La indiferente Europa institucional ante la llegada de personas refugiadas
(Refugiados sirios acogidos en Austria. Foto: Mark Henley/ACNUR)
Imaginen que todo su mundo desaparece. Les invito a iniciar un viaje. Una huida al encuentro deseado de un destino más seguro, pero incierto. La búsqueda de estabilidad sobre la que emprender un proyecto de vida, es el objetivo. Pero la sorpresa es que se trata de un largo camino sin final, lleno de riesgos que hay que ir superando con resistencia física y psicológica. Francamente, no sé si estoy preparada.
Tras jornadas de un agotador recorrido, nos encontramos ante el espejismo de creer que llegamos al final, al límite en donde tras una alta e interminable alambrada infranqueable, está nuestra salvación. Pero la realidad es que no existes y tampoco hay vuelta atrás, porque no dejas nada tras de ti más que destrucción, muerte y conflicto. Esta realidad, más que diferenciar a la ciudadanía, debiera hacernos sensibles e iguales.
Identificar lo que a grandes rasgos llevamos recorrido, no es complicado. A muy grandes rasgos y obviando miles de detalles, dando por sentado que superaríamos dificultades imposibles, habríamos acompañado la trayectoria de las miles de personas refugiadas que llegan a nuestras fronteras (21 millones en el mundo, Informe ACNUR, 2015). Lo que resulta desconcertante es que huyen de la violencia de sus lugares de origen y a nuestras puertas sufren otra violencia, la de la burocracia de los estados occidentales y la doble moral de gestionar una protección que no se hace realidad, salvo en casos minoritarios.
Quienes consiguen atravesar fronteras y establecer el reinicio de su vida en cualquier lugar de Europa, seguirán sufriendo otra violencia estructural, la de la desigualdad, el desempleo, la crisis económica y el discurso del miedo infundado que prolifera en los peores momentos de crisis y falta de respuesta de los estados occidentales, ante las crecientes e inatendidas necesidades sociales. Una doble moral con la que el gobierno de España se comprometió en la Unión Europea a acoger a algo más de 17.000 personas refugiadas hasta 2017, que aún están por llegar.
¿Qué nos está pasando en este país? ¿Quizá se nos ha olvidado que también fuimos refugiados y refugiadas huyendo de una guerra civil, que perdimos una generación de jóvenes desaparecidos, desaparecidas y en el exilio? No siendo capaces de resolver nuestra propia historia, tampoco lo somos de poder influenciar de forma positiva en la de otros países actualmente en guerra, acogiendo a sus ciudadanos y ciudadanas. Europa se ha vuelto insolidaria, desconfiada y huraña; la misma Europa que sufrió una tremenda posguerra con graves pérdidas humanas tras la Segunda Guerra Mundial; la misma que vende armas, junto a los Estados Unidos de América, a los países sumidos en los peores conflictos armados. En este lado del mundo, el occidental, nos saltamos normas internacionales, la Convención de Ginebra que regula la obligación de los estados de acoger y reconocer a las personas refugiadas, la observancia de la prohibición de venta de armas a los países que sistemáticamente violan derechos humanos y en definitiva, los vinculantes tratados internacionales. No se empeñen en creer que la justicia internacional y el papel de la ONU no es útil o funcional en medio de este caos mundial. Eso es lo que quieren que pensemos el Presidente Trump y otros líderes y gobiernos que toleran las injusticias y vulneraciones, así como los propios perpetradores de violaciones de derechos humanos, al servicio y conveniencia de este injusto desequilibrio del poder mundial.
Ahora en Yemen, la población es víctima del cólera, porque la guerra no viene sola, causa todo tipo de estragos y penurias. Ya no hay pediatras en Siria y las organizaciones humanitarias son las que invierten todas las fuerzas de la sociedad civil europea para ayudar y rescatar las vidas de personas refugiadas de las insaciables aguas del Mediterráneo. ONG que, con limitados medios, dan una lección a los gobiernos de Europa, impregnados de corrupción, extremismos, recortes e insolidaridad. ¿Hasta dónde vamos a llegar a este ritmo? No logro imaginarlo, pero en la medida que entendamos que las personas refugiadas son víctimas de violaciones de derechos humanos, que los gobiernos de los estados democráticos han de gestionar los bienes comunes y cumplir la ley estatal e internacional, podremos aproximarnos más y mejor a la exigencia de que todo esto cambie ya. Los tribunales y la opinión pública deben adquirir el poder de una auténtica democracia social o si no ¿de qué estaríamos hablando?, ¿de totalitarismos?, ¿falta de justicia?, ¿ilegalidad?, ¿hasta cuándo? Revolvámonos en nuestras convicciones, reflexionemos, ocupemos las calles, pidamos responsabilidad a los gobiernos, a los juzgados, denunciemos las injusticias con las que convivimos y dejemos de asistir a esta realidad como meros espectadores y espectadoras. El bienestar no es de verdad si sólo está en el poder de una minoría de la población mundial, además también a nuestra costa y al de una inmensa mayoría. El Norte se sigue nutriendo del Sur, pero esta vez cierra puertas a millones de refugiados y refugiadas que, como cualquiera de nosotras y nosotros, son personas con sueños, miedos y ganas de sobrevivir, que también tienen hijos e hijas con los que huyen, a quienes tienen que proteger del monstruo de las bombas, los disparos, el frío, el hambre y las aguas profundas del mar. Millones de personas que se desplazan y duermen delante de nuestras fronteras o en tiendas en campos de refugio, que no tienen ningún afán ni poder de desestabilizar nuestro ritmo de vida, en riesgo por otros escandalosos motivos. ¿No da más miedo el devastador poder de la violencia de los neofascismos? Demos un par de vueltas a estos planteamientos, a la Europa ciudadana empobrecida, no sólo material o económicamente, sino social y políticamente. Dejemos la puerta abierta, no teman por que corra algo de corriente. Un soplo de aires de renovación, humildad y humanidad, no nos viene mal.
También debemos considerar que los países que mayoritariamente acogen a población refugiada no están en Europa, como son Turquía, Pakistán o Líbano.
Aún desviándonos de Europa, no debemos olvidar a la población de los Territorios Palestinos Ocupados, refugiados y refugiadas fuera y dentro de su propio país (5 millones, Informe UNRWA, 2017). Sufriendo desde hace 50 años de ocupación y sufriendo las restricciones de falta de servicios esenciales para la vida (como agua, vivienda, educación o sanidad), añadida la violencia del constante acoso de colonos, ejército, policía, y en general, del estado israelí.
El 20 de junio, Día Mundial del Refugiado y Refugiada, una vez más y a través de los llamamientos de las diferentes ONG y organismos de las Naciones Unidas como ACNUR o UNRWA, exijamos a los gobiernos de todo el mundo a cumplir con la ley internacional. Pidamos juzgar y atender a las personas refugiadas y víctimas de violencia. No nos veamos jamás en situación de tentar a nuestra suerte por no tener más remedio que llamar a otra puerta en busca de apoyo o supervivencia. Nunca se sabe en que lado del mundo nos puede tocar vivir. Todos y todas podríamos ser refugiados o refugiadas.
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