Entrevista a Justa Montero
Las desigualdades históricas existentes entre hombres y mujeres provocan que el impacto de la actual crisis económica y de las políticas de ajuste derivadas de ella sea desigual, y tenga características específicas. De igual modo, será también determinante el lugar o posición que ocupemos en la estructura social las mujeres a la hora de sufrir sus consecuencias. La teoría y el movimiento feminista han ahondado en la reflexión sobre estos aspectos centrales y se han mostrado críticos con la formulación, por ejemplo, del Estado de bienestar o con las definiciones del concepto de ciudadanía hegemónicas durante los últimos lustros. Han destacado sus límites y los aspectos que quedaban invisibilizados y excluidos tanto de las políticas como de las propias definiciones del sujeto de derechos. En esta entrevista nos proponemos abordar el modo en que la actual coyuntura de crisis, con las nuevas fracturas que introduce, pueda estar influyendo en los discursos y reivindicaciones feministas, y cuáles deberían ser los aspectos a integrar hoy en su agenda política. Justa Montero, histórica activista del movimiento feminista en España, reflexiona sobre estas cuestiones.
Olga Abasolo
FUHEM Ecosocial
− La crisis económica y las políticas de ajuste derivadas tienen un impacto específico sobre las mujeres. ¿Podrías recorrer brevemente las características más importantes de dicho impacto en las condiciones de vida, precarización laboral, privatización de la reproducción social, etc.?
− Estamos ante una profunda crisis del sistema capitalista que afecta, lo estamos viendo día a día, a todos los aspectos de la vida del 90% de las personas: a cómo cubrir las necesidades de alimentación, vivienda, salud, de afecto. Si a esto le unimos la dimensión de la crisis ecológica, con el progresivo agotamiento y degradación de recursos naturales imprescindibles para la vida, el futuro que se nos presenta es realmente incierto y supone, de entrada, vivir en una inseguridad permanente como resultado de la vulnerabilidad de las condiciones de vida.
Con este panorama de fondo, el resultado de las políticas de ajuste y recortes tiene un efecto claro: el reforzamiento de la lógica patriarcal de división sexual del trabajo. Es decir, el aumento del trabajo reproductivo y de cuidados de las mujeres como producto de la privatización de la reproducción social, entendida ésta como reproducción biológica, de la fuerza de trabajo y de satisfacción de las necesidades de atención y cuidado.
Por eso, esas medidas que afectan a todas y todos tienen, efectivamente, un particular impacto en la vida de las mujeres porque inciden en esa aparente separación, tan funcional para el sistema, entre producción y reproducción.
Con respecto a la llamada producción de los efectos “específicos”, estos tienen que ver con las particulares características de la presencia de las mujeres en el mercado laboral. Características que han tenido como resultado el que las mujeres sean amplia mayoría en las contrataciones a tiempo parcial (74%); en los sectores “feminizados” objeto hoy de los principales recortes del sector público –como sanidad y enseñanza (61%)–; que se mantenga una brecha salarial del 22,5% respecto a los hombres y seamos las mayores perceptoras del salario mínimo. También existen datos que muestran menor desigualdad en las tasas de paro, pero es por el aumento del paro de los hombres, que no es precisamente el horizonte deseable para unos ni para otras.
Sobre el aumento del trabajo doméstico y de cuidados de las mujeres en el ámbito de la familia, los hechos son claros: se saca a las personas mayores de las residencias porque no pueden pagarlas y/o necesitan la contribución de la pensión; los recortes de las prestaciones previstas en la “ley de dependencia” se suplen con más trabajo en las familias; y el aumento del coste de las escuelas infantiles está obligando a otras estrategias de cuidados que en algunos casos también pasan por el aumento del trabajo, como en los otros casos, fundamentalmente de las mujeres.
La crisis y las políticas que se están adoptando no deja muchas posibilidades: como señala Amaia Pérez Orozco, el reparto de responsabilidades sobre el trabajo doméstico y de cuidados entre el Estado, el mercado y los hogares se está resolviendo de la forma más regresiva posible tanto para las personas dependientes que requieren cuidados como para las que realizan los trabajos.
− Nos gustaría ahondar ahora, sin embargo, en una dimensión que tiende a quedar más oculta. ¿Podríamos estar hablando de una profundización en los estereotipos de género, una suerte de naturalización de las desigualdades?
− Los mecanismos actuales de acumulación por desposesión del capitalismo, vienen acompañados de una fuerte carga ideológica como requisito para tratar de legitimar los recortes, la conculcación de derechos, la redefinición de las políticas públicas y la reprivatización de la reproducción.
Se trata de imponer al menor coste económico y social posible la lógica del mercado y ello implica una resignificación de los valores también: reprivatizar las necesidades y disolver los lazos sociales como paso previo para arrasar con lo público-común.
Cuando el ministro de Justicia dice, a propósito de la contrarreforma sobre el aborto, que hay que proteger la maternidad como el derecho por excelencia de la mujer, está tratando de formular una nueva construcción social de la maternidad, contrapuesta a los nuevos significados que ha logrado dar el feminismo en estos años a la maternidad y al control del cuerpo.
