta protesta mundial: «Palestina ocupa ahora este tipo de lugar simbólico: es una especie de avatar de una rebelión contra la hipocresía occidental, contra el orden mundial inaceptable y contra el orden poscolonial». Bahrein, que normalizó sus relaciones con Israel, llamó de vuelta a su embajador, como hicieron algunos Estados latinoamericanos. Los Acuerdos de Normalización se denuncian abiertamente y el debate sobre la normalización entre Israel y Arabia Saudí se ha congelado. El statu quo israelí en los territorios palestinos ocupados de demostrado ser insostenible. Toda la región se encuentra la borde del abismo, con crecientes riesgos de escalada. EEUU y la UE repiten ahora una verdad que hace tiempo que no se cumple: Israel no gozará de seguridad ni de paz si se sigue oprimiendo e ignorando a los palestinos y hay que prever (EEUU) o incluso imponer (Josep Borrell, de la UE) una solución basada en dos Estados.

El problema con la solución de los dos Estados es que su posibilidad y viabilidad han disminuido considerablemente. En una encuesta, publicada en enero de 2023, solo el 34% de los judíos israelíes y el 33% de los palestinos apoyaban la solución de los dos Estados, un resultado probablemente debido a su viabilidad. De hecho, un Estado palestino soberano y contiguo se ha convertido en una imposibilidad geográfica. Sin embargo, no hay otra opción que la solución de los dos Estados. La solución de un Estado es rechazada con vehemencia por Israel, el Estado de apartheid es rechazado con vehemencia por los palestinos y la solución del no Estado, es decir, la expulsión de más de cinco millones de palestinos de Gaza y Cisjordania es imposible.

Josep Borrell anunció una hoja de ruta de diez puntos para allanar el camino hacia una solución global. El documento expone una serie de ideas relativas a un nuevo proceso, denominado «Proceso para la solución de dos Estados», que se pondrá en marcha. El documento afirma explícitamente que el objetivo «es un Estado palestino independiente» que viva «codo con codo con Israel», y «la plena normalización entre los Estados árabes e Israel». También propone celebrar una Conferencia de Paz preparatoria con ministros de Asuntos Exteriores y directores de organizaciones internacionales.

Si el objetivo último de la Conferencia es afirmar que no hay otra opción que la solución de los dos Estados, y que el objetivo último es la creación de un Estado palestino independiente, creo que existe un consenso general al respecto, con una excepción: Israel. ¿Cuáles son las herramientas diplomáticas (persuasión, incentivos, presiones, etc.) que pueden utilizarse para implicar a Israel en el debate sobre el día después y sobre la solución de los dos Estados?

Para evitar cualquier obstrucción, dilación o negociación interminable, propongo una línea de acción complementaria:

  1. Que la Asamblea General de las Naciones Unidas reconozca a Palestina como miembro de pleno derecho.
  2. Que el Consejo de Seguridad adopte una resolución que consagre un acuerdo de paz basado en la solución de los dos Estados.
  3. EEUU y la UE deben reconocer sin demora al Estado de Palestina y unirse a los 139 países (72% de los Estados miembros de la ONU) que ya lo han hecho. Esta es «la única manera de avanzar en la solución de los dos Estados», escriben Daniel Harden y Larry Garber en un artículo publicado en el New York Times.

El reconocimiento del Estado de Palestina por parte de EEUU y de los Estados miembros de la UE demostrará al pueblo palestino que Estados Unidos y Europa están finalmente acompañando sus palabras de paz con acciones significativas. Además, el reconocimiento conferiría legitimidad nacional al pueblo palestino. Sería un incentivo importante para mejorar la imagen y reforzar la credibilidad de Occidente en el Sur global y reducir el abismo entre Occidente y el resto del mundo. La presencia de embajadores estadounidenses y europeos en Palestina garantizaría que los palestinos de Cisjordania y Gaza tuvieran línea directa con la Casa Blanca y con las capitales europeas. El reconocimiento tendría otros dos beneficios: reforzaría el capital político de la Autoridad Palestina y enviaría un mensaje claro al actual Gobierno israelí de que Estados Unidos y la UE no consienten más sus políticas en los territorios ocupados.

Hay opositores a la medida en la UE –principalmente entre los partidos de derecha y extrema derecha y los regímenes populistas– y en Estados Unidos, principalmente entre los grupos de presión sionistas y en el Congreso y el Senado. Los funcionarios de la UE deberían dejar claro que este reconocimiento no solo allana el camino para una solución duradera de la cuestión palestina, sino que también contribuye a la paz y la estabilidad en toda la región mediterránea y refuerza el papel geopolítico de Europa en su Vecindad Meridional. Desde 1999, la UE y sus Estados miembros han declarado en repetidas ocasiones que reconocerán el Estado palestino «a su debido tiempo». Ha llegado el momento de cumplir las promesas.

En un futuro inmediato, Estados Unidos y los países europeos deberían pedir un alto el fuego en Gaza y la liberación de los rehenes israelíes y los prisioneros palestinos. La renuencia a hacerlo está dañando su credibilidad y es un flaco favor a su aliado israelí.

El fallo de la Corte Internacional de Justicia, el 26 de enero de 2024, sobre un caso presentado por Sudáfrica contra Israel es una llamada de atención. Israel no está a salvo de ser procesado. La sentencia de la CIJ obliga a Israel a tomar medidas para prevenir actos de genocidio en Gaza, prevenir y castigar la incitación al genocidio, facilitar la entrada de ayuda humanitaria e informar sobre todas las medidas adoptadas en el plazo de un mes.

Esta sentencia histórica es crucial: no solo tiene implicaciones significativas para la credibilidad del orden internacional basado en normas, sino que también aumenta la presión sobre Israel, a quien se pide que «tome todas las medidas a su alcance» para desistir de matar palestinos contraviniendo la Convención sobre el Genocidio. Indirectamente, la sentencia aumenta la presión sobre los aliados estadounidenses y europeos de Israel. Curiosamente, aunque Estados Unidos se burló del caso contra Israel calificándolo de carecer de fundamento, fue la juez estadounidense Joan Donoghue quien leyó la orden.

¿Acatará Israel la sentencia de la CIJ?  No es tan seguro, ya que Netanyahu prometió anteriormente que «nadie nos detendrá, ni La Haya».

 

Conclusión

Desde 1948 hasta 2024, la cuestión de Palestina ha sido un tema central en la política regional y mundial. El conflicto generado por la creación de Israel en tierras palestinas en 1948 y su expansión territorial desde entonces, ha sido la madre de casi todos los conflictos interestatales e intraestatales de la región y un factor decisivo en la inestabilidad regional. Los palestinos han sufrido una tragedia permanente. En 76 años, han vivido una triple Nakba con un primer éxodo forzoso en 1948 , un segundo éxodo en 1967, una Nakba silenciosa en los territorios ocupados desde 1967 hasta hoy, y una Nakba en curso en Gaza desde 2007 y especialmente desde el 7 de octubre de 2023. En resumen, Europa externalizó la cuestión judía en detrimento del pueblo palestino, que pagó el precio de un crimen europeo.

En vísperas del 7 de octubre, se hizo evidente que el statu quo en los territorios ocupados no era sostenible, ya que la interminable ocupación en Cisjordania y el asedio de Gaza asfixiaban a los palestinos.

El Norte global, principalmente EEUU y la UE, hicieron oídos sordos a las frecuentes advertencias de que la situación se había convertido en una bomba de relojería, de que sus políticas declaratorias estaban afianzando y perpetuando la ocupación israelí y de que deberían salirse del camino trillado e imponer una solución a la cuestión palestina porque es una causa justa y una búsqueda moral de dignidad igualdad y humanidad.

El horror del atentado del 7 de octubre y el subsiguiente ataque a Gaza han proporcionado una prueba convincente de que no existe una solución militar para el conflicto, de que existe un apoyo generalizado al derecho palestino a la autodeterminación y una condena internacional de las políticas de Israel en Cisjordania y de sus devastadores bombardeos en Gaza, calificados por un antiguo funcionario de la ONU como «un caso de genocidio de manual» y, por último, de que solo una solución justa y duradera puede evitar otro 7 de octubre y otra tragedia palestina.

 

Bichara Khader es profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina y fundador del Centro de Estudios e Investigación sobre el Mundo Árabe Contemporáneo.  Actualmente es profesor visitante en varias universidades árabes y europeas. Ha publicado una treintena de libros sobre el mundo árabe, las relaciones euroárabes, euromediterráneas y europalestinas.

 

Acceso al texto del artículo completo en formato pdf: Palestina: la tragedia permanente (1947-2024)


Agenda Ecosocial. Diálogo con Eduardo Gudynas

Agenda Ecosocial. Diálogo con Eduardo Gudynas

FUHEM Ecosocial organiza junto a Economistas sin Fronteras, un Diálogo con Eduardo Gudynas en el marco del Proyecto Europeo Speak4Nature.

El acto tendrá lugar el próximo día 29 de mayo de 2024, en el Ateneo La Maliciosa de 19 a 21 h.

Eduardo Gudynas es un biólogo y analista uruguayo que realiza su investigación en el Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), donde está especializado en el estudio de las relaciones entre ambiente y desarrollo. Ha sido un promotor activo de los Derechos de la Naturaleza y las concepciones del Buen Vivir andino.

También es investigador asociado en la Universidad de California, Davis, y fue el primer latinoamericano en recibir la cátedra Arne Naess en Ambiente y Justicia Global de la Universidad de Oslo.

Docente invitado en universidades de Uruguay y otros países de América Latina,  EE UU y Europa. Acompaña a múltiples organizaciones ciudadanas, desde grupos ambientalistas a federaciones indígenas, en distintos países del continente latinoamericano, estando involucrado especialmente con los movimientos sociales que buscan promover alternativas al desarrollo.

 

Autor de numerosos artículos y libros sobre estos temas, ha publicado recientemente el libro: Desarrollos alternativos. Alternativas al desarrollo. Una guía ante las opciones de cambio (Ediciones desde abajo, Bogotá, octubre de 2023)

Este diálogo tiene como objetivo repasar y debatir en común, al hilo de las propuestas del pensador latinoamericano y de su trayectoria y experiencia como miembro en varias organizaciones sociales, el contexto actual de la crisis civilizatoria así como las  alternativas trasformadoras que, en un ámbito territorial, socioeconómico y político, se postulan desde los movimientos populares.

La entrevista/diálogo será dinamizada por el director del Área Ecosocial de FUHEM, el economista Santiago Álvarez Cantalapiedra.

Contará con las intervenciones, desde una fila cero, de:

  • Carmen Madorrán (Profesora de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid).
  • Antonio Pulgar (Abogado y Coordinador de Estudios en ONG FIMA, Chile)
  • Silvina Ribotta (Profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad)
  • Miembro de Economistas sin Fronteras

Después se dará paso a la participación abierta del público asistente.

Recuerda:

Extractivismo y justicia ecológica. Diálogo con Eduardo Gudynas.

FECHA: 29 de mayo – 2024

HORA: 19 – 21 h.

LUGAR: Ateneo La Maliciosa

C/ Peñuelas 12, Madrid


Disponible el Diálogo con Eduardo Gudynas

Agenda Ecosocial. Diálogo con Eduardo Gudynas

El pasado 29 de mayo de 2024 FUHEM Ecosocial organizó junto a Economistas sin Fronteras, un Diálogo con Eduardo Gudynas en el marco del Proyecto Europeo Speak4Nature.

Eduardo Gudynas es un biólogo y analista uruguayo que realiza su investigación en el Centro Latinoamericano de Ecología Social (CLAES), donde está especializado en el estudio de las relaciones entre ambiente y desarrollo. Ha sido un promotor activo de los Derechos de la Naturaleza y las concepciones del Buen Vivir andino.

También es investigador asociado en la Universidad de California, Davis, y fue el primer latinoamericano en recibir la cátedra Arne Naess en Ambiente y Justicia Global de la Universidad de Oslo.

Docente invitado en universidades de Uruguay y otros países de América Latina,  EE UU y Europa. Acompaña a múltiples organizaciones ciudadanas, desde grupos ambientalistas a federaciones indígenas, en distintos países del continente latinoamericano, estando involucrado especialmente con los movimientos sociales que buscan promover alternativas al desarrollo.

 

Autor de numerosos artículos y libros sobre estos temas, ha publicado recientemente el libro: Desarrollos alternativos. Alternativas al desarrollo. Una guía ante las opciones de cambio (Ediciones desde abajo, Bogotá, octubre de 2023)

Este diálogo tenía como objetivo repasar y debatir en común, al hilo de las propuestas del pensador latinoamericano y de su trayectoria y experiencia como miembro en varias organizaciones sociales, el contexto actual de la crisis civilizatoria así como las  alternativas trasformadoras que, en un ámbito territorial, socioeconómico y político, se postulan desde los movimientos populares.

La entrevista/diálogo fue dinamizada por el director del Área Ecosocial de FUHEM, el economista Santiago Álvarez Cantalapiedra y contó con las intervenciones, desde una fila cero, de:

  • Carmen Madorrán – Profesora de Filosofía en la Universidad Autónoma de Madrid.
  • Antonio Pulgar – Abogado y Coordinador de Estudios en ONG FIMA, Chile
  • Javier Esteban Economistas sin Fronteras

A continuación ofrecemos el diálogo completo.


Papeles 165: Paz ambiental. Hacia un nuevo paradigma

La investigación para la paz lleva más de seis décadas analizando diversas formas de conflictividad −muy especialmente, los conflictos armados− y desarrollando las mejores herramientas para abordarla y trascenderla de forma pacífica.

A medida que la crisis ecosocial se agrava y se erige como la principal cuestión de nuestro tiempo, y la pugna por los recursos naturales estalla en multitud de conflictos socioecológicos por todo el mundo, los estudios de paz están ampliando su atención a este tipo de hostilidades, que representan cada vez una parte más amplia de la conflictividad global.

El objetivo es doble: reflexionar sobre la problemática, desarrollando el concepto de paz ambiental, y aplicar los instrumentos disponibles a esta nueva conflictividad. Este número de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global explora el novedoso campo de teoría y praxis donde se entrecruzan la investigación para la paz y los análisis de la crisis ecosocial y los conflictos asociados.

Buena parte de las autoras y autores pertenecen al grupo de trabajo de Paz Ambiental de la Asociación Española de Investigación para la Paz -  AIPAZ, que se constituyó hace tres años.

El número se abre con una reflexión de Santiago Álvarez Cantalapiedra en la INTRODUCCIÓN sobre la necesidad de cambiar el actual paradigma a fin de ser capaces de construir la paz en el siglo XXI.

A FONDO reúne reflexiones sobre los retos de la investigación para la paz ante la crisis ecosocial, firmado por Jesús Sánchez Cazorla, la ética del cuidado de la Tierra, por Irene Comins, el pensamiento sobre la naturaleza en autores referentes de la paz, por Pere Ortega, así como un texto sobre la jurisprudencia de la Tierra y los derechos de la naturaleza, que firma Bernardo Hernández-Umaña, y un análisis de Beatriz Arnal Calvo sobre las alternativas feministas a la paz ambiental y climática. La sección incluye también artículos sobre los conflictos ambientales, de la mano de Luis Sánchez Vázquez, la criminalización de las personas defensoras ambientales, por Ana Barrero e Inés Giménez, y una entrevista al Relator Especial de la ONU sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente, David Boyd, que firma Nuria del Viso, para quien la crisis climática y medioambiental planetaria es una crisis de derechos humanos.

ACTUALIDAD incluye un interesante artículo de Chloé Meulewaeter sobre Greenwashing de la industria militar en las instituciones europeas y la estrategia de del lobby armamentístico europeo para acceder a financiamiento sostenible.

Bichara Khader, uno de los mayores expertos en asuntos euromediterráneos y euroárabes reflexiona en ENSAYO sobre las raíces fundamentales de la tragedia palestina y los acontecimientos más inmediatos, principalmente desde 2017 hasta octubre de 2023.

El número se cierra con la sección de LECTURAS.

Sumario

INTRODUCCIÓN

Cambiar de paradigma para construir la paz del siglo XXI, Santiago Álvarez Cantalapiedra

A FONDO

Ética del cuidado de la Tierra, Irene Comins Mingol

La investigación para la paz ante la crisis ecosocial: algunas consideraciones y propuestas, Jesús Andrés Sánchez Cazorla

Pensamiento por la paz y la naturaleza, Pere Ortega

No puede haber paz sin sostenibilidad de la vida ni justicia de género: alternativas feministas a la paz ambiental y climática, Beatriz Arnal Calvo

Jurisprudencia de la Tierra y derechos de la naturaleza: aportes del nuevo constitucionalismo latinoamericano, Bernardo Alfredo Hernández-Umaña

Entrevista con David R. Boyd, Relator Especial de la ONU sobre Derechos Humanos y Medio Ambiente: «La crisis climática y medioambiental planetaria es una crisis de derechos humanos», Nuria del Viso

Conflictos ambientales y su abordaje desde la investigación para la paz, Luis Sánchez Vázquez

La criminalización de las personas defensoras ambientales en América Latina, Ana Barrero e Inés Giménez

Los conflictos ecosociales: De la securitización a algunas propuestas desde la ciencia y las tecnologías de paz, Pere Brunet

ACTUALIDAD

Greenwashing de la industria militar en las instituciones europeas, Chloé Meulewaeter

ENSAYO

Palestina: La tragedia permanente (1947-2024)Bichara Khader

LECTURAS

Biorregiones. De la globalización imposible a las redes territoriales ecosostenibles, Nerea Morán, Jose Luis Fernández-Casadevante (“Kois”), Fernando Prats y Agustín Hernández (eds.)

Luis González Reyes

Verde, rojo y violeta. Una izquierda para construir ecosocialismo, Francisco Fernández Buey

Santiago Álvarez Cantalapiedra

Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo, Jason Hickel

Mateo Aguado

Cuaderno de notas

RESÚMENES

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Seminario Extractivismo y transición ecosocial justa

FUHEM Ecosocial organiza un Seminario sobre Extractivismo y transición ecosocial justa., en el marco de la serie de Seminarios del Proyecto Europeo Speak4Nature. Para ello contará con la colaboración de la organización Fiscalía del Medio Ambiente. FIMA (Chile).

El Seminario que será presentado y moderado por Santiago Álvarez Cantalapiedra,  Director de FUHEM Ecosocial contará con la presencia de:

Santiago Correa y Antonio Pulgar - FIMA, Santiago de Chile.

Discursos y prácticas del extractivismo: el caso del litio.

Eduardo Gudynas - CLAES, Uruguay

Reflexiones sobre extractivismo y alternativas al desarrollo.

 


Cambiar de paradigma para construir la paz del siglo XXI

Vivimos tiempos inciertos marcados por la guerra.

Cualquier conflicto bélico da lugar a pérdidas de vidas humanas e inflige un sufrimiento enorme a las poblaciones afectadas. Son las principales consecuencias de esa barbarie, pero no las únicas. Genera otros impactos, como la destrucción de las infraestructuras y la devastación económica que intensifican y prolongan esos efectos hacia otras generaciones. Pocas veces se suele señalar lo que supone de destrucción en el entorno natural. Las guerras representan un desastre total para quienes las padecen en carne propia y para sus descendientes. Por eso, como dijo Julio Anguita conmovido ante la muerte de su hijo, «malditas sean las guerras y los canallas que las hacen».

Así comienza el artículo de Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, como texto introductorio  al  número 165 dedicado a la Paz Ambiental.

A continuación, ofrecemos de forma abierta y gratuita el texto completo.

Las guerras nunca son accidentales. Responden a tensiones que surgen de desajustes y contradicciones que se vuelven inmanejables. Tienen que ver con el intento de preservar los privilegios de un determinado modo de vida, con las rivalidades que surgen de la forma en que se organizan las sociedades y con el hecho de que la industria de las armas se conciba como un negocio y un sector estratégico en el funcionamiento de la economía. Los EEUU, principal potencia económica mundial y referencia de democracia impuesta a todo el orbe, es una economía militarizada, tanto por lo que representa la industria militar y el gasto en defensa en el PIB como por ser el principal país exportador de armas del planeta. La guerra en Ucrania y la desatada entre Israel y Hamas han disparado las cotizaciones en bolsa de sus principales corporaciones de armas y han elevado sus exportaciones hasta un 42% del total mundial (periodo 2019-23). Aunque los EEUU venden armas a 107 países, es Europa Occidental su principal cliente, acaparando –para el periodo mencionado– el 72% de total de sus exportaciones.1 En un momento en el que su dominio económico y geopolítico se está viendo cuestionado, EEUU responde a este desafío fortaleciendo su papel como proveedor global de armamento, lo que le permite dar un nuevo impulso a la economía y alinear bajo su hegemonía a la vieja Europa.

 

La reconfiguración del atlas geopolítico mundial

Según los datos que publica anualmente el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo, el gasto militar mundial aumentó un 6,8% en 2023 (el mayor incremento en los últimos quince años), hasta alcanzar un volumen de 2,4 billones de dólares.2 Es una aberración cuando una parte de la humanidad padece aún profundas carencias básicas y el planeta afronta un desafío ecológico sin precedentes. Como telón de fondo, nos encontramos la crisis de hegemonía estadounidense y el surgimiento de una nueva geoeconomía acompañada de una competencia geopolítica multipolar a nivel global y regional.

Se está perfilando un nuevo atlas geopolítico: por un lado, la convergencia de intereses estratégicos entre potencias asiáticas está alentando el entendimiento entre China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Por otro lado, rodeando esa conexión de regímenes asiáticos surge otra alianza de países en torno a dos ejes, el del Atlántico Norte con EE UU y sus socios de la OTAN y la UE, y el de Asia-Pacífico, con países como Japón, Corea del Sur, Filipinas o Australia. Ni son bloques cerrados ni se encuentran definidos de la misma forma, pero revelan la tensa competición que va surgiendo entre dos modelos de capitalismo3 que pugnan por el liderazgo y protagonizan la fragmentación de la economía mundial.

Estamos ante un escenario incierto, pero que apunta hacia un mundo multipolar con cada vez menos multilateralismo como consecuencia del afianzamiento de diferentes bloques económicos. El auge económico de China (y sus incursiones en África y Latinoamérica) ha provocado inquietud en Washington dando carta de naturaleza a la actual tensión geopolítica. Esas tensiones se manifiestan ya en conflictos armados en el este de Europa (frente de Ucrania), Oriente Medio (Siria, Líbano, Gaza, Irak o la reciente con Irán) y África,4 sin olvidar el riesgo de la apertura de un tercer frente en Asia-Pacífico (fricciones entre Filipinas y China, la cuestión taiwanesa o las tiranteces con la nuclearizada Corea del Norte).

Un escenario preocupante en el que nadie dice querer la guerra, pero en el que todo el mundo se prepara para ella armándose hasta los dientes y, en cuyas circunstancias, nadie logrará controlar los acontecimientos porque cualquier error de cálculo o comunicación podrá desencadenar escaladas y conflictos de consecuencias impredecibles.

Secundar esa dinámica perversa está conduciendo a Europa a un proceso de militarización preocupante, como está demostrando la actitud de la Comisión frente al conflicto en Ucrania. Durante el último lustro se han creado la Dirección General de Industria de Defensa y Espacio (donde se vincula la defensa y la seguridad con el objetivo climático) y el Fondo de Defensa Europeo (con un presupuesto de 8 000 millones de euros para I+D), se han militarizado las fronteras a través de FRONTEX (la mayor Agencia de la UE) y se ha constituido Fondo Europeo de Paz para el entrenamiento y equipamiento de fuerzas militares situadas fuera de la UE. Asimismo, se ha reflejado doctrinalmente esa tendencia en la Estrategia de la UE para una Unión de la Seguridad, que declara el objetivo explícito de la defensa del modo de vida imperante y, más recientemente, el 5 de marzo de 2024, con la presentación por parte de la Comisión Europea de la Estrategia Industrial de Defensa con un aporte de 1 500 millones de euros para el nuevo Programa Europeo de Industria de Defensa.5

Los gastos de defensa, una decisión propia de los Estados miembros, se han disparado en la mayoría de los países bajo la admonición de perseguir el número mágico del 2% del PIB de cada una de las economías europeas, un porcentaje que posiblemente ya ha sido alcanzado, o incluso superado, dada la opacidad que rige en la contabilidad del gasto militar.6 Para el caso de España, es conocida la enorme distancia entre el gasto oficial de defensa y el gasto real, distribuido y disfrazado en partidas presupuestarias dispersas por diferentes ministerios y organismos oficiales. Gracias al valioso trabajo realizado por el Centro Delàs d’Estudis per la Pau7 sabemos que el gasto militar ascendió en el año 2023 a 27 617 millones de euros, superando aquel porcentaje al representar ya 2,17% del PIB.8 El grupo antimilitarista Tortuga lo eleva a 48 800 millones (más del 4% del PIB) como consecuencia, entre otras cosas, de incorporar también las autorizaciones del gasto extrapresupuestario, es decir, las decisiones tomadas en el consejo de ministros y ministras con posterioridad a la aprobación de los presupuestos generales del Estado en las que se aprueban ampliaciones de gasto, principalmente para inversiones en sistemas de armas y acciones en el exterior.9

A pesar de estas discrepancias, la cifra del 2% sigue blandiéndose en la narrativa belicista para apelar a la existencia de un imaginario déficit de inversión en defensa, cuyo origen residiría en la supuesta brecha entre las cifras oficiales del gasto actual y el mencionado 2%. En palabras del presidente Pedro Sánchez, «nuestro continente, la Unión Europea, registra un déficit de inversión en defensa de 56 000 millones de euros».10 Un incremento del gasto que, de darse en el recobrado marco de austeridad fiscal que ahora se propugna, implicaría recortes en otras partidas del presupuesto público o un incremento del endeudamiento de los países miembros de la Unión.

 

La guerra en el Capitaloceno

En la estrategia bélica siempre ha estado presente el objetivo de perturbar el hábitat donde vive el enemigo, modificando o destruyendo las condiciones sociales y naturales de su supervivencia. Ahora bien, históricamente esos cambios ambientales quedaban circunscritos a las zonas geográficas en las que se enfrentaban los ejércitos. En consecuencia, las trasformaciones provocadas por las guerras suponían fuertes perturbaciones locales durante cortos periodos de tiempo, pero con una huella destructiva relativamente reversible. Sin embargo, la magnitud y la variedad de las consecuencias ecológicas de los conflictos armados se modificó sustancialmente con la tecnificación de las contiendas iniciada a finales del siglo XIX y consumada con la Gran Guerra. Desde entonces la disposición de un armamento cada vez más sofisticado unido a la utilización de arsenales con una potencia destructiva sin precedentes ha sumido a la humanidad en una nueva era, la de la guerra mecanizada moderna, que no es sino la expresión, en el ámbito militar, de lo que representa el Antropoceno: una nueva época en la que las capacidades humanas, ampliadas gracias al complejo tecnocientífico, permiten perturbar y destruir los ecosistemas a una escala global. En este sentido, las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado no solo supusieron un punto de inflexión en el acto bélico, sino también la expresión de la ruptura de la relación del ser humano con su entorno de manera que, a partir de entonces, las guerras con todo su aparato militar se han convertido en uno de los principales factores de la antropización de la naturaleza.

La entrada en esta nueva era ha implicado asimismo un giro en las estrategias bélicas. Hasta entonces, la huella destructora de las guerras sobre la naturaleza era considerada poco menos que un efecto colateral de la conflagración: el objetivo era el combatiente y no tanto el entorno en el que se desenvolvía, dado que la capacidad de alterarlo sustancialmente era más bien limitada. Sin embargo, a partir de la guerra de Vietnam (1955-1975) y la Guerra Fría la destrucción del entorno natural se convirtió en un objetivo deliberado de la acción militar para desalojar al combatiente.11 En efecto, la protección que otorgaban las trincheras, los túneles y las tácticas defensivas de ejércitos y guerrillas capaces de mimetizarse con el entorno han sido crecientemente neutralizadas mediante el empleo de tecnologías que arrasan el terreno de operaciones cuando no es posible identificar al combatiente. La estrategia de tierra quemada, como la que está llevando a cabo el gobierno de Israel en Gaza, alinea la destrucción del ecosistema con el objetivo de la eliminación del enemigo.

La noción de ecocidio, que surgió de las críticas a la intervención estadounidense en Vietnam,12 apunta a esta estrategia orientada a destruir al enemigo arrasando con todo aquello que le permite sobrevivir (la tierra que cultiva, el agua que bebe o el aire que respira). Las consecuencias ecológicas de las guerras adquieren una dimensión y una perduración nunca vista debido a la intensidad destructiva de los combates. Las huellas que dejan en los ecosistemas permanecen por décadas una vez finalizado el conflicto. El uso masivo en la guerra de Vietnam de armas químicas como el napalm o de defoliantes como el agente naranja para destruir los bosques y las cosechas en los territorios del Vietcong provocaron unos daños en unos ecosistemas que aún no se han recuperado.

En 1980 el historiador y teórico marxista inglés E. P. Thompson escribió el ensayo titulado «Notas sobre el exterminismo, la última etapa de la civilización»13 para referirse a la posibilidad de la aniquilación masiva de la vida ante una eventual guerra nuclear en el contexto de la Guerra Fría. La tendencia hacia el exterminio de la civilización contemporánea no se reduce en la actualidad al empleo de unas armas de destrucción masiva que no han parado de perfeccionarse desde entonces. El propio modo de vida derivado de la actual civilización industrial capitalista se ha convertido en sí mismo en una estructura de destrucción masiva que arrasa con la biodiversidad y desestabiliza el clima en el planeta. Sus prácticas, estructuras, instituciones, actores y relaciones de poder han provocado una crisis ecosocial global que daña irreversiblemente la biosfera hundiendo a la humanidad en una trampa civilizatoria y en un desorden geopolítico de los que resulta difícil escapar.

Son muy pocas las voces que se alzan denunciando esta situación. Una de las más autorizadas entre los líderes mundiales es la del Papa Francisco cuando habla de la «gran desmesura antropocéntrica» (la hybris griega) en la que nos ha metido el paradigma tecnocrático, imponiendo una racionalidad científico-técnica subordinada y al servicio de la acumulación del capital y la lógica del máximo beneficio con el menor coste económico, que vuelve imposible cualquier sincera preocupación por el planeta y la promoción de un multilateralismo que persiga la paz mundial. Es la reclamación de un cambio de paradigma que corrija la concepción del ser humano que ya no reconoce su posición justa respecto al mundo al asumir una postura autorreferencial centrada exclusivamente en sí mismo y en su poder. Una denuncia que resulta creíble y sincera en cuanto que arranca autocríticamente de la propia «representación inadecuada de la antropología cristiana» que ha llevado a «respaldar una concepción equivocada sobre la relación del ser humano con el mundo».14

 

La necesidad de un nuevo paradigma

La amenaza bélica global y la dinámica exterminista de la crisis ecológica exigen afrontar los desafíos y los conflictos actuales desde otros paradigmas. La crítica al sistema tecnocrático debería hacernos ver que nos encontramos ante una crisis de civilización (es decir, ante un momento histórico que sitúa a la humanidad en una encrucijada) en la que no valen las recetas heredadas del pasado. La escalada armamentística en un escenario mundial de creciente fragmentación y pugna por la hegemonía dentro del capitalismo global no es la respuesta adecuada. Necesitamos un nuevo multilateralismo que rompa con la tendencia de las últimas décadas a evitar cualquier intento de regulación consciente en las relaciones internacionales y que reconozca el papel de las organizaciones de la sociedad civil para superar las debilidades de la comunidad internacional. Se requiere un cambio de paradigma en el tratamiento de los problemas globales que incorpore una concepción holística y positiva de la paz.

Con este propósito, el Grupo de Paz Ambiental de la Asociación Española de Investigación para la Paz (AIPAZ) celebró en septiembre del año pasado sus primeras jornadas con el título Qué significa la paz ambiental en el siglo XXI.15 En ellas se señaló que «es una paz positiva centrada en los ecosistemas y en las personas, en sus derechos y en la justicia social y de género. Una paz que nos lleva a actuar con conciencia global y de especie, porque los grandes problemas del siglo XXI son planetarios, no entienden de fronteras y, aunque de forma diferenciada, afectan a todas las personas y especies vivas. La paz ambiental se contrapone al modelo de vida del Norte global impuesto por el capitalismo y a sus sistemas de seguridad militar, que actualmente mantienen los modelos de crecimiento y de explotación neocolonial de recursos, que son causa de la crisis ecosocial. Tiene como objetivo proteger a la naturaleza y a las personas, armonizando las tensiones entre política y seguridad, para poder satisfacer las necesidades básicas de las comunidades sin destrucción de su hábitat y abordando los conflictos con métodos pacíficos y de diálogo; además de acompañar y visibilizar los movimientos de defensa del territorio y las resistencias a una destrucción socioambiental que, a menudo, tiene un marcado componente de clase, género y raza». Con esa misma intención ofrecemos ahora este número de la revista Papeles.

NOTAS:

1 «European arms imports nearly double, US and French exports rise, and Russian exports fall sharply», SIPRI, 11 de marzo de 2024.

2  «Global military spending surges amid war, rising tensions and insecurity», 22 de abril de 2024.

3 El reequilibrio del poder económico entre Norteamérica y Europa, por un lado, y Asia por otro (o si se prefiere, entre viejos centros capitalistas y nuevos países emergentes), lleva aparejado –según Branko Milanovic– dos tipos de capitalismo en competición que no solo se diferencian en la esfera política, sino también en la económica. Branko Milanovic, Capitalismo nada más. El futuro del sistema que domina el mundo, Taurus, Madrid, 2020.

4 Una buena explicación de los conflictos armados y del resurgir de los golpes de Estado en África en el contexto de los cambios geopolíticos actuales se encuentra en Óscar Mateos: «África en el torbellino de la volatilidad global», Nueva Sociedad núm. 310, NUSO, marzo-abril de 2024, pp. 135-152.

5 Se pueden consultar más detalles de la Estrategia Industrial y del Programa Europeo en la página oficial de la UE.

6 Una cosa son las cifras oficiales y otra las reales. Existe una deliberada oscuridad sobre el tema que se convierte en una fuente de ineficiencia y corrupción que debería preocupar a una sociedad democrática. Se dan con frecuencia irregularidades en la contratación de obras y suministros, sobrecostes en los programas de armamentos, desviaciones del gasto militar en las partidas de los ministerios de defensa, así como traslaciones hacia las de otros ministerios, sin olvidar el recurso al gasto extrapresupuestario, sin apenas justificación y control.

7 Resulta muy meritorio el trabajo realizado por este centro de investigación, reflejado en sus numerosos libros e informes sobre la evolución del gasto militar real de los Presupuestos Generales del Estado, el negocio de la industria armamentística, los lobbies de la economía de la guerra, las formas de financiación del armamento, la responsabilidad social corporativa de las entidades financieras, las exportaciones de armas o la militarización de fronteras y de los problemas ambientales.

8 Es de acceso libre la base de datos.

9 Grup Antimilitarista Tortuga y Juan Carlos Rois, Continúa el inmoral crecimiento por la puerta de atrás, marzo de 2024.

10 Acta taquigráfica del Pleno del Congreso del día 10 de abril de 2024, p. 5.

11 Daniel Hubé, «Las guerras del siglo XX: una historia de ruptura entre el hombre y su entorno», The Conversation, 6 de julio de 2023.

12 Barry Weisberg (comp.), Ecocide in Indochina. The ecology of war, Canfield Press, San Francisco, 1970.

13 Edward Palmer Thompson, «Notes on Exterminism, the Last Stage of Civilization», New Left Review 121 (1980), pp. 3–31.

14 Véase «Crisis y consecuencias del antropocentrismo moderno» en el capítulo tercero de la encíclica Laudato Si’. Aspectos que Francisco ha remarcado de nuevo en la exhortación Laudate Deum.

15 Se puede acceder a la totalidad de los vídeos de las jornadas en la página web de FUHEM.

Acceso al artículo completo e formato pdf: Cambiar de paradigma para construir la paz del siglo XXI


Ética del cuidado de la Tierra

El planeta Tierra está experimentando un hecho sin precedentes: la degradación a escala masiva de sus ecosistemas a manos de una de las especies a las que acoge, el ser humano.

El número 165 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica un artículo de Irene Comins Mingol, profesora del Departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I, Castellón que bajo el título «Ética del cuidado de la Tierra», señala las contribuciones de la ética del cuidado para abordar los desafíos medioambientales que enfrentamos como humanidad. A través de la resignificación de nuestro autoconcepto como seres humanos, así como de nuestra visión de la naturaleza, la ética del cuidado tiene el potencial de ayudarnos a transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo como modo-de-ser-cuidado.

A continuación, ofrecemos el texto completo del artículo.

Desde 1950 nuestro estilo de vida y nuestros patrones de consumo han acelerado el deterioro medioambiental exponencialmente. Por un lado, protagonizamos el mayor nivel de expoliación de los recursos naturales. Hemos destruido casi la mitad de los grandes bosques de la Tierra, exterminando miles de especies vegetales y animales. Los expertos estiman que estamos generando la mayor extinción masiva de la historia.1 Por otro lado, estamos contaminando la tierra, el aire y el agua de un modo altamente peligroso para la sostenibilidad de la vida. Hemos liberado a la atmósfera cantidades ingentes de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero. Hemos arrojado al suelo y al agua decenas de miles de productos químicos, muchos de ellos toxinas de larga duración que envenenan poco a poco los ciclos de la vida. Ambos procesos, expoliación de los recursos y contaminación, marcan el camino hacia la destrucción.

Depende de los seres humanos emprender otro camino, uno en el que participemos activamente en la preservación y la mejora de la vida en la Tierra. Todavía estamos a tiempo, podemos elegir la vida. Joanna Macy y Molly Brown denominan a este necesario cambio de rumbo el «Gran giro», el cambio de una sociedad del crecimiento industrial a una civilización de sostenimiento de la vida. Como se señala en el Preámbulo de la Declaración Internacional de la Carta de la Tierra la elección es nuestra: «formar una sociedad global para cuidar la Tierra y cuidarnos unos a otros o arriesgarnos a la destrucción». En este artículo revisaremos el potencial de la ética del cuidado para accionar ese Gran giro.

En 1982 Carol Gilligan acuñó la expresión «ética del cuidado» para identificar el diferente desarrollo moral que las mujeres experimentan como resultado de la socialización y la práctica del cuidar. Lo que hacemos nos hace, y la práctica del cuidado ha desarrollado en las mujeres una serie de valores y habilidades necesarias para el cuidado que también podrían desarrollar los hombres si sus mundos de experiencia fueran similares. La histórica atribución del cuidado a las mujeres hace que sitúen como centro de la moralidad el sostenimiento de la vida y la preservación de las relaciones; y que desarrollen una mirada, la del cuidado, que ha resultado ser no solo fundamental para el espacio privado, sino también para el espacio público y para resignificar la relación del ser humano con el medio ambiente. Una mirada, la de la ética del cuidado, que debe y puede universalizarse, más allá de los roles de género, como valor humano.

La ética del cuidado pone la vida −y su sostenibilidad− en el centro y contribuye al Gran giro en varios sentidos. En primer lugar, nos abre a una nueva visión de nosotros mismos, a una autoconciencia ampliada, en la que el ser humano es consciente de su íntima interconexión con la naturaleza. En segundo lugar, la ética del cuidado cambia nuestra visión de la naturaleza de una mecanicista a otra organicista, de un paradigma de dominación de la naturaleza a un paradigma de cuidado y sostenimiento de la vida. Esas visiones renovadas del ser humano y de la naturaleza se convierten, finalmente, en el motor para transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo como modo-de-ser-cuidado.2

 

Hacia una autoconciencia ampliada

 El concepto de ser humano inherente a la ética del cuidado diverge del individualismo unilateral hegemónico. La relación y la interdependencia son conceptos centrales en una ética del cuidado, pues es la red fundamental sobre la que se basa nuestro accionar y nuestro posicionarnos en el mundo. El pensamiento que guía la ética del cuidado es el de seres humanos interdependientes en el objetivo de conseguir una vida de calidad. Selma Sevenhuijsen acuñó el término «autonomía relacional» para referirse a este fenómeno.3

La ética del cuidado ve al ser humano como un sujeto relacional y considera prioritario en la moral el mantenimiento de las relaciones y de la interconexión, no solo a nivel interpersonal, sino también con la naturaleza. Pues no solo somos interdependientes sino ecodependientes,4 estamos sujetos a los límites biofísicos del planeta. La relacionalidad que caracteriza el cuidado se extiende más allá de la interdependencia humana para abordar la relacionalidad de la vida en su conjunto. Así, la conciencia de interdependencia, que genera y cultiva la ética del cuidado, va más allá de lo interpersonal para abrazar la comunidad de la vida. «Esta comunión con la comunidad de la vida es la que hemos considerado como experiencia central de la ética del cuidado».5 Y es que en nuestros esfuerzos por promover el Gran giro necesitamos reconstruir una noción de sujeto relacional, interconectado, compasivo y consciente de su terrenalidad. No debemos olvidar que «tenemos Tierra en nuestros adentros»,6 estamos formados por las mismas energías y los mismos elementos fisicoquímicos. La etimología de la palabra humano bien nos lo ilustra, su raíz, humus, significa tierra. Por ello, ser conscientes de nuestra terrenalidad es el primer paso para la construcción de una nueva concepción del ser humano abierta a la dimensión ecológica.7

La relacionalidad que caracteriza el cuidado se extiende más allá de la interdependencia humana para abordar la relacionalidad de la vida en su conjunto.

La ética del cuidado puede ayudarnos a tomar conciencia de esa profunda unidad y a cultivar en el ser humano una conciencia de comunión con el universo.8 Como advierte Jesús Mosterín, la historia del pensamiento occidental ha sido tremendamente antropocéntrica, resultado de los delirios de una autoconciencia aislada.9 Una nueva conciencia ecológica necesita partir del anclaje de la autoconciencia en la conciencia cósmica. Frente a una noción reduccionista del sujeto, como individuo autónomo, inconsciente de su interdependencia y ecodependencia, necesitamos ensanchar nuestra autoconciencia, ampliar nuestro concepto del yo, cultivando lo que podría llamarse empatía cósmica.10 El sentido de interdependencia y de interrelación dentro de la comunidad de la vida forma parte fundamental de la ética del cuidado, y puede contribuir significativamente a la construcción de una conciencia holística biocéntrica.

Según el filósofo brasileño Leonardo Boff, hay razones para la esperanza que nos permiten vislumbrar en el horizonte la transición hacia esa nueva autoconciencia ecológica. Boff resume en cinco los grandes momentos de la historia universal y humana:11 Cósmico, el universo en proceso de expansión irrumpe en el escenario, nosotros estábamos ahí, en las posibilidades contenidas en ese proceso. Químico, a medida que se fueron densificando los diferentes cuerpos celestes se formaron los elementos que constituyen cada uno de los seres, los mismos elementos químicos que circulan por nuestro cuerpo. Biológico, hace aproximadamente 3800 millones de años surgió la vida en la Tierra. Humano, hace diez millones de años aparece el ser humano, que ha sometido a todas las demás especies, −a excepción de la mayoría de los virus y de las bacterias−; se trata del peligroso triunfo de la especie homo sapiens y demens. Planetario, la humanidad se descubre a sí misma con el mismo origen y destino que todos los demás seres de la Tierra; aparece una nueva autoconciencia.

 

Repensando nuestra cosmovisión

Junto al cultivo de esa autoconciencia ampliada necesitamos una reformulación de nuestra visión de la naturaleza, de nuestra cosmovisión. Existen dos tradiciones de ciencia en la historia occidental de las que hemos heredado dos visiones distintas de la naturaleza. La tradición galileana, que se desarrolló en la revolución científica de los siglos XVI y XVII, y continúa en la actualidad, sustituyó una visión de la naturaleza organicista y holística −propia de la tradición aristotélica−, por otra mecanicista y reduccionista. En el siglo XIX el positivismo se encargó de llevar hasta sus últimas consecuencias esta visión, y consolidarla como la única cosmovisión posible. Esta visión ha acompañado no solo la revolución industrial, sino también el desarrollo del capitalismo y la globalización.12

La tradición aristotélica concebía la naturaleza como un organismo vivo. Una concepción del mundo cercana a la hipótesis Gaia que desarrolló, en 1969, el científico James Lovelock, y según la cual la Tierra tiene reacciones y formas de equilibrio propias de los seres vivos. De tal forma que, según la hipótesis Gaia, la Tierra podría considerarse un superorganismo vivo. La tradición galileana de ciencia rompería esa visión organicista para imponer otra mecanicista, lo que contribuiría a afianzar la visión del ser humano ocupando un lugar jerárquicamente superior en la naturaleza, que es objetivada y que, como tal, puede ser sujeta a relaciones instrumentalizadas a merced del crecimiento económico e industrial. Así pues, no se trata de una mera concepción de la naturaleza sin consecuencias, sino que describe sin tapujos el espíritu motriz de este modelo de ciencia: la búsqueda del dominio y el control de la naturaleza. El objetivo no es comprender la finalidad de los fenómenos de la naturaleza, sino explicar cómo funcionan determinados aspectos del mundo atendiendo a una lógica claramente antropocéntrica. Esta transformación de la naturaleza de una madre viva y nutricia en una materia inerte y manipulable se adaptaba perfectamente a la exigencia de explotación del capitalismo naciente. Mientras que las metáforas organicistas de la naturaleza se basan en los conceptos de interconexión y reciprocidad, la metáfora de la naturaleza como una máquina se basa en el postulado de la separabilidad y manipulabilidad. En el paradigma reduccionista de la tradición galileana, «un bosque se reduce a madera comercial y la madera se reduce a celulosa para las industrias que fabrican pulpa de madera y papel».13 Como señala Vanada Shiva, el reduccionismo último consiste en vincular la naturaleza con una visión de la actividad económica en la cual el dinero es el único patrón de valor y riqueza.

Los padres de la ciencia moderna, como Francis Bacon, interpretaban además como naturaleza tanto a la mujer como a las culturas no occidentales, legitimando, con ello, la subyugación de la mujer y las culturas no occidentales como partes de la naturaleza. Subyace así una misma lógica de dominación funcionando en los marcos conceptuales opresivos del antropocentrismo, el androcentrismo y el etnocentrismo. La ética del cuidado es la clave del nuevo paradigma hacia el que queremos transitar. Es fundamental sustituir el paradigma de la dominación por el paradigma del cuidado. Frente a la lógica excluyente de la dominación y de la acumulación económica, cabe promover la lógica alternativa del cuidado de la vida, una lógica que está construida sobre una visión organicista de la naturaleza.

En el contexto de la actual crisis ecosocial resulta fundamental sustituir el paradigma de la dominación por el paradigma del cuidado.

La historia del pensamiento occidental podría describirse como una historia paulatina, pero perseverante, de construcción de una racionalidad que atenta contra la sostenibilidad de la vida en favor de la acumulación económica.14 Frente a esa lógica de la acumulación económica, la lógica de la sostenibilidad de la vida concede un lugar prioritario a la supervivencia, al mantenimiento de la salud, a las tareas de la reproducción y el cuidado de la especie, tareas que además de mantener la vida proporcionan una comprensión práctica de que la naturaleza ha de preservarse si queremos sobrevivir.

La lógica de la sostenibilidad de la vida es una lógica desarrollada por las mujeres en el seno de su histórica atribución y socialización en las actividades del cuidar. Y es que «las protagonistas de la supervivencia en la mayor parte del planeta son mujeres».15 «Las mujeres producen, reproducen, consumen y conservan la biodiversidad, son las guardianas de las semillas desde tiempos inmemoriales, saben conservar el equilibrio y la armonía».16 Esa sabiduría desarrollada por las mujeres para la supervivencia es un legado transmitido de unas generaciones a otras, que puede y debe desgenerizarse. No se trata de rescatar algo así como una esencia eterna de mujer, sino de «rescatar y universalizar su experiencia civilizatoria, proponiéndola como modelo para hombres y mujeres».17

Así, la reivindicación del cuidado la hacemos desde una visión constructivista y no esencialista, en la que se busca una desgenerización y universalización de los valores de la ética del cuidado. La atribución histórica del cuidado a las mujeres ha desarrollado en ellas unas habilidades morales de priorización del mantenimiento de las conexiones, de sostenibilidad y cuidado de la vida, que son extrapolables al ámbito público y ecológico. Así, el cuidado tiene tres dimensiones inseparables:18 una dimensión interna –de relación de cuidado con mi vida−, una dimensión social –cuidando la vida de los demás−, y una dimensión ecológica –el cuidado de la vida natural−.

 

Del modo-de-ser-trabajo al modo-de-ser-cuidado

 La autoconciencia ampliada y la cosmovisión organicista que están en la base de la ética del cuidado son fundamentales para el empoderamiento ecologista. El paradigma del cuidado nos ayuda a ampliar nuestro sentido del yo, profundizando en la experiencia de interconexión y compasión por el conjunto de la comunidad de la vida, refuerza los vínculos de la relacionalidad, el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, de nuestra interdependencia y ecodependencia. Con ello el cuidado se convierte en un importante motor para la acción moral. La práctica ecológica no puede basarse ni en la mera evitación del castigo, ni en la referencia filosófica a la tradición de derechos y obligaciones, ambas han demostrado ser insuficientes para adoptar una actitud ecológica profunda y como estilo de vida. Y es que no es tanto el deber sino el querer el verdadero motor de la acción moral. La autoconciencia ampliada y la concepción organicista de la naturaleza nos ayudan a transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo que tiene como motor el reconocimiento de la centralidad de la vida, su admiración y el deseo de preservarla.

