Entrevista a Óscar Carpintero

Entrevista realizada a Óscar Carpintero, Doctor en Economía, profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid, por Monica Di Donato en torno al libro: Bioeconomía para el siglo XXI. Actualidad de Nicholas Georgescu-Roegen, publicado por FUHEM Ecosocial y Catarata en su colección Economía Inclusiva.

Monica Di Donato (MDD): El estudio de la vida y obra del pensador rumano ha ocupado una parte importante de tu trayectoria intelectual como economista crítico. ¿Cuándo y por qué nace esa necesidad de acercamiento a su figura?

Óscar Carpintero (OC):  Mi acercamiento a Nicholas Georgescu-Roegen comenzó con la lectura, en 1992, del libro de José Manuel Naredo La economía en evolución, donde el economista rumano aparece citado abundantemente. Ya en ese momento, con las citas recogidas por José Manuel, comencé a leer con detenimiento sus textos y me pareció que allí había un crítico de la economía convencional de primera magnitud, que informaba de una manera inteligente y realmente novedosa sobre las deficiencias del enfoque convencional y que, además, lo hacía de una manera poco habitual.

Georgescu-Roegen se diferenciaba de otros críticos de la economía ortodoxa porque, en su caso, la argumentación no respondía solo a una versión “literaria”, sino que venía de un autor con una sólida formación matemática, que había hecho aportaciones relevantes a la economía matemática y que, precisamente por ello, sabía dónde le “apretaba el zapato” a la teoría del consumo y de la producción neoclásica convencional. Si a eso se une que una buena parte de la crítica de Georegscu-Roegen también se asentaba sobre las enseñanzas de disciplinas tan consolidadas como la termodinámica y la biología, se entiende que, para un joven estudiante de economía y heterodoxo, aquello generara muchas expectativas sobre las posibilidades de los enfoques económicos alternativos a la economía convencional.

(MDD): En ese sentido, ¿cuál es la aportación más significativa, la sacudida intelectual, que Nicholas Georgescu-Roegen, a través de ese proceso de estudio y profundización, ha aportado, en mayor medida, a tu maduración como pensador heterodoxo y comprometido con los desafíos ecosociales que se ciernen sobre nuestras sociedades? (en perspectiva transformadora)

(OC): A lo largo de los años, Georgescu-Roegen ha supuesto un alimento intelectual fundamental en mi trayectoria, y al que he dedicado mucho tiempo de estudio. Hay varios rasgos de su obra que me han ayudado a conformar mi visión de la economía y de la realidad ecosocial en estos años. Aunque el detalle daría para mucho, me centraré sólo en dos rasgos que tienen que ver con el conocimiento propiamente dicho, pero también con el estilo intelectual.

En el primer caso, La ley de la entropía y el proceso económico me permitió comprender que el sistema económico no es un sistema aislado, sino que existe una dimensión entrópica del proceso económico y que éste está afectado por las leyes de la termodinámica, es decir: tenemos un sistema que intercambia energía y materiales con el entorno para producir bienes y servicios y que genera residuos que también van a parar a la naturaleza. Y, además, esas transformaciones, al degradar la calidad de lo que entra como recursos y sale como residuos, incrementan la escasez futura de muchos de esos recursos debido a la irreversibilidad e irrevocabilidad que rodean estos procesos. Una de las cosas llamativas de este descubrimiento, por ejemplo, fue caer en la cuenta de que la representación de los procesos de producción de mercancías a través de las denominadas funciones de producción convencionales (que hacen depender únicamente la producción de “bienes” del uso de factores productivos como “capital” y trabajo) se dan de bruces con el conocimiento científico termodinámico más asentado. En efecto, es imposible producir nada utilizando sólo trabajo y capital (maquinaria, instalaciones, etc). Hacen falta necesariamente recursos naturales (que casi nunca aparecen como factores) y se generan necesariamente residuos como resultado. Por tanto, la consecuencia del proceso de producción no es sólo generar bienes, sino también producir residuos o “males”, es decir, siempre tenemos producción conjunta de bienes y “males”. Si solo se producen bienes, ¿quién va a estar en contra de aumentar el número de bienes? Pero, claro, si a esos bienes también les acompañan males en forma de residuos… Esta disyuntiva desaparece con la economía convencional directamente porque ni se incluyen generalmente los recursos naturales ni se consideran los residuos (más allá de los llamamientos a las “externalidades” que luego no tienen ninguna consecuencia práctica).

