Igualdad y sostenibilidad

 

-“Los hombres y mujeres de la prehistoria se organizaban en clanes o pequeños grupos”- lee una alumna de cuarto de primaria.

-“¿Y por qué pensáis que era así?”- pregunta su maestra.

Comienza entonces un ejercicio de reflexión colectiva en el que se reconoce que todas las personas necesitamos, en mayor o menor medida, el cuidado de otras y el grupo termina por formular la idea de interdependencia.

-“Y, ¿alguien se ha planteado por qué, si tenía tantas ventajas la vida comunitaria, no vivían en grupos más grandes?”- Retoma la maestra.

Entonces el debate gira hacia la relación de aquel pequeño grupo de mujeres y hombres prehistóricos con su medio, la necesidad de encontrar, y no agotar, alimento, agua, minerales para tallar, etc. y el grupo termina por formular la idea de ecodependencia.

Ambos conceptos son imprescindibles para analizar nuestro presente, con sus múltiples crisis y desequilibrios, aunque ninguno de ellos aparece recogido en el currículo oficial. Reconocer nuestra vulnerabilidad, nuestra dependencia de otros seres vivos y del planeta, ayuda a romper con esa concepción de la naturaleza puesta a nuestro servicio para ser explotada y controlada. También, con la invisibilidad de los trabajos que sostienen la vida, los cuidados.

Los trabajos de cuidado, que representan el 66% del tiempo total de trabajo en nuestra sociedad, son aquellas actividades orientadas a garantizar el sostenimiento de una vida que merezca ser vivida: criar, cocinar, coser, lavar, sanar, dar afecto, cuidar de un amigo enfermo, de una abuela, etc. A pesar de ser los responsables de asegurar que el resto del sistema funcione, los cuidados permanecen en la esfera de la invisibilidad por ser realizados en un 80% por las mujeres en el marco de la división sexual del trabajo, de manera gratuita y en la intimidad de los hogares, sin recibir, por tanto, un valor económico en el mercado.

Esta apropiación de los tiempos y energías de las mujeres, producto de la desigualdad de género, ha sido comparada por el ecofeminismo con la explotación de la Naturaleza, ya que ambos procesos responderían a la misma lógica: la lógica de la dominación y la acumulación, a la que queda subordinada la lógica de la sostenibilidad de la vida. Y una vida que no es considerada un fin en sí misma, sino un medio al servicio del crecimiento, estará siempre amenazada.

La subsidiariedad que afecta a las esferas en las que la vida se sostiene, Naturaleza y cuidados, frente a la centralidad ocupada por los mercados, regidos por la lógica de la acumulación, oculta también la profunda crisis en la que se encuentran. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad o la contaminación del agua y el aire son algunas de las evidencias de la crisis ambiental. La falta de tiempo y energía para el cuidado, para la atención de las personas dependientes, para la crianza, para una alimentación saludable y sostenible, para el descanso, para escucharnos y acompañarnos son indicadores menos señalados de que también en este ámbito estamos en crisis. Y la manera en la que hasta ahora se ha resuelto esta crisis ha sido la intensificación y precarización del trabajo de las mujeres que, al realizar también el 45% del trabajo remunerado, asumimos cerca del 70% de la carga total de trabajo en nuestra sociedad, con el consiguiente deterioro de nuestra salud, nuestra participación y el disfrute de nuestros derechos.

Necesitamos, entonces, descentrar la lógica de la acumulación de nuestro modelo de desarrollo, tan insostenible como injusto, para poner la sostenibilidad de la vida humana y no humana en el centro, para dar prioridad a los trabajos y procesos que nos permiten alcanzar una vida digna de ser vivida para todas y todos, sin exclusiones.

Centralizar la sostenibilidad de la vida haciendo visibles y poniendo en valor los trabajos de cuidados. Como, por ejemplo, cuando los niños y niñas de infantil aprenden la poesía del fantasma Antón, “que es amo de casa y trabaja un montón”, o cuando el alumnado de 4º de primaria aprende a coser con la ayuda de sus abuelas.

Y redistribuir esa carga de trabajo, hasta ahora privatizada y feminizada, exigiendo la corresponsabilidad por parte de los hombres, en general, pero también de sujetos colectivos, como empresas, organizaciones sociales o Estado. Así lo ven y lo hacen cuando se asignan tareas de cuidado colectivo en clase y unos recogen el aula, mientras otros reparten el almuerzo y alguien llama al niño o niña que faltó para ver qué tal se encuentra.

En la escuela, llevamos décadas hablando de reciclaje, de energías renovables y de consumo responsable. También hemos cuestionado roles y estereotipos, ofrecido referentes y reivindicado la igualdad desde la diferencia. Sin embargo, hasta ahora, no habíamos prestado atención a la relación entre ambas dimensiones. Hoy sabemos que igualdad y sostenibilidad vendrán necesariamente de la mano, del mismo modo que lo han hecho la desigualdad y la insostenibilidad. Porque la sostenibilidad será justa y equitativa o no será.