¿Somos demasiados?

El artículo ¿Somos demasiados? Reflexiones sobre la cuestión demográfica de Jorge Riechmann pertenece a la sección de ENSAYO del núm. 148 de la revista Papeles de Relaciones Ecosociales y Cambio Global, correspondiente a invierno 2019-2020.

Una reflexión minuciosa en torno a la espinosa cuestión de la población, ignorada por la izquierda o elemento de división, aunque, como recuerda el autor, también ha existido un maltusianismo progresista, un feminismo obrero y maltusiano y un anarquismo naturista. El tema cobra ahora nueva relevancia en el contexto de la crisis socioecológica  en marcha. El debate no puede pos- ponerse por más tiempo.

Si constatamos que la huella ecológica conjunta de la humanidad excede la biocapacidad del planeta (en un factor ya superior a 1.7, según los informes Living Planet que se publican cada dos años), y que si todos quisiéramos vivir como estadounidenses o australianos necesitaríamos cinco planetas Tierra a nuestra disposición, es evidente que en algún sentido somos demasiados, o quizá que la actividad humana resulta excesiva… Aquí la noción de extralimitación ecológica (overshoot) resulta esencial.

Hay demasiada gente en el mundo, por desgracia; y no hay racionalización que pueda destruir esa evidencia, nos sugieren Déborah Danowski y Eduardo Viveiros de Castro.1   Y “¡hagan parientes y no bebés!” es la consigna que propone Donna Haraway. 2

Solo durante el siglo XX la humanidad se cuadruplicó (de 1.500 a 6.000 millones de personas) y luego ha seguido creciendo. Pero abordar la cuestión demográfica en términos de sobrepoblación humana nos resulta extraordinariamente difícil. De hecho, es fácil constatar que en un país como el nuestro si se aborda la cuestión demográfica como problema casi todo el mundo convendrá en que falta gente, no sobra. Y en muchos otros países sucede lo mismo. Por ejemplo, El País editorializa sobre “Natalidad bajo mínimos” en los siguientes términos:

Tener una de las mayores esperanzas de vida al mismo tiempo que una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo es la combinación perfecta para desencadenar una crisis demográfica. De mantenerse la tendencia actual, en 2050 habrá en España  seis jubilados por cada diez trabajadores activos, en lugar de los tres que hay ahora. Eso significa que, de no mediar la entrada de contingentes importantes de inmigrantes, será muy difícil obtener los ingresos públicos necesarios para sostener las pensiones.3

Un consenso banal en nuestro país (y no sólo en él) sostiene que “el problema demográfico de España es el envejecimiento” –pero en realidad sólo se puede afirmar tal cosa si nuestra perspectiva es extremadamente cortoplacista y seguimos ignorando, en el fondo, los problemas de límites planetarios. Si la huella ecológica de España es 2,6 veces superior a su biocapacidad, es decir, si harían falta casi tres Españas para mantener los actuales estilos de vida (y por tanto sólo se pueden mantener con cargo a otros territorios, apropiándonos de los recursos de otros países con esquemas neocoloniales), ¿cómo contentarse con que “el problema demográfico de España es el envejecimiento”?4

Después de intensos debates en los años sesenta y setenta, tanto en Europa como en EEUU, acerca de la sobrepoblación humana, el concepto fue demonizado y desapareció del horizonte político (en paralelo a la demonización que sufrió el importante estudio The Limits to Growth de 1972, como ha estudiado con cierto detalle Ugo Bardi).5 Algunos autores han sugerido que se impuso un tabú hardiniano que descalificó de antemano a quien intentase argumentar que existía, de hecho, sobrepoblación.6 Si Leo Strauss acuñó la expresión reductio ad Hitlerum para denunciar que se recurre demasiadas veces a acusar de fascismo hitleriano al contrincante cuando una discusión se alarga demasiado, podría hablarse quizá, en lo que al debate demográfico se refiere, de una reductio ad Hardinum. La idea de una “ética del bote salvavidas”,  como se sabe, remite a Garrett Hardin.7

Las cifras de la demografía humana son conocidas

Como cazadores-recolectores  (o mejor: forrajeadores) éramos probablemente menos de un millón de Homo sapiens en el Paleolítico; y éramos apenas 14 millones cuando, hace unos 5.000 años, transitamos desde las aldeas neolíticas básicamente igualitarias hacia sociedades con Estado, ejércitos y patriarcado. Como agricultores preindustriales –y nada sustentables– éramos 1.000 millones hacia 1800; pero hoy somos ya más de 7.700 millones.

Éramos 1.000 millones de personas en 1800, 2.000 millones en 1925, 4.000 millones en 1974, 6.000 millones en 1999, 7.000 millones en 2011; previsiblemente seremos 8.000 millones ya en 2023.8

No somos conscientes de hasta qué punto la enorme población humana actual ha sido posibilitada por el uso masivo de hidrocarburos fósiles. Pero hoy el pico del petróleo hace inviable, a medio plazo, esa enorme población

Si pienso en mi propia vida: hacia 1930, 2.000 millones de seres humanos (mis abuelos eran jóvenes); hacia 1960, 3.000 millones. Yo nací en 1962. En 2000, 6.000 millones. ¡La población humana se había duplicado entre mi nacimiento y mis cuarenta años! Cuando muera, la población humana puede haberse triplicado en el curso de mi vida (¿9.000  millones hacia 2050?). Si no llamamos a esto “explosión demográfica” (en la era de la Gran Aceleración), ¿a qué se lo llamaríamos?

¿El comienzo de la catástrofe queda detrás de nosotros?

No somos conscientes de hasta qué punto la enorme población humana actual ha sido posibilitada por el uso masivo de hidrocarburos fósiles. Pero hoy el peak oil (en el contexto más general de la extralimitación ecológica, el overshoot) hace inviable, a medio plazo, esa enorme población.

Bruno Latour nos dice que la catástrofe queda detrás de nosotros, pues en 1947 la población mundial superó el límite que garantizaba el acceso suficiente a los recursos de la Tierra: estaríamos hablando, pues, de unos 2.500 millones de personas.9 Escribía Bruce Hoeneisen Frost en 1999: «El límite natural de la capacidad de sustentación de la Tierra, una vez que se agoten el petróleo, el gas natural y el carbón (y suponiendo que la humanidad tenga la sabiduría de no usar reactores nucleares), será de aproximadamente 3.000 millones de personas. Ésta es la población que pueden sostener las fuentes renovables de energía. (…) El siglo XXI es el período de transición que divide en dos la historia de la humanidad. Por un lado, la era del crecimiento ilimitado [basado en los combustibles fósiles]; por otro, la era de la limitación material». Según una estimación, si hoy no contásemos con el petróleo, el carbón y el gas natural, un 67% de la población humana perecería.10

Unos 2.500 o 3.000 millones, para una sociedad industrial con fuentes renovables de energía…  Quizá no sea una mala estimación.11  Así, vemos que la libertad reproductiva (y la responsabilidad a la hora de procrear) no tiene el mismo significado en un “mundo vacío” que en un “mundo lleno” (ecológicamente saturado).

Y para terminar de situar en sus justos términos el debate sobre demografía humana hoy, casi empezando el tercer decenio del segundo milenio: por desgracia hay que constatar que el BAU (Business As Usual) nos lleva al exterminio de la gran mayoría de la humanidad, si no a su extinción total –y no a largo plazo. Basta con asumir de verdad la situación en lo que respecta a la crisis climática para darse cuenta de esto.

En efecto, hoy el BAU (usemos este acrónimo por no decir: el tanatocapitalismo que nos gobierna) dirige al planeta Tierra hacia 4°C de calentamiento, si nos basamos en los compromisos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) contraídos hasta ahora. Los compromisos de París suponen una senda de calentamiento de alrededor de 3,3°C, según los expertos; pero eso no incluye algunas retroalimentaciones del ciclo del carbono que ya se están activando (por ejemplo, deshielo del permafrost ártico, desforestación del Amazonas, otras mermas en la capacidad natural biosférica de almacenar carbono) que empujarían ese calentamiento hacia los 5°C. «Entonces, decir que estamos actualmente en un camino de 4°C es correcto».12 Se podrían superar los 4-5ºC incluso en fechas tan tempranas como 2050, si las cosas van realmente mal.13 Ahora bien, destacados climatólogos han conjeturado que eso puede suponer el exterminio del 95% de la humanidad.14

Capacidad de carga… sociocultural

Por supuesto, la Tierra no tiene una capacidad de sustentación fija (carrying capacity) para la especie humana: la viabilidad de una determinada población humana depende de sus relaciones sociales, su cultura, su tecnología y su forma de usar los recursos naturales. «La capacidad de carga para seres humanos debería llamarse capacidad cultural de carga porque ha de incluir un parámetro que defina el nivel de consumo necesario para una “vida buena”».15  La pregunta tiene que ser algo así: ¿qué clase de prosperidad es posible, para la enorme población humana que somos, teniendo en cuenta las variables socioculturales y tecnológicas, dentro de los límites del planeta Tierra?