Actualmente vivimos lo que Leonardo Boff denomina la dictadura del «modo-de-ser-trabajo». Las diferentes facetas del quehacer humano se miden según criterios cuantitativos de eficacia y eficiencia; y los espacios −y, sobre todo, los tiempos− se organizan de forma invisible a merced de los intereses del neoliberalismo y del crecimiento económico. Este modo-de-ser-trabajo nos ha conducido, de mano del desarrollo tecnológico y de las ansias de control sobre la naturaleza, a protagonizar un deterioro medioambiental sin precedentes en la historia del planeta Tierra.19 Rescatar y reconstruir el «modo-de-ser-cuidado» es el antídoto contra la devastación del frágil equilibrio de la biosfera y de nuestro frágil equilibrio como humanos. Es el modo-de-ser-en-el-mundo que rescata nuestra humanidad más esencial.

La autoconciencia ampliada y la concepción organicista de la naturaleza nos ayudan a transitar hacia un nuevo modo-de-ser-en-el-mundo

El cuidado es así a la vez factum y telos. Como factum originario da respuesta a la inherente fragilidad y vulnerabilidad del ser humano. Heidegger ya identificó el cuidado como la característica ontológico-existenciaria fundamental, que nos define como especie, pues el ser humano es, desde su nacimiento, especialmente vulnerable, un ser necesitante, constituyéndose el cuidado en elemento vertebrador de su mundo de la vida. Pero el cuidado es además un telos, un camino a reconstruir, pues vivimos en una sociedad del descuido, caracterizada por una crisis de los cuidados.20 Necesitamos un cambio de paradigma, un cambio de mirada, que posibilite el cuidado y un desarrollo humano sostenible. Un Gran giro que implica, entre otras cosas, desacelerar, abandonar la senda de la hiperproducción y el hiperconsumo como propone Serge Latouche, siendo conscientes de los límites físicos del planeta y de la importancia de preservar la biodiversidad.

La actitud cuidadora es contraria a la feria de las vanidades, depredadora de la naturaleza y de nosotros mismos, que ha caracterizado el pensamiento hegemónico en las últimas décadas. Frente a la feria de las vanidades como descripción de la vida humana, el cuidado como descripción de la vida humana. El modo-de-ser-cuidado frente al modo-de-ser-trabajo no es depredador ni acumulador, sino preservador y sostenedor de la vida. El propio Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo señala cómo a través de las tareas y saberes del cuidado se maximizan la utilidad de los recursos disponibles para la satisfacción de las necesidades básicas.21 Así el cuidado es contrario al despilfarro, es sabiduría del aprovechamiento, conciencia de la necesidad de mesura y autocontención, de la importancia de ajustar nuestros ritmos a los de la naturaleza.

Investigadoras de la ética del cuidado como Joan Tronto, Ruth Lister y Selma Sevenhuijsen han resumido en tres las fases en las que el modo-de-ser-cuidado se desarrolla como eje vertebral y práctica de una sociedad civil activa:

1. Ser sensibles y detectar las necesidades de cuidado;

2.  Asumir la responsabilidad y la potencialidad para ser agente de cambio;

3. Realizar las acciones pertinentes, es decir, materializar el cuidado.22

Esta ciudadanía cuidadora o cuidadanía, abraza e incluye a la dimensión ecológica, en la que la ciudadanía:

1. Está atenta y es sensible a las necesidades ecológicas,

2. Reconoce su potencialidad y motivación para ser agente de cambio

3. Realiza las acciones de cuidado pertinentes.

En el contexto ecológico además es evidente cómo incluso las acciones privadas, de nuestra cotidianidad, tienen implicaciones públicas con carácter de ciudadanía.23 Así, en un sentido amplio, desde la ética del cuidado podemos definir la ciudadanía como el proceso en el que nos comprometemos e involucramos en procesos de cuidado de unos seres humanos a otros y a la naturaleza. El cuidado es clave para una ciudadanía consciente de sus esferas de responsabilidad y sus múltiples posibilidades de acción ciudadana cotidiana, individual o colectiva, para el bienestar de los más necesitados y el sostenimiento de la naturaleza.

 

Conclusión

Es necesario salir del camino de la destrucción y emprender ese Gran giro en el que los seres humanos participemos activamente en la preservación y la mejora de la integridad, la belleza y la evolución de la vida en la Tierra. Será importante para el desarrollo humano y la sostenibilidad de la vida en el planeta educar en una ética del cuidado de la Tierra, para lo que es fundamental, como hemos visto, nuestro autoconcepto y el concepto de naturaleza que cultivemos. Además, como hemos señalado, la reivindicación del modo-de-ser-cuidado parte de una defensa de la desgenerización del cuidado, reivindicando el cuidado como valor humano y no como rol de género. De ahí que esa educación ambiental deberá ser necesariamente coeducativa, para superar los roles de género y facilitar que todos los seres humanos participen de manera significativa en actividades que promuevan el sostenimiento y el cuidado de la vida. Ese cambio de rumbo sanará la Tierra y a nosotros con ella.

 

Irene Comins Mingol es profesora del Departamento de Filosofía y Sociología de la Universitat Jaume I, Castellón.

NOTAS:

1 Mark Hathaway y Leonardo Boff, El Tao de la liberación. Una ecología de la transformación, Trotta, Madrid, 2014, p. 32.

2 Leonardo Boff, El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la Tierra, Trotta, Madrid, 2002, p. 75. Boff toma el concepto modo-de-ser-en-el-mundo de Heidegger, en referencia a la condición situada, y en relación con el mundo, de la existencia humana.

3 Selma Sevenhuijsen, «The place of care. The relevance of the feminist ethic of care for social policy», Feminist Theory, vol. 4, núm. 2, 2003, pp. 179-197.

4 Yayo Herrero, «Miradas ecofeministas para transitar a un mundo justo y sostenible», Revista de economía crítica, núm. 16, 2013, pp. 278-307.

5 Alfonso Fernández Herrería y Mª Carmen López, «La educación en valores desde la carta de la tierra. Por una pedagogía del cuidado», Revista Iberoamericana de Educación, vol. 53, núm. 4, 2010, p. 13.

6 Leonardo Boff, op.cit., p. 58.

7 Vicent Martínez Guzmán, «Filosofía e Investigación para la Paz», Tiempo de Paz, núm. 78, 2005, pp. 77-90.

8 Jesús Mosterín, La naturaleza humana, Espasa-Calpe, Madrid, 2006.

9 Jesús Mosterín, «El espejo roto del conocimiento y el ideal de una visión coherente del mundo», Revista Iberoamericana de Ciencia, Tecnología y Sociedad, vol. 1, núm.1, 2003, pp. 209-221.

10 Mark Hathaway y Leonardo Boff, op.cit., p. 156.

11 Leonardo Boff, op.cit., p. 59-60.

12 Irene Comins Mingol, «La Filosofía del Cuidado de la Tierra como Ecosofía», Daimon, Revista Internacional de Filosofía, núm. 67, 2016, pp.133-148.

13 Vandana Shiva, Abrazar la vida. Mujer, ecología y supervivencia, Instituto del Tercer Mundo, Montevideo, 1991, p.47.

14 Carmen Magallón, Mujeres en pie de paz, Siglo XXI, Madrid, 2006, p. 270.

15 Ibidem, p. 271.

16 Purificación Ubric Rabaneda, «Gaia y las semillas de la Paz. Las propuestas de Vandana Shiva», en Francisco Muñoz y Jorge Bolaños Carmona (eds.), Los habitus de la paz. Teorías y prácticas de la paz imperfecta, Universidad de Granada, Granada, 2011, p. 345.

17 Carmen Magallón, op.cit., p. 276.

18 Alfonso Fernández Herrería y Mª Carmen López, op.cit., pp. 14-15.

19 Leonardo Boff, op.cit., p. 80.

20 Irene Comins Mingol, «El cuidado, eje vertebral de la intersubjetividad humana», en Irene Comins Mingol y Sonia París Albert (eds.), Investigación para la paz. Estudios filosóficos, Icaria, Barcelona, 2010, pp. 73-87.

21 PNUD, Informe sobre desarrollo humano 1999, Mundi-Prensa, Madrid, 1999.

22 Ruth Lister, Citizenship. Feminist Perspectives, McMillan, Londres, 1997.

23 Andrew Dobson, «Ciudadanía ecológica», Isegoría, núm. 32, 2005, pp. 47-62.

 

 

 


Ecoansiedad: de la parálisis a la acción climática y ambiental

La crisis climática y ecológica no solo sitúa a las especies salvajes al borde de la extinción, arrastra a los glaciares a la desaparición y hace que podamos llevar la ropa de verano casi la mitad del año. Nuestra salud es una de las víctimas principales de este cambio climático y ambiental que hemos generado en el planeta a una velocidad récord en la historia de la humanidad. De cómo actuemos en esta década dependerá el futuro de las especies que habitan la Tierra, incluido el ser humano.

La revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica en su número 160 un artículo firmado por Irene Baños, periodista ambiental, que bajo el título "Ecoansiedad: de la parálisis a la acción climática y ambiental", aborda el significado del concepto, las evidencias que exponen su creciente relevancia, así como las herramientas disponibles para reducir los impactos negativos de quienes la sufren.

Las evidencias sobre el cambio climático se acumulan. La temperatura media mundial ha aumentado más de 1,1ºC desde la época preindustrial,1 en tan solo 150 años. En España, un 70% de la población vive en zonas donde ya se ha superado el grado y medio.2 A partir de los 1,5 ºC de aumento global, la comunidad científica advierte de un efecto dominó generado por el descontrol del equilibrio de los ecosistemas y los fenómenos climáticos interconectados entre sí, de los que dependemos para nuestra supervivencia. Si no cambiamos la forma de actuar actual, a finales de siglo tendremos una temperatura casi 3 ºC más alta que en torno a 1900.3

Con cada décima que aumenta, incrementa la gravedad de los impactos en nuestra salud. En España, el número de muertes atribuibles a la temperatura entre junio y septiembre de 2022 fue casi cuatro veces superior al que se produce en un verano normal.4 Los incendios y las sequías, a su vez, aumentan el riesgo de enfermedades circulatorias, respiratorias, o renales.5 Además, los cambios en las condiciones ambientales de humedad y temperatura permiten la proliferación de enfermedades transmitidas por mosquitos o garrapatas, entre otros vectores.6

Se calcula que entre 2030 y 2050 el cambio climático causará unas 250.000 defunciones adicionales al año debido a la malnutrición, la malaria, la diarrea y estrés térmico,7 principalmente en los países en desarrollo, que son los que menos han contribuido históricamente a la crisis climática y, sin embargo, los más vulnerables frente a sus impactos.

La relación entre la salud mental y el cambio climático es menos evidente, pero cada vez hay más pruebas sustanciales al respecto. El cambio climático se asocia a una mayor frecuencia y gravedad de los fenómenos meteorológicos extremos que, a su vez, se relacionan con mayores niveles de trastorno de estrés postraumático (TEPT), depresión, ansiedad, abuso de sustancias e incluso violencia doméstica.8 Las catástrofes naturales y sus consecuencias, que pueden incluso provocar desplazamientos humanos forzados, conocidos como «migraciones climáticas», también tienen efectos indirectos en las infraestructuras físicas y sociales, perturbando los sistemas educativos, médicos, económicos y de transporte. Esto se suma a la carga de estrés de los individuos que sufren los impactos climáticos y ambientales y amenaza especialmente la salud mental de las personas en condición de mayor vulnerabilidad, por ejemplo personas dependientes de cuidados.

A medida que los fenómenos meteorológicos relacionados con el cambio climático se intensifican y se aceleran, las repercusiones en la salud mental seguirán el mismo patrón. En junio de 2022, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró que el cambio climático plantea graves riesgos para la salud mental y el bienestar.9 Por consiguiente, la OMS insta a los países a que incluyan el apoyo a la salud mental en su respuesta a la crisis climática. Asimismo, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) afirmó que la rapidez del cambio supone una amenaza creciente para la salud mental y el bienestar psicosocial, provocando, entre otros, trastornos que van desde el malestar emocional hasta la ansiedad, la depresión, el dolor o las conductas suicidas.10

Ante semejante panorama, no es de extrañar que a los impactos directos y constatables de la crisis climática y ecológica se sumen emociones como el miedo, la culpa, la frustración y la angustia ante un futuro incierto y poco prometedor. Es lo que conocemos como ecoansiedad.

 

En busca de un concepto para el malestar global

La ecoansiedad es un malestar emocional significativo que incluye una amplia gama de emociones dolorosas y complejas, pero no está categorizada como una enfermedad mental. La Asociación Americana de Psicología define la ecoansiedad como «el miedo crónico a la fatalidad medioambiental», que puede incluir la respuesta a la crisis climática pero también a problemas ambientales como la pérdida de especies y la contaminación. El término «ansiedad climática», por su parte, se utiliza para describir las reacciones al cambio climático en particular.11

En otras palabras, la ecoansiedad o ansiedad climática es un conjunto de emociones que se desarrolla en una persona al tomar conciencia de la magnitud de los impactos presentes y futuros de la crisis ambiental o climática. Entre esos sentimientos se encuentran la tristeza, la angustia, el miedo, la impotencia o la rabia. El estrés y el miedo crónicos frente a las consecuencias de un futuro aterrador se unen a la impotencia y la frustración por no disponer de las herramientas necesarias para reducir los impactos del mismo, así como al sentimiento de culpa por haber contribuido, aunque sea mínimamente, a empeorar la situación.12 Dichas emociones pueden traducirse en síntomas físicos que incluyen desde la falta de energía o atención hasta los ataques de pánico.

La ecoansiedad afecta a personas de todas las edades, pero principalmente a las generaciones más jóvenes.13 Quienes han nacido entre la década de los noventa y principios de los 2000 pertenecen a lo que se conoce como «generación del clima», la primera generación que ha crecido experimentando los efectos del cambio climático, no como algo abstracto, sino como parte de su día a día.14 Las vidas de las personas en esta franja de edad, y de las que les siguen, se desarrollan bajo el peso de un sombrío pronóstico para su bienestar y el de sus descendientes, y tienen dificultades para aspirar a una calidad de vida superior a la de sus progenitores.

En el sondeo El futuro es clima, realizado conjuntamente por PlayGround y Osoigo Next entre más de 9.000 ciudadanos españoles de entre 16 y 30 años de edad en 2022, la práctica totalidad de las personas consultadas manifestó su preocupación por la emergencia climática, tanto por las consecuencias para las generaciones futuras como por los impactos actuales.15 Además, más del 80% reconoció haber sufrido ecoansiedad alguna vez, casi el 40% la ha padecido alguna vez y más de un cuarto de la población encuestada la sufre de forma frecuente. A nivel internacional, la revista científica The Lancet publicó en diciembre de 2021 una encuesta en la que participaron 10.000 personas de diez países diferentes con edades comprendidas entre los 6 y los 25 años. Casi la mitad de las personas encuestadas afirmó que sus sentimientos y pensamientos sobre el cambio climático afectan negativamente a su vida cotidiana, incluida su capacidad de concentración y estudio, su alimentación, su capacidad de descanso y el disfrute de sus relaciones. El 75% de las personas encuestadas afirmó que «el futuro es aterrador» y un 56% aseguró que «la humanidad está condenada».

Este malestar remite a la percepción de una gobernanza climática inadecuada que produce sensación de traición y abandono, especialmente entre los jóvenes

Si nos preguntamos por las causas de la ecoansiedad, encontraremos en primer lugar el deterioro ambiental y el aumento de la temperatura global con sus consecuentes impactos. Sin embargo, esta situación no es un fenómeno aislado que se produce de forma natural, sino que es un proceso directamente relacionado con la actividad del ser humano. Como tal, la raíz de la angustia climática y ambiental está igualmente relacionada con el comportamiento humano. La encuesta publicada en 2021 por The Lancet señala la falta de acción de los responsables públicos y las personas adultas como una de las principales causas de la ecoansiedad. Los resultados muestran que este malestar está relacionado con la percepción de una gobernanza climática inadecuada que genera sentimientos de traición y abandono, especialmente entre las personas jóvenes, que ven peligrar la posibilidad de aspirar a un futuro próspero. El informe destaca que estos factores de estrés crónicos tendrán implicaciones negativas a largo plazo, y que irán en aumento, para la salud mental de las generaciones más jóvenes. En palabras de los autores del informe:

Por lo tanto, la ansiedad climática en los niños y jóvenes no debe considerarse simplemente causada por el desastre ecológico, sino que también está correlacionada con la falta de acción de actores más poderosos (en este caso, los gobiernos) ante las amenazas que se enfrentan.17

Una de las críticas habituales a las personas que afirman padecer ecoansiedad es que simplemente se dejan llevar por una moda y sucumben a los caprichos de una generación jóven, sin grandes retos históricos que afrontar y, en su mayoría, blanca, es decir, privilegiada. Ese discurso se debe, en parte, a que la narrativa y la investigación sobre las respuestas emocionales negativas al cambio climático se han centrado predominantemente en las experiencias y perspectivas de un grupo demográfico blanco y occidental. Sin embargo, una investigación publicada en el Journal of Environmental Psychology, titulada «Climate anxiety, wellbeing and pro-environmental action: correlates of negative emotional responses to climate change in 32 countries» (Ansiedad climática, bienestar y acción proambiental: correlatos de las respuestas emocionales negativas al cambio climático en 32 países), revela que estos sentimientos no son solo preocupaciones occidentales, sino que son comunes entre la juventud de los diferentes continentes.18

Investigadores de todo el mundo encuestaron a más de 10.000 estudiantes universitarios de 32 países sobre cómo les hacía sentir la desestabilización del clima. Independientemente de su país, casi la mitad de los jóvenes encuestados dijeron estar «muy» o «extremadamente» preocupados por el cambio climático. Curiosamente, la mayor proporción de participantes que indicaron estar «muy» o «extremadamente» preocupados por el cambio climático se registró en España (77,6 %) y la menor en Rusia (9,6 %). Estos resultados que corroboran una preocupación global se suman a los presentados en la encuesta de The Lancet, puesto que la mayoría de las personas encuestadas de Brasil (86%), India (80%), Nigeria (70%) y Filipinas (92%) declararon sentirse asustados frente al cambio climático.19

Iniciativas como The Eco-Anxiety Africa Project, que recoge información sobre la situación del fenómeno en Nigeria para ayudar a las y los jóvenes del país a superarlo, refuerzan la idea de que este tema es de interés global más allá de la investigación académica. Aun así, dada la situación global de injusticia climática, los impactos y los marcos de actuación son muy diferentes según la ubicación geográfica. Precisamente, el estudio de Journal of Environmental Psychology muestra que, dependiendo del lugar en el que se viva, la capacidad de actuar por la protección del clima y el medioambiente varía, puesto que los obstáculos más evidentes para la acción directa son de carácter político.20 No es igual de accesible exigir acciones desde la ciudadanía en países plenamente democráticos que en países que no protegen el derecho a la libertad de expresión o a las manifestaciones, por ejemplo.

La encrucijada entre la ecoparálisis y la ecoacción

Britt Wray, investigadora de Stanford especializada en cambio climático y salud mental y autora del libro sobre ecoansiedad Generation Dread, afirma que la ansiedad climática no es en sí misma un problema. En realidad, es una respuesta sana que demuestra una toma de conciencia de la gravedad de la situación en la que nos encontramos y de la urgencia de actuar para reducir los impactos.

El problema surge cuando estos sentimientos de angustia, rabia, frustración o pena impiden a la persona funcionar en su vida cotidiana o incluso ponen en peligro su salud. Es decir, lo preocupante no es tanto la ecoansiedad como tal, que al fin y al cabo es un reflejo natural del momento de crisis, sino cómo la abordamos y en qué comportamiento deriva. Si supone una fuerza motriz que motiva un giro hacia la acción climática y medioambiental o si, por el contrario, conduce a la parálisis o incluso a la enfermedad.

La clave es descifrar cuáles son las pautas para transformar esos sentimientos en una fuente de motivación y no de desidia. Para ello, es importante identificar las responsabilidades de los diferentes actores implicados en la actual situación de crisis y su empeoramiento o mejora. Tal y como asegura la encuesta publicada en The Lancet, es necesaria una acción climática y ambiental palpable para aliviar los sentimientos de abandono, frustración y rabia de la ciudadanía.21 La respuesta gubernamental y empresarial, entre otros sectores, es, por tanto, el primer paso para paliar los sentimientos de ecoansiedad. En dicha respuesta de quienes ejercen un amplio poder de transformación influye la modulación de nuestros propios comportamientos individuales, pero, sobre todo, la exigencia de cambios a través de las herramientas a nuestro alcance como el ejercicio del voto y la presión desde la colectividad.22 Cualquier persona, desde cualquier ámbito y a pesar de las diversas situaciones personales, puede activar los mecanismos de transformación que estén a su alcance. Ese es el antídoto principal para aliviar la parálisis climática, tomar conciencia del poder que ostentamos como parte de la ciudadanía y ser parte activa de la solución.

En un sondeo en 32 países, la mayor proporción de personas «muy» o «extremadamente» preocupadas por el cambio climático se registró en España (77,6 %)

En ese camino, sin embargo, es fundamental ser conscientes de nuestro rol en esta situación de crisis y no caer en las trampas de la culpabilización o la perfección. Ambas obsesiones pueden repercutir negativamente en nuestro estado emocional y también favorecer la inacción. Las responsabilidades ciudadanas deben canalizarse en estrategias de cambio para no caer en la culpa y en la posible parálisis. Este mecanismo lo vemos, por ejemplo, a través del sistema actual de reciclaje en España: las empresas deberían responsabilizarse de reducir la cantidad de plástico que llega a los supermercados y encargarse de la correcta recogida y gestión de los residuos. Sin embargo, apuestan por una gestión que evita que asuman su responsabilidad y, por el contrario, culpabiliza a los consumidores por no actuar correctamente a la hora de separar la basura en casa, lo que puede provocar un sentimiento de rechazo por parte de la ciudadanía. Lo mismo ocurre con la perfección en los gestos individuales, obsesionarnos con nuestros fallos cotidianos es contraproducente, puede llevar al agotamiento, la frustración y la resignación, y además desvía la atención de las acciones que podemos llevar a cabo con un impacto mayor.

En ese sentido, actuar en colectividad puede liberarnos de esas cargas y potenciar nuestra relevancia para influir en el cambio estructural. La acción colectiva puede adoptar la forma de participación en asociaciones que trabajan activamente para transformar la sociedad como los grupos de consumo sostenible o las iniciativas de presión política local, pero también incluye otras decisiones como el apoyo a un medio de comunicación que ofrezca información especializada de forma independiente y desde un enfoque constructivo, la firma de peticiones para pedir cambios relacionados con la protección ambiental y la adhesión a grupos de protesta o desobediencia civil.

No podemos olvidar, además, que hablamos de salud mental. La ecoansiedad, aunque no se considere una enfermedad, afecta a nuestro bienestar emocional y, como tal, debe integrarse en los planes dedicados a este campo y tratarse con la rigurosidad que estas afecciones requieren. Por ello, es conveniente incentivar la creación de grupos de apoyo y lugares propicios para el intercambio y la expresión de emociones, como los grupos de lectura climática o las asociaciones de barrio que dedican un espacio a la escucha. Asimismo, es fundamental incluir a especialistas en salud mental en las conversaciones en torno a la temática, profundizar en los consejos que se transmiten a través de canales como los medios de comunicación y favorecer el acceso a terapias profesionales con especialización en psicología ambiental o climática, o al menos con sensibilidad hacia la ecoansiedad. El objetivo es disponer de herramientas y técnicas para afrontar las dificultades, superar las emociones negativas, transformar la ecoansiedad en un impulso positivo y, sobre todo, hayar motivos para la esperanza.

La esperanza como una herramienta para avanzar

En su libro Hope in the Dark (Esperanza en la oscuridad, en la traducción en español), la escritora e historiadora estadounidense Rebecca Solnit define la esperanza como un hacha para derribar puertas, la única manera de afrontar el presente y avanzar hacia el futuro:

La esperanza no es un billete de lotería con el que puedes sentarte en el sofá y aferrarte a él, sintiéndote afortunado. Es un hacha con la que derribar puertas en caso de emergencia. [...] La esperanza únicamente significa que otro mundo podría ser posible, no es una promesa, no está garantizado. La esperanza exige acción; la acción es imposible sin esperanza. [...] Tener esperanza es entregarse al futuro, y ese compromiso con el futuro es lo que hace habitable el presente.23

Esa esperanza, que se basa en la acción y no en la espera pasiva de una solución que provenga de agentes externos, es la mejor aliada para superar los estados de ánimo, sentimientos o pensamientos que nos generan una ansiedad paralizante. Esa esperanza se trabaja desde el plano individual, convirtiéndola en colectivo, pero también requiere el apoyo desde ámbitos como la educación y la información ambiental. Comunicar y educar en la esperanza no significa negar la gravedad de la situación ni maquillar la situación de emergencia en la que nos encontramos. Mostrar los hechos en base a la evidencia y el consenso científico es clave para generar conciencia, pero no es suficiente para generar acción y evitar caer en el miedo. De ahí la importancia de acompañar esos procesos con mensajes que aporten soluciones, que permitan imaginar nuevos modelos de sociedad y que muestren ejemplos reales y cercanos de personas o iniciativas que ya están generando la transformación que esta situación de crisis requiere.

La esperanza, que se basa en la acción, es la mejor aliada para superar los estados de ánimo que nos generan una ansiedad paralizante

En el caso del cambio climático, los medios de comunicación recurren con frecuencia al uso del alarmismo y las narrativas del miedo para enfatizar la gravedad de la situación e impulsar una concienciación que pueda conllevar, a posterior, la toma de decisiones políticas, o bien simplemente para generar un mayor interés de la audiencia hacia sus contenidos. Sin embargo, varios estudios demuestran que dichas narrativas corren el riesgo de generar justo el efecto contrario. En el caso de las migraciones climáticas, por ejemplo, una de las consecuencias más complejas de la crisis climática, los partidos con agendas políticas xenófobas se apoderan del alarmismo para promover el blindaje de las fronteras y la creación de estrictas medidas antiinmigración.24 De hecho, los investigadores Bienvenido León y Carmen Erviti advierten que el alarmismo climático es también un área potencial de desinformación.25 Frente a los mensajes que conducen al pánico, es necesario centrarse en narrativas positivas y de soluciones con el fin de generar una reacción constructiva de la audiencia. Un estudio publicado en octubre de 2022 concluye que los enfoques positivos y constructivos en la información sobre cambio climático se traducen en una mayor probabilidad de apoyo ciudadano a las políticas climáticas, en detrimento de las narrativas del miedo.26

Por otro lado, los profesionales de la comunicación y la psicología coinciden en la importancia de una comunicación que no se limite a presentar la transición que requieren nuestras sociedades como una renuncia o un sacrificio, sino que muestre los beneficios que dichos cambios pueden aportar a nuestro bienestar y calidad de vida.27 Apostar por una educación y una comunicación ambiental constructivas no significa mostrar una imagen edulcorada de la situación de crisis ni priorizar un discurso utópico e inalcanzable, sino dotar a la ciudadanía con herramientas para superar la frustración y transformar la pena, la angustia o la rabia en acción.

En definitiva, los sentimientos relacionados con la ansiedad climática y la ecoansiedad están aumentando de forma general en la sociedad a medida que las personas adquieren mayor conocimiento y conciencia de las amenazas globales actuales y futuras asociadas a la crisis climática y ecológica que estamos experimentando. Aunque puede conllevar sufrimiento y resultar angustiosa, la ansiedad climática no implica una enfermedad mental. De hecho, puede considerarse una ansiedad positiva, o «ansiedad práctica», como la describen algunos expertos,28 que conduce a la búsqueda de soluciones para hacer frente a las amenazas presentes y futuras. Sin embargo, es fundamental analizar, comprender y gestionar esos sentimientos con el fin de evitar que se conviertan en un impedimento añadido para nuestra salud y nuestro bienestar. Asimismo, es necesario identificar las causas de dichos sentimientos, como la inadecuada respuesta gubernamental frente a la emergencia.

La ecoansiedad no es un fenómeno que se genera de manera aislada, únicamente en conexión con la situación ambiental y climática de forma abstracta, sino que está directamente relacionada con la ambición y los resultados palpables de la acción climática y ambiental por parte de actores como los responsables políticos y empresariales. En palabras de Jennifer Olachi Uchendu, experta nigeriana en ansiedad climática y fundadora de The Eco-Anxiety Africa Project:

La ecoansiedad está motivada por la realidad de la crisis climática, por lo que las acciones para abordar el cambio climático son acciones para abordar la ecoansiedad. Así de sencillo. Si quieres reducir la ecoansiedad, entonces reduce el cambio climático.29

La solución a la ecoansiedad no es otra que la misma que necesitamos para garantizar un futuro seguro y saludable para el planeta y todos los seres vivos que lo habitan: atajar la crisis climática y ecológica.

 

Irene Baños Ruiz es periodista ambiental, autora de Ecoansias (Ariel, 2020) y de Accionistas del Cambio (Boldletters, 2022).

NOTAS:

] IPCC, Cambio Climático 2021: Bases físicas. Contribución del Grupo de Trabajo I al Sexto Informe de Evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, Suiza, 2021, p. 5.

2 Eduardo Robaina, «Un 70% de la población española vive en zonas que se han calentado más de un 1,5 ºC», Climática, 21 de febrero de 2022, disponible en:

3 Climate Action Tracker, «2100 Warming Projections: Emissions and expected warming based on pledges and current policies», 11 de noviembre de 2022.

4 Cristina Linares y Julio Díaz, «Así nos está robando la vida el cambio climático», The Conversation, 11 de octubre de 2022.
También: Instituto de Salud Carlos III, «Sistema de monitoreo de la mortalidad (MoMo)».

5 Coral Salvador et al., «Implicaciones de la sequía en la salud», AEMET Blog, 19 de marzo de 2022.

6 Ricardo Molina et al., Cambio climático y enfermedades transmitidas por vectores. Guía para profesionales, Observatorio de Salud y Medio Ambiente de Andalucía (OSMAN), Escuela Andaluza de Salud Pública; Dirección General de Salud Pública y Ordenación Farmacéutica Consejería de Salud y Familias, Granada, 2021, p. 33.

7 Organización Mundial de la Salud, «Cambio Climático y Salud», OMS, 30 de octubre de 2021.

8 European Climate and Health Observatory, Climate change impacts on mental health in Europe. An overview of evidence, marzo de 2022.

9 Organización Mundial de la Salud, «Mental health and Climate Change: Policy Brief», OMS, 3 de junio de 2022.

10 IPCC, «Climate change: a threat to human wellbeing and health of the planet. Taking action now can secure our future», IPCC, 28 de febrero de 2022.

11 Susan Clayton et al., Mental Health and Our Changing Climate: Impacts, Inequities, Responses. 2021, American Psychological Association y ecoAmerica, Washington, D.C., p. 37 y 71.

12 Pihkala Panu, Anxiety and the Ecological Crisis: An Analysis of Eco-Anxiety and Climate Anxiety, Sustainability, vol. 12, núm. 19, 2020, 7836.

13 Susan Clayton et al., op. cit, 2021, p. 6.

14 Isabel Grace Coppola, Eco-Anxiety in “the Climate Generation”: Is Action an Antidote?, Environmental Studies, Electronic Thesis Collection, 71, 2021.
Es importante apuntar que la autora de este estudio afirmó que «no hubo aleatoriedad en la selección de los participantes y cualquier miembro de las organizaciones [ambientales] podía ser entrevistado. Esto significa que mis conclusiones no son ampliamente generalizables más allá de estas organizaciones».

15 Playground y Osoigo Next, El Futuro es Clima. Informe de resultados, 2022.

16 Caroline Hickman et al., «Climate anxiety in children and young people and their beliefs about government responses to climate change: a global survey», The Lancet Planetary Health, vol. 5, núm. 12, E863-E873, 2021.

17 Ibidem. Traducción realizada por la autora, texto original en inglés: «Thus, climate anxiety in children and young people should not be seen as simply caused by ecological disaster, it is also correlated with more powerful others (in this case, governments) failing to act on the threats being faced».

18 Charles A. Ogunbode et al., «Climate anxiety, wellbeing and pro-environmental action: correlates of negative emotional responses to climate change in 32 countries», Journal of Environmental Psychology, vol. 84, 2022, 101887, ISSN 0272-4944.

19 Caroline Hickman et al., 2021, op cit.

20 Charles A. Ogunbode et al., 2022, op. cit.

21 Caroline Hickman et al., 2021, op cit.

22 Susan Clayton et al., 2021, op cit, p. 8.

23 Rebecca Solnit, Hope in the Dark: Untold Histories, Wild Possibilities, Haymarket Books, 2016, p. 4. Texto traducido por la autora, original en inglés: «Hope is not a lottery ticket you can sit on the sofa and clutch, feeling lucky. It is an axe you break down doors with in an emergency. [...] Hope just means another world might be possible, not promised, not guaranteed. Hope calls for action; action is impossible without hope. [...] To hope is to give yourself to the future, and that commitment to the future is what makes the present inhabitable». Hay traducción en español: Esperanza en la oscuridad. La historia jamás contada del poder de la gente, Capitán Swing, 2017.

24 Sarah Nash y Caroline Zickgraf, «Stop peddling fear of climate migrants», OpenDemocracy, 23 de septiembre de 2020.

25 Bienvenido León y Carmen Erviti, «La comunicación del cambio climático en redes sociales: fortalezas y debilidades», en Daniel Rodrigo-Cano et al. (eds.), La comunicación del cambio climático, una herramienta ante el gran desafío, Ed. Dykinson, Madrid, 2021, p. 215.

26 Niheer Dasandi et al., «Positive, global, and health or environment framing bolsters public support for climate policies», Commun Earth Environ, 3, 239, 2022.

27 Adam Corner et al., Principles for effective communication and public engagement on climate change: A Handbook for IPCC authors, Climate Outreach, Oxford, 2018.

28 Pihkala Panu, 2020, op cit.

29 DW Global Ideas & Environment, Twitter Spaces: Climate anxiety, how to cope?, 15 de noviembre de 2022.

Acceso al texto completo del artículo en formato pdf: Ecoansiedad: de la parálisis a la acción climática y ambiental. 


La creación de riqueza y pobreza: neoliberalismo y desigualdad

La Colección Economía Inclusiva del área Ecosocial de FUHEM publica el texto de Hassan Bougrine, La creación de riqueza y pobreza: neoliberalismo y desigualdad.

Ni la riqueza ni la pobreza responden a un orden natural inevitable, ni la creación de una puede entenderse sin la otra.

Esta es la idea directriz que guía este esclarecedor ensayo en el que se analiza, desde una perspectiva histórica, el desarrollo de los mecanismos que generan y perpetúan la opulencia y la escasez, estrechamente vinculados a las instituciones políticas y económicas, así como a las relaciones de poder e intereses que representan en el neoliberalismo.

El economista Hassan Bougrine disecciona el papel desempeñado por el Estado en el diseño de políticas económicas, monetarias, fiscales y sociales, y las repercusiones de la propiedad privada en el control y transferencia de la riqueza, mostrando sus efectos más “depredadores” en el capitalismo actual, como la destrucción de empleo, el aumento de la desigualdad o el agravamiento de la crisis ecológica.

Bougrine nos invita a extraer de todo ello las debidas enseñanzas: la conveniencia de un Estado que profundice en la democracia real y en la soberanía nacional o la promoción de una cooperación multilateral en la política internacional que favorezca el acceso de los países más pobres a la tecnología y la financiación. Este volumen será de gran interés para los responsables políticos, académicos y estudiantes concernidos por la economía política, el desarrollo económico y la macroeconomía.

El libro ofrece propuestas prácticas para implementar políticas económicas que permitan a nuestras sociedades combatir la pobreza y la desigualdad, avanzando hacia la justicia social, el progreso y la prosperidad compartidos.

El autor analiza la trayectoria de las sociedades modernas y estudia sus sistemas políticos para exponer la raíz fundamental de la pobreza, el desempleo y el subdesarrollo y, por ello, el presente libro muestra los requisitos necesarios para obtener el pleno empleo, crear riqueza y asegurar el progreso.

El primer capítulo presenta un análisis del surgimiento del Estado primitivo y su papel económico para mostrar, de este modo, cómo desde la antigüedad fue y ha sido un agente al servicio y protección de los intereses de la clase económicamente dominante. Este diagnóstico ayuda a comprender la situación actual resultante de las políticas de empobrecimiento aplicadas por el Estado neoliberal.

En el segundo capítulo, el autor insiste sobre la importancia de la democracia en el Gobierno, la cual permitiría a las masas influir e, incluso, contribuir directamente a la elaboración de políticas económicas que sirvan a sus intereses.

En el tercer capítulo Bougrine muestra la manera en la que el Estado puede crear riqueza y distribuirla equitativamente entre todos los miembros de la sociedad.

El tema del cuarto capítulo es la importancia de la soberanía del Gobierno nacional en el ámbito financiero porque elimina las limitaciones presupuestarias y permite al Gobierno financiar todos los proyectos de desarrollo, desde la política de pleno empleo hasta la inversión en educación, la investigación científica y la innovación para lograr el progreso tecnológico e industrial, que es el tema del quinto capítulo.

El sexto capítulo es de particular importancia para América Latina y el sur global, que ha sufrido —y sigue sufriendo— el flagelo del colonialismo. En dicho capítulo, el autor aborda lo que él mismo ha denominado “el peso de la historia” para explicar las razones de la disparidad entre los países colonizadores y las colonias, así como el papel de la política industrial seguida en aquella época, que incluía la imposición de un régimen comercial, por la fuerza de las armas, a fin de garantizar el crecimiento y la prosperidad de los países coloniales, lo que redundó en perjuicio de los países colonizados.

En el séptimo capítulo, Bougrine concluye prestando atención a la crisis ecológica resultante de la industrialización que se basa en la energía de los combustibles fósiles, patrón sobre el que se han construido las economías capitalistas desde su creación.

El cambio hacia una economía ecológica no traerá por sí mismo la justicia social y económica de manera automática, para alcanzar este objetivo, debemos trabajar incansablemente a fin de construir una sociedad mejor.

SOBRE EL AUTOR

Hassan Bougrine

Es doctor en Economía por la Universidad de Ottawa (Canadá) y profesor en la Laurentian University (Canadá), en la que actualmente es director del Departamento de Economía. Ha sido, asimismo, profesor visitante e investigador en varias instituciones de Europa, África y América Latina, como la Universidad Autónoma de Zacatecas y la Universidad de Guadalajara (México).

ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS 

PRESENTACIÓN, Santiago Álvarez Cantalapiedra.

PRÓLOGO, Juan Francisco Valerio Quintero.

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1. EL ESTADO, EL MERCADO Y LA GESTIÓN DE LAS RELACIONES DE CLASE 

  1. Introducción.
  2. El Estado primitivo y su función económica.
  3. El Estado neoliberal y las políticas de pauperización.
  4. Conclusión.

CAPÍTULO 2. LA DEMOCRACIA EN EL GOBIERNO: EL PODER DE LA ELABORACIÓN DE POLÍTICAS

  1. Introducción.
  2. La democracia en el Gobierno.
  3. Democracia económica y social.
  4. Conclusión.

CAPÍTULO 3. RIQUEZA PRIVADA… Y DEUDA PÚBLICA

  1. Introducción.
  2. De activos y pasivos.
  3. Política pública y creación de riqueza.
  4. Conclusión.

CAPÍTULO 4. PLENO EMPLEO FRENTE A ESCASEZ

  1. Introducción.
  2. La austeridad y la creación de escasez artificial.
  3. La necesidad del pleno empleo.
  4. Conclusión .

CAPÍTULO 5. INNOVACIÓN, APROPIACIÓN Y PROGRESO

  1. Introducción.
  2. El gran salto adelante de la humanidad: la innovación y el papel del Estado.
  3. La mercantilización del conocimiento y las perspectivas de progreso.
  4. Conclusión.

CAPÍTULO 6. ATRASO INDUSTRIAL, COMERCIO INTERNACIONAL Y FINANZAS

  1. Introducción.
  2. El peso de la historia, la gran divergencia y la política industrial.
  3. El poder de las finanzas: eliminación de la restricción externa.
  4. Conclusión.

CAPÍTULO 7. LA INDUSTRIALIZACIÓN Y LA CRISIS ECOLÓGICA

  1. Introducción.
  2. La economía fósil y el auge de la industrialización capitalista.
  3. La economía verde como alternativa.
  4. Conclusión.

A continuación, el autor nos presenta el libro.

Para ir conociendo más el texto te invitamos a leer la Presentación del libro escrita por Santiago Álvarez Cantalapiedra, director del Área Ecosocial de FUHEM.


La creación de riqueza y pobreza. Presentación

La creación de riqueza y pobreza: neoliberalismo y desigualdad, Hassan Bougrine.

Presentación

Este libro de Hassan Bougrine muestra de forma elocuente que la pobreza no es natural ni inevitable, sino una elección a partir de las reglas e instituciones que se diseñan en una sociedad y de las políticas públicas que se aplican en un momento determinado.

Nada impediría aliviarla si así lo decidiéramos. Incluso las severas restricciones que nos impone actualmente la crisis ecológica no nos condenan irremediablemente a la pobreza, sino a repensar los fines que perseguimos y los medios para lograrlos.

Enumeraré algunas de las principales ideas que animan el libro:

• Primera: en las sociedades modernas la riqueza y la pobreza se encuentran vinculadas dialécticamente y, por eso mismo, en ellas asistimos a un proceso de “coproducción” de ambas. Dicho con otras palabras: los mecanismos de producción de riqueza y pobreza bajo el capitalismo van de la mano.

• Segunda: los mecanismos a través de los que se crea riqueza y pobreza se relacionan con las instituciones y las relaciones de poder; así pues, las fuentes de la riqueza y de la pobreza son las del poder y las instituciones por él diseñadas.

• Tercera: resulta enormemente relevante saber cómo se diseñan las instituciones y las políticas económicas y sociales, pues dependiendo de quién detenta el poder y qué intereses prima, podemos encontrarnos ante un “Estado depredador” que contribuye con sus políticas a la explotación y opresión de clases sociales, territorios, mujeres y naturaleza o bien, por el contrario, ante agentes y procesos que podrían contribuir a la justicia social y de género, a la prosperidad compartida y a la preservación de la naturaleza.

Cabe ilustrar esta argumentación atendiendo a la institución de la propiedad. Cuando los recursos vitales y productivos eran comunes, la subsistencia y el bienestar de una sociedad eran de hecho tareas colectivas. Pero cuando el acceso a esos recursos se volvió privativo (es decir, cuando adoptaron la forma de propiedad privada), la escasez económica empezó a recrearse como un problema individual, de manera que los estados de privación de las personas pasaron a estar marcados por quienes detentan el poder de apropiarse —generalmente a través de la coacción— de unos recursos que anteriormente eran compartidos. La implantación generalizada de la propiedad privada de los medios de vida y de producción bajo el capitalismo ha venido unida a un fuerte deseo de posesión, algo que no estaba presente en las pasiones humanas con anterioridad, definiendo la estratificación social e introduciendo privilegios y un desigual grado de respeto a personas, grupos y clases sociales.

En la evolución histórica del sistema de propiedad privada las formas son tan variadas que se han ido extendiendo más allá de los recursos tangibles, para incluir el control de los bancos privados sobre la creación del dinero y el acceso al crédito, privilegiando así a ricos y poderosos y excluyendo o dificultando el acceso al resto de los miembros de la sociedad. Más aún, el sistema de propiedad privada envuelve ahora también el conocimiento y las ideas (a través
de los derechos de autor, marcas, licencias y patentes) hasta llegar incluso a los afectos, como nos muestra toda la literatura gerencial acerca de la identificación y entrega que exigen actualmente las corporaciones modernas a sus empleados. La propiedad devino así en un dispositivo de control social y de transferencia generacional de riqueza (a través de la herencia) que no solo produce desigualdad y pobreza, sino que también la perpetúa.

En sociedades como las capitalistas, el poder se asienta en la riqueza, el poder económico se fusiona con el político, y el Estado se convierte en un agente al servicio y protección de los intereses de la clase económicamente dominante.

La profundización y extensión de la democracia y la soberanía nacional, más allá del estricto perímetro conceptual y político en que han sido confinadas, resulten fundamentales para que la prosperidad pueda llegar a ser distribuida equitativamente entre los miembros de una sociedad y las transformaciones socioeconómicas puedan ser llevadas a cabo para afrontar la profunda crisis ecosocial que atravesamos.

La importancia de utilizar el poder político del Estado ha quedado perfectamente acreditada en la era neoliberal. No bastaba con generar un consenso pasivo que garantizara el consentimiento a través de la difusión e inoculación de su cuerpo doctrinal (individualismo competitivo, deseo de posesión, primacía del mercado, etc.), también era necesaria la aplicación de políticas derivadas del uso del poder del Estado. Las políticas neoliberales de privatización y mercantilización crecientes tuvieron como consecuencia inmediata la creación de una escasez artificial que ha sumergido a muchos miembros de la sociedad en la privación y la pobreza mientras se lograba construir un marco general que permitía el logro de los fines privados. De esta experiencia convendría extraer las debidas enseñanzas. Por ejemplo, un Estado reformado a partir de las ideas de democracia real y soberanía nacional, acompañado de un multilateralismo que reflejara una cooperación honesta en la política internacional para abordar los desafíos globales y facilitar el acceso de los países empobrecidos a la tecnología y a la financiación necesaria, constituirían piezas claves de la construcción de alternativas.

Esta tarea requiere de un doble movimiento que ejecuta con maestría Bougrine. Por un lado, se hace necesaria la combinación de enfoques y disciplinas para mostrar la raíz de los problemas y desvelar los mecanismos a través de los que se recrea la riqueza y la pobreza. Solo un diálogo interdisciplinar desde un enfoque integrador permite desvelar las fuentes de poder. Por otro lado, si la historia cuenta, si las situaciones que se viven son dependientes de las trayectorias seguidas, es necesario completar el movimiento anterior con otro que nos permita aprender de la historia.

El análisis de los distintos aspectos de la realidad económica que aborda este libro no se hace desde una economía autista, sino desde el diálogo con los conocimientos que nos proporcionan otras disciplinas (como la antropología, la etnografía, la politología o las ciencias naturales), y se hace además en comparación con lo acontecido en otras épocas.

El resultado es una sugerente indagación en los factores que contribuyen a mejorar la comprensión de nosotros mismos y de los fenómenos en la sociedad y en la naturaleza, permitiéndonos identificar qué vectores podrían impulsar una prosperidad verdaderamente inclusiva que diera sentido y contenido a la idea de progreso humano.

Santiago Álvarez Cantalapiedra
Director del Área Ecosocial de FUHEM
Febrero de 2024


Explorando vínculos entre la biodiversidad y calidad de vida

Explorando vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida

El contacto con la naturaleza mejora y alarga nuestra vida. Hoy sabemos que residir cerca de espacios verdes se asociaba con una mejor salud física y mental, con un menor riesgo de padecer enfermedades y, en general, con una menor tasa de mortalidad y una mayor esperanza de vida.

La biodiversidad contribuye a nuestra calidad de vida de múltiples maneras. No solo nos suministra alimentos, medicinas y materias primas esenciales en nuestro día a día, sino que también participa indirectamente en numerosos procesos que son fundamentales para nuestra salud y bienestar, como el secuestro de carbono, la purificación del aire, la depuración del agua o la polinización. Asimismo, la biodiversidad es fuente de bienestar psicológico y emocional a través de las diversas contribuciones intangibles que proporciona a las personas mediante, por ejemplo, la contemplación y el disfrute estético de los paisajes, o la tranquilidad y relajación que produce en general interactuar con la naturaleza.

Al calor de estas evidencias, este dosier tiene como propósito ahondar en los vínculos naturaleza-bienestar desde una doble perspectiva correlacionada: por un lado, atendiendo a las múltiples contribuciones positivas que la biodiversidad y los ecosistemas nos proporcionan cuando están sanos y, por otro, atendiendo a los efectos negativos que la actual crisis antropogénica de biodiversidad está teniendo y tendrá sobre la integridad de los ecosistemas y, en consecuencia, sobre la prosperidad social.

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En aras de contribuir a este debate, este Dosier Ecosocial propone un conjunto de artículos que abordan la importancia de los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida desde diferentes puntos de vista.

A modo de introducción al dosier, Mateo Aguado, en su artículo «La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad», nos ofrece una breve pero profunda y actualizada revisión sobre la enorme relevancia que tiene conocer y comprender las relaciones que entre la naturaleza y la calidad de vida humana existen.

A continuación, José Antonio Corraliza, en su artículo «Naturaleza, identidad y paisaje. ¿Necesitamos la naturaleza tanto como parece?», nos aportar interesantes reflexiones sobre el papel de la estimulación procedente de la naturaleza en la vida humana, y sobre la necesidad que tenemos de recuperar la conexión y el contacto con la naturaleza en un contexto social cada vez más cargado de recursos tecnológicos.

