Riesgo de cierre autoritario

Santiago Álvarez Cantalapiedra introduce el número 155 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global con un texto que bajo el título Riesgo de cierre autoritario aborda las razones del ascenso de la extrema derecha y el giro autoritario que se está produciendo en la política debido, entre otras causas, al vaciamiento que está sufriendo la democracia actual.

En las sociedades capitalistas se extiende el sentimiento de que el sistema político y económico no funciona bien. La economía y la política se muestran incapaces de responder con coherencia y creatividad a los retos civilizatorios planteados. Así lo atestiguan la lentitud, falta de ambición y radicalidad en las respuestas a la crisis ecológica; se revela también en la inacción ante la creciente inseguridad de no tener empleo, o acceder a él de forma precaria, como consecuencia del desarrollo de las plataformas digitales, la robotización o los avances en el campo de la inteligencia artificial; brillan por su ausencia las medidas distributivas frente al aumento de la desigualdad social y la polarización territorial provocadas por una globalización desbocada; más preocupante aún es el tipo de respuesta que se está dando a la crisis mundial de los refugiados, que nadie duda que se intensificará a medida que a los desplazados por conflictos violentos y migrantes económicos se sumen los climáticos.

A ese sentimiento de impotencia se une la impresión de que incluso la institucionalidad de las democracias liberales pueda convertirse en una rémora para el funcionamiento eficaz del propio capitalismo. La preocupación de quienes piensan que el modelo de capitalismo occidental pierde comba y es menos eficiente que el capitalismo político o autoritario ejemplificado por China refuerza la amenaza de transitar hacia lo que se ha denominado “democracias iliberales”. La interiorización pesimista de esta impotencia hace presagiar un futuro en el que se acentúa la erosión de la democracia liberal deslizándose hacia formas de gobierno más autoritarias, aun cuando mantengan una fachada y unas instituciones nominalmente democráticas. Esta deriva autoritaria ya es visible en numerosos países del mundo.

 

El ascenso de la ultraderecha

En este giro autoritario cabe situar el ascenso del nacional populismo de derechas. No es un fenómeno que se circunscriba al mundo occidental (tiene manifestaciones en todo el planeta: en la India, en Filipinas, en Myanmar, etc.), pero no deja de sorprender la facilidad con que ha arraigado en sociedades que tenían a gala sostener una larga tradición liberal crítica con el autoritarismo.

Aunque la extrema derecha no sea un espacio político uniforme, porque presenta características y énfasis propios en cada lugar, amalgama en todas sus manifestaciones miedos, descontento y frustraciones a través de ideas reaccionarias, discursos de odio y continuas apelaciones a una supuesta identidad nacional amenazada. Son movimientos que presentan ideas simples y programas imprecisos, impulsados sobre todo por la facundia, la insolencia y el lenguaje directo de sus caudillos.

El notable auge de posiciones extremas en la derecha europea tiene sus antecedentes inmediatos en Francia, Italia o Bélgica con formaciones como el Frente Nacional, la Liga del Norte o Vlaams Blok, que incorporan en la década de los noventa del siglo pasado el nacional populismo al escenario político. Desde entonces la derecha radicalizada ha ido sembrando con más de una treintena de partidos prácticamente la totalidad del espacio político europeo, alcanzando y consolidando su representación en las instituciones parlamentarias. Con la entrada del nuevo siglo, la novedad ha sido la llegada al gobierno de partidos conservadores ultranacionalistas en algunos países pertenecientes a la Unión Europea (en Polonia, con el triunfo de Ley y Justicia durante la legislatura de 2005-2007, regresando de nuevo al gobierno en las elecciones de 2015 con la coalición Derecha Unida, o en Hungría, gracias a la arrolladora victoria en las elecciones del año 2010 de Fidesz-Unión Cívica Húngara en alianza con el Partido Popular Demócrata Cristiano). Pero el momento culminante de la consolidación de la extrema derecha en Europa y América se produce en el año 2016 con el brexit y el triunfo electoral de Trump, al que seguirá la llegada al poder de Bolsonaro en enero de 2019. En España, la irrupción de Vox en el parlamento andaluz en las elecciones del año 2018, fue seguida de su consolidación al año siguiente en el Congreso de los Diputados y la Eurocámara.

 

¿Qué hay detrás del ascenso de la extrema derecha?

Uno de los debates más candentes de la actualidad tiene que ver con las razones del avance de las ideas y de las organizaciones de extrema derecha. En este tipo de debates siempre existe la tentación de caer en esquematismos simplificadores que, acompañados de fáciles descalificaciones, solo contribuyan a ensombrecer los diagnósticos y a neutralizar las estrategias con las que evitar eficazmente la expansión de la ultraderecha.

