Entrevista a Guillermo Fernández Vázquez

La Entrevista a Guillermo Fernández Vázquez a propósito de su libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa, realizada por Diego Escribano,  pertenece a la sección A FONDO del número 152 de Papeles de Relaciones Ecosociales Y Cambio Global

Guillermo Fernández Vázquez es investigador en la Universidad Complutense de Madrid, especializado en el estudio de las derechas radicales europeas. Ha dedicado buena parte de sus trabajos al estudio de la retórica política del Front National francés, de Vox en España y de la Lega Norte italiana. Además, ha profundizado en la cuestión de la definición del populismo y de las diferencias entre “populismo de izquierdas” y “populismo de derechas”.

Diego Escribano (DE): En el libro señalas que la manera en que una parte de la izquierda se acerca a las derechas radicales es la sobreactuación, desde los mensajes sensacionalistas.  Señalas casos concretos: Mélenchon en las elecciones presidenciales francesas o, en el contexto español, Pablo Iglesias hablando de “alerta antifascista”.  ¿A quién crees que tienen como destinatarios mensajes de ese tipo? ¿Cuándo hablas de “alerta antifascista” estás eligiendo hablar solo a aquellos que ya están en tu campo político?

Guillermo Fernández (GF): Sí, ese mensaje de Pablo Iglesias fue un error. Ejemplifica esa reacción primaria de la izquierda ante el fenómeno: asustarse y lanzar grandes proclamas, más voluntaristas que otra cosa. Lo mismo sucedió cuando apareció Mélenchon en la noche electoral de las elecciones europeas de 2014 con mensajes voluntaristas.

El problema no es solo que esos mensajes no aporten demasiado políticamente sino que resultan contraproducentes: los partidos de derecha radical, como el Frente Nacional o Vox, al escuchar esos mensajes, se alegran. Están deseando que les llamen fascistas, les viene bien.

DE: ¿Crees que la pandemia ha contribuido a que la izquierda consolide la demonización como parte de su zona de confort?

GF:   Hay varios problemas: por un lado, creo que la tendencia a la moralización, a tomar una perspectiva moral sobre este fenómeno político está muy presente. Particularmente, aunque no solo, en las izquierdas. En general en el establishment.

En ese tipo de enfoque se introducen metáforas de índole bíblico (“el monstruo de la extrema derecha”, “el diablo de la extrema derecha”) o médicas (“la epidemia ultra”, “el virus fascista”).  Son enfoques que buscan el sensacionalismo y ese sensacionalismo tiene un público.

Hay otra derivada de esto que es no tanto abordarlo desde el punto de vista moral, escandalizándose por lo malos que son sino entrar a abordar lo diligentes que son. Desde determinadas perspectivas, a veces vinculadas a la izquierda, se tiende a sobrevalorar la capacidad política y la capacidad de análisis de estos partidos. Se acaba generando una mitología de “genios del mal” ante los que solo cabría decir que son perversos, malos y astutos.

Creo que el fenómeno de la derecha radical, la derecha identitaria, hay que tomárselo en serio sin moralizarlo ni amplificar la capacidad política de sus dirigentes. Su éxito no se basa en que sean “genios del mal” o gente muy lista sino en politizar algunas cuestiones en el contexto actual.

De hecho, cuando hablo con gente de Vox reconocen que el fenómeno Vox trasciende el partido. Existe, a pesar de sus torpezas, una posibilidad de levantar una alternativa política identitaria en un contexto internacional favorable que implica producción política e intelectual, experimentación comunicativa y probablemente mayores fuentes de financiación.

(DE): En el libro se hace mención a la disputa entre el proyecto del Frente Nacional de Marine Le Pen, que busca alejarse de la demonización y la “vuelta a los orígenes” que representaría el proyecto simbolizado por Marion Maréchal Le Pen. La posición del segundo sector parece derivarse de la creencia de que, en tanto el contexto actual tiende a la polarización, ya no sería tan útil tratar de resignificar conceptos importantes para la izquierda sino reconectar con los temas tradicionales del campo político propio.   ¿Crees que en la estrategia de la izquierda pueda estar detrás ese mismo análisis?