Por otro lado, de Georgescu-Roegen también se aprende la importancia del rigor y la seriedad intelectual para la crítica y el pensamiento heterodoxo. Un rigor y una seriedad que le llevaron a trascender las fronteras académicas para adentrarse en uno de los viajes transdisciplinares más importantes del siglo XX, que acabó uniendo la economía con la termodinámica y la biología y convirtiéndolo en uno de los padres destacados de la moderna economía ecológica (que él llamó bioeconomía). Es verdad que de un viaje así, en el que se acaban aireando las debilidades intelectuales de la economía convencional, no se sale indemne. Y Georgescu-Roegen lo pagó caro, no tanto en términos de una batalla intelectual a la que nunca se prestó la corriente principal, porque la crítica era muy solvente y no podía ser fácilmente refutada ni siquiera en términos técnico-matemáticos, sino por el ostracismo y aislamiento tácito al que fue condenado en sus últimos años.

(MDD): Situémonos en el panorama actual de la economía ecológica, tanto en términos de su evolución teórica y epistemológica, como de sus perspectivas y ámbitos de investigación. En tu opinión, esta disciplina ¿ha sabido recoger, o hasta qué punto lo ha hecho, el legado de Nicholas Georgescu-Roegen?

(OC): Desde hace décadas hay economistas ecológicos que piensan la economía y las relaciones entre ésta y la naturaleza con los mimbres dejados por Georgescu-Roegen, y también se encuentran aportaciones que van más allá de lo que el economista rumano puso sobre el papel. Si miramos en perspectiva, la economía ecológica, como enfoque académico, ha experimentado un éxito notable y una consolidación institucional muy clara desde 1989. Esto se puede ver en la evolución de la revista Ecological Economics y su aceptación como una de las grandes revistas académicas “de impacto” a escala internacional. Y lo mismo cabe decir del apoyo y difusión de la International Society for Ecological Economics (creada en 1987, y su variante europea, la European Society for Ecological Economics), así como del volumen de asistencia a los congresos periódicos celebrados por ambas asociaciones académicas. Visto así, es evidente que existe un importante grupo formado por economistas, científicos sociales y naturales que, a escala mundial, se dedican a cuestiones incluidas dentro del paraguas de la economía ecológica.

Ahora bien, también es cierto que en este proceso se ha producido una cierta “asimilación” por parte de la corriente principal en cuanto a las temáticas convencionales publicadas en la revista y, tal vez, la pérdida de cierto mordiente crítico en algunos planteamientos (lo que ha hecho decir a algún buen amigo que, a veces, la revista parecía “Neoclassical Ecological Economics”). Esta tensión se refleja también en una cierta división entre los planteamientos más convencionales de la rama estadounidense y presentes en la asociación internacional (valoración monetaria del medio ambiente, servicios ecosistémicos,) y Ios planteamientos más disidentes centrados en los análisis del metabolismo social y los enfoques decrecentistas y de ecología política (más usuales entre los miembros de la rama europea de la asociación).