La viabilidad de una determinada población humana depende de sus relaciones sociales, su cultura, su tecnología y su forma de usar los recursos naturales

Si hablamos de “crisis maltusianas”, entonces, desde luego no cabe hacerlo en el sentido ingenuo del mismo Thomas R. Malthus, como una simple relación entre población y alimentos. Por indicar una dimensión sencilla, donde come solamente una persona con dieta altamente carnívora, comen cinco personas o más con dieta básicamente vegetariana. Una dieta vegetariana liberaría más de las tres cuartas partes de la tierra hoy dedicada a la agricultura y la ganadería (y esa tierra podría renaturalizarse, con beneficios evidentes para la biodiversidad y el cambio climático).16

Pero atención: sucede que entre los criterios oficiales de pobreza en nuestro país se encuentra el no comer carne o pescado todos los días.17 Mientras que, por otra parte, los insostenibles consumos de carne (y pescado) propios de las dietas occidentales tendrían que reducirse en un 90%, para permanecer dentro de los límites ecológicos…18 Parece que la capacidad de carga sociocultural nos está jugando una mala pasada, y que aspirar a “modos de vida imperiales” (Alberto Acosta y Ulrich Brand) no parece compatible con poblaciones humanas muy elevadas. Como suele decir Terry Eagleton, modificar la cultura puede resultar más difícil que hacer volar montañas por los aires o trasladar mares de sitio.

Hay que pensar, entonces, en términos de metabolismos sociales (o socioecológicos si se prefiere) y modos de producción.19 Mas precisamente ésa es hoy la cuestión: el metabolismo industrial que se ha desarrollado en los últimos dos siglos es radicalmente insostenible, y la transición hacia una sociedad industrial sustentable resulta –hoy por hoy– altamente improbable. Pero por esa improbabilidad, precisamente, hemos de apostar en nuestra tremenda coyuntura histórica –lo que en otro lugar he llamado el Siglo de la Gran Prueba.20

Dos grandes escollos

Aparecen dos tremendos escollos en este difícil debate sobre demografía. En primer lugar, las experiencias pasadas  de intervencionismo  patriarcal: el control demográfico como control sobre las mujeres. En segundo lugar, el maltusianismo como legitimación de las enormes desigualdades existentes en el mundo e incluso como antesala de políticas racistas y genocidas. No son para nada, como se ve, cuestiones menores…

Sugerir que necesitamos una reducción de la población humana suscita de inmediato reacciones como por ejemplo ésta, de una mujer africana: «¿ya están ustedes, los varones blancos del Norte, echando la culpa a las mujeres en el Sur global? La eliminación de toda la población de África apenas serviría de nada para reducir el CO2 equivalente, porque apenas lo generamos.  Las emisiones  de China están vinculadas  a la fabricación de bienes para alimentar los mercados de los países occidentales. Así que ¿no habría que empezar en casa?».21 Y ella aporta la siguiente figura:

 

Continúa esta mujer africana: «Entonces,  ¿qué población debería ser estabilizada? Los países emisores más grandes ya están experimentando poblaciones estables o en declive. La interpretación más caritativa sería que necesitamos reducir la huella de CO2 de los grandes consumidores. (…) La cuestión es que hablar sobre la estabilización de la población parece razonable si no vamos a las implicaciones reales. Aquí hay un excelente informe de Oxfam sobre quién está emitiendo CO2, y adivine usted, pues no es el Sur a pesar de la cuantía de su población».22

¿Qué clase de prosperidad  es posible, para la enorme población humana que somos, teniendo en cuenta las variables socioculturales y tecnológicas, dentro de los límites del planeta Tierra?

Claude Lefort escribió Un homme en trop (una reflexión publicada en 1976 sobre El archipiélago Gulag de Solyenitsin),  un hombre que sobra. En nuestra historia reciente, la expresión “gente que sobra” ha sido propia de dictaduras y regímenes autoritarios, de manera que no sorprende que nos cause un escalofrío. El asesino racista del Walmart de El Paso (Texas), el 4 de agosto de 2019, antes de la matanza colgó en internet un texto donde explicaba: «Si podemos deshacernos de suficientes personas [hispanas], nuestra forma de vida [la de los estadounidenses anglosajones] puede ser más sostenible».23

Por otra parte, para los think tanks de la derecha como el Cato Institute todo lo que tenga que ver con un posible autocontrol de la población humana es pura y simplemente “antihumanismo”. En este juego discursivo, el “humanismo” queda del lado de la tecnolatría sin límites que se gastan Julian Simon, Steven Pinker, Michael Shellenberger y los “ecomodernistas”.24

Pero también para la izquierda este es un debate intratable

En general la izquierda política ha abogado por el crecimiento demográfico: más brazos y más cabezas para hacer la revolución y construir la sociedad mejor. «El crecimiento pobla cional nuestro es vertiginoso, y es bueno que sea así porque Venezuela, algún día, debe tener cincuenta millones de habitantes, ochenta millones de habitantes», declaraba por ejemplo el comandante Hugo Chávez hace pocos años.25

La cuestión demográfica, en términos de sobrepoblación, es un asunto casi intratable para la izquierda en general y para el ecosocialismo en particular. Un investigador ecosocialista como Saral Sarkar sostiene que los siete elementos básicos del ecosocialismo son los siguientes:

(1) hay límites para el crecimiento, no sólo para el crecimiento económico sino también para el crecimiento demográfico;

(2) ya hemos superado estos límites y por cierto que en un nivel peligroso (es decir, nos hallamos en overshoot);

3) no existen soluciones tecnológicas para los problemas mundiales de recursos y contaminación;

4) por lo tanto, la economía mundial debe ahora someterse a un proceso de contracción deliberado y dirigirse gradualmente a un estado homeostático sostenible (sustainable steady-state);

(5) esta contracción debe llevarse a cabo de una manera planificada, de lo contrario las sociedades humanas colapsarían una tras otra;

(6) tanto las cargas como los beneficios de la contracción económica deben distribuirse equitativamente; de otra manera los ciudadanos y ciudadanas no aceptarían nunca la contracción planeada; (7) el objetivo debe ser alcanzar una economía y una sociedad homeostáticas (steady-state), sostenibles e igualitarias a un nivel mucho más bajo que el actual.26

Así, Sarkar sostiene que hay límites para el crecimiento, no sólo para el crecimiento económico sino también para el crecimiento demográfico; mas entonces es rechazado como ecosocialista por otros ecosocialistas como Ian Angus (y clasificado como un “ecologista profundo” que sufre una completa “bancarrota moral” y no puede ser admitido en las filas de la izquierda).27 Más abajo volveré sobre este debate.

Aparecen dos escollos en este debate. Primero, las experiencias pasadas de intervencionismo patriarcal: el control  demográfico  como control  sobre las mujeres. Segundo, el maltusianismo como legitimación de las enormes desigualdades existentes, e incluso como antesala de políticas racistas

En mi opinión, la divisoria entre derecha e izquierda no pasa por ahí: el descenso energético y la degradación de la biosfera implica descenso demográfico de Homo sapiens al menos a medio y largo plazo, por las buenas o por las malas. Todo el esfuerzo de la izquierda debería dirigirse a encauzar ese necesario y deseable descenso demográfico por las buenas. Y la divisoria verdadera se halla más bien en la cuestión de la inmigración y las fronteras (que la derecha, inhumanamente, tiende a defender se clausuren).28  Es el cierre de fronteras lo que debería separar a izquierda y derecha, no el “maltusianismo” (en el sentido de: necesidad de un autocontrol consciente de la población humana)

“Las políticas de población llevan a la barbarización  social”, sería por tanto la objeción que surge de forma comprensible en amplios sectores izquierdistas y feministas. «El peligro es que las teorías en torno a la sobrepoblación puedan convertirse en una excusa para el racismo y en argumentos contra la clase trabajadora y que en manos de la derecha puedan venir a justificar políticas reaccionarias».29  La respuesta diría: no necesariamente. Hubo (en la Europa de los primeros decenios del siglo XX) un feminismo obrero y maltusiano y un anarquismo naturista, un maltusianismo de izquierdas: también regresaremos después a esta cuestión.

Retrocedamos unos pasos para intentar  ganar claridad: la explosión demográfica según los Ehrlich

Creo que, para ganar claridad sobre esta cuestión, conviene volver a examinar el debate clásico que generó la publicación –en 1968– del libro de Paul R. Ehrlich y Anne H. Ehrlich sobre La bomba poblacional. En 1991 los esposos Ehrlich actualizaron su argumentación publicando La explosión demográfica.30 Es un libro importante: los autores están bien informados, construyen su obra sobre una base documental selecta y copiosa, y tienen la ambición de ofrecer una interpretación de la crisis ecológica global que dé cuenta de sus verdaderas causas. O más bien de su verdadera y principal causa, en singular: la tesis central de los Ehrlich es que –tal y como reza el subtítulo del libro– la explosión demográfica es la causa fundamental de la crisis ecológica.

Pues bien: los Ehrlich fracasan de forma llamativa en su tarea de fundamentar sólidamente su tesis sobre la explosión demográfica. El libro es curiosamente inconsistente: la tesis central se afirma ya en el prólogo («la causa principal de los problemas que afligen a nuestro planeta no es otra que la superpoblación y sus impactos en los ecosistemas y en las comunidades humanas», p. XI), los capítulos que siguen van desgranando datos y análisis –la mayoría de las veces de buena calidad– sobre recursos alimentarios, ecología de la agricultura, demografía y salud pública, etc, y uno espera y espera los argumentos que apuntalen convincentemente la tesis central de los autores: en vano. La tesis central se enuncia varias veces pero no se prueba nunca, y las argumentaciones que supuestamente la probarían en realidad prueban otra cosa. En este sentido el libro, además de esa llamativa incoherencia, hace gala de una honradez que desarma al crítico malintencionado: pues exhibe sus fallos con tal rotundidad, y proporciona tan paladinamente él mismo los materia- les para una argumentación alternativa, que realmente puede aprenderse mucho leyéndolo. Se refuta a sí mismo de forma constructiva. Al final, el lector o la lectora tendrá ideas bastante claras y acertadas sobre el papel que la explosión demográfica desempeña en la crisis ecológica, aunque esté lejos de compartir la tesis central de los autores.