GF: Efectivamente, la estrategia de Marion Maréchal Le Pen respondería a la idea de que es inútil tratar de lograr una mayoría replicando la lógica política de 2005, cuando se produce en Francia el rechazo al Tratado de Constitución Europea. Cree que es inútil, incluso en un contexto de austeridad y crisis económica, buscar una mayoría transversal que agrupe a una parte de la izquierda y la derecha con un mensaje soberanista, un mensaje social y algunas gotas de identitarismo.

¿Por qué cree Marion que es inútil? Porque ese mensaje no consigue convencer a las suficientes personas de izquierdas y, al mismo tiempo, aleja a personas de derechas que podrían votarles. Defiende que el eje izquierda-derecha no se puede superar y que la única opción que tienen, por tanto, es ser la fuerza hegemónica en la derecha.

Su estrategia central es liderar la lucha política y cultural para, de un modo muy gramsciano, liderar primero culturalmente y después políticamente. Con la meta de que, a medio plazo, el partido central de la derecha sea el Frente Nacional. Habla constantemente de la unión de las derechas, para superar a Macron. Quiere ir más allá del Frente Nacional, liderando una plataforma unitaria de la derecha. Algo así como constituirse en el “gran otro” frente a la “izquierda progre”. El asunto es que la estrategia de Marion es la que tiene más futuro en Europa.

DE: Una de las cuestiones que más me llamó la atención en el libro, es la estrategia de acercamiento al mundo del trabajo del Frente Nacional. Primero mediante el intento, frenado por reveses judiciales, de desarrollar una organización sindical propia. Posteriormente, mediante el entrismo en grandes organizaciones sindicales. ¿Crees que la idea de Vox de crear un sindicato parte del análisis de lo que se hizo en Francia?

GF: Aunque no es el único lugar donde las derechas radicales lo hicieran, la influencia de las derechas radicales francesas en España es alta. Lo ha sido desde los años setenta. Ahora, además eso está fomentado por las buenas relaciones entre Marion Maréchal Le Pen y dirigentes de Vox.

La estrategia de Vox me recuerda no tanto al entrismo del Frente Nacional en los sindicatos tradicionales (particularmente al sindicato CGT, al que llegó a poner en dificultades al expulsar a delegados sindicales apreciados por sus compañeros) en la etapa de Marine Le Pen y Florian Philippot, sino más bien a la estrategia de los años noventa de crear sindicatos propios.

En el caso del Frente Nacional era una estrategia para tratar de afianzar voto popular creando sindicatos. Es verdad, sin embargo, que el voto popular que tenían en los años noventa era mayor que el que tiene Vox ahora. En el caso del Frente Nacional era más para afianzar ese voto, en el caso de Vox para explorar.

La otra similitud que veo entre el Frente Nacional de los noventa y Vox es que en ambos la retórica anticomunista es muy presente, cosa que en Marine Le Pen no está nada presente. Con un perfil tan rígido no logran expandirse: es ilógico tratar de expandirse usando palabras que son importantes en la biografía de muchas de las personas a las que quieres dirigirte, o en la biografía de sus padres.

DE: ¿Crees que el anuncio de creación de un sindicato por parte de Vox puede tratarse de un giro social en el discurso que les lleve más adelante a algo similar a lo que hizo Marine Le Pen cuando asoció el modelo social francés, el mismo Estado del bienestar, con la identidad francesa?

GF: Tengo la certeza de que Vox está pretendiendo acercarse a ello, está tratando de hacer un cierto giro social. Eso no implica que vayan a hacer lo mismo que Marine Le Pen. Ellos están moviendo un poco el barco. Haber elegido a Buxadé como portavoz (Buxadé fue falangista), y no a alguien del sector más “neocon” o “neoliberal” como por ejemplo Iván Espinosa de los Monteros es significativo.