En esta misma línea, Xiomara Cantera, en su artículo «Salud humana y salud planetaria: dos caras de una misma moneda», nos adentra en el concepto clave de salud planetaria, mostrándonos cómo la salud humana no puede abordarse aisladamente de la del resto de los seres vivos, pues las personas no podemos estar sanas si las plantas, los hongos los animales y los ecosistemas que nos rodean no lo están.

Seguidamente, en su artículo «Restauración participativa de ecosistemas y sus beneficios en la microbiota y salud humana», Marcela Bustamante y colaboradores indagan en los efectos beneficiosos que la restauración ecológica participativa ha demostrado tener sobre la salud de las personas que la practican.

Por último, Elena Krause, en su artículo «Ella es Gaia y ella lo sabe», nos propone un bello recorrido de diversas historias que nos adentran en lo que somos: unos seres profundamente ecodependientes.

A continuación podrás acceder al texto completo de cada uno de los artículos que componen el Dosier.

Mateo Aguado

La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad

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José Antonio Corraliza

Naturaleza, identidad y paisaje. ¿Necesitamos la naturaleza tanto como parece?

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Xiomara Cantera

Salud humana y salud planetaria: dos caras de una misma moneda

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Marcela Bustamante-Sánchez

Restauración participativa de ecosistemas y sus beneficios en la microbiota y salud humana

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Elena Krause

Ella es Gaia y ella lo sabe

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Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.


Ella es Gaia y ella lo sabe

Ella es Gaia y ella lo sabe

El Dosier Ecosocial Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida incluye un texto de Elena Krause Suárez titulado «Ella es Gaia y ella lo sabe» que nos propone un bello recorrido de diversas historias que nos adentran en lo que somos: unos seres profundamente ecodependientes.

 

La biosfera es el abrigo vivo de 20 kilómetros de espesor que envuelve a la Tierra, y es una entidad sinérgica en la que el todo es mucho más que la suma de sus partes. Con agua, aire y un irrisorio 1% de la energía solar que recibe, se mantiene produciendo más de sí misma. La vida se automantiene produciendo más vida.1 Entenderlo así es entender cuan vinculado está el bienestar de estos grandes vertebrados terrestres que somos a la existencia del mundo viviente. La vida en nuestro planeta no es una jerarquía; todos los terrícolas somos holones, totalidades y a la vez componentes de una entidad mayor.2 No hay nadie en la cúspide. Para vivir todos dependemos de todos. Es como si formáramos parte de un solo cuerpo que nos trasciende, que se ocupa de nosotros, que regula nuestro bienestar.

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Pero hoy, nosotros, insensatos desencadenantes de la sexta gran extinción en masa, como aquellos etólogos frustrados que hacían la prueba del espejo a un elefante para dirimir su grado de autoconciencia, necesitamos un espejo grande, muy grande, que nos devuelva la imagen íntegra de lo que somos: seres absolutamente ecodependientes. Delimitar los contornos, el marco, el área y los materiales de este espejo será el objeto de los próximos renglones. Y para ello me apoyaré en algunos elocuentes ejemplos que nos trae la historia ambiental y que ilustran cómo la única vida buena posible está inseparablemente inserta en la biosfera e indisolublemente ligada a la biodiversidad. Estos ejemplos, además, me servirán de pretexto para esbozar las transformaciones personales, espirituales, sociales y económicas que son imprescindibles. Transformaciones que den lugar a la aceptación activa, profunda y firme de nuestra ecodependencia.

 

Ser río o ser ala

En uno de los pasajes más tristes de la historia de China, lo que se llamó el Gran Salto hacia adelante, Mao Zedong embarcó a todo el país en una despiadada guerra contra los gorriones. La razón era que los gorriones mermaban supuestamente las cosechas. Así que, por decreto, a lo largo de todo el país, aldea tras aldea, miles y miles de personas, incitadas por el gobierno, destruían los nidos y salían a los campos con tambores para asustar a los pájaros, que caían al suelo desfallecidos después de volar horas y horas. Asimismo, se distribuyeron miles de armas de fuego para que los campesinos, convertidos en francotiradores, abatieran a cientos de miles de gorriones. Y lo que no mataron las balas, lo hicieron indiscriminadamente los cebos envenenados. Así sucedió que las bandadas de gorriones se desvanecieron, y fue entonces cuando las autoridades se dieron cuenta de un hecho aplastante: los gorriones no solo comen grano, además, comen insectos. Demasiado tarde. Un millón de gorriones muertos y las plagas de langostas y otros insectos se multiplicaron por doquier. El genocidio de los gorriones trajo a China una brutal hambruna que segó la vida de millones de personas.3 Una lección durísima de ecodependencia que el espejo nos devolvió.

Las aves que se cuentan por millones, que pueblan cada rincón del planeta y que son ricamente diversas, son perfectos bioindicadores de la salud de sus hábitats. Están estrechamente ligadas a diversas especies vegetales y ocupan distintas —y a veces intercambiables— posiciones en las cascadas tróficas. Algunas crean las perfectas condiciones del suelo; otras tienen importantísimos roles como depredadoras, polinizadoras o necrófagas; otras diseminan las semillas y son las laboriosas y pacientes artífices de la floresta. Y aunque no cantan por cantar,4 todas son la música del mundo.

También merece la pena hablar del papel central de las aves en el ciclo del fósforo. Vernadsky decía que los pájaros —los vertebrados voladores por excelencia— son el contrapunto de los ríos en el intercambio de materia entre la tierra firme y el agua, entre los continentes y los océanos. Y que por ello su aparición dio lugar a nuevos tipos de bosques.5 La historia ambiental moderna nos lo confirma a través de ese pasaje oscuro de la historia del Pacífico de Los señores del guano. Millones de toneladas de excrementos de aves que cruzaron el océano para salvar a Europa del hambre; el primer gran precedente de agricultura intensiva dependiente de insumos lejanos.6 La ciencia moderna también nos lo confirma: las colonias de aves marinas son importantes impulsores mundiales de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, devolviéndolos del mar a tierra firme.7 Así pues, la avifauna —y su participación en los ciclos biogeoquímicos— estuvo estrechamente unida a nuestra seguridad alimentaria. Pero también tenemos que recordar que, inmersos en el pico de los fosfatos, la avifauna tendrá un papel central en nuestro futuro.

 

Tan generoso como un árbol

Otro punto de inflexión en el periplo de la biología evolutiva es lo que se ha llamado la revolución terrestre de las angiospermas.8 La flor fue un verdadero hallazgo que entrañó una explosión de biodiversidad. Y la fecundación cruzada que sostiene el ciclo de la vida de las angiospermas cinceló una de las adaptaciones simbióticas más espectaculares, sofisticadas y bellas de la naturaleza. Las plantas con flor y los insectos polinizadores evolucionaron juntos, y en un verdadero alarde de imaginación se multiplicaron. Esta coevolución ha contribuido a su riquísima exuberancia. De hecho, las formas, los colores, los aromas y el néctar de las flores serían muy distintos (incluso inexistentes) de no servir como reclamo para los insectos polinizadores.9 Casi podríamos afirmar que gracias a los insectos polinizadores existe la primavera.

La predominancia de las angiospermas alteró significativamente el clima y los ciclos hidrológicos debido a su alta capacidad para aumentar la meteorización de las rocas (lo que a su vez reduce los niveles de CO2) y para transpirar agua absorbida del suelo liberándola a la atmósfera. Las angiospermas son el doble de productivas que las gimnospermas y otras plantas, en gran parte debido a sus altas tasas de evapotranspiración, lo que implica no solo más pérdida de agua a la par que más humedad, sino también más absorción de CO2. Y, precisamente, es esta alta captación de carbono la que impulsa la alta productividad. Además, con la invención de la flor, las plantas se hicieron zoofílicas. Y, con ello, propiciaron nuevos nichos para polinizadores y herbívoros, a menudo cristalizados en maravillosas relaciones mutualistas. Esto, a su vez, tuvo efectos en cascada sobre el resto de la biodiversidad a través de las redes tróficas. En consecuencia, numerosos grupos de insectos aumentaron su biodiversidad al alimentarse de plantas, polinizar flores o depredar a los insectos que lo hacían. Y otros seres —amigos de los ambientes húmedos— como hongos, anfibios y helechos se beneficiaron de la expansión de las nuevas florestas tropicales.

Efectivamente, la invención de la flor fue una revolución que tuvo como consecuencia la modificación del clima en las regiones ecuatoriales y la expansión de las selvas húmedas tropicales, esas que hoy albergan la mayor biodiversidad del planeta. Las plantas de flor y su estrecha dependencia mutualista con los insectos son la base de la producción primaria de la Tierra. Pero, además, son la base de nuestro sistema agrícola mundial: los cereales, las legumbres y los árboles frutales son parte esencial de nuestra dieta. Dependemos de las flores y de sus esforzados polinizadores, pues «tres de cada cuatro plantas comestibles en el mundo requieren la polinización asistida específicamente por abejas».10 Asimismo, las plantas son una generosa fuente de salud y sanación como nos enseña la tradición de la fitoterapia. Son el cimiento de nuestro bienestar. Aspiradores de CO2 que inyectan carbono a la tierra y lo convierten en humus y bombas de lluvia que nos proporcionan alimento, medicinas e inspiración.11

 

Nuestro bienestar es ecodependencia

Sumergirse en la ecología, en la biología evolutiva y en la historia ambiental de la Tierra es apasionante y necesario. Cuando lo haces, el espejo nos cuenta que nuestras vidas no están suspendidas, están entrelazadas con la biosfera. El planeta no es solo un hogar del que podamos salir cerrando la puerta. Nos sostiene, nos protege, nos alimenta y nos conforma. Somos parte de la misma materia de la que está hecho. Es objetivo e irrecusable: la biodiversidad, las comunidades ecológicas y los ecosistemas nos proporcionan infinidad de servicios sin los cuales la vida humana no sería posible, sin los cuales ninguna vida en el planeta sería posible. Sin el fósforo biodisponible en el guano de las aves no podríamos (ni podremos) fertilizar los campos. Sin insectos polinizadores no tendremos fruta. Sin los grandes bosques, sin una línea continuada de bosques desde la costa hacia el interior, la lluvia solo caería en una estrecha franja costera de unos 600 kilómetros, y más allá se extendería el desierto. Rodearnos de naturaleza restaura nuestra capacidad de atención, disminuye la fatiga mental e incita a la contemplación. Y el contacto frecuente de los más pequeños con los espacios naturales redunda en la calidad de su sueño, minora su nivel estrés, refuerza su agudeza visual y su competencia psicomotriz, y mejora el rendimiento escolar.12 Los paisajes ricos y biodiversos conforman poderosos apegos emocionales, configuran nuestra identidad y constituyen la médula del arraigo.

He aquí numerosas y buenas razones por las que proteger la biodiversidad en el planeta Tierra: un mundo biodiverso nos ofrece servicios que precisamos para poder llevar vidas buenas. Sin embargo, esa aproximación instrumental y parcelaria, de compartimentos estancos, aunque necesaria —dada la habitual carencia de alfabetización ecológica en nuestras sociedades— es absolutamente plana y del todo incompleta. Nada ni nadie en el planeta tiene una existencia autosuficiente, separada. Somos radicalmente ecodependientes —insistiré en ello— y esta ecodependencia no se expresa en una línea continua y previsible de causas y consecuencias. Más bien, es la materialización de una trama tupida con miles y miles de nódulos que se necesitan y se retroalimentan para sostener las vidas. Esas vidas que no se pueden concebir como partes separadas que podamos explotar por nuestros errados grupos de interés.

No cabe ninguna duda de que el primer paso urgente es tomar conciencia real de cómo afecta la salud de la Tierra a nuestro propio bienestar integral. Se trataría, citando a Bruno Latour, que a su vez cita a Peter Sloterdijk, «de hacer explícitas —evidentes, visibles— las condiciones de existencia hasta ahora tomadas como garantizadas».13 En esta sociedad en la que nos cuesta identificar 10 tipos de plantas por sus hojas y, sin embargo, reconocemos con relativa facilidad los logos de 10 marcas comerciales, adentrarse en los infinitos mecanismos de bienestar (y supervivencia) que la naturaleza nos ofrece es más que conveniente, porque nos permite visibilizarlos y valorarlos. No obstante, hemos de ser más perspicaces, ya que, si nos quedásemos ahí, si el rasero de toda medida fuese nuestro interés manifiesto, podría suceder que nos conformásemos con lo que hoy estamos consiguiendo: una biosfera homogénea, aceptable, menos interesante y hermosa. Una especie de granja planetaria en la que midiésemos todas las formas de vida únicamente según nuestro beneficio directo. Y esto es asomarse indolentemente al borde de la imparable catarata de las extinciones y perseverar en los ángulos ciegos que nos han llevado hasta aquí.

Nuestra civilización está en lucha con la biosfera y debemos caminar hacia un nuevo entendimiento. Y como nada nos asegura que en sí mismo el conocimiento de una realidad conlleve la necesidad de transformarla, conocimiento científico y sensibilidad han de tenderse la mano. Y en ese camino de concordia con nuestra casa común portaremos en una mano las herramientas que nos proporcionan las ciencias de la vida y de la tierra. En la otra, la inclinación sensible al resto de seres vivos, nuestra biofilia, las emociones y el lenguaje de la intuición, la poesía y las humanidades. Y en el corazón, la prudencia que se desprende de la reverencia por lo vivo y de la certeza de que la naturaleza es muy compleja, indomeñable e incognoscible.14 Así, entender el proceso de polinización nos permitirá acercarnos a las abejas y a las mariposas, incluso a las moscas, desde la admiración, el respeto, el cuidado y, también, desde la gratitud. Aprender los procesos ecológicos, conocer mejor el conjunto de las especies vivas que nos rodean y experimentar con nuestros sentidos su proximidad son acciones centrales para poder protegerlas (y protegernos). En otras palabras, es necesario estrenar un nuevo movimiento contracultura que desbanque la instrumentalización de la naturaleza y el eje antropocentrista de nuestro pensamiento. En la misma línea, las leyes que se aprueben a favor de la protección de la biodiversidad han de ir acompañadas por acciones que incidan en recuperar nuestras relaciones sensibles y sensitivas con lo vivo. En este sentido, la divulgación y la educación ecosocial tienen un valioso protagonismo.

 

Mis vecinos aúllan, berrean y graznan

No obstante, para poder restaurar esta conexión hacia las otras formas de vida necesitamos, en primer lugar, recuperar su proximidad, acercarlas más que acercarnos. Nuestra tecnosfera nos aleja (y nos separa) de la ecosfera. Nuestras ciudades son burbujas culturales,15 verdaderas ciudadelas en las que nos aislamos y aparentemente nos independizamos de los procesos básicos de la vida y, por ende, del resto de seres vivos. Y, justamente por ello, tienen un coste espiritual y en términos de salud humana que asumimos alegremente. Lo escribía Barry Commoner cerrando el siglo XX: «nos inmolamos frente al progreso y asumimos cierto nivel de contaminación y cierto riesgo para la salud como inevitable».16 Como un precio que hay que pagar para obtener los beneficios de la tecnología moderna. Un precio que nos está arrasando como un alud devastador e inasumible.

En el mismo sentido, en una de esas delicadas piezas de arte que son los programas del Bosque Habitado, Joaquín Araujo afirmaba que las ciudades nos desafectaban, pero que no hay ni un centímetro del planeta que no esté afectado por las ciudades.17 Sin duda, los entornos fuertemente urbanizados, asfaltados, fragmentados, agujeros negros de energía, en los que nada crece, son una de las razones prácticas que de facto nos desafectan de eso que hemos venido a llamar naturaleza, que algunos identifican con lo salvaje, y que no es nada más que nuestra propia esencia. Tenemos que recuperar nuestra esencia y, en mi opinión, el punto crucial es convertir en bosques las avenidas de nuestras ciudades, consagradas hoy al tráfico motorizado. El camino es claro: debemos devolver el espacio, reforestar nuestras ciudades, renaturalizar los cursos de los ríos, restablecer humedales, dejar que el manto fértil y los millones de seres simbióticos que lo conforman se recupere. De este modo, obtendremos los beneficios de un baño de bosque al abrir las ventanas de nuestros hogares y, con ello, desentumeceremos nuestros afectos por tanto tiempo dormidos hacia el mundo viviente. Ciudades más pequeñas capaces de sostenerse en lo esencial con los recursos de la región y ciudades verdes en las que se sacrifique el asfalto para plantar árboles, jardines y huertas. Ciudades que abran la puerta a la biosfera, que derriben las murallas de nuestra ruidosa tecnosfera y que permitan que el canto de las aves y el rumor de los insectos sean más fuertes que el de las máquinas. Se trataría de incrementar las praxis, las creaciones y las experiencias que nos hagan recuperar nuestra conexión con el mundo vivo y de que ésta deje de ser solamente una idea.

Y además, debemos reinventar eso que llamamos domesticación. Requerimos del otro para sobrevivir, pero la concepción de nuestras sociedades occidentales basadas en la dominación que lo definen como recurso, cosa o esclavo solo nos ha conducido a un punto de quiebra del sistema terrestre. En algún momento de nuestra historia occidental decidimos que nuestros hermanos, primos y abuelos eran tipos inferiores de vida, bestias o animales. Nosotros —estos animales que somos potencialmente capaces de hacer de la compasión una práctica vital— tendríamos que ser clarividentes y hábiles en extenderla al resto de seres vivos. Compasión, fraternidad, gratitud y orgullo. Amar el orgullo de los otros seres como amamos el nuestro y tratarlos con dignidad, reestableciendo el diálogo con ellos que empieza por mirarlos, reconocerlos y, sobre todo, darles espacio vital y político. Más allá de instituirnos como superdepredadores tenemos que recuperar aquellas otras maneras ancestrales de acercarse e imaginar al otro. Algo así como la forma de convivir con los renos que tienen los tuvanos de Siberia, en la que el reno se mantiene voluntariamente en estado salvaje, a la par que participa de una cooperación mutualista con los humanos que influyen en ellos y los orientan.18 Es impensable que podamos construir una nueva cosmología sobre los hombros de la crueldad y el horror animal. La protección de la biodiversidad y la explotación son conceptos intrínsecamente antagónicos. Como escribe Baptiste Morizot: «La ecodependencia es la condición y las relaciones con otras especies es el marco».19 Y este marco es un marco constituido por vínculos horizontales, recíprocos y complementarios.

 

Ella es Happy y ella lo sabe20

No hace mucho, ejerciendo uno de mis privilegios fosilista, en un barco hacia las Islas Baleares, escuché una conversación perturbadora. Una pareja con un bebé comentaba con otra la necesidad de quitarle el chupete. La otra pareja, más experimentada en esas lides, relataba que, en su momento, le quitaron el chupete a su pequeño arrojándolo al mar. Si esto me sobrecogió, lo que me pareció mucho más inquietante es que los primerizos padres aceptaron el consejo sin una pizca de resistencia. No parecieron reparar en que el bienestar de ese bebé fuera de su chupete está profundamente ligado a la salud del océano del que dependen millones y millones de vidas (humanas y no humanas) y que los plásticos que acaban balanceados por el oleaje se van descomponiendo en unidades microscópicas que asaltarán el cuerpecito de todos los bebés a través de ese caldo de pescado con el que un día los alimentarán. Un bumerán kármico administrado con mano firme por las cascadas tróficas.

La anécdota es elocuente. Aunque sería un error concluir que este atolladero civilizatorio en el que está sumido la humanidad es solo el resultado de la suma de veces en las que cada uno de nosotros tiramos el chupete o el envoltorio de las patatas al mar. Sería un error concluir que nuestra ignorancia ecosocial es fruto de nuestra naturaleza egoísta y descuidada. Nuestra sociedad capitalista —con el empuje de los hidrocarburos— salvajemente colonialista, extractivista, depredadora de recursos y ciega a los procesos ecológicos, nos empuja todo el tiempo a obviar que nos envenenamos envenenando al planeta. Y esa misma lógica socioeconómica basada en la plusvalía y en la acumulación de capital es la que empuja a producir y producir a costa de traspasar los límites planetarios y mercantilizar las vidas y el «medio ambiente». Esto nos debe llevar obligatoriamente a cuestionar el modelo socioeconómico. No hay posibilidad de un capitalismo amable con la biosfera puesto que el crecimiento infinito es imposible en un planeta finito.

Muy relacionado con lo anterior y con una civilización absolutamente petroadicta, está la cuestión de cómo están ordenadas nuestras vidas: la casi obligatoria hipermovilidad de materias y personas; la inexistente soberanía alimentaria; la enorme huella ecológica del sector agroganadero industrial; el derroche productivo que se traduce en una sociedad convulsa que compra y compra y tira y tira sin detenerse; la basura, los plásticos, los residuos fabricados en materiales que la biosfera no puede digerir; lo lejos —con una población mundial fundamentalmente urbana— que vivimos de la «naturaleza», lo que a su vez propulsa y motiva un turismo de masas predador que retroalimenta la insostenibilidad de nuestra civilización; nuestra acrítica tecnofilia; y, finalmente, el culto al coche —y a la red de carreteras que lo preceden— que condiciona el espacio público, fragmenta los entornos naturales, impermeabiliza la tierra y satura la atmósfera de gases de efecto invernadero. Y todo esto está absolutamente culturizado en cada uno de nosotros y en el conjunto de la sociedad. Son, parafraseando a Erich Fromm, estructuras promotoras de nuestro carácter social que hace propias las necesidades externas, enfocándonos hacia las tareas y los comportamientos que el sistema requiere. Y como resultado, las necesidades socioeconómicas de la sociedad capitalista nos moldean. Somos productos del entorno y del ambiente.21 Estas estructuras invisibles son las que nublan, las que reducen el tamaño del espejo de nuestra ecodependencia. Cambiarlas es un trabajo esencial de nuestro tiempo.

Y sólo así, como la emocionante historia de Happy, la primera elefanta asiática que fue capaz de reconocer su imagen en el espejo sólo porque a Frans de Waal se le ocurrió que, para poder superar la prueba de la autoconciencia, un elefante necesitaba mirarse en un espejo de su tamaño. Del mismo modo, nosotras, criaturas gaianas, seres vulnerables, frágiles y ecodependientes, también necesitamos un espejo más grande, más nítido. Un espejo que nos devuelva el reflejo de toda la biosfera, que nos permita sabernos como Gaia, una entidad completa de la que formamos parte y a la que nunca podremos sobrevivir. El espejo de la simbiosis cincelado con el auxilio de las ciencias, el amor, la compasión, la humildad, la proximidad, y la buena vecindad —en el sentido estricto de esta palabra. Un espejo que inaugure un nuevo estadio de autoconciencia para toda la humanidad.

 

Elena Krause Suárez es diplomada en Relaciones Laborales y máster en Humanidades Ecológicas, Sustentabilidad y Transiciones Ecosociales.

NOTAS:

1 Lynn Margulis y Dorion Sagan, ¿Qué es la vida?, Metatemas, 1996, pp. 14.

Ibidem.

3 Domingo Marchena, «El año que China declaró la guerra a los gorriones», Historia y vida, 2020, núm. 623, pp. 80-83.

4 Carlos Velázquez, No cantan sólo por cantar, Publicado en cienciorama.unam.mx.

5 Vladímir I. Vernadski, La biosfera (1929), Fundación Argentaria–Visor Dis, Madrid, 1997.

6 Gregory T. Cushman, Los señores del guano: una historia ecológica global del Pacífico, Instituto de Estudios Peruanos, 2019.

7 Xosé Luis Otero et al., «Seabird colonies as important global drivers in the nitrogen and phosphorus cycles», Nature communications, 2018, vol. 9, núm. 1, pp. 246.

8 Michael J. Benton, Peter Wilf y Hervé Sauquet, «The Angiosperm Terrestrial Revolution and the origins of modern biodiversity», New Phytologist, 2022, vol. 233, núm. 5, pp. 2017-2035.

9 José Carlos Otero, La vida secreta de los insectos, Plataforma, 2018.

10 Elisa T. Hernández y Carlos A. López Morales, «La desaparición de abejas en el mundo: polinización, ecología, economía y política», Ciencias, núm. 118-119, noviembre 2015-abril, pp. 102-105.

11 Peter Wohlleben, La vida secreta de los árboles, Ediciones Obelisco, 2016.

12 Carolina Pinedo, «Mejor sueño y rendimiento escolar: el contacto de los niños con la naturaleza es imprescindible para su salud», El País, 5 de diciembre de 2023.

13 Bruno Latour, ¿Es la geo-logía el nuevo paraguas para todas las ciencias?, Humus Editores, 2016.

14 Ferrán Puig Vilar, «Messoreligión para una acción intersticial con sentido», Humanidades ecológicas hacia un humanismo bioférico, 2023, cap. 16, pp. 268.

15 Jorge Riechmann, Moderar extremistán: sobre el futuro del capitalismo en la crisis civilizadora, Díaz & Pons, 2014.

16 Barry Commoner, En paz con el planeta, Crítica, Barcelona, 1992.

17 Programa Bosque Habitado de RNE, radiado en directo desde el auditórium del Jardín Botánico de la ciudad de Valencia, el domingo 3 de diciembre de 2023 a las 10 horas.

18 Baptiste Morizot, Maneras de estar vivoLa crisis ecológica global y las políticas de lo salvaje, Errata naturae, Madrid, 2021, pp. 227.

19 Ibidem., pp. 321.

20 Cuando se demostró que Happy, una elefanta asiática, se reconocía en el espejo, la prensa no pudo resistirse a parafrasear una canción infantil haciendo este juego de palabras. Frans De Waal, El bonobo y los diez mandamientos: en busca de la ética entre los primates, Tusquets, 2014, pp. 132.

21 Erich Fromm y Gino Germani, El miedo a la libertad, Paidós, Argentina, 1977.


Restauración participativa de ecosistemas y sus beneficios en la microbiota y salud humana

Restauración participativa de ecosistemas y sus beneficios en la microbiota y salud humana

El Dosier Ecosocial Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida incluye un texto de Marcela Bustamante-Sánchez, Nicolás Rivas Mac Kay y Antonia Ortiz Astorga titulado: «Restauración participativa de ecosistemas y sus beneficios en la microbiota y salud humana» que indaga en los efectos beneficiosos que la restauración ecológica participativa ha demostrado tener sobre la salud de las personas que la practican.

Introducción

El ser humano está cada día más expuesto a diferentes estímulos provenientes de la tecnología en las ciudades modernas, los cuales muchas veces son el origen de problemas de salud tanto física como psicológica. Sonidos, luces, pantallas, comida ultra procesada, y entornos construidos artificialmente carentes de estímulos naturales alteran nuestro estado de bienestar y equilibrio.1 Entonces cabe preguntarse: ¿evolutivamente, estamos adaptados para vivir en estos ambientes modernos llenos de estímulos artificiales? Si consideramos esto a grandes rasgos, algunos autores indican que solo hemos pasado el 0,01% de nuestro tiempo en la Tierra en ambientes modernos.2 Es decir, el 99,99% del tiempo estuvimos viviendo y evolucionando en contacto directo con ambientes naturales.

Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida

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Sería lógico entonces pensar que es ahí donde nos sentiríamos más cómodos, seguros y en mejor estado de salud y bienestar. Desde la antigüedad se ha conocido o se ha hecho referencia al efecto terapéutico y restaurador de la naturaleza: el médico de la Antigua Grecia Hipócrates hablaba sobre la necesidad del «aire, agua y lugares» para la buena salud física y mental. También en textos romanos se señalaba que había beneficios para la salud en los campos y espacios abiertos.3 En la cultura mapuche, un pueblo originario del sur de Chile, se cree que el cuerpo biológico nunca ha estado separado ni aislado de los otros cuerpos sutiles, ni muchos menos de los elementos de la naturaleza, por lo que para ellos, para poder conocer el secreto de la salud, primero hay que conocer las conexiones y enlaces con los misterios de los árboles y de las plantas.4

Este vínculo humano-naturaleza se hace más tangible con el término propuesto por Erich Fromm, biofilia.5 Este término proviene de las palabras griegas bio (vida) y filia (amor), por lo cual se podría traducir como «amor a la vida». En un principio, Fromm describió la biofilia desde el punto de vista de que el ser humano se siente atraído psicológicamente a todo lo que está vivo y es vital. Más tarde Edward O. Wilson, en su libro Biofilia, ocupó este término para referirse a la adaptación evolutiva que permitió que existiera este vínculo con la naturaleza y la vida.6 Luego, Wilson, junto con Stephen R. Kellert, oficialmente propusieron la conocida hipótesis de la biofilia. Esta fue planteada desde un punto evolutivo y entregando una perspectiva más filogenética del vínculo con la naturaleza, planteando que la atracción y el cómo nos vinculamos con la naturaleza viene de toda evolución del ser humano que tuvo en ella.7

Este vínculo con lo natural día a día está siendo hoy más explorado por diferentes áreas de estudios, habiéndose registrado diversos beneficios en la salud y el bienestar de las personas al estar en contacto con la naturaleza. En el campo de la psicología se tiene registro de que provoca alivio al estrés fisiológico, a la fatiga mental y también posee un efecto restaurador de la atención.8,9 Entre algunos de sus efectos benéficos fisiológicos, el contacto con la naturaleza promueve la relajación cardiovascular, reduce la presión arterial y los niveles de cortisol, además de tener efectos antiinflamatorios en el cuerpo.10, 11, 12 La reciente experiencia que vivimos debido a la pandemia generada por el covid-19 nos dejó de manifiesto lo importante que es el vínculo con la naturaleza. En una investigación realizada en Japón, se encontró que las personas que vivían en lugares con una mayor cobertura forestal presentaban un menor índice de mortalidad por diferentes tipos de cáncer, en comparación con personas que vivían en lugares con una menor cobertura de bosques.13 En Estados Unidos se realizó un estudio para evaluar cómo la exposición a espacios verdes podría influir en la mortalidad por esta enfermedad. Los resultados sugirieron que efectivamente una mayor exposición a espacios verdes, específicamente los bosques, puede disminuir la mortalidad por dicho virus.14

Todos estos efectos sugieren que el contacto con la naturaleza a futuro nos podría ayudar a mitigar los diversos problemas de salud que la sociedad padece, y que este vínculo que ha existido por miles de años podría ser la piedra angular para tratarlos. Sin embargo, la conservación de la biodiversidad por sí sola no ha logrado proteger la mayor parte de la superficie terrestre de la Tierra. Según un informe del año 2018 de la Plataforma Intergubernamental Científico-Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos, un desgarrador 75% de la superficie terrestre está degradada.15 El rápido ritmo y el alcance de la degradación ambiental han hecho que la restauración de los ecosistemas —el proceso de ayudar a la recuperación de un ecosistema degradado— sea una prioridad global. Las Naciones Unidas declararon que 2021-2030 es el Decenio de las Naciones Unidas para la Restauración de Ecosistemas para reflejar la urgencia y la escala con la que debemos restaurar nuestros ecosistemas dañados. La escala y los desafíos involucrados son inmensos. Una manera de lograrlo es abordar la salud de los ecosistemas y la salud de la población humana en su conjunto, ya que ambas están inexorablemente vinculadas en el mundo actual (superpoblado y dominado por los seres humanos).16, 17 Esto se puede lograr adoptando un enfoque de ecosalud (un enfoque ecosistémico de la salud humana), como modelo y enfoque práctico para ayudar a avanzar en el movimiento hacia la curación de nuestro planeta y de nosotros mismos.18, 19

La discusión en este artículo se enfoca en presentar cómo la restauración de ecosistemas participativa trae beneficios a los ecosistemas y a la salud de las personas que la practican. Para ello, hemos dividido la argumentación en cuatro temas. Esta no es una lista exhaustiva; sin embargo, consideramos que cada tema es relevante para resaltar la relación entre la salud de los ecosistemas, la restauración ecológica y la salud humana.

Los cuatro temas para discutir son los siguientes:

  • La hipótesis de la biodiversidad y la salud de los ecosistemas y de las personas.
  • Restauración recíproca para las personas y los ecosistemas.
  • Restauración de ecosistemas y modulación de la microbiota.
  • Restauración de ecosistemas y efectos en la salud mental.

 

La hipótesis de la biodiversidad y la salud de los ecosistemas y de las personas

La urbanización, los cambios de uso del suelo y la pérdida asociada de biodiversidad, así como el aumento del tiempo que pasamos en el interior de casas, escuelas o áreas de trabajo, han reducido nuestra exposición a la microbiota (comunidades de microorganismos) a la que estamos adaptados. Esta disminución en el tiempo que las personas pasan en ambientes naturales se conoce también como trastorno por déficit de naturaleza20, que plantea que los seres humanos, especialmente las y los niños, pasan menos tiempo al aire libre que en el pasado, lo que resulta en una amplia gama de problemas de conducta. Cuando nos aislamos de esas interacciones ecológicas con otras especies, nuestra salud física y psicológica probablemente se ve comprometida. Esta amistad —una relación simbiótica entre un huésped y miles de millones de organismos microbianos— puede verse alterada por una serie de productos químicos y farmacéuticos sintéticos, incluidos biocidas, desinfectantes, pesticidas y antibióticos, cada uno de los cuales puede reducir la densidad y diversidad de microbiota beneficiosa que se considera necesaria para la salud y la resiliencia humanas.21 La hipótesis de la biodiversidad, una extensión de la hipótesis de la higiene, postula que la baja exposición a una microbiota ambiental más diversa puede estar provocando cambios desfavorables en los microbiomas humanos y, por lo tanto, diversas enfermedades (por ejemplo, trastornos autoinmunes, alergias y asma).22, 23 Los primeros trabajos para respaldar esta hipótesis se basaron en comparaciones de la microbiota de personas que vivían en un gradiente desde condiciones urbanas con menos biodiversidad hasta condiciones rurales más biodiversas.24 Se cree que la salud de las personas mejora gracias al entrenamiento que va adquiriendo su sistema inmunológico al estar en contacto con entornos o ambientes más biodiversos, lo que se ha logrado a través de un proceso de coevolución del ser humano con su microbiota. Por ejemplo, se ha observado que la microbiota de niñas y niños que viven en ambientes rurales difiere de la microbiota de quienes viven en ambientes urbanos, quienes son más susceptibles a presentar asma en comparación con las niñas y niños que viven en granjas.25 Estos estudios han revelado que la exposición a la microbiota del entorno natural es crucial, particularmente para la activación de mecanismos inmunorreguladores,26 y que dichas exposiciones se están reduciendo, mientras que la propia microbiota ambiental está siendo modificada por la actividad humana.27, 28

 

Restauración recíproca para las personas y los ecosistemas

Los problemas de salud ambiental, como la pérdida de la biodiversidad, la contaminación y la degradación de los ecosistemas, no son independientes de los problemas de salud pública. La conservación de la biodiversidad y la restauración de los ecosistemas no son sólo formas prácticas de compromiso con la naturaleza, sino también prácticas recíprocamente restaurativas: restauradoras tanto para las personas involucradas como para los ecosistemas que reciben acciones reparadoras.29 Esto tiene enormes beneficios socioeconómicos y culturales.30

Una intervención de salud basada en la naturaleza que postula beneficios tangibles y verificables para la salud psíquica, psicológica y fisiológica es involucrar a las personas en equipos de trabajo de proyectos de restauración ecológica31, 32, 33 Este cambio de paradigma promueve una cultura restaurativa que reconoce los vínculos fundamentales entre los ecosistemas y la salud humana, y considera a la biodiversidad como fundamental para el bienestar y la resiliencia personal, comunitaria y cultural.34 La restauración ecológica participativa puede ser considerada como una prescripción verde (green prescription, en inglés),35 es decir, una receta médica para una actividad monitoreable que implica pasar tiempo en entornos naturales en beneficio de la salud y el bienestar humano. Las prescripciones verdes suelen estar diseñadas para pacientes con una necesidad definida y tienen el potencial para complementar los tratamientos médicos ortodoxos, particularmente aquellos que están destinados a abordar enfermedades no transmisibles y problemas de salud mental.36 Se reconoce que los fundamentos de la prescripción verde requieren la interacción de tres fenómenos principales: entornos naturales, un contexto social y actividades significativas.37 Sin embargo, todavía queda una gran cantidad de investigación por realizar para responder a una serie de preguntas fundamentales, como qué tipos de intervenciones basadas en la naturaleza (o elementos de éstas) funcionan mejor para quién, dónde y cuándo.38

Es posible identificar una variedad de beneficios colaterales asociados a las prescripciones verdes que abarcan áreas de la salud, la socioeconomía y el medio ambiente. La creciente evidencia de una amplia gama de estudios que investigan la relación entre la naturaleza y la salud humana respalda esto y, en particular, los beneficios ambientales.39 Sin embargo, a la fecha, casi no hay literatura científica que muestre resultados empíricos de los efectos en la salud humana al participar en actividades de restauración, lo que refleja una brecha importante que debe abordarse. Se ha inferido, desde una serie de estudios, que el contacto frecuente con la más amplia biodiversidad posible en los espacios verdes es lo que genera una amplia gama de beneficios para la salud derivados de las intervenciones basadas en la naturaleza, incluida la reducción del estrés y la mejora de la salud mental. Inicialmente, esto se dedujo de estudios en los que la falta de acceso a hábitats naturales (especialmente aquellos con microbiota y vegetación del suelo diversas) exacerba los problemas de salud. En las siguientes secciones presentaremos algunos efectos positivos desde la perspectiva de la microbiota y la salud mental que han surgido desde estudios que evalúan el efecto de la exposición de las personas al ambiente natural y cuyos resultados podrían vincularse a la participación en actividades de restauración.

 

Restauración de ecosistemas y modulación de la microbiota

La exposición ambiental permite la interacción humana con todo un ecosistema de microbios, y cada vez hay más pruebas de que la diversidad de microbios en ese ecosistema puede influir en la composición de la microbiota humana, con consecuencias para la función inmune y los consecuentes resultados en la salud.40 La exposición a la microbiota ambiental, tanto de ambientes interiores como exteriores, ocurre constantemente a lo largo de la vida y, por lo tanto, es importante apreciar su papel potencial. La base de evidencia que respalda dicha relación está en sus inicios: el primer estudio en esta área se publicó tan sólo hace cinco años.41 Actualmente, hay varios estudios que han mostrado que la interacción con el entorno natural (por ejemplo, tocar el suelo y la materia vegetal) influye en la microbiota de las personas (de la piel, la boca, la nariz y el intestino).42 Con respecto a la microbiota de la piel, un estudio reciente encontró que los jardines verticales interiores en los espacios de oficina pueden aumentar su diversidad después de 14 días de exposición, y dichos cambios se asociaron con la expresión del ARN mensajero del factor de crecimiento beta transformante de citoquinas,43 lo que indica un potencial papel de la microbiota ambiental en la función inmune. Como no hubo contacto directo con el jardín vertical, estos hallazgos sugieren que la microbiota de la piel y la función inmune pueden estar relacionados con la exposición al aero-bioma (presente en el polvo) asociado con los jardines verticales. Sin embargo, en este estudio no se realizó ninguna evaluación del aero-bioma. Esta idea sobre los efectos en la salud debido a la exposición al aero-bioma cuenta con el apoyo de un estudio reciente realizado con ratones.44 En este estudio se introdujeron ratones en cajas de malla abiertas que permitían el paso del polvo (aero-bioma) proveniente del suelo ubicado al lado de las cajas. Un grupo de ratones fue expuesto a un aero-bioma generado en una condición sin suelo (es decir, una condición control sin exposición al aero-bioma), otro grupo se expuso a un aero-bioma generado desde una condición de suelo de baja diversidad, y un tercer grupo a un aero-bioma de suelo de alta diversidad. Después de siete semanas de exposición, hubo diferencias significativas entre los grupos experimentales en la composición comunitaria del microbioma fecal y cecal. Los ratones expuestos al aero-bioma de suelo de alta diversidad presentaron una mayor presencia de una bacteria que produce butirato (Kineothrix alysoides), lo que se asoció con una reducción de comportamientos de ansiedad en los ratones. Estos resultados apoyan la hipótesis de la biodiversidad, ya que los suelos biodiversos pueden suministrar microorganismos productores de butirato al microbioma intestinal de los mamíferos con posibles implicaciones para la regulación del comportamiento.

También se han realizado intervenciones para observar los efectos en la microbiota intestinal, la evidencia más convincente aquí proviene de estudios con grupos de comparación, e incluye poblaciones tanto de niños como de adultos.45, 46, 47, 48 Las intervenciones examinadas por su impacto en la microbiota intestinal y/o la función inmune incluyeron la exposición directa con una mezcla de abono y tierra,49 jardines verticales interiores,50 exposición a espacios verdes al aire libre51 y jugar en un arenero enriquecido con microbios (incluyendo materia vegetal y suelos de jardinería comercial).52 En dos de estos estudios no se encontraron diferencias significativas entre los grupos de intervención y control a los 14 día,53, 54 a los 21 días 55 y después del cese de la intervención. Estos hallazgos indican que puede ser necesaria una exposición continua, o que las intervenciones no tuvieron una duración suficiente para impulsar cambios a largo plazo en la microbiota intestinal.

La evidencia preliminar publicada hasta la fecha sugiere que la exposición a la microbiota ambiental puede influir en la microbiota del huésped, la función inmune y, finalmente, en los resultados de salud; sin embargo, se necesita más evidencia y con menos sesgos potenciales. Un estudio publicado en el año 2023 por Jessica Stanhope y Philip Weinstein analizó los trabajos recién presentados.56 Hasta la fecha, hay relativamente pocos estudios en humanos que incluyan grupos de comparación, e incluso estos estudios tienen una variedad de posibles sesgos metodológicos, como por ejemplo el sesgo de asignación en dos de los estudios, o el no aislar la exposición al microbioma de otros elementos de las intervenciones (por ejemplo, ver elementos naturales, la naturaleza relativamente a corto plazo de las intervenciones y períodos de seguimiento tras el cese de la intervención). Los tamaños de muestra en todos los estudios también fueron relativamente pequeños. También se requieren evaluaciones más completas de la función inmune. La generalización de los hallazgos también debe considerarse al determinar cómo estos hallazgos pueden aplicarse más allá de los escenarios investigados. Por ejemplo, todos los estudios en humanos con grupos de comparación se han realizado en Finlandia, por lo que es urgente ampliar el espectro biogeográfico y cultural de los estudios para identificar patrones de resultados comunes entre diferentes regiones. La investigación en esta área está en sus inicios y se requiere investigación adicional para comprender mejor los tipos y dosis de exposición, la generalización de los hallazgos entre poblaciones, y garantizar la seguridad de tales intervenciones.

Si bien falta mucho por estudiar y afinar aún, estos resultados preliminares son alentadores y permiten pensar en intervenciones que se podrían realizar para mejorar la exposición de las personas a una microbiota ambiental más diversa. Estos enfoques pueden incluir cambios de comportamiento (por ejemplo, frotar el suelo, trabajar en el jardín y pasar más tiempo al aire libre en espacios verdes), u optimizar la microbiota ambiental en los espacios donde las personas pasan su tiempo. Desde la restauración ecológica se puede contribuir a modular la microbiota de las personas desde dos aproximaciones: restaurando los ecosistemas donde las personas pasan la mayor parte del tiempo, como en las ciudades, y motivando a las personas a participar activamente en actividades de restauración.57 La restauración ecológica urbana incluye proteger y ampliar los espacios verdes urbanos, lo que puede promover la vegetación nativa,58 mejorar la biodiversidad del suelo59 e impactar positivamente en el microbioma humano.60, 61, 62 La restauración ecológica urbana también puede impartir una sensación de bienestar y una mejor salud mental a quienes utilizan los espacios verdes. La regulación del microclima puede ser otro resultado de la restauración ecológica. Se ha demostrado que el aumento de las copas de los árboles reduce las temperaturas de la superficie terrestre, lo que en última instancia tiene un impacto en las enfermedades humanas inducidas por el calor. 65, 66  Las prácticas de agricultura regenerativa en áreas urbanas y periurbanas también tienen un lugar en el marco de las actividades restaurativas, que pueden tener impactos significativos en la salud y el bienestar: mejoran la seguridad alimentaria, la biodiversidad del suelo y la protección contra inundaciones.67

 

Restauración de ecosistemas y efectos en la salud mental

Como se mencionó anteriormente, son muchos los problemas de salud que afectan hoy en día a las personas, y éstos se ven altamente potenciados en ambientes urbanizados. Tanto es así, que gran parte de la población recurre a tratamientos médicos y medicamentos para sopesar el «síndrome de la modernización urbana», el estrés. Este síndrome, como base de muchas enfermedades cardíacas, mentales (como depresión y esquizofrenia), e incluso fisiológicas (como el cáncer), es considerado un factor de morbilidad.68 El incremento de la urbanización ha tenido por consecuencia una desconexión con la naturaleza, ya que son cada vez menos los ecosistemas que persisten, y el acceso a ellos es cada vez más complejo (distancias más largas, donde no cualquier persona tiene las facilidades económicas para acceder a ellos).

Desde la psicología y otras disciplinas sociales se han realizado estudios cualitativos y cuantitativos para poder conocer la relación entre las personas con su ambiente. Sea natural o urbanizado, se busca, a través de la introspección de las personas, su propia percepción física, emocional, espiritual y mental sobre el entorno en el cual están inmersos. Además, recientemente ha quedado claro que la microbiota humana desempeña un papel no sólo en la salud física, sino también en la salud mental. Dependiendo de la diversidad y la composición comunitaria de la microbiota humana, la microbiota puede contribuir a resultados negativos de salud mental o promover la resiliencia al estrés. Una revisión sistemática de estudios científicos realizada en el año 2010 encontró un impacto beneficioso de la exposición al ambiente natural sobre las emociones negativas (ira y tristeza) en personas adultas.69, 70, 71, 72 Además, se sabe que vivir cerca de los bosques tiene efectos en la amígdala,73 un área del cerebro que regula el miedo y la ansiedad. Un trabajo pionero publicado el año 2020 demostró el impacto de una intervención relacionada con la naturaleza en la microbiota intestinal, la serotonina fecal y el comportamiento psicosocial de infantes en edad preescolar, lo que sugiere una vía potencial para resaltar el beneficio de la conexión con la naturaleza.74 Los resultados muestran que jugar al aire libre en parques una vez a la semana por diez semanas mejora significativamente el estrés percibido (particularmente la frecuencia de la ira) y el comportamiento prosocial de las y los participantes, lo que sugiere un vínculo entre estos comportamientos y la carga bacteriana encontrada en los participantes.

 

Conclusión

Existe una creciente preocupación de que la falta de acceso a hábitats naturales exacerbe los problemas de salud de las personas. Para detener y revertir la degradación ecológica y el deterioro de la salud pública, debemos aumentar la comprensión de los efectos de la restauración de los ecosistemas en la salud humana. La participación en actividades de restauración ecológica es una intervención basada en la naturaleza que puede mejorar la salud humana. Como se ha mostrado, la restauración ecológica puede contribuir a modular la microbiota de las personas y la salud psicológica, con consecuencias en el sistema inmune. La restauración ecológica se puede recetar como una prescripción verde, y se puede llevar a cabo a través de dos aproximaciones: restaurando los ecosistemas donde las personas pasan la mayor parte del tiempo, como las ciudades, y motivando a las personas a participar activamente en actividades de restauración.

Marcela Bustamante-Sánchez es profesora asistente en la Facultad de Ciencias Forestales de la Universidad de Concepción, Chile.

Nicolás Rivas Mac Kay es ingeniero en Biotecnología Vegetal de la Universidad de Concepción, Chile.

Antonia Ortiz Astorga es estudiante de cuarto año de la carrera de Ingeniería en Conservación de Recursos Naturales de la Universidad de Concepción, Chile.

 

NOTAS:

1 Yeray Rodríguez-Redondo et al., «Bibliometric Analysis of Nature-Based Therapy Research», Healthcare, vol. 11, núm. 9, 2023.

2 Chorong Song, Harumi Ikei y Yoshifumi Miyazaki, «Physiological Effects of Nature Therapy: A Review of the Research in Japan», International Journal of Environmental Research and Public Health, vol. 13, núm. 8, 2016.

3 Lara S. Franco, Danielle F. Shanahan y Richard A. Fuller, «A Review of the Benefits of Nature Experiences: More Than Meets the Eye», International Journal of Environmental Research and Public Health, vol. 14, núm. 8, 2017.

4 Ziley Mora, El arte de sanar de la medicina mapuche, Uqbar Editores, Santiago, 2012.

5 Erich Fromm, The Heart of Man: Its Genius for Good and Evil, Harper and Row, New York, 1964

6 Edward O. Wilson, Biophilia, Harvard University Press, Cambridge, 1984.

7 Stephen S. Kellert y Edward O. Wilson, The biophilia hypothesis, Island Press, Washington DC, 1993.

8 Gregory N. Bratman, J. Paul Hamilton y Gretchen C. Daily, «The impacts of nature experience on human cognitive function and mental health», Annals of the New York Academy of Sciences, vol. 1249, núm. 1, 2012, pp. 118-136.

9 Howard Frumkin et al., «Nature Contact and Human Health: A Research Agenda» Environmental Health Perspectives, vol. 125, núm. 7, 2017.

10 Lucy Keniger et al., «What are the Benefits of Interacting with Nature?», International Journal of Environmental Research and Public Health, vol. 10, núm. 3, 2013, pp. 913-935.

11 Juyoung Lee et al. «Influence of Forest Therapy on Cardiovascular Relaxation in Young Adults», Evidence-Based Complementary and Alternative Medicine, vol. 2014, 2014, pp. 1-7.