De hecho, esta tensión (más o menos bien llevada) estuvo presente desde el principio y rodeó también la relación de Georgescu-Roegen con este “nuevo” enfoque teórico. Muchos de los promotores de la asociación internacional y de la revista (entre 1987 y 1989) se veían a sí mismos como “discípulos” de Georgescu-Roegen (Herman Daly, Kozo Mayumi, Martínez-Alier, etc.) y tenían claro que el economista rumano debía formar parte del naciente movimiento académico. Sin embargo, Georgescu-Roegen fue reacio a involucrarse por varios motivos que mezclaban desacuerdos científicos y dificultades en las relaciones personales. Por un lado, los artífices de la asociación y la revista fueron Robert Costanza y Herman Daly. Aunque el segundo siempre había considerado a Georgescu-Roegen uno de sus maestros, el economista rumano había sido muy crítico con la propuesta de economía de estado estacionario promovida por Daly (por resultar, según él, contradictoria con la naturaleza entrópica del proceso económico) y que ahora Georgescu-Roegen veía encarnarse en las propuestas de desarrollo sostenible que se sugerían desde la economía ecológica. En el caso de Robert Costanza, las suspicacias del economista rumano eran mayores y se centraban en el desacuerdo de Georgescu-Roegen con los trabajos de Costanza de los años 80 en los que se abogaba por una “teoría energética” del valor económico que tenía las mismas debilidades que todas las teorías del valor monocausales y, además, según el economista rumano, no consideraban adecuadamente el papel jugado por los materiales y la naturaleza entrópica del proceso económico. Por otro lado, el propio Georgescu-Roegen venía abogando desde los años 70 por cultivar la Bioeconomía (o enfoque bioeconómico) y me temo que la propuesta de un nuevo enfoque como la economía ecológica no le acababa de convencer. Tampoco ayudaron, por último, otros episodios posteriores poco honestos relacionados con la publicación de algunos artículos críticos con Georgescu-Roegen en la revista.

Dicho esto, lo curioso y lo importante es que, a pesar de estos desencuentros, Georgescu-Roegen es reconocido como uno de los padres de la moderna economía ecológica (que él prefería llamar Bioeconomía), y varios de sus resultados teóricos han sido incorporados como elementos clave de este enfoque. A mi juicio, la vocación transdisciplinar de su legado, aunando economía, termodinámica y biología es un resultado fundamental que se plasma en el reconocimiento de la naturaleza entrópica del proceso económico. Aunque no hay que magnificar este dato, un ejemplo de esta influencia ha sido, precisamente, el que durante mucho tiempo Georgescu-Roegen haya sido el autor más citado en la revista Ecological Economics.

(MDD): ¿Dónde estarían, si los ves, sin embargo, los puntos más problemáticos de este legado? ¿Ha habido un ejercicio, un intento de profundización al respecto, y en qué términos?

(OC): Más que hablar de puntos problemáticos, yo enfatizaría la dificultad, por parte de la economía convencional, de aceptar la concepción que sugirió Georgescu-Roegen hace más de medio siglo de la naturaleza entrópica del proceso económico de producción de bienes (y todas sus implicaciones) como una extensión de la evolución biológica de la humanidad. Esto está costando mucho, a pesar del progreso académico de la economía ecológica durante estos años.

Sin embargo, con desigual énfasis, sí se ha producido una profundización y continuación de ese legado. Un pensar en continuidad con Georgescu-Roegen que ha rescatado casi todos los elementos críticos de sus contribuciones, recuperando sus reflexiones metodológicas transdisciplinares, las sugerencias heterodoxas sobre las teorías convencionales de la producción y el consumo, y aquellas más vinculadas a la termodinámica, en concreto, a la ley de la entropía. En esta senda se encuentran tanto la labor de reivindicación general de la obra de Georgescu-Roegen por parte de Herman Daly, Jacques Grinevald (o, de forma más modesta, es también lo que intenté con mi libro La bioeconomía de Georgescu-Roegen), como también los trabajos de profundización en el enfoque del economista rumano realizados por Kozo Mayumi, Mario Giampietro y John Gowdy. A esto habría que sumar también la meritoria labor de recuperación y conexión del enfoque bioeconómico de Georgescu-Roegen y las propuestas decrecentistas realizadas desde hace años por Mauro Bonaiuti.

Cabe añadir, además, que ese “pensar con Georgescu-Roegen y más alla de Georgescu-Roegen” no sólo ha afectado a los economistas ecológicos, sino que algunas de las aportaciones del economista rumano a la representación del proceso económico de producción (como el modelo flujos-fondos) han sido reivindicadas también por economistas pertenecientes a otras tradiciones heterodoxas del pensamiento económico –como los trabajos de Pera Mir y Josep González Calvet-. Y de la misma manera, tendríamos la importante contribución de Antonio y Alicia Valero a la relevancia de los materiales en la reflexión entrópica del proceso económico que resalta bien las sugerencias y propuestas de Georgescu-Roegen, y sin necesidad de postular una cuarta ley de la termodinámica (como hacía el economista rumano), ya que se podrían ver como un corolario de la propia ley de la entropía.

