Transiciones, conflictos e imperialismo global

La Introducción del número 163 de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global, escrita por Santiago Álvarez Cantalapiedra: «Transiciones, conflicto e imperialismo global«, ofrece una introspección sintética de las tendencias en marcha en la geopolítica de la transición verde.

Hemos señalado en otras ocasiones, en anteriores números de la revista, que el capitalismo no supera sus contradicciones, sino que las traslada en el espacio y en el tiempo. Hemos hablado también en otros números de esta revista del mundo que está emergiendo de la agudización de esas contradicciones.1 Como han subrayado oportunamente diversos autores, esas transferencias espacio/ temporales suelen adoptar la forma del imperialismo ecológico al depender del saqueo de la periferia y de la traslación a esas zonas de las contradicciones del núcleo.

La apropiación y saqueo de amplios territorios a través de mecanismos neocoloniales se completa con un proceder que no tiene en cuenta las opiniones ni las necesidades de las generaciones venideras, transfiriendo también al futuro las cargas ambientales.2 Las manifestaciones de la crisis energético/climática son la expresión más clara de esas traslaciones, y de sus límites, en la actualidad.

Desde los años ochenta al momento actual el surgimiento y auge del orden neoliberal, la caída del socialismo real y la emergencia de China como gran potencia económica mundial han modificado el mapa geopolítico y económico mundial. Un periodo marcado, a su vez, por la Gran Recesión, la pandemia y la proliferación de nuevas tensiones y guerras. Los cambios que se están experimentando se aceleran, así como el surgimiento de nuevas formas de imperialismo a través de diferentes vías de dominación y dependencia asociadas con la globalización de la producción y las finanzas.

La apropiación y saqueo de amplios territorios a través de mecanismos neocoloniales se completa con un proceder que no tiene en cuenta las opiniones ni las necesidades de las generaciones venideras, transfiriendo también al futuro las cargas ambientales.

Se puede hablar de un imperialismo global como nueva fase que surge de la globalización económica y que cristaliza en mecanismos de acaparamiento para nada ajenos al tipo de acumulación por desposesión que prolonga, ya en el siglo XXI, viejas prácticas de despojo sobre las que se forjó la acumulación originaria.3 Asociadas a ellas se encuentran las nuevas modalidades de colonialismo verde, y bajo su despliegue son las múltiples periferias que van surgiendo las que quedan más expuestas a las pandemias o a los daños derivados del extractivismo y del cambio climático causados por el modo de vida imperial del viejo núcleo capitalista.

Tensiones que surgen del corazón de la transición energética

Asistimos a una realidad cada vez más compleja en la que coexiste la nueva geopolítica asociada a la transición energética con la tradicionalmente convulsa de los combustibles fósiles. Son dinámicas que probablemente permanecerán juntas durante un tiempo sumando nuevas líneas de fractura tanto en el panorama internacional como en el ámbito interno.

Las dinámicas geopolíticas de la energía fósil desde el siglo XIX a la actualidad han sido analizadas por Helen Thompson.4 Hasta el periodo de entreguerras, las viejas metrópolis europeas dependieron fuertemente del petróleo importado del hemisferio occidental, procedente principalmente de los EEUU. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial empiezan a ser evidentes las limitaciones de aquel país para seguir desempeñando el papel de suministrador occidental, así como las dificultades para siquiera garantizar con los recursos fósiles propios la evolución de su potente demanda interna.

Los países occidentales pasaron a poner la atención en Oriente Medio, la región del mundo con mayores reservas. Este desplazamiento del interés hacia el Medio Oriente ha perpetuado desde entonces la inestabilidad geopolítica en la región.5 Sin embargo, eso no impidió que aumentara también la dependencia energética de Europa occidental, particularmente de Alemania, del petróleo soviético desde los años cincuenta y sesenta y del gas ruso más recientemente. Buena parte de las vulnerabilidades y problemas por la que atraviesa la seguridad energética y la autonomía estratégica de la UE en el presente arrancan de este hecho.

La forma en que los estadounidenses reaccionaron a estas circunstancias recorre la geopolítica desde los años setenta del siglo pasado hasta la primera década del nuevo siglo. A partir de entonces, el auge del gas de esquisto en los EEUU ha permitido que este país inyecte al mercado europeo grandes cantidades de gas licuado entrando en competición con Rusia. Las consecuencias que para la seguridad energética europea han supuesto la invasión y guerra en Ucrania no han hecho sino confirmar esta tendencia. En ese contexto, también China, al ser consciente de que necesita garantizar los suministros fósiles para alimentar su enorme capacidad industrial, diseña sus propias estrategias centradas en Asia, África y América Latina generando nuevas tensiones geopolíticas.