En efecto, ellos mismos se encargan de señalar que la cuestión esencial no es el número de personas que habitan en un momento dado el planeta o alguna de sus regiones, sino el impacto ambiental que éstas causan. Y pequeños números de personas (por ejemplo, en el Norte) pueden causar una gran destrucción, mientras que números mucho mayores (por ejemplo, en el Sur) pueden destruir menos. Así, pongamos por caso, «la producción actual de cereales, que proporcionan la mayor parte de las calorías de la humanidad, es de unos 2.000 millones de toneladas anuales. Esto es suficiente, en teoría, para alimentar a diez mil millones de hindúes, que comen básicamente cereales y muy poca carne según los patrones occidentales. Pero la misma cantidad sólo puede alimentar a dos mil quinientos millones de norteamericanos, que convierten una gran parte de sus cereales en ganado y aves de corral».31

La ecuación IPAT

Una sencilla ecuación arroja mucha luz sobre esta cuestión: IPAT (por sus siglas en inglés).

El impacto causado por un grupo humano en el medio ambiente constituye el resultado de tres fac- tores. El primero es el número de personas. El segundo es la medida de los recursos que consume el individuo medio (…). Por último, el producto de esos dos factores –la población y su consumo per cápita– se multiplica por el índice de destrucción medioambiental causado por las tecnologías que nos suministran los productos de consumo. El último factor es el impacto medioambiental por cantidad de consumo. En resumen:  Impacto= Población por Riqueza  por Tecnología,  o I= PRT.32

Resulta entonces obvio, tanto para para los autores como para el lector, que el impacto ambiental de una población puede limitarse sustituyendo las tecnologías destructivas por tecnologías ambientalmente benignas (en una “revolución de la eficiencia”), o si se quiere decir de otro modo: ecologizando la base productiva de esa población. Y se puede limitar también disminuyendo el consumo de recursos por cabeza, vale decir: generalizando comportamientos más austeros (entre las poblaciones que habitan nuestro Norte sobredesarrollado). Y, en tercer lugar, claro, también puede limitarse ese impacto ambiental reduciendo la población.

La divisoria verdadera se halla más bien en la cuestión de la inmigración y las fronteras. Es el cierre de fronteras lo que debería separar a izquierda y derecha, no el “maltusianismo”

Pero no se argumenta bien, ni se entiende, por qué los Ehrlich privilegian de tal modo el tercer factor respecto a los dos primeros. De hecho, el conocido fenómeno de la “inercia demográfica” o impulso poblacional (la tendencia de una población a seguir creciendo muchos decenios después de haberse reducido las tasas de natalidad), que los autores explican en la página 53 y siguientes, garantiza que los efectos ambientales de un control consciente de la demografía humana no se harán sentir hasta mucho tiempo después de que comience ese control: o sea, demasiado tarde (dada la gravedad de la crisis socioecológica actual). Esta es una buena razón para no postergar los esfuerzos en ese campo (resulta imposible pensar una sociedad ecológicamente sustentable en el largo plazo sin control demográfico), pero desde luego no se ve por qué «la principal prioridad ha de ser conseguir el control demográfico» (p. 204 de La explosión demográfica), teniendo en cuenta que «el control demográfico no representa una solución a corto plazo» (p. 111).

Modificar nuestra forma de producir y consumir (sobre todo en el Norte del planeta), y difundir comportamientos más austeros (repítase la misma apostilla), parecen prioridades aún más urgentes. De hecho, en la p. 194 se aboga por «reducir simultáneamente los tres factores multiplicadores de la ecuación I= PRT».  Y antes se ha reconocido (p. 167) que «detener el crecimiento demográfico e iniciar su progresivo descenso no representa una panacea; principalmente, ofrecería a la humanidad una oportunidad para resolver sus demás problemas» (p. 167), luego la explosión demográfica no es la causa principal de la crisis ecológica. ¡Santa inconsistencia!

Conservadurismo de fondo

A mi juicio, la incoherencia del planteamiento de los Ehrlich obedece a su conservadurismo de fondo: conservadurismo que, pese a las denuncias de «la división de la especie humana entre los que tienen y los que no, entre los países ricos y países pobres» (p. 33) que no escasean  en el libro, aflora en momentos decisivos. Y hace sospechar que los pasos igua- litaristas como el que acabo de citar son en cierta medida añadidos para no quedar mal, sin que los autores se los tomen del todo en serio.

Por ejemplo: leemos en la p. 32 que «puede corregirse una situación de superpoblación sin que se produzca ningún cambio en el número de personas. (…) Bastaría que los norte americanos cambiaran drásticamente su estilo de vida para acabar con la superpoblación en EEUU,  sin que se produjera una fuerte disminución de la población». Muy bien: hasta aquí nada que objetar. Pero a renglón seguido los Ehrlich añaden: «Pero, en estos momentos y en un futuro inmediato, Africa y EEUU  seguirán siendo países  superpoblados».  ¡Esto sólo puede afirmarse a continuación de lo anterior si se desconfía profundamente de que se produzca ningún cambio social de importancia! «Decir que no están superpoblados porque bastaría con que la gente cambiara su estilo de vida para eliminar el problema de la superpoblación es un error, puesto que la superpoblación se define por los animales que ocupan un determinado espacio, comportándose como naturalmente se comportan, no por un hipotético grupo que viniera a sustituirlos». El subrayado es de los autores, y el error, me parece, también es suyo: me permitiré bautizarlo como falacia animalista. La falacia animalista con- siste en suponer que los seres humanos son animales como los demás, con un comportamiento naturalmente determinado («comportándose como naturalmente se comportan»). No hay tal cosa, no hay una determinación natural inmodificable de los comportamientos humanos; somos animales de una especie muy especial para la cual (como los Ehrlich bien saben) «la evolución cultural puede anular a la evolución biológica» (p. 207).

Una piedra de toque: la cuestión migratoria

Este conservadurismo de fondo emerge de forma espectacular (propiciando de nuevo llamativas incoherencias) en el apartado que los Ehrlich dedican a la cuestión de las migraciones (p. 56-60). Se diría que esta cuestión constituye una verdadera piedra de toque para discriminar entre opciones emancipatorias y regresivas, en el atroz siglo que encaramos. La amenaza se ve en que los emigrantes de los países pobres, al adoptar los estilos de vida vigentes en sus países de adopción, pasan a consumir más recursos por persona (p. 57). Y entonces «es preciso controlar la afluencia de emigrantes a EEUU, entre otras cosas porque el mundo no puede permitirse el lujo de que existan más norteamericanos» (p. 58).

Nótese bien: la medida que se propugna es levantar muros: el cerrojazo frente al Sur antes que los cambios en los modos de producir y consumir en el Norte. A renglón seguido se añade que «la única forma de resolver el problema es aplicando una política que, al mismo tiempo, ayude a Méjico a controlar su población y mejorar el nivel de vida de los mejicanos en su propio país» (p. 59), lo cual por supuesto es incoherente con la argumentación precedente a menos que se dé por sentado que «el nivel de vida de los mejicanos en su propio país» seguirá siempre siendo muy inferior al de EEUU. El igualitarismo proclamado en tantos pasos del libro se convierte en un descarnado anti-igualitarismo cuando se toca el punto sensible de las migraciones. Se trata, insisto, de una verdadera piedra de toque para orientaciones políticas.

Barry Commoner polemizó con los Ehrlich

Hasta aquí el comentario sobre el libro de los Ehrlich,  del cual puede sacarse  mucho provecho, al ser tan palmarias las contradicciones. Ahora bien, negar que el crecimiento demográfico sea el principal causante de la crisis ecológico-social no significa que se pueda eliminar este factor de nuestro análisis. En mi opinión, el crecimiento excesivo de la población es un gravísimo problema que afecta a las posibilidades de vida digna (si no de supervivencia) de esa misma población –por no hablar del resto de los trillones de seres vivos con los que compartimos la biosfera. Esto puede analizarse observando a un gran contradictor de los Ehrlich, el pensador y activista ecosocialista Barry Commoner. Intervino en la controversia con su libro The Closing Circle (1971), relativizando el papel de la población en la degradación ambiental y la crisis de recursos y señalando hacia el verdadero culpable: el modo de producción capitalista.

Recordemos la ecuación IPAT (que de hecho fue Commoner el primero en proponer). Nuestro autor calculaba en El círculo que se cierra que en EEUU  y desde 1946, es decir, en unos 25 años, el aumento de población fue responsable de aumentos de entre el 12 y el 20% en la producción total de agentes contaminantes. El factor abundancia, es decir, la cantidad de artículos económicos per capita, respondía de un 1 a un 5% de aquellos aumentos (con la excepción de los viajes en automóvil, que tenían impactos mucho mayores). El factor tecnológico, o sea, la cantidad de agentes contaminantes por unidad producida, resultante de la introducción de nuevas tecnologías a partir de 1946, respondía, según el autor, del 95% de la producción total de agentes contaminantes. La conclusión de Commoner era que, si bien el impacto ambiental depende del tamaño de la población y del nivel de consumo de recursos de ésta, lo que más había influido en la degradación ambiental desde la Segunda Guerra Mundial había sido un conjunto de técnicas altamente nocivas para el medio natural.