(MDD): ¿Cuáles son las narrativas clave que destacarías, en un ejercicio de síntesis para los lectores y lectoras, en tu contribución al libro coral que nos ocupa en esta entrevista?  

(OC): En el capítulo del libro he intentado situar las aportaciones de Georgescu-Roegen en el contexto del pensamiento económico del siglo XX. Y, para ello, he tratado de matizar cierta interpretación que sostiene la existencia de “dos” Georgescu-Roegen: uno más “ortodoxo” que coincide con sus primeras contribuciones de las décadas de 1930 y 1950, y otro más “heterodoxo” que arrancaría en los años 60-70 con la publicación de la La Ley de la entropía y el proceso económico. Cuando uno lee con detenimiento los textos de Georgescu-Roegen lo que observa es un panorama mucho más rico. Las que se consideran sus aportaciones ortodoxas a la teoría del consumo y de la producción resulta que incorporan elementos heterodoxos de gran valía para la crítica de las teorías convencionales y el Homo oeconmicus, y para la reflexión sobre las economías agrarias y campesinas. Pero, a la vez, Georgescu-Roegen da el salto de la heterodoxia a la disidencia cuando decide traspasar las fronteras académicas acercándose a otras disciplinas como la termodinámica o la biología. Este tránsito de la heterodoxia a la disidencia es, a mi juicio, la fórmula que mejor sintetiza la polémica sobre “los dos períodos” de Georgescu-Roegen, y así lo han visto también autores como Jacques Grinevald y John Gowdy. Por tanto, tal vez sea necesario matizar la idea generalizada que distingue claramente entre el primer momento de colaboración con el enfoque ortodoxo y la fase posterior de ruptura desde finales de los sesenta hasta su muerte, pues el mordiente crítico de sus aportaciones está presente en gran parte de toda su trayectoria.

(MDD): A lo largo de tu contribución al libro te detienes, aunque brevemente, en recordar la aportación que tuvo el economista rumano al debate que se abrió en 1972 sobre los límites del crecimiento a través de su polémico artículo «Energía y mitos económicos». En particular citas la crítica al “dogma energético”, y reflexionas sobre cómo esa dimensión de la crítica nos podría ayudar a encauzar mejor los actuales debates sobre la transición energética y el limitado papel de las renovables. ¿Podrías profundizar un poco sobre estos aspectos de la reflexión?

(OC):  Georgescu-Roegen se quejaba a menudo de que la energía se había convertido durante la década de los setenta del siglo XX en el tema estrella de reflexión entre los científicos, mientras que los materiales recibían casi siempre ‘escasa’ atención por parte de los termodinámicos. De aquí que la inquietud de los científicos naturales tuviera más que ver con las disponibilidades de fuentes energéticas, que con la escasez o inaccesibilidad de ciertas sustancias materiales.

Esta mezcla de preocupación práctica por la energía e “inhibición teórica” por la cuestión de los materiales dieron lugar a la aparición de lo que él denominaba el “dogma energético”, a saber: que los materiales no son ya un problema pues siempre podrían reciclarse por completo por mucho que se disipasen. Únicamente haría falta obtener la energía necesaria para poder concentrarlos. Este “dogma” tuvo una doble manifestación en el mundo académico y científico desde los años setenta. Por un lado, a través de lo que algunos denominaron teoría de los “recursos infinitos” y, de otra parte, en las llamadas “teorías energéticas del valor”. Por lo que hace al segundo caso, conviene recordar que las teorías del valor unidimensionales (ya fueran basadas en el trabajo, la utilidad o la energía) se han construido considerando siempre aquel factor productivo que fuera escaso en un momento dado. Por tanto, se comprende que la “crisis energética” de los años setenta fuera un aliciente para elaborar teorías energéticas del valor económico que intentaban demostrar que los precios de las mercancías son proporcionales a la energía incorporada en ellas. Georgescu-Roegen dedicó unas cuantas páginas a desmantelar algunos errores que, desde el punto de vista económico y real, presentaban las formulaciones de los “energeticistas”. Y para ello se apoyó en un doble argumento: la utilización de su enfoque de flujos-fondos en la descripción del proceso económico de producción, en el que en la fabricación de las mercancías (y su valor) intervienen no sólo flujos energéticos, sino también fondos (trabajo y capital) que actúan sobre esos flujos para obtener el bien deseado. Pero es que, además de olvidar al trabajo y el capital, los partidarios de la teoría del valor energético olvidaban que, desde el punto de vista puramente físico, el proceso económico (como cualquier proceso físico) utiliza constantemente materiales (minerales y otras sustancias que tienen propiedades y cumplen funciones diferentes a la energía). Y estos materiales también estarían sujetos a la degradación provocada por la ley de la entropía.