Las nuevas tecnologías necesitan nuevos materiales, y muchos de ellos son considerados críticos ante la posibilidad de que su suministro represente un cuello de botella en la implantación masiva de dichas tecnologías a un coste razonable.

A esta vieja geopolítica centrada en las energías fósiles se suman en la actualidad las tensiones derivadas de la transición energética, particularmente por la forma que está adoptando en los países que conforman el núcleo del capitalismo. La cuestión gira sobre la infraestructura necesaria para captar las fuentes renovables del viento y el sol y solventar el desafío del almacenamiento. Transitar hacia otra base energética y alcanzar la neutralidad climática en el año 2050 precisa una cantidad ingente de toneladas de minerales cada año.

Las nuevas tecnologías necesitan nuevos materiales, y muchos de ellos son considerados críticos ante la posibilidad de que su suministro represente un cuello de botella en la implantación masiva de dichas tecnologías a un coste razonable.[6] Por ese motivo, el acceso a estos recursos críticos es contemplado por los países como una cuestión estratégica, de manera que la transición energética deviene de manera inmediata en una cuestión geopolítica de primer orden. Esto sitúa a las tierras raras y a los minerales críticos en el foco de atención.7 La dispersión geográfica de esos materiales favorece de momento a China, que además ocupa una posición dominante en las cadenas de extracción, producción y comercialización de esos minerales.

Pero no hay que olvidar que, como buena parte de la estrategia de transición hacia las renovables depende aún de la inyección de grandes flujos de energías fósiles y descansa en tecnologías poco maduras o que aún no existen, las rivalidades geopolíticas que vemos surgir en torno a los nuevos materiales se mezclan todavía con la vieja geopolítica de la energía fósil. De ahí que las tiranteces y conflictividades pueden aparecer por uno u otro flanco. Con todo, como los objetivos de descarbonización de las estrategias de transición otorgan menor capacidad de maniobra al gas de esquisto (importante en la gestión de las tensiones más recientes), todo indica que de ahora en adelante la válvula de escape para aliviar las presiones que se van acumulando será sobre todo la expansión de la frontera extractiva mineral.8

Zonas de sacrificio y nuevas conflictividades

La expansión de las fronteras extractivistas se puede observar con claridad en el caso del litio. Aunque todavía concentrada en poco enclaves y países,9 el incremento vertiginoso de la demanda está provocando que se extiendan innumerables proyectos por otros países de América Latina, África, Europa, los EEUU y Canadá.10 Tras la explotación de los grandes salares de fácil y rentable extracción, aunque enormemente exigente en el consumo de agua, se pasa a la explotación del litio de roca dura, con las consecuencias ecológicas propias de la minería a cielo abierto e impactos sobre las comunidades locales que, en no pocos casos, implican expulsiones y desplazamientos de población.

Sobre estos territorios se despliegan estrategias corporativas y acciones estatales que no toman en consideración las necesidades y los intereses locales, de manera que las regalías, los impuestos sobre los beneficios de la actividad minera y los controles laborales y ambientales son mínimos o quedan definidos al margen de las poblaciones afectadas. Las cuestiones referidas a la propiedad, las rentas, la tecnología y los impactos sociales y ambientales quedan subsumidas en una lógica y una arquitectura jurídica que contempla la tenencia de las explotaciones como activos financieros que se pueden comerciar en los mercados globales a través del control que ejercen sobre ellos grandes empresas del sector automotriz, bancos o fondos de inversión. Nada que tenga que ver con un desarrollo endógeno y autocentrado en las necesidades de la población de unos territorios que son sacrificados para posibilitar el tránsito a un modelo renovable en los centros del capitalismo global.

En el caso de la República Democrática del Congo, posiblemente uno de los países más turbulentos del mundo y donde se encuentran las principales reservas de cobalto y coltán, la intensificación de la actividad minera se ha desarrollado paralelamente a la militarización y los conflictos armados.11 A esa inestabilidad política y social se añade el despojo, pues el grueso de los recursos es exportado en bruto, ancladas las actividades en el eslabón más bajo de una cadena de valor gobernada por “la regla del notario”.12

División internacional del trabajo, modo de vida y nuevas rivalidades imperiales

Ante esta división internacional del trabajo que condena al Sur global a la exportación de materias primas baratas que otros rentabilizan gracias a su mayor capacidad tecnológica y poder en los mercados, algunos gobiernos plantean la necesidad de escalar en las cadenas de valor prohibiendo las exportaciones en bruto y diseñando planes para el refinamiento en los países de extracción.13 Sin cambiar las reglas de juego se antoja que las medidas se utilizarán para afianzar alianzas público-privadas (estados con grandes corporaciones trasnacionales) que actualicen las viejas alianzas entre oligarquías locales y globales de las que el imperialismo siempre se ha servido. Pero eso únicamente perpetuará la “maldición de los recursos” que produce desigualdad y destrucción ecológica, agravando los conflictos armados, la corrupción y la desigualdad.