Entre ellas, cabe citar la substitución de materiales naturales (papel, fibras textiles naturales, jabón) por productos de la petroquímica (plásticos, fibras sintéticas, detergentes basados en el petróleo), la introducción masiva de fertilizantes industriales y productos fitosanitarios de síntesis química, la introducción en los automóviles del motor de alta compresión, etc. La conclusión práctica a que llegaba el autor era que para alcanzar un equilibrio entre población y recursos había que dar prioridad no al control demográfico, sino al rediseño de lo que él llamaba tecnosfera, es decir, a la adopción de otras técnicas de menor impacto.33

En el debate histórico entre los Ehrlich y Commoner, ¿toda la razón quedaría entonces del lado del segundo, quien minimiza la relevancia del factor demográfico para la crisis ecológica? ¿Se puede tildar a quienes abogan por el control demográfico de “neomaltusianos” y pasar a otra cosa?  En modo alguno. Veámoslo releyendo otro libro del ecólogo y ecologista Commoner. El capítulo 7 de En paz con el planeta, titulado «Población  y pobreza»,  es a mi juicio el único insatisfactorio dentro de un libro excelente.  Commoner parte también de una ecuación en esencia idéntica a la de los Ehrlich (contaminación  total= contaminación por unidad de bien por bien per cápita por población).34  Pero un exagerado optimismo tecnológico le lleva a postular que «los elementos químicos que constituyen los recursos del planeta pueden ser reciclados y reutilizados indefinidamente, siempre y cuando la energía necesaria para recogerlos y refinarlos esté disponible» (p. 142): y para Commoner está disponible en forma de energía solar (p. 143).

Ahora bien, y sin entrar en otros problemas que plantearía la extremosidad de este planteamiento, el reciclado perfecto es un imposible termodinámico, y por eso la “solución” de Commoner falla. El mismo ejemplo que aduce se vuelve contra él: leemos que «a pesar de su enorme dispersión, más de la mitad del oro extraído hasta ahora sigue controlado hasta hoy día, siendo reunido cuando es necesario gastando energía».35  El ejemplo prueba lo contrario de lo que tendría que probar: a pesar de que el oro ha sido un metal valiosísimo para todas las civilizaciones, y de que los seres humanos lo han reunido, atesorado y conservado (o sea, reciclado) como ningún otro material en toda la historia humana, sólo algo más de la mitad de todo el oro extraído en toda la historia humana está hoy disponible.

¡Piénsese  lo que ha ocurrido y ocurrirá con materiales menos preciados! Y no vale replicar que, con las escaseces crecientes o con los nuevos impuestos ecológicos, el latón o el papel llegarán a ser tan valiosos como el oro: sería una salida por la tangente fraudulenta, que no tendría en cuenta hechos termodinámicos básicos, por no hablar de los supuestos irreales sobre la organización social y la psique humana. Hay que recordar aquí una observación importante de Ernest Garcia:

Incluso entre partidarios del decrecimiento es frecuente encontrar una fuerte reticencia a aceptar que el control demográfico es una consecuencia  ineludible de la visión de conjunto que ellos mismos proponen. Muchos, en ese movimiento, repiten que el problema del mundo no es el número de humanos sino el de automovilistas (la misma idea proclamada hoy por el papa de Roma, formulada de otro modo). La reticencia va unida a la incomodidad, claro, porque la fórmula ‘más población con menos consumo agregado’ es inherentemente autodestructiva. Como el impacto sobre el medio ambiente depende del consumo por persona y del número de personas, atribuir la sobrecarga a uno solo de esos factores es como mantener que la superficie de un rectángulo está determinada solo por la base o solo por la altura. En el límite, en un mundo con recursos limitados, incluso si en él se generalizase la sobriedad y se redujera drásticamente el exceso, el resultado de aumentar sin límite la población sería una miseria generalizada.36

Recapitulemos: las dos partes tenían razón

Tampoco el planteamiento de Commoner sobre demografía y crisis ecológica, por tanto, resulta convincente. Los “neomaltusianos” como el matrimonio Ehrlich llevan razón, a mi juicio, al afirmar la necesidad de un control colectivo consciente de la demografía, y la insostenibilidad de una población como la que habitará el planeta a mediados del siglo XXI (puede que más de 10.000 millones de personas) si no suceden antes grandes catástrofes por pandemias, guerras o penuria de alimentos. Pero no tienen razón al afirmar que la explosión demográfica es la causa principal de la crisis ecológica, ni el control demográfico su principal remedio. Ahí, la propuesta commoneriana de “rediseñar la tecnosfera” y cambiar la organización social para disminuir el impacto ambiental parece más sólida.

Siempre que no olvidemos ir al mismo tiempo reduciendo los nacimientos, aunque ello no sea lo absolutamente prioritario; y siempre que seamos bien conscientes de que para conseguirlo es más importante alfabetizar a las niñas y las mujeres del Sur, o proporcionar una seguridad social básica a los campesinos pobres de esos países, que ingeniar nuevos artilugios anticonceptivos (aunque tampoco esto último sea irrelevante).  En efecto, la medida más efectiva de control demográfico es también la más deseable: aumentar el control de las mujeres sobre sus propias vidas, en especial mejorando el acceso de las niñas pobres a las oportunidades educativas.37

Los Ehrlich tenían razón en denunciar la superpoblación; Barry Commoner tenía razón en acusar al capitalismo. En aquella controversia, las dos partes tenían razón

Los Ehrlich tenían razón en denunciar la superpoblación; Barry Commoner tenía razón en acusar al capitalismo. En aquella controversia, las dos partes tenían razón. Como apunta Joen Cohen, «cuántas personas puede soportar la Tierra depende en parte de cuántas vistan prendas de algodón y cuántas de poliéster; de cuántas coman filete de vaca y cuántas brotes de soja; de cuántas prefieran los parques y cuántas los aparcamientos; de cuántas quieran Jaguars con J mayúscula y cuántas jaguares con j minúscula».38  Pero cuidado, Imanol Zubero hace una observación importante sobre la ecuación IPAT: «Sin despreciar en absoluto las mejoras en la eficiencia de las tecnologías, la ecuación Ehrlich-Holdren se resuelve, fundamentalmente, en la relación entre tamaño de la población y niveles de consumo. (…) Nos enfrentamos a problemas éticos que no tienen solución a través de medios técnicos. No son problemas de ineficiencia, sino de injusticia».39

No obstante,  hoy las cosas se nos han puesto más difíciles…

Desde el debate entre los Erhlich y Commoner han pasado más de cuatro decenios de inac- ción. Según estimaciones de muchos científicos estamos atravesando ya “puntos sin retorno”: umbrales ambientales críticos que pueden llevar a la biosfera a un nuevo estado, que, por lo que barruntamos, puede ser muchísimo menos acogedor para la vida humana (y muchas otras formas de vida).40  Hoy vamos hacia crisis maltusianas, nos advierten los investigadores e investigadoras a partir del mejor conocimiento científico disponible.

Dos escenarios de pesadilla –la escasez  global de recursos vitales y el comienzo de un cambio climático extremo– están empezando ya a converger, y es muy probable que en las próximas décadas produzcan una oleada de agitación, rebelión, competitividad y conflicto. Puede que aún sea difícil discernir cómo será ese tsunami de desastres, pero los expertos advierten de “guerras del agua” sobre disputados sistemas fluviales, de disturbios alimentarios globales provocados por las crecientes subidas de los precios de los productos básicos, de migraciones masivas de refugiados climáticos (que acabarán desencadenando actos de violencia contra ellos) y de ruptura del orden social o de colapso de los Estados.  Es probable que, al principio, ese caos estalle básicamente en África, Asia Central y otras zonas del Sur subdesarrollado, pero, con el tiempo, todas las regiones del planeta se verán afectadas.41

Y el debate entre los Ehrlich y Barry Commoner en los setenta tiene hoy una derivada nueva: en cada mano de cada Homo sapiens del planeta mayor de diez o doce años hay hoy un teléfono móvil, propio o compartido. También en los países del Sur. Eso significa que el nihilismo consumista occidental, si lo pensamos como infección, es una enfermedad que afecta ya a todos y todas –también en el Sur, de forma mayoritaria, se aspira a formas de vida del todo insostenibles  (modos de vida imperiales).

Si prosigue el BAU (business as usual, según las siglas anglosajonas que se nos han vuelto tan ominosas), las perspectivas apuntan hacia un genocidio que no tiene parangón en los 200.000 años de historia de nuestra especie. Las crisis maltusianas pueden entrelazarse con crisis hobbesianas: «por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI», reza el subtítulo del muy bien argumentado libro de Harald Welzer Guerras climáticas.42 Los colapsos ecológico-sociales incluyen colapsos demográficos:

El previsible colapso de la civilización industrial asociado a la caída en los recursos energéticos fósiles disponibles muy probablemente tendrá consecuencias  que impacten directa y negativamente en el nivel demográfico: guerras por los últimos recursos (sean estos energía, materias primas, agua, tierra fértil…), conflictividad social, deterioro de las condiciones de vida, catástrofes industriales debido a la falta de mantenimiento y de materiales de repuesto con graves repercusiones ambientales y en la salud para millones de personas.43

Se tradujo y publicó en 2010 un Manifiesto de economistas aterrados ),44 que halló enseguida bastantes lectores: segunda edición en 2011. Pero los biólogos, los climatólogos, los oceanógrafos, los edafólogos y muchos otros científicos de las diversas disciplinas que se dedican a auscultar el pulso de esta maltrecha biosfera nuestra llevan decenios aterrados: y básicamente seguimos sin hacerles caso. La mayoría de la gente, sin entender siquiera lo que están diciendo. Ahora quizá estamos más allá del punto sin retorno, en términos ecológico-sociales.