Lo que Georgescu-Roegen intentó transmitir era que las leyes físicas actúan como restricciones al comportamiento económico, a lo que es posible hacer desde el punto de vista de la producción y el consumo, aunque con un matiz: “los fenómenos económicos –escribía Georgescu-Roegen en aquellos años- ciertamente no son independientes de las leyes físico-químicas que gobiernan nuestro medio ambiente interno y externo, pero no están determinados por ellas. Es porque lo económico tiene sus propias leyes que el gasto de un dólar en caviar no compra la misma energía libre que cuando se gasta en patatas”.

La crítica de Georgescu-Roegen al dogma energético y su olvido de la importancia de los materiales (“matter matters too”, solía recordar), le llevaron, de manera temprana (en los años 70 del siglo XX), a llamar la atención sobre las limitaciones de algunas tecnologías energéticas (como las renovables) que, tanto antes como ahora, en su fabricación eran tributarias de otros combustibles fósiles y de numerosos metales y minerales necesarios para su puesta en funcionamiento. Es decir, se trataría de tecnologías que, en sus propias palabras, continúan siendo un “parásito de otras energías”. Esto no quiere decir que Georgescu-Roegen estuviera en contra de la energía solar o la eólica. Solamente subrayaba una temprana precaución frente al diseño acrítico de futuros renovables sin cambiar los niveles de consumo y que ahora, más que nunca, parece muy pertinente. Sobre todo cuando se trata de evaluar las posibilidades que ofrecen muchos planes de transición energética que, sin embargo, en su afán de simplemente sustituir el consumo de combustibles fósiles por fuentes renovables no parecen calibrar el gasto de combustibles fósiles (y de emisiones de gases de efecto invernadero) asociado a ello (en un contexto de tiempo muy limitado para hacer frente al cambio climático), ni la mayor demanda de materiales que la electrificación con solar y eólica llevaría aparejada.

Varios trabajos (incluidos algunos de la Agencia Internacional de la Energía) han puesto de relieve los importantes cuellos de botella y escaseces que se generarían. Por poner un ejemplo 1 analizado  desde nuestro grupo de investigación GEEDS en la Universidad de Valladolid, dado que el coche eléctrico requiere seis veces más minerales que un coche convencional (sobre todo por la batería), sólo la electrificación generalizada del trans­porte privado a escala mundial generaría una demanda tan alta que llevaría, según estimaciones para diferentes escenarios, al agotamiento de las reservas disponibles de alu­minio, cobre, cobalto, litio, manganeso y níquel, no dejando recursos disponibles para otros usos industriales. Aunque se podrían hacer consideraciones similares para el caso de la energía solar y la eólica, incluyendo otro tipo de impactos como la ocupación de suelo, o el consumo de agua, todo ello pone de relieve que las pioneras advertencias de Georgescu-Roegen son una excelente guía para pensar racionalmente el proceso de cambio y transformación en el que nos vemos inmersos.

 

1 El ejemplo hace referencia a los datos y análisis contenidos en este artículo: Daniel Pulido Sánchez, Íñigo Capellán-Pérez, Carlos De Castro, Fernando Frechoso, «Material and energy requirements of transport electrification», Energy & Environmental Science, núm. 12, 2022, disponible en: https://doi.org/10.1039/D2EE00802E