Vox ha conseguido que ese giro social se empiece a poner en marcha porque ha convencido al ala más neoliberal de que, en el contexto de pandemia, la única opción de que la izquierda pierda es que pasen dos cosas: la primera, fundamental, que la izquierda no se movilice; y la segunda que la derecha esté muy movilizada. Vox entiende que si la izquierda va a votar, no ganará nunca. Al mismo tiempo, es importante que la derecha esté muy movilizada. Aquí hay una cierta división del trabajo: por un lado, movilizar a parte del electorado de derechas que podría quedarse en la abstención. Por otro lado, desafiliar de la izquierda a personas que se sienten incómodas con el feminismo o con el ecologismo.

En comparación con el Frente Nacional, es un giro social mucho más débil, mucho más atenuado. Con algo que además le hace mucho más débil: el imaginario anticomunista. El hecho, por ejemplo, de que el sindicato se llame Solidaridad inspirándose en Polonia, o también que miembros de Vox visiten y etiqueten como “colas del hambre” determinados fenómenos que se están produciendo, forzando un paralelismo con Venezuela. Creo que a Vox le pesan demasiado algunas cadenas del pasado, entre ellas el fuerte imaginario anticomunista: la idea de un gobierno social-comunista que provoca el hambre entre los compatriotas. Se trata de una retórica anticomunista que el FN o el MSI tenían en los años setenta u ochenta, pero que dudo que ahora tenga la eficacia de antaño. En primer lugar, porque ya no hay guerra fría.

Sin embargo, vimos que durante la pandemia Vox exacerbó ese discurso anti-comunista. La idea de que España estaba en una deriva totalitaria. Al inicio, en marzo, el marco discursivo que utilizaba Vox era el de seguridad, el de protección. Las críticas al Gobierno eran porque no había suficientes mascarillas. Ese marco discursivo funcionaba bien para el votante de Vox, y no solo para él. Ahora bien, cuando a partir del mes de abril Vox empieza a apoyar manifestaciones por la libertad y contra el totalitarismo a mi juicio se equivoca: no ve que una parte importante de sus votantes tienen mucho más miedo al virus que a una supuesta “deriva totalitaria” en España.  Quizás eso no se ve tanto en Madrid, pero sí en otras regiones en las que se votó mucho a Vox, como las dos Castillas. Los votantes de Vox estaban pidiendo mayores medidas coercitivas y no un mensaje de libertad.

DE: Con ese mensaje basado en imaginario anticomunista, parecería que Vox se asemeja más a los momentos iniciales del FN en Francia y que no han encontrado nada que pueda permitirles el crecimiento que permitió al Frente Nacional la oposición a la Constitución Europea en 2005. ¿Crees que es así? ¿Su crecimiento está limitado al no haber encontrado ninguna causa que les permita romper el eje izquierda-derecha de la manera como lo hizo esa consulta en Francia?

GF: Aunque no lo parezca, Vox es un partido anterior a Podemos. El partido de Abascal pega el petardazo tras el otoño de 2017 en Cataluña. Vox se sube a una ola que es bastante transversal o, al menos, mucho más transversal de lo que cualquier fuerza política de la derecha radical hubiera soñado en España. Como consecuencia de la “herida identitaria” producida en muchos españoles y sin que ningún partido llamara a ello, se produjo la llamada “revolución de los balcones”. Aparecieron en balcones de decenas de ciudades españolas banderas rojigualdas. Si algo así pudo ocurrir fue por una mezcla de indignación y miedo que hizo que mucha gente estuviera dispuesta a significarse políticamente ante sus vecinos. Indignación contra los dirigentes independentistas y miedo real a que España se desmembrara efectivamente, o que se produjera un conflicto civil.