Así pues, desahogos aparte, tratemos de preguntarnos qué hay detrás del ascenso de esta derecha radicalizada, a sabiendas de que es un debate abierto que no se puede cerrar precipitadamente con conclusiones provisionales y explicaciones tentativas. Para empezar, puede ser útil situar el contexto histórico en el que se asienta la extrema derecha en el panorama político europeo. Su presencia e influencia coincide con los primeros síntomas del agotamiento del orden neoliberal en la década de los noventa y, tras su quiebra definitiva con la crisis del año 2008, con las heridas sociales que dejaron los draconianos ajustes llevados a cabo después con la imposición del Pacto Fiscal Europeo del año 2011. Una vez neutralizado el ascenso de Syriza y de cualquier otra alternativa de izquierdas continental, quedó despejado el campo político para la expansión de la ultraderecha en las ruinas de un orden social neoliberal instituido durante más de tres décadas con la connivencia de liberales y socialdemócratas. El tipo de respuestas que la UE ha dado a la crisis de refugiados del año 2015 y a las sucesivas olas migratorias ha terminado por fraguar un ambiente que naturaliza buena parte de los postulados defendidos por esa derecha escorada hacia posiciones cada vez más extremas.

Conviene aclararlo. La nueva derecha nacional populista no es una reedición del neoliberalismo fracasado, sino que bebe sobre todo del neoconservadurismo norteamericano de las últimas décadas. El neoconservadurismo difiere del neoliberalismo en cuanto al papel otorgado al Estado, reivindica un nacionalismo económico y político ausente en los sueños globales neoliberales y muestra una insólita capacidad para trasladar el eje de los conflictos al plano de la identidad y al terreno cultural.[1]

Esa extrema derecha de base neoconservadora supo percibir el malestar y descontento existente, señaló a las elites globalistas como responsables del desaguisado y reinterpretó el derecho a la protección social desde una lectura nacional-nativista que excluye a la población inmigrante y despoja al sistema público de protección social del carácter universalista que se desprende de su definición como derecho de ciudadanía. Pero, sobre todo, ha sabido explotar en tiempos de incertidumbre y malestar los miedos que surgen de un abanico de amenazas cada vez más amplio.

Nuevos peligros se descubren y se anuncian casi a diario derivados del cambio climático, de nuevas pandemias, del avance de las biotecnologías y la inteligencia artificial, de las crisis productivas y financieras, del desabastecimiento de insumos esenciales o de las crisis energéticas y alimentarias en ciernes. En resumen: el miedo a las múltiples catástrofes que pueden golpearnos ciega e indiscriminadamente y pillarnos desprevenidos y sin defensas.

El miedo es un sentimiento que conoce la mayoría de las criaturas ante la presencia de una amenaza que pone en peligro la vida, y genera una respuesta que oscila básicamente entre las opciones alternativas de la huida y la agresión. En los seres humanos, como resalta oportunamente Bauman,[2] la cosa se complica en la medida en que nos enfrentamos además a un temor de “segundo grado”, una especie de miedo social culturalmente elaborado, que se puede hacer presente tanto si hay una amenaza inmediata como si no. Los miedos humanos suelen tener distintas fuentes: aquellos que surgen de las amenazas a la integridad corporal y a las propiedades de una persona; aquellos otros que afloran cuando se ve comprometido el orden social del que depende la seguridad del medio de vida (el empleo o una renta) o la supervivencia (en el caso de invalidez o de vejez); y finalmente aquellos asociados a peligros que amenazan la posición de las personas en la jerarquía social y su identidad (bien sea de clase, de género, nacional, étnica o religiosa). A partir de estas fuentes de inseguridad construye política y culturalmente la extrema derecha los miedos sociales.  Ahora bien, numerosos estudios muestran que estos miedos sociales elaborados política y culturalmente son fácilmente disociables en la conciencia de quienes los padecen de los peligros que los causan, de modo que las reacciones defensivas o agresivas resultantes, destinadas a amortiguar esos temores, pueden ser reorientadas hacia sujetos y colectivos sin ninguna responsabilidad sobre la situación de inseguridad generada. Son los “chivos expiatorios” que surgen de la negación y deformación de la alteridad, de la incapacidad (o de la falta de voluntad deliberada) de asumir la diferencia y acoger lo diverso.

 

El vaciado de las democracias

Los discursos de la extrema derecha no surgen espontáneamente ni arraigan en cualquier sitio. Tienen mayores posibilidades de prosperar cuando las democracias se vacían, y se vacían cuando se banalizan y reducen a un mero juego electoral.[3] La reducción de la democracia a un ritual de este tipo otorga a los partidos que entran en liza un protagonismo casi absoluto, de manera que terminan por monopolizar el escenario político, haciendo de la política una actividad que gira casi exclusivamente en torno a la conquista del gobierno, relegando a un segundo plano aspectos tan importantes para la democracia real como el tipo y calidad del debate público sobre los asuntos comunes, el grado de participación y fortaleza del tejido social, el nivel de confianza y reconocimiento de las instituciones políticas por parte de la ciudadanía o la cuestión de las actitudes y valores que conforman la cultura democrática de una población. La dinámica centrada exclusivamente en la práctica electoral exige a los partidos un grado de tecnificación y oligarquización que agranda la brecha entre las elites políticas y la ciudadanía.[4]

A la merma de confianza en el sistema democrático contribuye también la conciencia creciente de que el poder reside en instituciones de escaso raigambre y legitimidad democrática (bancos centrales, organismos internacionales como la Organización Mundial del Comercio, el Fondo Monetario, el Banco Mundial o algunas de las principales instituciones europeas) y la proliferación de elites globales que operan fuera de las instituciones democráticas.