No podríamos entonces detener el ecocidio. Y el ecocidio traería consigo el genocidio: un mundo maltusiano y hobbesiano. En términos prácticos esto quiere decir: hay una gran probabilidad de que la mayor parte de la humanidad sea exterminada (por hambre, violencia armada y alguna combinación de los restantes jinetes del Apocalipsis) antes de que acabe el siglo XXI. La distopía que Susan George esbozó con su Informe Lugano se ha ido haciendo más probable en los años transcurridos desde su publicación.45

¿Vuelve el fantasma de Malthus?

Todo indica que nunca llegaremos a ser esos diez u 11.000 millones a donde nos conduciría el BAU (business as usual). Cuando se adopta un marco analítico coherente con los datos sobre extralimitación (overshoot) y límites biofísicos que antes hemos sobrevolado, lo que se ve venir más bien es un nada improbable colapso ecológico-social que podría hacerse manifiesto ya hacia 2030, y que a partir de esas fechas podría hacer disminuir la población mundial en unos 1.500 millones de personas por decenio.46

En septiembre de 2008 la revista Scientific American publicaba un breve artículo de Jeffrey D. Sachs,  director del Earth Institute de la Universidad de Columbia, titulado «The Specter of Malthus Returns».

Desde sus inicios “el maltusianismo ha sido una de las más grandes historias de miedo: un cuento de sobre numerosos Otros amenazándonos a Nosotros” (Lohman, 2005). En efecto, la obra de Malthus permite, casi podemos decir que invita a, una lectura de la realidad en términos de confrontación y de amenaza: la preocupación maltusiana por excelencia es que todo aquello que Nosotros tenemos porque lo hemos logrado gracias a nuestro trabajo físico e intelectual, a nuestros derechos de propiedad o a nuestro poder político pueda caer en manos de unos irresponsables. Otros, simplemente por su mayor fecundidad…47

Está claro que hay severos problemas asociados al maltusianismo de Malthus:

(a) atribuir un excesivo poder causal a la demografía,

(b) representarse de forma demasiado simplista los nexos entre población y recursos naturales,

(c) legitimar, en ocasiones, las enormes desigualdades y la opresión de las mujeres en el mundo (ya insistí antes sobre ello).

Pero ser cuidadosos en esos aspectos –como hemos de serlo– no hace variar los aspectos biofísicos del problema de sobrepoblación. Y confiar en que la tecnociencia nos salvará, como la cultura dominante nos propone una y otra vez,48  es pensamiento mágico y pura irresponsabilidad. Malthus tenía razón en el sentido siguiente: sin restricciones en cuanto a su base de recursos, una población animal (como la de Homo sapiens) tiende a crecer exponencialmente (como lo ha hecho la población humana durante la era industrial, y especialmente en la fase de la Gran Aceleración).49 Pero no podemos suponer que la base de recursos para los seres humanos sea infinita viviendo como lo hacemos en un planeta finito, aunque nuestra historia reciente nos desencamine mucho al respecto. Y es que lo que falta en el debate sobre el maltusianismo, como ha sugerido el paleontólogo Niles Eldredge, es una comprensión adecuada de los cambios metabólicos que van sucediendo en las relaciones entre los seres humanos y la naturaleza. «Porque es la forma en que los humanos encajemos en el mundo natural lo que decidirá si Malthus tenía razón o no. Estaba equivocado en 1798, pero si hubiera escrito diez mil años antes, cuando no había agricultura, habría tenido razón. Y si su libro se hubiera publicado hoy, al borde del tercer milenio, estaría más acertado que equivocado».50

Cuando se adopta un marco analítico coherente, lo que se ve venir es un nada improbable colapso ecológico-social que podría manifestarse ya hacia 2030 y que podría hacer disminuir la población mundial en unos 1.500 millones de personas por decenio

Quizá suceda que, como sugería Pedro A. García Bilbao, «Malhus llama tres veces». La primera vez fue a comienzos del siglo XIX (el Ensayo sobre el principio de la población fue publicado en 1798) y la segunda vez a mediados del siglo XX (justo antes de la Gran Aceleración), pero

en la actualidad la situación de la población mundial y su dependencia de los recursos finitos para mantener su nivel de vida y su crecimiento parecen haber llegado a una nueva encrucijada maltusiana. La principal diferencia radica en que ahora no existe un planeta poco poblado que colonizar y explotar, no son posibles trasvases  masivos de población y la disputa por el agua, la tierra cultivable, el petróleo y los minerales estratégicos tienen nuevos y poderosos actores. El problema de la escasez de recursos con los que alimentar el consumo de masas está llevando a un aumento brutal de los costes y a la imposibilidad de mantener un crecimiento continuado. La realidad de la escasez  de recursos y el carácter finito de los combustibles que mantienen no ya el sistema productivo sino el mismo sistema de producción y distribución de alimentos en los propios países centrales permite suponer que la incidencia de conflictos de difícil solución se va a incrementar. Urge una reconducción del sentido de la marcha y el estudio de nuevas direcciones. El fantasma de la amenaza maltusiana, el colapso del sistema por desajustes entre población y recursos, vuelve a surgir, pero esta vez no hay muchas posibilidades de un nuevo engaño.51

Un coche más hoy es un campesino menos en el futuro,52 advertía Nicholas Georgescu-Roegen (uno de los grandes economistas del siglo XX, que tendría que ser tan famoso como Keynes si la cultura dominante no deformase tan trágicamente la realidad):53  pero el futuro del que hablaba es nuestro presente.

Epílogo para ecosocialistas

En cierta forma el alfa y el omega de la ecología es la población: se trata precisamente de aquella parte de la biología que estudia las diversas poblaciones de seres vivos en relación con la capacidad de sustentación de los ecosistemas. Sería extraña una ecología política que excluyese de entrada la pregunta por la población humana deseable. El que «no exista una relación directa entre población y daño ambiental»54 no significa que no exista ninguna relación importante entre población humana y daño ambiental.

Como ya observé anteriormente, la cuestión demográfica tiene algo de divisoria de aguas entre las familias de la izquierda, a la hora de afrontar la crisis ecológico-social. ¿Una sociedad justa puede caracterizarse sólo considerando a los seres humanos, o hay que pensar la justicia más allá de la especie? Si el ecosocialismo se piensa como esencialmente antropocéntrico, ¿puede constituir una perspectiva emancipatoria adecuada? Las éticas biocéntricas o ecocéntricas ¿caben dentro del ecosocialismo de tradición marxista? ¿Cómo se articularían con él? Estas  preguntas, y otras conexas,  han sido objeto de un debate intenso sobre todo en el mundo anglosajón, donde las corrientes de deep ecology han tenido más peso que en la Europa continental. De manera típica, la cuestión demográfica se ha situado en el centro de tales debates: es una piedra de toque. David Orton, un activista canadiense situado dentro de lo que él llamaba “biocentrismo de izquierdas”, manifestó que aunque simpatizaba  con la  Declaración  de Belém  que había  redactado la  Red Ecosocialista Internacional de Michael Löwy y Joel Kovel (y que se aprobó en Brasil, en enero de 2009) no podía firmarla adhiriéndose por completo, pues

por desgracia la Declaración de Belém se centra en los seres humanos, no en la Tierra. ¿Dónde se aboga por la preservación de los territorios salvajes  y las demás especies?  (…) La justicia social entre humanos es absolutamente necesaria, pero debe subordinarse a la justicia terráquea para todas las especies.  Como ha dicho [el ecofilósofo canadiense] Stan Rowe, aunque el socialismo y el capitalismo comparten una visión antropocéntrica común “rapaz” respecto a la explotación de la Tierra, «el socialismo tiene la virtud de ampliar el círculo de cuidado más allá del individuo egoísta, y así por lo menos orienta nuestra mirada en la dirección correcta». Pero la justicia social para los seres humanos no puede construirse a expensas de la ecología. La “comunidad” ha de incluir no sólo a seres humanos, sino también a los otros animales, las plantas y la Tierra como tal. En la Declaración no se menciona la necesaria reducción demográfica humana, que debería ser una prioridad para una sociedad ecocéntrica socialmente justa. No se trata sólo de un error desde una perspectiva de bienestar humano –somos demasiados–, sino que ello muestra que las necesidades de hábitat de las demás formas de vida no se consideran importantes.55

El que «no exista una relación directa entre población y daño ambiental» no significa que no exista ninguna relación importante entre población humana y daño ambiental

Saral Sarkar, otro pensador y activista ecosocialista (hindú residente en Alemania), ha señalado que Malthus fue probablemente el primer autor que escribió sobre ecología política, aunque

desgraciadamente  para nosotros, era un clérigo miembro de la clase dominante y como tal beneficiario del sistema de explotación de los pobres. Sólo cabe rechazar sus opiniones políticas; pero sus dos tesis (¿o quizá leyes?) sobre el aumento de la producción de alimentos y el crecimiento demográfico son científicamente válidas, incluso hoy, a pesar de todos los desarrollos científicos y tecnológicos que han tenido lugar en los dos siglos últimos. No deberíamos cultivar la ceguera respecto de los hechos. Por desgracia, los erróneos ataques de Marx y Engels contra Malthus están todavía hoy influenciando la discusión entre activistas políticos del socialismo.56

Como cabe suponer, esa no es una posición aceptable para los ecosocialistas de tradición marxiana57 –y sin embargo creo que en este punto Sarkar tiene razón (también cuando insta a no tratar los textos de Marx y Engels como “Sagradas Escrituras”).