Esa reacción espontánea y el poso que deja permite a Vox tener un suelo en el que apoyar su discurso meses después. Su mensaje principal consistió en ofrecer a aquellos que se habían sentido agredidos en sus sentimientos nacionales, una dosis compensatoria de sentimiento nacional. O, mejor, una sobredosis. Con un añadido que recuerda a la psicología positiva: le dijo a los españoles: “recordad que somos grandes, que somos una gran nación porque hicimos cosas heroicas en el pasado”.

No es comparable con el 2005 de Francia, pero sí fue un fenómeno transversal que prácticamente permitió a Vox salir de la nada.

DE: Decías antes que Vox insulta a muchas personas y que ese feroz anticomunismo está muy lejos de la situación en Francia, donde Marine Le Pen se ha podido pasear por Marsella y apelar al viejo votante de la izquierda.

Esa situación conecta con una propuesta que está presente en muchos pasajes de tu libro: la necesidad de pelear desde la izquierda por conceptos de los que se ha venido apropiando la derecha. ¿Crees que la dificultad en la izquierda española para utilizar el concepto de España, para apropiarse de él, ha podido provocar que una parte de sus potenciales votantes se sintieran insultados?

GF: Creo que la izquierda española no ha digerido lo que supusieron los años noventa en lo que concierne a la visión de los nacionalismos periféricos. Creo que en los años noventa hay un importante corrimiento del sentido común hacia la derecha, que la inmensa mayoría de la izquierda parlamentaria asume. Eso incluye la demonización de los nacionalismos periféricos, especialmente del vasco. En ese cambio de sentido común, “el gran otro” sobre el que se construye el “nosotros, los demócratas” es ETA. Y no cualquier ETA: la ETA que mata concejales.

Ese cambio, en el que se convierte casi de sentido común la idea de que se ha ido demasiado lejos y que es necesaria la recentralización de ciertas competencias, crea las condiciones para que surja UPyD. Sus votantes son en su mayoría exvotantes socialistas descontentos con Zapatero por su política territorial y su “connivencia” con los nacionalismos periféricos. La tensión en Cataluña ha mantenido vivo ese tema.

Pelear por significantes como patria, la bandera, puede ser hoy aún más interesante para la izquierda. Sin que eso implique renunciar a nada. Disputar esos términos para poder decir “somos españoles” sin que eso tenga necesariamente que conllevar la construcción de un “otro” encarnado en los nacionalistas. Es decir, poder reivindicar el “ser español” confrontando con otra cosa. La cuestión es la pregunta: ser español con respecto a qué. Enseñar la bandera con respecto a qué.

Otra cuestión clave es la cuestión de la familia. No entiendo por qué la izquierda no puede reivindicar la familia o un concepto amplio de las familias. Pondría a la derecha en una posición incómoda. No tiene sentido que la izquierda se pase la vida criticando la maternidad o no hablando de ello y dejándole el tema a la derecha, cuando existe un malestar privado en muchas personas que llegan a una determinada edad y tienen dificultades para tener hijos, o tienen que pagar grandes cantidades de dinero en tratamientos de fertilidad y en psicólogos. Vox está sabiendo politizar eso. Y no solo Vox: la derecha en general con algunos artículos aparentemente poco políticos, como por ejemplo uno titulado Whiskas, satisfyer y lexatin. La izquierda deja sin asidero intelectual a personas con esa clase de conflictos, que se ven obligadas a un cierto tipo de “disonancia cognitiva”. Así que eso les deja más expuestas a mensajes que sacan a la luz esos sufrimientos, pero desde una perspectiva conservadora.

DE: Hay otros dos conceptos que mencionas en el libro, como susceptibles de disputa por la resignificación: meritocracia y seguridad. ¿Aún es posible recuperarlos?

GF: La meritocracia fue reivindicada por Podemos en sus inicios. En 2014 y 2015 trataron de reivindicar la meritocracia para utilizarla en contra de sus principales valedores entonces: el PP, fundamentalmente.