Este debilitamiento y vaciamiento de las democracias crea en no pocas ocasiones actitudes “antipolíticas”. La pérdida de confianza popular en el sistema democrático y la orfandad de amplios sectores sociales golpeados por las crisis que no se sienten representados, sino más bien abandonados, cuando no directamente despreciados por unas elites políticas que perciben distantes y ciegas a su malestar, no solo abre un espacio para el ejercicio de la política por otras vías, sino que también supone una puerta de entrada a formaciones que hacen del “antiestablishment” su bandera, arrogándose la voz del pueblo para decirle al pueblo que los políticos elegidos por el pueblo no están a la altura de la historia.

 

Respuestas al ascenso de la extrema derecha

El riesgo de un cierre autoritario es real cuando las incertidumbres y los miedos avanzan a un ritmo más rápido que las respuestas concretas a los problemas de la gente. La nueva extrema derecha está cosechando demasiadas adhesiones desde hace tiempo y frente a ella –señala con acierto Albert Recio– «la vieja retórica de la izquierda resulta bastante ineficiente, sobre todo porque no suele ir acompañada de políticas reales que ayuden a transformar la situación. También porque no ayudan muchas veces a generar una autoestima y una autonomía de acción a los sectores que más padecen las lacras del sistema. El discurso sobre la vulnerabilidad, sobre la necesidad de cualificación de la gente con pocos estudios, refuerzan estigmas y no ayudan a que la gente que los sufre se movilice en otras direcciones. Hay que plantearse en serio la lucha contra la ultraderecha moderna. Y no nos podemos limitar a centrarnos en el espantajo del fascismo. Se requiere una intervención en muchos niveles. En desarrollar políticas bien pensadas, inclusivas allí donde se tiene poder. En reconstruir redes sociales en los barrios, pueblos y lugares de trabajo donde vive la gente que puede ser víctima potencial de esta ultraderecha. Por decirlo de una forma un poco brusca: hacen falta más sindicalistas y cuadros vecinales y locales que activistas en movimientos identitarios (se pueden defender muchos derechos básicos en esos lugares, a menudo con más posibilidades que encerrados en pequeños colectivos) (…) la pandemia ha sido una oportunidad de mostrar que la gente corriente, la “poco cualificada”, la ignorada, es la que se ha demostrado esencial para impedir que la tragedia se convirtiera en hecatombe social».[5] Una oportunidad que además ha permitido situar las cuestiones socioeconómicas por delante de las socioculturales (como la identidad y la seguridad), así como la importancia de la coordinación y cooperación internacional a la hora de abordar eficazmente los retos que se nos agolpan en este siglo. Y esto es especialmente relevante porque los partidos de la derecha radical populista necesitan para avanzar electoralmente marcar la agenda política, de manera que el debate público se traslade hacia sus temas preferidos (la inmigración o el terrorismo) y la opinión pública asuma con naturalidad la manera que tienen de enfocarlos.[6] Respuestas que requieren tiempo, presencia social y organización y que suelen ser menos vistosas que la visibilidad que otorgan las reacciones airadas vía tweets a las que parece que nos hemos acostumbrado.

Santiago Álvarez Cantalapiedra

Director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global.

 

Acceso al artículo a texto completo en formato pdf: Riesgo de cierre autoritario

NOTAS:

[1] El filósofo del CSIC José María Mardones fue una de las personas que más tempranamente distinguió a neoconservadores de neoliberales. Resultan ilustrativos en este punto sus libros Posmodernidad y neoconservadurismo [Editorial Verbo Divino, 1996] y Capitalismo y religión. La religión política neoconservadora [Editorial Sal Terrae, 991]. Para comprender el influjo neoconservador en la radical renovación de la derecha española, particularmente la que se aglutina en torno al PP, resulta muy recomendable el libro de Pablo Carmona, Beatriz García y Almudena Sánchez, Spanish Neocon. La revuelta neoconservadora en la derecha española, Traficantes de sueños, Madrid, 2012.

[2] Zygmunt Bauman, Miedo líquido. La sociedad contemporánea y sus temores, Paidós, Barcelona, 2010.

[3] Peter Mair, Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental, Alianza Editorial, Madrid, 2015.

[4] Ese marco –que es el propio de la mercantilización y espectacularización de la vida social que anticipó Debord en sus ensayos sobre la sociedad del espectáculo– se ha visto reforzado y profundizado por un entorno digital que ha transformado por completo los modos de comunicación política y en el que se priman las emociones y los sentimientos antes que la información rigurosa y el debate argumentado.

[5] Albert Recio, «Fascismo y ultraderecha», Mientras tanto, núm. 201, mayo de 2021. Disponible en: http://www.mientrastanto.org/boletin-201

[6] Cass Mude, La ultraderecha hoy, Paidós, Barcelona, 2021.