Igualmente se puede convenir con Sarkar en que «no basta con ser socialista, ni basta con ser ecologista profundo. Los socialistas debemos asimilar las lecciones de la ecología que sean verdaderas y los ecologistas profundos (o verdes profundos, o ecologistas consecuentes) deben aprender las lecciones verdaderas del socialismo».58  Bueno, en lo que a mí respecta toda la discusión anterior conduce a la siguiente conclusión: deberíamos dejar de usar “neo-maltusiano” como un insulto y habría que abogar más bien por un ecosocialismo neo-maltusiano. Desde tal perspectiva nos haríamos preguntas como: ¿juzgamos o no deseable, además de la superación del capitalismo y la construcción de un ecosocialismo feminista, la reducción de la población humana, la renaturalización de extensas zonas de la Tierra y el cultivo de un ethos de simbiosis con la naturaleza? Podríamos proponer como criterios algo así:

a) ¿Estás de acuerdo en que existe sobrepoblación humana?

b) ¿Estás de acuerdo en que medio planeta,59 y los planes de renaturalización de territorios extensos, son propuestas razonables?

c) ¿Estás de acuerdo en que la dieta humana debería ser básicamente vegetariana – como resultado de la eliminación de la ganadería industrial y la pesca industrial?

d) ¿Estás de acuerdo en prácticas agrícolas basadas en la agroecología y la soberanía alimentaria?

e) ¿Estás de acuerdo en una estrategia re-localizadora y des-globalizadora que reduzca drásticamente los desplazamientos de personas y mercancías?

f) ¿Estás de acuerdo en políticas territoriales apoyadas en las biorregiones?

g) ¿Estás de acuerdo en políticas tecnológicas que se orienten al low-tech?

h) ¿Estás de acuerdo en que, para las y los ecosocialistas, simbiosis es una categoría tan importante como acumulación de capital?

A este respecto, y confrontados al “retorno de Malthus” como lo estamos hoy,60 no hay que echar al olvido algunas tradiciones político-culturales de izquierda enormemente interesantes a la hora de abordar estas cuestiones. Así, hubo un feminismo obrero y neomaltusiano a comienzos del siglo XX (tanto en Europa como en EEUU)  que abogaba por la “procreación consciente” como un elemento clave para la liberación de la mujer y la lucha anticapitalista.61  Fue éste un movimiento feminista y protoecologista, como subraya Joan Martinez-Alier:

Las neomaltusianas anarcofeministas predicaban la libertad de las mujeres para decidir el número de hijos que querían tener. El movimiento estaba explícitamente comprometido con los temas ecológicos, preguntándose cuánta gente podría la Tierra alimentar sosteniblemente. Este exitoso movimiento social internacional (con líderes como Emma Goldman y Margaret Sanger en Estados Unidos y Paul Robin en Francia) se autodenominaba deliberadamente neomaltusiano, pero contrariamente a Malthus consideraban que el crecimiento demográfico podía ser detenido entre las clases pobres mediante decisiones voluntarias. Recomendaban  el control de la natalidad, incluyendo las vasectomías  voluntarias. El movimiento neomaltusiano no apelaba al Estado para que impusiese restricciones al crecimiento demográfico. Al contrario, se basaba en un activismo ”desde abajo” a partir de la libertad de las mujeres, para evitar la presión descendente sobre los salarios provocada por el exceso de población, y contra las amenazas al medio ambiente y la subsistencia humana. Se preveía un exceso de población, y esto condujo a ideas y conductas anticipatorias. En Francia y en otros sitios, los neomaltusianos desafiaron a las autoridades políticas y religiosas de la época a través de la idea de una ”huelga de vientres” (la grève des ventres), y también a través del antimilitarismo y del anticapitalismo. El control demográfico voluntario fue una manera de negarse a proporcionar al capitalismo mano de obra barata del “ejército de reserva de trabajadores”.62

Desde su elaboración ecofeminista, Alicia H. Puleo evoca también el neomaltusianismo que surge en la segunda mitad del siglo XIX, que «es de inspiración anarquista y feminista y promueve el uso de métodos anticonceptivos y el derecho al aborto como una forma de resistencia obrera frente a la explotación de mano de obra barata. Destacan en él figuras como Paul Robin, pedagogo libertario francés, y Margaret Sanger, enfermera y educadora sexual estadounidense, fundadora de la Liga de Planificación Familiar, encarcelada  por sus actividades a favor del control de natalidad».63 Se trata en efecto de tradiciones valiosas que deberíamos volver a apreciar y de las que podemos aprender mucho a la hora de plantear un ecosocialismo descalzo para el Siglo de la Gran Prueba.

¿Somos demasiados? Si cobramos consciencia del declive de los combustibles fósiles (solo la sobreabundancia  energética que nos han proporcionado permitieron a las economías industriales y a la población humana crecer como lo han hecho desde los días de Malthus hasta hoy) y de la degradación de la biosfera (que reduce su capacidad para sustentar a tantos seres humanos), entonces hay que responder que sí, somos demasiados. Si no defendemos la tesis totalmente implausible de un desacoplamiento absoluto entre crecimiento económico y consumo de recursos, entonces hay que responder que sí, somos demasiados. Si asumimos que los imaginarios capitalistas dominantes (pero también los de quienes aspiran a un socialismo de la abundancia) incitan a la gente a aspirar a “modos de vida imperiales” (Alberto Acosta y Ulrich Brand), entonces hay que responder que sí, somos demasiados. Si dejamos de lado nuestro supremacismo antropocéntrico y reconocemos que compartimos la biosfera terrestre con trillones de otros seres vivos, y que estos necesitan también espacio ecológico para vivir y florecer, entonces hay que responder que sí, somos demasiados.

Rechazar de plano el maltusianismo (insisto: en el sentido de la necesidad de un autocontrol consciente de la población humana) implica (a) asumir una posición antropocéntrica fuerte, con sus tesis de dominio sobre la naturaleza y (b) no asumir verdaderamente la existencia de límites biofísicos al crecimiento. Las propuestas emancipatorias para el siglo XXI no pueden situarse en esa posición. «La humanidad es la primera especie en la Tierra con capacidad intelectual para limitar de forma consciente el tamaño de su población y vivir en un dinámico equilibrio perdurable con las demás formas de vida. Los seres humanos pueden percibir la diversidad de sus entornos y cuidarlos. Nuestra herencia biológica nos capacita para deleitarnos en esa intrincada diversidad vital».64

 

NOTAS:

1 E. Viveiros de Castro y D. Danowski, ¿Hay mundo por venir? Ensayo sobre los miedos y los fines, Caja Negra eds., Buenos Aires, 2019, p. 178.

2 D. Haraway, «Antropoceno, Capitaloceno,  Plantacionoceno,  Chthuluceno:  generando relaciones  de parentesco», Revista Latinoamericana de Estudios Críticos Animales año III vol. 1, junio de 2016. También en su libro Seguir con el problema (Editorial Cosonni, Bilbao, 2019) insiste en la necesidad de control demográfico.

3 «Natalidad bajo mínimos», editorial de El País, 23 de junio de 2019.

4 Datos para reflexionar sobre esto: Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, Análisis de la huella ecológica de España, Madrid, 2007.

5 U. Bardi, Los límites del crecimiento retomados, Catarata, Madrid, 2014.

6 M. King y C. Elliott, «To the point of farce: a Martian view of the Hardinian taboo the silence that surrounds population control»,     British      Medical     Journal     vol.     315,   29     de     noviembre    de     1997,    disponible     en:

7 Para que no pueda surgir la menor duda sobre el lugar moral desde el que estoy escribiendo: la única “ética del bote salvavidas” que me parece aceptable es la que evocaba Heiner Müller en una entrevista que he citado varias veces: «Auschwitz y su principio de selección es el modelo de este siglo. Todos no podían sobrevivir, así que se seleccionaba.  Cuando trato de aclararme lo que significa el heroísmo, siempre me acuerdo de una pequeña historia. En uno de los últimos barcos que partió de Alemania y debía llevar judíos a los EEUU  viajaba a bordo un judío grueso, un periodista deportivo de Berlín. Este barco fue torpedeado por submarinos alemanes y se hundió. Por supuesto, había pocas plazas en los botes salvavidas.  El periodista deportivo judío y gordo se sentó rápidamente en uno de los botes salvavidas, y el bote estaba lleno. De repente aparece en cubierta una joven madre con su hijo. Pero ya no hay lugar para nadie más en el bote. Entonces el pequeño y grueso judío se arrojó al Atlántico, dejando lugar a la mujer. Esa es la única respuesta que existe. (…) Es el problema de Dostoyevski, la pregunta de Raskólnikov. También Dostoyevski encontró al final una sola respuesta: la compasión. Cuando al final aparece Auschwitz como modelo para la selección, no queda ya ninguna respuesta política. Probablemente sólo exista una respuesta religiosa. El problema de esta civilización es que no tiene ninguna alternativa a Auschwitz. (…) También en Walter Benjamin es un tema recurrente: el socialismo o el comunismo o cualquier otra utopía no tienen ninguna oportunidad si no ofrecen una dimensión teológica». Nada de cortar las manos de los demás; solo saltar al mar uno mismo.

