FUHEM Ecosocial: declaración ante la COVID-19

FUHEM Ecosocial: declaración ante la COVID-19

 

Sabíamos que podía ocurrir. Las pandemias han sido recurrentes en la historia de la humanidad. Sin alejarnos demasiado en el tiempo, cabe recordar que durante el último medio siglo hemos visto, entre otros virus, el sida, el ébola, el SARS, la H1N1, el MERS y la gripe aviar. Los virólogos y epidemiólogos sabían que un nuevo virus podía causar una pandemia y la probabilidad con que podía acontecer. Los científicos llevan más de una década señalando que esas infecciones serán probablemente zoonóticas, es decir, transmisiones de virus de animales salvajes o domésticos a humanos. En septiembre del año pasado, apenas un mes antes de que se conociera el primer brote de coronavirus en la ciudad de Wuhan, un equipo de 14 científicos y expertos de un programa de la OMS y el Banco Mundial hicieron público el informe Un mundo en peligro. Informe anual sobre preparación mundial para las emergencias sanitarias.1 Ahí ya se señalaba que el planeta debía prepararse para hacer frente a una inminente pandemia provocada por un patógeno respiratorio que podría matar a millones de personas y perturbar profundamente la economía mundial.  Las advertencias de los autores del informe cayeron en saco roto. Podemos hablar de la criminal irresponsabilidad y mala fe de muchos dirigentes, pero nadie podrá decir que no se sabía que una pandemia de este tipo estaba acechando en el horizonte.

Ahora que no queda otra que plantar cara a esta pandemia, nadie ignora que estamos ante una crisis que no sólo es sanitaria. La pandemia se ha revelado también como un fenómeno que permite comprender qué rasgos tiene y cómo funciona la sociedad actual. A un acontecimiento que admite tantas aproximaciones como aristas muestra (sanitarias, sociales, económicas o políticas), a un fenómeno de estas características, en ciencias sociales se le llama hecho social total, al afectar al conjunto de los componentes y relaciones fundamentales de una sociedad. También es posible contemplar esta pandemia como un ensayo general de las amenazas globales que se desprenden de la crisis ecosocial y que, al proyectarse sobre el conjunto de la humanidad, adquieren una dimensión existencial. Asimismo, esta experiencia nos ha introducido en un gigantesco experimento natural. Este acontecimiento se ha convertido en un campo de estudio inestimable para cualquier investigador. Al afectar a toda la humanidad en un periodo temporal perfectamente acotado permite aislar comportamientos e impactos comparándolos con los de periodos precedentes a la pandemia.

Así pues, no estamos únicamente ante una trágica perturbación, también estamos delante de una oportunidad para conocernos mejor y extraer enseñanzas. Si esta situación exige una ciudadanía activa capaz de responder solidariamente a la emergencia social y sanitaria, en el plano intelectual exige una tarea no menos importante para quienes buscan y promueven el bien común: la voluntad de comprender a través del análisis crítico. El carácter de hecho social total, de ensayo general y de experimento natural que tiene esta pandemia nos pone ante una oportunidad inédita para confirmar, rectificar y ampliar durante los años venideros buena parte del saber acumulado en torno a la naturaleza de la crisis ecosocial y sus consecuencias.

La pandemia del COVID-19 ha irrumpido paralizando y trastocando nuestras vidas. Debemos subrayar que ni estamos en condiciones ni pretendemos hacer una interpretación ambiciosa e integral de lo que significa la crisis en la que estamos inmersos, pero sí podemos indicar algunos problemas con los que necesariamente tendremos que enfrentarnos.

En los últimos años hemos reclamado sin descanso, desde la mirada ecosocial propia de esta Fundación, una mayor atención a la crisis ecológica, a la pérdida de cohesión de nuestras sociedades, una respuesta más humana al problema de los desplazados y una defensa más decidida de la democracia como proceso que se construye a partir de la deliberación y la participación de toda la ciudadanía, sin exclusiones. En el contexto de estos afanes, el COVID-19 nos ha traído la evidencia de una profunda crisis de cuidados, un sistema de salud público formado por magníficos profesionales pero infradotado y dañado por los ajustes de las últimas décadas, y un menoscabo de derechos y libertades por la urgente necesidad de decretar el estado de alarma para hacer frente a la emergencia sanitaria. La pandemia está poniendo de manifiesto la importancia que tienen las condiciones sociales y ambientales para la salud y la calidad de vida de pueblos y personas. Las sociedades con mayores y mejores dotaciones de bienes y servicios públicos, con ecosistemas más sanos y variados y con un tejido social más cohesionado están en mejores condiciones de afrontar este tipo de amenazas. Así pues, contra las pandemias se necesita: ecología y servicios públicos de calidad, solidaridad y cuidado mutuo, más democracia y mucha ciencia (con conciencia).