12 Liisa Andersen, Sus Sola Corazon y Ulrika Karlsson Stigsdotter, «Nature Exposure and Its Effects on Immune System Functioning: A Systematic Review», International Journal of Environmental Research and Public Health, vol. 18, núm. 4, 2021.

13 Qing Li, Maiko Kobayashi y Tomoyuki Kawada. «Relationships Between Percentage of Forest Coverage and Standardized Mortality Ratios (SMR) of Cancers in all Prefectures in Japan», The Open Public Health Journal, vol. 1, núm. 1, 2008, pp. 1-7.

14 Yuwen Yang, Yi Lu y Bin Jiang, «Population-weighted exposure to green spaces tied to lower COVID-19 mortality rates: A nationwide dose-response study in the USA», Science of the Total Environment, vol. 851, 2022.

15 Robert Scholes et al., Summary for Policymakers of the Assessment Report on Land Degradation and Restoration of the Intergovernmental Science- Policy Platform on Biodiversity and Ecosystem, Services IPBES secretariat, Bonn, Alemania, 2018, p. 44.

16 Adam T. Cross et al.,  «Time for a paradigm shift towards a restorative culture», Restoration Ecology, vol. 27, núm. 5, 2019, pp. 924–928.

17 James Aronson et al., «A world of possibilities: six restoration strategies to support the United Nation’s Decade on Ecosystem Restoration», Restoration Ecology, vol. 28, núm. 4, 2020, pp: 730–736.

18 Keith Bradby et al., «Four Islands EcoHealth Network: An Australasian Initiative Building Synergies between the Restoration of Ecosystems and Human Health», Restoration Ecology, vol. 29, núm. 4, 2021, pp. 1–9.

19 Martin F. Breed et al., «Ecosystem Restoration: A Public Health Intervention», Ecohealth, vol. 18, núm. 3, 2021, pp. 269–271.

20 Richard Louv, Last child in the woods: Saving our children from nature-deficit disorder, Algonquin Books, Estados Unidos, 2005.

21 Michael Gillings, Ian Paulsen y Sasha Tetu, «Ecology and evolution of the human microbiota: Fire, farming and antibiotics», Genes, vol. 6, núm. 3, 2015, pp. 841–857.

22 Leena von Hertzen, Ilkka Hanski y Tari Haahtela, «Natural immunity. Biodiversity loss and inflammatory diseases are two global megatrends that might be related», EMBO report, vol. 12, núm. 11, 2011, pp. 1089-1093.

23 Tari Haahtela et al., «Immunological Resilience and Biodiversity for Prevention of Allergic Diseases and Asthma», Allergy Eur J Allergy Clin Immunol, vol. 76, núm. 12, 2021, pp. 3613–3626.

24 Ibidem.

25 Ilkka Hanski et al., «Environmental biodiversity, human microbiota, and allergy are interrelated», Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 109, núm. 21, 2012, pp. 334–8339.

26 Erika von Mutius, «From observing children in traditional upbringing to concepts of health», en Graham A. W. Rook, Cristhopher A. Lowry (eds), Biodiversity, evolutionary old friends and a reassessment of the hygiene hypothesis, Springer, Alemania, 2021.

27 Aki Sinkkonen, «From observing children in traditional upbringing to concepts of health», en Graham A. W. Rook, Cristhopher A. Lowry (eds), Biodiversity, evolutionary old friends and a reassessment of the hygiene hypothesis, Springer, Alemania, 2021.

28 Jessica Stanhope, Martin F Breed y Philip Weinstein, «Evolution, Biodiversity and a Reassessment of the Hygiene Hypothesis» en Graham A. W. Rook, Cristhopher A. Lowry (eds),  Biodiversity, Microbiomes, and Human Health, Suiza, 2022.

29 Gary P. Nabhan et al., «Hands-On Ecological Restoration as a Nature-Based Health Intervention: Reciprocal Restoration for People and Ecosystems», Ecopsychology, vol. 12, núm. 3, 2020, pp. 195–202.

30 James Aronson et al., «A world of possibilities: six restoration strategies to support the United Nation’s Decade on Ecosystem Restoration», Restoration Ecology, vol. 28, núm. 4, 2020, pp: 730–736.

31 Keith Bradby et al., «Four Islands EcoHealth Network: An Australasian Initiative Building Synergies between the Restoration of Ecosystems and Human Health», Restoration Ecology, vol. 29, núm. 4, 2021, pp. 1–9.

32 Peter C. Speldewinde, David Slaney y Philip Weinstein, «Is restoring an ecosystem good for your health?», Science of the Total Environment, vol. 502, 2015, pp. 276–279.

33 Jacob G. Mills et al., «Urban habitat restoration provides a human health benefit through microbiome rewilding: The Microbiome Rewilding Hypothesis», Restoration Ecology, vol. 25, núm. 6, 2017, pp. 866–872.

34 Adam T. Cross, 2019, op.cit.

35 Jake Robinson y Martin Breed, «Green Prescriptions and Their Co-Benefits: Integrative Strategies for Public and Environmental Health», Challenges, vol. 10, núm. 1: 2019.

36 Rachel Bragg y Chris Leck, Good Practice in Social Prescribing for Mental Health: The Role of Nature-Based Interventions, Natural England Commissioned Reports, England, 2017.

37 Ibidem.

38 Jake Robinson, 2019. op. cit.

39 Ibidem.

40 Jessica Stanhope, Martin F. Breed y Philip Weinstein, 2022, op. cit.

41 Noora Nurminen et al., «Nature-Derived Microbiota Exposure as a Novel Immunomodulatory Approach», Future Microbiology, vol. 13, núm. 7, 2018, pp. 737–744.

42 Ibidem.

43 Marja I. Roslund et al., «Long-Term Biodiversity Intervention Shapes Health-Associated Commensal Microbiota among Urban Day-Care Children», Environment International, vol. 157, 2021.

44 Craig Liddicoat et al., «Naturally-Diverse Airborne Environmental Microbial Exposures Modulate the Gut Microbiome and May Provide Anxiolytic Benefits in Mice», Science of The Total Environment, vol. 701, 2020, pp. 134684.

45 Marja I. Roslund et al., «Biodiversity Intervention Enhances Immune Regulation and Health-Associated Commensal Microbiota among Daycare Children», Science Advances, vol. 6, núm. 42, 2020, pp. 1–11.

46 Marja I. Roslund et al., «A Placebo-Controlled Double-Blinded Test of the Biodiversity Hypothesis of Immune-Mediated Diseases: Environmental Microbial Diversity Elicits Changes in Cytokines and Increase in T Regulatory Cells in Young Children», Ecotoxicology and Environmental Safety, vol. 242, 2022.

47 Laura Soininen et al., «Indoor Green Wall Affects Health-Associated Commensal Skin Microbiota and Enhances Immune Regulation: A Randomized Trial among Urban Office Workers», Scientific Reports, vol, 1, núm. 1, 2022, pp. 1–9.

48 Noora Nurminen, 2018, op. cit., Marja I. Roslund, 2021, op. cit.

49 Noora Nurminen, op. cit.

50 Marja I. Roslund, 2021, op. cit.

51 Marja I. Roslund 2020, op. cit.

52 Marja I. Roslund 2022, op. cit.

53 Ibidem.

54 Noora Nurminen, 2018, op. cit.

55 Ibidem

56 Jessica Stanhope y Philip Weinstein, «Exposure to Environmental Microbiota May Modulate Gut Microbial Ecology and the Immune System», Mucosal Immunology, vol. 16, núm. 2, 2023, pp. 99–103.

57 Jacob G. Mills, 2017, op. cit.

58 Kiri Joy Wallace, Daniel C. Laughlin y, Bruce D. Clarkson, «Exotic weeds and fluctuating microclimate can constrain native plant regeneration in urban forest restoration», Ecological Applications, vol. 27, núm. 4, 2017, pp. 1268–1279.

59 Elizabeth M. Bach et al., «Soil Biodiversity Integrates Solutions for a Sustainable Future», Sustainability, vol. 12, núm. 7, 2020, pp. 2662.

60 Martin F. Breed et al., «Ecosystem Restoration: A Public Health Intervention», Ecohealth, vol. 18, núm. 3, 2021, pp. 269–271.

61 Emily J. Flies et al., «Biodiverse green spaces: A prescription for global urban health», Frontiers in Ecology and the Environment, vol. 15, núm.9, 2017, pp. 510–516.

62 Jacob G. Mills, 2017, op. cit.

63 Gary P. Nabhan, 2020, op. cit.

64 Emily J. Flies, 2017, op. cit.

65 Thomas Elmqvist et al., «Benefits of restoring ecosystem services in urban areas», Current Opinion in Environmental Sustainability, vol. 14, 2015, pp. 101–108.

66 Jeremy S. Hoffman, Vivek Shandas y Nicholas Pendleton, «The Effects of Historical Housing Policies on Resident Exposure to Intra-Urban Heat: A Study of 108 US Urban Areas», Climate, vol. 8, núm. 1, 2020.

67 Steven N. Handel, «Greens and Greening: Agriculture and Restoration Ecology in the City», Ecological Restoration, vol. 34, núm. 1, 2016, pp. 1–2.

68 Joel Martínez-Soto, Lena M. Montero-López y Ana Córdova, «Restauración psicológica y naturaleza urbana: algunas implicaciones para la salud mental», Salud mental, vol. 37, núm. 3, 2014, pp. 217-224.

69 Timothy R. Sampson y Sarkis K. Mazmanian, «Control of brain development, function, and behavior by the microbiome», Cell Host & Microbe, vol. 17, núm. 5, 2015, pp. 565–576.

70 Diana E. Bowler et al., «A systematic review of evidence for the added benefits to health of exposure to natural environments», BMC Public Health, vol. 10, núm. 1, 2010, pp. 456–456.

71 Noora Nurminen, 2018, op. cit.

72 Marja I. Roslund, 2021, op. cit.

73 Simone Küne et al., «In search of features that constitute an “enriched environment” in humans: Associations between geographical properties and brain structure», Scientific Reports, vol. 7, núm. 1, 2017.

74 Tanja Sobko et al., «Impact of Outdoor Nature-Related Activities on Gut Microbiota, Fecal Serotonin, and Perceived Stress in Preschool Children: The Play&Grow Randomized Controlled Trial», Scientific Reports, vol. 10, núm. 1, 2020.


Salud humana y salud planetaria: dos caras de una misma moneda

Salud humana y salud planetaria: dos caras de una misma moneda

El Dosier Ecosocial Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida incluye un texto de Xiomara Cantera titulado: «Salud humana y salud planetaria: dos caras de una misma moneda«1 que nos adentra en el concepto clave de salud planetaria, mostrándonos cómo la salud humana no puede abordarse aisladamente de la del resto de los seres vivos, pues las personas no podemos estar sanas si las plantas, los hongos los animales y los ecosistemas que nos rodean no lo están.

 

Acababa de quitarse de encima el punto de ansiedad que le despertaba cada mañana. Su primer pensamiento después de la primea dosis del día, antes incluso de que la droga comenzara a hacer efecto, fue cuándo llegaría el momento de preparar la siguiente raya de cocaína. Lo que empezó casi como un juego, como un rito de socialización que le permitía mantener la euforia y la sensación de bienestar más tiempo, beber más copas y alargar la noche, se había convertido, hacía ya tiempo, en un día a día. De unos meses a esta parte, la dama blanca se había comenzado a apoderar no solo de sus noches, sino también de sus días. Casi sin darse cuenta aquel hábito divertido que tantos buenos momentos le había procurado se había convertido en una necesidad irrenunciable tanto para estar con quienes le importaban como para mantener el ritmo de trabajo. Ya no podía estar sin ella.

Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida

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Los efectos que provoca el consumo de cocaína son bien conocidos. Además de la felicidad y la euforia iniciales, es muy adictiva. Con el tiempo, la sustancia provoca síntomas que van desde el nerviosismo a la fatiga, de la ansiedad a la paranoia, de la taquicardia al fallo cardiaco, de la alegría a una desesperación que puede conducir a la depresión o al suicidio. Pero las secuelas de esta droga van más allá de las afecciones que sufre cada consumidor. Para preparar cada dosis se requiere una cantidad determinada de hojas de coca, una planta cuyas propiedades analgésicas, estimulantes o antivirales la han convertido en un producto con numerosos usos clínicos. Los nativos del altiplano andino llevan siglos utilizando sus hojas en dosis mucho menores que las que tiene la droga para, entre otras cosas, tratar el mal de altura y poder vivir en lugares como La Paz (Bolivia), que se encuentra a unos 3.600 metros sobre el nivel del mar.

No conozco la cantidad de hojas de coca que requiere la elaboración de un gramo de cocaína, pero sí sé que su producción, dado lo elevado de su consumo, necesita de enormes extensiones de terreno fértil para su cultivo. Los problemas que genera la industria ilegal de cocaína hacen que los gobiernos traten de frenarlo y, para evitar el mercado negro, lejos de intentar atajar el problema evitando su consumo, tratan de parar la madeja del narcotráfico atacando la hebra más débil: la de los cultivadores. El planteamiento es sencillo, si no hay materia prima, no habrá droga.

En Colombia, el mayor productor mundial, el cultivo de coca es una de las causas que fomentan la deforestación de la Amazonía. Los narcotraficantes extorsionan a quienes viven en esas áreas obligándoles a cultivarla. Para tratar de parar la producción, los cultivos se fumigan con glifosato, un potente herbicida —cuyo uso está en proceso de ser prohibido en Europa— que termina con las plantas de coca, sí, pero también con todos los seres vivos que conviven con la planta y con la salud de los agricultores que se ven obligados a producirla (en quienes la incidencia de enfermedades como el cáncer se ha disparado desde que comenzó esta política).2 Para evitar la acción del gobierno, los narcotraficantes compran tierras en áreas de la selva amazónica cada vez más profundas. Esta estrategia, que también les sirve para blanquear el dinero que obtienen de su actividad ilegal, contribuye a deforestar la selva amazónica, que tiene, entre otras muchas funciones, un papel crucial en la regulación de las lluvias del planeta.

Tratar las enfermedades de los agricultores y consumidores requiere de importantes recursos hospitalarios a los que deberían sumarse acciones de protección y regulación de las áreas naturales esquilmadas por el cultivo ilegal. El ejemplo de este círculo vicioso (personas y ecosistemas dañados de manera irreversible) ilustra de manera muy clara cómo la salud de la humanidad, las sociedades y el entorno natural están interconectados. Esta es la idea principal que subyace al concepto de salud planetaria.

 

La salud planetaria

El concepto de salud planetaria descansa en la idea de que la salud humana no puede abordarse aisladamente de la del resto de los seres vivos. Nuestra salud depende de los ecosistemas que permiten que la vida se mantenga en la Tierra. Es decir, las personas no podemos estar sanas si las plantas, los hongos, los animales y los ecosistemas no lo están.

Sin embargo, nuestra visión de lo que es la salud pública es bastante estrecha porque, cuando pensamos en salud, lo hacemos como si solo fuera una cuestión de hospitales, médicos y antibióticos. Pero nuestro bienestar –y en realidad nuestra posibilidad de vivir en la Tierra– depende, y mucho, del medio ambiente que nos rodea. Una forma clara y directa, pero también brutal, de ver que la salud es una cuestión relacionada con nuestro entorno es constatar, por ejemplo, que el origen de la mayoría de los cánceres infantiles está conectado con las condiciones ambientales.3 También podemos percibir esta relación de forma más amigable cuantificando los efectos positivos que tienen los espacios naturales bien conservados en la salud física y mental de quienes viven en contacto con ellos.4 Asimismo, una gran parte de la mortalidad humana se debe a lo que se conoce como muertes evitables, es decir muertes que se han anticipado a la fecha estadísticamente más probable de fallecimiento, y lo han hecho por factores ambientales (Figura 1). Un análisis rápido de estas estadísticas no deja lugar a dudas: muchas se deben directa o indirectamente al cambio climático (causante de medio millón anual de muertes directas y de decenas de millones de muertes indirectas) o a la contaminación atmosférica (causante de más de nueve millones de muertes anuales).5 Estos datos nos muestran, blanco sobre negro, la relevancia que tienen para el ser humano los ecosistemas bien conservados.

 

Figura 1. Principales causas de defunción relacionadas con la calidad del medio ambiente. Se muestra un promedio para el año 2018. Como referencia, en 2 años, la covid-19, una zoonosis de origen ambiental, causó 6 millones de muertes en todo el mundo.6

Sabemos con exactitud qué debe reunir el medio ambiente para que estemos bien. No se trata solamente de que haya menos contaminación, que también, sino de tener algunas especies más en los ecosistemas, sobre todo en los más influidos por las actividades humanas, y que las interaccionen entre ellas y los ciclos de la materia y la energía se desarrollen sin bloqueos; que se regenere el suelo, que se almacene agua limpia en el subsuelo, que la transpiración del bosque atenúe los extremos climáticos, que los polinizadores polinicen y que los dispersantes de semillas las dispersen. En fin, toda una serie de funciones que cuando las piensas tienen una lógica aplastante, pero que parece que se nos olvidan. Un primer paso para empezar a solucionar los impactos de la crisis ambiental pasa, además de por reducir el consumo de quienes más tenemos, por reconocer nuestro error al pensar que con la tecnología seríamos capaces de suplir todos estos servicios de la naturaleza.

 

La inmunidad de paisaje

Uno de los conceptos que popularizó la covid-19 ha sido el de la inmunidad de rebaño o inmunidad de grupo. Esta inmunidad consiste en reducir las probabilidades de que una persona que no ha estado expuesta a una enfermedad la contraiga al estar rodeada de congéneres inmunizados. Pues bien, más importante, más eficaz, más preventiva y más extensiva que la inmunidad de grupo, que nos cuesta fallecimientos, inversión en vacunas y restricciones a la movilidad, es lo que se conoce como inmunidad de paisaje.7 El concepto alude a la idea de que las estructuras y dinámicas de los ecosistemas complejos y ricos en especies reducen los riesgos de desbordamiento zoonótico (es decir, de salto de patógenos entre especies), disminuyendo así la probabilidad de que una infección de origen animal alcance al ser humano.

El 70% de las enfermedades emergentes que afectan al ser humano son zoonosis, esas enfermedades que, como la covid-19, se originan en animales salvajes o domésticos y acaban saltando a la especie humana.8 Las zoonosis son, junto a la resistencia bacteriana a los antibióticos, la principal preocupación sanitaria a corto plazo y un riesgo directo para nuestra salud. ¿Cómo evitar que se produzcan?

Las interacciones que se dan entre las distintas especies de un ecosistema sano reducen la posibilidad de que aquellas portadoras de patógenos se disparen demográficamente, lo que, por una simple cuestión numérica, aumentaría las opciones de que entrara en contacto con la especie humana. Y es que la culpa de una pandemia nunca es del animal portador del patógeno o del propio patógeno, sino del aumento del contacto del ser humano con estos organismos. Más allá de que la población de una especie concreta aumente, la destrucción de la naturaleza que provocamos facilita las condiciones para que se den estos contagios.

En cualquier ecosistema, sea tropical o templado, prístino o profundamente humanizado, existe una estructura y una dinámica entre animales y plantas que confieren una serie de propiedades entre las que se encuentra la protección ante las enfermedades de otras especies. Los virus y las bacterias se multiplican constantemente aprovechando las ventajas que les ofrece una especie determinada que actúa como hospedador. De hecho, los patógenos evolucionan junto a esos hospedadores en una carrera evolutiva en la que unos buscan estrategias para no enfermar y otros buscan maneras de continuar multiplicándose a través del contagio. Cuando la variabilidad genética de una especie es muy reducida, como ocurre, por ejemplo, en los sistemas de producción intensiva de cerdos o de aves, los virus lo tienen fácil para extenderse, ya que los individuos son genéticamente muy similares entre sí y, además, viven en espacios cerrados que facilitan su propagación. La heterogeneidad del paisaje es muy pequeña y la inmunidad general que se obtiene a ese nivel es mínima en estas instalaciones. Una cierta estructura y dinámica funcional en los ecosistemas es lo que da lugar a paisajes complejos en los cuales podemos transitar con más seguridad, y donde tendremos menos riesgo de contraer una nueva enfermedad para la que nuestro sistema inmune todavía no tiene herramientas, ni nuestro sistema sanitario conocimiento. Esa inmunidad de paisaje tan valiosa y preventiva es una de las primeras propiedades que se pierden con la destrucción de hábitats naturales y la degradación ambiental.

La rápida propagación mundial de la covid-19 muestra la vulnerabilidad de la humanidad a las pandemias provocadas por enfermedades zoonóticas. Los cambios de uso del suelo –convertir las playas en áreas urbanizadas, deforestar la selva para aumentar la superficie cultivada o crear barreras en áreas naturales con grandes infraestructuras como presas o carreteras– es el principal impulsor de la propagación de patógenos zoonóticos a las poblaciones humanas. Por otro lado, si los remanentes de hábitats bien conservados son cada vez más pequeños, las poblaciones humanas cada vez más grandes y la presión sobre esos fragmentos de hábitats para explotar recursos cada vez más intensa, la probabilidad de que un patógeno salte a un humano por contacto se dispara.

Ante el avance de la artificialización de los ecosistemas es imprescindible analizar con atención los mecanismos que provocan la cascada de infección y propagación de los patógenos entre diferentes especies a partir de la degradación ambiental. Ello permitirá maximizar la inmunidad de paisaje como una prioridad tanto para la conservación de la diversidad biológica como para aumentar la seguridad sanitaria desde la escala local a la global.9

 

One heath

Preocupados como estamos por las enfermedades infecciosas humanas, es comprensible que se deje de lado la salud de los demás organismos con los que compartimos el planeta. Sin embargo, hacerlo es olvidar que en la biosfera hay una única salud global; un olvido que hará que sigamos enfermando si no la protegemos globalmente.

Como ilustra el Grupo de Salud de la Fauna (WHSG, por sus siglas en inglés) de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), las poblaciones de animales salvajes tienen cada vez más problemas debido a enfermedades infecciosas que se acentúan por la destrucción y degradación de sus hábitats.10 La destrucción de la naturaleza que implica la relación puramente extractiva que tenemos con ella, tiene consecuencias significativas que van desde impactos en la polinización, en el control de plagas, en las cadenas alimentarias, en la productividad del suelo y en los medios de subsistencia de millones de personas, hasta la salud humana.

La «vacuna de la biodiversidad», ese análogo de una vacuna real que es la naturaleza bien conservada, esa que protege a los humanos de las infecciones que pueden acabar en pandemias, también opera con la fauna silvestre. Y la fauna en declive la necesita más que nunca. Los ecosistemas bien conservados limitan las probabilidades de que los patógenos salten a nuevos huéspedes y amenacen a otras especies. Así lo demuestran estudios como el de Tanner y colaboradores, que comprobaron cómo la presencia de lobos en Asturias reduce la prevalencia de la tuberculosis en jabalís y en el ganado doméstico.11

La salud de la fauna silvestre es la base de la salud de todas las poblaciones de especies animales, sean humanas, domésticas o salvajes. Este es, precisamente, el concepto que fundamenta el programa One Health (una única salud), que desde hace años se lleva desarrollando bajo el auspicio de Naciones Unidas y que, a raíz de la covid-19, ha cobrado una importancia y una visibilidad sin precedentes. La noción de que la salud humana depende de la salud de animales, plantas y ecosistemas es también la base del proyecto Salud Planetaria que la revista médica de The Lancet y la Fundación Rockefeller llevan años impulsando en paralelo.

Dado que la salud de los ecosistemas afecta directamente a la salud humana, la restauración ecológica es, en realidad, un servicio de salud pública. Necesitamos médicos al uso, los de la medicina tradicional, pero también —y cada vez más— médicos de ecosistemas. Medidas como la eliminación de especies exóticas invasoras y la restauración de vegetación autóctona reducen el riesgo de exposición a los patógenos transmitidos por la fauna salvaje mejorando nuestra salud. La colaboración interdisciplinar, los estudios sobre la propagación inducida por el uso de la tierra, la integración de los objetivos ecológicos y sanitarios en las estrategias políticas y el aumento de la vigilancia de los patógenos zoonóticos se vuelven esenciales para que la implementación de estas contramedidas mejore nuestra salud. La restauración ecológica es, por tanto, y para sorpresa de muchos, esencial en el marco de la salud pública, ya que es un elemento inseparable de nuestro bienestar. Así, la gestión para la conservación es la gimnasia que mantendrá nuestros ecosistemas sanos y, con ello, la salud de todos los que vivamos en su entorno.

Tanto las instituciones dedicadas a la conservación como toda la sociedad en su conjunto tienen el imperativo de mejorar la salud y la supervivencia de las especies amenazadas en aras de lograr la conservación de una diversidad biológica que asegure el funcionamiento de los ecosistemas y de nuestra propia salud. Y es que, la simplificación extrema de los ecosistemas que provoca talar y deforestar para convertir la selva en enormes monocultivos como los de coca, soja o palma, tiene dos problemas directos. Por un lado, nos priva de numerosos servicios ecosistémicos y aumenta el riesgo de contraer enfermedades. Por el otro, están los efectos del propio producto sobre nuestra salud: en el caso de la cocaína con los problemas que describíamos al principio; y en el caso de los alimentos que producen y distribuyen las grandes empresas de la industria agroalimentaria, con la hambruna que sufren 1.000 millones de personas que no llegan a tener acceso a la comida y con enfermedades como la obesidad que padecen quienes sí pueden acceder a ella.

No podemos seguir aislando la salud humana del resto de saludes que afectan a los demás organismos con los que compartimos la biosfera, esa fina capa de vida que recubre la Tierra. Actualmente se están destinando muchos fondos y esfuerzos para paliar los efectos de las enfermedades zoonóticas emergentes en humanos. Convendría que la inversión de esos fondos se pensara bien e incluyera la protección ambiental, que es al final la base para evitar las zoonosis que tanto nos preocupan. Resultaría paradójico hacer justo lo contrario.

 

Más allá del medio ambiente

Evidentemente, además de la protección del medio ambiente, necesitamos sistemas de salud que nos protejan. Y el conocimiento de la ciencia médica ha de seguir avanzando. En este sentido, el concepto de salud planetaria también implica que haya unos estándares de salud mínimos a los que acceda toda la población mundial. Toda. Porque de nada sirve que se puedan aplicar técnicas y curaciones extremadamente complejas a una pequeña parte de la población, o que unos pocos tengan acceso a tratamientos carísimos que les permitan llegar a los 100 años, si el resto de la humanidad permanece enferma. Tanto para la detección de enfermedades que pueden convertirse en pandemias como para la protección de toda la ciudadanía, es imprescindible que el sistema de salud nos cubra a todos.

A la hora de detectar una posible pandemia, es necesario contar con sistemas de alerta temprana que permitan dar la voz de alarma en caso de detectar una nueva enfermedad. Estos sistemas no existen en numerosas y pobladísimas áreas del planeta que en su mayoría pertenecen al sur global, esa parte de la Tierra de la que se extraen los recursos para que una minoría viva por encima de las posibilidades del planeta. La importancia de una cobertura y protección sanitarias globales también la hemos visto con la covid-19. Cuando, tras un desarrollo científico espectacular, basado principalmente en la colaboración de la ciencia en todo el mundo, pudimos contar con vacunas, los países ricos se afanaron en contar con dosis para sus poblaciones. No fue tan fácil conseguir vacunas para el sur global, donde todavía hay lugares a los que no ha llegado esta medida de protección. Tras conseguir que la población de los países con más recursos lograra obtener varias dosis de vacuna por persona, creímos —ingenuamente— que el problema estaba solucionado. Sin embargo, el virus continuó mutando y pudo expandirse entre la población que no tuvo acceso a esas vacunas, haciéndose más fuerte y volviendo a infectar a quienes estaba vacunados tras unas cuantas mutaciones que sirvieron al virus para adaptarse a las nuevas circunstancias. Afortunadamente, a estas alturas, contamos con más conocimiento y recursos para el tratamiento de la enfermedad, aunque ésta sigue provocando problemas de diversa gravedad en quienes la sufren.

 

La crisis ambiental

Todo lo ilustrado para el caso de las pandemias se aplica igualmente al cambio climático y sus tremendos impactos en los ecosistemas, así como a los efectos de las distintas formas de contaminación (atmosférica, por nitrógeno, por plásticos, etc.). Más allá de las pandemias, recuperar ecosistemas funcionales es imprescindible para evitar muertes y mejorar la salud física y mental de cada uno de nosotros, pero también para permitir que la nuestra no pase a un catálogo de especies extintas que nadie leería.

El concepto de salud planetaria podía sonar abstracto e incluso esotérico cuando se planteó en 2015, pero la realidad pandémica ha demostrado su importancia. Por eso, debemos valorar en su justa medida otros conceptos que podían sonar también extraños cuando se propusieron, como el de los límites planetarios (esas condiciones físicas del planeta que, al transgredirse, ponen en peligro nuestra propia supervivencia).12 En realidad, todo lo que lleva dimensiones o escalas de planeta suena un poco a ciencia ficción, pero la ecología y la medicina han ido probando una y otra vez las fuertes y notables conexiones entre regiones distantes del planeta y entre procesos aparentemente no relacionados entre sí, como la fertilidad de los suelos, el polvo del desierto que recorre grandes distancias transportando fertilizantes y semillas, las lluvias, la agricultura, las alergias o las enfermedades respiratorias y cardiovasculares. La idea de salud planetaria llevaba circulando muchos años antes de la covid-19, pero lo hacía en ámbitos especializados. Ahora, con la pandemia, y en cierto modo con el cambio climático y la crisis ambiental, el concepto ha saltado al conocimiento general de la sociedad. Parece que, por fin, la noción de que estamos mucho más conectados con todos los demás organismos del planeta de lo que pensamos habitualmente, ha venido para quedarse.

Llama mucho la atención, sin embargo, que pese a la situación crítica en la que nos encontramos, la sociedad capitalista actúe de forma parecida a como lo hace el adicto, que no puede perderse una noche más, una copa más, un trabajo más… Pese a lo incontestable de los hechos, nos empeñamos en mantener un sistema económico y social que exige, tanto a las personas como al planeta, mucho más de lo que nuestros límites naturales nos permiten. Igual que quienes consumen cocaína encuentran que aumentan su energía y su capacidad para mantenerse alerta, que pueden seguir haciendo cosas y continuar a un ritmo sobrehumano, nuestra civilización lleva décadas traspasando los límites planetarios y consumiendo una cantidad de energía que está muy por encima de lo saludable. Para hacerse una idea de lo que estoy hablando, puede ayudar saber que un barril de petróleo, 159 litros, corresponden aproximadamente a 10.000 horas de trabajo manual, y actualmente consumimos casi 102 millones de barriles diarios13. Así, estamos quemando en unos pocos siglos el carbono que se ha ido fijando en forma de combustibles fósiles a lo largo de millones de años.

Como el adicto, seguimos engañándonos y gastando los depósitos de carbono, desestabilizando el ciclo de este elemento vital, aumentando la temperatura y cambiando peligrosamente la proporción de los gases que hay en la atmósfera que nos protege, esa que hace posible desarrollar nuestra vida y la de los ecosistemas que nos sustentan. Nuestra forma de estar en el mundo está provocando la desaparición de miles de especies y poniendo en peligro la supervivencia de otras, incluida la nuestra. Ante esta realidad, quizá haya llegado el momento de cambiar la relación extractiva que nuestra sociedad tiene con la naturaleza y cambiar nuestros hábitos. Nos va la vida en ello.

 

Xiomara Cantera Arranz es responsable de prensa del Museo Nacional de Ciencias Naturales (MNCN-CSIC).

NOTAS:

1 Parte de este texto ha sido extraído del capítulo «One health, la salud no es solo una cuestión médica», del libro La salud planetaria (2022), de la colección de las editoriales CSIC y Catarata ¿Qué sabemos de?, cuyos autores son Fernando Valladares, Adrián Escudero y Xiomara Cantera.

2 Haydi Magali Caro Gutiérrez, Efecto de la aspersión de glifosato en la mortalidad por cáncer en la población rural colombiana, Tesis Doctoral, Pontificia Universidad Javeriana, Colombia, 2019.

3 Rosana E. Norman et al., «Environmental Contributions to Childhood Cancers», Journal of Environmental Immunology and Toxicology, núm. 2, 2014, pp. 86-98.

4 Howard Frumkin et al., «Nature contact and human health: a research agenda», Environ. Health Perspect, núm. 125, 2017, pp. 075001.

5 Richard Fuller et al., «Pollution and health: a progress update», The Lancet Planetary Health, vol. 6, núm. 6, 2022, pp. e535-e547.

6 Organización Mundial de la Salud, Infografía Las 10 causas principales de muerte relacionadas con el medio ambiente, 2019.

7]Jamie K. Reaser et al., «Fostering landscape immunity to protect human health: A science-based rationale for shifting conservation policy paradigms», Conservation Letters, núm. 15, 2022, pp. e12869.

8 Md Tanvir Rahman et al., «Zoonotic Diseases: Etiology, Impact, and Control», Microorganism, núm. 8(9), 2020, pp. 1405.

9 Raina K. Plowright et al., «Land use-induced spillover: a call to action to safeguard environmental, animal, and human health», Lancet Planetary Health, núm. 5, 2021, pp. e237-245.  0

10 Jacqueline Choo et al., «Range area and the fast–slow continuum of life history traits predict pathogen richness in wild mammals», Scientific Reports, núm. 13, 2023, pp. 20191.

11 Eleanor Tanner et al., «Wolves contribute to disease control in a multi-host system», Scientific Reports, núm. 9, 2019, pp. 7940.

12 Johan Rockström et al., «Safe and just Earth system boundaries», Nature, núm. 619, 2023, pp. 102–111.

13 Agencia Internacional de la Energía (IAE), «Oil market Report-December 2023».


Naturaleza, identidad y paisaje. ¿Necesitamos la naturaleza tanto como parece?

Naturaleza, identidad y paisaje. ¿Necesitamos la naturaleza tanto como parece?

El Dosier Ecosocial Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida incluye un texto de José Antonio Corraliza que bajo el título: «Naturaleza, identidad y paisaje. ¿Necesitamos la naturaleza tanto como parece?», reflexiona sobre el papel de la estimulación procedente de la naturaleza en la vida humana, y sobre la necesidad que tenemos de recuperar la conexión y el contacto con la naturaleza en un contexto social cada vez más cargado de recursos tecnológicos.

Introducción

Somos los lugares que habitamos. Y una mera observación de las agendas diarias de las personas que nos rodean confirma la aplastante presencia de la tecnología en nuestra vida cotidiana que parece contener todos los recursos para hacer frente a los problemas que nos amenazan. La tecnología proporciona un horizonte de posibilidades infinitas que, a veces, chocan con las angustias inmediatas y parece acercarnos a un futuro (quizás distópico) donde se pueda vivir al margen de las influencias no deseadas de nuestro entorno cercano, físico y social, y vivir en una falsa burbuja de seguridad. Sin embargo, algunas de las experiencias recientes (como el trauma pandémico o la imposibilidad de hacer frente a las secuelas del cambio climático) muestran los límites de las soluciones meramente técnicas. Y plantean la necesidad de revisar los anclajes sobre los que se articula la existencia humana. Como sugerí recientemente,1 los dos anclajes existenciales más importantes son «la relación con los otros y la vinculación emocional y apego a los lugares que habitamos». «Ambos referentes son cruciales en la construcción de la propia identidad» (p.71).

Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida

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Este trabajo pretende aportar algunas reflexiones sobre el papel de la estimulación procedente de la naturaleza en la vida humana, su importancia como elemento de anclaje existencial y la necesidad de recuperar la conexión y el contacto con la naturaleza en un contexto social cada vez más cargado de recursos tecnológicos. La aspiración a la reconexión con la naturaleza no es fruto de una mera moda cultural ni tampoco de una práctica tokenista (simbólica) de «adornar» nuestra vida cotidiana. La renaturalización de los escenarios que vivimos y de nuestra propia agenda diaria es también un recurso para el bienestar y el equilibrio psicológico.

 

Los escenarios de la vida humana

Una de las más contundentes afirmaciones de la Psicología Ambiental es aquélla según la cual si realmente se quiere explicar la acción de una persona, se debe acudir al lugar en el que ocurre. Esta afirmación se debe a una de las más sólidas tradiciones conceptuales de la investigación psicológica: la escuela de la psicología ecológica, que, siguiendo la inspiración lewiniana, contribuyó a forjar el tejido conceptual de lo que hoy conocemos como psicología ambiental. Así, podría argumentarse que, si queremos saber de los sentimientos de una persona, deberíamos acudir al análisis de los lugares que hemos vivido. Conducta y lugar, ambiente y comportamiento humano, sentimiento y paisaje, forman parte de una selva de dicotomías que, durante mucho tiempo, han sido tratadas como realidades diferentes. Hoy sabemos que, en realidad, forman parte de un mismo continuo. Resulta, en efecto, indisociable lo que somos de los lugares que habitamos, lo que sentimos de los paisajes que vivenciamos, y nuestra manera de ser del ambiente y de las situaciones que creamos.

En uno de los trabajos más sugerentes (e ignorados) en la psicología ambiental de Clare Cooper Marcus,2 se relaciona el significado de los lugares (y, por extensión, de la estimulación ambiental) con lo que este autor denomina la «memoria ambiental»:

«Cada uno de nosotros lleva consigo en la memoria el germen de los paisajes de la infancia –aquellos lugares que encontramos, olemos y exploramos cuando nuestros sentidos parecían nacer a la vida… Estos conmovedores recuerdos nos afectan en incontables maneras, desde los colores que elegimos para los muebles de nuestra casa hasta los lugares que elegimos para vivir» (p. 35).

En realidad, más allá de estas imágenes evocadoras del papel de los lugares como escenarios vitales, difíciles de verificar empíricamente, los lugares deben ser considerados como parte del complejo de estimulación ambiental que influye sobre la actividad humana, en el sentido vygotskiano de la expresión, siendo estos mismos lugares, a la vez, consecuencia de la actividad humana. Los lugares son, pues, la «circunstancia» por excelencia, circunstancia que juega el doble papel de ser a la vez determinante y huella de la actividad humana.

En relación con este punto, surge una pregunta de gran interés: ¿qué papel juega la naturaleza en la estimulación de las personas? Las evidencias registradas muestran, en conjunto, que la naturaleza juega un papel importante en nuestras vidas, incluso aunque no seamos conscientes de sus efectos. En 1989, un equipo de investigación de la Universidad de Michigan formado, entre otros, por una especialista en ciencias biológicas y un reconocido psicólogo publicaron un libro titulado La experiencia de la naturaleza.3 En sus primeras páginas, con forma de pregunta, planteaba si realmente podría comprobarse que el contacto con la naturaleza tendría tantos efectos positivos como muchas personas intuitivamente pensaban. Este texto de referencia en el campo está dedicado fundamentalmente (aunque no de manera exclusiva) a recopilar evidencias sobre la percepción del paisaje, que es una manera de valorar la relación con la naturaleza y, en mi opinión, constituye uno de los hitos en el estudio psicológico del impacto de la estimulación natural en la vida humana.

 

Algunas evidencias de los beneficios y efectos restauradores de la naturaleza

Existen múltiples investigaciones que confirman los beneficiosos efectos psicológicos del contacto con la naturaleza. En un reciente trabajo de revisión de 30 estudios sobre efectos de la naturaleza en la población infantil, se muestra que estos son generalmente positivos.4 En este trabajo se define que el contacto con la naturaleza ayuda a la recuperación de capacidades cognitivas, al equilibrio emocional, a la interacción social y a la adopción de estrategias conductuales para hacer frente a situaciones estresantes. Y evidencias similares se registran en un trabajo aún más reciente de F. Smith y W. Turner.5 Este trabajo revisa más de 20 estudios y muestra que el contacto con entornos naturales o naturalizados contribuye a reforzar el sentido del yo y de los otros y, a través de las experiencias positivas de estos entornos, refuerza tanto el bienestar hedónico (vivir experiencias agradables y satisfactorias) como eudaimónico (sentimientos positivos relacionados con la autorrealización).

La línea de trabajo reciente que más sugerente me parece a este respecto es la que relaciona la exposición y el contacto con espacios naturales o naturalizados con problemas de salud mental y, en particular, con una de las epidemias de nuestro tiempo, que es la experiencia de la soledad. Por ejemplo, en una investigación publicada en una importante revista de epidemiología, se pone en relación la disponibilidad de espacios verdes en el entorno cercano con la experiencia de la soledad.6 Este trabajo, realizado por un equipo internacional, registra evidencias empíricas que muestran que cuando se dispone en el entorno cercano al domicilio de un 30% de espacios verdes, se reduce significativamente la tasa de personas que se sienten solas en comparación con aquellas situaciones en las que las personas sólo disponen en su entorno cercano de un 10% de espacios verdes.

En otro trabajo de revisión sobre este mismo tema, miembros de este equipo de investigación plantearon, después de revisar 22 estudios, lo que denominaron la hipótesis del «apoyarse en lo verde» (lean on green), que predice, a partir de evidencias registradas, que los sentimientos negativos (por ejemplo, el de la soledad) podrían aliviarse y/o prevenirse por los sentimientos y la experiencia de recuperación promovidos por el contacto con la naturaleza.7 Es decir, tener la oportunidad de estar en contacto con elementos naturales o naturalizados puede reducir la soledad al ofrecer oportunidades de alivio, de romper el aislamiento social y de reducción del estrés de la vida cotidiana. Así, podemos encontrar en la naturalización de los escenarios de la vida cotidiana un recurso de gran valor estratégico para hacer frente a los problemas generados por experiencias de aislamiento social y de vacío existencial. En suma, en este y en otros trabajos se sistematiza que el contacto con la naturaleza puede tener cuatro grupos de efectos: tres de ellos positivos y uno negativo.8 Los tres positivos son que la naturaleza puede ayudar a desarrollar la capacidad para afrontar mejor los retos vitales, a restaurar las capacidades personales agotadas o disminuidas por los efectos de la vida cotidiana, y a reducir los perjuicios y daños que se arrastran. El cuarto alude al hecho, también comprobado, de que, si los espacios verdes son de mala calidad o se degradan o están mal gestionados (por ejemplo, espacios deteriorados, inseguros o abandonados), se pueden producir perjuicios y agravar situaciones personales.

Muchas evidencias registradas en este sentido se agrupan en torno a la conocida hipótesis de la restauración, que explica, en su versión más clásica, que el contacto con entornos naturaleza y/o naturalizados contribuye a los procesos de recuperación de la capacidad de atención (teoría de la restauración de la atención) y amortigua o reduce los efectos negativos de los eventos estresantes (teoría de la reducción de estrés), entre otros efectos positivos.9 Un estudio con muestras infantiles de 832 participantes de 6 a 12 años realizado en nuestro equipo mostró el papel que el contacto con la naturaleza cercana tiene en la reducción de los efectos negativos de algunos eventos estresantes de la vida cotidiana, como estar expuesto a frecuentes discusiones en la familia o ser víctimas de acoso en el entorno escolar.10 A estas dos versiones de la teoría de la restauración, Terry Hartig añade dos desarrollos teóricos aún por explorar: la teoría de la restauración relacional, que destaca que las experiencias con los espacios verdes pueden permitir y promover interacciones prosociales y de apoyo entre personas que mantienen relaciones estrechas, y la teoría de la restauración colectiva, que se refiere a la disminución de exigencias y demandas y a la oportunidad de experiencias positivas compartidas dentro de las comunidades, ciudades y sociedades locales.11

Como puede verse, el aluvión de evidencias empíricas sobre los beneficiosos efectos de la naturaleza en la vida humana ha dado lugar también a planteamientos teóricos y conceptuales que hacen de este tema uno de los ejes de la investigación psicoambiental en la actualidad. Sin embargo, el modelo de organización social y espacial actual se ha basado en una tendencia secular a la desconexión y alejamiento de la naturaleza, reduciendo el contacto con la estimulación natural a episodios puntuales e ignorando la estrecha dependencia de la vida humana del resto de formas de vida. Esta tendencia ha ido acompañada frecuentemente por un afán destructivo y depredador de los recursos naturales en la arrogante creencia de que todo lo existente está a nuestro exclusivo servicio.

 

La conceptualización de la naturaleza: la naturaleza, patrimonio emocional

Una de las dimensiones básicas de la cultura humana se define por la forma en que es entendida la relación entre la vida humana y la naturaleza. Clyde Kluckhohn, un antropólogo cuyos estudios sobre los navajos nativos norteamericanos han sido de gran importancia, creía que la cultura —cualquiera que sea la acepción que contemplemos de este polisémico concepto— refleja el modo que tenemos de relacionarnos con la naturaleza. Y podemos considerar que es clave para nuestro ser en el mundo y la forma en que nos relacionamos con ella. La naturaleza es una fuente inagotable de actividad mental, incluyendo las emociones transcendentes de asombro y sobrecogimiento.12 Así pues, la experiencia de la naturaleza, la forma en que se enjuicia y los sentimientos que provoca, son muy variados, pero todos ellos confluyen en el hecho de que la experiencia de la naturaleza induce sentimientos y estados de ánimo, a veces positivos y en otras ocasiones negativos. Recientemente, Glenn Albrecht propuso el término de «sumbiografía» (de raíz griega en referencia al hecho de «vivir juntos») para describir los significados y la importancia de la convivencia con la naturaleza, las personas y el resto de los seres vivos.13 Es una manera de describir el universo incontable de relaciones que dan lugar a cualquier forma de vida, que, en consecuencia, nunca será completamente independiente de las otras formas de vida. En esta palabra (sumbiografía) también aparece el término bio, que alude a la vida como resultado de esta trama de relaciones.

Con el énfasis en lo que significa sumbiografía, pretendo criticar el prometeico intento de algunos modelos culturales de considerar la especie humana como una forma de vida radicalmente excepcional, considerando al ser humano superior y dueño del conjunto de la trama vital. El desarrollo tecnológico (la «cultura material») se ha asentado sobre un conjunto de valores («cultura no material») a partir de la consideración supremacista de la vida humana. La tecnología y los valores a ella asociados han conformado una visión dualista de la existencia humana. Esta ficción hace tiempo que entró en crisis, y con ella el modelo de organización estructural que considera la vida humana con una importancia superior y al margen del resto de seres vivos. Esta creencia básica ha sido considerada el punto central del denominado «paradigma social dominante», frente a un paradigma ecocéntrico, o «nuevo paradigma ecológico». De hecho, un estudio de Kilbourne y colaboradores confirma con datos empíricos que a medida que aumenta la creencia en valores del paradigma social dominante, de claro signo antropocentrista, disminuye la preocupación expresada por el medio ambiente.14 La preocupación ambiental, según estos autores, se relaciona con otras creencias, tales como la necesidad de cambios sociales y personales para recuperar el equilibrio ambiental en la relación con otros seres vivos, o con la naturaleza en su conjunto.

El uso extendido de la naturaleza para referirnos a las formas de vida del planeta es muy común y, en ocasiones, un tanto confuso. De hecho, en muchos trabajos de psicología ambiental se plantea como problema de investigación lo que entendemos por el término naturaleza. Si recurrimos al propio concepto de diversidad biológica tampoco se clarifica mucho el concepto. El Convenio de Diversidad Biológica de hace casi 30 años definía la diversidad biológica como «la variabilidad de organismos vivos de todas las clases, incluida la diversidad dentro de las especies, entre las especies y de los ecosistemas». Una definición así parece que coloca la biodiversidad como una cuestión meramente técnica o propia de los diferentes expertos en el estudio de los organismos vivos. Sin embargo, desde mi punto de vista, la naturaleza y la diversidad biológica hace referencia también al tipo de estimulación del funcionamiento psicológico que proporciona la naturaleza y la capacidad que las personas tenemos de reconocerla.

Hace algún tiempo conocí de primera mano un programa de educación ambiental que se realizaba en la Comunidad de Madrid. El eje central de la experiencia consistía en promover visitas de escolares a uno de los lugares más atractivos de la Sierra de Guadarrama (las lagunas y circo de Peñalara). Durante algunas semanas estuve conociendo las formas en que se llevaba a cabo este programa en el que destacaba el meritorio trabajo de las monitoras, que explicaban este impresionante entorno de origen glaciar que ha sobrevivido a pesar de las múltiples amenazas que se ciernen sobre él. Tenía curiosidad no tanto por lo que los escolares aprendían, sino por el tipo de experiencia que vivían. En una parte del recorrido que realizaban conseguimos que durante algunos minutos una veintena de estudiantes de primaria guardaran silencio y, con los ojos cerrados, intentaran identificar qué oían. Prácticamente todos los participantes, después de este tiempo de silencio, insistían en que no oían nada. Sin embargo, la grabación de ese momento sonoro permitía identificar un viento ululante, sonidos lejanos de cencerros de ganado e, incluso, el sordo rumor de un arroyo. Obviamente, todos ellos podían oír. Pero no pudieron reconocer estos elementos del paisaje sonoro del lugar. Propuse entonces el término de «analfabetismo natural» no para definir la falta de conocimiento sobre los nombres de plantas o aves que encontrábamos en el recorrido, sino para definir la incapacidad de reconocer la estimulación del entorno natural que estaban recibiendo. El analfabetismo natural operaría como lo que en psicología se denomina «sordera psicólogica». Envueltos en una variedad amplia de estímulos de todo tipo, no pueden ni reconocer ni identificar ni discriminar la mayor parte de las señales que les rodeaban. Oían, pero eran incapaces de reconocer los estímulos que formaban parte de ese paisaje. Esto no quiere decir que no influya esta estimulación en sus afectos y estados de ánimos, sino que influyen casi de manera automáticamente, más allá de nuestro propio nivel de conciencia sobre la causa que produce estos efectos. Y ello dificulta a veces poner en valor el carácter de patrimonio emocional de la estimulación de los entornos naturales.