8 Algunas reflexiones al respecto en Jorge Riechmann, «Sobre demografía, decrecimiento y crisis ecológico-social», entrada del 30 de agosto de 2013 en el blog Tratar de comprender, tratar de ayudar.

9 Éramos 1.650 millones de seres humanos en 1900, y 2.518 millones en 1950. Véase la entrevista con Bruno Latour en El País Semanal del 24 de marzo de 2013, donde el sociólogo y antropólogo francés remite a su libro Políticas de la naturaleza, RBA, Barcelona 2013 (original francés de 1999).

10 J. A. Tainter y T. W. Patzek, Drilling Down. The Gulf Oil Debacle and Our Energy Dilemma, Copernicus, Nueva York, 2012, p. 37.

11 La asociación británica (fundada en 1991) Optimal Population Trust calcula una población mundial óptima en el rango entre 2.700 a 5.100 millones de habitantes (su web: http://www.populationmatters.org/ ). Manuel Casal Lodeiro recoge las siguientes estimaciones: «Dale Allen Pfeiffer apunta a los dos mil millones como cifra sostenible y advierte de que en la década de 2010-2020 veremos hambrunas como nunca antes ha experimentado la especie humana” (Pfeiffer, 2003); Paul Chefurka (2007) lo sitúa en los 1.000 millones en base a la población histórica constatada en el momento en que se comenzó a explotar el petróleo, corregida a la baja para tener en cuenta la degradación de la capacidad de carga; Brian Fleay (citado en Youngquist, 1999) lo cifra en 3.000 millones; David Pimentel (también citado en Youngquist 1999 y según cálculos publicados en Pimentel et al. 1994) lo sitúa en uno y 3.000 millones; Richard Duncan (2005), en su interesante Teoría Olduvai, estima que tras una gran mortandad, la población se comenzará a estabilizar en torno a los 2.000 millones en 2050. Colin Campbell estima (2002) que la población se reducirá muy rápidamente a partir de 2020 pero frenando en torno a 2080 para después irse estabilizando en una suave caída hasta niveles cercanos a los tres mil millones en torno a 2200…» Manuel Casal Lodeiro, «Nosotros, los detritívoros», publicado en la web de Ecopolítica en enero de 2014.

12 D. Spratt, «At 4°C of warming, would a billion people survive?  What scientists say» en Climate code Red, 18 de agosto de 2019.

13 Y. Xu y V. Ramanathan,  «Well below 2°C:  Mitigation strategies for avoiding dangerous to catastrophic climate changes»,

PNAS, 26 de septiembre de 2017.

14 En mayo de 2019, Johan Rockström, director del Instituto Potsdam para la Investigación del Impacto Climático, dijo a The Guardian que en un mundo 4°C más cálido «es difícil ver cómo podríamos acomodar a 1.000 millones de personas o incluso la mitad de eso… Habría una minoría rica de personas que podría sobrevivir con estilos de vida modernos, sin duda, pero será un mundo turbulento y conflictivo». Rockström es uno de los principales investigadores  del mundo en tipping points (puntos de inflexión climáticos) y safe boundaries (“límites seguros” para la humanidad). Véase G. Vince, «The heat is on over the climate crisis. Only radical measures will work», The Guardian, 18 de mayo de 2019.

En un encuentro científico internacional sobre cambio climático realizado en Melbourne en noviembre de 2012 (en la antesala de la COP18  de Doha), algunos de los más relevantes investigadores  del mundo estimaron lo que podría pasar con un aumento de cuatro grados centígrados o más (sobre las temperaturas preindustriales promedio). Para Hans Joachim Schellnhuber (fundador y director del Instituto Postdam para la Investigación del Impacto Climático –PIK–  y director del Consejo Asesor Alemán sobre el Cambio Climático –WBGU–),  la capacidad del planeta para albergar seres humanos en caso de una subida de cuatro grados se reduciría a «menos de 1.000 millones de personas». Unos años antes el profesor Kevin Anderson (director del Centro Tyndall para el Cambio Climático en Gran Bretaña)  se dirigió a la prensa durante la fallida conferencia de Copenhague, en 2009: «Para la humanidad es cuestión de vida o muerte… [un aumento así] no conducirá a la extinción del ser humano, ya que unos pocos afortunados, con los recursos adecuados, podrán desplazarse a las partes apropiadas del planeta y sobrevivir. Pero creo que es extremadamente improbable que evitemos una mortandad masiva con cuatro grados de aumento». En aquella ocasión Anderson se atrevió a dar cifras: «Si en el año 2050 la población mundial es de 9.000 millones y la temperatura se eleva 4, 5 ó 6 grados, los supervivientes podrían ser del orden de 500 millones».

Si echamos cuentas, eso es hablar de una mortandad de casi el 95%. Cf. Miguel Artime, «Cuatro grados más o cómo decir adiós a casi el 95% de la humanidad», blog Cuaderno de ciencias, 15 de noviembre de 2012.

15 E. Garcia, «Los derechos humanos más allá de los límites al crecimiento», Ambienta 113, diciembre de 2015, p. 29.

16 J. Poore y T. Nemecek, «Reducing food’s environmental impacts through producers and consumers», Science vol. 360 núm. 6392, 1 de junio de 2018.

17 Y así, hoy, el 3,7% de la población española padece esa dieta de pobreza, según el INE. I. Ruiz Molinero, «La pobreza se enquista en  España  pese a la  mejora de  la  economía»,  El  País,  13  de  octubre de  2018.

18 D. Carrington: «Huge reduction in meat-eating ‘essential’ to avoid climate breakdown», The Guardian, 10 de octubre de 2018. Resume resultados de un importante estudio científico publicado en Nature: M. Srpingmann y otros,   «Options   for  keeping  the  food  system   within  environmental   limits», Nature 2018.

19 Remito aquí a Manuel González de Molina y Víctor M. Toledo, Metabolismos. Hacia una teoría de las transformaciones socioecológicas, Icaria, Barcelona 2011.

20 J. Riechmann, El siglo de la Gran Prueba, Baile del Sol, Tegueste (Tenerife), 2013.

21 Véase tweet.

22 Véase tweet El informe de Oxfam, de 2015, argumenta que el cambio climático está indisolublemente unido a la desigualdad económica: se trata de una crisis impulsada por las emisiones de GEI generadas por los ricos, pero que afecta fundamentalmente a los más pobres: «La mitad más pobre de la población mundial –aproximadamente 3.500 millones de personas– sólo genera alrededor del 10% del total de las emisiones mundiales atribuidas al consumo individual, y sin embargo viven mayoritariamente en los países más vulnerables ante el cambio climático. En cambio, aproximadamente el 50% de estas emisiones puede atribuirse al 10% más rico de la población mundial, cuya huella de carbono media es hasta once veces superior a la de la mitad más pobre de la población, y 60 veces superior a la del 10% más pobre. La huella de carbono media del 1% más rico de la población mundial podría multiplicar por 175 a la del 10% más pobre», OXFAM, «La desigualdad extrema de las emisiones de carbono», nota de prensa, 2 de diciembre de 2015. Informe completo. 

23 Patrick Wood Crusius, un varón blanco de 21 años, mató a 20 personas e hirió a otras 26, en una masacre terrorista y racista perpetrada en un centro comercial Walmart. Véase A. Laborde, «Un solitario de carácter irritable y explosivo», El País, 5 de agosto de 2019. Véase también, de la misma periodista «El autor confeso de la matanza de El Paso admite que iba a por mexicanos», El País, 10 de agosto de 2019.

24 C. Follett, «How anti-humanism is gaining ground», Human Progress, 8 de mayo de 2019.

25 Hugo Chávez, Ahora la batalla es por el sí – Discurso de presentación del Proyecto de Reforma Constitucional ante la Asamblea Nacional, Caracas, miércoles 15 de agosto de 2007 (Colección Discursos Presidenciales de la Biblioteca Construcción del Socialismo, Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información, Caracas  2007, p. 62). En 1990 la población de Venezuela ascendía a 19,7 millones de habitantes; así, Chávez estaba proponiendo cuadruplicar la población del país en algunos decenios.  ¿Cómo puede pensarse  que esa política es coherente con el quinto gran objetivo histórico del Plan de la Patria redactado por el propio Chávez  y aprobado como política de Estado en 2013 –a saber, «contribuir con la preservación de la vida en el planeta y la salvación de la especie humana»? Para la salvación de la especie humana, ésta debe autolimitar –entre  otras magnitudes, su crecimiento demográfico…

26 S. Sarkar, «What is Eco-Socialism, Who is an Eco-Socialist», en su blog Saral Sarkar’s Writings, 9 de junio de 2017. Los libros básicos de este pensador ecosocialista (nacido en la India, pero que ha vivido mucho tiempo en Alemania) son Eco-Socialism or Eco-Capitalism? A Critical Analysis of Humanity’s Fundamental Choices (Zed Books, Londres 1999) y The Crises of Capitalism. A Different Study of Political Economy (Counterpoint, Berkeley 2012). Sarkar no concibe un movimiento ecologista auténtico (ni por ende un ecosocialismo auténtico) que no sea decrecentista. Véase su artículo «The ecology movement is not a social movement», resilience.org, 2 de febrero de 2017.

27 Véase su artículo «Deep Ecology versus Ecosocialism», Climate & Capitalism, 19 de julio de 2011. En un texto posterior, Angus sostiene que las posiciones de Sarkar son anti-humanas y afines a la limpieza étnica.