Son muchas las enseñanzas y reflexiones que esta pandemia está suscitando a la sociedad. Anticipamos sólo algunas de ellas:

  • La primera es que detrás de esta pandemia está la acción humana sobre la naturaleza. La alteración de los hábitats y la pérdida de biodiversidad en los ecosistemas derrumban barreras en la expansión de los patógenos, al mismo tiempo que nuestros estilos de vida tienden puentes muy efectivos para su propagación. Las implicaciones de los actuales modos de vida sobre la salud de las personas y el planeta son evidentes y exigen un replanteamiento colectivo.
  • De ahí que también esté poniendo de manifiesto la necesidad de replantear fines, medios y prioridades. La crisis ha de servirnos para no confundir la calidad de vida con el nivel de vida y para repensar qué es lo importante para las personas y las sociedades y, en consecuencia, cuáles han de ser las prioridades de las políticas públicas y, particularmente, de las políticas económicas.
  • Si esta pandemia reclama, al igual que la crisis ecosocial, un replanteamiento profundo y sin más demora del modo de vida imperante, y al mismo tiempo es una oportunidad para discernir acerca de lo que es verdaderamente importante, la pregunta acerca de qué entendemos por buena vida en el contexto de las crisis que padecemos se convierte en la pregunta crucial de nuestros días.
  • También muestra cómo la desigualdad amplifica el dolor y la penuria. El virus y las medidas de contención que se están aplicando afectan a los diferentes sectores de la población de una manera radicalmente distinta. Vemos que el confinamiento es diferente según las condiciones y el tipo de vivienda, que está excluyendo de la educación a 500.000 niños de nuestro país que viven en casas sin ordenador o que los servicios sociosanitarios de atención a los mayores son un pilar básico del Estado de Bienestar que aún falta por asentar. No estaremos seguros hasta que no lo estén los demás. Por eso la desigualdad y la falta de cohesión social se convierten en los principales obstáculos que hay que remover para superar esta u otras crisis venideras.
  • Esta pandemia ha revelado el importante papel que deben jugar las instituciones públicas y, en particular, el Estado en una sociedad moderna. No puede retraerse de su responsabilidad y debe garantizar suficientes infraestructuras y servicios públicos de calidad en los ámbitos de la salud, la investigación, la educación y los cuidados.
  • Finalmente, acontecimientos como el que vivimos debe alertarnos de que sucumbir a la tentación autoritaria siempre es una posibilidad. Si flaquean las convicciones y los valores democráticos de la ciudadanía, en nombre de la defensa de la salud pública puede surgir una ‘sociedad vigilada’ donde la securitización y el control social se conviertan en rasgos dominantes del nuevo orden social emergente.

En los últimos cinco años, la perspectiva ecosocial nos ha llevado a ocuparnos de acontecimientos de gran calado, con una relevancia tan grande e incluso mayor que la de esta pandemia. Son realidades que están configurando nuestro presente y futuro más inmediato, y que constituyen el contexto desde el que dar respuesta a los problemas y desafíos que nos ha planteado la COVID-19:

  • La crisis ecológica ha mostrado en estos últimos años sus aristas más apremiantes. El Acuerdo de París de diciembre de 2015 resulta claramente insuficiente frente a la urgencia e intensidad del cambio climático. En mayo del año 2019, el Panel Intergubernamental sobre Biodiversidad dio a conocer el resumen de su informe sobre el estado de la biodiversidad en el mundo, advirtiendo que la biosfera está siendo perturbada a una escala sin precedentes. Son hechos tan incontrovertibles, que se suceden los pronunciamientos de los científicos advirtiendo de la gravedad de la situación del planeta. La última advertencia de la comunidad científica ha sido realizada el pasado cinco de noviembre de 2019 desde la prestigiosa revista BioScience por más de 11.200 científicos de 153 países.2
  • La llegada a Europa en el año 2015 de un millón de personas huyendo de la guerra de Siria originó una crisis humanitaria en nuestro continente. Esta circunstancia asentó en nuestro entorno inmediato una realidad que, según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, ha venido para quedarse: el importante incremento del desplazamiento forzado de personas, que alcanzó en el año 2014 una magnitud que no se había registrado desde la II Guerra Mundial. Un proceso que, unido al de las migraciones internacionales, define nuestra época y plantea un relevante desafío a nuestra sociedad: la alteridad y la gestión solidaria de la diversidad.
  • El mundo también está cambiando en el orden político. Desde el año 2014, Narendra Modi ocupa el cargo de Primer Ministro de la India. El 20 de enero de 2017, Donald Trump se convierte en el 45º presidente de los EEUU. El 1 de enero de 2019, Jair Bolsonaro es proclamado presidente del Brasil. Se suman a un conjunto de dirigentes que ya estaban en el poder, como Vladímir Putin o Viktor Orban, que hacen gala de actitudes populistas y posiciones nacionalistas y conservadoras. Desde el ascenso de Xi Jinping en 2013, China se consolida ante el mundo como una modalidad de capitalismo más dinámica y eficaz que la occidental, aunque también más autoritaria. Europa da muestras de desconcierto ante sus fracturas internas y la geopolítica emergente. El orden mundial se vuelve cada vez más multipolar y menos multilateral. La democracia se vacía de contenidos y los gobiernos se tornan iliberales justo cuando más necesitados estamos de democracias de calidad, cooperación global y gobernanza cosmopolita.
  • También estamos asistiendo a lo que se conoce como la «cuarta revolución industrial». Un mundo nuevo que, al integrar el big data y la inteligencia artificial con las nanotecnologías y la biología sintética, abre tantas posibilidades como amenazas. La brecha entre lo que podemos y debemos hacer se agranda. Gracias a la tecnociencia estamos adquiriendo la capacidad de cambiar las reglas de la evolución humana y perturbar el funcionamiento del planeta. Va a ser más necesaria que nunca una ciencia con plena conciencia ecosocial y moral del alcance de sus consecuencias. En este último lustro hemos observado con claridad los efectos del asentamiento de las tecnologías de la información y la comunicación derivadas de la anterior revolución tecnológica. De su mano han surgido las llamadas «economías de plataforma» (Uber, Airbnb, Cabify, Glovo, etc.) y el poder monopólico de las Big tech (Google, Apple, Facebook, Microsoft, Amazon) que hasta el momento se ha traducido, sobre todo, en mayor precariedad laboral, evasión fiscal, contaminación del debate público por la propagación de fakes y riesgos de mayor control social y vulneración de la privacidad a través de la tecnovigilancia.

¿Qué futuro deparará esta pandemia? Nadie lo sabe, pero la historia nos enseña que tras una profunda perturbación las sociedades cambian. Las estructuras, las instituciones y las mentalidades se transforman y, en consecuencia, también lo hacen las conductas individuales y colectivas. El mundo de entreguerras poco se parecía al que existía con anterioridad a la primera gran conflagración y el que surgió de la Segunda Guerra Mundial fue un mundo radicalmente diferente del de entreguerras. Todavía hoy apenas nos damos cuenta de lo mucho que han cambiado nuestras sociedades después de la crisis financiera del año 2008. Hemos asistido durante este tiempo, casi de forma imperceptible, a la emergencia de un nuevo orden social, tanto en el plano interno como en el internacional. Incurriremos, pues, en un profundo error si pensamos que tras la pandemia todo va a seguir igual. No se trata de un paréntesis. Se están produciendo cambios sustanciales en los comportamientos individuales, en la funcionalidad de las instituciones sociales y en la dinámica estructural de la economía. Detectar esos cambios adquiere una importancia crucial a la hora de construir las respuestas adecuadas.