Este hecho da idea de la importancia que tiene conocer el concepto de naturaleza y biodiversidad más allá de las definiciones estrictamente técnicas. Me refiero, de nuevo, a la «experiencia de la naturaleza» y a la pregunta de qué entendemos por naturaleza. En un trabajo publicado en 2020, realizado con una muestra infantil de 94 participantes de 5 años, se reflejó que la mayor parte de los participantes reconocían como naturaleza fundamentalmente elementos de vegetación en múltiples formas (31,28%) y de animales (32,29%).15 Otras alusiones para definir naturaleza fueron categorizadas como referencias a «procesos naturales», en un 10,42% de los casos (para referirse, por ejemplo, a ciclos estacionales), y a la naturaleza inanimada (6,34%), como, por ejemplo, el arco iris o cuerpos celestes (como la luna y las estrellas). Estos resultados son similares a los obtenidos en un estudio cualitativo realizado en nuestro equipo de investigación unos años antes.16

Algunos de estos resultados muestran la acepción, un tanto estereotipada, del concepto de naturaleza. Pero lo que no cabe duda (y los dos estudios mencionados anteriormente así lo muestran) es que la experiencia de la naturaleza, la forma en que se enjuicia y los sentimientos que provoca, es muy variada, pero todos ellos confluyen en el hecho de que la experiencia de la naturaleza induce sentimientos y estados de ánimo y, en consecuencia, no sería exagerado considerar a la naturaleza, y a la diversidad que contiene, también como un elemento más de patrimonio emocional, personal y colectivo.

La naturaleza, como el entramado de otras formas de vida con las que se relaciona la vida humana, llega a formar parte del paisaje existencial que habitamos. La experiencia de relación con estos entornos genera en las personas sentimientos de aprecio y vínculos emocionales que tienen una gran importancia en la vida cotidiana e, incluso, en los procesos de formación de la propia identidad. Y predominan los estudios que muestran los efectos positivos del contacto con la naturaleza, aunque tampoco hay que ignorar las reacciones emocionalmente negativas ante la estimulación natural que también existen, que recientemente se han definido como respuestas biofóbicas.17 Surge así la pregunta sobre la razón de estos efectos en la vida humana.

 

El atractivo de la naturaleza

Existe un debate abierto entre los investigadores sobre las razones que explican los beneficiosos efectos del contacto con la naturaleza. El primer nivel de explicación es de carácter filogenético (de inspiración evolucionista) y se puede describir a partir de la conocida hipótesis de la biofilia. Esta aproximación, por muy sugerente que resulte, es sin embargo difícil de comprobar empíricamente en todas sus predicciones. Es mucho más interesante la aproximación basada en los estudios de percepción y preferencia del paisaje. Tal sería el caso de algunas teorías propuestas por Jay Appleton,18 englobadas en lo que este autor denomina la «estética de la supervivencia», como la teoría del hábitat, que predice que resultarán más atractivos aquellos paisajes que contenga contenidos ecológicos que han sido relevantes para la supervivencia de la especie. Y, entre estos elementos, tiene una particular relevancia la presencia de vegetación (fitofilia) y de agua (hidrofilia). Un ejemplo del papel de la variable de la vegetación queda recogido en la Figura 1, que plantea el dilema de cuál de estos dos paisajes resultaría más atractivo. Sin duda, la respuesta mayoritaria es el paisaje 1.2.

 

Figura 1. ¿Cuál cree usted que es el paisaje que gustaría a más gente?19

 

Junto a estos elementos de contenido del paisaje, Appleton formula también su teoría de la panorámica-refugio, que destaca el papel de la forma y la configuración del paisaje. Esta teoría muestra, con una explicación igualmente filogenética, que existe un patrón generalizado de juicio estético sobre lugares que permiten ver mucho (lugares panorámicos) y otros que permitirían, en caso de una eventual amenaza, protegerse (lugares de refugio). Una confirmación empírica de algunos de esos supuestos la hemos obtenido en un trabajo publicado recientemente que confirma el papel inductor de experiencia estética de paisajes naturales o naturalizados que tienen estos cuatro elementos: presencia de agua, de vegetación, oportunidad de exploración panorámica y oportunidad de refugio.20

Junto a esta explicación filogenética, cabe también la posibilidad de una explicación de carácter ontogenético que relaciona estos beneficiosos efectos con la compatibilidad entre tareas mentales cognitivas (como la atención), con la estimulación procedente de los elementos naturales (de vegetación y agua), y con la forma del entorno resultante. En este sentido, destaca el valor no sólo de los elementos naturales de un entorno, sino de la configuración de la relación entre los distintos elementos que lo componen. Por ejemplo, una de las variables que ha sido objeto de estudio, y que deriva de un modelo de percepción de paisaje clásico (el denominado modelo informacional de Stephen y Rachel Kaplan), es la variable del misterio.21 Esta variable hace referencia no tanto al contenido explícito de un entorno natural, sino, más bien, a la promesa de información que el lugar, por su configuración, ofrece. Un paisaje misterioso, asociado con descriptores físicos tales como la existencia de curvas o de pantallas que velan la información que contiene (pero no la ocultan del todo), resulta mucho más atractivo que un paisaje uniforme y monótono. De hecho, la investigación empírica ha mostrado que el misterio es una de las variables predictoras de la preferencia por un paisaje más importantes. La diversidad biológica, por tanto, también se puede experimentar en la forma que tienen un entorno natural.

En la explicación de los beneficiosos efectos de la naturaleza se han sugerido también otros argumentos basados en la conexión con la naturaleza.22 Como se ha dicho al inicio de este trabajo, los lugares que habitamos conforman de manera decisiva no solo nuestros sentimientos y estados de ánimo, sino también nuestra manera de estar y ser en el mundo: nuestra identidad. Y el constructo de conexión con la naturaleza podría describir este patrón. De hecho, la conexión con la naturaleza no se refiere sólo a la naturaleza biofísica de la relación entre el self y la naturaleza, sino también al hecho de que esta experiencia determina la conciencia y comprensión del mundo natural en su conjunto. La conectividad con la naturaleza implica también la construcción de la identidad ecológica. Desde un punto de vista operativo, un estudio de Pasca, Aragonés y Coello, de la escala más utilizada para medir este aspecto (la escala de conectividad con la naturaleza de Mayer y Frantz), propone la reducción de esta escala a una versión de sólo siete ítems.23 Y, de entre todos ellos, el análisis realizado por estos autores permite concluir que el ítem más informativo y que podría ser el mejor ejemplo de una definición operacional de la conectividad sería el siguiente: «Como un árbol puede ser parte de un bosque, me siento inserto en el mundo natural más amplio». Esto nos permite relacionar la conectividad con la naturaleza con el término de Albrecht, ya citado, de la sumbiografía. La conectividad con la naturaleza podría, además, ser útil como un amplio referente conceptual para entender que las experiencias del contacto con la naturaleza ayudan a las personas a estar bien. Surge, además, el interrogante de si esta relación tiene efectos que van más allá de la experiencia psicológica del bienestar.

 

Experiencias ambientales significativas

La naturaleza, pues, ayuda a las personas a estar mejor. ¿Contribuye también a ser mejores? A este respecto, merece la pena recordar el concepto propuesto en los albores de la educación ambiental (en 1980) por Thomas Tanner de las «experiencias significativas de la vida» (significant life experiences) y el importante papel que en la conformación de estas experiencias significativas tiene la naturaleza.24 Tal y como mencionábamos en un trabajo previo,25 Louise Chawla, en un relevante trabajo de revisión sobre esta cuestión, estudió una muestra de 56 personas que en su etapa adulta podrían ser consideradas como activistas ambientales.26 Este trabajo, realizado a partir de los recuerdos reconocidos por los participantes, permite concluir (a pesar de algunos problemas metodológicos que el estudio tiene) que el compromiso ambiental en la edad adulta se asocia con el recuerdo de experiencias positivas de estancias en espacios naturales o naturalizados durante la infancia, y con el reconocimiento a la influencia de personas que actuaron como inductores del valor del compromiso ambiental (especialmente familiares o profesores). Esta contribución de Chawla ha tenido una gran influencia en los diseños de programas de educación ambiental al destacar la importancia de las experiencias ambientales significativas más allá de otros recursos (información, formación, etc.) en la génesis de la conciencia ecológica responsable. En efecto, permite pensar en la importancia estratégica de las experiencias ambientales infantiles, y específicamente en las de contacto con la naturaleza, en la génesis de la proambientalidad. Como se ha dicho anteriormente, estos resultados podrían verse afectados por los sesgos de la memoria y, en particular, por el sesgo del presentismo que predice que los recuerdos más relevantes del pasado (en la infancia) podría emerger como consecuencia de las experiencias y valores que se tienen en el momento en que los recuerdos se evocan (en la etapa adulta). Sin embargo, la idea sobre el papel de las experiencias de contacto con la naturaleza en la infancia se ven confirmadas en un estudio longitudinal más reciente publicado en 2018.27 En este trabajo los investigadores recogieron datos de, entre otras variables, la conciencia ecológica infantil, el comportamiento proambiental y el contacto directo con el medio natural en niños de 6 años. Los mismos datos fueron recogidos cada dos años hasta que los participantes cumplieron los 18 años. Los resultados mostraron que el predictor más fuerte de la acción proecológica a los 18 años son las experiencias ambientales en la naturaleza a la edad de 6 años. Estos estudios y otros muchos que pudiera citarse permiten confirmar el papel relevante que el contacto con la naturaleza tiene en las personas, incluso aunque las personas no se den cuenta de su influencia; y que estos efectos no sólo contribuyen al bienestar humano, sino también a la génesis de una ética proambiental y, en consecuencia, a «ser mejores personas».

 

Conclusión

En este trabajo se ha recogido un conjunto de aportaciones que justifican la relevancia del contacto con la naturaleza en la vida cotidiana de las personas. Una de las inferencias más relevantes de los trabajos mencionados es, precisamente, la importancia estratégica que tienen las propuestas de renaturalización de los escenarios de la vida cotidiana y de la agenda de vida diaria de las personas. Recuperar el contacto con la naturaleza no es sólo una pretensión de inspiración romántica que se ha puesto de moda. En realidad, la recuperación del contacto con la naturaleza refleja una honda necesidad humana, de la que tomamos conciencia cuando reconocemos los beneficiosos efectos de la estimulación natural, incluyendo los beneficios para la salud. Por eso, muchas de estas contribuciones plantean la necesidad de formular nuevas aspiraciones basadas en el sueño de una sociedad mejor que ponga al mismo nivel de importancia el cuidado de las personas y el cuidado de la naturaleza. El colapso social y el incremento de situaciones de riesgo de exclusión social es una secuela más del expolio de nuestros hábitats. El riesgo de colapso ecológico es paralelo al riesgo del colapso social. El cuidado y la protección de la biodiversidad es una manera más de cuidar y proteger la vida humana. Proteger la naturaleza y defender el equilibro natural es una manera más de hacer frente a las crónicas situaciones de desigualdad social, y es una exigencia derivada del necesario compromiso —personal y colectivo— de lucha contra los riesgos que amenazan el futuro de la vida humana.

José Antonio Corraliza es catedrático de Psicología Social y Ambiental en la Universidad Autónoma de Madrid.

 

NOTAS:

1 José A. Corraliza, «El malestar en época de crisis concatenadas: algunas claves psicosociales», Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 158, 2022, pp. 57-76.

2 Clare Cooper Marcus, «Environmental memories», en Irwin Altman & Setha M. Low (eds.), Place attachment, Plenum Press, New York, 1992.

3 Rachel Kaplan y Stephen Kaplan, The experience of nature. A Psychological perspective, Cambridge University Press, Cambridge, 1989.

4 Adrián Moll et al., «Restorative effects of exposure to nature on children and adolescents: a systematic review», Journal of Environmental Psychology, núm. 84, 2022, pp. 101884.

5 Fliss Smith y William Turner, «What are the psychological and cognitive wellbeing benefits as reported by people experiencing green space? A meta-ethnography», Wellbeing, Space and Society, núm. 5, 2023, pp. 100158.

6 Thomas Astell-Burt et al., «More green, les loneliness? A longitudinal cohort study», International Journal of Epidemiology, núm. 51 (1), 2022, pp. 99–110.

7 Thomas Astell-Burt et al., «Green space and loneliness: A systematic review with theoretical and methodological guidance for future research», Science of The Total Environment, núm. 847, 2022, pp. 157521.

8]Ibidem.

9 Silvia Collado et al., «Restorative Environments and Health» en Ghozlane Fleury-Bahi, Enric Pol, y Óscar Navarro (eds), Handbook of Environmental Psychology and Quality of Life Research, International Handbooks of Quality-of-Life, Springer, Cham, 2017.

10 Silvia Collado y José A. Corraliza, Conciencia ecológica y bienestar en la infancia. Efectos de la relación con la naturaleza, Editorial CCS, Madrid, 2017.

11 Tery Hartig, «Restoration in nature: beyond the conventional narrative» en Anne R. Schutte, Julia Torquati, Jeffrey R. Stevens (eds.), Nature and Psychology: Biological, Cognitive, Developmental, and Social Pathways to Well-being (Proceedings of the 67th Annual Nebraska Symposium on Motivation), Springer Nature, Cham, Switzerland, 2021.

12 Lisbeth C. Bethelmy y José A. Corraliza, «Transcendence and Sublime Experience in Nature: Awe and Inspiring Energy», Frontiers in Psychology, núm. 10, 2019, pp. 509.

13 Glenn Albrecht, Las emociones de la tierra. Nuevas palabras para un nuevo mundo, MRA ediciones, Barcelona, 2020.

14 William E. Kilbourne, Suzanne C.Beckmann y Eva Thelen, «The role of the dominant social paradigm inenvironmental attitudes: A multinational examination», Journal of Business Research, núm. 55, 2002, pp. 193–204.

15 Pablo Olivos-Jara et al., «Biophilia and biophobia as emotional attribution to nature in children of 5 years old». Frontiers in Psychology, núm. 11, 2020, pp. 511.

16 Silvia Collado, Lupicinio Íñíguez-Rueda y José A. Corraliza, «Experiencing nature and children’s conceptualizations of the natural world». Children’s Geographies, núm. 14, 2016, pp. 716–730.

17 Pablo Olivos et al., 2020, op. cit.

18 Jay Appleton, The Experience of Landscape, John Wiley and Sons, New York, 1996.

19 Fotos de Pedro Retamar.

20 José A. Corraliza, Belinda de Frutos y Adrián Moll, «Naturaleza y belleza escénica. Estudio de los juicios de preferencia en paisajes naturales», Ecosistemas, núm. 32 (especial), 2023, pp. 2466.

21 Rachel Kaplan, Stephen Kaplan y Terry Brown, «Environmental Preference: A Comparison of Four Domains of Predictors», Environment and Behavior, núm. 21(5), 1989, pp. 509-530.

22 Pablo Olivos y Susan Clayton, «Self, Nature and Well-Being: Sense of Connectedness and Environmental Identity for Quality of Life» en Ghozlane Fleury-Bahi, Enric Pol, y Óscar Navarro, (eds.), Handbook of Environmental Psychology and Quality of Life Research. International Handbooks of Quality-of-Life, Springer, Cham, 2017.

23]Laura Pasca Laura, Juan I. Aragonés y María T. Coello, «An Analysis of the Connectedness to Nature Scale Based on Item Response Theory», Frontiers in Psychology, núm. 8, 2017.

24 Thomas Tanner, «Significant life experiences. The Journal of Environmental Education», núm. 11(4), 1980, pp. 20-24.

25 José A, Corraliza y Silva Collado, «Conciencia ecológica y experiencia ambiental en la infancia», Papeles del Psicólogo, núm. 40 (3), 2019, pp. 190-196.

26 Louise Chawla, «Significant Life Experiences Revisited: A Review of Research on Sources of Environmental Sensitivity», The Journal of Environmental Education, núm. 29:3, 1998, pp. 11-21.

27 Gary W Evans, Siegmar Otto y Florian G. Kaiser, «Childhood Origins of Young Adult Environmental Behavior», Psychological Science, núm. 29(5), 2018, pp. 679-687.


La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad

La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad

El texto de Mateo Aguado La importancia de comprender cómo nuestra salud y bienestar dependen de los ecosistemas y la biodiversidad forma parte del Dosier Ecosocial titulado Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida publicado por FUHEM Ecosocial, que abordan la importancia de los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida desde diferentes puntos de vista, con el propósito es ahondar en los vínculos naturaleza-bienestar desde una doble perspectiva correlacionada: por un lado, atendiendo a las múltiples contribuciones positivas que la biodiversidad y los ecosistemas nos proporcionan cuando están sanos y, por otro, atendiendo a los efectos negativos que la actual crisis antropogénica de biodiversidad está teniendo y tendrá sobre la integridad de los ecosistemas y, en consecuencia, sobre la prosperidad social.

Explorando los vínculos entre la biodiversidad y la calidad de vida

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El célebre biólogo estadounidense Edward O. Wilson sostuvo durante toda su vida que las personas tenemos la necesidad innata de asociarnos al resto de seres vivos, estando de este modo intrínsecamente ligados a la naturaleza. Esta idea, conocida como la «hipótesis de la biofilia», sugiere así que los seres humanos, por mucho que hayamos artificializado nuestro entorno y modos de vida en las últimas décadas, no podemos, en el fondo, vivir de espaldas a los ecosistemas, pues somos biodiversidad y dependemos de ella.1

La biodiversidad contribuye a la calidad de vida de las personas de múltiples maneras. No solo nos suministra los alimentos que necesitamos para vivir, innumerables medicinas naturales que mejoran nuestra salud y esperanza de vida, y muchas materias primas esenciales en nuestro día a día como la madera, el papel, la lana o el algodón, sino que también participa indirectamente en numerosos procesos que son fundamentales para nuestra salud y bienestar, como el secuestro de carbono (primordial para la regulación climática), la purificación del aire, la depuración del agua, el control de la erosión, la regulación de inundaciones, la fertilidad de los suelos, el control de plagas y enfermedades o la polinización (esencial para la agricultura). Asimismo, la biodiversidad es fuente de bienestar psicológico y emocional a través de las diversas contribuciones intangibles que proporciona a las personas mediante, por ejemplo, la contemplación y el disfrute estético de los paisajes, la relación con otras especies, o los sentimientos de paz emocional, tranquilidad y relajación que produce en general interactuar con la naturaleza.2

A día de hoy existe una amplia y creciente bibliografía que muestra cómo observar y relacionarse con los ecosistemas y la biodiversidad de forma frecuente tiene efectos beneficiosos y medibles sobre la salud y el bienestar de las personas,3,4 asociándose -entre otras cosas- a una menor incidencia de trastornos mentales como la ansiedad, la depresión, el trastorno bipolar, el trastorno obsesivo compulsivo (TOC), el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH), la esquizofrenia, la anorexia o el abuso de drogas,5 así como a efectos positivos en la curación, la frecuencia cardíaca, la presión arterial, los niveles de estrés, la calidad del sueño, la autoestima, el estado de ánimo y los comportamientos prosociales.6

Desde mediados de la década de los ochenta, y gracias al clásico trabajo de Roger S. Ulrich, sabemos que contemplar la naturaleza, aunque sea desde una ventana, mejora la tasa de recuperación de pacientes que han sido sometidos a una cirugía.7 También existen trabajos que han detectado conexiones entre las áreas verdes y la reducción de los nacimientos prematuros y de los neonatos de bajo peso.8 Incluso se ha descubierto que la tasa de mortalidad por accidentes cerebrovasculares tiende a ser menor entre aquellas personas que viven más cerca de espacios verdes.9

El acceso a entornos naturales se ha relacionado también a una menor tasa de obesidad y a un menor riesgo de padecer diabetes tipo 2, además de a una reducción de los dolores de cabeza. Asimismo, son varios los estudios que han encontrado asociaciones entre la exposición a la naturaleza y menores tasas de prevalencia de algunos tipos de cánceres, así como de varias enfermedades alérgicas y respiratorias (como el asma), intestinales, circulatorias, cardiovasculares, inflamatorias y neurodegenerativas.10

Kuo y Sullivan descubrieron que la disponibilidad de zonas verdes en las ciudades se relaciona con una menor tasa de criminalidad y de delincuencia, además de con una menor frecuencia de comportamientos agresivos y violentos.11 En un sentido parecido, Park y colaboradores encontraron que los niveles de ira y hostilidad eran significativamente más bajos en los entornos forestales respecto a los detectados bajo las mismas condiciones en las áreas urbanas.12

También se ha identificado cómo la experiencia de la naturaleza afecta positivamente al rendimiento académico y a las oportunidades de aprendizaje a través de su efecto favorable sobre varios aspectos de la función cognitiva, de la memoria, de la atención y la concentración, y de la imaginación y la creatividad.13 No es de extrañar, en este sentido, que cada día más doctores utilicen la expresión «trastorno por déficit de naturaleza» para referirse a los diversos desórdenes y deficiencias que en ocasiones provoca sobre la salud humana un contacto insuficiente con los ecosistemas y los entornos naturales.14

Cada vez existe una evidencia más sólida sobre cómo el contacto con la naturaleza (entendida ésta de forma amplia, abarcando las áreas naturales, los bosques, las montañas y algunos entornos seminaturales como los parques y espacios verdes urbanos) mejora y alarga nuestra vida. Rojas-Rueda y colaboradores detectaron cómo residir cerca de espacios verdes se asociaba con una mejor salud física y mental, con un menor riesgo de padecer enfermedades y, en general, con una menor tasa de mortalidad y una mayor esperanza de vida.15 Desde hace algunos años sabemos, por ejemplo, que existe una asociación positiva y mensurable entre la riqueza de plantas y de aves en los espacios verdes urbanos y el bienestar psicológico de sus visitantes.16 Igualmente, se sabe que el verdor de los alrededores residenciales se relaciona con un menor uso de medicamentos y con menos visitas a psicólogos y psiquiatras.17

No cabe duda de que los seres humanos, además de interdependientes, somos profundamente ecodependientes. Como le sucede al resto de seres vivos, no podemos sobrevivir ni prosperar si no es de la mano de la naturaleza y su biodiversidad. Y por más que avance nuestra tecnología e inventiva, esto seguirá siendo así por siempre, pues ninguna forma de vida puede prosperar al margen de la propia vida (esto es, al margen de la biodiversidad). Urge entender, en consecuencia, que no puede haber prosperidad ni calidad de vida para las personas sin unos ecosistemas sanos y funcionales y sin una biodiversidad bien conservada, pues ello constituye, al fin y al cabo, la base última del bienestar y de la subsistencia humana. La conservación de la biodiversidad no debería por tanto concebirse únicamente como una cuestión ética o moral, sino como una auténtica necesidad social. Tal y como sentenciaba recientemente Fernando Valladares, mantener ecosistemas ricos en especies y en procesos ecológicos es la mejor fórmula que tenemos para garantizar la salud de la especie humana.18

Durante los últimos decenios, sin embargo, las actividades humanas han venido impulsando toda una serie de problemas ambientales (cambio climático, contaminación, cambios de uso del suelo, alteración de los ciclos biogeoquímicos, introducción de especies invasoras, sobreexplotación de recursos naturales), comúnmente referidos en su conjunto bajo el término de Cambio global, que están afectando seriamente al funcionamiento integral del Sistema Tierra.19 Y una de las principales manifestaciones de tal afección (probablemente la más importante) la encontramos precisamente en el declive generalizado de la biodiversidad del planeta. Tal es la magnitud de este declive que muchos investigadores sostienen que estamos ya inmersos en la sexta gran extinción masiva de especies de toda la historia de la Tierra.20 De no lograr revertirla a tiempo, esta enorme pérdida de biodiversidad conllevará —como no puede ser de otra manera— toda una serie de consecuencias en cascada sobre la biosfera, la esfera social y la salud humana que, en última instancia, podrían llegar a comprometer seriamente nuestra prosperidad y porvenir.21

Además, cada vez existe un cuerpo de conocimiento más consolidado sobre cómo la pérdida de biodiversidad eleva el riesgo de transmisión de patógenos zoonóticos sobre las poblaciones humanas.22 Hoy sabemos que una alta riqueza de especies de vertebrados en los ecosistemas tiende a reducir el riesgo de prevalencia de vectores infecciosos que pudieran llegar a afectar a las personas.23 De este modo, la biodiversidad se erigiría como la mejor vacuna posible frente a enfermedades zoonóticas como la covid-19.24

Sobre todos estos mimbres, la presente publicación tiene como propósito ahondar en los diversos vínculos existentes entre la biodiversidad y el bienestar humano desde una doble perspectiva correlacionada: por un lado atendiendo a las múltiples contribuciones positivas que la biodiversidad y los ecosistemas proporcionan —cuando están sanos— a la calidad de vida humana y, por otro, atendiendo a los efectos negativos que la actual crisis antropogénica de biodiversidad está teniendo sobre la integridad de los ecosistemas y la trama misma de la vida en la Tierra. Comprender y dar a conocer estos vínculos resulta trascendental en el momento de Cambio global y extralimitación ecológica en el que nos encontramos, pues muy probablemente sólo de este modo lograremos revertir a tiempo las aceleradas tendencias de insostenibilidad propias de las sociedades industriales. Y es que, como dijo en una ocasión el famoso oceanógrafo francés Jacques Cousteau, para bien o para mal, los humanos sólo protegemos lo que amamos, y sólo amamos lo que conocemos.

Apremia reconocer que el actual funcionamiento del sistema socioeconómico global, caracterizado por un modo de vida altamente consumista y despilfarrador, está configurando un peligroso escenario planetario de degradación ecológica y pérdida de biodiversidad que está comenzando a amenazar las expectativas de vida de buena parte de la humanidad. Este hecho representa un reto sin precedentes en la historia humana que nos debería instar a impulsar profundas y urgentes transformaciones sociales, económicas y culturales que ayuden a la humanidad a retomar la senda de la sostenibilidad mediante el levantamiento de nuevos paradigmas que estén centrados en el respeto de las especies y los procesos ecológicos que cimentan y posibilitan la vida en la Tierra, y de cuya existencia y funcionamiento depende nuestra salud y bienestar.

Romper con la amnesia ecológica que actualmente impregna el imaginario social del mundo moderno, y que nos hace creer —erróneamente— que es posible la prosperidad humana al margen de los ecosistemas y la biodiversidad, es más urgente y necesario que nunca. En un planeta que cada día es más urbano y tecnodependiente, abordar y revertir esta desconexión humana de la naturaleza, recordando y visibilizando el valor inconmensurable y plural que la biodiversidad tiene para nuestro bienestar, es una labor de gigantesca importancia. Promover la reconexión humana con los ecosistemas y su biodiversidad será crucial durante los próximos lustros para construir nuevos imaginarios socioculturales que permitan articular modos de vida más saludables y sostenibles. Restaurar nuestra biofilia y recuperar nuestra memoria biocultural como seres ecodependientes que somos será fundamental para recorrer la transición a la sostenibilidad que nuestra especie necesita. Pongámonos a ello.

 

Mateo Aguado es investigador en el área Ecosocial de FUHEM y en el Laboratorio de Socio- Ecosistemas del Departamento de Ecología de la Universidad Autónoma de Madrid.

NOTAS

1 Edward O. Wilson, Biophilia, Harvard university press, 1984.

2 Millennium Ecosystem Assessment, Ecosystems and Human Well-being: Biodiversity Synthesis, World Resources Institute, Washington, DC, 2005.

3 Paul A. Sandifer, Ariana E. Sutton-Grier y Bethney P. Ward, «Exploring connections among nature, biodiversity, ecosystem services, and human health and well-being: Opportunities to enhance health and biodiversity conservation», Ecosystem services, núm. 12, 2015, pp. 1-15.

4 Raf Aerts, Olivier Honnay y An Van Nieuwenhuyse, « Biodiversity and human health: mechanisms and evidence of the positive health effects of diversity in nature and green spaces», British medical bulletin, núm. 127(1), 2018, pp. 5-22.

5]Kristine Engemann et al., «Residential green space in childhood is associated with lower risk of psychiatric disorders from adolescence into adulthood», Proceedings of the national academy of sciences, núm. 116(11), 2019, pp. 5188-5193.

6 Paul A. Sandifer et al., 2015, op. cit.

7 Roger S. Ulrich, «View through a window may influence recovery from surgery», Science, vol. 224, núm. 4647, 1984, pp. 420-421.

8 Perry Hystad, et al., «Residential greenness and birth outcomes: evaluating the influence of spatially correlated built-environment factors», Environmental health perspectives, núm. 122(10), 2014, pp. 1095-1102.

9 Elissa H. Wilker et al., «Green space and mortality following ischemic stroke», Environmental research, núm. 133, 2014, pp. 42-48.

10 Paul A. Sandifer et al., 2015, op. cit.

11 Frances E. Kuo y William C. Sullivan, «Environment and crime in the inner city: Does vegetation reduce crime?», Environment and behavior, núm. 33(3), 2001, pp. 343-367.

12 Bum-Jin Park et al., «Relationship between psychological responses and physical environments in forest settings», Landscape and urban planning, vol. 102, núm 1, 2011, pp. 24-32.

13 Gregory N. Bratman et al., «Nature and mental health: An ecosystem service perspective», Science advances, vol. 5, núm. 7, 2019, pp. eaax0903.

14 Richard Louv, Last child in the woods: Saving our children from nature-deficit disorder, Algonquin books, 2008.

15 David Rojas-Rueda et al., «Green spaces and mortality: a systematic review and meta-analysis of cohort studies», The Lancet Planetary Health, vol. 3, núm. 11, 2019, pp. e469-e477.

16 Richard A. Fuller et al., «Psychological benefits of greenspace increase with biodiversity», Biology letters, núm. 3(4), 2007, pp. 390-394.

17 Mark J. Nieuwenhuijsen et al., «The evaluation of the 3-30-300 green space rule and mental health», Environmental Research, núm. 215, 2022, pp. 114387.

18 Fernando Valladares, «More biodiversity to improve our health», Metode Science Studies Journal, núm. 13, 2023, pp. 111–117.

19 Carlos M. Duarte et al., Cambio Global: Impacto de la Actividad Humana sobre el Sistema Tierra, Colección Divulgación, CSIC, Madrid, 2009.

20 Gerardo Ceballos, Paul R. Ehrlich y Rodolfo Dirzo, «Biological annihilation via the ongoing sixth mass extinction signaled by vertebrate population losses and declines», Proceedings of the national academy of sciences, núm. 114, 2017, pp. E6089–E6096.

21 Sandra Díaz et al., «Biodiversity loss threatens human well-being», PLoS biology, núm. 4(8), 2006, e277.

22 Felicia Keesing y Richard S. Ostfeld, «Impacts of biodiversity and biodiversity loss on zoonotic diseases», Proceedings of the National Academy of Sciences, núm. 118(17), 2021, pp. e2023540118.

23 David J. Civitello et al., «Biodiversity inhibits parasites: broad evidence for the dilution effect», Proceedings of the National Academy of Sciences, vol. 112, núm. 28, 2015, pp. 8667-8671.

24 Véase la entrevista a Fernando Valladares realizada por Juan Soto Ivars en El Confidencial el 28 de abril de 2020.

 


¿Crisis demográfica o crisis de cuidados?

El número 160 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambiio global publica en su sección A FONDO un artículo de  Ferrán Muntañé Isart, titulado  "¿Crisis demográfica o crisis de cuidados?."

Los países ricos con valores más igualitarios y estados del bienestar con sistemas de cuidados más desarrollados suavizan el trade.off entre maternidad y proyecto vital/carrera profesional, lo que deriva en numerosos beneficios en términos de autonomía, protección
ante la pobreza infantil, igualdad de género, empleo de calidad y calidad de los cuidados. También tienen tasas de fecundidad más cercanas a la tasa de reemplazo generacional. De ahí que sea pertinente preguntarse si estamos ante una crisis demográfica o una crisis de cuidados.

A lo largo de las últimas décadas hemos asistido a un intenso debate sobre el futuro de la familia a raíz de las rápidas y profundas transformaciones a las que se ha visto sometida. Existe un amplio consenso alrededor de la idea de que sus características básicas o “tradicionales” se han erosionado en los países ricos del Norte global desde la Segunda Guerra Mundial. Esto es especialmente evidente en los incrementos de las tasas de divorcio y las caídas sin precedentes de los matrimonios y, sobre todo, de las tasas de fecundidad. Sin embargo, este proceso ha estado acompañado por una creciente diversidad en los modelos de organización familiar, con un incremento del número de hogares unipersonales, de la cohabitación y otras formas alternativas de estructuración familiar. El resultado de todo ello, para lo que aquí nos ocupa, es un desequilibrio demográfico marcado por la caída de las tasas de fecundidad, al estar muy por debajo de la tasa de reemplazo generacional,1 algo insólito cuando se analiza la realidad demográfica desde una perspectiva histórica. Las poblaciones de los países ricos envejecen a un ritmo nunca visto, y emergen voces de alarma que cuestionan la viabilidad de nuestros sistemas de protección social o que lo utilizan para justificar su desmembramiento, apuntando, por ejemplo, a la insostenibilidad de nuestro sistema de pensiones.

Entre los países ricos, estos fenómenos se han dado con especial intensidad entre los del sur de Europa, denominados “familiaristas”, caracterizados por tener Estados del bienestar poco desarrollados2 y sistemas de cuidados fuertemente apoyados en las redes familiares.3 Por ejemplo, en España la tasa de fecundidad ha sufrido una rápida y aguda caída, hasta situarse, en pocos años, a la cola de la UE (Figura 1).

Figura 1. Evolución de las tasas de fecundidad de los países de la UE-15, 1970-2020.

Fuente: elaboración propia a partir de datos de Eurostat.

Todos estos procesos han estimulado un largo e intenso debate para tratar de explicar sus causas y, con suerte, tratar de revertir o mitigar algunos de sus efectos, tal y como veremos a continuación.

 

Teorías sobre la “erosión” familiar y la crisis demográfica

Hasta recientemente, en las ciencias sociales han destacado dos tesis principales para explicar este proceso de “erosión” familiar. De forma muy sintética, el economista neoliberal y premio Nobel Gary Becker4 señaló que el cambio en los roles de las mujeres, sobre todo por su incorporación masiva al mercado laboral en el marco de una organización familiar basada en la especialización conyugal, conllevaba una devaluación de la utilidad del emparejamiento en términos de eficiencia y bienestar, lo que, en última instancia, derivaría en una erosión de la familia en su sentido tradicional. Sus análisis, en definitiva, apuntan a la materialización de las aspiraciones de igualdad de género en el plano laboral, con el consecuente declive de la división sexual del trabajo (“productivo” reservado a los hombres y “reproductivo” reservado a las mujeres), como causa del debilitamiento de la familia y de la caída de las tasas de fecundidad.5 Por otro lado, la tesis de la segunda transición demográfica (SDT, por sus siglas en inglés) apunta a la difusión de valores “posmodernos” o “postmaterialistas” (utilizando los términos de Inglehart6,7) como desincentivos para los emparejamientos y el compromiso con el otro. Según esta teoría, basada en la pirámide de necesidades de Maslow, los valores posmodernos se convierten en el motor de la transformación familiar al “elevar” las aspiraciones de los individuos que, una vez cubiertas sus necesidades básicas, desarrollan proyectos vitales influidos por valores como el individualismo, la autorrealización, la emancipación y el empoderamiento.8, 9 De esta forma, se vincula el progreso material con la difusión de valores conflictivos con los que han sustentado el modelo familiar tradicional (por ejemplo, con el compromiso conyugal o la crianza).10

Sin embargo, algunas aproximaciones inspiradas por el marxismo feminista apuntan que esta crisis familiar y demográfica, más que un destino inevitable, es el resultado de los desequilibrios derivados del modelo de organización social basado en la familia tradicional en un contexto de expansión –con notables limitaciones– de los valores igualitarios en clave de género. Según estas, la familia es considerada uno de los pilares de la organización capitalista al ser la institución que, mediante la reproducción física de los/as trabajadores/as y la provisión del trabajo doméstico y de cuidados, hace posible la producción de la plusvalía.11,12 Es decir, la división sexual del trabajo en el marco de las sociedades capitalistas (mucho mayor que en sistemas de organización social anteriores) sería una condición necesaria para la explotación o la “esclavitud asalariada”.13 En este contexto, el acceso al mercado de trabajo remunerado, sin ser el destino final de la emancipación de las mujeres, es el primer paso para su autonomía en una economía ampliamente basada en el empleo asalariado.14 De ahí que, en tanto que la división sexual del trabajo –una de las características fundamentales del modelo familiar tradicional– ha mantenido a las mujeres apartadas del trabajo asalariado, estas hayan tendido a posponer o renunciar a la familia.

 

La crisis demográfica es reversible

Afortunadamente, en los últimos años, estudios comparados a nivel europeo han mostrado que la división sexual del trabajo no es inseparable de la familia, y que, en aquellos contextos en los que se han impulsado nuevos “contratos de género más igualitarios”, se produce un “resurgir” familiar (more family, en palabras del sociólogo danés Esping-Andersen), con más matrimonios, emparejamientos más estables y mayores tasas de fecundidad.15 Es decir, cuando se adoptan medidas que, desde un punto de vista estructural, favorecen la igualdad de género, se suaviza el trade-off entre maternidad y realización del proyecto vital y/o profesional, lo que, al mismo tiempo favorece la independencia económica de las mujeres, una mayor protección ante la pobreza infantil, el acceso a empleos de mayor calidad, entre otros. Llegados a este punto, es fundamental constatar que, según datos del European Fertility Surveys, el número de hijos/as deseados en buena parte de los países de la UE se ha mantenido bastante estable durante más de medio siglo, por encima de los dos hijos/as.

La tesis que estas investigaciones parecen confirmar es que el motor de la transformación en la dinámica familiar es la revolución de los roles femeninos. Si bien, como hemos observado, en un primer momento la inestabilidad conyugal se incrementa y las tasas de fecundidad se reducen, este no es un destino inexorable, sino más bien una señal de que la sociedad en su conjunto no está dando respuesta a las necesidades derivadas de los nuevos roles adoptados por las mujeres en sus aspiraciones de una mayor igualdad. Lo que hemos podido observar empíricamente es que, cuando, como resultado de esta respuesta, avanzamos hacia un nuevo equilibrio familiar, es decir, cuando las condiciones materiales y normativas se ajustan al nuevo modelo basado en una mucho menor división sexual del trabajo y una mayor autonomía de la mujer, la familia puede resurgir (la disposición al emparejamiento y al matrimonio se incrementan, las relaciones son más estables y las tasas de fecundidad tienden a reflejar mejor los deseos de las personas). Esencialmente, este nuevo equilibrio requiere poner en práctica cambios de gran importancia: la adaptación del mercado de trabajo, el desarrollo del Estado del bienestar con servicios de cuidados suficientes, asequibles y de calidad y una mayor corresponsabilidad masculina en el trabajo doméstico y de cuidados.16 Desde esta perspectiva, el objetivo sería alcanzar un régimen de políticas de género de “personas sustentadoras/cuidadoras en igualdad”, en contraposición a los regímenes tradicionales de “hombre sustentador y esposa dependiente” (ver Figura 2).17 Pese a que ningún país “desarrollado” se ajusta perfectamente a ninguno de los dos regímenes, encontrándose todos en el heterogéneo repertorio de “regímenes mixtos”, el ejemplo que suele utilizarse como más próximo al ideal de igualdad de género, es el de los países nórdicos, encabezados por Suecia. En ese país, incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, pero especialmente después con la consolidación de los gobiernos socialdemócratas y la influencia de la socióloga Alva Myrdal y el economista Gunnar Myrdal18,19, 20 fueron pioneros en el desarrollo de estas políticas y, pese a sus limitaciones, tienen las tasas de ocupación femenina más altas de la UE, así como unas tasas de fecundidad muy próximas a la de reemplazo generacional.

 

Figura 2. Regímenes de políticas de género

Fuente: elaboración propia a partir de Diane Sainsbury, 1999, op. cit.; y María Pazos, 2018, op. cit.

 

No obstante, cuando el mercado de trabajo asalariado y el Estado del bienestar no ofrecen las condiciones adecuadas para suavizar (o, idealmente, erradicar) el trade-off entre maternidad y realización del proyecto vital de las mujeres, se favorece la desintegración de la familia y la externalización masiva y precaria del trabajo reproductivo.[1]El caso de España (aunque también el de Italia) es especialmente ilustrativo a este respecto. En España, por ejemplo, entre 550.000[2]y 700.00023 trabajadoras (el 88% son mujeres) del servicio del hogar –contratadas directamente por las familias– cubren las necesidades que las propias familias y los sistemas de protección social no están siendo capaces de atender adecuadamente.24 Esto representa entre el 3,3% y el 4,2% del conjunto de la población activa española (frente al 0,9% del conjunto de la UE), y el 28% de todas estas trabajadoras en la UE. Y, aun así, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Trabajo de 2015, «entre las personas ocupadas que vivían con una pareja con trabajo remunerado e hijos/as, las mujeres dedicaban 37,5 horas semanales al trabajo no remunerado y los hombres 20,8». Todo ello con enormes desigualdades por clase social. Por poner un ejemplo ilustrativo, el 20% de los hogares más ricos con personas dependientes recibe ayuda a domicilio 2,5 veces más que el 20% de hogares más pobres.25

Por todo ello, y a la luz de las investigaciones que han demostrado que la crisis demográfica (o, más bien, de cuidados) es reversible, es imprescindible crear las condiciones sociales necesarias para que las personas puedan desarrollar su proyecto vital de forma libre, igualitaria y erradicando todo rastro de precariedad laboral y social en un sector esencial para la vida de los individuos.

 

La respuesta es siempre “más derechos”

Más allá de los efectos macro de la actual crisis demográfica, tales como el incremento en la tasa de dependencia o el decrecimiento demográfico (obviando el saldo migratorio), este proceso conlleva la frustración de muchísimas personas que, como hemos visto, querrían tener hijos/as, pero se ven obligadas a posponer sus deseos o a renunciar a ellos. Esta brecha entre el número de hijos/as deseado y la tasa de fecundidad ha sido denominada “brecha de bienestar,”26 y es, por cierto, un elemento que prácticamente no se tiene en cuenta en los debates sobre esta cuestión.

Con todas sus limitaciones y el retroceso en materia de derechos y bienestar debido a las sucesivas oleadas de políticas neoliberales durante las últimas décadas, los países nórdicos han demostrado que alcanzar sociedades mucho más igualitarias que las actuales no es una utopía irrealizable, sino una alternativa posible y necesaria.27 De ahí que, la fórmula para países familiaristas como España consiste en la eliminación de las políticas públicas que están perpetuando la división sexual del trabajo y la desigualdad de género, y el despliegue de aquellas que establecen las condiciones normativas y materiales para que la igualdad sea posible. Entre las medidas principales, destacan: la universalización de los servicios de atención y educación de la primera infancia (0-3 años) en términos de suficiencia, gratuidad y calidad, con un empleo enteramente público que revierta las privatizaciones; la universalización de los servicios de atención a la dependencia en los mismos términos; y el fomento de la corresponsabilidad en el trabajo doméstico y de cuidados mediante la eliminación de las actuales limitaciones en los permisos de paternidad y maternidad,28 la eliminación de los permisos que no están remunerados al 100% y con reserva del puesto de trabajo, la reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales (en cinco días, y no en cuatro) y el impulso de campañas de sensibilización y promoción del ejercicio de derechos de conciliación por parte de los trabajadores hombres. Estas y otras medidas conforman lo que ha sido denominado el “cuarto pilar del Estado del bienestar”, al complementar los otros tres pilares actuales (sanidad, educación y sistema de pensiones). Algunas investigaciones recientes han demostrado que su implementación en España es perfectamente viable en un horizonte de tiempo relativamente corto (5-10 años[29, 30 y que puede tener efectos muy positivos en términos de autonomía e igualdad de género, protección ante la pobreza infantil y, sobre todo, en términos de calidad en los cuidados. Adicionalmente, se estima que el desarrollo de estos servicios podría crear alrededor de 500.000 puestos de trabajo directos a tiempo completo y de calidad; además, difícilmente deslocalizables (arraigados al territorio) y de escaso impacto ambiental, lo que contribuiría a la transición hacia un modelo productivo más racional, ecológicamente menos destructivo y más centrado en las necesidades básicas de las personas.31 Esta es la agenda que hay que defender, especialmente en momentos de ruptura como los actuales en los que la creciente inseguridad y precarización de las condiciones de trabajo y de vida alimentan el auge de movimientos reaccionarios y/o neofascistas que demandan la reversión de los avances del feminismo y el blindaje de los privilegios patriarcales.32

 

Reconocer y articular la interdependencia

Por último, cabe destacar que, contrariamente a lo que todavía muchas personas creen, los cuidados no son una cuestión meramente individual. Esta idea deriva de la negativa a reconocer nuestras vulnerabilidades compartidas y nuestra interdependencia como seres humanos.33 Como en todos los momentos clave de la historia de la humanidad, la cooperación es un valor fundamental. Dicho sea de forma sintética: sin cuidados, en un sentido amplio, nada funciona. Todos hemos necesitado cuidados durante las primeras etapas de nuestra vida y con gran probabilidad los volveremos a necesitar, por ejemplo, durante la vejez o por encontrarnos en una situación de enfermedad o dependencia. El trabajo de cuidar es extremadamente intensivo en tiempo, y no todo el mundo lo tiene o lo quiere dedicar al cuidado. Tampoco todo el mundo puede contratar servicios de cuidado de la calidad o con la intensidad necesaria (de hecho, solo puede hacerlo una minoría). Esto genera lógicas extremadamente perversas, que deberían avergonzar a cualquier país que se considere a sí mismo “desarrollado”. Durante demasiado tiempo y de forma negligente hemos banalizado algo tan básico como la falta de cuidados. Hemos priorizado el desarrollo de “ciudades inteligentes” (smart cities), en lugar del desarrollo de ciudades justas y verdaderamente sostenibles; hemos visto a los hombres más ricos de la historia de la humanidad viajar por placer al espacio con cohetes milmillonarios, mientras tenemos a millones de personas ancianas y/o dependientes desatendidas en sus casas o hacinadas en residencias precarizadas (la gran mayoría privadas) que han sido un foco de enfermedad y muerte durante la pandemia;34, 35 y hemos socializado las pérdidas de los bancos que construyeron el castillo de naipes financiero que desencadenó la Gran Recesión de 2008, mientras hemos dejado a las familias y al mercado la provisión de algo tan básico para la vida como son los cuidados, con los perniciosos efectos que ello supone tanto para las personas cuidadas como para las que cuidan. La rueda que destroza las vidas de las personas y de los ecosistemas para quienes tratan por todos los medios de perpetuar el crecimiento y la acumulación de capital y privilegios es la misma.

Si bien es cierto que la pandemia ha provocado un cierto giro en la percepción social de los cuidados, y sin desmerecer los avances impulsados por algunos gobiernos, este ha sido más retórico que real. Por ejemplo, en España se acaban de mejorar las condiciones de empleo de las cuidadoras al servicio del hogar familiar mediante la aprobación del Real Decreto-ley 16/2022,36 algo imprescindible y largamente reivindicado para combatir la precariedad laboral en el sector. Sin embargo, de no acompañar medidas como esta con el desarrollo de un sistema público de cuidados de calidad, existe el riesgo de consolidación de un modelo de prestación de servicios domésticos y de cuidados atomizado y mercantilizado que seguirá generando enormes desigualdades sociales y de salud.

Hoy seguimos sin reconocer el carácter imprescindible del trabajo reproductivo, lo que nos mantiene en una larga transición o limbo normativo en el que, por no dar una respuesta adecuada a las aspiraciones de emancipación e igualdad impulsadas por los movimientos feministas, hemos convertido a la familia en un espacio de opresión y dominio insoportable. La reproducción basada en el sacrificio vital de las mujeres es algo insostenible y los datos demográficos así lo demuestran. Así, la que ha sido denominada “crisis demográfica” es más bien una crisis de cuidados. Resistirse a comprender y aceptar esta realidad no es solamente algo inmoral, sino también, a la vista de los resultados, el resultado de políticas ineficientes e inequitativas. Es por ello por lo que es imprescindible ponerlos de una vez por todas en el centro y dedicar nuestra capacidad individual y comunitaria a crear las condiciones políticas, sociales, materiales, culturales e incluso emocionales y afectivas que permitan prosperar a todas las personas y emprender una transición rápida y profunda hacia un modelo productivo (y reproductivo) verdaderamente justo y sostenible.

 

Ferran Muntané Isart es politólogo e investigador del JHU-UPF Public Policy Center, Universitat Pompeu Fabra, Barcelona. UPF Barcelona School of Management, Barcelona.

NOTAS:

1 La tasa de reemplazo generacional es el número de hijos/as por mujer necesarios/as para mantener demográficamente una población sin tener en cuenta el saldo migratorio.