28 Véase otro episodio de este debate Donald J. Kerr sostiene que Ian Angus «no comprende que la sobrepoblación es un problema real y  al mismo tiempo, es muy difícil de solucionar sin pisotear los derechos humanos…»

29 M. Empson, «¿Hay demasiados habitantes en el planeta?», Viento Sur 166, octubre de 2019, p. 23.

30 P.R. Ehrlich/ A.H. Ehrlich, La explosión demográfica: el principal problema ecológico, Salvat (Col. Biblioteca Científica Salvat, número 3), Barcelona,  1993. (Trad. de Camila Batlle del original The Population Explosion, publicada por Simon & Schuster en 1991). Otra revisión de su libro por Paul y Anne Ehrlich,  cuarenta años después (2009).

31 E.O. Wilson, El futuro de la vida, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2002, p. 54. (El énfasis es mío, J.R.)

32 Ehrlich y Ehrlich, La explosión demográfica, op. cit., p. 52. En inglés esta sencilla ecuación reza así: I = PAT. «Human Impact on the environment equals the product of Population, Affluence, and Technology. The equation was developed in the 1970s  during the course of a debate between Barry Commoner, Paul R. Ehrlich and John Holdren».

33 Sigo aquí el resumen de Joaquim Sempere, en Sempere y Jorge Riechmann, Sociología y medio ambiente, Síntesis, Madrid, 2000, p. 197.

34 B. Commoner, En paz con el planeta, Crítica, Barcelona, 1992, p. 144.

35 Ibidem, p. 142.

36 E. Garcia, Op. cit., (el énfasis es mío)

37 «La esperanza proviene del hecho de que no hace falta que los líderes impongan programas desde arriba. Basta con que aumentemos el acceso a los anticonceptivos, tanto en los países desarrollados como en los poco desarrollados, para que la gente decida si quiere usarlos o no. Eso tendría un costo de sólo 8’1 millones de dólares cada año, lo que es baratísimo. Y, por otra parte, hay que insistir en la educación femenina, que es el mejor anticonceptivo que existe» Alan Weisman, entrevista del 8 de abril de 2014; las cursivas son mías (J.R.).

38 J. E. Cohen, «How Many People Can the Earth Support?», The New York Review, 8 de octubre de 1998, p. 31.

«Pero, lejos de someter a revisión nuestra bulimia consumista y sus consecuencias actuales y futuras, lejos de enfrentarnos al escándalo moral que supone esta regresión global al canibalismo, nos aferramos a un estilo de vida construido sobre el privilegio. Lo expuso con la mayor contundencia el presidente George Bush (padre) con motivo de la Cumbre de la Tierra celebrada en 1992 en Rio de Janeiro: The American lifestyle is not up for negotiation; el estilo de vida americano no se negocia.” Imanol Zubero, “¿Superpoblación o sobreconsumo? Maltusianismo práctico, exclusión global y población sobrante«, Scripta Nova, vol. XIX, núm. 506, 2015.

39 I. Zubero, «¿Superpoblación o sobreconsumo? Maltusianismo práctico, exclusión global y población sobrante», Scripta Nova, vol. XIX, núm. 506, 2015, p. 11. (El énfasis es mío, J.R.)

40 A. D. Barnofsky y otros, «Approaching a state shift in Earth’s biosphere», Nature, 7 de junio de 2012, p. 52-58.

41 M. T. Klare, «De cómo la escasez  de recursos y el cambio climático podrían producir una explosión global» publicado en Rebelión el 30 de abril de 2013. Klare es autor de The Race for What’s Left: The Global Scramble for the World’s Last Resources, Metropolitan Books 2012. Página personal

Otra advertencia:  «La humanidad está a punto de entrar en una etapa en nuestra historia, caracterizada  por la penuria de recursos naturales esenciales  (agua, terreno agrícola, alimento) que sólo se había experimentado a nivel local por nuestra especie». Carlos Duarte (coord.), Cambio global. Impacto de la actividad humana sobre el sistema Tierra, CSIC/ Libros de la Catarata, Madrid, 2009, p. 25.

42 H. Walzer, Guerras climáticas, Katz, Buenos Aires/ Madrid, 2010.

43 M.  Casal Lodeiro,  «Nosotros,  los  detritívoros  (síntesis)»   Rebelión,   3  de  febrero  de  2014.

44 Manifiesto de economistas aterrados, Pasos Perdidos, en coedición con Eds. Barataria, Madrid, 2010

45 S. George, El Informe Lugano, Icaria, Barcelona, 2001 (el original en inglés es de 1999).

46 G. Turner, «¿Is global collapse imminent?», Research Paper 4, MSSI (Melbourne Sustainable Society Institute), Universidad

de  Melbourne, 2014, p. 7.

Por lo demás, hay que leer a los autores en el original (en este caso el Ensayo sobre el principio de la población…) Ugo Bardi en octubre de 2016: “Malthus el profeta de la fatalidad: ¿por qué molestarse con la lectura del original cuando simplemente  se puede cortar  y  pegar  de  Internet?” Puedes consultar texto original.

47 I. Zubero, 2015, Op. cit.

48 Por ejemplo: José Carlos Díez, «500 años no es nada», El País, 9 de agosto de 2019.

49 Lo explica por ejemplo Joaquim Sempere en su capítulo sobre “Población y medio ambiente” del manual de sociología ambiental que escribimos juntos: «El crecimiento de la población depende, en primer lugar, de la población existente; y como en cualquier población suele haber migraciones de entrada y de salida, al crecimiento natural o vegetativo hay que añadir las personas inmigradas y restar las emigradas. El saldo es el crecimiento, al que corresponde una tasa de crecimiento (r). Si la tasa de crecimiento fuese constante en el transcurso de los años, se puede generalizar la fórmula de cálculo para n periodos. Al final del primer periodo (supongamos que se trate de años), la población inicial P0 se verá incrementada por la cantidad P0.r, de modo que tendremos: P1 = P0 + P0.r = P0 (1 + r). Aplicando esta fórmula de modo recurrente tenemos en el segundo periodo: P2 = P1 (1 + r) = P0 (1 + r) (1 + r) = P0 (1 + r)2, y en el periodo n tenemos Pn = P0 (1 + r)n. La fórmula anterior expresa  un crecimiento de tipo geométrico con una razón (1 + r). (…) Cada nuevo incremento se suma al anterior y el siguiente se calcula sobre una base acrecentada. Una extensión más refinada de esta visión la constituye el crecimiento exponencial…»  (Joaquim Sempere y Jorge Riechmann, Sociología y medio ambiente, Síntesis,  Madrid 2000, p. 186). El crecimiento de las funciones exponenciales  tiende al infinito; y una peculiaridad de este tipo de crecimiento es que, a una tasa constante, el periodo de duplicación es cada vez más breve.

50 N.   Eldredge,   «Los aciertos   erróneos   de   Malthus»,   El    País,    12   de   agosto   de   2000.

51 P. A. García Bilbao, «Geopolítica, peak oil, recursos finitos y colapso global: dificultades de comprensión desde las ciencias sociales y necesidad de un enfoque integrado», Contexto & Educaçao 89, enero-abril de 2013, p. 227-228.

52 «Cada  vez que producimos un Cadillac, lo hacemos al precio de disminuir la cantidad de vidas humanas del futuro». Nicholas Georgescu-Roegen,  «La ley de la entropía y el problema económico» (1973), en Ensayos bioeconómicos (edición de Óscar Carpintero), Catarata, Madrid 2007, p. 50.

53 Economía: Marx, Polanyi, Georgescu-Roegen, Ostrom. Es la línea principal; se trata de los autores y autora básicos. Pero normalmente alguien que se gradúe en una de nuestras facultades de Ciencias Económicas y Empresariales (que tienden a convertirse en meras escuelas  de negocios) terminará sus estudios sin haber oído hablar de ninguno de ellos… Así de deformada y vuelta del revés se halla la cultura dominante.

54 M. Empson, «¿Hay  demasiados habitantes en el planeta?», Viento Sur 166, octubre de 2019, p. 24.

55 D. Orton, «Why I am not an ecosocialist»,  Climate & Capitalism, 26 de junio de 2011.

56 S. Sarkar, «On Maltusianism and Ecosocialism», Climate & Capitalism, 3 de julio de 2011.

57 Véase por ejemplo el texto de Franklin Dmitryev.

58 S. Sarkar, «Eco-Socialism and the population question: An open reply to Ian’s open letter», Climate & Capitalism, 10 de julio de 2011.

59 E.O. Wilson, Medio planeta. La lucha por las tierras salvajes en la era de la Sexta Extinción, Errata naturae, Madrid 2017. Véanse https://eowilsonfoundation.org/half-earth-our-planet-s-fight-for-life/ y http://www.half-earthproject.org

60 G. Kallis ha abordado una relectura de Malthus, desde postulados decrecentistas, en su libro Limits. Why Malthus Was Wrong and Why Environmentalists Should Care, Stanford University Press 2019.

61 F. Ronsin, La grève des ventres. Propagande neo-malthusienne et baisse de la natalité en France 19-20 siècles, Aubier-Montaigne, París, 1980.

62 Joan Martinez-Alier, “Neomaltusianos”, en Decrecimiento –vocabulario para una nueva era (coordinado por Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Yorgos Kallis, eds.), Icaria, Barcelona 2015, p. 191.

63 Alicia H. Puleo, Claves ecofeministas, Plaza  & Valdés, Madrid 2019, p. 55.

64 A. Naess, Ecology, Community and Lifestyle, Cambridge University Press 1990, p. 23.

Jorge Riechmann es profesor de filosofía moral de la UAM.