No debemos engañarnos, la existencia de una oportunidad para nada prejuzga la forma en la que vaya a resolverse. También 2008 traía consigo una oportunidad y algunos de sus principales valedores no dudaron en afirmar que si el capitalismo quería sobrevivir tenía que reformarse profundamente. Sin embargo, la oportunidad pasó y los que salieron fortalecidos fueron los intereses causantes de la crisis. Aprendamos la lección. Si no queremos que ahora vuelva a pasar lo mismo tenemos que poner los medios para que no suceda. No tenemos la solución que abriría las puertas a un futuro sostenible, más justo y democrático, pero en el análisis precedente se apuntan las líneas en las que tenemos que trabajar para hacerlo posible: en red con otros similares y sin perder un tiempo del que no disponemos.

Lo más inmediato son las consecuencias sociales de esta pandemia, que ya se empiezan a mostrar en toda su gravedad. La fuerte temporalidad de la economía española ha enviado al paro en pocos días a cientos de miles de trabajadores y trabajadoras cuyos empleos no se han renovado. Una fracción significativa de la población vulnerada3 se va a quedar fuera de la protección que debería brindar el llamado escudo social. Buena muestra de ello es que se están extendiendo las colas ante las puertas de parroquias y bancos de alimentos. Debería haber sido el momento de poner en marcha una renta básica universal que evitara estas lagunas de cobertura y el desborde de unos servicios sociales que ni tienen medios ni están preparados para evaluar, comprobar y gestionar las distintas ayudas con que afrontar una variedad casi inabarcable de situaciones de necesidad.

Como Fundación, nuestra intención es profundizar, si cabe con mayor convicción, en la orientación de los últimos años, poniendo especial énfasis en tres grandes objetivos: elaborar un informe periódico centrado en la calidad de vida y en los objetivos que,  deben ser esenciales en el mundo que vivimos, segundo, coadyuvar al desarrollo de una visión integradora de la economía, en la que la sostenibilidad ecológica, los cuidados y la cohesión social sean ejes vertebradores y, tercero, ayudar a que se desarrolle una educación, alejada de todo adoctrinamiento, que prepare a las personas que se forman en nuestras aulas para entender y afrontar el mundo en el que van a tener que vivir, favoreciendo las competencias que van a resultar imprescindibles para desenvolverse en una realidad social muy distinta de la actual y de la que vivieron sus progenitores, anticipación a la que el enfoque educativo dominante no siempre da la importancia que merece.

Lunes, 11 de mayo de 2020

 

1 The Global Preparedness Monitoring Board (GPMB). Se puede consultar el informe íntegro en castellano en: https://apps.who.int/gpmb/assets/annual_report/GPMB_Annual_Report_Spanish.pdf

2 En el año 1992, más de 1.500 científicos (entre los que se incluían la mayoría de los premios Nobel de ciencias que vivían por entonces) constataron a partir de la evidencia empírica disponible y las tendencias en curso que el rumbo que había adoptado la humanidad estaba empujando a una destrucción generalizada de los ecosistemas de la Tierra. Esta primera advertencia de la comunidad científica mundial es conocida como ‘primer aviso’. Veinticinco años después, la comunidad científica lanza un ‘segundo aviso’, donde se denuncia el fracaso de la humanidad para resolver los retos ambientales enunciados en el primer llamamiento y se manifiesta especial preocupación por la trayectoria del cambio climático, la deforestación y los cambios en los usos de suelo asociados en gran medida a la ganadería de rumiantes y los altos niveles de consumo de carne. Además, se advierte de La sexta gran extinción, que está provocando la desaparición masiva de especies a un ritmo y con una extensión que no tiene precedentes. El mismo grupo de científicos que promovieron ese segundo aviso, publicó el cinco de noviembre de 2019 el ‘tercer llamamiento’ centrado en la emergencia climática. [Se puede consultar en:

https://academic.oup.com/bioscience/advance-article/doi/10.1093/biosci/biz088/5610806].

3 Desde la perspectiva de los derechos humanos y la justicia social parece más propio hablar de población vulnerada que de población vulnerable, que es la expresión que ha hecho fortuna. La población que soporta las lacras del desempleo, la pobreza o la marginación social se encuentra en esa situación porque no tiene suficientemente reconocidos y garantizados sus derechos y, por consiguiente, quien padece esa situación no es porque sea vulnerable sino porque está siendo vulnerado en sus derechos.

Acceso a la Declaración en formato pdf:  FUHEM Ecosocial: declaración ante la COVID-19