Las mil caras de la desigualdad

La desigualdad va más allá de la correspondiente a la renta y la riqueza. Existen importantes brechas sociales vinculadas al género o a la etnia, divergencias intergeneracionales, divisiones geográficas y culturales, desigualdades en el acceso a los recursos y en la exposición a los riesgos sociales y ecológicos.

Las desigualdades empeoran la salud de las personas, erosionan la cohesión social y alteran la capacidad de influencia política, fomentando la polarización o se plasman en afectaciones y responsabilidades por el cambio climático. La promesa del bienestar social generalizado que prometía el capitalismo se muestra cada vez más estéril, solo capaz de beneficiar a unos pocos y “externalizar” los costes sobre las mayorías. Los sistemas de redistribución cada vez lo son menos y los privilegios, renta y riqueza se concentra crecientemente en unos pocos.

Para medir esta realidad existen varios indicadores que tratan de medir la brecha de la desigualdad. Si nos atenemos a indicadores de renta y riqueza, en España, tenemos al 20% más rico disponiendo de 6,2 veces más renta que el 80% restante, mientras que el 27,8% se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión (Tasa AROPE).

“La creación de riqueza se ha confundido en demasiadas ocasiones con el enriquecimiento de unos pocos y buena parte de lo que se llama producción no es más que simple apropiación de una riqueza preexistente en la que queda omitida la destrucción social y ecológica que esa usurpación conlleva”, señala Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de la Revista PAPELES, cuyo último número está dedicado a analizar todas las caras de la desigualdad.

Una relación con el medio ambiente muy desigual

Una de esas caras de la desigualdad tiene que ver con el clima y los efectos que provocan los fenómenos meteorológicos sobre la población. La desigualdad climática se expresa fundamentalmente a través de tres grandes ejes: un acceso muy desigual a los bienes naturales (como, por ejemplo, la energía); unos impactos sociales repartidos muy asimétricamente entre la población afectada (olas de calor, sequías, etc.); y una responsabilidad respecto a la generación del problema, que responde, nuevamente, a enormes disparidades (el porcentaje de emisiones producidas por el 10% de la población más rica y contaminante supondría el 36-49% del total global, mientras que el 50% emitido por la población más pobre y menos contaminante equivaldría a un 7%-15% del total).

En España, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), el pasado verano meteorológico (junio, julio y agosto de 2022), fue el más caluroso desde que hay registros (esto es, desde 1961). El Instituto de Salud Carlos III estima que, solo en España, se ha producido, entre finales de abril y comienzos de septiembre de 2022, un exceso de mortalidad de al menos 4.700 personas atribuibles directamente a las elevadas temperaturas (una cifra que triplica la media del último lustro).

¿Posibles soluciones? “La adaptación al cambio climático puede proporcionar una oportunidad de oro para la transformación del sistema sociopolítico. Existe un cuerpo de investigación amplio que muestra los éxitos y potencialidades de las comunidades activas y cohesionadas en casos de desastres”, destacan Nuria del Viso y Mateo Aguado, investigadores del área Ecosocial de FUHEM en el dosier «Desigualdades climáticas: impactos y responsabilidades de los eventos meteorológicos extremos» donde se abordan diferentes expresiones de las desigualdades climáticas ligadas a los eventos meteorológicos extremos.

La desigualdad pone en jaque a la democracia

En sociedades en las que el poder se funda en la riqueza, la desigualdad desequilibra el funcionamiento electoral. La sobrerrepresentación política de los ricos y su mayor influencia electoral e ideológica en la sociedad conduce a la desafección democrática y a la desconfianza en sus instituciones. Esta dinámica favorece la polarización y la crispación, bloquea la vida política, impide acometer políticas de Estado que trasciendan los intereses de una parte, como las sanitarias o ambientales, por no nombrar, en el caso español, las referidas al ámbito de la justicia.

Aunque no existe una única llave mágica para abrir la puerta de la desigualdad, sino un conjunto de ganzúas, que habrá que acertar a combinar en el ineludible proceso hacia una transición que sea, además de ecológica, socialmente justa.

La transición ecosocial también precisará que el crecimiento económico como objetivo político sea reemplazado por un mayor énfasis en un aumento del bienestar. “Necesitamos fuentes adicionales de presión democrática que sean capaces de contener con determinación la desigualdad. Las modalidades de democracia económica son una solución obvia. Es fundamental que se fomente la representación de personas trabajadoras en las juntas directivas de las empresas, así como que se incentive la creación de cooperativas y empresas en régimen de propiedad de las personas que trabajan en ellas”, apuntan Richard Wilkinson, profesor emérito de epidemiología social en la Universidad de Nottingham y Kate Pickett, profesora de epidemiología en la Universidad de York, miembro del Club de Roma y de la Comisión de Economías Transformadoras.

Lucas Chancel, economista especializado en desigualdad y en política ambiental, autor de “Desigualdades insostenibles” (FUHEM/Catarata, 2022). plantea y desarrolla cuatro posibles soluciones:

  1. Sobre el debate público: evitar situar el debate únicamente en las desigualdades económicas, descuidando la importancia de las asimetrías ambientales, de género, etc.
  2. Sobre los servicios públicos: apoyar el transporte colectivo y el cooperativismo en el ámbito de la energía, el agua y la movilidad.
  3. Sobre fiscalidad: Desincentivar las actividades contaminantes y financiar infraestructuras intensivas en empleo que den forma a un nuevo Estado de bienestar ecosocial que proteja no solo de los riesgos sociales sino también de las amenazas ambientales.
  4. Sobre cooperación internacional: ir más allá del Estado social. La adaptación prospera cuando existen enfoques participativos, desde el diseño de las actividades de adaptación a la rendición de cuentas.

Existen herramientas para afrontar con ambición los desafíos que plantean las desigualdades. Es posible hacerlo sin renunciar a la búsqueda de una vida digna de ser vivida, de forma democrática por todas y todos, en un mundo más justo y habitable.

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