Pero no hay que olvidar que la otra cara de la moneda es el modo de vida imperial que da lugar a los privilegios y ventajas que se disfrutan en el Norte global.14 Sin el cuestionamiento de los objetivos e intereses que guían los procesos de extracción, transformación y comercialización es difícil afrontar en serio la crisis ecosocial. De momento, las amenazas del calentamiento global y el paulatino agotamiento de los recursos fósiles, así como la definición de las estrategias de transición, casi exclusivamente centradas en las dimensiones energética y digital, parecen estar diseñadas más para el establecimiento de una «acumulación por desfosilización»15 que para el propósito de racionalizar y reducir los intercambios metabólicos y preservar la integralidad de la biosfera.

Los organismos internacionales parecen más preocupados por la fragmentación de la economía mundial y la geopolítica de bloques que se pudieran derivar del hecho de que muy pocos proveedores −China, Rusia y Australia− controlen la mayor parte de la llamada “minería verde” sobre la que descansa la fabricación de paneles solares, turbinas eólicas y coches eléctricos que de cuestionar el modo de vida occidental.16 Así las cosas, si se utilizan los mismos métodos que se han empleado históricamente con la geopolítica del petróleo, el futuro inmediato no augura nada bueno. EEUU sigue siendo la principal potencia económica, tecnológica y militar del mundo, pero dispone de pocos yacimientos domésticos de minerales críticos y tierras raras y es un imperio en decadencia en un mundo multipolar. Europa parece haber renunciado a cualquier intento de actuar como un centro de poder autónomo y cierra filas −como se está comprobando con motivo de la guerra de Ucrania y la destrucción de Gaza por el gobierno de Israel− con la OTAN como herramienta principal para hacer valer los intereses de Occidente.

La agudización de las rivalidades interimperialistas y la proliferación de todo tipo de conflictos violentos aparecen como una posibilidad cada vez más cercana mientras los procesos de deterioro ecológico siguen su curso y nos van conduciendo a lugares ignotos de los que apenas sabemos si tendremos posibilidades de retorno.

Santiago Álvarez Cantalapiedra, director de FUHEM Ecosocial y de la revista Papeles de relaciiones ecosociales y cambio global.

Acceso al artículo completo: Transiciones, conflictos e imperialismo global

NOTAS:

[1] Véase, por ejemplo, los número de la revista Papeles de relaciones ecosociales y cambio global dedicados a un «Mundo de emergencias» (núm. 162), «Militarismo» (núm. 157) o «Geopolítica en el Antropoceno» (núm. 146).

[2] Kohei Saito, El capital en la era del Antropoceno, Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona, 2022.

[3] David Harvey, El nuevo imperialismo, Akal, Madrid, 2004.

[4] Helen Thompson, Disorder: Hard Times in the 21ª Century, Oxford University Press, 2022.

[5] Con acontecimientos decisivos como el proceso descolonizador guiado fundamentalmente por los intereses de Gran Bretaña y Francia, la creación del Estado de Israel, la crisis de Suez del año 1956 que confirmó la pérdida de influencia de Gran Bretaña, la revolución en Irán de 1979 que instauró la actual república islámica tras el derrocamiento del último sha de Persia, el apoyo otorgado por los EEUU a Arabia Saudí o las guerras sucesivas en las que los intentos de Occidente de reconfigurar el poder en la zona han involucrado primero a Irak y luego a Siria.

[6] Las materias primas críticas (CRM) −materiales que requieren especial atención por su relevancia económica y el alto riesgo de la interrupción de su suministro− son identificadas por la Comisión Europea e incorporadas a un listado en permanente actualización. La lista de la UE del año 2020 contiene treinta materiales frente a los catorce que contenía en el año 2011 (o los veinte de 2014 y los veintisiete de 2017). La bauxita, el litio, el titanio y el estroncio han sido incorporadas por primera vez al último listado, mientras que el helio −que sigue siendo motivo de preocupación por la concentración del suministro− se ha eliminado por haber disminuido su importancia económica. Se puede consultar el listado completo en la «Comunicación de la Comisión al Parlamento Europeo, al Consejo, al Comité Económico y Social Europeo y al Comité de las Regiones: Resiliencia de las materias primas fundamentales: trazando el camino hacia un mayor grado de seguridad y sostenibilidad» [COM(2020) 474 final, Bruselas, 03/09/2020]:

https://eur-lex.europa.eu/legal-content/ES/TXT/HTML/?uri=CELEX:52020DC0474&from=EN