En el caso de la seguridad, me refería a la idea de seguridad vital. Generalmente la derecha prefiere la idea de seguridad, mientras que la izquierda habla de estabilidad. Se puede tomar la idea de estabilidad y empezar a sustituirla por la de seguridad. Significando estabilidad en los contratos, estabilidad en las formas de vida. Es decir: certezas. Ser una fuerza que aporta certezas y que está a favor de las certezas. No veo por qué la izquierda no podría presentarse como la fuerza política española de las certezas securitarias: en el trabajo, en que la comunidad nacional no te va a dejar tirado, en quién eres, en a qué puedes aspirar, etc.

DE: En un pasaje del libro presentas a los votantes de la derecha radical como individuos sometidos a una gran angustia existencial. Individuos desorientados en una sociedad tremendamente competitiva. Frente a eso, Marine Le Pen habla de liberación, en contra del “totalitarismo económico” y presenta como respuesta existencial la lucha por la libertad. Cuando se menciona en el libro que en un momento dado la mayor parte de las personas jóvenes votaban al Frente Nacional, hace pensar que en la tradicional disputa entre justicia (asociada a la izquierda) y libertad (asociada a la derecha) el concepto que goza de mayor atractivo es el de libertad. ¿Puede la izquierda ofrecer una respuesta discursiva, casi existencial, que le permita (re)apropiarse de la idea de libertad?

GF: Todas las derechas radicales están haciendo OPAS semánticas al concepto de libertad. Buena parte de estos partidos se llaman “Partido de la Libertad” (Austria, Holanda). Antes de eso, ya lo hizo Berlusconi. De hecho, Vox podría perfectamente haberse llamado “partido de la libertad”.

Esa reivindicación de la libertad viene de lejos. En los años de Zapatero, la COPE hablaba de libertad. Federico Jiménez Losantos se presentaba como defensor de la libertad frente a un gobierno que obligaba a los ciudadanos a hacer cosas.

Si los problemas territoriales en España siguen siendo fuertes y se ceden mayores competencias, probablemente las derechas den la pelea por el concepto de igualdad. Igualdad de todos los españoles frente a los mimados, privilegiados, independentistas.  La idea de igualdad es la siguiente gran OPA semántica que Vox y su entorno podría tratar de hacer.

DE: Entonces, ¿crees que la derecha está más cerca de apropiarse del concepto de igualdad que la izquierda el de libertad?

GF: Probablemente sí. Sin ser nunca una apropiación definitiva, la derecha está en mejores condiciones de disputar con garantías el concepto de igualdad que la izquierda el de libertad. Es verdad que hay algunas respuestas desde la izquierda. La última vez que la izquierda se apropió de la idea de libertad fue con el matrimonio homosexual: la libertad de amar. Por ahí, por el avance de derechos, la izquierda podría disputar la idea de libertad.

DE: ¿Crees que sería mejor priorizar el concepto de derechos, la idea de ampliar derechos para que su disfrute efectivo sea una realidad de todas las personas, frente al concepto de privilegios ligado a la izquierda tradicional?

GF: En una sociedad en crisis (no solo económica sino de expectativas), en la que predomina un cierto “sálvese quien pueda”, adquirir algún privilegio parcial puede ser un deseo de la mayoría.  Una persona cualquiera, en un entorno muy hostil y no siendo en absoluta privilegiada en otras facetas de su vida, puede querer el privilegio de llevar a sus hijos a un colegio un poco mejor donde sepa que vayan a encontrarse menos problemas. Hablar de “privilegios” no me convence. Por muy de izquierdas que sea la palabra y suene muy bien, como gran insulto. Es un concepto potente pero que no creo que tenga una gran aceptación. Por el contrario, un vocabulario de derechos bajo la égida de la libertad es mucho más potente.

 

Diego Escribano Carrascosa es graduado en Derecho y Ciencia Política y Administración Pública. Máster en Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

Acceso al artículo en formato pdf: Entrevista a Guillermo Fernández Vázquez a propósito de su libro Qué hacer con la extrema derecha en Europa.