2 Vicenç Navarro, El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias, Anagrama, Barcelona, 2006.

3 María Pazos, Contra el patriarcado: economía feminista para una sociedad justa y sostenible, Katakrak, Pamplona, 2018.

4 Gary Becker, A Treatise on the Family, Harvard University Press, Cambridge, 1981.

5 Véase también: Charles F. Westoff, «Perspective on nuptiality and fertility», Population and Development Review, 12(supplement), 1986, pp. 155-170; Steven L. Nock, «A comparison of marriage and cohabiting relationships», Journal of Family Issues, 16(1), 1995, pp. 53-76; y Steven L. Nock, «The marriages of equally dependent spouses», Journal of Family Issues, 22(6), 2001, pp. 755-775.

6 Ronald Inglehart, The silent Revolution, Princeton University Press, Princeton, 1977

7 Ronald Inglehart, Culture Shift in Advanced Industrial Society, Princeton University Press, Princeton, 1990.

8 Dirk J. Van de Kaa, «Postmodern fertility preferences. From changing value orientation to new behavior», Population and Development Review, 27(supplement), 2001, 290-331.

9 Ron Lesthaeghe, «The unfolding story of the second demographic transition», Population and development Review, 36(2), 2010, 211-251.

10 Puede encontrarse abundante literatura que constata la correlación existente entre el enriquecimiento de los países y la caída de las tasas de fecundidad. Por ejemplo, ver: Timothy Guinnane, The historical fertility. Transition, Yale University Economics Dept. Working Papers, 2010, 84; y Larry Jones y Michèlle Tertilt, «An economic history of fertility in the United States: 1826-1960», en Peter Rupert, Frontiers of Family Economics, Emerald Publishing, Bingley, 2008.

11 Angela Davis, Women, Race and Class. Chapter 3: The Approaching Obsolescence of Housework: A Working-Class Perspective, The Women's Press Ltd, Londres, 1981.

12 Silvia Federicci, Caliban and the Witch. Women, The Body and Primitive Accumulation, Autonomedia, Nueva York, 2004. [N. de la e.] Hay traducción española: Calibán y la bruja. Mujeres cuerpo y acumulación originaria, Traficantes de Sueños, Madrid, 2010.

13 Mariarosa Dalla Costa, «Capitalism and reproduction», artículo presentado en el seminario Women's Unpaid Labour and the World System, organizado por la Japan Foundation, el 8 de abril de 1994, en Tokio, como parte del «European Women's Study Tour for Environmental Issues».

14 Mariarosa Dalla Costa y Selma James, The power of women and the subversion of the community, Falling Wall Press, Bristol, 1972.

15 Gosta Esping-Andersen, Families in the 21st century, SNS Förlag, Stockholm, 2016.

16] María Pazos, 2018, op. cit.

17 Diane Sainsbury, Gender and Welfare State Regimes, Oxford University Press, Oxford/Nueva York, 1999.

18 Alva Myrdal y Gunnar Myrdal, Kris i befolkningsfrågan, Albert Boniers Förlag, Estocolmo, 1934.

19 Alva Myrdal, Nation and Family, Harper and Brothers, Nueva York, 1941.

[20 Alva Myrdal, Jämlikhet, Prisma, Estocolmo, 1969.

21 Joan Benach (coord.), Precariedad laboral y salud mental: conocimientos y evidencias (Informe PRESME), Comisión de Personas Expertas sobre el Impacto de la Precariedad Laboral en la Salud Mental, Ministerio de Trabajo y Economía Social, Madrid, 2023 (en prensa).

22 Oxfam Intermón, Esenciales y sin derechos. O cómo implementar el Convenio 189 de la OIT para las trabajadoras del hogar, Oxfam Intermón, Madrid, 2021.

23 Philip Alsthon, Informe del Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos (A/HRC/444/40/Add.2), Naciones Unidas, 2020.

24 El 56% de estas trabajadoras son migrantes, de las cuales una de cada cuatro está en situación irregular. Además, 40.000 son internas, el 92% de las cuales son migrantes, según datos de la Encuesta de Población Activa (EPA) de 2019.

25 Oxfam Intermón, 2021, op. cit.

26 Gosta Esping-Andersen, 2016, op. cit.

27] María Pazos, 2018, op. cit.

28 Concretamente, algunos elementos del RD 6/2019 impiden a los progenitores turnarse para cubrir a tiempo completo los primeros 8-10 meses de vida, como la obligación de que las primeras seis semanas se tomen simultáneamente y, sobre todo, la necesidad de acuerdo entre el/la trabajador/a y la empresa para tomarse todo el permiso a tiempo completo en las fechas elegidas.

29 Cristina Castellanos, Ana Carolina Perondi, «Diagnóstico sobre el primer ciclo de educación infantil en España (0 a 3 años). Propuesta de implantación de un sistema de educación infantil de calidad y cobertura universal. Estudio de viabilidad económica de la reforma propuesta y de sus impactos socio-económicos», Papeles de trabajo del Instituto de Estudios Fiscales, 2018, 3, pp. 1-140.

30 Rosa Martínez, Susana Roldán, Mercedes Sastre, «La atención a la dependencia en España. Evaluación del sistema actual y propuesta de implantación de un sistema basado en el derecho universal de atención suficiente por parte de los servicios públicos. Estudio de su viabilidad económica y de sus impactos económicos y sociales», Papeles de trabajo del Instituto de Estudios Fiscales, 2018, 5, pp. 1-175.

31 Vicenç Navarro et al., El cuarto pilar del estado del bienestar. Una propuesta para cubrir necesidades esenciales de cuidado, crear empleo y avanzar hacia la igualdad de género, Grupo de Trabajo de Políticas Sociales y Sistema de Cuidados de la Comisión para la Reconstrucción Social y Económica del Congreso de los Diputados, 2020.

32 Más allá de los múltiples ejemplos cotidianos que pueden citarse, es especialmente relevante el trabajo del canadiense Jordan Peterson, un psicólogo canadiense y profesor de la Universidad de Toronto, autor de algunos best-sellers y famoso por sus polémicas opiniones tradicionalistas y misóginas que le han convertido en uno de los referentes intelectuales del conservadurismo anglosajón.

33 The Care Collective, El manifest de les cures. La política de la interdependencia, Tigre de Paper, Manresa, 2022.

34 Public Services International, La crisis del cuidado de larga duración: las consecuencias de la prestación, PSI, 2022.

35 Joan Benach, «Las muertes en residencias y la mercantilización de los cuidados», El País, 27 de abril de 2020.

36 Real Decreto-ley 16/2022, de 6 de septiembre, para la mejora de las condiciones de trabajo y de seguridad social de las personas trabajadoras al servicio del hogar.


El gasto militar destruye bienestar

La sección A FONDO del número 157 de Papeles de relaciones ecosociaels y cambio global, dedicado al Militarismo publica un artículo de Pere Ortega titulado "El gasto militar destruye bienestar" que aborda cómo el ciclo económico militar, o ciclo armamentista, que se nutre de los presupuestos de Defensa de los Estados y nutre el gasto militar, las fuerzas armadas, la I+D militar y las empresas militares, está condicionado por las políticas de seguridad y defensa del Estado.

Los economistas han preferido, en general, utilizar el término economía de la defensa para referirse al entramado económico militar, aunque, para ser más precisos, también podría calificarse como economía de guerra.

No cabe llamarse a engaño, todo ese entramado no tiene otro cometido que prepararse para hacer la guerra, ya sea defensiva con el fin de evitarla mediante la disuasión, argumento este utilizado por los Estados para justificar su fuerza militar; u ofensiva para llevar a cabo intervenciones militares en otros países. Aunque cierto es que la denominación de economía de guerra se utiliza solamente cuando los Estados ponen toda la producción económica de la nación al servicio de la guerra, como así ha ocurrido en todas las grandes guerras. Pero aquí se utilizará la denominación Ciclo económico militar o Ciclo armamentista,1 pues resulta más apropiado para describir todo el conglomerado económico que rodea toda la economía militar.

Esta denominación resulta más acertada porque el concepto de ciclo describe con mayor acierto el itinerario por dónde discurre la economía militar desde su nacimiento hasta su finalización. Este ciclo se inicia siempre de las manos del Estado con la aprobación de los créditos destinados al Ministerio de Defensa para el mantenimiento de las fuerzas armadas. Créditos que se reparten entre los salarios del personal militar, el mantenimiento de servicios, instalaciones e infraestructuras, la investigación y desarrollo (I+D) de nuevas armas y equipos, y los destinados a pagos a las industrias militares que producen y suministran las armas al propio Ministerio de Defensa; mientras que otra parte de su producción irá a la exportación bajo el control del Estado que regula el comercio de armas.

Así, cuando se habla de economía militar con referencia al gasto militar, las fuerzas armadas, la I+D militar, las empresas militares, se debe prestar atención al origen de los recursos que alimentan todo ese ciclo, que no es otro que el presupuesto de defensa de los Estados, incluidas las exportaciones de armas, pues también en su inmensa mayoría son adquiridas por Estados y tan solo una ínfima parte pueden ser adquiridas en el mercado ilegal o por la población. Un Estado que financia todo el ciclo económico militar y que se retroalimenta, pues surge bajo el paraguas del Estado y acaba su periplo en manos del Estado.

Un ciclo en el que también deben tenerse en cuenta todos aquellos aspectos que condicionan ese gasto militar, desde las políticas de seguridad y defensa del Estado, que son las que determinan la estrategia de defensa nacional, las directivas de defensa y el modelo de fuerzas armadas. Doctrinas de seguridad donde se plasman cuáles son los riesgos, los posibles peligros y de dónde proceden las amenazas. Estas doctrinas, llegado el caso, se disponen en leyes, decretos y disposiciones en el ordenamiento jurídico para regular la exportación de armas y su uso. Doctrinas que también determinan el modelo de fuerzas armadas y la clase de armamentos que se deben adquirir, así como el tipo de infraestructuras e instalaciones militares que serán necesarias para adecuar la defensa del territorio y las intervenciones en el exterior. El ciclo económico contempla todo el mantenimiento y servicios necesarios a través de empresas privadas para que las fuerzas armadas sean operativas, y que incluye la formación de los militares en academias y universidades donde se les enseña estrategias y técnicas militares para su uso en conflictos armados. En el ciclo armamentista intervienen también las entidades bancarias financiando a las industrias militares en sus operaciones y venta de armas. Estas entidades comercializan fondos de inversión donde están presentes las grandes empresas de armamentos de las que además pueden ser accionistas.

 

Las fuerzas armadas como medio de control económico

La mejor manera de comprender la existencia de las fuerzas armadas y el gasto que éstas originan proviene de observar cómo actúan las grandes potencias económicas en sus relaciones político-económicas con otros Estados. En la mayoría de las ocasiones vemos cómo las potencias utilizan sus fuerzas armadas para defender sus intereses particulares. Es decir, en aras de la seguridad nacional defienden los intereses de las grandes corporaciones de su propio país. A tal efecto, solo cabe observar cómo actúan EEUU, Rusia, China, Francia, Reino Unido o Australia en la geopolítica mundial y se puede observar cómo cuando las presiones políticas no son suficientes para conseguir sus objetivos políticos/económicos utilizan la fuerza mediante intervenciones militares para así doblegar las resistencias de los países que no se avienen a sus exigencias.

Se señala a las grandes potencias porque son estas las que condicionan el incesante aumento del gasto militar mundial debido a las presiones que ejercen sobre los países que forman parte de sus alianzas, como es el caso de EEUU sobre sus aliados dentro de la organización militar transnacional OTAN. Lo mismo ocurre con China y Rusia que aunque no tengan un organismo militar similar a la OTAN sí tienen acuerdos bilaterales entre ellos y con otros países en la Organización de Cooperación de Shanghái, o de la ASEAN, otro organismo político-económico del sudeste asiático auspiciado por EEUU, con los que pretenden hacer frente a las presiones político-militares de EEUU.

Este aspecto es algo que se constata cuando se observa cómo año tras año aumentan los recursos de las capacidades militares de la mayoría de las grandes potencias y de sus países aliados. Así, de los últimos datos de que disponemos –año 2020– el gasto militar mundial según el SIPRI2 aumentó un 2,6% respecto a 2019, alcanzando la enorme cifra de casi dos billones de dólares (1,981). Algo que contrasta con el descenso del PIB mundial para ese mismo año de un 4,4% debido a los efectos de la pandemia de la COVID-19. De ese enorme gasto militar, EEUU consume el 39%, 778.000 millones, y si se le suman los gastos militares de todos sus países socios en la OTAN, la cifra se dispara hasta alcanzar los 1,03 billones de dólares, que representa el 52% del total del gasto militar mundial. Los dos rivales estratégicos de EEUU, China y Rusia, se encuentran a una considerable distancia en gastos militares. China destina 252.000 millones de dólares y Rusia, 61.700 millones. Menciono estos datos para demostrar quién es más responsable en la escalada militarista, aunque esto, desde luego no disculpa a sus competidores que siguen el mismo camino de aumentar sus capacidades militares en una carrera de armamentos que solo vaticina conflictos y un mayor deterioro medioambiental del planeta.

 

Coste de oportunidad

Se han utilizado estos datos porque el gasto militar desde la economía crítica representa una pérdida de oportunidad para el desarrollo económico-social, pues si esos mismos recursos públicos en lugar de ser destinados a una economía ineficiente se dirigieran a la economía del ámbito civil, la real, la productiva, o a ámbitos sociales como la educación o la sanidad contribuirían mejor al desarrollo de la comunidad donde se llevan a cabo. Los argumentos de quienes han estudiado este desajuste,3 aducen, que el gasto militar genera endeudamiento del Estado, a lo que añaden, que si esos recursos monetarios, de bienes de equipo, de conocimientos tecnológicos y de mano de obra que consumen los ejércitos y la producción de armamentos se destinaran a sectores civiles generarían mayor empleo, así como manufacturas y servicios más competitivos. Esto es debido a que las armas deben ser consideradas productos ineficientes porque no son bienes de consumo, ni tienen valor de cambio pues no entran en los circuitos de intercambio, es decir, en el mercado, convirtiéndose tan solo en bienes de uso para los Estados que son sus principales consumidores, pero sin valor social para la población.

Un arma, como cualquier otro producto, en el proceso de producción necesita de inversiones en I+D y de capital, de otros productos manufacturados y de mano de obra asalariada. Entonces, la producción del arma beneficia tanto al trabajo como al capital (obrero y patrón), y entre ellos se producirá una conexión de intereses; el trabajador necesita el salario, el patrono desea extraer plusvalía del trabajo. Esto explica, cuando aparecen crisis, cómo los trabajadores de las industrias militares salen en defensa de sus puestos de trabajo sin tener en cuenta cuestiones humanitarias o de clase, ya que las armas que fabrican pueden ser utilizadas en guerras donde los obreros se enfrentarán entre sí rompiendo el principio de solidaridad internacional del que se supone deberían ser defensores, y donde, además, causarán un enorme sufrimiento a las poblaciones que padezcan las guerras.

Esta descripción económica, desde un punto de vista keynesiano, como cualquier otra forma de trabajo, mejora la economía, pues el trabajo comporta salario y este favorece el consumo y el crecimiento de la economía. Sin embargo, no aportan ingresos al Estado a través de los impuestos, pues este no los paga. Este periplo económico que para los keynesianos es beneficioso para la economía, no lo es para la economía crítica (Melman, Leontief…), incluidos los partidarios del decrecimiento, que niegan a las armas su carácter benéfico debido a que al ser adquiridas por el Estado no tienen valor social al no circular por el mercado como la gran mayoría de los productos, pues, como ya se ha indicado, la ciudadanía no puede adquirir un avión de combate o un buque de guerra que solo adquieren los Estados, y tan solo una pequeña parte de las armas, las ligeras, pueden ser adquiridas por la población, con enormes restricciones en la mayoría de los países del mundo.

Empero, aquí no se defiende el crecimiento económico per se, sino que debe entenderse que hay otros ámbitos de la economía donde los recursos destinados al armamentismo y al mantenimiento de los ejércitos pueden ser más beneficiosos para la sociedad sin necesidad de agravar la crisis ecológica que vive hoy el planeta.

Esta consideración es pertinente si se tiene en cuenta el gran impacto medioambiental de las emisiones de CO2e que producen las fuerzas armadas y la producción militar. Así, desde el punto de vista de la huella ecológica, las emisiones gases de efecto invernadero (GEI) de los ejércitos son una de las causas más importantes del cambio climático, de la pérdida de biodiversidad y de la reducción de los recursos fósiles no renovables que alimentan la crisis ecológica, y que anuncian, si no se pone remedio, el colapso de la biosfera. Como ejemplos: la primera potencia militar mundial, EEUU, con sus casi dos millones de militares, su presencia militar en las más de 700 bases que tiene repartidas por todo el mundo y su participación directa en conflictos armados, entre 2010 y 2017 tuvo una media anual de emisiones de 527 millones de toneladas de CO2e, muy superior a la de países pequeños y algunos medianos.4 Aunque a distancia de EEUU, la huella de carbono del sector industrial/militar y de las fuerzas armadas de los 27 países miembros de la Unión Europea en el año 2019 fueron estimadas de 24,8 millones de tCO2e,5 que equivalen a aproximadamente a las emisiones anuales de 14 millones de coches.6

La dimensión económica del militarismo

Una aclaración conceptual. El militarismo es una ideología que se da mayormente en el interior de las fuerzas armadas, aunque también en algunos ámbitos de la sociedad civil. Tiene como objetivo imponer la resolución de los conflictos mediante el uso de la fuerza militar y desestimar otros medios no cruentos. Su cometido principal es presionar al poder civil para que aumente las capacidades militares de los ejércitos, que siempre se traducen en aumentar la adquisición de armamentos, mejorar las infraestructuras y el adiestramiento de los militares. En el caso de España, ese militarismo tiene un añadido: la pervivencia en el interior de la estructura militar de la ideología antidemocrática de la dictadura franquista, que impregnó toda la estructura militar durante los cuarenta años de dictadura donde los militares gozaron de múltiples privilegios que aún persisten, y que a menudo reaparece en declaraciones públicas de algunos de sus miembros.

Tal militarismo se puede constatar en el Estado español en el presupuesto del Ministerio de Defensa, con la adquisición de los grandes Programas Especiales de Armamentos (PEA). Los PEA tienen su aspecto más controvertido en lo referente a la necesidad de algunas de esas armas que no se justifican de acuerdo con las inseguridades que señala la Estrategia de Seguridad Nacional (ESN).

Los PEA se iniciaron en 1996, año en el que el gasto militar del Estado español fue de 12.551,7 millones de euros corrientes y que en 2022 será de 22.796 millones.7, 8 Estas cifras muestran un colosal incremento que en buena parte se debe a los enormes costes de los PEA mencionados. Igualmente, otro coste importante fue la profesionalización de las Fuerzas Armadas españolas a partir del año 2001, hecho que también abrió el paso a una mayor militarización, pues un ejército profesional es más corporativo e impulsará más enérgicamente que los valores castrenses se impongan con mayor fuerza en la sociedad.

Pero volviendo a los PEA, desde su inició en 1996 hasta diciembre de 2021 alcanzan 33 grandes programas con el colosal coste de 51.664 millones de euros. Unos programas que están destinados a dotar al ejército de potentes armas de última generación para enfrentarse a desafíos en lejanos escenarios, como así indica la Directiva de Defensa del Ministerio de Defensa de acuerdo con los compromisos que el Estado español contrae con organizaciones internacionales como la OTAN, la UE o compromisos bilaterales con otros países.9 Los PEA no obedecen a las necesidades de la seguridad de la población, pues de acuerdo con lo que indica la ESN, España no tiene amenazas que los justifiquen y, entonces, solo satisfacen los intereses del complejo industrial militar español, que no son otros que los de los accionistas y ejecutivos de las industrias militares; los altos mandos militares, algunos de los cuales acaban entrando como ejecutivos en las empresas militares, o políticos ligados al Ministerio de Defensa que también se integran en las empresas militares.10

De acuerdo con esas premisas, algunos de esos programas no deberían haberse llevado a cabo y otros deberían haberse reducido en número de manera considerable. Por ejemplo, los blindados de combate Leopardo, Pizarro, Centauro o los actuales Dragón tienen poca operatividad, pues no existe la percepción de que España se vea amenazada por una invasión exterior. Los blindados Leopardo, debido a su peso, no pueden ser transportados en otra de las estrellas de los programas PEA, los aviones A400M, adquiridos para transportar material y tropa a largas distancias, porque solo admiten un peso de 44 toneladas. Algo similar ocurre con otras armas, como los helicópteros Tigre y NH-90, el Obús de 155 mm, el avión de combate EF-2000 y el submarino S-80. Armas para ser desplazadas a largas distancias y que no aportan nada a la seguridad de la población española, pues su seguridad está relacionada con otras amenazas de ámbito social: falta de empleo, de vivienda y diversas coberturas sociales.

Pero la militarización del presupuesto no solo se produce por los PEA; otro elemento a considerar son las propias fuerzas armadas, y no por el elevado número de militares que tiene el Estado español, 120.000, pues un ejército de reducido número lo podría ser igualmente. La militarización del ejército proviene de la Directiva de Defensa Nacional donde se enumeran cuáles son las amenazas a las que se debe hacer frente, a saber: preservar el medio ambiente frente al cambio climático, prevenir pandemias, desastres naturales, crisis humanitarias, ataques cibernéticos, migraciones masivas, crimen organizado, vulnerabilidad energética, inseguridad económica, terrorismo, proliferación de armas nucleares y hacer frente a posibles conflictos armados. A excepción del último, los conflictos armados, ante el resto de amenazas las fuerzas armadas nada pueden hacer para evitarlas. Aunque haya quien piense que sí frente al terrorismo, pero ya se ha demostrado que las fuerzas armadas nada pudieron hacer ante los ataques perpetrados en diversos lugares del mundo, ni en el 11S en 2001 ni tampoco en Atocha, Madrid, en 2011 ni en Barcelona en agosto de 2017.

Entonces, el papel que juega el ejército en España, donde la posibilidad de una guerra entre Estados colindantes ha desaparecido y donde el ejército, desde el punto de vista de la seguridad, tiene una escasa o nula función, fuera de llevar a cabo acciones de emergencia frente a catástrofes naturales (tormentas, incendios, pandemias) –que no son su función, pues deberían estar a cargo de servicios civiles y no de un cuerpo militar–, el principal papel que desarrollan es dar apoyo fuera de las fronteras españolas a los compromisos adquiridos con la OTAN, la UE o la ONU, donde a lo sumo se despliegan no más de 3.000 militares y normalmente siempre equipados con un armamento de escaso potencial en supuestas misiones de paz. Entonces, ¿por qué no abordar en España una profunda revisión del ejército que rebaje su número y sus capacidades armamentísticas para ponerlas en sintonía con la realidad no solo geopolítica sino también con las necesidades de las poblaciones del entorno mediterráneo y europeo? Ello liberaría enormes recursos de capital que podrían destinarse a una economía más productiva y a necesidades más perentorias para las personas. Solo hay una respuesta: por la existencia del militarismo, tanto en el interior de la cúpula de los grandes partidos españoles, como en el interior de las fuerzas armadas. Las razones: los políticos, por una inercia que proviene de un pasado en el qué no se concibe un Estado-nación sin ejército; el de la cúpula militar, para mantener sus privilegios corporativos. Estos intereses combinados contaminan a la sociedad para que se mantenga un ejército sobredimensionado en número y capacidades militares, cuando la auténtica seguridad que precisa la población española está relacionada con aquellos otros aspectos que son vitales para la vida de las personas: el empleo, la vivienda, la salud, preservar el medio ambiente y las coberturas sociales.

 

¿Gasto militar o desarrollo humano?

Reinvertir el gasto militar en desarrollo humano es una antigua aspiración expresada en el segundo Informe de Desarrollo Humano (PNUD) de 1992, donde se señalaba que tras finalizar la Guerra Fría se estaba produciendo un descenso del gasto militar mundial y que si una parte, un 3% del total anual, se destinara a ayuda al desarrollo –entonces representaban 50.000 millones de dólares anuales– a la vuelta de diez años, se podrían eliminar las enormes desigualdades existentes en el mundo, y, en especial, acabar con la pobreza que entonces afectaba a unos 1.000 millones de personas. Esta propuesta recibió el nombre de dividendos de paz. Es decir, que la voluntad expresada en el PNUD de 1992, hoy, con el gasto militar mundial actual y aplicando una igual disminución de un 3% anual y destinándola a desarrollo humano de los países empobrecidos se podrían liberar 60.000 millones de dólares para destinarlos a eliminar las desigualdades más perentorias de los países empobrecidos. En especial, se podría acabar con el hambre, que en 2021 afecta a unos 811 millones de personas, y desarrollar la educación y una sanidad suficientes para que sus economías mejoraran.

Otra cuestión. La crisis financiera iniciada en 2008 permitió la disminución de los gastos en defensa en la mayoría de los países del mundo occidental. Por ejemplo, EEUU disminuyó en dólares corrientes su presupuesto en defensa de 752.288 millones en 2011 a 633.830 en 2015. Y España también lo redujo, pasando de 19.418 millones en euros corrientes en 2008, a 16.861 millones en 2016.11 Si eso fue posible debido a la crisis financiera, ahora con la crisis económica producida por la pandemia de la COVID-19 y con el desafío de hacer realidad los acuerdos ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) para 2030, aprobados por toda la comunidad internacional, que para alcanzarlos tan solo se debería persistir en el camino de disminuir el gasto militar, en especial el de las grandes potencias y el de sus países aliados para convertir los dividendos por la paz en una realidad. Unos dividendos de paz que se conseguirían mediante la reducción en adquirir armamentos y del número de efectivos militares. Desde luego no se trata de dejar sin empleo a los militares obligados a dejar el ejército o a los trabajadores de las industrias militares; existen múltiples ejemplos de conversión del sector militar industrial al sector civil, como también de reintegrar en el cuerpo estatal de funcionarios a los militares. Esto, además, contribuiría a reducir carreras de armamentos entre países e impedir posibles nuevos conflictos armados. Entonces saldríamos ganando en medio ambiente, habría mayor empleo y más recursos para desarrollo humano. Esa posibilidad existe, y, como siempre, tan solo es cuestión de voluntad política por parte de los gobiernos.

Pere Ortega es miembro y co-fundador del Centre Delàs d’Estudis per la Pau

1 Tal como la denominaba el economista Arcadi Oliveres que es quién apadrinó esta denominación. Arcadi Oliveres y Pere Ortega, El ciclo armamentista español, Icaria, Barcelona, 2000.

2  Trends in World Military Expenditure 2020, International Peace Research Institute.

3 Heidi W. Garret-Pettier, Job Opportunity Cost of War, Papers, Watson Institute, Brown University, 2017; Wassily Leontief y Faye Duchin, Military Spending: Facts and Figures, Worldwide Implications and Future Outlook, Oxford University Press, Nueva York, 1983; Wassily Leontief,  Disarmament, Foreign Aid and Economic Growth, Peace Economics, Peace Science and Public Policy, vol.5 (3), 2005; Seymour Melman, El capitalismo del Pentágono, Siglo XXI, Madrid, 1976.

4 Neta C. Crawford, Pentagon Fuel Use, Climate Change, and the Costs of War, Papers, Watson Institute, Brown University, 2019.

5 Stuart Parkinson y Linsey Cottrell, Under the Radar. The Carbon Footprint of Europe’s Military Sectors, European United Left/SGR/ the Conflict and Environment Observatory, 2021.

6  Pere Brunet, Chloé Meulewaeter y Pere Ortega, Crisis climática, fuerzas armadas y paz medioambiental, Informe 49, Centre Delàs d’Estudis per la Pau, Barcelona, 2021.

7 El gasto militar aquí señalado incluye el presupuesto del Ministerio de Defensa más todos aquellos otros créditos presupuestarios repartidos por otros ministerios que son de carácter militar. Para mayor información, consultar Pere Ortega, Economía de guerra, Icaria, Barcelona, 2018.

8 Pere Ortega, Xavier Bohigas y Quique Sánchez, El gasto militar real del Estado español para 2022, Informe 50, Centre Delàs d’Estudis per la Pau, 2021.

9 No se menciona a las Naciones Unidas porque, en general, las intervenciones de los cascos azules no requieren de ese tipo de armamentos, pues sus misiones están más encaminadas a la mediación e interposición sin necesidad de armas ofensivas.

10 Los casos más escandalosos son los de los exministros Eduardo Serra en la empresa de capital israelí Everis, afincada en España, y Pedro Morenés, después de haber estado en muchas otras industrias militares ahora lo está en Amper. Para más información, véase Pere Ortega, El lobby de la industria militar espoañola, Icaria, Barcelona, 2015.

11 Base de datos de Centre Delàs.


¡Moveos, moveos, malditos! Migraciones en el siglo XXI en España

La sección A FONDO del número 160 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global incluye el texto de Andreu Domingo titulado: "¡Moveos, moveos, malditos! Migraciones en el siglo XXI en España".

La intelección de las migraciones durante el siglo XXI y su previsión, parte de dos hipótesis: la globalización económica, y la contradicción entre reproducción demográfica y social, y capitalismo. Patente en la producción de redundancia, la contradicción entre producción y reproducción, el crecimiento de la desigualdad y, por último, el calentamiento global. El caso de España es un buen ejemplo.

Dos preguntas y dos hipótesis para empezar. ¿Qué es lo que explica la creciente importancia de las migraciones en el siglo XXI? ¿Cuál puede ser su evolución futura? Para responder a esta doble cuestión, hay que tener en cuenta que las migraciones dependen de la situación económica, política y demográfica, constituyendo, a la vez, uno de los fenómenos demográficos de más difícil previsión, en parte por su asociación con los ciclos económicos. La principal tesis de la que parto no pretende ser nada original.

La migración internacional, su aceleración, diversificación y crecimiento en el siglo XXI son ante todo producto del proceso de globalización.

Su futuro pues, está fundamentalmente ligado al desarrollo o colapso de ese proceso y al posible impacto de la llamada cuarta revolución industrial.1 La segunda hipótesis, no tan evidente, es que esa relación está marcada por la creciente contradicción entre el sistema de reproducción demográfico y social, y el orden capitalista, definiendo contradicción, como el desarrollo de tendencias antagónicas que conducen hacia una crisis.2

En esta gran contradicción enunciada, podemos encontrar subsumidas otras cuatro contradicciones:

1)  La primera y principal es que la creación constante de redundancia forme parte de la estrategia reproductiva del sistema capitalista, y que esta parece que se agudizará con la cuarta revolución industrial.

2) La segunda es la dependencia del trabajo productivo, respecto al trabajo reproductivo, sin que esta se reconozca, de modo que o se mantiene al margen del mercado, o cuando se externaliza en el mismo, lo hace de forma generizada y sistemáticamente devaluada.

3) La tercera es que, a despecho del discurso sobre la “diversidad”, la segmentación del mercado laboral se fundamenta sobre la división sexual del trabajo, la racialización y el crecimiento de la desigualdad entre clases sociales.

4) Por último, pero actuando como marco general, señalamos la contradicción que representa un sistema basado en el crecimiento continuo (también demográfico) y la conservación del medio ambiente, manifestada por el calentamiento global que ha precipitado el cambio climático.

Es a partir de esa doble premisa inicial –globalización y contradicción entre reproducción demográfica y social y capitalismo–, desde donde desgranaré los principales desafíos demográficos y sociales del futuro relacionados con las migraciones internacionales. El caso español, constituye un ejemplo paradigmático de ese proceso, teniendo en cuenta su fulgurante paso de país de emigración secular a país de inmigración a finales del siglo XX y la particular intensidad de los flujos migratorios internacionales recibidos durante el siglo XXI. Estamos hablando de nada menos que dos booms migratorios. El primero de 2000 a 2007, truncado por la crisis económica y el segundo de 2014 a 2019, frustrado por la pandemia, que registraron respectivamente 4,9 millones y 3,6 millones de altas desde el extranjero. A lo que hay que añadir episodios de emigración notable durante la Gran recesión que afectó tanto a la población inmigrada durante el primer boom inmigratorio como a la población nativa, en especial a los jóvenes con mayor nivel de estudios, con 2,2 millones de salidas entre 2008 y 2013.

 

La pista de baile: globalización y movimientos migratorios durante el siglo XXI

 La globalización, ha sido definida como la aceleración de la mundialización económica, caracterizada por la transnacionalización del proceso de producción, de las finanzas y de los circuitos de acumulación de capital, con la emergencia de una clase capitalista transnacion.3 En este proceso la  movilización de la mano de obra a escala planetaria ha sido una de sus principales componentes y, como consecuencia, la creación de nuevos “sistemas migratorios”. Entre 2000 y 2020, las personas viviendo en un país que no era el de nacimiento en todo el mundo pasaron de los 152,98 millones a los 280,65 millones (de un 2,5% a un 3,6% de la población mundial, respectivamente), según las estimaciones de Naciones Unidas. Su traducción aproximada en flujos representarían unos 358,2 millones de movimientos en el mismo período. Hay que considerar estas cifras como mínimas, teniendo en cuenta la pobreza de los datos de efectivos iniciales a partir de los cuales se estiman los flujos.

Sea como sea, esas corrientes migratorias que tienden a organizarse como sistemas que incluyen flujos humanos propiamente dichos, de capital y de mercancías, entre diferentes territorios, no solo han crecido en magnitud, se han acelerado y diversificado, sino que se han hecho más complejos. Así que cada vez resulta más difícil clasificarlos por separado si nos referimos a sus causas, mucho menos si atendemos a la percepción de sus protagonistas –trabajo, estudios, ocio, o desplazamientos forzados, dando lugar estos últimos a migraciones por razones políticas, por conflictos bélicos o por razones climáticas o ambientales–. Lo mismo podemos decir de su impacto territorial, siendo cada vez más los países que pueden ser al mismo tiempo receptores y emisores de flujos migratorios a diferentes escalas territoriales, con movimientos de tipo estacional, circular o permanente de difícil previsión y que escapan a la voluntad de los propios migrantes.

Las corrientes migratorias no solo han crecido en magnitud y se han acelerado y diversificado, sino que se han hecho más complejas

El actual escenario de la globalización, que en sí mismo constituye una nueva fase del orden capitalista, ha incrementado la producción de redundancia, entendida ya no como la mano de obra excedente o ejército de reserva, como en la primera industrialización, sino como la masa de trabajadores que no tienen cómo acceder o son expulsados del mercado laboral, que difícilmente podrán reintegrarse al mismo y que, si lo hacen ocasionalmente, será en condiciones de absoluta precariedad y desregularización. En los países del Norte global, como España, esa creación explosiva de redundancia tuvo uno de sus detonantes en la deslocalización, y se acrecentó con el aumento de la desigualdad puesta de manifiesto a partir de la Gran recesión de 2008, el deterioro de las clases medias, acompañado por el descenso de la movilidad social para las generaciones más recientes y el empobrecimiento de las capas populares. La sindemia provocada por la COVID-19 y la crisis energética acrecentada por la invasión de Ucrania no han hecho más que empeorar esta situación, donde la inflación castiga especialmente a los más vulnerables. En el Sur global, el empobrecimiento y los ciclos de expulsiones del mercado laboral, a partir de la aplicación de las políticas de ajuste estructural, que ya se venía dando desde los años ochenta del siglo XX, alimentaron esos flujos necesarios para la globalización, que se apercibieron como yacimientos de mano de obra barata e inagotable. Ciclos de expulsión que afectaron tanto a las clases medias como a las clases populares, provocando desplazamientos forzados en el interior de los países, promovidos tanto por los conflictos políticos como por los bélicos, por la implosión de estados incapaces de garantizar la seguridad de sus ciudadanos. Es en el Sur global además donde las consecuencias tanto de la sindemia ocasionada por la pandemia, como de la inflación y carestía de alimentos provocada por la invasión rusa de Crimea se han magnificado ocasionando hambrunas en los eslabones más míseros. La primera contradicción, pues, la encontramos en que al mismo tiempo que parte de la población trabajadora del centro era expulsada del mercado de trabajo –especialmente en el sector industrial, ampliándose más tarde a otros sectores–, se incrementaba la demanda cubierta por trabajadores del Sur global para un mercado progresivamente dualizado y desregularizado. De hecho, puede considerarse que los migrantes se convirtieron en los conejillos de indias de la desregularización . Esa demanda de fuerza de trabajo se da tanto para cubrir la ocupación en el segmento primario altamente cualificado como, sobre todo, en el secundario, caracterizado por la oferta de baja cualificación. Entre estos últimos, aparte del sector servicios, debemos subrayar aquellos generados por el trabajo reproductivo, y por lo tanto fuertemente feminizado, constituyendo lo que se ha llamado “cadena global de cuidados”.4

Puede considerarse que los migrantes se convirtieron en los conejillos de indias de la desregulación

También en esta transformación el caso español ha sido ejemplar, y por ello la inmigración recibida durante los primeros años del nuevo milenio la situó solo por detrás de los Estados Unidos en la recepción de flujos migratorios. Aunque se ha señalado como principal factor del crecimiento de la inmigración en España la escasez relativa de jóvenes en la entrada al mercado de trabajo producida por la baja fecundidad precedente –las llamadas “migraciones de reemplazo”–, las razones son más complejas. Además de esa escasez relativa, deberemos considerar ante todo el crecimiento económico del país tras el ingreso en la Comunidad Económica Europea en 1986, y la expansión del sector servicios con el turismo a la cabeza, que eclipsaba la desarticulación y deslocalización de actividades industriales tal y como hemos adelantado. Pero también deberemos entender la contribución a esa demanda de trabajo reproductivo que supuso la coincidencia de la mejora de los niveles de instrucción de las generaciones más jóvenes, mucho más entre las mujeres –y consecuentemente el aumento de las aspiraciones laborales de los miembros de las mismas–, en un contexto de debilidad del Estado de bienestar, donde la conciliación entre vida familiar y vida laboral, fue asumida sustancialmente gracias a la participación de las generaciones mayores, lo que se ha llamado “Revolución reproductiva”.5 El alargamiento de la esperanza de vida y la mejora de la salud, que en España alcanzó también máximos mundiales con 85,06 años para las mujeres y 79,59 para los hombres en 2020, actuó como un arma de doble filo: si por un lado facilitaba la citada revolución reproductiva, por el otro a largo plazo incrementaba el número de dependientes. Cuando ese apaño intergeneracional ya no fue posible –entre otros factores por la progresiva pérdida de autonomía de esas mismas generaciones mayores–, la externalización de ese trabajo reproductivo en el mercado –trabajo doméstico, cuidado de niños y ancianos–, actuó como como aspiradora de la migración, predominantemente femenina, activando la mencionada cadena global de cuidados. En el caso español, esa demanda se satisfizo sobre todo con inmigración de procedencia latinoamericana, con más de un tercio de toda la inmigración del siglo XXI, protagonistas tanto del primer como del segundo boom migratorio. Es durante ese tiempo que el mercado laboral español se desregulariza y profundiza en su segmentación. La situación periférica de España respecto a otros países del Norte global y concretamente en la Unión Europea, especializándose en sectores de baja productividad, pero uso intensivo de mano de obra barata, explica también ese crecimiento singular y diferencial de los flujos.

 

 Bajo los focos: mercado y estado

 La contradicción entre la creación de redundancia entre los trabajadores nativos y la simultánea necesidad de migrantes se ha querido presentar de dos maneras complementarias: primero, como una prueba de la erosión del Estado, por parte de las instituciones supraestatales que promoverían la globalización; por otra, como un efecto de la “presión migratoria”, fórmula utilizada para sintetizar los factores demográficos que supuestamente aumentan los candidatos a la migración, léase, el diferencial entre fecundidad del Norte y del Sur, o entre las estructuras por edad de la población, envejecida en el Norte y joven en el Sur. Las dos lecturas son tan complementarias como espurias. Primero, la globalización ha sido posible gracias a la acción reguladora y desreguladora del Estado en defensa del capital. Segundo, aunque los diferenciales demográficos puedan traducirse como potencial humano, no son la causa de las migraciones, más de lo que puede ser la demanda económica generada desde el Norte global, la incapacidad del sistema productivo de los países del Sur de sostener un mercado de trabajo que absorba su población joven, o la privación relativa entre la población del Sur global –el efecto de atracción ejercida por los muy superiores niveles y estilos de vida de sus vecinos septentrionales–. Pensemos solo en dos ejemplos, Ucrania es uno de los países más envejecidos de Europa y es emigratorio, de hecho la emigración incide en ese perfil de la pirámide de población. La propia España, con su muy baja fecundidad, en lo peor de la Gran recesión, no solo vio cómo esa escasez relativa de jóvenes en el mercado pasaba a ser irrelevante sino que los jóvenes pertenecientes a las cohortes menos numerosas se encontraron expulsadas del mismo. Eso por no señalar que durante el primer boom la mayoría de inmigrados se acumulaban en las generaciones llenas de los baby boomers, y no en las posteriores relativamente vacías en cuanto al número de efectivos, como sucederá más tarde con los millenials.

Una segunda discordancia aparece cuando a esa demanda constante y creciente promovida por el mercado le corresponde una acción política del Estado restrictiva, tanto en su recepción como acomodación. A veces se ha explicado esa flagrante contradicción como el precio que se paga ante la presión de la opinión pública de los autóctonos en contra de las migraciones, o como pretexto para impedir el supuesto “efecto llamada”. Es decir, aunque se necesiten migrantes, las condiciones para las migraciones se dificultan como forma de evitar o de aplacar el descontento de nacionales y de limitar a la vez los flujos potenciales. Sin embargo, la negativa a diseñar políticas que faciliten las migraciones en los Estados del Norte global –salvo para los inmigrantes altamente cualificados–, lo que refleja es la dependencia conceptual de la política migratoria subordinada a la construcción de un mercado laboral ideal minimizando al máximo los gastos. Política que para empezar exacerba el desequilibrio en la distribución de costos y beneficios de la inmigración entre el sector público y el privado a favor de este último, pero que insidiosamente, esconde la reversión de los costes y los riesgos de la inmigración en los propios inmigrantes, a veces poniendo en peligro sus propias vidas, primero, y en la población que comparte trabajo y lugar de residencia segundo, ahorrándose la inversión en acomodación. Tras la Gran Recesión, la masa de trabajadores nativos expulsados del mercado de trabajo o precarizados y el círculo aún superior de los que temen por su seguridad laboral, han constituido el caladero de los movimientos nacionalpopulistas de derechas dispuestos a explotar esas contradicciones, aprovechándose del resentimiento de la población que ha perdido con la globalización, y presentando a los inmigrantes como chivo expiatorio. Este esquema funciona tanto para el trumpismo en los Estados Unidos, como para el auge de Fratelli d’Italia o de VOX en España.

La crisis de los refugiados de 2015, puso en evidencia esa fragilidad, acabando por beneficiar al régimen dictatorial de Tayyip Erdogan en Turquía y a las facciones libias en connivencia con las mafias que controlan el tráfico de migrantes en el Mediterráneo central. Poniendo en entredicho la fortaleza de la Unión Europea, a costa de los derechos de miles de refugiados, principalmente de origen sirio. La deportación de demandantes de asilo a Uganda o Etiopía, por parte de Gran Bretaña y Dinamarca, ha de considerarse un paso más en esa lógica. Por desgracia, España también destaca en esa faceta, siendo, por un lado, uno de los países pioneros de la externalización –respecto a Marruecos en 2004, extendida más tarde a Mauritania y Senegal–, y hasta cierto punto modelo de la política comunitaria, y, por el otro, manteniéndose como uno de los estados más restrictivos en la concesión de permisos de asilo y refugio desde principios del siglo XXI.

Como corolario de la política migratoria fallida figura la externalización el control de las fronteras y la limitación de la recepción y derechos de los refugiados

La externalización de fronteras nos hace dependientes de autocracias, pero, sobre todo, carcome la propia democracia, no solo por incumplir los acuerdos mínimos sobre refugio, sino por hacer aceptable esa degradación política a su ciudadanía, haciéndola cómplice de la colonialidad de esa política. Esa degradación ha sido defendida bajo la falsa evidencia de la “ética del bote salvavidas”. Recordemos, esa fábula argumentada en los años sesenta por Garrett Hardin6 que sostenía que pese a las buenas intenciones solidarías las poblaciones de los países ricos no podían hacerse cargo de las emergencias de los países pobres, ya que lo que estaba en juego era la propia subsistencia. Traducido a la política de la Unión Europa, la aplicación de esa máxima cínica es la que explica nuestra impasibilidad ante los naufragios de las pateras. Se trataría de enfrentarse a la cruda disyuntiva de elegir entre su vida y nuestro bienestar. Es lo que en alguna ocasión he calificado de tanatopolítica, de respuesta negativa a la pregunta biopolítica de ¿a quién salvar y a quién dejar morir? 7 Los, como mínimo, 37 muertos en junio de 2022, por la acción de la gendarmería marroquí en la frontera melillense y la bochornosa felicitación posterior por parte del presidente del Estado español, son el último episodio de esa política. Siendo habitual que los medios de comunicación y la clase política ponga el foco en “la presión migratoria” y “el aumento de la irregularidad”, sin aplicarse a las raíces del empoderamiento de regímenes antidemocráticos en poner en sus manos el grifo de las migraciones, provocando avalanchas cuando les ha convenido. En el caso de Marruecos, fuera en las relaciones bilaterales como la renegociación de la pesca o la entrada de productos agrícolas o el reconocimiento del frente Polisario y la posterior dejación de la defensa del derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui por parte del Gobierno español, o por razones internas. Ese parece ser el mal menor del mantenimiento de nuestro bienestar.

 

Seguir bailando en la incertidumbre

 Si algo hemos aprendido después de la crisis provocada por la Gran recesión y de la siguiente originada por la pandemia, es que las promesas hechas en el punto álgido de las mismas se las lleva el viento de la recuperación con tanta facilidad como las esperanzas que suscitaron en su momento. Relatos como la refundación del sistema capitalista durante la primera, el empujón a la descarbonización y la transición energética, y la conveniencia de aplicar un sistema de renta mínima universal en la segunda han sido fácilmente olvidados con la vuelta a la “Vieja normalidad”. Una vez se ha desvanecido el fantasma del estallido social inminente. El aumento abusivo en el precio de los servicios como el gas y con este de la electricidad, la Guerra de Ucrania y la estanflación han hecho el resto. Esa reincidencia en los errores conocidos no tiene excusas.

La recuperación económica tras la crisis de 2008-2013, se saldó en España con lo que era un segundo boom migratorio que apuntaba a superar al primero, solo truncado por la pandemia cuya afectación ha sido, en lo numérico, coyuntural. Si en el mes de abril de 2020, tras la declaración del Estado de alarma y el cierre de fronteras de marzo, la inmigración internacional llegó a mínimos, ya en el mes de mayo –y la oportuna apertura de fronteras con vistas al negocio turístico–, los flujos empezaron a recuperarse. No todo es igual, en el segundo boom de 2014 a 2019, aunque también protagonizado por latinoamericanos, los factores de expulsión parecían pesar más que los de la posible atracción generada por el mercado laboral español. Expulsiones masivas de población por razones políticas –véase el crecimiento de los flujos de venezolanos–, económicas –consecuencias de las políticas neoliberales en Argentina y Colombia–, o de inseguridad por estados casi fallidos –razón de los nuevos flujos centroamericanos, con hondureños a la cabeza, agravados por el cierre de fronteras de los Estados Unidos, destino tradicional de esos flujos–, constituyen un patrón en España. Una evidencia sangrante de las limitaciones que nos encontramos en materia de migraciones ha sido la recepción de los refugiados ucranianos, por partida doble. Primero por ver como los prejuicios los favorecieron respecto a los refugiados sirios –promoviendo la simpatía incluso de los países como Polonia y Hungría, caracterizados por sus políticas antiinmigratorias–. Segundo, al constatar la completa ineficacia de las políticas estatales que abandonaron a migrantes y familias acogedoras a su suerte. Justificando cínicamente más tarde que el retorno de los refugiados se daba por propia voluntad y porque la situación en el campo de batalla había mejorado (sic!). Solo el storytelling entonado por el neoliberalismo puede explicar que nos mantengamos siguiendo el compás de este perreo como autómatas, bajo la carpa de la resiliencia.

Tampoco la situación de la población inmigrada ya establecida en los diferentes países, entre ellos España, parece mejorar. Con la movilidad social ascendente paralizada para ellos y sus descendientes, pero también para la población autóctona, los recelos y las dificultades para la plena integración económica, política y cultural son cada vez mayores . Si en lo económico, la brecha entre la población africana inmigrada en España y el resto de la población española e inmigrada es muy preocupante,8 la dificultad a la integración política, empezando por el derecho al voto, resulta tan atronadora como obviada.9 Por último, la falta de integración cultural sigue siendo negada bajo la acusación de “separatismo cultural” (donde supuestamente son los recién llegados y sus descendientes los que no quieren integrarse).