[7] Entre los más relevantes para el avance de la transición energética y digital se encuentran los siguientes: 1) El coltán, que en realidad es el acrónimo popular de las denominadas columbita (óxido de niobio) y tantalita (óxido de tántalo), y que resulta crucial para la microelectrónica; 2) El cobalto y el litio, fundamentales para la producción de baterías; y 3) las llamadas  tierras raras (que no son tierras en el sentido popular, ni raras en el sentido de escasas, y que se las denomina así porque suelen aparecer dispersas en minerales relativamente poco comunes) con aplicaciones en múltiples industrias y resultan especialmente importantes para el rendimiento de muchos motores y generadores eléctricos. Son precisamente las tierras raras las que mayor riesgo de suministro presentan para Occidente debido a que la extracción y la comercialización se encuentran controladas por China.

[8] Una válvula que solo puede actuar de manera temporal, pues la demanda de al menos catorce materias primas críticas se estima que en las próximas décadas será superior a las reservas conocidas. Entre ellas se encuentran materiales tan comunes en la industria como el cobre o el níquel como los principales elementos de la transición energética (como el litio, el galio o el cadmio).

[9] Básicamente situados en Australia, Chile, China y Argentina.

[10] Bruno Fornillo, «Las fronteras latinoamericanas del litio. Espejismos, guerras y desfosilización», Nueva Sociedad núm 306, Buenos Aires, julio-agosto de 2023, pp. 38-50.

[11] Nicolas Berman, Mathieu Couttenier, Dominic Rohner y Mathias Thoenig, «This Mine is Mine! How Minerals Fuel Conflicts in Africa», American Economic Review, vol. 107, núm. 6, junio 2017, pp. 1564-1610; Nik Stoop, Marijke Verpoorten y Peter van der Windt, «Artisanal or industrial conflict minerals? Evidence from Eastern Congo», World Development, vol 122, año 2019, pp. 660–674.

[12] José Manuel Naredo y Antonio Valero se valen de la “regla del notario” para explicar cómo el deterioro ecológico y social no se contabiliza en la noción convencional de desarrollo económico, de manera que no existe una relación entre los verdaderos costes y los precios de los recursos. La fuerte asimetría entre la evolución del coste físico y la valoración monetaria se puede ilustrar en términos energéticos de la siguiente forma: «En la construcción de una casa los mayores consumos energéticos tienen lugar en los materiales de obra que son los que menos cuestan por unidad de energía consumida. Al final de la obra el consumo energético que hace el notario para firmar la escritura es el que más dinero cuesta» (Antonio Valero, https://www.rqueerre.com/blog/la-regla-del-notario-y-el-mundo-que-nos-queda-por-antonio-valero/). La regla del notario se desprende de las asimetrías entre, por un lado, los postulados de la termodinámica y la economía convencional y, por otro, las normas y condicionamientos institucionales en las prácticas económicas que tienden a retribuir más las tareas de dirección, gestión y comercialización frente a las directamente implicadas en la extracción y elaboración. Véase: José Manuel Naredo y Antonio Valero, «La evolución conjunta del coste físico y del valor monetario en el curso del proceso económico: la “regla del notario” y sus consecuencias», capítulo 23 del libro dirigido y editado por estos mismos autores: Desarrollo económico y deterioro ecológico, Fundación Argentaria- Visor Dis., Madrid, 1999.

[13] Lo señala Rodrigo Santodomingo en una crónica publicada en el Blog Planeta Futuro asociado al diario EL PAÍS: «Exportar metales y minerales sí, pero refinados: la batalla de África por rentabilizar las materias primas»

[14] Ulrich Brand, Crisis ecosocial, modo de vida imperial y transiciones, FUHEM/ Catarata (Colección Economía Inclusiva, núm. 6), Madrid, 2023 (en prensa).

[15] Maristella Svampa y Pablo Bertinat (eds.), La transición energética en la Argentina. Una hoja de ruta para entender los proyectos en pugna y las falsas soluciones, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2022.

[16] Véase el capítulo tercero «Fragmentation and Commodity Markets: Vulnerabilities and Risks» del survey del FMI, World Economic Outlook: Navigating Global Divergences, Washington, DC., octubre de 2023, pp. 71-92.