Junto con el proceso de re-familiarización que suponen las políticas neoliberales, se apunta una nueva política sexual que trata de esencializar a las mujeres en un proceso fundamentalmente ideológico. Un proceso que tiene tres componentes fundamentales: tratar de ligarnos a los procesos biológicos de reproducción; situar los sentimientos en un plano ajeno a la justicia y a la libertad en ese neoliberalismo que, como señala Mª Luz Esteban, se disfraza de humanismo; y por último insistir en la responsabilidad personal frente a cualquier proyecto colectivo y social.
Reaparece así no solo la función económica de la familia (que había quedado invisibilizada en épocas pasadas), sino también sus funciones políticas y sociales, en su versión patriarcal, porque “la vuelta a casa” potencia la aparición de nuevos conflictos o situaciones de violencia en las relaciones, para los que no hay recursos porque las y los profesionales están perdiendo sus empleos y se eliminan, por ejemplo, recursos para mujeres que sufren violencia doméstica.
− La crisis no sólo está afectando a las desigualdades históricas entre hombres y mujeres sino que también está afectando a las desigualdades entre las propias mujeres, un terreno quizá más inexplorado. ¿Cuáles han sido las aportaciones de la teoría feminista reciente sobre la intersección de opresiones y la importancia de la posición que ocupamos en nuestra estructura social jerarquizada?
− La crisis afecta a cada cuál según la posición que ocupa en los sistemas de clasificación social, en las jerarquías sociales. Y obviamente las mujeres también estamos atravesadas por esas diferenciaciones de modo que las posibilidades y las formas de enfrentar los efectos de la crisis no son las mismas. Existe abundante literatura sobre cómo la clase, la etnia, el género, el sexo, la edad determinan la posición de las mujeres en las diferentes relaciones de poder, y cómo se traduce en la forma como se manifiesta y percibe la opresión patriarcal.
Un ejemplo claro es la diferente forma en que unas mujeres y otras se sitúan en la cadena global de los cuidados y también en el trabajo doméstico; o en el ejercicio de derechos en función de los recursos económicos (recursos frente a la violencia doméstica o violencia sexual, recursos para realizar un aborto), lo que es particularmente determinante en el contexto actual de privatización de los servicios; o el impacto de normas discriminatorias como la exclusión de la tarjeta sanitaria a las personas sin papeles y cotización a la Seguridad Social. El derecho a tener derechos no es igual para todas.
La teoría de la interacción de las opresiones tiene también una repercusión práctica y es la necesidad de generar lazos entre las distintas luchas de resistencia, entre las distintas “mareas”.
− ¿Se ha producido un desplazamiento o cambio de los discursos y de la agenda feminista con el recrudecimiento de la crisis? ¿Cuáles son ahora las principales preocupaciones o reivindicaciones? ¿Cuáles son, en tu opinión, las cuestiones que en la actualidad deberían protagonizar la agenda?
− La crisis es de tal crudeza que lo ha movido todo, también en el feminismo. En primer lugar porque cambian las condiciones de vida de las mujeres y plantea nuevas urgencias; también porque cambia el contexto y la necesidad de frenar la barbarie, los recortes de derechos, la precarización de la vida.
No se trata de establecer un catálogo, pero está claro que todos los temas relacionados con los efectos de las políticas económicas y con las alternativas que podamos levantar, son centrales. Pero, como he apuntado antes, las políticas económicas están estrechamente relacionadas con los recortes de otros derechos conseguidos (aunque no del todo) por el feminismo. La relación entre capitalismo y patriarcado no es una quimera, actúa en la vida cotidiana de las mujeres. Enfrentarse a ese proyecto de re-familiarización pasa por la defensa de la autonomía sexual de las mujeres, de las identidades sexuales y el derecho al control del propio cuerpo como lugar también de resistencia, y la defensa de una vida libre de violencias.
− Como consecuencia de la crisis, de los recortes y de la privatización de los servicios públicos y, en definitiva, progresivo vaciamiento de lo público parece que están aflorando debates sobre qué nos es común…
− Hablar de “lo común” remite al debate sobre las necesidades. Cuáles son las necesidades que tenemos que gestionar de forma colectiva.
Ahora que el Estado del mal-estar trata de echar por tierra lo que se había establecido como común y que tenía obligación de gestionar, este debate es particularmente importante. Porque hay algunas necesidades, muchas, creadas por la sociedad de consumo; otras son reales y otras que también lo son, no siempre están consideradas como tales y, sin embargo, son constitutivas de lo común.
Este ha sido un tema de particular preocupación para el feminismo precisamente porque a algunas de las necesidades de las mujeres −como vivir una vida exenta de violencia−, que escapan a la lógica económica, no se les atribuye la categoría de bien común.
Lo común no es algo dado, y puesto que vivimos en una sociedad plural, existe una multiplicidad de interpretaciones y propuestas, ya que la manera en que se perciben los problemas y las soluciones está mediada por nuestras distintas posiciones en la sociedad, las distintas identidades y pertenencias de grupo por más abiertos que sean.
Establecer lo común, la forma de atender y resolver las necesidades individuales y colectivas, apunta a otro de los temas recurrentes para el feminismo: la forma de participar en esos procesos colectivos de intercambio, consenso y negociación de esas visiones “particulares” existentes y desde sujetos políticos diversos.
No se trata del derecho a participar en la vida en común tal como la conocemos hoy, sino del derecho a definir lo que es común y por tanto propio de todas y todos para situarnos de forma distinta en el mundo y hacer viable un cambio anticapitalista, antipatriarcal y antirracista.
Acceso a la entrevista a Justa Montero (pdf)