El crecimiento de la población africana en los próximos 30 años, pasando de los 1.300 millones de habitantes en 2020 a los 2.500 millones y los efectos sobre las poblaciones de las catástrofes que el cambio climático producirá en ese mismo periodo, combinados, son los dos argumentos para reforzar la previsión de un incremento excepcional de los flujos migratorios desde el Sur global al Norte global. Ese horizonte inquietante adquiere tintes siniestros si añadimos los problemas de seguridad y el aumento de movimientos antidemocráticos que aprovechan la coyuntura. En paralelo, la gran promesa de la cuarta revolución industrial y la panacea del desarrollo de la inteligencia artificial, junto con el internet de las cosas, no parece que pueda absorber la mano de obra redundante creada durante la tercera revolución industrial, antes al contrario, tendería a incrementarla al tiempo que ahonda en la segmentación del mercado. Tanto por la reducción de la ocupación en los sectores nacidos de la innovación y su destrucción en los desfasados, como por el ritmo acelerado de obsolescencia que crea la misma revolución tecnológica. La reordenación geopolítica a escala global y el crecimiento de las tensiones por la hegemonía del sistema, añaden incertidumbre sobre el volumen, características y direcciones que puedan presentar unos flujos migratorios que cada vez más parecen una respuesta de resiliencia a los cambios que se avecinan durante este período crucial para la humanidad. El sueño escapista del transhumanismo, de la expansión espacial o de la huida al Metaverso no parecen ser la solución.

Como el público de la película de Sidney Pollak, de 1969, They Shoot Horses, Don't They?, estrenada en España con el título de ¡Danzad, danzad, malditos!, en el agobiante contexto de la depresión económica de los años treinta del siglo XX, cien años más tarde la desgracia de los danzantes (migrantes) se nos ofrece como espectáculo morboso donde olvidar nuestra propia fatalidad.

 

Andreu Domingo Valls es subdirector e investigador del Centre d’Estudis Demogràfics de la Universitat Autònoma de Barcelona.

NOTAS

1 Andreu Domingo y Nachatter Singh-Garha, «La gran mobilització: globalització i migracions», Documents d’Anàlisi Geogràfica, núm. 68 (3), 2022, pp. 467-480.

2 David Harvey, Decisiete contradicciones y el fin del capitalismo, IEN, Traficantes de sueños, Madrid, 2014.

3 William Robinson, El capitalismo global y la crisis de la humanidad, Siglo XXI, México, 2021.

4 Arlie R. Hochschild,  «Global Care Chains and Emotional Surplus Value», en Will Hutton y Anthony Giddens, (eds) On The Edge: Living with Global Capitalism, Jonathan Cape, Londres, 2000, 49-63.

5 Julio Pérez,  La madurez de masas, Instituto de Mayores y Servicios Sociales, Madrid, 2013.

6 Garrett Hardin,  «Living on a Lifeboat. A reprint from BioScience, October 1974», The Social Contract, otoño de 2001, pp. 36-47.

7 Andreu Domingo, «La crisis del Open Arms. Migraciones, Estado y deriva tanatopolítica», en Isidro Dubert, y Antía Pérez Caramés (coords.), Invasión migratoria y envejecimiento demográfico, La Catarata, Madrid, 2021, pp. 47-73.

8 Andreu Domingo, Jordi Bayona y Silvia Gastón-Guiu, «Integración segmentada de la población africana en España: precariedad laboral y segregación residencial», La inserción social y laboral de inmigrantes y refugiados en España. Mediterráneo Económico, núm. 36, 2022, pp. 199-219.

9 Antonio Izquierdo, «La exclusión de vidas ajenas: la integración social de los inmigrantes extranjeros en España (2018-2021)», La inserción social y laboral de inmigrantes y refugiados en España. Mediterráneo Económico, núm. 36, 2022, pp. 125-140.


Nueva demografía, viejas ideologías

Nueva demografía, viejas ideologías, (o El cambio demográfico y la respuesta política), Julio Pérez Díaz, Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, núm. 160, invierno 2022-2023, pp. 13-24.

Son bien conocidas las grandes transformaciones económicas, políticas o sociales que conducen hasta el mundo contemporáneo. Pero al cambio demográfico, el de mayor envergadura y trascendencia, acontecido en apenas el último siglo, el de mayores consecuencias para todos los aspectos de la vida de las personas y sus relaciones con los demás, todavía no se le reconoce su papel crucial.

No se le presta atención apenas en los manuales de historia, de economía, de las ideas políticas o de la sociología, como si no se supiese bien dónde situarlo, qué interrelación tiene con tales materias, en qué manera las condiciona, influye o determina.

A falta de explicaciones y directrices científicas o académicas, las reacciones ante el cambio demográfico son básicamente de orden político, religioso o mediático. No debería constituir un problema si no fuese porque usan marcos interpretativos e ideologías obsoletas, anclados en ideas sobre las poblaciones muy anteriores a su gran transformación. El resultado es la proliferación de alarmas apocalípticas ante tendencias poblacionales cuyas causas no se comprenden y cuyas consecuencias se vienen anticipando erróneamente desde hace más de un siglo, malbaratando esfuerzos y recursos para intentar frenarlas o revertirlas, cosa que nunca se ha conseguido. Esta obsesión demográfica se implantó en un amplio abanico de ideologías y tendencias políticas en las primeras décadas del siglo XX, especialmente durante la intensificación del nacionalismo europeo, imperialista, racista, militarista y moralista (desde el fascismo alemán hasta el comunismo stalinista), pero se vio frenada por la destrucción causada por dos guerras mundiales y un imprevisto baby boom al empezar la segunda mitad del siglo. La potencia vencedora y hegemónica desde entonces, Estados Unidos, pasó a interesarse más por el "exceso de crecimiento" del Tercer Mundo que por su propio cambio demográfico.

Sin embargo, desde los años ochenta el alarmismo ha vuelto a ganar fuerza, esta vez de la mano del renacido espectro político ultraconservador, casi siempre con fuerte influencia religiosa, que está devolviendo a la demografía el rol de gran amenaza y justificación para oponerse a muy diversos cambios sociales, políticos y legales que parecían logros consolidados de los estados democráticos.

 

El gran cambio: en qué consiste

La población mundial creció siempre muy lentamente, incluso con retrocesos (la "peste negra" redujo en un tercio la población europea), hasta finales del siglo XIX. El siglo terminó con unos 1.200 millones de personas, pero durante el siguiente una ruptura histórica elevó la población humana hasta más de 6.000 millones. Y el determinante no fue una mayor fecundidad, que siempre había estado en torno a cinco o seis hijos por mujer y difícilmente hubiese podido incrementarse más con los recursos disponibles. Por el contrario, a la vez que la población crecía, la fecundidad se desplomaba hasta los niveles nunca vistos, que en muchos países del mundo ya no alcanza los dos hijos. El auténtico desencadenante fue el descenso de la mortalidad.

Jamás ninguna población humana de cierta envergadura había conseguido una esperanza de vida superior a los treinta y cinco años (muchos países no alcanzaban los treinta a finales del siglo XIX), pero acabado el siglo XX el indicador superaba los ochenta años en lugares como España, y en el conjunto de la humanidad se acercó a los setenta. Lógicamente, como ya era previsible al comenzar esta ruptura histórica, también la pirámide de edades ha experimentado otro cambio dramático, reduciendo la proporción de menores (que siempre había estado en torno al tercio de la población y cuyo peso ha disminuido a menos de la mitad) y aumentando la proporción de mayores como nunca se había visto, desde un ancestral 4-5%, hasta más del 20% actual.

En definitiva, la demografía humana ha experimentado un vuelco enorme, arrastrando con ella infinidad de otras características tradicionales de los seres humanos, desde su conyugalidad hasta su sexualidad, desde la composición de los hogares hasta el tamaño y extensión de las redes familiares. Resulta crucial comprender la envergadura y los mecanismos de un cambio tan brusco y planetario, y lo que apunto aquí no es más que un esbozo que permitirá después señalar la gran paradoja de los alarmismos y catastrofismos demográficos.

Si ha de resumirse lo conseguido por la humanidad en poco más de un siglo puede decirse que ha sido revolucionar su manera de reproducirse. El cambio puede expresarse en términos de eficiencia reproductiva, si se entiende como tal la relación medible entre el volumen de población que se alcanza y la cantidad de nacimientos requeridos. Recuérdese que el análisis demográfico tiene como núcleo temático y teórico precisamente eso, la descripción del volumen poblacional, sus características y evolución, y el análisis de los diferentes factores que lo condicionan en forma de entradas y salidas de sus componentes (nacimientos, defunciones, entradas y salidas migratorias). Tales factores explican la reproducción demográfica, dado que ninguno de los integrantes de cualquier población es eterno. Demasiado a menudo se identifica la reproducción exclusivamente con la fecundidad, olvidando que es la mortalidad el auténtico condicionante primigenio de la reproducción, y que de poco sirve que en una población las personas tengan muchos hijos si ninguno sobrevive hasta tener edades reproductivas.

Venimos de un larguísimo pasado sin demasiados progresos en esa eficiencia, que era muy escasa porque la poca duración de las vidas hacía necesaria una gran cantidad de nacimientos simplemente para evitar la extinción y mantener volúmenes poblacionales parcos e inestables. La clave para mejorar esa eficiencia no ha sido aumentar la fecundidad, sino dotar a los hijos de más años de vida. Este concepto, el año-vida-persona (discúlpese este nuevo tecnicismo de demógrafo), es la auténtica unidad del análisis demográfico, y su manejo es el que permite cosas como construir tablas de mortalidad o proyecciones de población. El trabajo para conseguir que los hijos vivieran era titánico, habida cuenta de las frecuentes crisis de mortalidad que han plagado nuestra historia (hambres, epidemias y guerras) pero, sobre todo, de la elevadísima mortalidad infantil. Por motivos que tienen que ver con las malas condiciones en torno al parto (letal también para muchas madres), pero también con la mala calidad del agua y los alimentos, la escasa protección frente al frío o al calor, la incomprensión de las causas de las enfermedades infecciosas y la deficiente y poco extendida atención médico-sanitaria, lo normal en el ser humano ha sido siempre perder uno de cada cinco hijos antes de que cumpla el primer año de vida (el siglo XX empezó en España todavía con una mortalidad infantil en torno al 200‰). A ello debe sumarse que en los siguientes años de vida la elevada mortalidad, aunque menor a la inicial, seguía acumulándose, de manera que la probabilidad de cumplir los quince años siempre fue inferior al 50%.

Añádase que, con una perdida de la mitad de los efectivos iniciales de cualquier generación antes de esa edad, los escasos sobrevivientes que alcanzaban edades fecundas todavía tenían que cumplir los difíciles requisitos sociales y económicos para formar pareja y para mantener y cuidar una familia (la soltería definitiva era muy alta en nuestro pasado, especialmente para las mujeres). Se entiende así que, quienes superaban todos los obstáculos, tuviesen que aplicarse a tener hijos con gran intensidad, escasos medios y probabilidades de éxito harto precarias. Y ello solo para mantener una población parca e inestable.

El determinante del fuerte aumento de población no fue una mayor fecundidad, sino el descenso de la mortalidad

El lento espaciamiento de las grandes crisis de mortalidad y la progresiva mejora de la mortalidad infantil desencadenaron un proceso acumulativo que empezó a mejorar la eficiencia reproductiva. Eran solo el primer paso. Que un recién nacido sobreviva en las primeras horas o semanas para morir a los diez años aumenta en una persona el volumen de la población durante esos años adicionales, pero la mejora reproductiva global es escasa y lenta.

Sin embargo existe un umbral de supervivencia que lo cambia todo y produce la revolución que estamos viviendo. A medida que la mayor parte de los nacidos iba aumentando en años vividos se alcanzó dicho punto crítico, que no es otro que  las edades a las que, a su vez, podían tener sus propios hijos. Esta supervivencia mayoritaria hasta las edades fecundas desencadenó un aumento radical, explosivo, de la eficiencia, similar al aumento de productividad generado por otras revoluciones productivas como la industrial o la informática. De repente, cada nuevo nacido aportaba a la población total un número indeterminado de años-vida muy superior a su propia duración, desencadenando un crecimiento demográfico sin precedentes.

La revolución reproductiva no es, conviene insistir, resultado de una fecundidad mayor. De hecho, la reducción de la fecundidad ha sido uno de los comportamientos que la han propiciado. Los años de vida con que cada generación va dotando a su descendencia no se consiguen simplemente con el parto (reproducir no es parir) ni se van aumentando sin que haya costes. El ser humano nace completamente desvalido, y aumentar su vida posterior al nacimiento requiere aumentar los recursos que se le dedican, recursos que incluyen el tiempo dedicado a su cuidado, la mejor alimentación, la renuncia a la explotación laboral precoz, la atención en la enfermedad y los medicamentos y conocimientos adecuados, su higiene personal y la de su entorno, las condiciones de la vivienda y un largo etcétera que engloba, en resumen, todos los factores que rodena los primeros años de vida. Disminuir el tamaño de la descendencia ha sido uno de los factores que ha posibilitado incrementar todos esos recursos para los hijos que se tienen. Hemos cambiado los muchos nacimientos que viven pocos años por menos nacimientos que viven mucho más. Una de las consecuencias es que, por primera vez en la historia humana, todos los que nacen tienen por delante vidas completas, incluyendo la vejez. En otro lugar lo he calificado como «la democratización de la supervivencia».

Un último añadido sobre la esencia de este cambio: también afecta a la pirámide de población. Vidas completas conseguidas con menos nacimientos no solo hacen crecer la población hasta tamaños si precedentes, también aumentan la cúspide de la pirámide y reducen su base. Este cambio es otro de los grandes argumentos del alarmismo poblacional, el llamado envejecimiento demográfico.

 

Qué respuestas se le han dado

Desde que se empezó a percibir el cambio las respuestas políticas han sido paranoicas, porque en el nacionalismo de Estado y en las religiones mayoritarias la elevada fecundidad se había consolidado como una necesidad ineludible para un mayor engrandecimiento y competitividad. Desde finales del siglo XIX, especialmente en el continente europeo donde se encontraban las mayores potencias económicas y coloniales, la generalización de los sistemas estadísticos nacionales y la implantación de las modernas técnicas de análisis demográfico permitieron detectar cómo la fecundidad tradicional empezaba a disminuir. Y sonaron las alarmas, se usó el cambio demográfico para predecir “La Decadencia de Occidente” y se habló de degeneración social y nacional.

Prueba de que el alarmismo era impermeable, como hoy, a la explicación científica de lo que estaba cambiando es que, ya hacia los años veinte, demógrafos de diferentes lugares detectaron una pauta histórica repetida en los países de fecundidad descendente: en todos ellos primero había disminuido la mortalidad, de manera que existía un lapso de años hasta que la natalidad "respondía" a la baja, apuntando a una futura recuperación del equilibrio, que ahora sería de ambos indicadores en niveles bajos. Mientras tanto esos países, incluso con natalidad ya en descenso, veían crecer rápidamente su población, cosa que ocurría con toda la Europa a caballo de los siglos XIX y XX. Esta regularidad encontrada por los científicos acabó llamándose "transición demográfica", pero no tuvo ningún efecto calmante para las histerias confesionales y nacionalistas, cuya mirada no quería ir más allá del descenso de la fecundidad y de sus terribles consecuencias.

Por primera vez en la historia, todos los que nacen tienen por delante vidas completas. Es lo que he llamado "la democratización de la supervivencia"

Lo cierto es que ante un cambio de la envergadura detectada, que con el tiempo se fue extendiendo a todo el planeta, solo cabían dos tipos de respuestas estatales, las llamadas "políticas demográficas", aquellas que tienen por objetivo detener y revertir la evolución previsible de la fecundidad, y las "políticas sociales", cuyo objetivo es la aceptación del cambio y la adaptación a él. Las que se adoptaron fueron abrumadoramente las demográficas. Eran décadas en que los gobernantes de los países más avanzados creían todavía que la población podía ser modelada, aumentada, mejorada. La población era un recurso más del Estado para hacerlo más fuerte en los conflictos internacionales y en la resistencia contra los movimientos sociales internos que estaban creciendo en la oposición, especialmente los obreros, amenazando con tomar el poder.

Así pues, las primeras décadas del siglo XX son de generalizado esfuerzo natalista, como un complemento del imperialismo y de la competencia con las demás grandes potencias internacionales. Este natalismo era sinónimo de patriotismo; se apoyaba a menudo en las ideas tradicionales sobre el papel de la mujer y de la familia, y contaba con aval religioso muchas veces. Pero no solo los regímenes autoritarios conservadores y confesionales se volvieron natalistas, porque en realidad el natalismo acabó incrustado en la propia concepción del Estado nación. Democracias liberales como la francesa, o dictaduras del pueblo como la soviética durante el estalinismo se volvieron intensamente natalistas. Las medallas a la madre heroica y a las familias numerosas se volvieron una pauta generalizada, igual que se combatía la anticoncepción y el aborto, y se generalizaba una "protección a la familia" que permeaba toda la legislación con la que se construyeron los sistemas de salud y protección social en todo el mundo tras la crisis de 1929. No era al ciudadano al que se protegía, ni eran sus necesidades y aspiraciones el objetivo político de los estados. El bien mayor a proteger era la patria tal como la concebían las élites gobernantes. Las poblaciones eran la herramienta, no el beneficiario de las políticas de población.

Cabe preguntarse si esta avalancha abrumadora de medidas políticas encaminadas a detener y revertir el descenso de la fecundidad logró sus objetivos. Y la respuesta es que no. Pese a la gran diversidad de modelos natalistas, desde los más autoritarios y represores (la Rumanía de Ceaucescu es un ejemplo extremo) hasta los más liberales o socialdemócratas, como el francés o el nórdico, todos fracasaron estrepitosamente y la fecundidad siguió descendiendo.

Si la atención política dejó de reflejar el pánico demográfico de las primeras décadas fue porque las relaciones internacionales se vieron completamente modificadas tras las dos guerras mundiales, y las potencias europeas perdieron su lugar hegemónico frente al único ganador de la contienda, EEUU. Tras 1945 resultaba ya una quimera en Europa mantener los imperios coloniales y el natalismo anterior (con la única excepción de Francia, que intentó mantener un papel internacional de tercera gran potencia, con programa nuclear propio, participación en la carrera espacial, mantenimiento de las colonias y el mayor gasto del mundo en fomento de la natalidad, Indochina o Argelia, revelaron su inutilidad, de la misma manera que la natalidad siguió descendiendo.

Así que durante unos años, los posteriores al fin de la guerra, la atención se centró en la reconstrucción económica nacional y en los intereses de quienes seguían jugando con peso relevante en el tablero internacional, la URSS y EEUU, pronto enfrentados en la llamada Guerra Fría. Coincidieron estos años con una fuerte competencia por el rápido desarrollo económico (fueron los años del desarrollismo) y este se vio acompañado en muchos países –especialmente los anglosajones– por una imprevista recuperación de la natalidad, iniciada con el fin de la guerra y la vuelta de las tropas a sus países, pero continuada por las buenas perspectivas laborales para los jóvenes. Y si la relajación del alarmismo demográfico no hubiese tenido causa suficiente con el baby boom y con las fuertes migraciones laborales allí donde se requerían para la reconstrucción nacional, a todo ello se sumó que EEUU asumió una política demográfica muy diferente a las tradicionales de las potencias europeas.

La potencia hegemónica había conservado intacto y aumentado su aparato productivo durante la guerra, y su capital se había elevado hasta sustituir a Londres como centro financiero mundial. Tras la guerra, favoreció el desmantelamiento de los antiguos poderes coloniales para abrir nuevos países a sus inversiones y poder exportar su modelo económico a todo el mundo. Y en todo ello se estaba encontrando con dos problemas inesperados y ligados: la expansión del comunismo y el crecimiento demográfico acelerado de los países más pobres, especialmente los asiáticos. Los propios analistas del Pentágono habían llegado a la conclusión de que las revoluciones comunistas en China, Corea o Vietnam se producían en cadena (la “teoría del dominó”) y estaban relacionadas con un aumento poblacional tan rápido que no permitía la acumulación de capital necesaria para realizar las grandes inversiones requeridas para industrializarse. Así que, en vez de esperar a que el descenso de la mortalidad fuese seguido, pasado cierto tiempo, por el de la natalidad, EEUU llegó a la conclusión de que había que provocar, mediante políticas adecuadas, el descenso de la fecundidad en el Tercer Mundo.

Súbitamente el neomaltusianismo, hasta entonces un movimiento de reformistas sociales mayoritariamente femenino, minoritario, ilegal y clandestino, perseguido por enfrentarse a los intereses natalistas de los Estados, se reveló una herramienta útil. Empezó a recibir respaldo financiero y político, a la vez que se promovían cumbres mundiales de población para acordar un programa de acción internacional que frenase la bomba demográfica. Y esta ofensiva internacional tuvo resultados muy visibles ya en los años setenta, cuando enormes países asiáticos como China o India abrazaron programas de control de la natalidad, y los organismos internacionales asumieron la doctrina del control, como lo hizo el Banco Mundial al condicionar las ayudas económicas al desarrollo a que los países que las solicitaban pusieran en marcha programas nacionales de planificación familiar. El natalismo parecía derrotado y abandonado.

 

El gran retorno natalista

La derrota era solo un espejismo. En los años setenta, agotado el baby boom, el descenso de la fecundidad volvió a sus cauces anteriores, esta vez extendido a casi todo el mundo. Esta vez muchos países, como los del Sur o el Este de Europa, descendían muy por debajo de los dos hijos por mujer, y se empezó a hablar de niveles lowest-low. Era la oportunidad de los conservadores nacionalistas de todo cuño para resucitar las propuestas natalistas. Simultáneamente, el gran avalador mundial del neomaltusianismo, EEUU, lo abandonaba súbitamente y volvía a posturas tradicionales sobre la familia y la natalidad, durante el segundo mandato de Ronald Reagan, alcanzado mediante el apoyo de los sectores antiabortistas del país. Este giro, escenificado con el discurso del delegado estadounidense en la Conferencia Internacional de Población de México en 1984, era posible también porque la amenaza comunista se disolvía con la desmembración final de la URSS. Cuando en 1992 se celebró la siguiente conferencia de población en El Cairo, el neomaltusianismo ya no contaba con el apoyo de las grandes inyecciones de dinero norteamericano, y replegaba toda su estrategia para centrarse en la salud reproductiva, y no en el control demográfico mundial. Tan abandonado quedó este propósito que no han vuelto a repetirse estas conferencias internacionales de población.

En los ochenta el natalismo inició un rápido retorno y en el siglo XXI se está convirtiendo en el nuevo estandarte de la extrema derecha

De la mano de los nuevos conservadurismos como el de Reagan o el de Thatcher, en los años ochenta se salió de la crisis económica y financiera que había desencadenado el alza de los precios del petróleo. La filosofía económica keynesiana, propia de la época desarrollista, se abandonó para sustituirla por las recetas neoliberales, privatizadoras y contrarias al exceso de intervención estatal y de gasto público en los asuntos internacionales, económicos y privados. Con este giro, al que se añadía el apoyo político y financiero de las derechas económicas y religiosas, el natalismo inició un rápido retorno en todo el mundo. Tanto es así que durante el siglo XXI se está convirtiendo en el nuevo estandarte de los partidos políticos de extrema derecha, junto a la recuperación del ultranacionalismo, al combate contra el feminismo (y las organizaciones de no heterosexuales), al apoyo a la familia tradicional y a la xenofobia.

En este retorno, el natalismo ha tenido la inestimable ayuda de quienes recuperan rancias alarmas sobre la destrucción de la familia tradicional, el desastre al que nos aboca el envejecimiento demográfico, el papel causal de la baja natalidad en el progresivo abandono rural y la pérdida de las esencias nacionales y religiosas que está causando la invasión inmigratoria. Se trata de falacias propagadas con eficacia y muchos medios, en las que la demografía vuelve a ser un arma ideológica a condición de ignorar a los propios demógrafos. El gran cambio poblacional queda caricaturizado como un destructivo descenso de la fecundidad, aislado del comportamiento de la mortalidad, con el que nunca se relaciona. El envejecimiento demográfico es identificado como una amenaza que debe revertirse, con la única base de que los viejos son una plaga dañina, improductiva y parásita, sin atender a los cambios que la revolución demográfica ha provocado en las características de todas las edades. El abandono rural se atribuye a la baja natalidad, cuando lo cierto es que resulta de la progresiva urbanización mundial y del abandono de los jóvenes. Se llega incluso a recuperar antiguas paranoias ultraderechistas, como la de una conspiración para contaminar y sustituir la raza blanca y cristiana, el “Gran Reemplazo”. Pero probablemente el terreno de combate más disputado es la llamada “ideología de género”, a la que se atribuyen todos los males que conducen a la baja natalidad, cuando lo cierto es que el feminismo organizado prácticamente no existía ni tenía influencias políticas relevantes cuando el descenso de la fecundidad ya era una realidad.

La intoxicación moralista afirma que el individualismo, el egoísmo y la inmoralidad modernas, especialmente en las mujeres, son los que ha provocado la supuestamente desastrosa situación actual de la natalidad. Pero lo cierto es que ha sido el esfuerzo y la generosidad extremos de una generación tras otra para mejorar la vida de los hijos (esfuerzo especialmente intenso por parte de las mujeres, nuestras madres y abuelas), lo que nos ha traído la revolución reproductiva. De hecho, ese es el esfuerzo que realmente ha hecho posible la liberación femenina, permitiendo a las mujeres centrarse en una vida académica y laboral similar a la masculina, y tener una vida independiente no supeditada a la autoridad del varón, la familia o el Estado. Las liberadoras fueron sus madres y padres, teniendo menos hijos que cuidaron y dotaron más y mejor que les habían tratado a ellos las generaciones anteriores. «Tú estudia para no ser como yo», decían muchas madres a sus hijas en los años sesenta y setenta, avalando el consejo con su propia autoexplotación doméstica, fregando escaleras o haciendo de criadas para pagar los estudios de sus hijas e hijos. Cada nueva generación ha visto así su vida mejorada y, a su vez, ha impulsado a su propia descendencia un poco más allá, y ese es el mecanismo básico que explica el cambio demográfico. Qué gran paradoja que ese logro tan único y extraordinario se vea ahora empañado y ensuciado en la opinión pública por los agoreros del desastre demográfico.

Julio Pérez Díaz es demógrafo y sociólogo, e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas en el Instituto de Economía, Geografía y Demografía del Centro de Ciencias Humanas y Sociales.


Papeles 164: ¿Quién teme a la Inteligencia Artificial?

Papeles 164: ¿Quién teme a la Inteligencia Artificial?

La inteligencia artificial (IA) ha irrumpido en nuestras vidas de forma silenciosa pero masiva.

Esta tecnología plantea cuestiones ecológicas, sociales, económicas, políticas y éticas cruciales para una sociedad. Si la intensificación de la IA solo ha sido posible por la financiarización económica y el hiperdesarrollo de las corporaciones digitales, el uso intensivo de recursos convierte a la, en apariencia, evanescente IA en un sector con una intensa huella ecológica.

Por su parte, la IA generativa, ya sea de texto −como ChatGPT− o de imágenes y videos, fascina y preocupa a partes iguales, trayendo al centro del debate social y político preguntas acerca la verdad y la desinformación, la confianza y el control, y la multiplicación de los sesgos raciales y de género ya contenidos en los datos utilizados en el entrenamiento de las máquinas. Los impactos de la IA en diferentes sectores, como el educativo o el militar, suponen cambios cualitativos que solo una regulación efectiva podrá ordenar.

Ya está aquí el nuevo número de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, que  trata de responder a algunas cuestiones en relación con los riesgos, ventajas y repercusiones. de la IA.

En la Introducción, Santiago Álvarez Cantalapiedra indaga en las diversas implicaciones de la IA, planteando las principales cuestiones del número. En A fondo, Ramón López de Mántaras y Pere Brunet trazan de forma clara los principales rasgos de esta tecnología, sus posibilidades y sus puntos ciegos, que Brunet aterrizará en cómo regularla en otro artículo en este mismo número. Miguel Palomo reflexiona sobre los efectos de la IA la verdad, la desinformación y la información endogámica, mientras que Lucía Ortiz de Zárate explora las implicaciones éticas y ecológicas de esta tecnología. Cristóbal Reyes acerca el foco a las cuestiones económicas aparejadas a la IA. Tica Font se centra en la dimensión militar de la IA, mientras que Marc Chopplet lleva su reflexión a las tecnologías digitales en la smart city.

La sección de Actualidad viene marcada por un artículo sobre cambio climático y salud, de la mano de Julio Díaz y Cristina Linares, y por una investigación sobre el análisis nutricional de la población española firmado por Isabel Cerrillo, Pablo Saralegui-Diez, Rubén Morilla, Manuel González De Molina y Gloria Guzmán.

Ensayo se abre con una reflexión muy necesaria sobre las alternativas a la guerra, que firma Pere Ortega, y por un análisis de Gabriel Rosas a favor de la economía ecológica.

El número se cierra, como es habitual, con la sección Lecturas.

A continuación, ofrecemos el sumario de la revista y los enlaces al texto completo de la Introducción del número de Santiago Álvarez Cantalapiedra y el artículo de Lucía Ortiz de Zárate Alcarazo sobre la ética de la IA.

Sumario

INTRODUCCIÓN

Luces, sombras y riesgos de la inteligencia artificial, Santiago Álvarez Cantalapiedra

A FONDO

¿Qué es la inteligencia artificial?, Ramón López de Mántaras y Pere Brunet

Verdad y endogamia en las inteligencias artificiales generativas. Por qué una IA nunca creará un Nietzsche, Miguel Palomo

Una ética para la inteligencia artificial: libertad, feminismo y ecologismo, Lucía Ortiz de Zárate Alcarazo

Consideraciones sobre el impacto económico de la inteligencia artificial: ¿hacia una mayor polarización productiva?, Cristóbal Reyes Núñez

Regulación de la inteligencia artificial, Pere Brunet

Inteligencia artificial y armas autónomas: una combinación letal, Tica Font

“Smart city”, tecnologías digitales y ecúmene urbano, Marc Chopplet

ACTUALIDAD

Principales amenazas en salud asociadas al cambio climático y aspectos clave para la adaptación, Julio Díaz y Cristina Linares

Análisis nutricional de la población española: un nuevo enfoque basado en datos públicos de consume, Isabel Cerrillo, Pablo Saralegui-Diez, Rubén Morilla, Manuel González de Molina y Gloria I. Guzmán

ENSAYO

Hay alternativas a la Guerra, Pere Ortega

El abandono progresivo de las cuestiones ambientales en el pensamiento económico: hacia la reivindicación de la economía ecológica, Gabriel Alberto Rosas Sánchez

LECTURAS

Decrecimiento: del qué al cómo, Luis González Reyes y Adrián Almazán

Monica Di Donato

El papel del Estado en la economía. Análisis y perspectivas para el siglo XXI, Luis Buendía García (ed.)

Jaime Nieto

Más allá del colonialismo verde. Justicia global y geopolítica de las transiciones ecosociales, Miriam Lang, Breno Bringel y Mary Ann Manahan (eds.)

Pedro L. Lomas

Notas de lectura      

La fuerza de la paz, Pere Ortega

FUHEM Ecosocial

El arte de ejercer la ciudadanía: reflexiones y conversaciones sobre los derechos  humanos en un tiempo convulso, Carlos Berzosa, Emilio José Gómez Ciriano, Francisca Sauquillo

FUHEM Ecosocial

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Una ética para la inteligencia artificial: libertad, feminismo y ecologismo

El número 164  de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global dedica si sección A FONDO a la Inteligencia Artificial. Dentro de este especial se encuentra el artículo de Lucía Ortiz de Zárate Alcarazo titulado Una ética para la inteligencia artificial: libertad, feminismo y ecologismo

Según la autora la creciente adopción de sistemas Inteligencia Artificial (IA) en distintos ámbitos de nuestra vida nos obliga a reflexionar desde una perspectiva ética y política en torno a estas tecnologías. Este artículo aborda tres problemas éticos (libertad, igualdad y crisis ecosocial) relacionados con la IA que buscan ir más allá de los planteamientos éticos más frecuentes y cuestionar no solo la eticidad de las implicaciones de estas tecnologías, sino también los presupuestos morales y políticos que en ella subyacen.

Las tecnologías de inteligencia artificial (IA) han emergido con fuerza durante los últimos años llegando a convertirse en el foco de acaloradas discusiones no solo en el ámbito tecnológico, sino también político, académico, filosófico y la esfera pública en su conjunto. Las promesas de mejora y progreso que se atribuyen a la IA se entremezclan con las preocupaciones que generan los posibles riesgos que estas tecnologías pueden producir tanto a escala individual como en el conjunto de la ciudadanía y los sistemas democráticos.1

Aunque estos debates son útiles y sin duda necesarios, casi todos ellos asumen 1) que la adopción de la IA es inevitable y 2) que estas tecnologías son neutrales y sus efectos nocivos o beneficiosos dependen del uso que se haga de ellas. En este artículo abordamos brevemente tres grupos de problemas éticos –privacidad, autonomía humana y libertad; sesgos, discriminación e igualdad; y crisis ecosocial– que surgen en torno a la IA y que, de distinto modo, ponen de relieve como estas tecnologías, lejos de ser neutrales, son inherentemente políticas y, por tanto, su adopción responde a un compromiso con ciertos proyectos ideológicos.2 Desde esta perspectiva la IA no es un conjunto de tecnologías neutrales, sino una industria que se vale de la extracción y explotación no solo de los recursos naturales, sino también de nuestros datos y nuestros cuerpos.

 

Algunos problemas éticos de la IA

Privacidad, autonomía humana y libertad. Una de las componentes esenciales que necesita cualquier sistema de IA para poder funcionar son los datos. Los datos son la información, la experiencia si usamos una metáfora humana, de la que se nutren los algoritmos (los sistemas de reglas) que permiten que la IA funcione. Grosso modo, podríamos decir que los algoritmos aprenden de los datos a extraer las relaciones y los resultados más probables. Identifica patrones que se encuentran presentes en los datos y así puede hacer estimaciones precisas. Por este y otros motivos la recopilación de datos es una práctica que tiene lugar diariamente de forma masiva y que nos afecta a todos.

En este contexto, muchos planteamientos éticos vinculados a la recopilación explotación y uso de los datos se plantean en relación con los problemas que estas prácticas pueden suponer, primero, para la privacidad. Los datos que se recopilan a través de nuestros relojes inteligentes, el consumo de películas y plataformas en streaming, etc, pueden contener y eventualmente revelar información extremadamente privada sobre nuestras vida como nuestra orientación sexual,3 nuestras prácticas sexuales, nuestra vida sentimental, familiar, y muchas otras cuestiones que con casi toda seguridad no compartiríamos con una persona de poca confianza y, aún menos con un extraño.4

Pero los problemas relacionados con los datos también pueden producir problemas en relación con la autonomía humana y la libertad individual. En relación con la autonomía humana el problema se encuentra relacionado con la pérdida de la capacidad para pensar y tomar decisiones por nosotros mismos en una sociedad donde el uso de algoritmos de IA es cada vez mayor. Pensemos que cuando Netflix o cualquier plataforma de streaming nos hace una recomendación sobre qué película o serie podríamos ver, casi automáticamente desaparece un abanico entero de posibles contenidos que podríamos haber elegido si hubiéramos sido nosotros los que hubiéramos hecho la selección. El problema aquí no es tanto que la recomendación en base a nuestras elecciones previas, sino nuestra predisposición a mantenernos dentro de las películas seleccionadas por el algoritmo.

En el caso de las plataformas de streaming esto puede ser algo anecdótico, pero ¿qué sucedería si este tipo de sistemas se usaran para recomendarnos que nuevos productos disponibles en el supermercado nos gustarán más en base a nuestras preferencias alimenticias? ¿Y si las recomendaciones fueran sobre qué carrera estudiar, qué universidad elegir, dónde veranear o con quién tenemos más posibilidades de construir una relación sentimental duradera? Nuestra tendencia no solo a considerar, sino en muchos casos a adoptar las recomendaciones de la tecnología puede resultar muy problemática si el número de ámbitos en los que estas actúan aumenta. Aunque seamos nosotros los que creemos tener la última palabra, lo cierto es que este tipo de recomendaciones acotan nuestro rango de actuación y en muchos casos eliminan siquiera la posibilidad de plantearnos otras preferencias, caminos y/o alternativas que rompan con ese sendero que los algoritmos marcan a partir de nuestros gustos previos.

Además de la pérdida de autonomía humana, la recopilación y uso masivo de datos también puede afectar a la libertad individual. En la tradición liberal que predomina en los países occidentales la libertad se entiende como la ausencia de interferencia para actuar de la forma que nosotros consideramos más adecuada siempre y cuando esta se mantenga dentro de los límites que permiten la convivencia dentro de una comunidad política.5,6 Para ejemplificar como la IA afecta a esta idea de libertad normalmente se recurre al uso que hace China de estas tecnologías. El sistema de crédito social chino funciona a través de la recopilación de ingentes cantidades de datos sobre sus ciudadanos para sancionarlos o premiarlos en función de cómo de “cívica” haya sido su conducta. Así, por ejemplo, a los ciudadanos que hayan acumulado una serie de faltas, como ausencias a citas médicas o cruzar la calle con un semáforo en rojo, puede llegar a prohibirles realizar vuelos internacionales.7 En este sentido, resulta evidente como ciertas formas de uso de nuestros datos puede entrar en conflicto con la libertad individual de las personas.

El sistema de crédito social chino funciona a través de la recopilación de ingentes cantidades de datos sobre sus ciudadanos para sancionarlos o premiarlos

Aunque en Europa este tipo de sistemas estarán prohibidos según la regulación de IA,8 cabría preguntarse hasta qué punto, por ejemplo, el uso de sistemas de IA para determinar a qué personas se les otorga un crédito bancario y a quiénes se les deniega, controlar las fronteras, otorgar visados, etc., constituyen o no actos contrarios a la libertad. Si atendemos a otras formas de entender la libertad que se salgan del marco del liberalismo como, por ejemplo, la que se maneja dentro del marco del republicanismo donde la libertad no se entiende con relación al individuo, sino a la comunidad en su conjunto,9 entonces encontramos que es posible que los sistemas de IA preserven la libertad individual, es decir, no interfieran en nuestra vida, y, sin embargo, no nos permitan ser ciudadanos libres.10

El concepto de libertad como no dominación que opera en el seno del republicanismo muestra cómo, a ojos del liberalismo, un esclavo podría ser considerado libre si tuviera un amo muy bueno que le permitiese hacer lo que quisiera. El hecho de que el esclavo elija sus actos no le hace menos esclavo, pues siempre se encuentra bajo el control de su amo. En este sentido, el republicanismo y sus versiones contemporáneas ofrecen unas nuevas lentes con las que problematizar la IA y ser más críticos con estas tecnologías .

Estas reflexiones apuntan a que aún en aquellas circunstancias en las que la IA no llegase a interferir directamente en nuestra vida, el hecho de que estas tecnologías se materialicen en todos los ámbitos de nuestra vida convierte a las empresas que recopilan nuestros datos en dueños de nuestras vidas.

El republicanismo y sus versiones contemporáneas ofrecen unas nuevas lentes con las que problematizar la IA y ser más críticos con estas tecnologías

En el capitalismo de la vigilancia en el que son otros los que disponen de nuestros datos y los que eligen cómo y cuándo usarlos, nosotros, la ciudadanía, dejamos de ser libres11.

Sesgos, discriminación e igualdad. En relación con los datos no solo importa cuántos datos se recopilen. También hay problemas éticos que surgen en función del tipo de datos que se usen para nutrir los sistemas IA. Como mencionábamos en el apartado anterior la IA aprende de los datos con los que se le entrena, principalmente, buscando patrones de repetición que le permitan identificar las relaciones más probables en función de la frecuencia. El entrenamiento y uso de datos de mala calidad y poco representativos en el caso de la IA puede producir problemas de discriminación y, por tanto, resultados que generan situaciones incompatibles con la justicia entendida en términos de igualdad.12

Los problemas de discriminación en la IA pueden tomar distinta forma y se pueden deber a cuestiones de raza, etnia, género, clase social, religión, lenguaje, etc.13 Estos problemas se producen cuando los datos de los que se nutren los sistemas de IA no son representativos y, al contrario, tiende a sobrerrepresentar a unos colectivos frente a otros. En la medida que la IA, como sucede de manera generalizada en el ámbito científico-tecnológico, es marcadamente androcéntrica los datos suelen representar con mayor frecuencia a los hombres blancos antes que a cualquier otro grupo de personas. Así, desde que estas tecnologías han empezado a operar entre nosotros se han ido descubriendo este tipo de sesgos que generan discriminación.

Para ilustrar esta problemática podemos usar el ejemplo del sistema IA que hace unos años puso en marcha Amazon para optimizar su proceso de selección de personal y elegir a los mejores candidatos para un puesto.[14 Sin embargo, al poco tiempo de tener en funcionamiento este sistema, la compañía se dio cuenta de que a los currículums de mujeres se les asignaba, de manera sistemática, una puntuación más baja que a la de los hombres. Tras analizar qué estaba sucediendo descubrieron que en los datos con los que se había entrenado al algoritmo, que procedían de los procesos de selección de personal de la empresa durante los 10 años anteriores, había una desproporcionada presencia de hombres. Esto provocó que el algoritmo encontrase un patrón de repetición claro: si en el pasado más hombres se habían presentado para ocupar un puesto y habían sido seleccionados, entonces debe ser que ellos son más aptos para ese cargo. De este modo que cuando esta IA se puso en funcionamiento empezó a tomar la variable “hombre” como algo positivo, tal y como podría haber sido el tener más años de experiencia en un puesto similar o una formación especializada en el área de contratación.

Como hemos señalado antes, los sesgos también pueden producirse por cuestiones de raza. El proyecto Gender Shades15 analizó tres sistemas de reconocimiento facial y demostró como los rostros de personas negras eran identificados con menos precisión que los de personas blancas de manera sistemática. Uno de los sistemas, desarrollado por Microsoft, identificaba correctamente el 100% de las caras de hombres blancos, en el caso de los hombres negros el porcentaje de aciertos era del 94%. Las cifras de IBM eran incluso peores, frente al 99,7% de hombres blancos correctamente identificados el de hombres negros era del 88%. Si al color de la piel le sumamos la variable del género, entonces la diferencia es aún mayor. Frente al 100% de hombres blanco bien identificados por el sistema de Microsoft, este solo acertaba con el 79,2% de las mujeres negras. En el caso de IBM la diferencia era del 99,7% para los hombres blancos al 65,3% para las mujeres negras.

Un sistema de IA de Amazon asignaba a los curriculums de mujeres, de manera sistemática, una puntuación más baja que a los hombres

Estos y otros ejemplos muestran como la IA está sesgada en distintos sentidos, produce situaciones discriminatorias y evidencia de falta de neutralidad. Estos problemas no son fallos o errores puntuales que se den en la tecnología, sino que son el resultado de una forma de pensar, entender y hacer ciencia y tecnología desde presupuestos marcadamente androcéntricos y blancos. La IA, como el resto de las tecnologías, ha sido (y continúa siendo) imaginada, diseñada y usada no solo en el marco de un sistema patriarcal, sino también capitalista en el que la norma, el dato estándar, es el del hombre blanco occidental. Esta realidad que permea las estructuras de la IA , y todas las disciplinas científico-técnicas, son el verdadero motivo de las sistemáticas discriminaciones y situaciones de desigualdad producidas por la tecnología y evidencia que estas son indisociables de proyectos ideológicos, así como ciertos contextos políticos y sociales. Si buscamos construir sociedades justas en la que todos los ciudadanos y ciudadanas sean libres e iguales, entonces debería ser una prioridad no solo acabar con los sesgos, sino cuestionar el proyecto actual de IA. La tarea por delante no es sencilla, la igualdad en la IA no solo depende del uso de bases de datos que representen en igualdad de condiciones a los colectivos que se verán afectados por sus decisiones y/o recomendaciones, también implica revisar los propios fundamentos tecnológicos, científicos, políticos, económicos y sociales que han permitido que la IA surja con tanta fuerza y amenace con convertirse en un ser omnipresente en nuestra sociedad.

Crisis ecosocial. Desde finales del s. XX las tecnologías digitales han sido presentadas como radicalmente contrarias a las tecnologías industriales de la primera y la segunda revolución industrial y, por tanto, como limpias, respetuosas con el medioambiente, casi independientes de infraestructura y normalmente asociadas a trabajos de gran valor social que necesitan de alta cualificación. Así lo reflejan los distintos discursos sobre tecnologías como la IA que se encuentran plagados de metáforas ecológicas como “la nube”, “redes neuronales”, “montañas de datos”, “granjas de datos”, etc., que nos hacen relacionar estas tecnologías con el respeto a la naturaleza y un futuro verde.16 Metáforas que tratan de ocultar una realidad muy distinta: que la IA, lejos de ser un ente casi etéreo similar a una nube, es tan material y contaminante como una mina .

De la mina proceden los materiales que se necesitan para fabricar las tecnologías de IA. Materiales como el cobre, el níquel, el litio, las tierras raras, etc., se han convertido en elementos esenciales cuya extracción genera un impacto ecológico tremendo y su apropiación, conflictos geopolíticos serios. Y es que, por un lado, buena parte de estos materiales críticos, también conocidos como CRM,17 se encuentran en suelo chino y ruso, así como en otros países como Brasil, India, Chile, Bolivia, etc. Solo una pequeña parte de ellos se encuentra en territorio europeo. Por otro lado, las prácticas de extracción asociadas a la minería producen erosión, pérdida de biodiversidad, devastación de la vegetación cercana, contaminación de las aguas, deforestación, etc. Además, la minería, el refinamiento de materiales, la manufactura fuera de Europa, etc., suele estar vinculada a unas condiciones laborales pésimas para los trabajadores implicados.18

Los sesgos que permean las estructuras de la IA evidencian que estos sistemas son indisociables de proyectos ideológicos y de ciertos contextos políticos y sociales

Una vez se dispone de los materiales adecuados y estos son manufacturados su transporte a Europa también produce un impacto ecológico importante. En 2017, el transporte a través de barcos mercantes, utilizados, entre otros fines, para transportar los productos y las tecnologías de IA, fue responsable del 3,1% de las emisiones globales de CO2, lo que supera, por ejemplo, las emisiones producidas por un país como Alemania.19 Asimismo, los cables submarinos a través de los cuales se transmite gran parte de la información que necesita la IA para funcionar producen un impacto medioambiental muy alto y son una realidad normalmente opacada al hablar de IA.

La minería, el refinamiento, la manufacturación y el transporte ponen de relieve que lejos de ser realidades no contaminantes, la IA es un grupo de tecnologías que necesita de una amplísima infraestructura (mucho mayor que la de las tecnologías industriales) para funcionar. Una infraestructura que se extiende también dentro de las fronteras europeas. Los centros de datos donde se almacena la información –nuestros datos– que usa la IA también son realidades materiales que permanecen con frecuencia ocultas y que, sin embargo, consumen una gran cantidad de energía. En el año 2018, los centros de datos europeos consumieron el 2,7% de la energía eléctrica producida en la UE y las predicciones más optimistas, en el caso de que las ganancias en eficiencia energética crezcan al mismo ritmo que el consumo, estiman que este alcance el 3,21% en 2030. En el caso de que eficiencia y consumo no vayan de la mano este último podría alcanzar el 6%.20

Y es que, ya en 2011, si la computación en la nube fuera considerado un país, esta sería el sexto país del mundo que más energía eléctrica demanda.21 Entre 2012 y 2014 la industria de las tecnologías de la comunicación y la información (TIC) consumió tanta energía eléctrica como el tercer país más contaminante del mundo, solo detrás de EEUU y China.22 También el entrenamiento de algoritmos como ChatGPT y otros grandes modelos de lenguaje consume grandes cantidades de energía que suelen ser pasadas por alto . Se estima que entrenar a ChatGPT-3 ha «generado 500 toneladas de CO2, el equivalente a ir y volver a la Luna en coche».23 Además, «el uso que se habría hecho de electricidad en enero de 2023 en OpenAI, la empresa responsable de ChatGPT, podría equivaler al uso anual de unas 175.000 familias danesas»,24 aunque se apunta que estas familias no son las que más consumen en Europa.

El entrenamiento de algoritmos como ChatGPT y otros grandes modelos de lenguaje consume grandes cantidades de energía, algo que se suele pasar por alto

Finalmente, el reciclaje de los desechos electrónicos que se derivan del uso masivo de tecnología, entre ellas las de IA, no es todavía una práctica totalmente extendida en la UE. Gran parte de estos desechos se trasladan a países como Ghana o Pakistán donde son acumulados produciendo un deterioro del entorno y las especies que lo habitan a través de la acidificación de las aguas, la expulsión de gases tóxicos, la pérdida de biodiversidad, etc. Esta realidad pone de relieve una forma de funcionamiento de la IA muy distinta a la narrativa de los datos y los algoritmos que solemos escuchar. Al contrario, plantea serias dudas sobre si los discursos políticos, económicos y académicos qué presentan a la IA como una aliada fundamental para luchar contra el cambio climático están o no en lo cierto y si esta no sirve más bien para hacer greenwashing y seguir justificando y legitimando el consumo ilimitado en Occidente sin importar el impacto socioecológico que ello implique.

 

Conclusiones

Los problemas éticos que hemos expuesto en este texto son solo algunos de los que surgen en torno al diseño, adopción y uso de estas tecnologías.25 La elección de estos y no otros se debe a que apuntan a problemas de fondo asociados el proyecto de IA en su conjunto, no a una simple enumeración de debates éticos que parten de la asunción de que dicho proyecto es bueno y/o deseable en sí mismo. El impacto socioecológico de la IA, junto a sus implicaciones para la libertad, las mujeres y otros colectivos vulnerables, pone de relieve que estas tecnologías son mucho más que sistemas enfocados a tomar decisiones iguales o mejores que las humanas, sino que más bien constituyen una idea, una forma de entender y ejercer el poder, una infraestructura y una industria extractivista de nuestros de recursos naturales, nuestros datos y nuestros cuerpos. En este sentido, la reflexión ética y política sobre la IA nunca debería limitarse a asumir los marcos tecnooptimistas que se nos imponen dentro del capitalismo y, más bien, debería a apuntar hacia como construir futuros ecológicos y socialmente justos en los que la tecnología no sea la única solución a nuestros problemas y la vía preferencial hacia el progreso.

 

Lucía Ortiz de Zárate Alcarazo es investigadora en Ética y Gobernanza de la Inteligencia Artificial (IA) en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) e investigadora asociada en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

NOTAS

1 Mariarosaria Taddeo y Luciano Floridi, «How AI can be a force for good», Science361(6404), 2018, pp. 751-752.

2 Langdon Winner, El reactor y la ballena, Gedisa, 2013.

3 Ryan Singel, «Netflix Spilled Your Brokeback Mountain Secret, Lawsuit Claims», Wired, 17 de diciembre de 2009, disponible en:

4 Carissa Veliz, Privacidad es poder, Debate, 2021.

5 John Stuart Mill, Sobre la libertad, Alianza, 2013.

6 Isaiah Berlin, Sobre la libertad, Alianza, 2017.

7 Charlotte Jee, «China’s social credit system stopped millions of people from buying travel tickets», MIT Technology Review, 4 de marzo de 2019.

8 Lucía Ortiz de Zárate Alcarazo, «La regulación europea de la IA», ABC, 21 de marzo de 2023.

9 Quentin Skinner, Liberty before Liberalism, Cambridge University Press, 2012.

10 Filip Biały, «Freedom, silent power and the role of an historian in the digital age–Interview with Quentin Skinner», History of European Ideas, 48(7), 2022, pp. 871-878.

11 Shoshana Zuboff, La era del capitalismo de la vigilancia. La lucha por un futuro humano frente a las nuevas fronteras del poder, Paidós, 2020.

12 Lucía Ortiz de Zárate Alcarazo, «Sesgos de género en la inteligencia artificial», Revista de Occidente, 502, 2023.

13 Naroa Martinez y Helena Matute, «Discriminación racial en la Inteligencia Artificial», The Conversation, 10 de agosto de 2020.

14 Jeffrey Dastin, «Amazon scraps secret AI recruiting tool that showed bias against women», Reuters, 10 de octubre de 2018.

15 Toda la información sobre el proyecto está disponible en: https://gendershades.org/index.html

16 Allison Carruth, «The digital cloud and the micropolitics of energy», Public Culture26(2), 2014, pp. 339-364.

17 De sus siglas en inglés Critical Raw Materials.

18 Kate Crawford, Atlas of AI: Power, Politics, and the Planetary Costs of Artificial Intelligence, Yale University Press, 2021.

19 Zoe Schlanger. «If Shipping Were a Country, It Would Be the Sixth-Biggest Greenhouse Gas Emitter», Quartz, 17 de abril de 2018.

20 Francesca Montevecchi, Therese Stickle, Ralph Hintemann, Simon Hinterholzer, Energy-efficient Cloud Computing Technologies and Policies for an Eco-friendly Cloud Market, Comisión Europea, 2020.

21 Tom Dowdall, David Pomerantz y Yifei Wang, Clicking Green. How companies are creating the green internet, Greenpeace, 2014.

22 Adrián Almazán, «¿Verde y digital?», Viento Sur: por una izquierda alternativa, 173, 2020, pp.61-73.

23 Manuel Pascual, «El sucio secreto de la Inteligencia Artificial», El País, 23 de marzo de 2023.

24 Ibidem

25 Mark Coeckelbergh, Ética de la inteligencia artificial, Catedra, 2021.

 

Acceso al artículo a texto completo en formato pdf:  Una ética para la inteligencia artificial: libertad, feminismo y ecologismo


Luces, sombras y riesgos de la Inteligencia artificial

La introducción del número 164 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global aborda cómo la inteligencia artificial (IA) está en nuestras vidas de forma silenciosa y apenas visible.

Se encuentra en las plataformas desde las que adquirimos productos o contratamos servicios, en las redes sociales, en los buscadores y traductores de uso cotidiano, en los asistentes virtuales que prestan ayuda en los hogares, en los robots que actúan como sirvientes domésticos, en algunos termostatos que regulan la temperatura de la vivienda, en los electrodomésticos programables a distancia, en las pulseras que miden los signos vitales, en el smartphone del que no nos despegamos ni en las horas de descanso.

Nos acompaña de forma imperceptible a pesar de determinar profundamente nuestro modo de vida y la reproducción de las dinámicas sociales y relaciones de poder.

La proliferación de espacios digitalizados hace que vivamos con naturalidad en ámbitos crecientemente artificializados. Esa dificultad de percibir el medio en el que nos desenvolvemos es un poderoso obstáculo que impide pararnos a pensar en las implicaciones ecológicas, sociales, económicas y políticas que la digitalización conlleva y, más aún, las específicas que se desprenden de complejas tecnologías que −como el big data y la IA− impulsan su desarrollo.

 

Un misterio encerrado en un arcano

Otra dificultad para evaluar las consecuencias de la IA viene de la mano de su complejidad y opacidad. No resulta evidente identificarla y, mucho menos, definirla y conocer cómo funciona.  Aunque se viene desarrollando desde mediados del siglo pasado, la mayor parte de la población empieza a ser consciente de su presencia y uso masivo con la noticia del lanzamiento del ChatGPT, cuando se situó el asunto en el centro de la conversación social. Desde entonces, raro es el día en que no aparezca alguna noticia, crónica o artículo sobre el tema, pero en lo fundamental sigue siendo un arcano indescifrable para la ciudadanía.

Una definición básica de IA hace referencia a sistemas y programas que pretenden imitar las capacidades cognitivas propias de los humanos a partir de la suposición de que todas esas funciones (como el aprendizaje, el cálculo, la racionalidad instrumental, la percepción, la memorización e incluso la investigación científica y la creatividad artística) pueden describirse con tal precisión que resultaría posible programar un ordenador para que las replicara.

El desarrollo de la matemática de la comunicación y de la economía de los datos ha permitido que la información se convierta en una unidad cuantificable que no dependa de su contenido para ser trasmitida. La informática que ofrece dispositivos de entrada y salida (inputs/ outputs), unidades de procesamiento (mecanismo de control) y memorias (unidades de almacenamiento de las unidades de control), unida al desarrollo de los algoritmos y las teorías de redes, han hecho posible que, reunidos los conocimientos y los avances de esos campos, surgiera la inteligencia artificial. Los avances en la neurociencia han ofrecido espejos en los que inspirarse. La IA basada en modelos neuronales consiste en superponer capas de neuronas artificiales: «Cada neurona recibe muchos inputs (aportaciones) de la capa inferior y emite un único output (producto resultante) a la capa superior, como hacen las muchas dendritas y el único axón de las neuronas naturales. Capa a capa, la información se va haciendo más abstracta, como ocurre en nuestro córtex (corteza cerebral) visual».1 Lograr el reconocimiento de imágenes, la interpretación del lenguaje hablado o la generación de textos coherentes requiere ingentes cantidades de datos y gran potencia de computación que solo se ha alcanzado en tiempos recientes. Estas circunstancias son las que han permitido la aparición de la IA generativa, cuya función principal es generar contenidos en forma de texto, imagen, audio o video indistinguibles de los generados por un ser humano.

 

Resultados espectaculares acompañados de preocupantes sombras

Pero estos logros espectaculares vienen acompañados de nuevas opacidades que cubren con un misterio aún mayor el que provoca en el entendimiento de la ciudadanía de a pie la complejidad propia del funcionamiento de la IA. En efecto, los modelos de lenguaje extenso (large languaje models, LLM) que posibilita la IA generativa requieren un laborioso entrenamiento que emplea, como hemos dicho, una gran cantidad de datos cuyo manejo no está claro que cumpla un criterio mínimo de transparencia capaz de garantizar los derechos de los autores o el consentimiento en la entrega de la información de los usuarios digitales con los que se alimenta al sistema.

Otra cuestión tiene que ver con la fiabilidad de los contenidos generados. El sistema se entrena con información y a sus respuestas se les exige coherencia y credibilidad, pero poco más. Por eso hay que tener presente, como sostiene el profesor de ética de la Universitat Ramon Llull, Xavier Casanovas, «que la IA ni sabe por qué sabe lo que sabe ni entiende lo que dice o responde. Su respuesta busca simular el lenguaje humano y (…) puede dar lugar a un giro epistémico definitivo en nuestra escala de valores, en el cual la verdad deja de tener importancia y lo que cuenta es la verosimilitud, es decir, la apariencia de verdad».2 Situación que se agrava si, además de pretender utilizar la IA para avanzar en el conocimiento, aspiramos también a obtener recomendaciones y a automatizar decisiones. Lo señala el profesor de ciencias políticas Joan Subirats: «Estamos entrando en escenarios en los que los sistemas computacionales más avanzados son capaces de decirnos qué tenemos que hacer, qué alternativa de acción es la “correcta”, o dicho de otra manera, cuál es su “verdad”»,3 para subrayar a continuación la necesidad de (re)politizar el debate tecnológico, pues ante los procesos de cambio acelerado que vivimos como consecuencia del rápido despliegue de las nuevas tecnologías de la información no podemos dejar de incorporar de manera sistemática la incertidumbre y la complejidad al debate social y a la toma de decisiones colectivas. Asumir ambas cosas en el proceso colectivo de toma de decisiones exige considerar la pluralidad de subjetividades, la combinación de diferentes “inteligencias”, la contraposición de distintos intereses, perspectivas e ideas y la confrontación de valores, es decir, deliberar políticamente, para así poder encontrar soluciones comúnmente aceptadas más allá de la respuesta “correcta” propuesta por una máquina que no hace sino reproducir los criterios y sesgos con los que ha sido construida.

 

Sesgos y desigualdades automáticas

Nos encontramos ante una de las cuestiones centrales de la proliferación de la IA: la implantación de sistemas automáticos que deciden a quién se vigila, qué familias son merecedoras de los recursos públicos, a quién se preselecciona para un empleo, qué clientes deben obtener la cobertura de un seguro, a quién se le debe conceder un préstamo o investigar por fraude.4 La IA contribuye a preservar y profundizar viejas formas de segregación social al mismo tiempo que crea otras maneras de discriminación de la mano de los sesgos digitales. Si el «sesgo de la automatización» consagra la discriminación al dar por válido y usar una recomendación obtenida de un sistema automatizado, el «sesgo algorítmico» ya viene incorporado en el propio mecanismo en la medida en que los datos que se utilizan para entrenar ese sistema reflejan y perpetúan injusticias ya existentes.

La reproducción de injusticias y desigualdades a través de las tecnologías nos muestran que estas no tienen nunca un carácter neutro ni una evolución autónoma al encontrase incrustadas en una realidad social. Aunque el automatismo y los resultados inesperados que ofrece la IA puedan inducirnos a pensar en la emergencia de una realidad paralela plenamente autónoma de nuestra voluntad, lo cierto es que el desarrollo de esta tecnología está completamente integrado en las estructuras sociales, políticas y económicas de la sociedad. En este sentido, la IA no hay que verla únicamente como el producto de un proceso tecnocientífico, sino también como el resultado de la red de interconexiones de intereses, relaciones de poder, valores, normas, prácticas, costumbres y sesgos preexistentes durante el proceso de diseño, desarrollo y adopción del artefacto, de manera que su funcionamiento suele generar resultados discriminatorios por motivos de género, origen étnico o clase social. A su vez, la propia tecnología que forma parte de ese entramado de relaciones contribuye a su redefinición e influye, cuando no determina, los comportamientos en una sociedad.

 

El papel de la economía y de las finanzas

Se ha señalado que los programas de IA inspirados en la estructura del cerebro humano solo pudieron avanzar de forma significativa cuando dispusieron de enormes cantidades de datos y suficientes capacidades de computación para procesar esa información. Gracias a la popularización de las redes sociales y otras plataformas, los usuarios y clientes generamos diariamente los datos que el análisis automatizado de la IA convierte en una ventaja competitiva para las empresas. De esa apropiación de datos surgen nuevos modelos de negocio sobre los que asientan su poder las grandes tecnológicas como Meta, Amazon o Alphabet. Un modelo que tiene como objetivo captar permanentemente nuestra atención para mantenernos eternamente enganchados a los dispositivos digitales que permiten poder cumplir adecuadamente con nuestro papel de suministradores de información. Este imperativo extractivo eleva las operaciones de suministro a la categoría de función definitoria del llamado «capitalismo de la vigilancia».5

Pero para entender el poder de las grandes empresas tecnológicas es preciso examinar también cómo se han financiado. Pocas empresas del sector han crecido sin el impulso inicial de los fondos de capital riesgo. A fin de cuentas, el poder digital es parte de la economía financiarizada.6 Aunque venía desarrollándose desde la segunda mitad del siglo pasado, el auge y despliegue de la IA solo ha podido darse ahora, cuando las finanzas ocupan un papel central en el funcionamiento de la economía.

 

Implicaciones en todos los ámbitos

El aprendizaje automático es la parte de la IA que mayor influencia va a tener en nuestras vidas, ya que al reconocer patrones de datos permite anticipar, manipular y monetizar el comportamiento de los usuarios, pudiéndose además aplicar prácticamente a cualquier ámbito. La educación, el mundo del trabajo, la política o el funcionamiento de las democracias se están viendo afectadas por su presencia. En el ámbito educativo, se resaltan las ventajas y los riesgos que puede proporcionar tanto a los docentes como al alumnado.7 En el campo científico se promete que su aplicación ayudará a acelerar la investigación de forma exponencial. En el mundo laboral se nos dice que transformará el sentido del trabajo y se remarca el impacto que podrá tener sobre el empleo y las condiciones de su desempeño.8

Tal vez sea en el ámbito de la política donde se observa con mayor preocupación los efectos de la presencia masiva de la IA en la vida social. Podemos recordar la intención de influir en los electores, a partir de millones de perfiles de Facebook, de la empresa Cambrigde Analytica en el referéndum sobre el Brexit y en las elecciones estadounidenses de 2016 que auparon al gobierno a Donald Trump. Sin embargo, es probable que lo peor esté aún por llegar.

La combinación de la IA generativa con unas redes sociales cada vez más absorbentes u otras realidades virtuales como el Metaverso auguran un escenario en el que podrán hacer acto de presencia −como ya ocurre, pero a una escala más grande y con un grado de penetración incomparablemente mayor− contenidos tóxicos y sensacionalistas que inunden y enrarezcan con confusión y mendacidad la atmósfera del debate político, profundizando la polarización y la desinformación. Lo hemos ido señalando: si la IA suprime la verdad y la transparencia, es desarrollada al servicio y bajo el control de grandes corporaciones oligopólicas y actúa reproduciendo y simplificando sesgos de género, étnicos o de clase, puede llegar un momento en el que la aspiración a una idea de democracia real e inclusiva se convierta simplemente en una quimera.

 

El impacto ecológico de la IA

Por otro lado, no cabe obviar su materialidad. La IA emplea grandes cantidades de recursos y energía con amplias consecuencias ecológicas. Es importante considerar toda la cadena de suministro y producción de la IA. Empieza, como todas las dinámicas extractivistas, en las minas de las que obtenemos los recursos. La materialidad de la IA (como la de toda la economía digitalizada) está asociada a 17 elementos metálicos conocidos como «tierras raras», cuya disponibilidad es un factor limitante con relevantes implicaciones geopolíticas, como se ha señalado en otras ocasiones en esta misma revista. Antes de llegar a la fase de consumo está la fase de entrenamiento de los algoritmos, que conlleva una huella de carbono considerable. Continúa con la energía que exige su funcionamiento y los consumos propios de agua, energía y materiales (particularmente litio y cobre) de todas las infraestructuras que la hacen posible, como los centros de datos o las grandes instalaciones que albergan los servidores informáticos y los cientos de miles de kilómetros de cableado.9

 

Regular: ¿será suficiente?

Una investigación del Centro de Resiliencia de Estocolmo ha identificado catorce posibles “trampas evolutivas” que podrían convertirse en callejones sin salida para la humanidad.10 Somos increíblemente creativos como especie, capaces de innovar y adaptarnos a diversas circunstancias y de cooperar a escalas sorprendentemente grandes. Pero estas capacidades resultan tener consecuencias no intencionadas. El estudio muestra cómo la humanidad podría quedar atrapada en esas trampas evolutivas que se producen a partir de innovaciones inicialmente exitosas.11 La IA y la robótica quedan identificadas entre esas trampas potenciales. Sea o no así, la amenaza real que se vislumbra en estos momentos tiene que ver con el tipo de mentalidad de quienes viven y gobiernan en ese particular ecosistema de Silicon Valley. Para muestra un botón. Han elaborado un indicador −con nombre P(doom)− de la probabilidad de que la IA acabe con la civilización y la especie humana. Dado que no es una medida científica sino únicamente una forma de volcar la percepción que tiene esa gente del riesgo de la actividad que llevan entre manos, lo que verdaderamente muestra es la calentura vanidosa que padecen como narcisistas deseosos de imaginarse capaces de provocar el fin del mundo.12 De ser así, que la Unión Europea sea la primera región del mundo en regular los usos de la IA no dice gran cosa mientras no se adopte un enfoque que aborde desde la interseccionalidad las discriminaciones sexistas, racistas y de clase que comportan el desarrollo de esta tecnología, la materialidad de los procesos desde la «cuna hasta la tumba» y la complejidad de las tramas económicas e institucionales que distribuye desigualmente oportunidades y riesgos, beneficios y perjuicios, entre uno y otros. Como acierta a señalar Sara Degli-Esposti, «romper estas prácticas requiere un cambio social profundo que no puede materializarse simplemente en un código de buenas prácticas».13

Santiago Álvarez Cantalapiedra, Director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global.

NOTAS

1 Javier Sampedro, «Inteligencia artificial: el miedo no es un argumento», El País, 5 de enero de 2024.

2 Xavier Casanovas, «De la inteligencia Artificial a la inmortalidad del alma», Papeles núm. 269 (Suplemento del Cuaderno CJ núm. 234), septiembre del 2023.

3 Joan Subirats, «¿Qué hay de nuevo en la incertidumbre actual?», La maleta de Portbou, núm. 49, 2021, p. 16.

4 Virginia Eubanks en su libro La automatización de la desigualdad (Capitán Swing, Madrid, 2021) analiza innumerables casos en los EEUU donde los sistemas de elegibilidad automatizados, los modelos de predicción de riesgos o los algoritmos de clasificación están sirviendo, sobre todo, para supervisar y castigar a los más pobres.

5 Shoshana Zuboff, La era del capitalismo de la vigilancia, Paidós, Barcelona, 2020.

6 Nils Peter, «Control económico: el papel de la financiación en las grandes empresas tecnológicas», Estado del poder 2023, TNI/ FUHEM/ CLACSO, 2023.

7 Nacho Meneses, «Estas son las tendencias y los riesgos que marcarán el desarrollo de la IA en la educación», El País, 5 de enero de 2024.

8 Daniel Susskind, «Trabajo y sentido en la era de la inteligencia artificial», Nueva Sociedad, núm. 307, septiembre-octubre de 2023.

9 Sobre los efectos en el mundo rural de nuestro país, véase: Ana Valdivia, «El coste medioambiental de construir minas y centros de datos para la IA en la España rural», The Conversation, 16 de julio de 2023. Una estimación reciente de la huella eléctrica e hídrica de los servicios de datos digitales en Europa en: Javier Farfán y Alena Lorhmann, «Gone with the clouds: Estimating the electricity and water footprint of digital data services in Europe», Energy Conversion and Management, Vol. 290, 15 de agosto de 2023,

10 Peter Søgaard Jørgensen et al., «Evolution of the polycrisis: Anthropocene traps that challenge global sustainability», Philosophical Transactions of Royal Society of London B, 379, The Royal Society Publishing, 2023. https://doi.org/10.1098/rstb.2022.0261

11 La simplificación de los cultivos o la generalización de los antibióticos son algunos ejemplos de esas trampas evolutivas. La implantación de modelos agrícolas simplificados que permiten pocos cultivos altamente productivos (como el trigo, el arroz, el maíz o la soja) ha significado que las calorías producidas se hayan disparado durante el último siglo, pero con la contrapartida de depender de un sistema alimentario altamente vulnerable a cambios ambientales (como los fenómenos meteorológicos extremos o las nuevas enfermedades) o a riesgos en las cadenas de suministro. Otro ejemplo es la resistencia a los antibióticos, que mata anualmente a más de 1,2 millones de personas (más que el sida o la malaria).

12 Jesús Díaz, «Una nueva estimación del peligro de la inteligencia artificial para el futuro de la humanidad», El Confidencial, 13 de diciembre de 2023. Disponible en:

13 Sara Degli-Esposti, Lá ética de la inteligencia artificial, CSIC/Catarata, Madrid, 2023, p. 44.


Mecanismos de resolución pacífica de conflictos ambientales

Mecanismos de resolución pacífica de conflictos ambientales

La desestabilización del clima trae aparejado una multiplicación de los eventos climáticos extremos, como inundaciones, sequías, olas de calor y super incendios que se están cobrando miles de vidas anualmente en todo el mundo.

Junto a estos impactos directos, existen otros efectos menos visibles en la medida que el cambio climático y los eventos extremos pueden incidir de forma indirecta como un factor que agudiza tensiones geopolíticas y conflictos de distinto tipo e intensidad, desde tensiones sociales por un creciente precio de los alimentos a conflictos por acceder a recursos menguantes (agua) o los impactos generados por una salud mental en deterioro por olas de calor.

Bajo el título Mecanismos de resolución pacífica de conflictos ambientales ante los impactos de eventos meteorológicos extremos, presentamos una nueva entrega de la Colección Dosieres Ecosociales.

El presente dosier se centra en algunos de los espacios donde se entrecruzan las tensiones contemporáneas y los fenómenos climáticos extremos para tratar de identificar formas no violentas de afrontar las tensiones desde las comunidades. Igualmente busca explorar los mecanismos de resolución pacífica de conflictos partiendo del conocimiento acumulado por la investigación para la paz y su aplicación a la crisis ecosocial y la desestabilización del clima.

Mecanismos de resolución pacifica de conflictos ambientales

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Los cuatro textos que componen este dosier abordan distintos ángulos del problema. Carlos Martín Beristáin explora los conflictos socioecológicos derivados del extractivismo, principalmente en América Latina, y la aplicación de herramientas de la investigación para la paz y los derechos humanos para abordarlos. Cristina García Fernández indaga en las investigaciones sobre el terreno en relación a los nexos entre el cambio climático y los riesgos de seguridad, un debate todavía en curso por falta de evidencia científica concluyente. Beatriz Arnal Calvo analiza críticamente la paz ambiental y climática −con el importante papel que desempeña el acceso y control a ciertos recursos naturales en las negociaciones de paz en el contexto de los conflictos armados− desde una perspectiva feminista. Por último, Karla Vargas y Cristóbal Melo examinan los mecanismos alternativos de solución de conflictos ambientales en Chile y, en concreto, las posibilidades que presenta la conciliación entre las partes.

Con este dosier pretendemos seguir avanzando en algunas de las cuestiones ecosociales que nos preocupan como son el cambio climático, los conflictos socioecológicos y la resolución pacífica de los conflictos, así como las estrategias comunitarias para enfrentarlos.

AUTORES/AS:

Carlos Martín Beristain es médico y doctor en Psicología y un veterano investigador de las violaciones de derechos humanos en América Latina y otras regiones del mundo. Fue coordinador del Informe Guatemala: nunca más y asesor de las Comisiones de la verdad de Perú, Paraguay y Ecuador.

Cristina García Fernández es economista y profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

Beatriz Arnal Calvo es candidata doctoral en la Universidad de Brighton (Reino Unido), miembro del grupo de AIPAZ de Paz Ambiental y de WILPF-España, e investigadora del Seminario de Investigación para la Paz, de Zaragoza.

Karla Vargas Arancibia es abogada de la Universidad de Chile, diplomada en Derecho de Aguas, Medio Ambiente y Cambio Climático de la misma universidad, y miembro del Equipo Empoderamiento y Participación Pública de la ONG Fiscalía del medio Ambiente – FIMA.

Cristóbal Melo González es egresado de Derecho en la Universidad de Chile, Equipo Empoderamiento y Participación Pública de la  ONG Fiscalía del medio Ambiente – FIMA.

 

Puedes consultar nuestros anteriores Dosieres Ecosociales.

 

Esta publicación ha sido realizada con el apoyo financiero del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (MITERD). El contenido de la misma es responsabilidad exclusiva de FUHEM y no refleja necesariamente la opinión del MITERD.

Dosieres Ecosociales Relacionados


Algunas lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi

La sección Actualidad del número 162 de Papeles de relaciones ecosociales y cambio global publica un artículo de Héctor Barca que aborda Algunas lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi.1

El artículo recoge la experiencia pionera promovida por el Gobierno Vasco, y realizada de forma colaborativa por entidades punteras en esta temática en la región, bajo la coordinación de ELIKA Fundazioa, para medir el desperdicio alimentario en Euskadi. El texto hace balance de las lecciones aprendidas, los retos y las dificultades encontradas en España, e incluso a nivel europeo.

 Para conocer la magnitud del problema al que nos enfrentamos, podemos acudir a uno de los principales estudios de la FAO sobre el desperdicio alimentario a nivel global que concluye que uno de cada tres kilos de alimentos que producimos en el planeta, en lugar de llegar a nuestros estómagos, acaba desperdiciado en otros usos y, finalmente, en la basura.2

El daño de desperdiciar comida tiene un primer componente de tipo social, ya que mientras que se está tirando semejante cantidad de comida, existe un número creciente de personas con problemas de inseguridad alimentaria. Dentro de esta inseguridad alimentaria, su vertiente más grave es el número de personas subalimentadas, es decir, que pasan hambre, en el planeta. Los organismos internacionales expertos en esta materia estiman que el número de personas que pasaron hambre en 2021 está en torno a los 767,9 millones de personas, el 9,8% de la población mundial.3 Cifras que aún no contemplan el impacto generado por la actual guerra en Ucrania y sus consecuencias en otros territorios.

Pero el impacto negativo de tirar comida no queda únicamente ceñido a este aspecto, sino que también existe un componente ambiental, ya que junto al cultivo/crianza, manufactura, transporte y venta de alimentos, existe una gran cantidad de recursos que se han invertido para producir estos alimentos, que también se están enviando a la basura . La FAO ha realizado unas primeras aproximaciones sobre el impacto ambiental del desperdicio alimentario mundial, en función de su huella de carbono, en torno a 3,3 Gigatoneladas de CO2 al año, la huella hídrica (250 kilómetros cúbicos de agua anuales) o la cantidad de territorio que se ocupa para cultivar alimentos que nunca llegan a las personas, 1,4 billones de hectáreas (una superficie que supondría que este desperdicio alimentario mundial sería el segundo país más grande del planeta).4

Ante la magnitud de esta problemática, desde los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), se ha marcado la meta de reducir este desperdicio global para el año 2030:

Meta 12.3: de aquí a 2030, reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores  y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha.5

Además de alimentos, existe gran cantidad de recursos invertidos en su producción que terminan desaprovechados: agua, energía y territorio

Esta meta ha sido firmada por todos los países que conforman Naciones Unidas. La Comisión Europea ha incluido este objetivo en diversa normativa europea para que esta meta de la Agenda 2030 vaya más allá de los buenos propósitos. Destaca la nueva Directiva de Residuos aprobada en 2018.6 Esta Directiva a su vez ha sido traspuesta en la legislación nacional, a través de la ley de residuos y suelos contaminados para una economía circular, aprobada en 2022, donde también se incluye este objetivo de reducción del desperdicio alimentario para el año 2030.7

En este punto, una pregunta fundamental que debemos de hacernos es cuáles son las cifras actuales del desperdicio alimentario, a lo largo de toda la cadena agroalimentaria, para que nos sirvan de referencia y poder establecer los niveles de reducción y las cantidades a las que debemos de llegar. Sin embargo, la respuesta no es la que nos gustaría escuchar, ya que si analizamos la calidad de los datos sobre el desperdicio alimentario, según el último estudio de realizado para todos los estados miembros de la UE o de las revisiones bibliográficas más relevantes a nivel mundial hasta la fecha nos indica que actualmente no tenemos datos fiables, más allá de nociones de la magnitud del problema que nos permitan tener esa línea base necesaria para poder abordar estos objetivos de reducción del desperdicio alimentario.8,,9

Por tanto, nos podemos preguntar de qué sirve marcar un objetivo de reducción del desperdicio alimentario para el año 2030 si ni siquiera sabemos cuánto tiramos hoy día en toda la cadena agroalimentaria. Esto mismo se preguntaron desde el Tribunal de Cuentas Europeo.10

Afortunadamente, se están dando pasos relevantes en los últimos años para conocer a fondo este complejo problema. La Comisión Europea ha publicado una Decisión Delegada que obliga a los Estados miembros a cuantificar anualmente este desperdicio, en toda la cadena, y mediante unos criterios metodológicos comunes, para favorecer que los territorios puedan medir el mismo problema y los resultados puedan compararse entre sí.11 De esta manera, cada Estado miembro podrá compartir una pieza del puzle, para obtener una visión completa del problema en la Unión Europea.

Este es el gran reto: no se trata de medir el desperdicio alimentario de una entidad o empresa concreta, sino todo un territorio. Este desafío es el que se ha emprendido de manera pionera en Euskadi, un trabajo impulsado por el Gobierno Vasco, y realizado de forma colaborativa por entidades punteras en esta temática en la región, bajo la coordinación de  ELIKA Fundazioa.12

 

El reto de medir el desperdicio alimentario en el territorio vasco

Para poder diagnosticar la problemática del desperdicio alimentario en la cadena agroalimentaria, en primer lugar, las entidades que conformaron el grupo de trabajo realizaron mediciones del desperdicio en las etapas donde desarrollaban principalmente su labor de investigación y asesoramiento, completando entre todas el análisis de la cadena agroalimentaria.13 Posteriormente, estos trabajos de medición de cada una de las etapas se pusieron en común para realizar un informe global de toda la cadena.14

Así, en este escrito, más que profundizar en cada una de las cifras calculadas por todos estos trabajos, se quiere hacer una reflexión sobre las lecciones aprendidas, los retos y las dificultades encontradas en esta experiencia pionera en España, e incluso a nivel europeo.

En primer lugar, ha sido fundamental establecer un primer capítulo que se sumerja en las definiciones y conceptos empleados. De hecho, cuando se habla de desperdicio alimentario ¿es lo mismo que despilfarro? ¿y que las llamadas rdidas alimentarias? La Decisión Delegada únicamente habla de residuos alimentarios ¿es lo mismo que el desperdicio, las pérdidas, el despilfarro, ninguno o todos a la vez? Esta cuestión es clave: existen innumerables definiciones y conceptos al respecto y es necesario delimitar con claridad qué realidad se está analizando.

Los ODS se proponen reducir a la mitad el desperdicio alimentario per cápita mundial a escala del consumidor antes de 2030

Para el estudio del País Vasco, la referencia básica es la Decisión Delegada de la Comisión Europea, ya mencionada.15 No obstante, esta definición no encaja perfectamente con la propuesta por Naciones Unidas para elaboración de los indicadores que miden el progreso realizado por cada territorio en el ODS 12.3. Por tanto, ha sido necesario determinar claramente qué conceptos y definiciones se han utilizado para este estudio y su relación tanto con los términos propuestos por la Comisión Europea (Decisión Delegada) como por Naciones Unidas (ODS 12.3). La Figura 1 recoge de manera esquemática la relación de conceptos entre estas tres instituciones.

 

Figura 1. Esquema conceptual de las definiciones usadas en el estudio y su relación con la Decisión Delegada y los Objetivos de Desarrollo Sostenible

Fuente: Elika Fundazioa et al., 2022.16

 

Como puede observarse en la Figura 1, el estudio no solo ha utilizado el concepto de desperdicio alimentario, sino que para las etapas de cosecha y precosecha se ha utilizado un término nuevo: material no cosechado y apto para el consumo. Esto es debido a que se ha querido ajustar al máximo la terminología establecida por la Comisión Europea como food waste, para el caso del desperdicio alimentario, y todos aquellos flujos que quedan fuera de este término se han recogido en nuevos términos, como es este caso, ya que desde el grupo de trabajo del estudio se ha considerado importante que se analice posibles ineficiencias en estas etapas previas.

Ejemplo de ello serían los cultivos no cosechados, pero perfectamente consumibles por las personas, pero que por diversos motivos no se recogen, perdiéndose esta cosecha. Otro ejemplo sería el denominado “material potencialmente aprovechable”, donde si bien no se trata de alimentos propiamente dichos, cuyo destino no es la alimentación humana, pueden ser un material cuyo destino pueda llegar a tener un mejor uso que considerado directamente residuo. En un contexto de economía circular, la identificación y cuantificación de estos materiales para la búsqueda de nuevos usos de mayor valor añadido, es una tarea que se ha considerado crucial. La Figura 2 resume las definiciones utilizadas en el estudio y su relación entre ellas.

 

Figura 2. Esquema conceptual de las definiciones utilizadas en el estudio

 

Fuente: Elika Fundazioa et al., 2022.17

Uno de los aspectos más remarcables del esquema de la Figura 2 son los solapamientos entre los conceptos. Esto se debe a que, si bien existe una mayoría de flujos que se determinan con claridad en cada uno de términos empleados, también se ha visto que existen casuísticas muy singulares que son frontera entre ellas, cuya determinación no ha sido sencilla.

En estos casos, se ha optado por ser lo más transparente posibles, mostrando todos los casos que se han identificado como “fronterizos”, para compartir los criterios con la comunidad científica y técnica, para que se pueda determinar si esos ejemplos concretos y singulares serían desperdicio alimentario o no. En estos casos, para facilitar ese diálogo, se han incluido los argumentos a favor y en contra para considerarlo en algunos de los términos reflejados en la Figura 2 y la decisión final. Ejemplo de ello serían los huevos rotos (por cáscaras débiles, picado de gallina, golpe entre huevos, manipulación mecánica durante la clasificación, etc.) que pierden clara, por tanto, no pueden comercializarse. Estos huevos no cumplen la condiciones higiénico-sanitarias para ser destinados a consumo humano, entonces, ¿se consideraría desperdicio alimentario?

La aportación de toda la información posible para la comunidad científica y técnica no solo se ha producido por un ejercicio de transparencia, sino para fomentar la comparabilidad de resultados entre diferentes estudios, favoreciendo así un mayor entendimiento de este complejo problema. Un ejemplo de ello ha sido la determinación de los sectores a ser cuantificados a lo largo de la cadena agroalimentaria. Es decir, si bien los aspectos relacionados con los términos y definiciones buscan responder a la pregunta ¿qué medir?, esta segunda cuestión se centra en abordar la pregunta ¿dónde medir?

 Se trata de una pregunta compleja, ya que si bien podemos tener claro que habría que medir en todas las etapas principales de la cadena agroalimentaria (producción, manufactura, distribución y consumo), dentro de ellas, ¿qué sectores, incluso qué actividades económicas serían las que deberían de ser cuantificadas? Este aspecto es fundamental para poder comparar resultados entre territorios.  Por ejemplo, si en el estudio del desperdicio alimentario en la distribución de un territorio A, se contempla únicamente al mercado minorista, en el territorio B al mayorista y minorista y un tercero (C) del minorista excluye al especializado (carnicerías, panaderías, etc.), la cifra final de cada estudio no puede ser comparado entre si.

¡Qué sectores, incluso qué actividades económicas serían las que deberían de ser cuantificadas?

Para evitar esto, y en línea con las directrices de la Comisión Europea, se ha utilizado un lenguaje común, por códigos, a través de la Clasificación Nacional de Actividades Económicas (Códigos CNAE). De hecho, se han presentado los resultados obtenidos en cada una de las etapas, no solo la cifra final, sino desglosado por cada una de las actividades económicas que se incluyen en esa cifra final. Ejemplo de estas actividades económicas concretas puede ser el CNAE 4631 Comercio al por mayor de frutas y hortalizas, cuyo resultado de desperdicio alimentario, por empresa y año, en el País Vasco es de 6,2 toneladas. Este desglose pormenorizado de las cifras según etapa tiene un triple propósito:

  • Compartir con la comunidad qué actividades económicas concretas se han identificado como las que deberían ser cuantificadas en cada una de las etapas de la cadena. Establecer entre todas las entidades y administraciones un consenso al respecto facilitaría la comparabilidad de resultados.
  • Al desmenuzar la cifra en sus sumandos, que son actividades económicas específicas, otros estudios pueden “volver a juntar el puzle” utilizando únicamente las piezas (actividades económicas) que conformen el objeto de su estudio y así comparar resultados.
  • Facilitar incluso la comparabilidad con estudios focalizados en actividades económicas concretas (ejemplo: desperdicio alimentario en las carnicerías del territorio X), que ayudarán a su vez a crear sinergias y profundizar en el conocimiento de la problemática de esta actividad concreta.

Otro de los aspectos fundamentales que se derivan de esta experiencia de cuantificación es la necesidad de hacer entender que la medición del desperdicio alimentario registrado en un punto de la cadena no tiene que ser necesariamente sinónimo de culpabilidad de este desperdicio. De hecho, en este estudio se ha insistido en la idea de sistema alimentario en lugar de cadena agroalimentaria.  Esta definición de sistema alimentario no es nueva y se ha tenido muy presente a la hora de abordar este problema en el País Vasco.18 Así, la diferencia con respecto a la idea de cadena es que se trata de un sistema más dinámico y complejo, donde todas las etapas funcionan interconectadas entre sí, generando relaciones complejas que son necesarias conocer para conocer las raíces de problemas del desperdicio alimentario que en último término generan volúmenes en una etapa concreta, pero tal vez su origen, y por tanto su solución, se encuentre en otra etapa. Esto no ocurre con la idea de cadena, donde, por ejemplo, la etapa de la producción únicamente estaría conectada con su etapa más próxima (manufactura).

Hemos insistido en la idea de sistema alimentario en lugar de cadena agroalimentaria por ser más dinámico y complejo, donde todas las etapas funcionan interconectadas

Por tanto, conocer estos sistemas complejos y sus dinámicas es una tarea fundamental para poder abordar con éxito el desperdicio alimentario. Esto hace que el propio funcionamiento de este estudio haya necesitado de mucho diálogo entre todas las partes, visión integral y búsqueda de consenso entre todos y todas, evitando que el estudio general sea una simple suma de “estudios estancos”, según etapas de la cadena e instituciones, sino que sea el resultado de reflexiones conjuntas.

Estas reflexiones conjuntas entre todas las entidades participantes en la experiencia se han querido también trasladar a otros actores y administraciones interesadas en la medición del desperdicio alimentario en un territorio. Por tanto, se ha perseguido que la transparencia y honestidad en los hitos alcanzados esté presente en todo el informe, así como las dificultades encontradas, las soluciones adoptadas e incluso las mejoras que a futuro se podrían dar para solventar esas carencias identificadas.

Ejemplo de ello sería la dificultad de separar el llamado material potencialmente aprovechable (MPA) de los subproductos de origen animal no destinados a consumo humano (SANDACH), que se han tenido que mostrar en algunos casos de manera conjunta. No obstante, para futuros trabajos en esta línea en el País Vasco, se quieren monitorizar estos flujos por separado, ya que el análisis de posibilidades de mayor valorización y creación de valor añadido son muy diferentes entre estas tipologías.

Dentro de los logros obtenidos, se puede destacar el hecho de haber conseguido calcular el desperdicio alimentario exclusivamente comestible (eliminando las pieles, huesos, espinas, etc.) para las etapas de distribución, HORECA y hogares, que, si bien la reducción del desperdicio alimentario se refiere tanto a las partes comestibles como no comestibles, se considera de máxima prioridad la eliminación de este desperdicio alimentario comestible. Por tanto, será uno de los retos a futuro poder calcular el desperdicio alimentario comestible también para la producción primaria y manufactura. Eso sí, si bien las partes comestibles son de máxima prioridad su reducción, no se quiere con ello infravalorar las posibilidades de aprovechamiento existentes para las partes no comestibles, dentro del marco de la economía circular, y de búsqueda de la máxima eficiencia del sistema agroalimentario vasco.

Otro de los retos futuros será poder desglosar mejor la información del desperdicio alimentario procedente del sector primario, ya que las definiciones actuales de la Comisión Europea (a través de la mencionada Decisión Delegada) y de Naciones Unidas (meta 12.3 de los ODS) descartan las etapas de cosecha y precosecha, diferenciando así estos flujos en dos: uno de ellos sería el ajuste de este concepto de desperdicio alimentario en la producción, de acuerdo a ambas instituciones internacionales, y otro el llamado material no cosechado y apto para el consumo. Este último flujo si bien queda fuera de los objetivos internacionales de reducción del desperdicio alimentario, se ha considerado un material de gran interés, incluso se pone en duda su exclusión como desperdicio alimentario y por tanto, será un flujo adicional que se quiere también cuantificar y buscar fórmulas de reducción.

Aparte de la exposición de los retos futuros, existen reflexiones que se han querido compartir con toda la comunidad acerca de ciertos consensos existentes. Ejemplo de ello son los alimentos cuyo destino inicial era la alimentación humana, pero por diversos motivos acaba en la alimentación animal. En estos casos, tanto la Comisión Europea como Naciones Unidas consideran que no se trata de desperdicio alimentario, porque se trata de un alimento que se vuelve a incorporar a la cadena alimentaria. No obstante, desde este estudio se quiere reflexionar al respecto, ya que, tal vez, este criterio general podría ser más flexible. Lo explicamos con el ejemplo del uso del calostro de la leche, que en lugar de destinarlo a consumo humano se utiliza para amamantar a los terneros recién nacidos en la propia explotación:  se tienen dudas sobre si este criterio es igualmente válido para etapas finales de la cadena, es decir, un alimento destinado para consumo humano que, después de cultivarlo, manufacturarlo, transportarlo y enviado a los lineales de venta para consumo humano, acabe finalmente en alimentación animal no sea considerado como desperdicio alimentario. Tal vez, sería necesario diferenciar, dentro de este concepto general, en qué casos se podría considerar desperdicio alimentario o no.

Por último, habría que remarcar la idea que este tipo de estudios no deben estar orientados exclusivamente a aportar la cantidad de desperdicio alimentario que se genera en un territorio, sino a conocer a fondo este problema para finalmente poder llegar a reducirlo. Esto es fundamental, ya que al iniciar este tipo de estudios Nos vamos a enfrentar a dificultades metodológicas y carencias de información cuya reflexión nos permitirá ir mejorando poco a poco estos análisis. La inacción hasta encontrar la metodología perfecta puede ser un error.

El grupo de trabajo que ha realizado este estudio considera la medición del desperdicio alimentario un proceso de mejora continua, siendo conscientes que podría existir la paradoja de generarse un aumento del desperdicio alimentario en los próximos años en su territorio, en este caso el País Vasco, simplemente porque se ha mejorado la metodología de cuantificación y no por un mayor desperdicio. Como se ha comentado, los datos estarán sujetos a mejora, pero la experiencia y el conocimiento del problema para fomentar acciones para su reducción es el mayor fruto de este trabajo.

Por tanto, será necesario seguir trabajando de manera continuada en afrontar este problema, evitando trabajos o proyectos puntuales que puedan quedarse en los aspectos más superficiales o no actuar en el territorio a la espera de tener el consenso metodológico absoluto a nivel internacional, o experiencias previas que puedan ir allanando el camino. Tal vez ese camino lo tengamos que construir entre todas y todos. Este estudio nació con esta idea, siendo conscientes del margen de mejora que puede llegar a tener, pero es necesario empezar a andar porque la magnitud del problema nos avisa de su necesidad de abordarlo y comprenderlo desde ya. Por eso queremos poner sobre la mesa esta experiencia pionera, para que podamos seguir dando pasos conjuntamente y lograr de manera efectiva y real este ambicioso reto de reducir el desperdicio alimentario hasta la mitad, para el año 2030: nuestros territorios y el planeta lo necesitan.

Héctor Barca Cobalea es investigador especialista en desperdicio alimentario.

NOTAS:

1 Este artículo ha sido escrito bajo la experiencia de los proyectos llevados a cabo por Enraíza Derechos, una organización de la cual formaba parte el autor. A la hora de publicar este artículo Héctor Barco se encuentra formando parte de la Fundació Espigoladors.

2 Jenny Gustavsson, Christel Cederberg, Ulf Sonesson, Robert van Otterdijk y Alexandre Meybeck, Global Food Losses and Food Waste- Extent, Causes and Prevention, FAO, Gothenburg, 2011.

3  UNICEF, FAO, FIDA, PMA y OMS, El Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo 2022, Roma, 2023.

4 FAO, Reducing Food Wastage Footprint, Roma, 2013.

5 FAO, «Indicador 12.3.1 - Pérdidas y desperdicio mundiales de alimentos», FAO, 19 de enero de 2023,

6 Unión Europea, «Directive 2018/851 Amending Directive 2008/98/EC on Waste Framework», Official Journal of the European Union, 2018.

7 Jefatura del Estado español, «Ley 7/2022, de 8 de abril, de Residuos y Suelos Contaminados para una Economía Circular», Boletín Oficial del Estado, núm. 85, de 09/04/2022, 2022.

8 Åsa Stenmark, Carl Jensen, Tom Quested y Graham Moates, Estimates of European Food Waste Levels, FUSIONS EU, 2016.

9 Li Xue, Gang Liu, Julian Parfitt, Erica Van Herpen, Åsa Stenmarck, et al., «Missing Food, Missing Data? A Critical Review of Global Food Losses and Food Waste Data», Environmental Science and Technology, 2017.

10 Tribunal Europeo de Auditores, Combating Food Waste: An Opportunity for the EU to Improve the Resource-Efficiency of the Food Supply Chain, Publications Office of the European Union, Luxembourg, 2016.

11 Comisión Europea, «Commission Delegated Decision (EU) 2019/1597 of 3 May 2019 Supplementing Directive 2008/98/EC of the European Parliament and of the Council as Regards a Common Methodology and Minimum Quality Requirements for the Uniform Measurement of Levels of Food Waste», Official Journal of the European Union, 2019.

12 Este grupo de trabajo lo componen las siguientes entidades: Neiker, HAZI, AZTI Tecnalia, Basque Food Clúster, ELIKA Fundazioa y Enraíza Derechos.

13 Producción primaria: Neiker, HAZI, AZTI Tecnalia, ELIKA Fundazioa Manufactura: AZTI Tecnalia, HAZI, Basque Food Clúster y ELIKA Fundazioa. Venta al por menor y otras formas de distribución (retail): AZTI Tecnalia,. Restaurantes y puestos de comida (HORECA): AZTI Tecnalia, Hogares: Enraíza Derechos.

14 ELIKA Fundazioa, HAZI, Enraíza Derechos., AZTI Tecnalia, Neiker, y Basque Food Clúster , Análisis Del Desperdicio Alimentario en la Cadena Agroalimentaria de Euskadi, Vitoria-Gasteiz, 2022.

15 Comisión Europea, 2019, op. cit.

16 ELIKA Fundazioa et al., 2022, op. cit.

17 Ibidem.

18 David Spurgeon, Hidden Harvest: A Systems Approach to Postharvest Technology, International Development Research Centre, Ottawa, 1976.

Acceso al artículo a texto completo en formato pdf: Algunas lecciones aprendidas de la primera cuantificación del desperdicio alimentario en Euskadi.

 


Dosier Ecosocial: Ciencia, ética y paz

DOSIER ECOSOCIAL

Ciencia, ética y paz

Historia desde el valle de los límites

La colección Dosieres Ecosociales de FUHEM Ecosocial publica su nuevo número: Ciencia. ética y paz: historia desde el Valle de los Límites, de Pere Brunet, investigador del Centro Delàs de Estudios para la Paz.

Este dosier es una aproximación a la cultura de los límites y a los valores que se destilan y emanan de la ciencia, explicados a partir de la vida de personas científicas, sobre todo mujeres.

Desgraciadamente, la ciencia y sus protagonistas son casi imperceptibles, como todo lo que plantean y los valores que defienden. La ciencia incluso genera recelo. No es fácil acercarse a ella sin prejuicios.

Si los científicos son invisibles, a lo largo de la historia las mujeres científicas lo han sido aún más.

La obra intenta conectar la vida de estas personas protagonistas, muchas de ellas hoy olvidadas, con los valores que las guiaron y con algunas pinceladas divulgativas para desvelar aquella misteriosa belleza oculta que las cautivó.

El objetivo es múltiple: hablar de algunos de sus principios éticos, acercarnos a la cultura científica de los límites, desvelar, con su biografía, las dificultades que encontraron para desempeñar su trabajo creativo y divulgar algunos de sus maravillosos descubrimientos, intentando superar el respeto y el miedo que a menudo nos genera la ciencia.

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Ellas vivieron lejos de las riquezas, se descubrieron frágiles. Vivieron con mesura, decidieron cuidar, quisieron ser cuidadas. Y escondidas en el valle de los límites, lo explicaron. Su actitud nos ayuda a entender nuestro lugar en el mundo, desenmascarando los discursos que ignoran las fronteras ecológicas y convergiendo con las del ecofeminismo, los movimientos por el clima y la sociedad civil.

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